No defenderse, dejarse llevar
En aquel tiempo decía también Jesús a la gente…
Así sucede con el reino de Dios como con un labrador que hecha semilla en la tierra; duerma o se levante, de noche o de día, el grano brota y crece, sin que él sepa cómo. La tierra da el fruto automáticamente: primero los tallitos de hierba, luego la espiga, después el trigo pleno en la espiga y cuando el fruto está a punto se mete la hoz porque ha llegado la siega.
Decía también: ¿a qué compararemos el reino de Dios o con qué parábola lo expresaremos? Con el reino sucede como con un grano de mostazas que cuando se siembra en la tierra es más pequeño que cualquier semilla que se siembra en la tierra, pero una vez sembrado crece y se hace mayor que todas las hortalizas y echa ramas tan grandes que las aves del cielo pueden anidar a su sombra.
Y les anunciaba la Palabra con muchas parábolas como éstas, acomodándose a su capacidad de entender y no les hablaba sino en parábolas, pero a sus propios discípulos se lo explicaba todo cuando estaban entre ellos (Mc 4, 26-33).
Contemplación
Nuestra Iglesia del Gesù, la Iglesia madre de todas las iglesias de la Compañía, está dedicada al Corazón de Jesús. Hay dos imágenes, la del altar mayor –de serena grandeza-, que sólo se muestra durante el mes de junio, y la que está en la Capilla lateral. La grande me encantó siempre (quizás porque no la exponían todo el año): es un Jesús reconcentrado, que atrae hacia sí a todos con su mansedumbre llena de majestad. De la otra no me gusta mucho el rostro imberbe del Señor, pero el Corazón está ofrecido en un solo gesto: el de su mano derecha, llagada, y en el de su mano izquierda que se adelanta a darlo entero y vivo.
El evangelio de hoy ilumina el modo de darse del Señor, que es como el de quien se siembra. Un darse desplegado a lo largo de toda mi vida, con algunos momentos puntuales, de los que tengo más conciencia –la primera comunión, los ejercicios del Noviciado, la ordenación…-, pero sostenido a lo largo de ese proceso de vida que narra la parábola: el Señor me ha dado su corazón: “como un labrador que hecha la semilla en la tierra, y mientras yo dormía o me levantaba, de noche o de día, ese grano de trigo, es Corazón brotó y creció, sin que yo supiera cómo. Y da fruto”. El caminito que indica la parábola –con mucha sencillez- es el de los frutos. Hey, tomá conciencia. Si has dado fruto es que Él sembró. Y no una semilla como otras, sino su Corazón. La imagen del Corazón es muy fuerte y tiende a “cosificarse”. Uno la gusta cuando vive la experiencia de alguien que se le entrega y confía y usa las palabras “de corazón”. Pero el corazón está oculto en el pecho y, si en ciertos momentos se hace notar, es para volver luego a lo íntimo, que es donde trabaja a gusto. El corazón a veces late un poco más fuerte, pero para que uno sepa que está latiendo siempre, acompasadamente. Y si es sanador conectarse con el propio corazón –mirar sintiendo, pensar discerniendo las mociones que inquietan de las que dan paz, imaginémonos por un momento lo sanador que es conectarnos con el Corazón de alguien como Jesús. El primer sentimiento que me viene es de frenar un poco (por miedo). Las ideas comunes: “debe andar a mil”, “debe estar muy ocupado”… Basta ponerle palabras para que se disuelvan. “Vengan a mi, que soy manso y humilde de corazón”. Nada más acompasado y “desocupado” que el corazón del Señor. Ahí sí que cabemos todos. El universo con sus miles de millones de galaxias puede compararse con la expansión de uno sólo de sus latidos, y el primer latido del corazoncito de un bebé, es idéntico al Suyo, en el instante en que quiso comenzar a latir junto al Corazón de su Madre. No hay que tenerle miedo ni demasiado respeto. Debería darnos miedo “pensar” como Dios, no “sentir” como Él. Y sin embargo… Hay gente que dice: Dios dijo esto y Dios piensa aquello. Toman dos palabras de la Biblia y algo de algún concilio y se creen que ya saben cómo piensa Dios. Esto es un despropósito. Como uno vive dentro de sus pensamientos y experimenta la capacidad expansiva de las ideas, se suele entusiasmar. Pero basta salir a la calle y escuchar un poco a la gente para darse cuenta de que cada uno piensa lo mismo de sus ideas y de las de su grupo y le resultan iguales o mejores que las ideas de uno. Pero esto no hay que explicarlo mucho. El que racionalmente no juzga que sus ideas son limitadísimas (aunque use las del evangelio y las de los dogmas) para iluminar la realidad, no hay con qué darle. De las ideologías y los dogmas sólo se sale por propia decisión. El número de cabezazos contra la pared que requiere depende del gusto y de la resistencia (de tú cabeza, se entiende).
Sentir como siente el Señor…
Otra tentación viene de la idea de que “ya sé lo que me va a pedir”. “Claro que sería lindo sentir como Él, pero entonces ya está, tengo que cambiar completamente y ya se que eso no va a ser…”
Es notable la cantidad de frases que uno puede decir para atajarse. “Tengan los sentimientos de Jesús”, nos dice Pablo, y agrega: “que siendo Dios se hizo hombre…, por Amor”. El primer “sentimiento” (dice la canción) es que “El no defendió su igualdad con Dios…” No defenderse. Para sentir no hay que defenderse. Sentir es expandirse, dejarse llevar. No defenderse. No se te pide que “hagas lo que Jesús dice” sino que primer “sientas lo que su Corazón siente”. El sentir no se discute porque no es una “idea”, que se construye, sino una respuesta real de un corazón a la realidad, a lo que pasa. Los sentimientos se respetan porque uno ve que cada uno responde con lo que es, con su sensibilidad, con su historia, con su carácter… a algo que sucede. Puede ser que uno le haga ver a otro que un sentimiento es exagerado o pobre, pero el proceso para que el corazón del otro se adecue mejor a esa realidad no es como el de las ideas. Una idea se puede cambiar en un instante. Un modo de sentir no. Lleva tiempo. La adecuación de la mente a la verdad es como la del ojo a la luz y a las formas: se adecuan casi instantáneamente. La adecuación de los sentimientos a la Bondad lleva más tiempo. A un niño sí, le basta una sonrisa para sentir lo mismo que siente con la de su mamá; le basta que le ofrezcan un chocolatín para sentir que puede acercarse. A los grandes nos hace falta un poco más. Tantas desilusiones nos llevan a tenerle miedo a la Ternura de Dios, como nos decía ayer el Papa Francisco en el retiro mundial de Sacerdotes. Le tenemos miedo a la Ternura del Corazón del Señor. Nos da miedo lo que sentimos y lo frenamos, le metemos ideas raras…
Y lo que se nos ofrece es que “sintamos” un rato lo que siente el Señor, cómo siente el Señor.
Hay que ir de a poco y comenzar por sus sentimientos más simples.
Qué sentía ante la Virgen, su Madre, y ante San José. El cariño de Jesús al ver a su madre lavando la ropa, ordenando la casa… El orgullo de Jesús al ver a San José trabajando, al pasear de su mano por el pueblo. No es difícil conectarse con los sentimientos del Niño Jesús. Eran espontáneos como los nuestros, de admiración y puertas abiertas totalmente, como los de todo niño pequeñito, que se deja moldear por los sentimientos de sus papás. Quizás la única diferencia es que el Señor conserva durante toda su vida este corazón de niño. Y por eso lo recomienda. Pero no es difícil conectarse con esos sentimientos porque todos los hemos tenido. Y si luego nos volvimos desconfiados o duros, es sobre la base de una confianza defraudada y de una ternura agredida.
Luego se puede pasar a los sentimientos del Señor con la gente sencilla y buena. Nosotros también “sentimos bien” de la gente simple. Aunque uno sea un complicado cuando ve a la viuda poniendo sus dos moneditas siente que eso está bien; y cuando Jesús cuenta cómo se alegró el pastor con su ovejita y cómo se compadeció el samaritano con la víctima de la agresión de los ladrones también “siente bien”. Esas parábolas son “escuela de sentimientos”. Son ejemplos de bondad en los que uno puede “sentir bien” sin peros. No dejan lugar a dudas ni a ideas raras. El buen pastor se alegró de verdad y uno se puede alegrar con él. La parábola de la alegría del Padre misericordioso supone otros pasos. Allí uno puede sentir como el hijo resentido. En cambio no hay un pastor resentido que diga “cómo se alegra este con esa oveja de m…”. Ver la oveja recuperada es digno de alegría. Porque las ovejas son inconscientes. Es uno que las pierde y uno el que las recupera. En cambio los hijos son bien conscientes y la alegría tiene que ser de a dos y de a tres. Es más compleja. Lo mismo sucede con la parábola del buen samaritano. Ante el herido no hay opción. El bien es un solo: ayudarlo sí o sí. No es como la parábola de la invitación al banquete de bodas. Ahí uno puede decir que tiene otras cosas que hacer. Que está linda la fiesta pero hay deberes y otras celebraciones… Es más compleja la cosa. Pero con el que ayuda al herido todos podemos “sentir pura compasión” y dejarnos modelar el corazón por ella.
Como vemos, “sentir” con el Corazón de Jesús es una tarea de toda la vida. Hay mucho para crecer. El lenguaje del amor nace en la fuente de los sentimientos, en el corazón, y de esta fuente brotan aguas vivas con infinitos matices de intensidad y caudal. Se puede sentir a sorbitos y a borbotones y llega el día en que uno se quiere tirar al Río de Agua viva que brota del Corazón de Cristo y nadar en Él y hacer la plancha y navegar mar adentro y “saltar como una fuente que salta al Cielo”.
Del Corazón como semilla vinimos a parar al Corazón como fuente. Suele pasar si uno se deja llevar por los sentimientos de Jesús.
Padre Diego sj