Domingo 14 B 2015

Ser gente que confía

 Jose-el-carpintero

Jesús salió de allí y vino a su pueblo y sus discípulos lo acompañaban.

Cuando llegó el Sábado comenzó a enseñar en la sinagoga

y los más de los que lo escuchaban estaban asombrados y decían:

-¿De dónde (saca) este estas cosas? y ¿qué es la sabiduría esta que le ha sido dada? ¿y estos milagros (dynamis) que por sus manos se realizan? ¿No es este el carpintero, el hijo de María, y el hermano de Jacob y de José y de Judas y de Simón? Y no se hallan sus hermanas aquí entre nosotros? Y se escandalizaban de él.

Jesús les dijo:

– No hay profeta desprestigiado si no es en su patria y entre sus parientes y en su casa.

Y no podía obrar milagro alguno salvo que a unos pocos enfermos, imponiéndoles las manos, los curó.

El se admiraba de su incredulidad.

Y recorría las aldeas en torno enseñando (Marcos 6, 1-6).

Contemplación

Escepticismo, no-fe, incredulidad.

Esa es la palabra que nuclea lo que narra Marcos de la vuelta de Jesús a su patria.

Veamos un poco este escepticismo tal como lo describe Marcos. Es una actitud muy pos moderna, pero se ve que viene de antiguo.

Lo primero que podemos contemplar es que este escepticismo causa admiración al Señor: “El se admiraba de su in-credulidad”. A veces nos sucede que asistimos a algún hecho que nos conmueve profundamente, algo que nos hace recuperar la fe en la raza humana, por así decirlo, y vemos que otros a nuestro lado son testigos de lo mismo pero no los toca, los deja indiferentes o con una cara de: “está bien, pero no es para tanto…”.

Lo que quiero rescatar es esa base mínima de escepticismo, de no entusiasmo ante el bien, ese poner el bien entre paréntesis que contrasta con la actitud de fe.

La fe es todo lo contrario, la fe se deja ensanchar el corazón por el bien, hace que nos impliquemos, nos vuelve sensibles, nos toca el corazón.

Decía alguien que no hace falta mucha fe, porque la fe necesita ser completada y siempre es el Señor el que la completa, sea mucha o poca.

También en las relaciones humanas, la confianza es de a dos y se completa entre dos. Con los niños, la experiencia es clara: a veces los chicos chiquitos desconfían de un adulto y si este se los gana un poquito, con algún juego o algún regalito, los niños abren todo el corazón y se confían plenamente. Necesitan verse envueltos en un manto de cariño que los hace confiar y abrirse sin temores.

Quizás por eso es que Jesús “no puede creer que no crean”, que no se abran ni un poquito a sus regalos: el regalo de su sabiduría, el regalo de sus milagros. Es tanto lo que les está dando. Un día dirá: si no me creen a mí crean a las obras que hago.

Al Señor le dolía la falta de fe, no tanto por él sino por los desconfiados. Se perdían las maravillas que él hace con los que confían en su bondad.

De aquí podemos sacar la primera lección para nuestra vida: la fe es una cuestión definitiva, una actitud última, que define la calidad de lo que somos.

O tenemos fe – poquita o mucha, pero tenemos- o somos gente sin fe.

O confiamos o no confiamos.

O andamos por la vida con el sentido de la fe atento a los signos del Señor o salimos a la calle dispuestos a confirmar nuestro escepticismo.

Vamos sumando razones para creer o multiplicamos argumentos para no confiar.

Somos de los que dicen: “qué grande es esto que estamos viendo” o “vamos a ver cómo termina esto, si no es más de lo mismo”.

Escuchemos los argumentos de los paisanos de Jesús, cuáles son sus razones para el escepticismo.

La primera frase es demoledora: “de donde este estas cosas”. Nuestro maestro Fiorito, cuando en la dirección espiritual escuchaba que llamábamos “este” a algún compañero, reaccionaba inmediatamente: decía riendo “estás tentado”. No digamos nada si uno calificaba al otro con alguna palabra ofensiva. Pero bastaba el desprecio que deja entrever decir “este” o “este tipo”.

Para los vecinos de Jesús “este” significaba “el carpintero, el hijo y de María”. Ya hay algo turbio que el pueblo se ve que tenía callado o comentaba en voz baja y que ahora se vuelve explícito. Jesús no es el hijo de José y de María sino sólo el hijo de María. La historia de la concepción de Jesús se ve que no tenía nada de evangelio y sí mucho de chusmerío. Lo habían aceptado como “el carpintero”, pero ahora que les venía “con estas cosas” de milagros y enseñanzas, les salió toda la hiel que tenían guardada. De donde este estas cosas.

Vemos que el escepticismo clasifica bien: cada cosa en su lugar, cada persona en su rol. Y por eso no puede creer, aunque lo esté viendo, que de algunos “tipos” de persona pueda salir algo bueno o extraordinario.

Como se pronunció el nombre de María, podemos pasar en nuestra oración a mirar a la madre de Jesús y a ver en ella la actitud de fe totalmente distinta (no digo contraria porque la fe es algo único, hermoso, no se define por ser contraria al escepticismo, que es una actitud de porquería, como vemos en los paisanos del Señor).

María es la que ve las maravillas que Dios hace en nuestra pequeñez. En su propia pequeñez y en la del pueblo fiel. Ella confía en todos sus hijitos y sabe ver lo bueno de cada uno mejor que nadie. Y Jesús, siendo Dios, quiso aprender de su madre este modo de confiar en la gente.

No es a pesar de ser el hijo de María que Jesús hace maravillas sino precisamente por serlo. De María y de José, de quienes aprendió a creer. Me gusta pensar que así como él les enseñó a ellos a creer en el Padre y en “las cosas de su Padre”, ellos le enseñaron a creer en la gente. En sus padres Jesús aprendió a confiar en lo mejor de la humanidad, en lo que es capaz de llegar ser un corazón humano, sencillo como el corazón de José, puro y limpio como el corazón de María. Ellos le enseñaron a confiar en la gente, que, como sus vecinos, es capaz de mezquindades pero también de gran generosidad.

Pasemos un momento a “las cosas” que realiza Jesús. De donde las saca, se preguntan. Y esta es la clave de la fe: darse cuenta de que las saca de su buen corazón, de su querer bien a la gente, de su deseo de dar la vida. La fe no es constatar un hecho milagroso midiendo científicamente su grado de probabilidad sino constatar que los frutos buenos nacen de un corazón bueno y creer en la Persona que obra así, de corazón. La fe es personal. Por eso Jesús preguntaba “quién” me ha tocado cuando la hemorroisa le tocó el manto. Quería saber quién, no tanto por qué. La fuerza curativa, el milagro, salió solo directo a la enfermedad, pero los ojos de Jesús querían encontrarse con los ojos de la que así confiaba en él. Porque la fe es cuestión de amor. Así como la cara externa del amor se traduce en obras y gestos, la cara interna consiste en la fe y la esperanza que hacen que el que ama se amolde al pensamiento y a los tiempos y modos de aquel en quien confía y espera.

Y de aquí podemos comprender cómo hay otra tentación contra la fe. Hay algunos que creen tanto en “las cosas” que hace y dice Jesús, que se olvidan de su persona. No son escépticos, todo lo contrario. Dicen: esto que Jesús dijo es una verdad absoluta. Este signo sacramental que Jesús realizó tiene poder salvífico pleno. Por tanto, hay que cuidar que no se desdibuje para nada la verdad y que se conserve la pureza del sacramento. Cuidan esto de tal manera que no hay nada más que decir ni ningún camino a recorrer. Olvidan que Jesús no tiene miedo en dialogar con todos y de ir revelando sus verdades paso a paso, como hizo con Nicodemo y con la Samaritana. Olvidan que si uno se acerca a Jesús y lo toca no lo vuelve impuro, al contrario, se purifica a sí mismo. Lo cual no quita que luego tenga que iniciar o reiniciar un camino de santificación en el que siempre se puede dar un pasito más.

Mientras los escépticos y los integristas discuten en torno a “las cosas”, los creyentes nos tomamos de la mano de Jesús y nos vamos en su seguimiento a esas “otras aldeas” adonde él salía a predicar. Hay tanta gente buena que tiene ganas de creer en Alguien como Jesús que no hay que perder el tiempo con los escépticos ni con los fundamentalistas.

Decía el Papa Francisco en la Audiencia del 13 de Mayo de 2013:

“Vivimos en una época en la que se es más bien escéptico respecto a la verdad. Benedicto XVI habló muchas veces de relativismo, es decir, de la tendencia a considerar que no existe nada definitivo y a pensar que la verdad deriva del consenso o de lo que nosotros queremos. Surge la pregunta: ¿existe realmente «la» verdad? ¿Qué es «la» verdad? ¿Podemos conocerla? ¿Podemos encontrarla? Aquí me viene a la mente la pregunta del Procurador romano Poncio Pilato cuando Jesús le revela el sentido profundo de su misión: «¿Qué es la verdad?» (Jn 18, 38). Pilato no logra entender que «la» Verdad está ante él, no logra ver en Jesús el rostro de la verdad, que es el rostro de Dios. Sin embargo, Jesús es precisamente esto: la Verdad, que, en la plenitud de los tiempos, «se hizo carne» (Jn 1, 1.14), vino en medio de nosotros para que la conociéramos. La verdad no se aferra como una cosa, la verdad se encuentra. No es una posesión, es un encuentro con una Persona”.

Diego Fares sj

 

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