El oficio del Señor
I
Los discípulos de Emaús, por su parte, narraron las cosas que habían acontecido en el camino y de qué modo le habían conocido en la fracción del pan.
II
Mientras estaban hablando de estas cosas, Jesús se presentó en medio de ellos y les dijo:
«La paz esté con ustedes.» Sobresaltados y aterrados, les parecía que estaban viendo un espíritu. Pero él les dijo: «¿Por qué están conturbados? Y por qué surgen esos pensamientos en su corazón? Miren mis manos y mis pies; soy yo mismo. Pálpenme y vean que un espíritu no tiene carne y huesos como ven que yo tengo.» Y, diciendo esto, les mostró las manos y los pies.
Como ellos no acababan de creer a causa de la alegría y la admiración, les dijo: «¿Tienen aquí algo de comer?» Ellos le ofrecieron parte de un pez asado. Y tomándolo delante de ellos lo comió. Después les dijo: «Estas son aquellas palabras mías que Yo les decía cuando todavía estaba con ustedes: «Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos acerca de mí»».
III
Y, entonces, les abrió sus mentes para que comprendieran las Escrituras, y les dijo: «Así está escrito que el Cristo padeciera y resucitara de entre los muertos al tercer día y se predicara en su Nombre la conversión para perdón de los pecados a todas las naciones, empezando por Jerusalén. Ustedes son testigos de estas cosas. Y he aquí que Yo envío al Prometido de mi Padre sobre ustedes. Ustedes permanezcan quietos en la ciudad hasta que sean revestidos de fortaleza desde lo alto» (Lc 24, 35-48).
Contemplación
El oficio del Señor Resucitado es consolar a sus amigos, como dice Ignacio en los EE.
Consolar es un oficio, no algo así nomás. Y el Señor lo ejercita, me imagino yo, con el “oficio” –como se dice- con que realizaba su trabajo de carpintero. “Tiene oficio”, decimos, cuando alguien hace las cosas al detalle.
Antonio es una de las personas que trabaja en casa –en Civiltà Cattolica- haciendo mantenimiento. Sabe hacer todo tipo de tareas, que por lo que he visto hasta hoy, van desde el manejo de los computers y de las conferencias en streaming, cuando la casa se llena de gente para una conferencia, hasta la pintura de las piezas y el armado de estanterías, pasando por la limpieza de la fuente… Lo que equivale a decir que sin él, los del “Colegio de escritores”, pereceríamos en dos días en esta inmensa Villa Malta o “de las Rosas” como se llamaba, por sus lindos rosales. Ayer, Antonio me arregló un problemita eléctrico en la pieza. Una lámpara titilaba y parecía la culpable de que titilara el monitor cada vez que se encendía o apagaba cualquier luz. Entre los quinientos enchufes y cables de la pieza, que armé con remiendos de zapatillas usadas, parecía que había sobretensión. El entró y empezó a desenchufar y enchufar sin problemas todo, comenzando por la pava eléctrica para el mate, ante mi terror de que quemara la compu. Bajó y subió dos veces al piso inferior a buscar destornilladores y al fin, por descarte, cambió un cable que unía la compu con el monitor y, “mágicamente” para mí, se acabó el problema. Antonio, maldiciendo en un italiano muy expresivo a los cretinos que habían hecho mal el trabajo de atornillar los aparejos al techo, cambió también la lámpara que había estado titilando y que pensábamos que era la culpable, cuando en realidad, gracias a ella descubrió el problemita del cable. Mientras estaba subido a la escalera le pedí que me explicara por qué un cable hacía corto y el otro no, si los dos eran nuevos (yo ví que había traído un cable distinto y que no lo enchufaba en la misma entrada del monitor, o sea que era otro modo de conectar los dos aparatos), sonrió y no me dijo nada. “Es más fácil hacerlo que explicarlo, no?” –le dije. El se sonrió de nuevo y dijo en italiano: “Giustamente!, Patre Diego”. Yo agregué: “Es como si yo te quisiera explicar en dos minutos las cosas de la filosofía”. Y nos reímos con la complicidad de los que saben su oficio y aprecian el del otro.
Aquí viene lo de la “apertura de la mente” del evangelio de hoy. Si uno no tiene un oficio, difícil que el Señor le pueda abrir la cabeza para que entienda las Escrituras. Que tenga un oficio, digo, algo que uno haga bien, en lo que sepa “todo” lo que hace falta para hacer bien algo. Lo cual conlleva también la conciencia de “lo que uno no sabe” y necesita que haga otro. Para consolarnos, el Señor necesita que tengamos nuestro oficio, donde unimos lo teórico y lo práctico con arte No importa si se trata del oficio de cocinar un bizcochuelo, practicar una cirugía o escribir un bendito artículo (que ya corregí, creo unas veinte veces y todavía no sale). Eso le basta para establecer contacto. Si no pensamos desde nuestro oficio, y sí, en cambio desde algún libro que leímos o desde alguna idea que consideramos “alta” y no “baja” como la de las pequeñas tareas, difícil que el Señor nos pueda “abrir la mente para comprender las escrituras”.
Por algo el Señor eligió toda gente con oficio: desde San José, que era carpintero, hasta Simón y sus amigos, que eran pescadores, pasando por nuestra Señora, su Madre, que tenía oficio en cuestiones de fiestas grandes. Lo de darse cuenta de que algo va a faltar y arreglarlo antes que nadie se de cuenta es una de esas virtudes que apreciamos en alguien “que tiene oficio”.
Así que la primera “lección” para que el Señor pueda ejercitar su oficio con nosotros, es salir corriendo cada uno a su propio oficio. No digo a su trabajo en general, donde a veces uno “hace las cosas hasta donde le pide el jefe”, sino a su oficio, a eso que, en su profesión o trabajo o hobby si quieren, uno sabe hacer y lo hace con gusto, con verdadero amor. Allí nos tiene que encontrar el Señor reflexionando para poder hacer contacto y abrirnos la mente para comprenderlo a Él; para comprender que Jesús Resucitado no es un “objeto de culto” o “de investigación” o “de consumo”: es alguien ejercitando un oficio –el de amar y consolar a sus amigos- al que sólo se puede acceder “por sus efectos”, viendo el trabajo.
Esto, como decía, requiere “valorar el trabajo”. Y sólo lo valora el que valora el propio.
Así, estos 3.333 caracteres con espacio excluido (como un artículo de la Revista no debe pasar de los 28.000 caracteres con espacio incluido, ahora uso cada rato la función “contar palabras”), que me llevaron una hora de contemplación, son sólo para comunicar esto: antes de ser consolados tenemos que aprender a apreciar que se trata de un “oficio” que el Señor Resucitado ejercita.
San Ignacio dice que hay que mirarlo: “mirar el officio de consolar, que Christo nuestro Señor trae, comparando cómo unos amigos suelen consolar a otros” (EE 224).
Ya con esto de “mirar” tenemos para un renglón: mirar como quien mira con admiración cómo otro hace su oficio. Mirar apreciando el oficio y no como quien dice “me arregló la cosa así nomás” o “qué fácil que es hacer el bizcochuelo” (andá y hacelo…).
San Ignacio es otro de los que “tienen oficio”. Basta con ver los Ejercicios (y no hablemos de las Constituciones!) cómo tiene en cuenta cada detalle, cada moción que el ejercitante experimentará en el proceso de hacer los Ejercicios.
Los Ejercicios son algo así como “el Manual del Ayudante” del Único que tiene el Oficio de Consolar. Manual del ayudante que, en la mayoría de los casos, indicará cómo hacer para “no molestar” ni complicar las cosas, cuando el Señor se ha conectado bien con la persona y charlan a gusto, consoladamente. Y en estar muy atento y ser muy comprensivo y bondadoso, cuando la persona está desolada o tentada y algo impide que “su mente se abra” y vea “los santísimos efectos de la Resurrección” (EE 223).
Aquí me viene el “oficio” que tenemos en conjunto en El Hogar de San José (“tenemos”, digo!). Allí uno experimenta en carne propia la dureza de la desolación de tantos cristos maltratados y cómo para consolar verdaderamente hace falta un ejército de personas que desarrollen con todo cariño y sabiduría cada uno su oficio: el de recibir bien y el de hacer pasar, el de ubicar en las mesas y servir el desayuno, el de dar las toallitas para el baño y la maquinita de afeitar, el de llamar por turno y atender a cada uno, el de hacer la ficha y pasar los datos, el de preparar el taller y exponer las artesanías… Tantos “pequeños oficios con gran amor” antes de llegar al fondo del alma para ver cómo empezar a reconstruir una vida que quedó “descartada”.
Así como hay “oficios sociales”, en los que el secreto está en el equipo (esto tan simple que es lo primerísimo que muchos captan con sólo “entrar al Hogar” y que tanto les cuesta entender a otros que “hacen la suya”), hay también “oficios personales”, en los que el secreto está en saber que sólo los puede hacer una sola persona.
Captar esto, cuándo se trata de algo que “solo una persona puede hacer”, es otra de las claves que, el que tiene oficio ve inmediatamente, y el que no, se pasa a veces la vida dándose contra la pared y queriendo hacer por sí mismo lo que es tarea de otro.
Solo Jesús Resucitado te puede consolar ¿está claro?
Aquí viene una palabra de Ignacio que es propia de su oficio. La palabra es “propio”. Los italianos la usan para decir “obvio”, “precisamente”. Creo que estamos en condiciones de leer con gusto y valorando mucho la primera regla de discernimiento de la “segunda semana” donde Ignacio dice:
“Proprio es de Dios y de sus ángeles en sus mociones dar verdadera alegría y gozo spiritual, quitando toda tristeza y turbación, que el enemigo induce; del qual es proprio militar contra la tal alegría y consolación spiritual, trayendo razones aparentes, sotilezas y asiduas falacias” (EE 329).
Ignacio descubre que “dar verdadera alegría” es propio de Dios y de sus ángeles, de Jesús resucitado y del buen espíritu. Y quitarla, es propio del enemigo.
Este paso, en la vida espiritual, hace la diferencia. Es como tirarse a la pileta o no. Cuando uno está desolado, dejar de darle vueltas a los “por qué será” y hacer el click de afirmar con fuerza: “esto lo hizo un enemigo”, como en la parábola del Trigo y la cizaña o “un cretino” como afirmaba Antonio sobre la escalera, equivale a ganarlo todo.
Y cuando uno está consolado, descubrir también que “hay oficio” detrás y humillarse y agradecer inmediatamente al Señor que se está tomando el trabajo de consolarme a mí, también hace la diferencia.
Descubrir esto en el mar de cosas que no es que a uno “se le mueven” dentro y lo llevan de un estado de ánimo a otro, sino que “alguien” las mueve, es la clave de la vida espiritual. Porque en la vida espiritual todo es personal.
“El me lo dio, él me lo quitó” como decía Job, y no toleraba que otro que su Señor le explicara las cosas.
“Contra ti, contra ti, solo pequé”, llora David en el Magníficat del Pecador, como llama el Padre Boasso al salmo 50. David no miraba su pecado –con culpa autorreferencial, diría Francisco- sino a su Señor.
Ahora que hemos visto bien “a Quién tenemos que dirigirnos” –al que tiene como oficio propio consolar-, podemos releer el evangelio y ver algunos detalles.
¿Qué es lo que los consuela?
Que el Señor está vivo. Que haya Resucitado y esté pleno de Gloria y gozo, como dice Ignacio, y que está para ellos, que los visite, que les hable, que coma con ellos.
Es decir: cosas enteramente personales, no en función de nada. Este oficio de lo “enteramente gratuito” de “gozar con la vida misma”, de alegrarse con la amistad compartiendo la charla y la mesa, es algo no hay que dar por descontado. Me decía alguien que le maravillaba que el Papa se diera tiempo para hacer algunas llamadas personales con tanto trabajo que tiene. Y yo pensaba que ese era su “oficio”: consolar a la Iglesia, a la humanidad. Y el consuelo no se da “en general” sino que siempre es enteramente personal. Igual es expansivo, porque tenemos “sentido social” y sabemos que “lo que le pasa a uno le pasa a todos”.
¿Con qué gestos los consuela?
El Señor consuela con pequeños gestos enteramente “personales”, que sólo sus amigos podrían reconocer: el modo de partir el pan, el comer pescado asado, mostrándoles sus manos heridas y sus pies, hablando de los profetas y los salmos
Y si vamos más hondo, a cada uno el Señor lo consuela en lo suyo propio.
Mateo nos muestra a las discípulas que iban a hacer su oficio, de lavar, perfumar y envolver en vendas y lienzos al pobre difunto. Ellas quedan deslumbradas por los vestidos blancos del ángel y en su aspecto fulgurante. El ángel les “corre la piedra” que era precisamente su problema: lo que sabían que ellas no podían hacer.
Después les sale al encuentro el Señor mismo y ellas se arrojan a sus pies. El por un lado las deja hacer y también aprovecha para decirles que no lo retengan (oficio de las santas mujeres, este de retener al Señor un rato más) y revelarles que “va al Padre”. La prensa que no sabe de estos “oficios” se burla de las monjas de clausura que intentan “retener” un poquito al Papa cuando lo ven que pasa.
A los discípulos el Señor les manda a decir que “lo verán en Galilea”. Se ve que se divierte planeando su aparición junto al lago, cómo hará que se les abran los ojos dándoles un consejo quizás demasiado preciso: “tiren las redes a la derecha y encontrarán”.
También está el misterioso signo de “dejar el sudario, que había cubierto su cabeza, no puesto con las sábanas, sino envuelto en un lugar aparte”, como cuenta Juan con todo detalle. A Juan le basta eso, Tomás necesitará “meter el dedo en la llaga”, la Magdalena que le diga su nombre, María…, los de Emaús que los acompañe y les escuche tooodo lo que tienen para decir.
Si leemos los evangelios de la Resurrección como la narración de un “oficio” del Señor, cada detalle visto desde distintas perspectivas, lejos de ser testimonios sueltos y contrapuestos, son un testimonio absolutamente creíble de una experiencia única “eclesial”: comunitaria y personal al mismo tiempo.
El Señor da testimonio de que sabe ejercer su oficio y de que ha comenzado a hacerlo. Ellos no necesitarán saber más: serán revestidos con la fuerza de lo Alto y saldrán a contar esta buena noticia a las periferias, seguros de que el Señor seguirá con su oficio de consolarlos todos los días en cada recodo del camino, al partir el pan, al realizar sus obras de misericordia y al predicar con alegría su evangelio.
Diego Fares sj