Cuestiones de Familia (Domingo 29 B 2015)

beatos_celia_y_luis_martin_33                                                                                                             Papás de Teresita

                       

Andaban en el camino, subiendo a Jerusalén.

Jesús se les adelantaba y ellos se asombraban. Le seguían pero tenían miedo.

Y tomando consigo de nuevo a los Doce … (les anuncia por tercera vez la pasión)

Se le acercan entonces Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, y le dicen:

Maestro, queremos que lo que te vamos a pedir lo hagas con nosotros.

El les dijo:

¿Y qué quieren que haga Yo con ustedes?

Ellos le dijeron:

Concédenos que nos sentemos, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda, en tu Gloria.

Jesús les dijo:

No saben lo que están pidiendo. ¿Pueden beber el cáliz que yo he de beber o ser bautizados con el bautismo con que Yo voy a ser bautizado?

Podemos – le respondieron ellos.

Pero Jesús dijo:

El cáliz que yo bebo, ustedes lo beberán y con el bautismo con que voy a ser bautizado, serán bautizados también ustedes, pero hacer que alguien se siente a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo; es para quienes está preparado.

Los otros diez, como escucharon esto, comenzaron a indignarse con Santiago y Juan.

Jesús, llamándolos junto a sí les dice: Ustedes saben que

los que figuran como jefes de las naciones

los tratan despóticamente como si fueran sus dueños absolutos

y los grandes (de las naciones) las oprimen, abusando de su poder y autoridad contra ellos.

No es así entre ustedes:

sino que el que quiera convertirse en el más grande entre ustedes,

será su servidor (diakono)

y el que quiera ser el primero entre ustedes,

será siervo de todos.

Porque el Hijo del hombre no vino para ser servido

sino para dar su vida en rescate por muchos (Mc 10, 35-45).

 

Contemplación

En la fiesta de canonización de los papás de Santa Teresita, meditamos sobre la Familia.

La muerte temprana de la mamá de Teresita la hizo sentir siempre en esta vida como en «exilio». La frase «la vida es una nave, no una casa» le daba coraje desde pequeña para ayudarla «a soportar el exilio«. Decía Teresa: «cuando pienso en estas cosas mi alma se sumerge en lo infinito y me siento como si tocara ya la rivera eterna. Me parece recibir los abrazos de Jesús… Creo ver a Mi Madre del Cielo viniendo a mi encuentro con Papá… Mamá… los cuatro pequeños ángeles… Creo gozar por fin para siempre de la verdadera, de la eterna vida en familia…«

……….

Es un lugar común, al menos en la Iglesia, hablar de que “hay que defender a la familia”. Sin embargo, en la contemplación de hoy, antes de pensar en defender, vamos a ir más bien por el lado contemplativo: “es bueno prestar atención a la familia, porque es ella la que nos defiende a nosotros, es de las familias reales, con sus virtudes y defectos, de las que debemos aprender para mejorar todo lo demás: Iglesia, sociedad, política…

Algo para notar.

¿Se han fijado que cuando una persona habla de su familia todos prestamos atención? Si una persona habla de sí misma o de la situación política en general, a veces uno se interesa y otras veces no… pero cuando alguien dice “en mi familia…” es como si sonara una palabra mágica, una palabra que despierta en nosotros una atención especial.

Cada uno puede reflexionar, mirando en su corazón, el por qué de esta fuerza de atracción de la palabra “familia”.

Yo saco lo siguiente: cuando alguien dice «en mi familia» uno para la oreja porque siente que se dirá algo que, por un lado es muy personal, pero por otro, uno puede comparar, porque la estructura familiar es común a todos. Creo que la relación padres-hijos-hermanos-abuelos-tíos-primos… es tan inmediata que uno la vive y no la tematiza. Por eso cuando sale el tema, todos vemos una oportunidad de «tematizar» algo que nos involucra y nos apasiona a todos: nuestra familia.

Estando en Italia, una experiencia fuerte es que la política, por ejemplo, cuesta mucho entenderla. Los nombres de los políticos y de los partidos, para mí, no tienen «historia afectiva» y siento que me pierdo esos matices que, en un debate por televisión como el que hubo en nuestra patria hace poco, son lo primero que capto. Algo parecido me sucede con los otros temas: no conozco la estructura, digamos, de las rivalidades futbolísticas ni de las relaciones entre los personajes del cine y la tv. En cambio, basta ir a almorzar a una casa de familia para percibir inmediatamente, no sólo cómo es cada persona sino su rol en esa familia. Con el tiempo, voy conociendo detalles de la historia de cada uno, pero siento que ya tenía un «molde común» en el que puedo incorporar todo lo que es parecido y todo lo que es diverso de mi propia experiencia familiar.

La familia, con sus roles claros (por presencia o por ausencia, por bondad o por defectos) no es un tema más. Es la estructura concreta y viviente en la que «vivimos, nos movemos y existimos». Pablo dice esta frase refiriéndose a Dios -«en El vivimos…-«, pero  creo que podemos aprovechar que utiliza el plural para meternos allí como familia: en Dios vivimos como familia, no como suma de individuos aislados.

Hablar de la familia es hablar de algo concretísimo y universal, entendible fácilmente y siempre misterioso, con roles que son los mismos desde siempre y que sin embargo varían tanto culturalmente… La familia es un tema que nos afecta a todos, que siempre nos interesa, un tema sobre el que cada uno tiene derecho e interés en opinar.

Cuando alguien dice “mi padre… tal cosa”, cada uno compara espontáneamente con “su padre”. Y si otro cuenta: “en casa, mis hermanas o mis hermanos… tal cosa”, cada uno piensa en sus hermanos y en sus hermanas y compara, elabora, reflexiona…

Este solo hecho, del interés que nos despierta, bastaría para establecer la importancia única de la familia. La fuerza que tiene. Su vitalidad.

Me atrevería a decir que “lo único real es la familia”. Entre lo limitado, lo fugaz y lo intransferible de la vida de cada individuo y la marea anónima y en cierto modo previsible de las multitudes, se encuentra nuestra familia. Nuestra familia: la pequeña, el núcleo más íntimo de papás y hermanos, y la grande: con abuelos, tíos, primos, parientes políticos, amigos, compañeros de obra apostólica, fieles de la parroquia. Lo único real.

Lo afirma la sabiduría popular, cuando dice que “al final, lo único que tenés es tu familia”. Gracias a nuestra familia vinimos a la vida y somos lo que somos. Gracias a la familia podemos ir y venir, porque sabemos que está. Es la familia la que nos cuida con cariño totalmente dedicado al principio y al final. Y cuando no está, cuando no hay casa a la cual volver ni familia con la cual contar (y a la que le podemos contar lo que nos pasó en la vida), uno se deja morir, como sucedía en el 2006 (en la primera versión de esta contemplación) a uno de nuestros huéspedes del Hogar, que no estaba clínicamente grave pero no se conectaba con el mundo. Con los ojos abiertos te miraba pero sin querer verte. Es que su familia, de la que había vivido alejado mucho tiempo, lo  había ido a visitar, sí, pero solo una vez, al hospital y no habían vuelto más. Una voluntaria “pescó” lo que le pasaba. Y la médica a la que se lo comentó, le confirmó que era esa «la enfermedad». Sin familia…, para qué vivir.

Al ver a una persona en situación de calle, uno tiene que saber ver primero lo más hondo: antes de ver a una persona que hace de la vereda su habitat precario, con sus pertenencias, sus restos de comida y su falta de limpieza, hay que ver un drama familiar. El mensaje es: no tengo familia o me peleé con mi familia o la abandoné y me abandonaron o no la puedo o no la quiero buscar…

Sin familia no hay historia ni proyectos. La memoria es puro reproche y dolor. El futuro es algo que no se desea. Solo te queda el día. Y es tan desolador el panorama de un día vacío… se llena de tantos fantasmas y de tantas angustias, que la persona se tiene que evadir de alguna manera: en la locura o en el alcohol. El hambre de familia es el hambre más voraz.

Por eso la respuesta a este hambre y a este «grito sin sonido» -grito de restos dispersos de lo que en una familia estaría ordenado en una cama y una mesa- no es darle de comer en la calle sino hacer un Hogar. Y allí se ve que toda una comunidad organizada con infinito esfuerzo y diversidad de roles, no alcanza a cubrir lo que una familia hace cotidianamente de manera natural.

Lo mismo sucede con los enfermos de la Casa de la Bondad: se necesitan decenas de voluntarios para cubrir el tiempo que, cuando hay familia, una sola persona puede cubrir, ya sea porque sabe que hay otro que la puede suplir pero no se lo pide para que el otro descanse, ya sea porque sabe que no hay nadie más y entonces uno solo «cubre todos los roles». Pero no hay que equivocarse: esa persona que cuida a su familiar enfermo, no es un individuo aislado que cuida a otro individuo aislado, es alguien que tiene en su corazón toda su estructura familiar y mientras cuida al enfermo, dialoga interiormente con el resto de la familia que no está, esperando a que vuelva uno o en honor a los que ya no están, pero un día estuvieron e hicieron lo mismo por ella.

Qué tiene que ver todo esto con el evangelio de hoy?

Todo. Porque Santiago y Juan nunca tendrían que haber usado a su madre para pedirle puestos a Jesús y tampoco daba la situación para que los otros se indignaran tanto, porque el hecho de haber llevado a la mamá indica que no entendían nada pero estaban relacionados con Jesús con toda su familia, lo suyo no era cuestión ideológica nomás.

La respuesta del Señor es clara: «entre ustedes la relación no es así». No es relación interesada, como las que establecen los que quieren poder y riqueza, sino relación familiar: la única donde el servicio es gratuitamente por amor. Solo en la familia experimentamos la verdad de que el primero es el último: en la servicialidad total y amorosa de nuestros padres que nos acogieron a la vida y formaron un hogar para nosotros. En las demás estructuras, aún en las de Iglesia, siempre hay que estar cuidando y reordenando los roles, porque el que parece ser el más desinteresado, en algún momento muestra la hilacha y se agarra a un puestito o a un espacio o se lamenta de que no lo tuvieron en cuenta. Imaginemos en nuestra familia que un buen día nuestra madre o nuestro padre vinieran y nos pasaran factura de todo lo que cocinaron o trabajaron por nosotros. Y si alguno dice: «Claro que a veces lo hacen», si no pesca por sí mismo la diferencia entre las facturas que en la familia se pasan por cariño (no perfecto, por supuesto, pero cariño), para que el otro mejore como persona siendo agradecido, y las facturas que se pasan justamente por no sentirse de la familia, porque uno pretendía otro puesto y otro espacio de poder, si uno no lo pesca por sí mismo, entonces nadie se lo puede enseñar.

Para mi es muy significativo el hecho de que Santiago y Juan hayan llevado a su madre ante Jesús. Quiere decir que el Señor se había vuelto parte de su familia. Por eso el Señor les puede «enseñar» estos valores del Reino -el servicio desinteresado, el perdón siempre vuelto a pedir y a dar, el agradecimiento por los pequeños…-: son valores de familia y Él los aprendió en la suya, con María, su madre y su padre José (y sus abuelos y tíos y primos -que para los hebreos, como para los chinos, se llaman hermanos: «los hijos de mi hermano son hermanos de mis hijos», me decía una mamá china).

Es de esta experiencia de familia de donde nos brotan los hogares y las casas de la bondad, como el tesoro más precioso de nuestras vidas, ese que sentimos que a nadie –en justicia- le puede faltar. Nuestra familia apostólica, la que elegimos formar y sostener con otros, voluntariamente, cobijando, dando vida y cuidando a los demás, brota de una gratitud muy grande para con la propia familia y de una convicción –no siempre reflexionada en toda su riqueza- de la fuerza y el valor que tiene la familia.

Estas familias que fundamos y organizamos y agrandamos son lo más real en este mundo en que todo va pasando a ser virtual. Son “lo concreto” entre los individuos aislados y las multitudes inabarcables.

En estas familias apostólicas se puede respirar,

se puede compartir,

se puede soñar,

se puede realizar,

se puede perdonar y comenzar de nuevo cada día.

En estas comunidades los rostros desfigurados se van dibujando de nuevo, nos vamos aprendiendo los nombres.

Gente que ya no contaba pasa a ser el tema de la mesa de una familia que no los conocía. ..

La vida que por un lado se desmadeja, por este vuelve a ser tejida.

El evangelio de hoy entra aquí sin muchas más palabras. Jesús ya dijo lo que hay que decir. Ya nos dio el único verbo que hay que conjugar en todos los tiempos y personas. Servir.

Hoy sirvo yo (“quién sino yo, cuándo sino ahora”).

“Podrías servir vos?”.

“Vamos a servir nosotros”.

“Él es siempre el más servicial”.

“La mejor manera de que sirvamos será…”,

“Esto que intentamos no le sirvió, vamos a tener que probar otra cosa”…

Los criterios de nuestras familias apostólicas –de nuestros hogares, de nuestras casas de la bondad, de la Compañía, de la Capilla, del grupo apostólico…- no son los criterios del poder. No se trata de quién se sienta a la derecha y quién a la izquierda. No se trata de figurar como jefe ni de ser de los grandes o de los primeros. No se trata de adueñarse. No es problema no ser o no ser autoridad.

En la mesa familiar el que se sienta más cerquita de otro es por cariño y no por figurar.

El que trabaja más es porque lo siente, no para que lo mencionen.

El aplauso se los lleva el asador y eso no implica que se postule para ningún puesto.

En la casa los papás ni se les pasa por la cabeza lo de ser dueños, que menciona Jesús.

Quién mejor que un padre o una madre sabe que no es dueño, sino más bien esclavo de su amor incondicional por los hijos.

Y con esto de «esclavos» me acuerdo de dos papás que se pasaron tres meses “internados” en terapia con su bebé, literalmente atados a la cunita día y noche, mal turnándose para cuidarlo por no querer “irse” ni por un ratito, a los que les pregunté (para ayudarles a expresar lo que sentían, no para tener una respuesta a algo): “y cómo hacen para aguantar tanto”. Me respondió la mamá:  “¿Y qué otra cosa podríamos hacer sino estar aquí?”. Fue un año en que por ir a visitar a un bebé en la terapia de un hospital cercano me quedé pegado tres meses con un grupo de papás y mamás que cuidaban a cinco chicos allí internados. Iba todos los días un ratito y como que era más fuerte que yo el tener que ir, contagiado quizás por esa imagen de esclavitud amorosa de ellos. Fue una gracia especial, que no siempre se da, o que no siempre uno recibe y cultiva.

El criterio, pues, de familia apostólica, es el servicio. Pero no porque “trabajar” es bueno. Tampoco se trata de cualquier servicio. El servicio del que habla el Señor es el que uno brinda como familia. Por eso “los instrumentos” del servicio tienen que tener también “aire de familia”. Y si a alguno esto le suena como a que se afloja la eficiencia o se debilitan los roles, es porque no está sintiendo bien lo que es la familia.

No hay organización más eficiente en este planeta que la de una familia en funcionamiento.

Basta pensar en la propia, un día de colegio por la mañana, por ejemplo.

Y no hay roles más claros y bien dibujados (en el corazón de carne de cada uno y no en ninguna tabla de piedra o sitio de internet) que el de padre, madre, hijo, hermanos, abuelos, tíos y primos.

Los roles y la organización de la familia es algo de lo que hay que primero aprender antes de querer “mejorar” externamente con ayuda de modelos de gestión o roles tomados de otras organizaciones. La familia es el lugar vital donde se digiere y asimila o se rechaza todo otro modelo –individual o social- que siempre está un poco más “afuera” que el núcleo vital donde surge, crece y se fortalece la vida humana,  personal y socialmente.

La fuerza institucional de la familia proviene de dos caras del amor: estabilidad (fidelidad) y fecundidad. Por eso la familia es modelo. Y más que defenderla hay que aprender de ella para organizar instituciones en que el amor sea estable y fecundo. Aprender, digo, los criterios de familia –cada uno de la propia y también de las que ve que se aman mejor) que llevan a la estabilidad y a la fecundidad.

Y si una institución se vuelve inestable e infecunda, hay que buscar dónde se rompió el ritmo de la vida de familia.

Si una institución mantiene la estabilidad pero no es fecunda, si no hay vocaciones o nuevos voluntarios…, la institución se esclerotiza y muere.

Si una institución es muy fecunda y convoca gente, pero no «estabiliza» la participación, la institución termina volviéndose abortiva, la gente se va.

No solo se trata de los valores –del servicio- sino del ritmo con que se sirve, del tono y el estilo con que se viven los valores en familia.

Diego Fares sj