Un corazón católico
Le dice Juan:
─ Maestro, hemos visto a uno, que expulsaba demonios en tu nombre y no viene con nosotros; nosotros tratamos de impedírselo porque no venía con nosotros.
Pero Jesús dijo:
─ No se lo impidan, porque no hay nadie que obre un milagro invocando mi Nombre
y que acto siguiento sea capaz de hablar mal de mí. Porque el que no está contra nosotros está a favor de nosotros.
Todo aquel que les dé de beber un vasito de agua por el hecho de que son de Cristo, en verdad les digo que no perderá su recompensa.
(Y como digo esto, también les digo:) al que escandalice a uno de estos pequeñitos que creen en mi, sería un bien mayor para esa persona que le colgaran al cuello una piedra de molino de las que mueven los asnos y que lo arrojaran al mar.
Y si tu mano te es ocasión de escándalo, córtala; más te vale entrar manco en la vida que, con las dos manos, ir a la gehena, al fuego inextinguible.
Y si tu pie te hace tropezar, córtalo; más te vale entrar rengo en la vida que no con los dos pies ser arrojado a la gehena, donde su gusano no muere y su fuego no se extingue.
Y si tu ojo te es ocasión de pecado, sácatelo; más te vale con un ojo entrar en el reino de Dios que no con los dos ojos ser arrojado a la gehena, donde su gusano no muere y su fuego no se extingue (Mc 9, 38-48).
Contemplación
Cuenta Michel de Certau, en sus «Notas» al Memorial de San Pedro Fabro (el jesuita compañero de Ignacio y Javier que canonizó el papa junto con otros «Santos evangelizadores de Pueblos», que entre los años 1540-42, Fabro se encontraba en esa «frontera movediza» de las ciudades de Maguncia, Colonia, Spira y Worms, donde el protestantismo iba ganando terreno pero no triunfaba todavía. «En esa frontera cambiante se desarrolla un drama cotidiano en la gente del que Fabro es a la vez actor y testigo; cada abandono o cada retorno a la fe tiene su importancia. Cuál es el proceso de estos abandonos? Cómo se puede trabajar ayudando a estos retornos? Este es el punto de vista desde el cual Fabro considera el problema protestante (…) Él piensa que cuando el corazón deja de ser verdaderamente católico, la conducta deja de serlo rápidamente y los pensamientos a continuación, enseguida: tal es el proceso».
Tres años más tarde Fabro le propondrá a Laínez (otro de los primeros compañeros de Ignacio) un método respecto a la manera de conducirse con los protestantes para volver a traerlos a la fe católica. Es un método que sigue el camino inverso (al del alejamiento de la Iglesia) y Fabro tiene una frase que nos resulta sugerente: «Su mal no está ni en primer lugar ni principalmente en la inteligencia, sino en los pies y las manos del alma y del cuerpo«.
Hace falta comenzar con ellos -con las manos y los pies- para venir luego a lo que puede despertar en ellos buenos sentimientos, para llegar seguidamente a lo que hace a la rectitud de la fe». Fabro cuenta como «notó y sintió de qué manera los cristianos llegan a separarse de la Iglesia: comienzan por ejecutar con tibieza que crece de más en más las obras y las prácticas que responden a las diversas gracias y a los dones variados que Dios les dió».
Me llamó la atención esto de «las manos y los pies del alma y del cuerpo«, que unido con lo de «las obras y las prácticas» que son «gracias de Dios», lleva a pensar en las obras de misericordia corporales y espirituales. Es lo mismo en lo que se fija Jesús: «hay uno que está obrando cosas buenas en su Nombre». No hay que impedírselo. No importa si «es de los nuestros». Primero vienen las obras, las prácticas buenas, que siempre son movidas por el Espíritu Santo. Practicar obras buenas, de las maneras más variadas que tiene la gente, es siempre gracia de Dios. Por allí empieza la acción del Espíritu, haciendo a alguien gustar el bien que ha practicado «espontáneamente». Por eso nuestas obras de misericordia y caridad, en las que aceptamos a la gente que viene a hacer el bien y le preguntamos qué pequeño servicio sabe, quiere y puede hacer, son obras cristianas. Allí nace la pertenencia a la Iglesia. Luego, de a poquito, uno va «practicando» otras cosas y se le van cambiando o iluminando los criterios con la luz de la Doctrina. Pero se comienza por practicar el bien. Como uno hace con los chicos pequeños, cuando le alaba mucho y le aplaude cuando realiza un acto generoso o servicial y lo reprende cuando hizo algo que no estaba bien. Se educa iluminando la práctica -del bien y del mal-.
El Señor hace lo mismo, así como alaba al que obra bien, más allá de su religión y de sus ideas, así critica lo que «es ocasión de hacer algo malo en concreto», aunque sea «lo más nuestro», como una mano, un pie o un ojo. El contraste está en «lo que no es nuestro y lo más nuestro». Nuestra identidad y nuestra pertenencia se juegan en torno al bien. Todo lo bueno que se practica es nuestro, no importa quién ni cómo ni con qué ideas lo practique. Todo lo malo no es nuestro, aunque sea nuestro propio ojo el que practique el mal. La práctica mala va condenada y evitada -se corta en seco-, sin acepción de personas ni piedad para con uno mismo. Eso es la confesión: cortar -acusándose ante la misericordia del Padre- una mala práctica, una mala acción que uno mismo realizó. No negociar con esa «parte» que es nuestra pero que obra por su cuenta, siguiendo la ley del pecado, que como dice Pablo, no podemos evitar, ya que somos pecadores, pero sí confesar humildemente, arrepentirnos, pedir perdón y reparar el mal con una buena acción.
Me gusta ese catolicismo de Fabro. Catolicismo de corazón. Cuando el corazón, dice, deja de ser católico… luego deja de ser católica la conducta y enseguida uno cambia sus criterios… Y cómo sé si mi corazón es católico o está dejando de serlo? Debo tomarme el pulso y ver si late más fuerte, alegrándose cada vez que veo que alguien hace un bien o indignándome cada vez que alguien (yo mismo incluido) pratica el mal. Nada más fácil ni inmediato. Y a esto cuantitativo, el aceleramiento del pulso, se le agregan cosas. Se me ensancha el corazón cuando otro hace algo que está bueno y es aplaudido o se me encoje de envidia y celos? El corazón católico se ensancha con el bien, como se ensanchó el de Jesús con este que hacía milagros en su Nombre pero no se le acercaba (quizás por culpa de los suyos que pondrían cara, como cuando te querés acercar al papa y algún guardia te mira como diciendo y vos quién sos). El corazón católico moviliza todo cuando se trata de realizar un bien. Me vuelvo creativo cuando me invitan a realizar algo bueno? Mi corazón moviliza mi creatividad o lo que se movilizan son mis peros, mis sospechas, mis cálculos de lo que me costará y de los beneficios que sacaré…? Dejar que se movilice espontánemante todo lo que hay en mí es una regla facilísima para ver si mi corazón es católico o no. Cuando se movilizan «peros» y «cálculos» significa que mi corazón es «mío» un corazón bueno pero tipo country, para selectos. Si se movilizan mis manos y me pongo manos a la obra juntando mis manos a las de los demás, si se movilizan mis pies y me pongo en camino, si se movilizan mis ojos y veo creativamente posibilidades, es que mi corazón es católico, es de todos, es comunitario.
Lo interesante es la conexión que Fabro nota entre las practicas y el Espíritu. Nosotros solemos mirar las ideas de las personas (escuchando sus discursos) y los sentimientos (mirando sus caras y gestos). Y de lo que se trata es de aprender a leer las prácticas. Esta mirada requiere tiempo. A qué hora empieza uno y a qué hora se va, con qué cuidado realiza su trabajo, como lo ordena y cómo lo termina, cómo lo presenta. Cómo colabora, se suma, aporta, comparte… Cómo retoma el trabajo que otro dejó, como lo deja preparado para el que viene. Es constante… Se deja ayudar… Tantas cosas! Ahí se ve la acción del Espíritu: en la práctica. Pero ojo, que no se trata de mirar la prácticas para juzgar las intenciones del otro sino para descubrir la acción del Espíritu. En las prácticas nuestras y de los demás allí se puede leer lo que es gracia. Se puede ver cláramente dónde una práctica tuvo un «plus» (a veces pequeñito) del buen Espíritu. La práctica, con su inmediatez y su espontáneidad, es el territorio donde aterriza el Espíritu y donde «pesca y sale volando».
En la base de la experiencia de fe católica está descubrir que uno ha realizado con alegría y con gusto alguna de estas «obras del Espíritu», que se nos inmiscuyó sin que lo notáramos y nos «ayudó a desatar un nudo con las manos» o nos «hizo mirar de golpe y ver algo bueno que pasó a nuestro lado». Estas prácticas gustadas son experiencias de haber hecho algo con Otro, de haber hecho algo que aconseja Jesús con la ayudita de su Espíritu (o de la Virgen) y eso hace católico el corazón. Lo hace latir con todos y para todos.
Diego Fares sj