Tratadito de los dones en clave de misericordia
Al atardecer del Domingo encontrándose los discípulos con las puertas cerradas, por temor a los judíos,
vino Jesús y se puso en medio de ellos y les dijo:
‘La paz esté con ustedes’.
Mientras les decía esto les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor.
Jesús les dijo de nuevo:
‘La paz esté con ustedes. Como el Padre me envió a mí, Yo también los misiono a ustedes’.
Al decir esto sopló sobre ellos y añadió:
‘Reciban el Espíritu Santo (y) si a uno cualquiera ustedes le perdonan los pecados serán perdonados y si a uno se los retienen quedan retenidos” (Jn 20, 19-23).
Contemplación
El Señor dice que no hay que agregar ni una “i” a la ley pero aquí me animo a agregar, entre paréntesis, una “y”. Es necesesaria, me parece, para conectar al Espíritu Santo con la misericordia. Es que, en general, la frase del Señor se lee “reciban el Espíritu Santo”. Punto. Y a continuación viene: “A los que les perdonen los pecados les serán perdonados….”.
Este punto puede hacer que la recepción del Espíritu parezca algo separado de la tarea inmediata de perdonar. De hecho, en las oraciones al Espíritu Santo se le piden muchas cosas: todos los dones… También esto distrae un poco (al menos a mí). Uno comienza pidiendo sabiduría y cuando llega al entendimiento y la ciencia la cosa se complica. Surgen preguntas de qué es la ciencia y si el don de intelecto lo tienen los más inteligentes… En cambio el Señor insufla el Espíritu y no habla de muchos dones sino sólo de perdonar los pecados.
En la Bula de convocación al Jubileo extraordinario de la misericordia, el papa Francisco directamente dice: “Cada uno de nosotros ha recibido el don del Espíritu Santo para el perdón de los pecados, de esto somos responsables” (17).
Me encantó esta conexión del Espíritu y el perdón. Es como si el Señor dijera: si ustedes perdonan le abren la cancha al Espíritu y Él hace todo lo demás. Es el punto que nos toca, nuestra responsabilidad, como dice Francisco.
Pero antes de ser una responsabilidad hay que meditar en que es un don: reciban el Espíritu Santo para perdonar. A ver si lo puedo expresar: no se trata de “recibir primero el Espíritu y, después, “salir a perdonar”. El Espíritu que recibimos es un “Espíritu Perdonador”, un “Espíritu Misericordiante” si se puede decir.
El Papa utiliza esta expresión latina en su escudo “Miserando atque eligendo”– y dice que eligiendo nos suena familiar, pero “misericordiando” no es una palabra que usemos.
Pues bien, en el año de la mIsericordia tenemos que empezar a usarla.
El Espíritu Santo que recibimos es Santo no sólo en sí mismo sino en su acción para con nostros: es Espíritu Santificador y nos da la gracia Santificante. Curiosamente, no pronunciamos la palabra principal: es Espíritu Misericordiador y nos da la Gracia Misericordiante.
Que suene raro, no me importa. Y que parezca un juego de palabras, tampoco me importa. Porque que nos incomode el sonido es bueno para que nos incomode el prójimo.
El que no recibe una gracia misericordiante, que lo mueve a tener misericordia de alguno, al que se tiene que aproximar para ayudarlo, no recibió nada. Cero gracia. Nada de dones que sean “santificantes” de la propia persona sin conexión inmediata para con los demás.
El Espíritu da sus dones para el bien común, no para perfeccionar a alguno como si fuera un vestido que lo adorna o una virtud que lo hace más que los demás. Están tan metidas estas ideas que para sacarlas hay que raspar la piel y por ahí sangra. El apóstol dice: “qué tenés que no hayás recibido”. Nada. Podemos decir. Y agregamos: “Qué tenés que no sea para dar”. Nada.
Y lo único que podemos dar que sea nuestro es el perdón.
Por eso el Señor nos da lo más suyo –su Espíritu- para ayudarnos en lo más nuestro –que perdonemos. Todos los demás dones hay que “traducirlos” en clave de misericordia.
Meditando estas cosas me puse a releer, en esta clave, las catequesis del Papa del año pasado sobre los dones del Espíritu Santo. Y salió algo muy lindo, sobre todo al prestar atención a los ejemplos que usa. Salió una especie de tratatido de los dones “en clave de misericordia”.
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Sabiduría es sentir el gusto y el sabor de hacer las cosas como las hace Dios, mirando con sus ojos misericordiosos a toda creatura, no con ojos de odio o envidia. El papa pone dos ejemplos caseros de “sabiduría misericordiosa”: “Piensen en una mamá, en su casa, con los niños, que cuando uno hace una cosa el otro maquina otra, y la pobre mamá va de una parte a otra, con los problemas de los niños. Y cuando las madres se cansan y gritan a los niños, ¿eso es sabiduría? Gritar a los niños —les pregunto— ¿es sabiduría? ¿Qué dicen ustedes?: es sabiduría o no? ¡No! En cambio, cuando la mamá toma al niño y lo reta dulcemente y le dice: «Esto no se hace, por esto…», y le explica con mucha paciencia, ¿esto es sabiduría de Dios? ¡Sí! Es lo que nos da el Espíritu Santo en la vida. Luego, en el matrimonio, por ejemplo, los dos esposos —el esposo y la esposa— se pelean, y luego no se miran o, si se miran, se miran con la cara torcida: ¿esto es sabiduría de Dios? ¡No! En cambio, si dicen: «Bah, pasó la tormenta, hagamos las paces», y recomienzan a ir hacia adelante en paz: ¿esto es sabiduría? [la gente: ¡Sí!] He aquí, este es el don de la sabiduría. Que venga a casa, que venga con los niños, que venga con todos nosotros”.
¡Meter esos dos ejemplos de “misericordia cotidiana” al hablar del Don de la Sabiduría! ¡Qué lindo corazón tiene nuestro Papa! Qué sabio que es poder ver al Espíritu dando esta misericordia sabia a una mama y a dos esposos que en vez de pelear saben perdonar y sanar. No se trata de una misericordia sentada en un trono ni de una sabiduría que se imparte desde una cátedra. El Papa las baja a la vida de todos los días. Allí donde la misericordia es “practicable”.
Otro ejemplo de cómo el Espíritu irradia misericordia en sus siete dones lo dio el Papa hablando del don de consejo. Contó una historia que vivió en el ámbito del sacramento de la Reconciliación:
“Recuerdo una vez en el santuario de Luján, yo estaba en el confesionario, delante del cual había una larga fila. Había también un muchacho todo moderno, con los aretes, los tatuajes, todas estas cosas… Y vino para decirme lo que le sucedía. Era un problema grande, difícil. Y me dijo: yo le he contado todo esto a mi mamá, y mi mamá me ha dicho: dirígete a la Virgen y ella te dirá lo que debes hacer. He aquí a una mujer que tenía el don de consejo. No sabía cómo salir del problema del hijo, pero indicó el camino justo: dirígete a la Virgen y ella te dirá. Esto es el don de consejo. Esa mujer humilde, sencilla, dio a su hijo el consejo más verdadero. En efecto, este muchacho me dijo: he mirado a la Virgen y he sentido que tengo que hacer esto, esto y esto… Yo no tuve que hablar, ya lo habían dicho todo su mamá y el muchacho mismo. Esto es el don de consejo. Ustedes mamás, que tienen este don, pídanlo para sus hijos: el don de aconsejar a los hijos es un don de Dios”. Aquí se ve bien lo que decía de un don que se da para otro, no para sí. Quizás esa mamá no es la consejera de todo el barrio, pero para su hijo recibió el don de consejo. Y tenía que ver con la misericordia, con algo que era el pecado de su hijo y que él tenía que resolver para confesarse bien y hacer las cosas bien. No se trata de un don que sirva para hacerse famoso escribiendo libros de autoayuda. El Espíritu te permite aconsejar allí donde sentís misericordia, no en otro lugar.
En torno al don de Ciencia, el Papa también contó algo original. El afirma que tenemos que “custodiar lo creado” y ve el don de ciencia desde esta perspectiva: lo que nos ayuda a no apoderarnos de la creación y a no destruirla, sino a admirarla y agradecerla para custodiarla bien.
Tiene una frase muy “misericordiosa”, por no decir sólo muy linda: “Cuando Dios terminó de crear al hombre no dijo «vio que era bueno», sino que dijo que era «muy bueno». A los ojos de Dios nosotros somos la cosa más hermosa, más grande, más buena de la creación”. Y contó: “Una vez estaba en el campo y escuché un dicho de una persona sencilla, a la que le gustaban mucho las flores y las cuidaba. Me dijo: «Debemos cuidar estas cosas hermosas que Dios nos ha dado; la creación es para nosotros a fin de que la aprovechemos bien; no explotarla, sino custodiarla, porque Dios perdona siempre, nosotros los hombres perdonamos algunas veces, pero la creación no perdona nunca, y si tú no la cuidas ella te destruirá».
También la ciencia debe ser “misericordiosa”. Y no solo por caridad sino para sobrevivir. La naturaleza no puede ser misericordiosa. Solo nosotros podemos. Para cultivar actitudes ecológicas no basta con ser sensato –no lo somos, de hecho-, hay que pedir el don de mirar la naturaleza con misericordia. Como San Francisco, que admiraba y compadecía a cada creatura.
Con el don del temor de Dios, el Papa hizo también una reflexión muy original acerca del Espíritu Santo que “nos abre el corazón a la misericordia”. Dijo: “El temor de Dios nos hace tomar conciencia de que todo viene de la gracia y que nuestra verdadera fuerza está únicamente en seguir al Señor Jesús y en dejar que el Padre pueda derramar sobre nosotros su bondad y su misericordia. Abrir el corazón, para que la bondad y la misericordia de Dios vengan a nosotros. Esto hace el Espíritu Santo con el don del temor de Dios: abre los corazones. Corazón abierto a fin de que el perdón, la misericordia, la bondad, la caricia del Padre vengan a nosotros, porque nosotros somos hijos infinitamente amados. Y agregó algo fuerte acerca de lo opuesto a la misericordia que es la corrupción: “Pero, atención, porque el don del temor de Dios es también una «alarma» ante la pertinacia en el pecado. Pienso, por ejemplo, en las personas que tienen responsabilidad sobre otros y se dejan corromper. ¿Piensan que una persona corrupta será feliz en el más allá? No, todo el fruto de su corrupción corrompió su corazón y será difícil ir al Señor. Pienso en quienes viven de la trata de personas y del trabajo esclavo. ¿Piensan que esta gente que trafica personas, que explota a las personas con el trabajo esclavo tiene en el corazón el amor de Dios? No, no tienen temor de Dios y no son felices. No lo son. Pienso en quienes fabrican armas para fomentar las guerras; pero pensad qué oficio es éste. Estoy seguro de que si hago ahora la pregunta: ¿cuántos de usetedes son fabricantes de armas? Ninguno, ninguno. Estos fabricantes de armas no vienen a escuchar la Palabra de Dios. Estos fabrican la muerte, son mercaderes de muerte y producen mercancía de muerte. Que el temor de Dios les haga comprender que un día todo acaba y que deberán rendir cuentas a Dios”. El pecado contra el Espíritu se manifiesta también en la corrupción estructural y hay que denunciarlo cueste lo que cueste.
Para explicar el don del entendimiento, el Papa usó el ejemplo de los discípulos de Emaús: “Tras asistir a la muerte en cruz y a la sepultura de Jesús, dos de sus discípulos, desilusionados y acongojados, se marcharon de Jerusalén y regresaron a su pueblo de nombre Emaús. Mientras iban de camino, Jesús resucitado se acercó y comenzó a hablar con ellos, pero sus ojos, velados por la tristeza y la desesperación, no fueron capaces de reconocerlo. Jesús caminaba con ellos, pero ellos estaban tan tristes, tan desesperados, que no lo reconocieron. Sin embargo, cuando el Señor les explicó las Escrituras para que comprendieran que Él debía sufrir y morir para luego resucitar, sus mentes se abrieron y en sus corazones se volvió a encender la esperanza (cf. Lc 24, 13-27). Esto es lo que hace el Espíritu Santo con nosotros: nos abre la mente, nos abre para comprender mejor, para entender mejor las cosas de Dios, las cosas humanas, las situaciones, todas las cosas.” Y recordemos que el Señor pudo hacer eso porque ellos “lo hospedaron”, cumpliendo una de las obras de misericordia, sin saber quién era.
Para el don de Piedad usó un ejemplo muy argentino y muy italiano: dijo que ser piadoso no es hacer como dicen en piamontés “la mugna quacia”. Es lo que siempre decía en castellano que el cristiano no es como los fariseos que se hacen “los mosquita muerta”. La piedad no es poner cara de estampita sino “ser verdaderamente capaces de gozar con quien experimenta alegría, llorar con quien llora, estar cerca de quien está solo o angustiado, corregir a quien está en el error, consolar a quien está afligido, acoger y socorrer a quien pasa necesidad. Hay una relación muy estrecha entre el don de piedad y la mansedumbre. El don de piedad que nos da el Espíritu Santo nos hace apacibles, nos hace serenos, pacientes, en paz con Dios, al servicio de los demás con mansedumbre”.
Terminamos con la fortaleza: “Con el don de fortaleza el Espíritu Santo libera el terreno de nuestro corazón, lo libera de la tibieza, de las incertidumbres y de todos los temores que pueden frenarlo, de modo que la Palabra del Señor se ponga en práctica, de manera auténtica y gozosa. Es una gran ayuda este don de fortaleza, nos da fuerza y nos libera también de muchos impedimentos”. El Papa pone como ejemplo a gente que es fuerte en la vida cotidiana: “Cuántos hombres y mujeres —nosotros no conocemos sus nombres— que honran a nuestro pueblo, honran a nuestra Iglesia, porque son fuertes: fuertes al llevar adelante su vida, su familia, su trabajo, su fe. Estos hermanos y hermanas nuestros son santos, santos en la cotidianidad, santos ocultos en medio de nosotros: tienen el don de fortaleza para llevar adelante su deber de personas, de padres, de madres, de hermanos, de hermanas, de ciudadanos. ¡Son muchos! Demos gracias al Señor por estos cristianos que viven una santidad oculta: es el Espíritu Santo que tienen dentro quien les conduce. Y nos hará bien pensar en esta gente: si ellos hacen todo esto, si ellos pueden hacerlo, ¿por qué yo no?”. Esta fortaleza está llena de ternura y misericordia.
…………
Misericordia es una palabra práctica. Es la única palabra importante para Jesús porque todo lo que se refiere a Dios, Él lo hace girar en torno a la misericordia. Y digo que es práctica porque es una palabra que para entenderla hay que “sentir” que a uno se le conmuevan las entrañas o se le revuelvan las tripas, y tener algún gesto de misericordia concreto con alguien miserable.
Jesús, cuando habla del Padre nos dice que “seamos misericordiosos como es Misericordioso Él”. Y si alguno pregunta “¿y cómo?”, allí están todas las parábolas.
Cuando Jesús habla del Espíritu, nos lo muestra en acción: perdonando los pecados a través nuestro. Para experimentar sus dones tenemos que poner en práctica alguna obra de misericordia que hará que se “consoliden” en nuestro corazón sus otros dones.
Sabiduría misericordiosa, Consejo misericordioso, Ciencia misericordiosa…
El Espíritu actúa con una humildad inimaginable: si nosotros dejamos en suspenso un pecado él espera…
Por eso urge ponernos de acuerdo los cristianos, especialmente la jerarquía, a ver cómo hacemos para perdonar a todos, porque el mismo Señor está esperando, no solo la gente.
Diego Fares sj