El pastor y el tiempo de su pueblo
Y volvieron los apóstoles a reunirse junto a Jesús
Y le contaron todas las cosas que habían hecho
y las cosas que habían enseñado.
El les dijo: ‘Vengan ustedes solos aparte a un lugar desierto
A descansar un poquito’.
Porque eran tantos los que iban y venían
Que ni para comer encontraban un tiempo desocupado.
Y se fueron en la barca a un lugar desierto entre ellos solos.
Pero muchos los vieron que se iban y los reconocieron.
Entonces, a pie y de todas las aldeas,
concurrieron allá y llegaron antes que ellos.
Al desembarcar, Jesús vio una gran muchedumbre,
Y se compadeció entrañablemente de ellos,
Porque andaban como ovejas que no tienen pastor
Y se puso a enseñarles largamente y con calma (Marcos 6, 30-34).
Contemplación
Contemplamos a Jesús, a su pueblo y a sus apóstoles.
El viaje del papa Francisco a las naciones más pequeñas de nuestra antigua Patria Grande, nos ayuda a hacer la “composición del lugar”, como dice San Ignacio que hay que hacer en las contemplaciones, para bajar la oración a la realidad, al espacio y al tiempo (contemplar como si presente me hallase).
Miramos a la gente, que “llega antes que ellos”, como dice Marcos.
En los lugares más humildes, como nuestra parroquia jesuita de Bañado Norte, cerca de Asunción, la gente se preparó desde el momento en que se enteraron que el papa iría a su barrio. En la cárcel de Palmasola, le comenzaron a hacer las tallas que le regalaron desde mucho antes. Y así. Algunos lo veían pasar sólo unos segundos, en el papamóvil, pero lo contemplaban con un corazón en el que el tiempo se había distendido: ya de antes deseaban mucho verlo y recibir una bendición y luego que pasó atesoraron esa presencia, un gesto, una mirada, un momento, y se lo han quedado saboreando en el corazón, como esa mamá que le llevó a su hijito en silla de ruedas y logró que el papa se lo bendijera: llorando decía que se llevaba esa bendición para toda su vida.
La reflexión que saco, viendo y escuchando a muchos y de mi propia experiencia, es que ver al Papa en medio de su pueblo –siendo uno uno más- saca el mejor fruto que se puede sacar de un encuentro.
La imagen es la última del evangelio, la de Jesús que ve la gran muchedumbre de su gente y se compadece entrañablemente de ellos y se pone a enseñarles y a bendecirlos y saludarlos largamente y con mucha calma.
Esa es la imagen de Francisco con la gente. Y uno tiene que encontrar su lugarcito allí.
Si entramos ahora en ese Corazón que experimenta sentimientos de entrañable compasión, nos podemos sentir admirados de que Jesús se compadezca de que andemos… ¡sin Él!
Nos mira y nos ve sin Él y eso le da pena. Eso significa la metáfora de que nos ve como “ovejas que no tienen Pastor”.
Es un sentimiento de padre, como cuando un papá ve a su hijo desorientado o triste y le da pena que no se deje ayudar, que se cierre, y cuando lo ve volver, como el padre misericordioso a su hijo pródigo, se llena de alegría y se le conmueven las entrañas, al ver que regresa y al ver cómo regresa, las dos cosas.
Ese es el punto preciso en que nos sitúa este evangelio: Jesús ve que la gente se dio cuenta de quién es Él y comienza a acudir de todas partes, cada uno desde la situación en que está, para acercarsele. Las ovejas han venteado al Pastor, han reconocido el tono de su voz, su modo de andar entre ellas y dejan todo para seguirlo.
Es una situación en la que se muestra la fragilidad, cuando uno deja su rol y su entorno y se va con otros, en medio de la multitud, para encontrarse con alguien como Jesús. El Señor “ve” este venir de la gente hacia él y se compadece de su pueblo.
Una reflexión que me viene es esta del “pueblo fiel”. Hoy todos hablan de la teología del pueblo y de qué significaría pueblo para Francisco. Sin desmerecer ningún aporte –que todos ayudan- creo que cuando él habla de pueblo fiel esta imagen de la gente peregrinando a Jesús – a Luján, a San Cayetano, a Aparecida, al Quinche, a Copacabana…- toca el corazón de lo que es el pueblo.
Somos pueblo cuando reconocemos y seguimos fielmente al buen Pastor. Quizás la expresión más honda de lo que siente un pueblo está reflejada en el Cantar del mio Cid, cuando el Cid es desterrado por el rey y el pueblo llano se pone de su parte y en contra del rey. La gente se lamenta de que el Rey lo desaproveche y alguien dice: ¡Dios, qué buen vasallo si hubiese buen señor!
En Jesús vemos al “buen vasallo” del “buen Señor”, el padre del Cielo que es el padre de todos los pequeñitos de la tierra, especialmente de los que nadie más cuida. En torno a él nos “convertimos en pueblo fiel”, de manera creciente, incluyente, saliendo de todo egoísmo y yendo al encuentro de los demás, como pares.
Por eso lo de “situarnos” en medio del pueblo fiel nos hace gustar lo mejor del Buen Pastor, de su Padre y experimentar la cohesión que nos da el Espíritu, que nos armoniza en nuestras diversidades y nos hace Iglesia, pueblo fiel de Dios.
Esto hay que sentirlo y gustarlo y que nos dilate el corazón:
¡Es tan lindo tener un pastor, un buen pastor!
Veía a la gente, cómo se preocupaba por que el papa descansase al ver que no tenía tiempo ni para ir al baño y, al mismo tiempo, todos querían saludarlo y tocarlo, y veo que gozó en esos días lo lindo que es tener un pastor.
Nos hace bien conservar estas cosas en el corazón y dilatarnos en el recuerdo. El momento más lindo de las fiestas, como siempre dice el padre Rossi, es ese después que se van todos y uno se queda rememorando los rostros y los momentos.
También es lindo dilatarse en la espera. En Estados Unidos, a los jesuitas se les ocurrió pedirle a la gente que escribiera “qué le diría al Papa Francisco si tuviera cinco minutos con él”. La verdad es que poner a la gente en esta “frecuencia” –por decirlo de alguna manera- saca las mejores cosas de los corazones.
Me impactaron tres que reflexionaron sobre el tiempo, sobre lo que hace un buen pastor con nuestro tiempo, que es como decir lo que hace con nuestro corazón, que es el órgano del tiempo, el que hace que el tiempo lata fuerte, se unifique o se disperse, con la fuerza del amor.
Una persona decía:
“Lo más seguro es que lloraría durante cuatro minutos y medio y luego, podría balbucear que me bendijera”.
¿No es una preciosa imagen de cómo es el tiempo de un corazón que ama mucho?
Otra, que según Jacques debe ser una persona joven, escribió: “¿Podría mantenerse vivo por unos cien años, por favor?”
Firma “Kim Ita”.
Trato de repetir la frase en mi pobre inglés –se nota que es un deseo dicho de corrido, que termina en ese “please” (por favor, no te vayas)-, y siento que el corazón de Kim quiere dilatar un tiempo que vive como tiempo de gracia.
Un jesuita escribe: “Le diría que estos dos últimos años han sido los más felices de mis 33 años como sacerdote … debido a que nuestro papa promueve la misericordia”. Y al mismo tiempo que “expresa cómo vive su tiempo” agrega:
“He de añadir que a pesar de los comentarios de algunos obispos influyentes y periodistas de renombre, la mayoría de los católicos en los Estados Unidos da gracias a Dios cada día por su elección”.
En esta frase veo a un cura que “siente” lo que siente su pueblo y se lo dice al Pastor.
El Pastor, como dice el Papa no es un peinador de ovejas, pero tampoco es un patrón de estancia que solo se informa del número de cabezas de ganado que le pertenecen.
La metáfora del pastor y su rebaño nos habla de la vida a escala humana –que incluye la persona en su familia y en su pueblo-.
Eso hace que el pastor si tiene muchos rebaños, no pase a ser un gerente. Siempre sigue teniendo relación personal con sus ovejas y también se ocupa de que cada rebañito tenga su pastorcito cercano. Por este lado hay que meditar en el misterio de la iglesia que conformó Jesús. Cada uno tiene que estar atento al Único Pastor, a su pastorcito y a su rebaño.
Bueno, la contemplación se vino por este lado –de cómo le hace vivir un buen pastor el tiempo a su pueblo.
Nos quedamos con lo lindo que es tener un pastor.
Jesús da piedra libre a este sentimiento.
Lo hace por la vía alegre, cuando se llena de gozo de que el Padre le revele sus cosas a los pequeños que lo escuchan a él y lo siguen, y por la vía apenada de la compasión, cuando se conmueve de que la gente no lo haya tenido, de que haya pasado tanto tiempo sin él.
Es la gracia personalísima del cristianismo. Tener un pastor supera todo.
Supera las liturgias, porque hace una liturgia única de cada encuentro;
supera todas las sabidurías, porque encuentra la palabra inédita en el momento justo;
supera todas las autoayudas porque siempre es mejor que, si necesitás ayuda, te ayude otro (ganás un amigo y no sólo tenés una solución a un problema).
Como dice la aclamación antes del evangelio durante la Cuaresma: “El Señor es mi pastor, nada me falta”.
Diego Fares sj