Se comparte también en territorio extranjero
“Después de esto, se fue Jesús a la otra ribera del mar de Galilea, el de Tiberíades,
y mucha gente le seguía porque contemplaban las señales que realizaba con los enfermos. Jesús subió al monte y se sentó allí en compañía de sus discípulos.
Estaba próxima la Pascua, la fiesta de los judíos.
Al levantar Jesús los ojos y contemplar que venía hacia él mucha gente, dice a Felipe:
– «¿Cómo vamos a comprar panes para que estos tengan qué comer?»
Se lo decía para probarle, porque Él sabía lo que iba a hacer.
Felipe le contestó:
-«Doscientos denarios de pan no bastan para que cada uno tome un poco.»
Le dice uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro:
-«Aquí hay un chico que tiene cinco panes de cebada y dos peces; pero ¿qué es eso para tantos?»
Dijo Jesús:
-«Hagan que se recueste la gente.»
Había en el lugar mucha hierba.
Se recostaron, pues, los hombres en número de unos cinco mil.
Tomó entonces Jesús los panes y, después de dar gracias (eujaristezas) los repartió entre los que estaban recostados y lo mismo todo lo que quisieron de los peces.
Cuando se saciaron, dice a sus discípulos:
-«Recojan los trozos sobrantes para que nada se pierda.»
Los recogieron, pues, y llenaron doce canastas con los trozos de los cinco panes de cebada que sobraron a los que habían comido.
Al ver la gente la señal que había realizado, decía:
-«Este es verdaderamente el profeta que iba a venir al mundo.»
Dándose cuenta Jesús de que intentaban venir a tomarle por la fuerza para hacerle rey, huyó de nuevo al monte él solo” (Jn 6, 1-15).
Contemplación
La así llamada “multiplicación de los panes” aparece seis veces en los evangelios. La primera, en el territorio de Israel, aparece en los cuatro evangelistas, y la segunda, en territorio pagano, aparece solo en Mateo y en Marcos.
Como dice el padre Gustavo Gutiérrez, eso es señal de que se encuentra allí un mensaje importantísimo del Señor. Cuando algo se repite dos y hasta tres veces, en el lenguaje simbólico de la Biblia, es señal de algo importante. Seis veces nos tiene que llevar a pensar. La segunda multiplicación Lucas y Juan la dejaron de lado. Dicen los exegetas que con la integración de los paganos duplicar las multiplicaciones complicaba la cosa y por eso quizás la simplificaron en una. De hecho, a mí siempre me quedó como que era una especie de “repetición” del mismo milagro. Hasta que Gutiérrez me hizo ver esto de que “se comparte también en territorio extranjero”.
En la segunda multiplicación los peces son siete y también las canastas sobrantes. Algunos dicen que el número es alusión al jubileo y esto de “compartir en territorios extranjeros” –en las fronteras existenciales, como dice el papa Francisco, allí donde hay otros que no piensan ni viven como nosotros-, puede hacernos bien para ir entrando en el año de la misericordia.
“Compartimos también en territorio extranjero”. Esto es poner a la fraternidad, a la solidaridad y al culto al Dios verdadero, por encima de los límites que, necesariamente, crea el modo de pensar y las costumbres culturales de cada pueblo y de cada persona y también la Iglesia misma.
Jesús da de comer sus panes y peces bendecidos a los que no son del pueblo de Israel. Estamos hablando de panes y peces bendecidos por las manos del Señor, luego de dar gracias al Padre! No es la Eucaristía (hay peces, como dice Gutiérrez) pero es, yo diría, el ambiente previo y la acción posterior a la Eucaristía. Se acoge a todos y se comparte el alimento bendecido con todos. Y se guarda lo que sobra, en señal de continuidad, de que gracias a Jesús nos hacemos pueblo de Dios, compañeros de camino, unificados por su atracción y su acción benéfica.
Contemplemos la pedagogía del Señor. Juan nos dice que la gente lo seguía porque contemplaba las señales que hacía con los enfermos.
El Señor parte de su deseo de darse entero y de salvar a todos y su primer radio de acción es sobre la enfermedad. La enfermedad nos iguala a todos los seres (incluso al nuevo planeta recién descubierto, que tiene mil millones de años más que nuestra hermana y madre tierra, cuyos mares se están evaporando). A los seres humanos, allí donde la riqueza, la condición social y los saberes y roles nos distinguen y nos llevan a formar agruparnos excluyendo a otros, la enfermedad nos iguala. El Señor curaba gente de toda clase, la hija de Jairo y la hija de la mujer palestina, el siervo del Centurión y la suegra de Simón Pedro…
En las multiplicaciones de panes y peces para la gente que lo sigue y escucha su Palabra, el Señor da un paso más. De lo individual de la enfermedad pasa a lo comunitario, a lo social: hace que la gente se organice, se siente y comparta. Y los alimenta a todos con los mismos panes y peces bendecidos. Los que reciben su palabra reciben también sus panes y peces.
Experimentamos esta gracia cuando peregrinamos junto con todo el pueblo fiel de Dios o en ocasiones multitudinarias, como las que se dan en las visitas del Papa, en los jubileos, en los congresos Eucarísticos. Hay un Don del Señor a su pueblo que es previo a todo condicionamiento humano. El sembrador sale a sembrar y esparce la semilla en todo tipo de terrenos, el Buen Pastor mira a las ovejas que no tienen pastor y las sana a todas y las alimenta a todas, haciéndolas sentar por grupos (se habrán juntado entre los amigos, entre los del mismo pueblo y condición y también se habrán mezclado bastante).
Así también sucede en Pentecostés y con las primera conversiones: el Don del Espíritu se da por “rebasamiento” (verdadero rebasamiento, no como el del capitalismo, que no derrama nada o sólo algunas gotas). Desde un núcleo de corazones plenamente suyos, los dones del Señor se reparten sin medida, a todos, sin exclusiones de ningún tipo. Así como se recibe el Don –de la salud, del perdón, del pan y del Espíritu- sin medida ni condiciones, también así se comunica.
Los cristianos comienzan a predicar el evangelio antes de ser llamados cristianos,
reciben el Espíritu, como la familia de Cornelio, sobre los que “cae (literalmente) el Espíritu” mientras Pedro está hablando y entonces, después, los bautiza diciendo: “Acaso puede alguien negar el agua del bautismo a estos que han recibido el Espíritu Santo como nosotros” (Hc 10, 47).
A la Iglesia se le arman líos porque los paganos se hacen cristianos sin pasar por los ritos judíos y debe “legislar” para ir ordenando este Espíritu Santo “desatado”, por decirlo de alguna manera, que comienza a “armonizar todas las diversidades”, comenzando por las lenguas.
Por eso la Iglesia, cuando legisla y ordena, cuando clasifica pecados y autoriza grados de participación en los sacramentos, siempre debe hacerlo estando atenta a que “gestiona” un Don “ingestionable” sino es para salvación de más gente y para mayor crecimiento en fe y en caridad de todos.
Por eso, la primera pregunta debe ser siempre: “cómo hacemos para que Jesús y sus dones lleguen a todos de modo tal que no se pierda ninguno”. La pregunta nunca debe ser “quién no puede” sino “cómo hacer para que llegue a todos”.
Si esto requiere de “tiempos extraordinarios” como un Jubileo de la Misericordia, que permita desbloquear algunas situaciones imposibles de arreglar por la vía ordinaria y barajar y dar de nuevo, pues aquí tenemos al Papa Francisco que con coraje y decisión lo ha decretado.
Si esto requiere un gran trabajo de organización (y luego de limpieza para juntar las sobras) no hay otra que arremangarse y hacer crecer la organización.
Si hay que repensar la disciplina de la Iglesia porque el cambio cultural es de esos que se dan cada mil años, hay que iniciar el camino. No fue menor la tarea de la Iglesia al dejar los preceptos y las costumbres judías y comenzar a gestar los propios. Recordemos que la “Tradición de la Iglesia” es algo vivo, y se compone no solo de cosas inmutables, como el Dogma y la moral, sino de cosas que tienen que ir cambiando, como la liturgia, la disciplina eclesiástica y la pastoral.
Como decía San Juan XXIII al comienzo del Concilio: “Una cosa es la substancia de la antigua doctrina, del «depositum fidei», y otra la manera de formular su expresión…».
Transcribo el pasaje por que me parece que es un bálsamo para el alma y ayuda a ver el espíritu con que Francisco lleva adelante la Iglesia:
“La tarea principal de este Concilio no es, por lo tanto, la discusión de este o aquel tema de la doctrina fundamental de la Iglesia, repitiendo difusamente la enseñanza de los Padres y Teólogos antiguos y modernos, que os es muy bien conocida y con la que estáis tan familiarizados. Para eso no era necesario un Concilio.
Sin embargo, de la adhesión renovada, serena y tranquila, a todas las enseñanzas de la Iglesia, en su integridad y precisión, tal como resplandecen principalmente en las actas conciliares de Trento y del Vaticano I, el espíritu cristiano y católico del mundo entero espera que se de un paso adelante hacia una penetración doctrinal y una formación de las conciencias que esté en correspondencia más perfecta con la fidelidad a la auténtica doctrina, estudiando ésta y exponiéndola a través de las formas de investigación y de las fórmulas literarias del pensamiento moderno.
Una cosa es la substancia de la antigua doctrina, del «depositum fidei», y otra la manera de formular su expresión; y de ello ha de tenerse gran cuenta —con paciencia, si necesario fuese— ateniéndose a las normas y exigencias de un magisterio de carácter predominantemente pastoral.
Al iniciarse el Concilio Ecuménico Vaticano II, es evidente como nunca que la verdad del Señor permanece para siempre. Vemos, en efecto, al pasar de un tiempo a otro, cómo las opiniones de los hombres se suceden excluyéndose mutuamente y cómo los errores, luego de nacer, se desvanecen como la niebla ante el sol.
Cómo reprimir los errores. Siempre la Iglesia se opuso a estos errores. Frecuentemente los condenó con la mayor severidad. En nuestro tiempo, sin embargo, la Esposa de Cristo prefiere usar la medicina de la misericordia más que la de la severidad. Ella quiere venir al encuentro de las necesidades actuales, mostrando la validez de su doctrina más bien que renovando condenas. No es que falten doctrinas falaces, opiniones y conceptos peligrosos, que precisa prevenir y disipar; pero se hallan tan en evidente contradicción con la recta norma de la honestidad, y han dado frutos tan perniciosos, que ya los hombres, aun por sí solos, están propensos a condenarlos, singularmente aquellas costumbres de vida que desprecian a Dios y a su ley, la excesiva confianza en los progresos de la técnica, el bienestar fundado exclusivamente sobre las comodidades de la vida. Cada día se convencen más de que la dignidad de la persona humana, así como su perfección y las consiguientes obligaciones, es asunto de suma importancia. Lo que mayor importancia tiene es la experiencia, que les ha enseñado cómo la violencia causada a otros, el poder de las armas y el predominio político de nada sirven para una feliz solución de los graves problemas que les afligen. En tal estado de cosas, la Iglesia Católica, al elevar por medio de este Concilio Ecuménico la antorcha de la verdad religiosa, quiere mostrarse madre amable de todos, benigna, paciente, llena de misericordia y de bondad para con los hijos separados de ella” (San Juan XXIII, Discurso inicial, Vaticano II, 11 de octubre de 1962).
Diego Fares sj
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Algunos “trozos sobrantes” que junté de las contemplaciones de estos doce años. Para que nada se pierda.
Jesús es Pan de vida.
Yo soy pan para los demás.
En comunidad somos un equipo de cinco pancitos.
Nuestro pueblo es cinco mil panes compartidos (2003).
Nosotros andamos preocupados por lo que falta y el Señor nos manda a cuidar que no se pierda nada ¡de lo que sobró!
Que no se pierdan los voluntarios nuevos, que no se malogren los proyectos futuros, que no se nos llene de angustia o de quejas o de suspicacias el corazón mientras estamos gestionando milagros, sino que nos abramos humildemente a juntar la sobreabundancia en vez de creer que tenemos que asegurar mezquinamente lo ya logrado como si hubiera sido responsabilidad nuestra el milagro (2006).
Los fragmentos de la historia de cada vida! De la mía… Todo lo bueno y hermoso que me pasó y que gocé hasta ahí, con la pena de que terminara o de que no se pudiera guardar, todo eso fragmentario, el Señor lo junta en esa canasta que será su mejor regalo al llegar al cielo. No un regalo de cosas nuevas sino de las que cada uno vivió y no pudo vivir más a fondo: la canasta con el amor entero (2006).
La belleza no se limita a las “rosas únicas”, como decía Teresita, también se regala en la multitud de margaritas blancas, todas sencillas e iguales en su esplendor. En esta escena de los panes, la belleza es la de la comunidad: la belleza de la multitud de rostros del Pueblo fiel, alegre junto a su Pastor Hermoso. Lo bueno y útil de la multiplicación de los panes no debe hacernos perder la belleza gratuita de la unificación de su gozo que experimentó la gente (2009).