Cuaresma 5 B 2015

 

San José: “rodeado, absorbido y sumergido en el gozo de Dios»

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Entre los que habían subido para adorar durante la fiesta,

había unos griegos que se acercaron a Felipe, el de Betsaida de Galilea,

y le dijeron:

«Señor, queremos ver a Jesús.»

Felipe fue a decírselo a Andrés, y ambos se lo dijeron a Jesús.

El les respondió:

«Ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser glorificado.

Les aseguro que si el grano de trigo que cae en la tierra no muere,

queda solo; pero si muere, da mucho fruto. El que tiene apego a su vida la perderá; y el que no está apegado a su vida en este mundo, la conservará para la Vida eterna.

El que quiera servirme que me siga, y donde yo esté, estará también mi servidor.

El que quiera servirme, será honrado por mi Padre.

Mi alma ahora está turbada. ¿Y qué diré: «Padre, líbrame de esta hora»?

¡Si para eso he llegado a esta hora! ¡Padre, glorifica tu Nombre!»

Entonces se oyó una voz del cielo:

«Ya lo he glorificado y lo volveré a glorificar.»

La multitud que estaba presente y oyó estas palabras, pensaba que era un trueno. Otros decían: «Le ha hablado un ángel.»

Jesús respondió:

«Esta voz no se oyó por mí, sino por ustedes.

Ahora ha llegado el juicio de este mundo,

ahora el Príncipe de este mundo será arrojado afuera;

y cuando yo sea levantado en alto sobre la tierra,

atraeré a todos hacia mí» (Jn 12, 20-33).

Contemplación

“El que quiera servirme, será honrado por mi Padre”, dice el Señor en un momento de su vida en que “todos lo quieren ver”, hasta los griegos, y él habla de una atracción más profunda que quiere ejercer en el corazón de los hombres: “atraeré a todos hacia mí” pero no para la foto sino desde la Cruz y para el servicio.

Como no salió nada especial sobre San José comparto lo que me llenó de alegría leyendo el Breviario. Tiene que ver con esto de ser servidor y de ser honrado por el Padre, no por el mundo. San José es el Servidor bueno, prudente y fiel, al que el Padre le encomienda a Jesús y a María, comunicándose con él en sus sueños más profundos, allí donde salen las cosas que uno más ama o teme. Allí se ve que lo que más ama José es a María y, una vez que acepta ser padre de Jesús, lo único que teme es que alguien le pueda hacer daño a su hijo amado. Es su amor lo que lo vuelve prudente, vigilante, “atento a todo lo que lo circunda” como dice Francisco, y “más sensible para con las personas que lo rodean”. Este amor servicial a Jesús que se expresa amando y sirviendo a todos los que Jesús ama y se dejan servir –todos los que vamos formando así la Iglesia-, es lo que mueve al Padre a “honrar” a José.

Partamos de que a todos nos encanta “ser honrados”. Es algo más que ser aplaudidos o ser nombrados, algo más que ser reconocidos. La honra es a la persona y puede ser silenciosa. Hay gente muy humilde a la que uno “honra” interiormente y no se le ocurriría aplaudirlos o sacarles fotos. La honra tiene que ver con “dar la vida”: uno honra en su corazón a los que ve que dan la vida. Y cada uno lo siente de manera especial en su misma profesión, en su vocación, en la familia. Yo honro a los sacerdotes que fueron para mi ejemplo de dar la vida en el confesionario, siendo confesores misericordiosos y cercanos a la gente; honro a los que veo que celebran con más amor la Eucaristía; honro a los que dicen sí más inmediatamente cuando les piden ir a ver a un enfermos; honro a los que se entregan enteros sin mezquinarse. En la familia, honro a la que es buena hija, al que es buen papá y a la que es buena mamá, honro a las que fueron las mejores tías del mundo para nosotros; en el Hogar honro a los colaboradores que honran a nuestros comensales y huéspedes; honro a los que honran el trabajo en equipo, porque es la manera de honrar al excluido, dándole una “pequeña sociedad” en la que no hay internas de poder sino que todo poder hacer algo se ve como servicio. En la Compañía honro a los que honran nuestra vocación. Cómo siento esto? Ayer celebramos con dos Obispos amigos, Sergio y Jorge, en las piecitas (Camerette) de San Ignacio. Un lugar escondido en medio de la ciudad, que algunos jesuitas geniales, especialistas como somos en cuestiones de ruinas, rasquetearon hasta dejar el lugar tal como era cuando lo habitaba Ignacio. Hicieron un trabajo de restauración que consistió sobre todo en “simplificar”, sacando cortinas, capas de revestimiento, cuadros y chirimbolos sagrados que se fueron acumulando. Recuerdo hace 20 años, cuando viví en Roma por primera vez, que estaba todo en obra y yo me saqué unas astillitas de un escritorio que, ahora con vergüenza, veo bien en su puesto y convertido en reliquia. Allí están las “cosas de Ignacio” –un par de chancletas negras y toscas, anchas porque se le hincharían los pies, como advirtió Lugones, que es veterinario además de Obispo y sabe de hinchazones, una sotana negra o más bien “manteo”, un chalequito o camisa deshilachadito…, una casulla blanca con algún dorado desvaído por el tiempo- y viendo estas prendas sentía yo, con muchas lágrimas, que allí había nacido todo (para nosotros, para mí) –la Compañía-, y que era todo interior. Esa fue la gracia –maciza- que recibí: sentir que ese manto más bien chicón, contenía un gozo grande como el de un mundo, un gozo de reino de los cielos, y que era tan sólido y constante que, para cuidarlo, hacían falta prendas humildes por afuera. Esta es la honra del Padre: hacer sentir un gozo interior, que es como un solcito y se lleva puesto a donde uno va, y cuanto más uno se humilla más se hace sentir.

Eso es lo que decía Bernardino de Siena de San José. Lo transcribo porque vale la pena: “Añade el Señor: pasa al banquete de tu Señor”. Porque, aunque el gozo festivo de la felicidad eterna entra en el corazón del hombre, el Señor prefirió decirle: pasa al banquete, para insinuar de un modo misterioso que este gozo festivo no sólo se halla dentro de él, sino que lo rodea y absorbe por todas partes, y que está sumergido en él como en un abismo infinito”. Fíjense qué manera de hablar del gozo: no solo está dentro sino que lo rodea y lo absorbe y José está sumergido en él!

San José, hombre del gozo. Por eso es patrono de la Iglesia y se le confía y pide de todo. Porque el gozo abarca todos los aspectos de la vida, a veces sublimes, a veces de un instante. Y retomo: honro a los jesuitas, compañeros míos, que viven con más gozo su vocación, porque significa que la “entienden” más. Ser compañeros de Jesús es, antes que toda otra cosa, cuestión de un gozo, el de la amistad en el Señor. De allí brotan todas las misiones y oraciones, todas las obras y ejercicios y escritos y acompañamientos: de un gran gozo.

Y el Padre honra a los que “se gozan en el Señor”, se gozan de ser sus compañeros, sus perdonados, sus ovejitas, sus misioneros, sus amigos del alma.

Honro a San José porque su gozo tiene esta expansividad de la que habla San Bernardino, que envuelve toda la vida cotidiana, en su dimensión de Hogar de San José y en su dimensión de Exilio en las calles de Egipto, gozo que se expande en la contemplación silenciosa de María y del Niño Jesús, en la mesa familiar y en el trabajo de carpintero y changuista, arreglando las cosas de los vecinos.

Los que buscamos la honra mundana (San Ignacio era de estos), podemos sentir que es la materia prima con la que mejor trabaja el Padre. El deseo de ser honrado, en su veta más profunda, es deseo de pertenencia a la raza humana, deseo de que nos sepan parte de la especie por nuestras elecciones y acciones libremente asumidas. Eso común que tienen los animales, que los hace “sintonizar” instintivamente con todo lo de su especie y que los une como bandada, rebaño, manada y cardumen, eso nosotros lo tenemos que “elegir” y “cultivar” para “ser” verdaderamente hombres y mujeres de nuestra raza, de nuestro pueblo, de nuestra familia y grupo. El gozo de sentirnos parte y de poder servir es lo que nos hace humanos y cristianos y eso siempre “es honrado por el Padre”. Así como no deja de ver ni uno solo de los pajaritos que “caen”, tampoco deja de ver y valorar y de premiar –con su honra- en lo secreto nuestro Padre ni uno sólo de los deseos y de las acciones que hacemos “honrando” la humanidad que él creó, en cualquiera de sus seres y en todas las circunstancias.

Centradas en ese gozo, que es su anzuelo y su premio, están las tres enseñanzas que el Papa Francisco nos comparte como “Lecciones de San José”:

“(el gozo de ) Descansar en el Señor en la oración,

(el gozo de) crecer con Jesús y Santa María

y (el gozo de) ser una voz profética en la sociedad”.

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Diego Fares sj

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