Las anécdotas y el cielo (Adviento 1 C 2015)

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Jesús dijo a sus discípulos:

– “Habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas;

en la tierra habrá angustia de la gente,

y desesperación por el sonido del mar y del oleaje,

los hombres perderán el sentido por el terror y la ansiedad

de lo que va a sobrevenir al mundo,

porque las fuerzas del cielo se conmoverán.

Y entonces verán al Hijo del hombre viniendo en una nube,

con gran potestad y gloria.

Cuando estas cosas comiencen a suceder,

Pónganse de pie y alcen la cabeza,

porque se aproxima su redención.

¡Estén atentos! que no se les embote el corazón

con los excesos, con el alcohol y con las preocupaciones de esta vida,

no sea que ese día les caiga de repente, como un lazo,

porque sobrevendrá a todos los que habitan sobre la faz de toda la tierra.

Velen en todo tiempo rogando

para que logren escapar de todas estas cosas que van a suceder

y puedan mantenerse en pie en presencia del Hijo del hombre»  (Lc 21, 25-36).

 

Contemplación

“Verán al hijo del hombre viniendo…”

El Hijo del hombre es una expresión que Jesús usa para hablar de sí mismo. De todos los títulos que le dan otros, este es su preferido.

Consuela pensar que al Señor le gusta “ser un hombre”, ser uno de nosotros, de nuestra especie humana.

Por supuesto que Él es especial, pero no por su “ser hombre” –en esto es igual a cualquiera de nosotros, sino por el amor que le puso a este ser hombre. El amor con que se encarnó, eligiendo a su Madre y a José, a su pueblo y a ese momento de la historia.

En ese sentido quizás uno pueda decir que él eligió y nosotros no elegimos. Pero no se si cambia mucho la cosa ya que si me dieran a elegir, elegiría mi misma familia, tal como es, mi historia tal como la viví, no otra. Sí me gustaría haber amado más, pero a esa falta de amor acude el Señor con la gracia del sacramento de la confesión que nos permite vivir amando siempre más: pedir perdón, reparar, son maneras de amar más. (De paso: la confesión no es tanto de este o aquel pecado aislado sino como expresión de no haber amado más a los que amamos).

Lo que quiero decir es que la elección, o mejor la predilección, no es cuestión de optar por unas circunstancias en vez de otras sino por un amor cualitativamente mejor. Y en eso nos emparejamos “en la cancha”, viviendo. No importa mucho haber elegido o no “antes”. El Señor pudo elegir porque vive desde siempre, nosotros no porque no podemos ni siquiera “pensarnos” antes de que se nos regalara la vida.

Así que lo que hizo “antes” de encarnarse no es cuestión “humana”. Una vez dentro de la historia, un vez en el seno de María y en el hogar de José, Jesús es tan hombre como cualquiera de nosotros, ni más ni menos.

Y aquí sí viene lo que cuenta: y es que Él le puso mucho amor a su vida familiar en Nazaret. Lo podemos ver por los frutos, por cómo quedaron “consolados” –transfigurados, santos- para siempre José y María, y Juan el Bautista y Santa Isabel y Zacarías y los pastores y los reyes…

Y si pensamos que el Señor nos sacó alguna ventaja al elegir a la mejor madre y al mejor papá, valoraremos más entonces el hecho de que nos los haya compartido. Su adelantarse en elegir la humanidad no fue sino para ofrecernos la posibilidad de ser parte de su familia: ser sus hermanos, su madre y su padre, como dice de todo el que escucha la palabra de Dios y la pone en práctica.

Andando adelante en esto de “elegir” y querer su humanidad, al pensar en la Cruz no podemos menos de admirar al Señor en silencio, ya que aquí también se nos adelantó: abrazó él mismo la Cruz y fue voluntariamente a la pasión. Lo cual si bien sabemos que es parte de la carne y de la humanidad, no por eso elegimos con decisión y amor la parte de sufrimiento que nos toca.

También eligió el Señor resucitar en cuerpo y alma y ser para toda la eternidad “hijo del hombre”. No se despojó de su carne como si sólo se hubiera “revestido” o la hubiera tomado en préstamo. El Señor es hombre –un hombre- para siempre. Esa fue su opción.

Qué admirar más? Su generosidad para hacerse un niño pequeño, siendo que era Grande?

Su coraje para ir a la muerte por sus amigos, renunciando a su poder sobre la vida y la muerte? O su humildad de seguir siendo hombre para siempre, limitándose en nuestra carne siendo que era puro Espíritu y pura Palabra.

Ciertamente que nuestra humanidad es algo maravilloso y que, en su pequeñez, puede “contener” a Dios. Pero no es menos cierto que a nuestro espíritu hay algo de nuestra carne que a veces sentimos que nos “limita” un poco. No hablemos de enfermedades ni de vejez, que eso en el Cielo no contará. Pero pensemos solamente en las huellas que la historia deja en nuestra carne y que hacen de nosotros “hijos de nuestra historia”. Jesús es el Hijo del Padre y en cuanto tal, todo lo del Padre es suyo y él lo conoce al Padre y el Padre a él y en esta relación viven una plenitud más grande de todo lo que podamos llegar a pensar, cada uno a partir de sus experiencias de lo lindo que es compartir o haber compartido vida con su padre terreno. Esta plenitud, el Señor deja que quede contenida en su otra filiación, la de su humanidad, la de ser hijo de María y de José, hijo de su pueblo y de su historia, hijo de la raza humana.

Este límite de haber vivido sólo su historia –sus cortos 33 años- es su manera de “incluirnos”, de hacernos participar de su vida. Cómo podríamos compartir su relación con el Padre –infinitos los dos- si el Señor no se hubiera limitado para que, siendo él uno más, cada uno pudiera también contar su historia?

En estos días cumplió años un amigo –Domingo- y Clarita, una de sus hijas nos pidió a muchos de la familia y a los amigos que escribiéramos alguna anécdota para hacerle un “foto libro”. Nada más lindo que te pidan esto. Todos los que tratamos de escribir algo coincidimos en un sentimiento: el de que las palabras no alcanzan y sea que uno escriba mucho o menos, que elija una historia u otra, todos venimos a decir lo mismo: que la vida vivida juntos nos supera y que para nosotros, la amistad -como para Serrat y Les Luthiers- es lo primero.

Bueno, por aquí viene la esperanza del Cielo, que para nada será aburrido ya que tendremos todo el tiempo del mundo para contar cada uno su historia y, mejor aún, para que los otros cuenten la nuestra. Y luego, tiempo para escuchar la historia de los demás, especialmente la de aquellos que parecían historias comunes, y con infinito respeto para escuchar las historias que se perdieron en una barcaza de refugiados, en un pueblito de misión, en un trabajo escondido… Veremos la maravilla de cada corazón…

Menos que una eternidad, no sería justo. Que no pudieran hablar todos, no sería digno…

Por supuesto que la Virgen y los santos contarán a todos las suyas, y los adelantos que tenemos ya dan sabor a nuestra vida actual.

Y Jesús contará lo suyo, junto con cada uno de nosotros. El nos hará hablar!

Si el Señor no pudiera ejercitar este “oficio” (que en Emaús tuvo su primer capítulo) el Cielo sí que sería (perdón) aburrido, ya que la Gloria de Dios, nos quedaría demasiado grande, “la veríamos pasar”.

En la metáfora del banquete celestial, aunque no se diga y se hable sólo del “vino nuevo”, está supuesto que lo mejor será, junto con los recibimientos y reconocimientos, el tiempo para poder contar las anécdotas de la vida. En griego “an-écdota” significa “no publicado”, “in-édito”, es decir, no es solo lo “curioso” o lo “fuera de lo común”, sino también lo más lindo y lo mejor de nuestra vida, eso que “nadie publicó”, que quizás ni nosotros mismos sabíamos y que merece un foto libro con todas las maravillas que el Señor hizo con nosotros y con los demás.

Adviento es tiempo de despertar este deseo. De soñar con el “foto libro” evangélico que nos regalarán los otros cuando lleguemos al cielo, con todas las cosas lindas que vivieron a nuestro lado y que, como María con Jesús, tenían “guardadas en el corazón”.

espiritualidad

 

Diego Fares sj

Contra el odio, mucha Misericordia (Domingo 34 B Cristo Rey)

 

Entró de nuevo Pilato  en el Pretorio y llamó a Jesús.

Y le preguntó:

¿Eres tú el rey de los judíos?

Jesús le respondió:

¿Dices esto por ti mismo o bien otros te lo han dicho de mí?

Pilato replicó:

¿Acaso yo soy judío? Tus compatriotas y los sumos sacerdotes son los que te han entregado a mí ¿Qué hiciste?

Jesús respondió:

Mi realeza no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, los que están a mi servicio habrían combatido para que Yo no fuera entregado a los judíos. Pero ahora mi reino no es de aquí.

Pilato le dijo:

Entonces, ¿tú eres rey?

Jesús respondió:

Tú dices que Yo soy rey. Para esto he nacido y he venido al mundo: para testimoniar la verdad. El que es de la verdad escucha mi voz.

Le dice Pilato

¿Qué es la verdad?” (Jn 18, 33-38).

 

Contemplación

Jesús no quizo que “los suyos combatieran” para salvarlo. Jesús reina, va reinando a través de sus amigos y servidores, dando testimonio de la única Verdad: el amor del Padre al mundo. Un amor a todos; un amor para siempre, sin medida, sin condiciones, especialmente dedicado a los pequeñitos que más sufren, incansable a la hora de apostar de nuevo, siempre esperanzado de que los hijos que se alejaron vuelvan y quieran hacer fiesta y se dejen reconciliar; un amor preocupado por su viña, que sale a buscar trabajadores, un amor que confía en que haremos rendir los talentos con que nos dotó; un amor de sembrador que cuida el trigo y no se asusta por la cizaña, un amor de pastor que busca a su ovejita perdida y de madre que amasa el pan de cada día y encuentra las moneditas perdidas.

Por esta verdad Jesús da la vida. La da haciendo los mil pequeños gestos de amor que narran los evangelios y dejando que se la quiten, aunque Él ya la había dado toda y hasta la había convertido en Pan la noche anterior a la pasión, en una Cruz.

Por eso no quizo que los suyos combatieran, es más, los que había elegido ni estaban entrenados para combatir, aunque su amigo Simón Pedro hubiera tenido el gesto de desenvainar una espada que vaya a saber donde había conseguido. Jesús iba y va por otro lado, y los suyos también. Me encantó una frase del Padre Rossi sobre los que quieren “encasillar” al papa Francisco: “no lo entienden. El va por otros rieles”. Los rieles de la caridad que conducen a los hermanos y al Padre.

 

Digo esto porque en muchos corazones, al ver la violencia de los atentados como el de París, surge un espíritu de cierta ironía cuando el papa habla de “misericordia”. Hace unos días el padre Lombardi, su vocero decía “frente al odio, la misericordia”. En una charla de sobremesa, surgió la expresión de que era una frase, digamos “ingenua”, no sé si la frase en sí misma sino dicha a los medios, sin filtro, blanco sobre negro. La escena de Pilato y Jesús se me representó bajo esta luz contrastada. Lo imaginaba a Pilato tratando de hacer entrar en razón al Señor, buscando la manera de negociar algo para no tener que comprometerse matándolo, y el Señor que hace estas declaraciones: de que Él es la Verdad y que es Rey de un reino “paralelo” al romano, tan concreto… Pilato en un momento no lo puede creer y le pregunta si no se da cuenta de que él tiene poder para quitarle la vida o perdonársela, tan simple como eso. Y Jesús que pone las cosas en los términos que San Ignacio llamará mil quinientos años después de “las dos banderas”. O con la misericordia del Padre, que es la verdad que Jesús alza como bandera, o con el odio del demonio, que los violentos alzan como estandarte. Y no hablo solo de los que se inmolan matando inocentes sino también de los que los matan de lejos con sus aviones y sus bombas. Los malditos que fabrican armas y promueven las guerras.

 

“El que es de la verdad escucha mi voz”. Así habla Jesús en esa situación, en que, si no fuera por lo dramática, parecería un discurso ridículo para charlarlo con Pilato. Pero Juan le pone palabras inspiradas por el Espíritu a las escenas que contempló a cierta distancia y que “escuchó” en su corazón. Juan es de los que “escuchan la voz de Jesús” y “lo hacen hablar aunque esté en silencio”. En el evangelio “hablan las situaciones”, “hablan los hechos”. Y Juan, el discípulo predilecto, les ponen palabras porque conoce lo que habla Jesús en su corazón sin necesidad de que las pronuncie audiblemente. Juan es el que nos invita a escuchar todo lo que dijo e hizo Jesús y que no está narrado en su evangelio sino escrito en nuestro corazón y escribiéndose en la historia.

Y estas dos palabras contrapuestas –misericordia contra violencia- son dos palabras que tenemos que escuchar y “traducir” en nuestra vida.

Porque son palabras prácticas, que encarnan en gestos concretos el amor y el odio que pueden quedarse a nivel de sentimiento. La misericordia no deja tiempo a que sólo la sintamos. Si no la ponemos en acto, realizando algún gesto, se aborta y se convierte inmediatamente en oportunidad perdida, en quedarnos mirándonos a nosotros mismos con culpa o tratando de justificar que no hicimos nada, que se nos pasó. La violencia lo mismo: apenas ejercida, vemos con horror que su resultado es peor que lo que sentíamos. Tanto la violencia verbal como la física, producen “daños concretos”. Una palabra dicha con odio, una vez pronunciada, va como un misil: ya no se puede parar; se dirige hacia su objetivo y explota, causando daños que no podemos medir. En eso es igual a un ataque kamikaze, sólo que los daños físicos son más cuantificables.

Misericordia contra violencia. Dos cosas que se hacen con las manos y se sienten en las entrañas.

A partir de ellas se discierne la verdad de dos reinos contrapuestos. Son las palabras que disciernen claramente la realidad.

 

Hay obras de misericordia y obras de violencia.

 

Hay sentimientos de misericordia y sentimientos de violencia.

 

Hay pensamientos de misericordia y pensamientos de violencia.

 

El orden es inverso y el que es de la verdad y escucha la voz de Jesús –atado de manos ante Pilato- sabe ver la secuencia: todo pensamiento de misericordia, por fugaz que sea, repercute en las entrañas, se convierte en sentimiento de compasión y, apenas uno se deja llevar un poquito, da algún fruto, se convierte en gesto de cercanía y llega a ser una Obra, en el sentido de una Institución como nuestros hogares y casas de misericordia.

Lo mismo con la violencia: un pensamiento de violencia, por pequeño que sea –resentimiento o rencor, mal deseo o desprecio, bronca, rabia, odio- toca el higado, lo enciende y enfría el corazón, de manera tal que, si uno se deja llevar, se convierte en gesto, en cara de bronca, en distancia calculada, en comentario sarcástico, en planeamiento de venganza, y a veces se traduce en daños físicos.

 

 

 

En estos días la experiencia de vivir aquí en Europa ha sido particularmente fuerte para mí. Después de nueve meses me decidí a pedir trabajo como voluntario en el Hogar (aquí Centro de Accoglienza) que está en la Iglesia nuestra de San Saba (una de las más antiguas de Roma) donde se alojan 30 hermanos nuestros, la mayoría musulmanes, de paises como Afghanistán, Irán, Pakistán, Senegal, Mauritania y Mali, Niger, Etiopia Camerún…

Entre un miércoles que fui a visitar por primera vez el centro y este último en que comencé mi trabajo (que consiste en estar abajo, con las llaves colgadas al cuello por si hay que abrir o cerrar algo, charlando con la gente, lo cual le permite al encargado estar en la oficina de arriba, con coloquios u otras tareas), ocurrió el atentado en París.

Y es notable cómo hay que hacer un esfuerzo para mirar a las personas a los ojos y no mirar el estereotipo que los medios interponen ante la gente y mis ojos y que está configurado mitad con temor, mitad con sospecha.

Lo que quiero decir es que las obras de violencia están activas y si no se las enfrenta poniéndose uno mismo “manos a la obra” y practicando obras de misericordia, que llenan el corazón y la mente de buenos sentimientos y concentran nuestro pensamiento en mejorar la caridad, el efecto de estas “bombas” repercute en nuestra inteligencia y nos hace sentir sus efectos: los pensamientos de odio y los sentimientos de temor y de venganza, nos explotan dentro y ocupan nuestro interior.

Ante el amor del Señor en la Cruz uno no puede quedar indiferente o como mero espectador, que siente y hace sus razonamientos pero no mete las manos para ayudar. Tampoco ante la violencia extrema y los rostros de las víctimas inocentes. Hay que aumentar, urgentemente, cada uno, su tiempo de trabajo concreto en obras de misericordia. Y perder tiempo “compadeciendo” a otros en la oración y “pensando con juicios de bondad y perdón” (que su buen trabajo nos llevan) cada uno con aquellos con los que tiene diferencias o problemas.

Si no nos ocupamos en estas “obras, sentimientos y pensamientos de misericordia”, el campo lo ocupan los mártires de la violencia. De hecho, cada uno debe examinar cómo siente y como juzga, y ver en qué medida su interior ya es campo minado, listo para explotar en violencias de distinto grado, apenas alguien nos pise el pie.

 

Diego Fares sj

 

 

Dense cuenta (Domingo 33 B 2015)

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(Después de salir del templo, fueron al monte de los Olivos y habiendo llegado, Jesús, se sentó mirando a lo lejos, hacia el templo. Pedro especialmente, pero también Santiago, Juan y Andrés, le preguntaban: Dinos ¿cuándo será el fin, y cuál la señal de que todas estas cosas están por cumplirse?)

Y Jesús comenzó a decirles….:

-En aquellos días, después de la tribulación

(en que los discípulos serán perseguidos

y aborrecidos por todos a causa del nombre de Jesús)

el sol se entenebrecerá

y la luna no dará su esplendor,

las estrellas irán cayendo del cielo

y las fuerzas que están en los cielos se conmoverán.

Entonces verán al Hijo del Hombre

viniendo sobre las nubes, con gran poder y gloria.

El enviará a los ángeles y congregará a sus elegidos desde los cuatro vientos

desde el extremo de la tierra hasta el extremo del cielo.

Aprendan esta parábola, tomada de la higuera:

cuando sus ramas se hacen flexibles y brotan las hojas,

ustedes se dan cuenta de que se acerca el verano.

Así también, cuando vean que suceden todas estas cosas,

dense cuenta que está cerca, a la puerta (el reino de los cielos).

Les aseguro que no pasará esta generación, sin que suceda todo esto.

El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán.

En cuanto a ese día y a la hora,

nadie las conoce,

ni los ángeles del cielo

ni el Hijo, nadie sino el Padre (Mc 13, 24-32).

Contemplación

Dense cuenta. Es una de esas frases de Jesús que por ahí pasan de largo y, precisamente esta, es de esas de las que “hay que darse cuenta”. Este “darse cuenta” integra ese universo del “velar” por los que tenemos a cargo, estar atentos a la venida del Esposo, vigilar porque el diablo siempre busca por donde entrarnos… Pero el “dense cuenta” tiene algo especial. Es de algo que sólo el Padre conoce. Nadie más. Ni los ángeles, ni Jesús! Es un sentido para darse cuenta cuando sucede algo único, desacostumbrado. Porque el último día –tanto el último último como el de cada época, el de cada familia y el de cada vída, siempre es “desacostumbrado”. Así como un nacimiento les cambia todo a los papás, y aunque el mundo sigue igual con un niño más a ellos les cambió la vida totalmente, así también sucede cuando muere un ser querido. El mundo sigue más o menos igual, con uno menos, pero el que ama sabe que su mundo terminó. Aunque luego pueda renacer y seguir adelante, pero un mundo terminó (en el atentado terrorista de anoche en Francia, una argentina decía que París ya no era una fiesta, que trágicamente eso había terminado).

El Señor aprovecha esta “sentido del momento único” que todos tenemos, para enseñarnos a usarlo para descubrir la llegada del Reino. Por eso este evangelio no es “del fin del mundo” solamente ni es eso lo más importante, porque a los que les toque lo compartirán con todos en general y de manera íntima sólo con el que tengan al lado.

Jesús es Maestro, pero más que un maestro de costumbres morales es el Maestro del tiempo.

Nos enseña a captar los signos de los tiempos con ese “dense cuenta”, tan simple.

El está siempre con nosotros, como prometió. Pero no de una manera ostensible.

Su modo de estar es “hacerse sentir” cuando hace falta que “nos demos cuenta”.

Por si no lo sabíamos, es Él el que nos hace dar cuenta. No sos vos ni tenés que decir “qué bárbaro! Menos mal que me di cuenta” o “qué cosa. No me había dado cuenta”… Es Él, el Maestro, que en muchos momentos importantes “hace que te des cuenta”.

Desaparece rápido, como en Emaús. Pero es Él.

Dense cuenta de que está cerca el Reino.

Estas son las palabras que “no pasan”. Porque Jesús las dice en el momento justo y luego se va. Pero son esas palabras “centro”, que coagulan una historia entera, que deciden la vida de un país o de una familia, son de esas palabras que le bastan a un santo para hacerse tal.

Son palabras giratorias, que nos hacen cambiar de dirección.

Son palabras como un sol, que amanece y lo ilumina todo mansamente y palabras relámpago, que en un instante lo iluminan todo y bastan para orientarse luego en la oscuridad de los tiempos.

Jesús usa este dense cuenta también en el lavatorio de los pies. Allí lo hace en forma de pregunta: “Se han dado cuenta de lo que he hecho?”. Se habían dado cuenta, por supuesto, pero el Maestro quiso reforzarlo para que tomaran conciencia y no se les olvidara más.

La Iglesia es fiel en esto de “compartir” con todas las generaciones esas cosas de las que Jesús quiso que nos diéramos cuenta para que las conserváramos para siempre.

No son cosas para escribir un tratado de moral acerca de la humildad o el servicio. Son algo más grande: es el Reino que Jesús hace presente y el que se da cuenta, atesora ese momento y él mismo lo va convirtiendo en vida. Las palabras del Señor no son para escribir tratados abstractos. Tomemos por ejemplo la respuesta de Jesús a los que le plantean la cuestión del divorcio. El Señor dice: “dense cuenta, en el principio no era así…” Estas son palabras para que cada pareja de jóvenes que se quiere casar, se avive de que el amor es para siempre, de que el amor es fiel. No son palabras dirigidas a los “escribas de la historia” que transforman en letra muerta lo que es espíritu y vida.

El papa Francisco lo dijo al finalizar el sínodo y viene bien leerlo aquí, con este espíritu de “démonos cuenta”. Dice al terminar:

“Queridos Hermanos: La experiencia del Sínodo también nos ha hecho comprender mejor (darnos cuenta) que los verdaderos defensores de la doctrina no son los que defienden la letra sino el espíritu; no las ideas, sino el hombre; no las fórmulas sino la gratuidad del amor de Dios y de su perdón. Esto no significa en modo alguno disminuir la importancia de las fórmulas: son necesarias; la importancia de las leyes y de los mandamientos divinos, sino exaltar (darnos cuenta de) la grandeza del verdadero Dios que no nos trata según nuestros méritos, ni tampoco conforme a nuestras obras, sino únicamente según la generosidad sin límites de su misericordia. Significa superar las tentaciones constantes del hermano mayor  y de los obreros celosos. Más aún, significa valorar más las leyes y los mandamientos, creados para el hombre y no al contrario. (Démonos cuenta de que) El primer deber de la Iglesia no es distribuir condenas o anatemas sino proclamar la misericordia de Dios, de llamar a la conversión y de conducir a todos los hombres a la salvación del Señor”.

……….

Cuáles son esas “cosas” principales sobre las cuales Jesús quiere que nos avivemos?

Jesús nos habla del Espíritu: dice que el mundo “no se da cuenta” pero nosotros sí, lo conocemos, porque él habita en nosotros.

Jesús también nos habla del Padre: si se dan cuenta quién soy Yo también se darán cuenta del Padre.

También nos aviva de las persecuciones, para que no nos quiten la paz: dense cuenta de que si el mundo me odió a mí también los odiará a ustedes…

Dos grandes apóstoles nos comparten su experiencia de Cristo en este sentido, haciéndonos ver lo central de lo que ellos se dieron cuenta.

Pablo, en la carta a los Corintios, nos aviva del empobrecerse de Jesús para enriquecernos a nosotros: Ustedes saben que Jesús, siendo rico, se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza…

Y Juan nos comparte el criterio cristiano por excelencia: En esto ustedes se pueden dar cuenta de lo que es Espíritu de Dios: el que confiesa que Jesús vino en la carne, ese es de Dios.

Así, “nos damos cuenta” de lo que hay que darse cuenta para ser cristiano. Nos damos cuenta cómo es Jesús: que Él mismo nos enseña a darnos cuenta. Jesús que se quedó “encarnado” y por eso “es pobre” su modo de hacer que vayamos entendiendo. Hay que avivarse que Él está (eso es “venido en carne”, eso es la Eucaristía de cada domingo).

Si aprendés a leer esos signos pequeños, en los que Él se empobrece y te enriquece en un momento, si te das cuenta, es tan linda la vida! Pasa a ser un Reino. De verdad.

……..

Me permito un excurso que viene a cuento de este deseo del reino.

Ahora que hay elecciones uno percibe en la gente esas ganas de vivir en un reino, donde alguien se haga cargo de los problemas y con los más buenos y capaces se ponga a trabajar. Eso nos basta. No pretendemos uno que arregle todo, sino que uno sienta que se levanta y se pone a trabajar a nuestro lado, como uno más. Uno ve las ganas del pueblo de vivir en un reino de paz y justicia, de trabajo y fiesta, de salud y cuidado de los más pobres, de esperanza de buenas escuelas para los chicos y un hogar digno para las mamás jóvenes y para los abuelos.

Ojalá se den cuenta los políticos que los votamos a ellos, a uno en concreto, porque son lo que hay. Pero cuando un pueblo vota, vota mucho, muchísimo más. Votamos el deseo de vivir en un reino y no en un país del sálvese quien pueda ni en un país por la mitad, el de la mitad más uno contra la mitad menos uno. Ganará el que más sintamos que es el capaz de “darse cuenta” de lo que votamos y ojalá que si se dio cuenta (que no puede no darse cuenta) se deje transformar por el sueño de su pueblo y no mire sólo a los cuervos y muertos vivientes que se le querrán pegar.

….

Terminamos agradeciendo a los santos.

Los santos nos enseñan, cada uno, algo de “lo que se dieron cuenta”…

Hurtado, que “el pobre es Cristo” (y que el sentido del pobre es la esencia del cristianismo).

Teresita, que Dios se ha enamorado de nuestra pequeñez y en las pequeñas cosas podemos agradar al Padre.

Madre Teresa, que tocar la carne de los pobres es como tocar la Eucaristía y que se pueden hacer cotidianamente pequeños gestos con gran amor.

Ignacio, que uno puede discernir las alegrías duraderas de las que solo pasan y que el buen espíritu siempre nos da paz (y que no hay que hacer mudanza en tiempo de desolación).

Fabro, que si uno tiene vida activa, es bueno rezar en medio de las cosas, pidiendo las gracias que uno necesita para hacer bien su tarea, y no querer rezar como si uno fuera un contemplativo.

San José, que él sueña con nuestros problemas y vela por todos y por todo.

La Virgen, que sus ojos ven lo que se nos perdió, si nos falta vino, si se nos escapó Jesús…

Los ojos de la Virgen hacen que “nos demos cuenta”, que nos acordemos, que veamos, que encontremos,  dónde está eso de Jesús que se nos perdió.

Y vos, ¿de qué te diste cuenta que nos pueda ayudar a todos a querer más a Jesús?

 

Diego Fares sj

Las dos moneditas (Domingo 32 B 2015)

 

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Jesús enseñaba a la multitud:

«Cuídense de los escribas, a quienes les gusta pasearse con largas vestiduras, ser saludados en las plazas y ocupar los primeros asientos en las sinagogas y los banquetes; que devoran los bienes de las viudas y fingen hacer largas oraciones. Estos serán juzgados con más severidad.»

 

Jesús se sentó frente a la sala del tesoro del Templo y miraba cómo la gente depositaba su limosna. Muchos ricos daban en abundancia. Llegó una viuda de condición humilde y colocó dos pequeñas monedas de cobre.

Entonces él llamó a sus discípulos y les dijo: «Les aseguro que esta pobre viuda ha puesto más que cualquiera de los otros, porque todos han dado de lo que les sobraba, pero ella, de su indigencia, dio todo lo que poseía, todo lo que tenía para vivir» (Mc 12, 38-44).

 

Contemplación

Me llamó la atención la observación “muchos ricos daban en abundancia”. Jesús no juzga la abundancia sino que contrapone la actitud de dar de lo que a uno le sobra con la de dar todo lo que uno tiene para vivir. Por el contexto se ve que Jesús buscó un ejemplo en esta mujer sencilla del pueblo de Dios para corroborar la enseñanza que les estaba dando a sus discípulos acerca de cuidarse de los escribas. Iba a traducir “intelectuales” en el sentido de los que conocían las escrituras, pero me llamó la atención lo de que “devoran los bienes de las viudas”. Los que sabían escribir eran personajes muy importantes ya que desempeñaban todo tipo de funciones: una de ellas era ser “escribanos” ya que se ocupaban de firmar las cuestiones de herencias de bienes (por eso la mala fama de hacer negocios con las pobres mujeres que quedaban viudas, engañándolas con las herencias. Eran también “notarios públicos” y daban sentencias de divorcio… Eran también los copistas de los textos sagrados, tarea de gran importancia que hacía que la gente los llamara “maestros”. Los había al servicio de los saduceos y de los fariseos, lo cual quiere decir que su oficio y su técnica les permitía tener poder en todo tipo de trabajos y servir a distintas ideologías. En el mundo de hoy, que está mucho más diversificado, existen también estos “expertos” en, por ejemplo, la “escritura informática”, que luego se aplica a todo. Pero no tienen poder “judicial” diríamos, como los escribas. Eso sí, te pueden “robar” documentos. Como dice hoy el escriba que se dedica a publicar documentos robados del vaticano que transforma en éxitos editoriales. La periodista le pregunta si no teme represalias legales por usar material robado o sustraído en forma ilícita y él responde: “¡No son materiales robados! Robar significa ir a su casa y robarle un anillo. Pero si a mí me dieron estos papeles personas que tenían su plena disponibilidad, no fue robado nada. Estas personas que me dieron estos papeles, los tenían ellos para su trabajo. Si un ministro argentino la llama y le muestra unos documentos, se los hace leer y son interesantes, los publica en su diario, ¿no?”. Bueno, esto para ejemplificar nomás un tipo de poder que tienen “los escribas” modernos, los que manejan los papeles, la información, y la usan para ganar dinero.

 

Este tipo de actitud que en oficios variados termina en “devorar plata”, el Señor la contrapone a la de “dar lo que uno tiene para comer”. Eso significan las dos moneditas de la viuda que tenía que salir a trabajar para ganarse la vida. Me gusta pensar que trabajaría limpiando casas y, entre una y otra, pasó por el templo y dio las dos moneditas que le habían pagado y que serían para comprarse un sangüichito antes de ira a la otra casa (para no dramatizar con que: “si uno da todo, qué! se tiene que morir de hambre?). También me gusta pensar que las soltó de a una (no como los que vaciaban la bolsa haciendo ruido) y que las moneditas de cobre “tintinearon en el corazón de Jesús”, sin hacer ruido entre las otras monedas de oro y plata. Al soltar una habrá sentido ganas de quedarse con la otra…. Pero cuando uno tiene tan poquito, mejor darlo todo. Qué iba a hacer con solo una monedita. Y se fue a seguir trabajando.

Esta es la actitud que alaba Jesús. Y nos la alaba a nosotros. A ella no es que fue y la felicitó ni le sacaron una foto para que salieran en los diarios (aunque algo así pasó, y en realidad mucho más grande, porque Jesús la hizo famosa sin que ella ni se enterara y más que en los medios, su imagen quedó entre las “buenas noticias” del evangelio, que no son un “medio” más sino “el medio de comunicación para toda la historia”).

 

La cuestión de las manos de la mujer que suelta las moneditas es la cuestión de tomarle el gusto a dar. Hay un gusto en las manos y es el que siente la palma al recibir y los dedos al apretar suavemente, una por una, las cosas que uno recibe. Y también hay un gusto en dar, en soltar y ver como una cosa amada vuela para que la reciba otro. En la familia este gusto es tan básico como el del niño pequeñito al que la mamá le da un juguete y el niño lo toca, lo aprieta un poquito, y se lo devuelve a su mamá mirándola y sonriendo y más aún, cuando le da un caramelo, se lo mete en la boca y luego se lo saca y se lo da a la mamá! Es el gusto que se experimenta al entrar en el dinamismo de dar lo que se recibe, inmediatamente, en una atmósfera que envuelve las cosas entre dos miradas y las hace ir y venir como expresión del cariño y del regocijo del juego. No hay que olvidar que esta experiencia es más básica que la que viene luego, en la que el bebé agarra las cosas y no las quiere soltar y hay que enseñarle a compartir. Se puede enseñar porque está la otra experiencia, que es la del amor que todo lo tiene en común. En ese amor vinimos a la vida y tenemos que hacernos como niños muy pequeñitos para volver a experimentarlo. Es esencial que cada uno se conecta con estas experiencias que son suyas, como sea que las haya tenido (que si no estaría vivo ahora), porque nos han convencido que somos “seres consumistas” y no es verdad. A al menos es sólo media verdad. Materialmente diría que somos “mitad y mitad”. Todo organismo viviente consume energía para gastarla en vivir y se multiplica en otros. En la naturaleza nada vive para sí. Y no es que tenga mérito ni espera aplauso un granito de trigo que muere para dar fruto. Sólo a un ser autoconsciente y libre se le puede ocurrir en un momento dado la peregrina idea de no devolverle el dulce a su mamá y de agarrar la pelota porque es suya y terminar el juego ante la cara asombrada de sus compañeritos. Y si no hay quien te enseñe con paciencia y amor que no te podés quedar en esa “etapa” –necesaria para valorar que podés dar en libertad, no porque estés obligado ni porque “sos así” como las plantitas- y tenés la desgracia de llegar a ser, digamos, cardenal, podés terminar refaccionando un departamento en el que podría entrar una barcaza de refugiados, para vivir vos solo, y decir que “es lo que hacen todos”. La tendencia a “devorar bienes” es espiritual, no material, y es intermedia, entre un haber experimentado que en el amor de familia todo es común y la decisión de compartir libremente con los demás. Pongo el ejemplo del cardenal porque es lo que está de moda, pero el Señor nos dice que en esto, cada uno se mire a sí mismo y mire más cerca. Porque no es cuestión sólo de quien devora haciendas sino también del pequeño parásito que devora pequeños trocitos de vida y no da nada a los demás.

Jesús, con el ejemplo de la mujer que, sin tener nada asegurado para sí, porque eso era ser viuda en Israel, lo dio todo aquel día, lo que quiere es devolvernos el gusto de dar. La libertad que nos hace levantar la mirada de las cosas, en las que nos autoexperimentamos, y experimentar la mirada de los demás.

 

Termino con las dos moneditas. Por un lado son “todo”, pero también son “lo pequeño”, lo fugaz, lo que en dos horitas de trabajo la mujer podía recuperar.

Y esto va a que a veces somos capaces de dar la vida pero no las dos moneditas.

Las dos moneditas del subte –obvio- porque es incómodo rebuscar en el bolsillo o en la cartera.

Pero también…

Las dos monedas de jugar un ratito con tus hijos aunque estés muerto de cansancio.

Las dos moneditas de tu saludo y de tu sonrisa al que no te cae tan simpático en el trabajo.

Las dos moneditas de la palabra de consideración que el otro está esperando y que no te cuestan nada.

Las dos moneditas de detenerte un momento al ritmo del otro que trabaja más lento o requiere de tu tiempo.

Las dos moneditas del peaje que el que tiene a cargo un sector te solicita aunque vos seas amigo del jefe.

Las dos moneditas –la del orgullo –que tiene grabada tu cara de superioridad- y la del resentimiento – que tiene grabada tu cara de inferioridad- que en realidad son una sola –las dos caras de la misma moneda- en la que el referente cambiario sos vos y cuanto antes la sueltes mejor: qué libertad en soltar esta monedita que suele estar pegada en el fondo de la olla del corazón y en las pequeñas ocasiones “tintinea” como si fuera un mexicano de oro y no es nada más que nuestra pequeña vanidad.

También están –pero no para intercambiar, sino para fundir- las dos moneditas que tienen grabados los insultos a nuestros hermanos: una dice “racca” que significa “tonto” y es equivalente a nuestro “bolu…”; la otra tiene grabado “moros”, que significa “idiota” y sería equivalente a nuestro “pelot…”. Es decir: las palabras en sí mismas no varían mucho (aunque la segunda tenga un ligero matiz que califica la intención del otro como que lo hace a propósito y por eso es más grave); lo que Jesús condena es toda calificación del otro que brote de la ira y es mejor no intentar pasar el detector de metales del reino con estas moneditas porque, aunque ponga cara de “ni sabía que las tenía en el bolsillo”, con esas no pasás. Y ni hablemos si te ponés a defender que tenés todo el derecho… porque el otro “realmente” es así…

….

Una imagen que es digna de estar en el evangelio ahora que Luis Martín es santo, siempre será para mí la imagen de Teresita que baja las escaleras como una princesa, enjugando con un poquito de rabia las lágrimas que se le saltaron cuando escuchó que su papá (cansado de dar las dos moneditas del rito repetido de aplaudir cuando sus hijas desenvolvían los regalos de Navidad) decía por lo bajo “menos mal que es el último año”. Teresita cuenta que: para agradar a Jesús le gustaba realizar “muchos pequeños servicios, pero si Celina –su hermana querida- tenía la desgracia de no parecer feliz y sorprendida por mis pequeños servicios, yo no estaba contenta y se lo hacía saber con mis lágrimas…” Y agrega: “Debido a mi extremada sensibilidad, era verdaderamente insoportable”. Esta Teresita, en vez de resentirse con su papá (cuya santidad, como vemos, tenía también esas desatenciones que cotidianamente tenemos en familia), nos cuenta cómo: “reprimiendo las lágrimas, bajé rápidamente la escalera, y conteniendo los latidos del corazón, tomé los zapatos y, poniéndolos delante de papá, fui sacando alegremente todos los regalos, con el aire feliz de una reina. Papá reía, recobrado ya su buen humor, y Celina creía estar soñando … Felizmente, era un hermosa realidad! Sentí, en una palabra, que entraba en mi corazón la caridad, sentí la necesidad de olvidarme de mí misma para dar gusto a los demás, ¡y desde entonces fui feliz…!

Siempre vuelvo a esta escena porque no es una viuda sino una niña el ejemplo de dos moneditas muy especiales que podemos dar: la monedita que no tiene ninguna imagen nuestra, porque es la monedita del olvido de uno mismo, y la monedita que tiene la imagen sonriente de nuestra felicidad (aunque haya lágrimas escondidas, en las monedas es mejor poner nuestra sonrisa más linda y no es ninguna falsedad “lavarse la cara aunque uno esté ayunando y pariéndolas). Son las dos caras de una misma moneda –la del olvido y la de la sonrisa- que se llama caridad. Es poquita cosa. Se gasta y se recobra muchas veces por día. Con una sola basta para comprar la entrada al reino de Jesús. Se puede intercambiar llevando algún producto no perecedero (en el sentido del reino, se entiende) como vasitos de agua evangélicos, saludito al que no te saluda, otras mejillas, mantos, cuadras de más caminadas por acompañar… oraciones por los enemigos…

 

Diego Fares sj