Un corazón católico (Domingo 26 B 2015)

Un corazón católico

 

Le dice Juan:

─ Maestro, hemos visto a uno, que expulsaba demonios en tu nombre y no viene con nosotros; nosotros tratamos de impedírselo porque no venía con nosotros.

Pero Jesús dijo:

─ No se lo impidan, porque no hay nadie que obre un milagro invocando mi Nombre

y que acto siguiento sea capaz de hablar mal de mí. Porque el que no está contra nosotros está a favor de nosotros.

Todo aquel que les dé de beber un vasito de agua por el hecho de que son de Cristo, en verdad les digo que no perderá su recompensa.

 

(Y como digo esto, también les digo:) al que escandalice a uno de estos pequeñitos que creen en mi, sería un bien mayor para esa persona que le colgaran al cuello una piedra de molino de las que mueven los asnos y que lo arrojaran al mar.

Y si tu mano te es ocasión de escándalo, córtala; más te vale entrar manco en la vida que, con las dos manos,  ir a la gehena, al fuego inextinguible.

Y si tu pie te hace tropezar, córtalo; más te vale entrar rengo en la vida que no con los dos pies ser arrojado a la gehena, donde su gusano no muere y su fuego no se extingue.

Y si tu ojo te es ocasión de pecado, sácatelo; más te vale con un ojo entrar en el reino de Dios que no con los dos ojos ser arrojado a la gehena, donde su gusano no muere y su fuego no se extingue (Mc 9, 38-48).

 

Contemplación

Cuenta Michel de Certau, en sus «Notas» al Memorial de San Pedro Fabro (el jesuita compañero de Ignacio y Javier que canonizó el papa junto con otros «Santos evangelizadores de Pueblos», que entre los años 1540-42, Fabro se encontraba en esa «frontera movediza» de las ciudades de Maguncia, Colonia, Spira y Worms, donde el protestantismo iba ganando terreno pero no triunfaba todavía. «En esa frontera cambiante se desarrolla un drama cotidiano en la gente del que Fabro es a la vez actor y testigo; cada abandono o cada retorno a la fe tiene su importancia. Cuál es el proceso de estos abandonos? Cómo se puede trabajar ayudando a estos retornos? Este es el punto de vista desde el cual Fabro considera el problema protestante (…) Él piensa que cuando el corazón deja de ser verdaderamente católico, la conducta deja de serlo rápidamente y los pensamientos a continuación, enseguida: tal es el proceso».

Tres años más tarde Fabro le propondrá a Laínez (otro de los primeros compañeros de Ignacio) un método respecto a la manera de conducirse con los protestantes para volver a traerlos a la fe católica. Es un método que sigue el camino inverso (al del alejamiento de la Iglesia) y Fabro tiene una frase que nos resulta sugerente: «Su mal no está ni en primer lugar ni principalmente en la inteligencia, sino en los pies y las manos del alma y del cuerpo«.

Hace falta comenzar con ellos -con las manos y los pies- para venir luego a lo que puede despertar en ellos buenos sentimientos, para llegar seguidamente a lo que hace a la rectitud de la fe». Fabro cuenta como «notó y sintió de qué manera los cristianos llegan a separarse de la Iglesia: comienzan por ejecutar con tibieza que crece de más en más las obras y las prácticas que responden a las diversas gracias y a los dones variados que Dios les dió».

 

Me llamó la atención esto de «las manos y los pies del alma y del cuerpo«, que unido con lo de «las obras y las prácticas» que son «gracias de Dios», lleva a pensar en las obras de misericordia corporales y espirituales. Es lo mismo en lo que se fija Jesús: «hay uno que está obrando cosas buenas en su Nombre». No hay que impedírselo. No importa si «es de los nuestros». Primero vienen las obras, las prácticas buenas, que siempre son movidas por el Espíritu Santo. Practicar obras buenas, de las maneras más variadas que tiene la gente, es siempre gracia de Dios. Por allí empieza la acción del Espíritu, haciendo a alguien gustar el bien que ha practicado «espontáneamente». Por eso nuestas obras de misericordia y caridad, en las que aceptamos a la gente que viene a hacer el bien y le preguntamos qué pequeño servicio sabe, quiere y puede hacer, son obras cristianas. Allí nace la pertenencia a la Iglesia. Luego, de a poquito, uno va «practicando» otras cosas y se le van cambiando o iluminando los criterios con la luz de la Doctrina. Pero se comienza por practicar el bien. Como uno hace con los chicos pequeños, cuando le alaba mucho y le aplaude cuando realiza un acto generoso o servicial y lo reprende cuando hizo algo que no estaba bien. Se educa iluminando la práctica -del bien y del mal-.

El Señor hace lo mismo, así como alaba al que obra bien, más allá de su religión y de sus ideas, así critica lo que «es ocasión de hacer algo malo en concreto», aunque sea «lo más nuestro», como una mano, un pie o un ojo. El contraste está en «lo que no es nuestro y lo más nuestro». Nuestra identidad y nuestra pertenencia se juegan en torno al bien. Todo lo bueno que se practica es nuestro, no importa quién ni cómo ni con qué ideas lo practique. Todo lo malo no es nuestro, aunque sea nuestro propio ojo el que practique el mal. La práctica mala va condenada y evitada -se corta en seco-, sin acepción de personas ni piedad para con uno mismo. Eso es la confesión: cortar -acusándose ante la misericordia del Padre- una mala práctica, una mala acción que uno mismo realizó. No negociar con esa «parte» que es nuestra pero que obra por su cuenta, siguiendo la ley del pecado, que como dice Pablo, no podemos evitar, ya que somos pecadores, pero sí confesar humildemente, arrepentirnos, pedir perdón y reparar el mal con una buena acción.

 

Me gusta ese catolicismo de Fabro. Catolicismo de corazón. Cuando el corazón, dice, deja de ser católico… luego deja de ser católica la conducta y enseguida uno cambia sus criterios… Y cómo sé si mi corazón es católico o está dejando de serlo? Debo tomarme el pulso y ver si late más fuerte, alegrándose cada vez que veo que alguien hace un bien o indignándome cada vez que alguien (yo mismo incluido) pratica el mal. Nada más fácil ni inmediato. Y a esto cuantitativo, el aceleramiento del pulso, se le agregan cosas. Se me ensancha el corazón cuando otro hace algo que está bueno y es aplaudido o se me encoje de envidia y celos? El corazón católico se ensancha con el bien, como se ensanchó el de Jesús con este que hacía milagros en su Nombre pero no se le acercaba (quizás por culpa de los suyos que pondrían cara, como cuando te querés acercar al papa y algún guardia te mira como diciendo y vos quién sos). El corazón católico moviliza todo cuando se trata de realizar un bien. Me vuelvo creativo cuando me invitan a realizar algo bueno? Mi corazón moviliza mi creatividad o lo que se movilizan son mis peros, mis sospechas, mis cálculos de lo que me costará y de los beneficios que sacaré…? Dejar que se movilice espontánemante todo lo que hay en mí es una regla facilísima para ver si mi corazón es católico o no. Cuando se movilizan «peros» y «cálculos» significa que mi corazón es «mío» un corazón bueno pero tipo country, para selectos. Si se movilizan mis manos y me pongo manos a la obra juntando mis manos a las de los demás, si se movilizan mis pies y me pongo en camino, si se movilizan mis ojos y veo creativamente posibilidades, es que mi corazón es católico, es de todos, es comunitario.

 

Lo interesante es la conexión que Fabro nota entre las practicas y el Espíritu. Nosotros solemos mirar las ideas de las personas (escuchando sus discursos) y los sentimientos (mirando sus caras y gestos). Y de lo que se trata es de aprender a leer las prácticas. Esta mirada requiere tiempo. A qué hora empieza uno y a qué hora se va, con qué cuidado realiza su trabajo, como lo ordena y cómo lo termina, cómo lo presenta. Cómo colabora, se suma, aporta, comparte… Cómo retoma el trabajo que otro dejó, como lo deja preparado para el que viene. Es constante… Se deja ayudar… Tantas cosas! Ahí se ve la acción del Espíritu: en la práctica. Pero ojo, que no se trata de mirar la prácticas para juzgar las intenciones del otro sino para descubrir la acción del Espíritu. En las prácticas nuestras y de los demás allí se puede leer lo que es gracia. Se puede ver cláramente dónde una práctica tuvo un «plus» (a veces pequeñito) del buen Espíritu. La práctica, con su inmediatez y su espontáneidad, es el territorio donde aterriza el Espíritu y donde «pesca y sale volando».

 

En la base de la experiencia de fe católica está descubrir que uno ha realizado con alegría y con gusto alguna de estas «obras del Espíritu», que se nos inmiscuyó sin que lo notáramos y nos «ayudó a desatar un nudo con las manos» o nos «hizo mirar de golpe y ver algo bueno que pasó a nuestro lado». Estas prácticas gustadas son experiencias de haber hecho algo con Otro, de haber hecho algo que aconseja Jesús con la ayudita de su Espíritu (o de la Virgen) y eso hace católico el corazón. Lo hace latir con todos y para todos.

 

Diego Fares sj

 

Invisible como un mendigo en «Termini» (Domingo 25 B 2015)

Invisible, como un mendigo en «Termini»

 

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Y saliendo de allí, atravesaban sin detenerse la Galilea

Jesús no quería que nadie lo supiera, porque enseñaba a sus discípulos y les decía:

‘El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres;

lo matarán y, tres días después de muerto, resucitará’.

Pero los discípulos no comprendían tales palabras y tenían miedo de preguntarle.

Llegaron a Cafarnaún y, una vez en casa, les preguntó:

‘¿Qué discutían por el camino?’

Ellos callaban porque habían estado discutiendo sobre quién era el más grande.

Entonces, sentándose, llamó a los Doce y les dijo:

‘Si alguno quiere ser el primero,

tiene que ser el último de todos y el servidor (diakono) de todos’.

Y acercando a un niño, lo puso en medio de ellos y, abrazándolo, les dijo:

Quien reciba a uno de estos niños en mi Nombre, a mí me recibe,

y quien me recibe a mí, no me recibe a mí, sino a Aquel que me ha enviado’ (Mc 9, 30-37).

 

Contemplación

Cuando nos acercamos a un pequeñito -pienso ahora en Constantino, un abuelo de largo cabello y barba blanca, en su silla de ruedas, en medio de la Estación de Termini, que mira con ojos que gritan súplicas a todo el mundo y a él nadie lo ve, ayudado por su amigo más jóven, con síndrome de down, que lo cuida, fumando interminablemente- cuando uno se recibe (en este caso la mirada) de uno de estos pequeñitos mendigo, «recibe al Padre».

Así de claro nos lo dice Jesús.

Y, admirado, caigo en la cuenta ahora que lo escribo: ¡Los pequeñitos son nuestra puerta abierta al Padre!

Por eso se notan tanto y a la vez son invisibles. En medio de la multitud, los mendigos se destacan, e inmediatamente, uno aparta la vista: duele mirar.

Pero resulta que, según Jesús, lo patético de su situación no es por su estado calamitoso solamente. Sino que hay algo más hondo. Teológicamente no podemos fingir que no los hemos visto porque hay algo más en ellos, en su situación, en el estar así ahí en medio de la gente…, hay algo muy especial.

Jesús nos hace ver que ese «algo» es que son una puerta abierta al Padre. ¡Nada menos que la puerta por donde se lo recibe!

Hay muchas cosas que no sabemos de Dios. Pero lo que sí sabemos es de su relación especial con sus creaturas más pequeñitas. Sabemos que no quiere que se le pierda ninguno, por ejemplo. Y entonces, cada vez que vemos a uno que «perdimos nosotros, como sociedad; o que se perdió a sí mismo, por sus culpas», allí podemos estar seguros de que hay una puerta abierta para charlar con el Padre, para recibirlo en un lugar en el que a Él le interesa estar (¿el Cielo?): allí donde se trata el tema de sus pobres.

……..

(Un paréntesis. Yo escribo «mirando» y por eso mis temas «saltan de una cosa a otra» y al comienzo hasta que uno fija la mirada, no se ve claro: cada escena se va aclarando una vez que uno llega al centro).

…………

En Roma se hace muchísimo por las personas «senza fissa dimora», como se dice aquí. Esta semana fui al Centro Astalli (de la Compañía, para los refugiadoes, Abajo de la Casa del Gesù) y la organización es muy eficiente. El carnet de «refugiado» hace que no sea necesaria otra «investigación social»: ya está definida la población a la que atienden. El hecho de que la mayoría no quiera quedarse en Roma ni en Italia sino ir más al norte donde los consideran mano de obra apreciable, hace que el tratamiento social sea «provisorio» ya que su inserción social es problema de otros. El estado da la mitad del dinero para la comida, con lo cual, cada persona firma para entrar y como está registrada, todo es claro. En la calle hay grupos que reparten comida y abrigo… Pero en lo que se fijan todos los voluntarios que los acompañan es que la gente ve su situación pero no a la persona y que es en la historia de cada uno donde hay que detenerse y acompañar.

 

Son invisibles (como el Padre, pienso ahora, a quien «nadie ha visto ni puede ver», sino solo Jesús).

 

La degradación en la que muchos viven en medio de la Estación de trenes siempre resulta chocante. De tan visible resulta invisible (como es invisible la multitud de turistas también).

O mejor, lo que se ve es lo exterior; quedan ocultos los ojos de las personas.

…………

Ojos que se iluminan con una sonrisa linda y un Dios te bendiga que no esperaba de alguien que parecía estar tan perdido, como ese hermano en cuclillas, con el cabello ralo a hirsuto, descalzo, que se rasca la cabeza y parecía tan feo y en cambio…. cuando rebusqué en el bolsillo y me le acerqué y le di una moneda y le toqué la mano y lo miré a los ojos, como dice Francisco.

¿Han notado que los pobres siempre tienen una bendición a flor de labios?

 

Esta es la señal de que es verdad lo que dice Jesús acerca de la relación directa con el Padre.

Los pobres lo saben, conocen esta revelación, este secreto, y ponen en práctica la bendición. Todos ellos saben que «el Dios se lo pague» es verdad, ellos no pueden pagar y por eso bendicen. Y no es una frase hecha. Dios lo bendiga mucho; que sienta muchas bendiciones; que tenga un hermoso día... Lo dicen con sonrisa al mismo tiempo que miran la moneda. Me llama la atención que algunos bendicen antes de mirar qué les di. Otros después, y si consideran que fue una buena limosna, bendicen con más entusiasmo.

…….

Lo que me gusta en esta contemplación es ir de aquí para allá en la relación de los pequeñitos y nuestro Padre. Entré por el lado de la «invisibilidad», que es lo más propio del Padre, y de golpe salió esto de que los mendigos participan de esa invisibilidad.

Es curioso, porque los gobiernos tratan de «invisibilizarlos» para que no espanten el turismo, y resulta que ellos «son» invisibles.

 

Por un lado, por su historia. Es verdad. Sus historias son tan dolorosas, tan imposibles de contar, que ellos se sitúan en el lugar más público del mundo, como es la Estación Términi, con sus 14 millones de turistas el año pasado, como diciendo «miren que mi drama no se puede ver». Un lector decía indignado: «No tienen estaciones de trenes en su país? Si lo que quieren es vivir en la calle, por qué no se esconden en cualquier hueco de su tierra?» Y me parece que dió en la tecla, aunque sin comprender lo que él mismo dice.

La respuesta, en este diálogo de sordos, uno la puede escuchar en un indigente que se duchaba en pleno andén, y decía que «él tenía necesidad de aire libre».

Como el Toto del Hogar, que decía que teníamos «muchos horarios» y me devolvía el poncho rojo para que se lo guardara y se lo fuera a llevar en otra ocasión…

Pienso que así como uno para distraerse un poco «sale» al exterior (a dar una vuelta o a hacer turismo) algunos necesitan vivir en la calle para «salir», para distraerse un poco, porque su interior está destruido, porque su intimidad los expulsó, porque no tienen a nadie dentro… Pero necesitan que se sepa, que se vea sin verse. Es parádojico pero es así: que se vea sin verse.

 

Por eso es tan importante el momento de contacto con la monedita y el tocarle la mano y el recibir su sonrisa y su bendición. Si uno quiere hacer más y se detiene a charlar con la intención práctica de «sacarlo de su situación», la persona veces dará mil vueltas…

El tratamiento social es un trabajo a largo plazo.

Sin embargo, en lo humano básico -mirada, sonrisa, agradecimiento, bendición, frase con humor…- la respuesta es inmediata.

Todo lo contrario de la gente «en situación normal». Es penoso decirlo pero es tan verdad! Recuerdo que una vez que quise llevar personalmente las tarjetas de Navidad del Hogar a las panaderías que nos ayudan y los empleados y el dueño me rechazaban antes de escucharme, pensaban que sabían perfectamente a qué venía: a manguear. Y varias veces tuve que forzar la cosa – ¡escúcheme! -para que recibieran la tarjeta. Es que no podían «verme» como «uno que venía  a agradecer y a darles algo gratuitamente».

Los pobres es al revés. Te ven venir de lejos y te adivinan en el gesto de la mano si les vas a dar y ya te están agradeciendo. Quizás es porque tienen clarísimo que nadie se le va a acercar para pedirles nada (je).

…….

Aquí pesqué otra característica de los pobres por la cual al Padre le gusta identificarse con ellos. Además de «ser invisible», como el mendigo de la Estación en medio de la gente que pasa, nuestro Padre habita en el reino de la gratuidad, por decirlo de alguna manera. Y en los pobres, el sentido de la gratuidad es inmediato y total.

Estamos hablando de «propiedades trascendentales» no de cuestiones relativas. Más allá de la situación que las provoca, que no es deseable por sí misma, nuestro Padre la aprovecha para consolidar su presencia salvífica en un corazón que late invisible y gratuitamente.

Por eso es que Jesús puede «bendecir» situaciones en sí mismas no deseables, como la de pobreza, llanto o persecución, y convertirlas en bienaventuranzas. Es que el Padre encuentra allí «morada fija», punto donde poder actuar: en la invisibilidad y en la gratuidad.

 

La invisibilidad porque es lo contrario de mirarse al espejo, de ser auto-referencial, de perderse de ver la Gloria de Dios por mirar el propio momento de fama.

La gratuidad porque es lo contrario de la avaricia, del querer poseer sin preocuparse de los demás, de los pobrecitos que no tienen nada.

 

Nuestros ojos y nuestras manos y pies nos muestran que somos seres creados para «salir» de nosotros mismos, para dar y recibir. Todo intento de auto-suficiencia es contradictorio. Es pérdida de tiempo. Querer asegurarnos la fama y el dinero es pérdida de energía. Dios nos mira y nos da todo el tiempo. Los pobres no es que «saben» sino que «viven» esto y por eso «nos enseñan» a relacionarnos con lo esencial. Las gracias que a ellos se les regalan porque la vida social que les tocó vivir se les «impuso» de alguna manera (no importa si por culpa propia o ajena), son las que todos debemos pedir y cultivar, para ser misericordiosos como el Padre misericordioso, que es invisible, como el mendigo de Términi, siempre esperando una limosna de nuestra gratuidad.

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Es que la misericordia, para ser tal, tiene que tener estas dos «propiedades»: ser invisible (que tu mano derecha no sepa lo que dió la izquierda) y ser gratuita, renovada e incondicionalmente gratuita. Y esto, sólo un corazón que es consciente de haber recibido tanta misericordia invisible y gratuita, puede desear ser así para con los demás.

 

 

Diego Fares sj

 

Venir hacia los que lo siguen (Domingo 24 B 2015)

Venir hacia los que lo siguen

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Jesús salió con sus discípulos hacia los poblados de Cesarea de Filipo, y en el camino los interrogaba preguntándoles:

« ¿Quién dice la gente que soy yo?»

Ellos le respondieron:

«Algunos dicen que eres Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, alguno de los profetas.»

«Y ustedes, ¿quién dicen que soy Yo?»

Pedro respondió:

«Tú eres el Mesías.»

Jesús les ordenó terminantemente que no dijeran nada acerca de él.

Y comenzó a enseñarles que el Hijo del hombre debía sufrir mucho y ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas; que debía ser condenado a muerte y resucitar después de tres días; y les hablaba de esto con toda claridad. Pedro, llevándolo aparte, comenzó a reprenderlo.

Pero Jesús, dándose vuelta y mirando a sus discípulos, lo reprendió, diciendo:

« ¡Sal, ve detrás de mí, Satanás! Porque no disciernes según los criterios de Dios, sino con los criterios de los hombres.»

Entonces Jesús, llamando a la multitud, junto con sus discípulos, les dijo:

«El que desee venir detrás de mí, que salga de sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí y por la Buena Noticia, la salvará» (Mc 8, 27-35).

 

Contemplación

 

Del diario de la visita de Manos Abiertas al Papa Francisco

«… De golpe quedamos como un grupito compacto, con nuestro cartel de Manos Abiertas , mirando a la plaza de San Pedro -rebosante de gente-, delante de una troupe de fotógrafos que sacan fotos al Papa que está a arriba, a nuestras espaldas, y comienzan a interesarse de vez en cuando por nosotros, a leer el cartel mientras cambian sus rollos, a enfocar al grupo…

De vez en cuando me doy vuelta esperando que nos hagan subir. Y en cambio, terminados los saludos, es el Papa el que baja, mansamente solo, con los demás a un metro de distancia, hacia nosotros…

Viene cortando camino, no por el medio, y mientras charla con uno, baja cuidadosamente la explanada que tiene sus peligros, al menos visto desde abajo. Veo que Jorge viene hacia nosotros y aquí comienza mi contemplación de las manos, porque yo le hago un saludito con la mano abajo, pegada al cuerpo para que no se note y él hace lo mismo, sonriendo. ¡Ya nos vio! Y ese será mi recuerdo, cuando después compartamos lo que más le llegó a cada uno, lo que percibió y agradece (como se hace con aquello en lo que más sintió gusto en la oración) y el desafío que sintió al encontrarse con Francisco.

Nos quedamos en grupo y él avanza hacia Estela Bonifatti diciendo fuerte (porque la gente de la plaza se hace sentir): «Ustedes son los ruidosos».

El fotógrafo -Francisco Sforza- se puso de rodillas y enfocó al Papa que venía hacia nosotros bajando la escalinata de la explanada:  se ve a Marta en primer plano, con la bandera en las manos (y la estampita de Teresita); Gloria tiene la bandera delicadamente, una Estela en una punta, mientras prepara su cámara, y la otra Estela en la otra. Son dos o tres fotos que captan el momento tan fuerte. Marta dirá en la misa que fue lo que más le impresionó: que a los cardenales los hacían ir al papa y en cambio el papa venía a nosotros, a su pueblo».

Y por aquí va la contemplación de hoy, por esto del venir. El papa que viene a nuestro encuentro…, nosotros que vinimos a Roma a encontrarnos con él. Jesús usa la expresión venir «detrás» de mí (ophizo). Pero no es porque haya que ir a distancia por algún motivo jerárquico o algo por el estilo, sino que uno siempre va detrás porque el Señor se nos adelanta. Nos primerea, como dice Francisco y en esta atmósfera de alegría, nos evangeliza y nos envía a los más pobres.

 

Repasando ahora con tranquilidad el día de la Audiencia, veo que el Papa también nos primereó. No me consta «exteriormente» porque no hablamos del tema. El grupo pidió la Audiencia como todo el mundo y habían conseguido creo que ocho o diez entradas de las del grupo de los argentinos, cuando Rossi me pidió que viéramos a ver sí Manos podía tener un momentito especial con el Papa. No lo pedimos así, tal cual, pero se ve que hicimos sentir que Manos Abiertas iba a estar en la Audiencia del 9 de setiembre y que le queríamos entregar un regalito en mano al Papa.

Mientras los mails preguntando por la audiencia iban entrando a Santa Marta, lo del regalito se iba cocinando en el corazón de las voluntarias y pasó de «algo rico que le guste comer al Papa» a «un album con los rostros de los patroncitos y las obras de Manos en cada provincia». La cosa mejoró sustancialmente, pensé yo, cuando Monseñor Karcher llamó «por encargo del Santo Padre» para pedir la lista de los que estarían presentes en la Audiencia.

Confieso que había soñado la escena muchas veces: estar en el centro de la Plaza de San Pedro con Manos y el Hogar y que el Papa nos bendijera a nuestra gente, a nuestros trabajos y Casas… Pero era un sueño. En el sentido profundo, digo, de cuando uno sabe que un cariño es real y lo sueña en el marco más emotivo posible. Como la glorificación verdadera, que confirma un amor que se trabaja y se padece día a día y que un momento es puesto en el candelero para que los hombres vean las obras buenas que el Padre nos regaló practicar y así queden bendecidas y santificadas.

El asunto, como decía el Padre Boasso, que ya está en el cielo desde ayer y que se alegraba tanto con las cosas del Hogar y de Manos Abiertas, el asunto es que cuando los sueños se hacen realidad hay un momento muy especial en el que cambia todo.

Nos habían puesto en un lugar privilegiado, pero de esos en los que quedás cerca para ver pero lejos para tocar. Ya nos ibamos conformando y yo pensaba que le tendría que llevar el Album después, cuando vemos que «nos vienen a buscar» y nos ponen más arriba, mirando a la plaza… Cosa que no entendíamos, porque lo lógico era que nos hicieran subir y pasar a saludar al papa como estaban terminando de hacer los cardenales. Aprovechamos, eso sí, para que se viera bien el cartel, ya que teníamos enfrente a todos los fotógrafos y la plaza llena y haciéndose sentir. Allí fue que nos damos media vuelta, sin girarnos del todo, y vemos que Francisco viene a nosotros. Y tomamos conciencia de que es verdad, que va a ser un momento único en la historia, porque llegamos con veintitantos años detrás  -gozados y sufridos, con los que ya no están pero están más que nunca, y con todos los que se sumaron-, y queremos salir de nuevo a todos los años que vengan por delante, bendecidos por el Papa Francisco.

Ese momento en que lo que uno soñó -y está como soñando por dentro sin dejar que el sueño se apodere de la realidad, frenando un poco las expectativas, conformándose con lo que hay- se vuelve real, tiene algo de «pasaje». Uno deja el territorio de las ilusiones y entra en el territorio de las promesas. Se pasa del «no va a ser para tanto» al «esto es mucho más de lo que esperaba». Es notable cómo el corazón se adapta y se expande rápidamente hasta llenarse de la alegría que se le regala y olvidar todas las dudas y los cálculos. Habíamos pedido la gracia en la misa de la víspera, de «abrir el corazón y todos los sentidos para absorber todo lo que se nos derrochara de gracia porque era para llenar el corazón de muchos, de todos a los que veníamos a representar». Y se nos regaló también esta gracia, que no es menor que la del regalo y que consiste en recibir de tal manera que uno lo pueda comunicar íntegro a los demás-. Eso es lo propio de la alegría del Evangelio: no tiene más alegría el que la recibe en primer lugar, diríamos, sino que es idéntica e íntegra para el que la recibe después. Eso se nota en cómo se alegran los que ven las fotos y escuchan nuestros relatos. Verdaderamente Francisco saludó y bendijo y recibió el cariño de todos nuestros colaboradores, voluntarias, patroncitos, huéspedes y amigos.

Y aquí viene, entonces, lo de la evangelización.

El Papa ya había «preparado» este encuentro con sus palabras en la Catequesis. Yo lo escuché «con intención» -esperando una mención directa- pero atento a las palabras claves, que dicen todo para el que quiere escuchar. Y escuché que el Papa nos evangelizó allí donde nuestro corazón puesto al servicio de los más pobres, experimenta una sed de palabras vivas que «tengan los criterios de Dios», como le dice Jesús a Pedro, cuando primero acierta y luego la pifia.

 

El Papa se centró en ese punto, tan central como fragil, que es la relación entre familia e institución:

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Quiero centrar hoy nuestra atención en el vínculo entre la familia y la comunidad cristiana. Es un vínculo, por decirlo así, «natural», porque la Iglesia es una familia espiritual y la familia es una pequeña Iglesia (cf. Lumen gentium, 9).

En los Evangelios, la asamblea de Jesús tiene la forma de una familia y de una familia acogedora, no de una secta exclusiva, cerrada: en ella encontramos a Pedro y a Juan, pero también a quien tiene hambre y sed, al extranjero y al perseguido, la pecadora y el publicano, los fariseos y las multitudes.

 

Nos habló de «casas de puertas abiertas» y de «centros del amor»:

La comunidad cristiana es la casa de quienes creen en Jesús como fuente de la fraternidad entre todos los hombres.

Una Iglesia de verdad, según el Evangelio, no puede más que tener la forma de una casa acogedora, con las puertas abiertas, siempre. Las iglesias, las parroquias, las instituciones, con las puertas cerradas no se deben llamar iglesias, se deben llamar museos.

Y hoy, esta es una alianza crucial. «Contra los “centros de poder” ideológicos, financieros y políticos, pongamos nuestras esperanzas en estos centros del amor evangelizadores, ricos de calor humano, basados en la solidaridad y la participación» (y también en el perdón entre nosotros.

 

Nos habló del «corazón» como ese álbum donde se escribe la historia:

La Iglesia camina en medio de los pueblos, en la historia de los hombres y las mujeres, de los padres y las madres, de los hijos y las hijas: esta es la historia que cuenta para el Señor. Los grandes acontecimientos de las potencias mundanas se escriben en los libros de historia, y ahí quedan. Pero la historia de los afectos humanos se escribe directamente en el corazón de Dios; y es la historia que permanece para la eternidad.

 

Nos habló de la familia de Jesús (del Hogar y del Taller)

El Hijo de Dios aprendió la historia humana por esta vía, y la recorrió hasta el final (cf. Hb 2, 18; 5, 8). Es hermoso volver a contemplar a Jesús y los signos de este vínculo. Él nació en una familia y allí «conoció el mundo»: un taller, cuatro casas, un pueblito de nada. De este modo, viviendo durante treinta años esta experiencia, Jesús asimiló la condición humana, acogiéndola en su comunión con el Padre y en su misma misión apostólica. Luego, cuando dejó Nazaret y comenzó la vida pública, Jesús formó en torno a sí una comunidad, una «asamblea», es decir una con-vocación de personas. Este es el significado de la palabra «iglesia».

 

Nos habló de los «huéspedes de Dios» y de los elegidos para hacerse cargo de ellos

Y Jesús no deja de acoger y hablar con todos, también con quien ya no espera encontrar a Dios en su vida. Es una lección fuerte para la Iglesia. Los discípulos mismos fueron elegidos para hacerse cargo de esta asamblea, de esta familia de los huéspedes de Dios.

 

Nos habló de la inteligencia y la valentía que se requiere para evitar las tentaciones: la de ser familia cariñosa pero encerrada en su mundito o institución activa pero funcionalista

Para que esta realidad de la asamblea de Jesús esté viva en el hoy, es indispensable reavivar la alianza entre la familia y la comunidad cristiana.

Reforzar el vínculo entre familia y comunidad cristiana es hoy indispensable y urgente. Cierto, se necesita una fe generosa para volver a encontrar la inteligencia y la valentía para renovar esta alianza. Las familias a veces dan un paso hacia atrás, diciendo que no están a la altura: «Padre, somos una pobre familia e incluso un poco desquiciada», «No somos capaces de hacerlo», «Ya tenemos tantos problemas en casa», «No tenemos las fuerzas». Esto es verdad. Pero nadie es digno, nadie está a la altura, nadie tiene las fuerzas. Sin la gracia de Dios, no podremos hacer nada. Todo nos viene dado, gratuitamente dado. Y el Señor nunca llega a una nueva familia sin hacer algún milagro. Recordemos lo que hizo en las bodas de Caná. Sí, el Señor, si nos ponemos en sus manos, nos hace hacer milagros —¡pero esos milagros de todos los días!— cuando está el Señor, allí, en esa familia.

Naturalmente, también la comunidad cristiana debe hacer su parte. Por ejemplo, tratar de superar actitudes demasiado directivas y demasiado funcionales, favorecer el diálogo interpersonal y el conocimiento y la estima recíprocos. Las familias tomen la iniciativa y sientan la responsabilidad de aportar sus dones preciosos para la comunidad.

 

Y terminó dándonos el Consejo de nuestra Madre, el criterio último, el de «hacer lo que Jesús nos diga»:

Todos tenemos que ser conscientes de que la fe cristiana se juega en el campo abierto de la vida compartida con todos, la familia y la parroquia tienen que hacer el milagro de una vida más comunitaria para toda la sociedad.

En Caná, estaba la Madre de Jesús, la «madre del buen consejo». Escuchemos sus palabras: «Haced lo que Él os diga» (cf. Jn 2, 5).

Queridas familias, queridas comunidades parroquiales, dejémonos inspirar por esta Madre, hagamos todo lo que Jesús nos diga y nos encontraremos ante el milagro, el milagro de cada día. Gracias.

 

Los afectos del Encuentro hacen que las Palabras caigan en la tierra buena de nuestros corazones bien dispuestos. Ojalá que esta página de historia que el Señor ha escrito en nuestros corazones nos haga reavivar la alianza con el Señor, entre nosotros y nuestros patroncitos, comensales y huéspedes, para dar testimonio de que los «centros del amor evangelizador» donde el poder es servicio, son la respuesta que el mundo necesita para encauzar sus deseos más hondos: haciendo todo lo que Jesús nos dice.

 

Diego Fares sj

 

 

 

Domingo 23 B 2015

Abrete!

Jesus cura sordo

Cuando Jesús volvía de la región de Tiro, pasó por Sidón

y fue hacia el mar de Galilea, atravesando el territorio de la Decápolis.

Entonces le presentan a un sordo y tartamudo

y le ruegan que ponga sobre él su mano.

Jesús tomándolo aparte lejos de la multitud,

le metió sus dedos en las orejas

y con su saliva tocó su lengua (teniéndola firmemente).

Después, levantando los ojos al cielo,

suspiró y le dijo:

‘Effetá”, que significa ‘ábrete’.

Y al instante se abrieron sus oídos y se le soltó la atadura de su lengua

y hablaba correctamente.

Jesús les mandó insistentemente que no dijeran nada a nadie,

pero cuanto más insistía, ellos más lo proclamaban

y, en el colmo de la admiración decían:

‘Todo lo ha hecho bien:

hace oír a los sordos y hablar a los mudos” (Mc 7, 31-37).

Contemplación

La Decapolis eran diez ciudades confederadas, a las que Roma permitía acuñar moneda propia y que eran territorio pagano -frontera- para el Señor. Era la zona donde Jesús curó al endemoniado y los demonios se metieron en los puercos haciendo que toda la piara se ahogara en el lago, lo cual originó temor e indignación en la gente de estas ciudades y le pidieron a Jesús que se fuera. Dice Google: «Después de la Pascua del año 32 y a su regreso de un viaje a las regiones de Tiro y Sidón (Fenicia), Jesús llegó hasta el “mar de Galilea y subió por en medio de las regiones de Decápolis”. En algún lugar de esta región sanó a un hombre sordo que tenía un impedimento en el habla y, poco después, alimentó milagrosamente a una muchedumbre de 4.000 personas».

Así como los panes «se comparten también en las fronteras», el milagro del sordomudo con esa palabra tan linda en labios de Jesús -«Effetá» «ábrete»- es milagro para toda frontera. El Señor suspira y ruega al Padre que toda frontera se abra. Su gesto bautismal es el que le hacemos a los niños cuando les metemos el dedo en la oreja y tocamos su lengua diciéndo «ábrete, que puedas escuchar la Palabra y predicar el Evangelio».

Pareciera que el Señor actuó con cuentagotas en estas regiones, orillando sus ciudades activas y llenas de vida comercial y social. La multiplicación de los panes, sin embargo fue un hecho multitudinario. Y el deseo del Señor, que se muestra en la dedicación y el cariño especialísimo para con esta persona que no escuchaba y hablaba de manera balbuciente, nos indican que su corazón latía por relacionarse con estos «otros rebaños», que consideraba tan suyos como su Israel. Leamos de nuevo la secuencia de las acciones de Jesús:

«Jesús tomándolo aparte lejos de la multitud, le metió sus dedos en las orejas y con su saliva tocó su lengua (teniéndola firmemente). Después, levantando los ojos al cielo, suspiró y le dijo: ‘Effetá”, que significa ‘ábrete’».

En estos días, con la imagen de Aylán, el niño muerto a orillas del mar, estas palabras «frontera» y «ábrete», han resonado fuertemente en todo el mundo. La pregunta en los medios es si fotos como esta son capaces de hacer que se «abran los corazones» o si, por el contrario, lo que logran es que uno cierre los ojos y no quiera ver ni oir de estas tragedias inmensas que se cargan sobre las espaldas vencidas y pequeñitas de ese niño con los bracitos inmóviles junto a su cuerpo.

A mí, además de conmoverme profundamente como a todos (un amigo de Córdoba me mandaba la foto y me preguntaba qué hacer, cómo ayudar, dónde participar y yo le decía que acercándose a Manos Abiertas) me llevó, decía, a ver un poco de estadísticas. Para abrir los ojos y ver de qué estamos hablando.

Los datos dicen que en el mundo, el año pasado han viajado 1.134 millones de turistas. Más del 50% (582 millones, dicen) han venido a Europa, produciendo ingresos por la cantidad de 509.000 millones de Euros. Dando trabajo, por supuesto. Los refugiados este año han sido 342.000. Dicen aquí en Italia, que ha recibido a unos 120.000 de esos refugiados, que le cuestan unos 35 Euros por día a los gobiernos. Europa atrae a la gente. Así como los europeos salieron a conocer el mundo, a conquistarlo, a evangelizarlo también, el mundo se siente atraido por Europa.

Yo no soy bueno en estadísticas pero me parece que los refugiados son el 0,06% de los turistas (algo así como los dos mendigos inválidos de la Fontana di Trevi – una se llama Gabriela- en medio de la multitud). Sin embargo, la sensación que dan los medios y que siente la gente es que «están siendo invadidos por los refugiados». La barquita más atestada de inmigrantes ilegales viene menos cargada que uno de los 500 aviones que llegan por día a Fiumicino.

El gasto que ocasionan 350.000 refugiados sería de unos 4.500 millones de Euros por año. De nuevo, si no me equivoco el 0,9% de las entradas por turismo. Con el 1% de lo que gasta cada turista están atendiendo a los refugiados. Pero bueno. Es así. Uno ve lo duros que son los turistas para soltar una monedita por la calle. Es que la sensación es que los pobres molestan, rompen el encanto de los monumentos, la magia de los restaurantes, la emoción religiosa de las celebraciones.

Una monja amiga del Congo, me conmovió hace un tiempo al contar que en la escuela donde trabaja, una familia quería agradecer al maestro de sus hijos haciéndole un regalo. Que el regalito que le hicieron costaba 1,50 Euro, creo, y que para ahorrarlo no habían comido un día. De allí salió que con 50 Euros por mes una jovencita podía vivir, comer y tener los materiales de estudio en el colegio y conseguimos una ayudita para una familia. Cosa que, con la ayuda de San José, están haciendo otros, apadrinando familias concretas y dando pequeñas ayudas. Esto trae aparejada una relación muy linda, con cartitas de los papás y fotos de los chicos y de las niñas. Lo cuento porque me parece que es el movimiento contrario al que se origina con la violencia. Las guerras hacen que la gente huya y los lugares a los que llegan se sienten invadidos y cierran sus fronteras.

El movimiento contrario es el de salir hacia esas fronteras, abrir la puerta, tomar a alguno a parte y darle una mano, como hace el Señor. La invasión «se calma». La demanda, cuando se la atiende bien, baja el tono. Si no, si uno cierra la puerta, la gente empuja.

Abrete es el mensaje del Evangelio de hoy. Hace bien escuchar esta palabra -ábrete- y decirla. Decirla con gestos, con mirada abierta, con manos abiertas, con puertas abiertas, con mentalidad abierta, con internet abierta.

Me desperté esta madrugada con dos mails que llegaron contando historias de las que antes contaba yo. Una de dos chicas africanas, que con esa suma que dije podrán comenzar a estudiar hasta que venga la cosecha de maíz y sus tíos puedan pagar el resto; otra con historias de gente del Hogar, de un querido amigo que está en el Borda y al que dejan salir los viernes y -aunque no saben bien dónde va- están contentos porque puntualmente vuelve los lunes. Mi amiga religiosa me cuenta para que le rece a San José, porque la semana pasada pedimos y yo le dije que si en dos semanas no pasaba nada me avisara y a los pocos días ya tenía la plata para una familia entera de hermanitos que necesitaban para sus estudios; mi amigo del Hogar me cuenta para alegrarme con las anécdotas de la vida cotidiana de mis amigos de Buenos Aires. Es quizás lo más lindo de estos años de mandar contemplaciones: que mucha gente, cuando tiene ganas de contar algo evangélico que le pasó con los más pobres, me lo escribe a mí, que ahora, rodeado de papeles limosneo historias de vida. Y es lindo porque así como en Africa con un Euro por día se logran maravillas, aquí con una historia pequeñita que uno escucha por mail se alegra el día.

Diego Fares sj