Cuaresma 3 B 2015

El modo de actuar de Jesús

 

Se acercaba la Pascua de los judíos.

Jesús subió a Jerusalén

y encontró en el Templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas

y a los cambistas sentados delante de sus mesas.

Hizo un látigo de cuerdas y los echó a todos del Templo,

junto con sus ovejas y sus bueyes;

desparramó las monedas de los cambistas, derribó sus mesas

y dijo a los vendedores de palomas:

«Saquen esto de aquí y no hagan de la casa de mi Padre un mercado (“emporio”)».

Y sus discípulos recordaron las palabras de la Escritura:

Me devora el celo por tu Casa” (Sal 69, 10).

Entonces los judíos le preguntaron:

«¿Qué signo nos das para obrar así?»

Jesús les respondió:

«Destruyan este templo y en tres días lo levanto.»

Los judíos le dijeron:

«Han sido necesarios cuarenta y seis años para construir este Templo,

¿y tú lo vas a levantar en tres días?»

Pero él se refería al templo de su cuerpo.

Por eso, cuando Jesús resucitó, sus discípulos recordaron que él había dicho esto, y creyeron en la Escritura y en la palabra que había pronunciado.

 

Mientras estaba en Jerusalén, durante la fiesta de Pascua,

muchos creyeron en su Nombre al ver los signos que realizaba.

Pero Jesús no se confiaba a ellos, porque él conocía a todos

y no necesitaba que lo informaran acerca de nadie:

él sabía lo que hay en el interior de cada uno (Juan 2, 13-25).

Contemplación

Me quedo con la imagen del Señor “devorado por el celo” y que, a los vendores de palomitas, no les tira la mesa ni los corre a latigazos, sino que les pide “saquen esto de aquí, no hagan de la casa de mi Padre un mercado”. A ellos, a los más humildes, que tenían su puestito junto al Templo, o que eran empleados de alguno más rico, el Señor les explica. A los otros, simplemente los corre, y con extrema dureza.

La imagen es… (me cuesta encontrar la palabra) la del Señor airado (con “ira santa” dicen algunos para distinguirla de la nuestra) y manso a la vez.

Con manso quiero expresar, más que la mansedumbre en sí misma, el hecho de que logre mansarse en un momento de mucha ira. El poder “bajar un cambio” nos muestra a Jesús dueño de sus pasiones, dueño de sí, como decimos.

Llama la atención como el Señor deja que surja de sus entrañas la ira y le da rienda suelta, para luego parar la mano al ver a las palomitas… Jesús es capaz de encenderse en ira contra la iniquidad de los poderosos y de moderarse con los pequeñitos.

Me detengo aquí, en lo de moderar una pasión con otra: la ira con la mansedumbre. Ambas son expresiones de su amor: la ira de Jesús es un indignarse a ante el mal, ante la injusticia y la falsedad de los que usan el Templo para hacer negocios. Su mansedumbre es conmoverse ante las palomitas y los que las vendían para que los más humildes (como sus padres cuando lo fueron a presentar al Templo) pudieran hacer su ofrenda.

Lo que me impresiona es lo que produce la escena que monta el Señor en la mente de los discípulos, en su corazón y en el de la gente (“muchos creyeron en Él). Los fariseos están totalmente cerrados y piden signos, los discípulos en cambio, están boquiabiertos y Juan pone que el actuar de Jesús les abre la mente: “Sus discípulos recordaron las palabras de la Escritura: “me devora el celo por tu casa”.

Luego está la escena, también dura y con palabras fuertes, entre los fariseos y el Señor. Ellos lo increpan pidiendo un signo y él responde hablando de destrucción del Templo. Son frases cortantes y se percibe la tensión en el aire. Los discípulos miran todo esto y Juan vuelve a decir: “Por eso, cuando Jesús resucitó, sus discípulos recordaron que él había dicho esto, y creyeron en la Escritura y en la palabra que había pronunciado”.

Se da aquí, entre el Maestro y sus discípulos, un proceso de formación, que podemos calificar como “contemplación en la acción”. El modo de actuar de Jesús despierta en los discípulos el recuerdo de las Escrituras: ven en directo lo que el Señor hace como una actualización de la Escritura, como si la Palabra se hiciera viva ante sus ojos y sucediera lo que la Biblia dice. Esta conexión entre Escritura y Vida, entre las acciones del Señor y el sentido profundo –insondable en cuanto que en cada cosa que Jesús hace que resuene la Escritura entera!- es lo propio de la fe: “creyeron en la Escritura y en la Palabra de Jesús”.

Reflexionando en nuestras experiencias de haber sentido Fe, podemos decir que parte de la experiencia se da en el momento, uno siente que pasó algo lleno de sentido y que lo excede y entonces lo guarda en el corazón para recordarlo después y completar la experiencia (“después que el Señor resucitó… recordaron”).

Pero lo que quiero profundizar es el modo tan particular de actuar que tiene el Señor que es el que “despierta” la fe. Porque la fe la despierta solo Jesús. Es lo propio suyo, para lo que se encarnó: para que creamos en el Amor del Padre que se nos había alejado y oscurecido.

Cómo actúa Jesús? Los discípulos pescan que no está “sobreactuando”, pescan que tampoco es que se dejó llevar por la ira. Nada de eso, los admira que Jesús está, precisamente, “actuando”: poniendo acciones llenas de sentido para despertar la adhesión de sus corazones de una manera nunca vista.

El Señor causa adhesión total o rechazo. No hay términos medios, no hay lugar para la duda o la perplejidad. Y esto parte de su acción, de una acción en la cual se nota que Él es Señor por el modo como se deja llevar (devorar) y por el modo como se controla, por cómo responde y cómo se calla, por cómo mira el conjunto de una situación y, a la vez, tiene consideración por el detalle, por cada persona, por cómo actúa en el momento y por cómo se proyecta al futuro, a lo que comprenderán después que realice “La Acción por excelencia”, la Resurrección.

El punto es siempre la acción. Si reflexionamos sobre lo que sucede en nuestros días en Argentina con la muerte del fiscal Alberto Nisman, vemos cómo las “acciones” que nos cuentan los medios, modifican nuestro pensamiento y nos hacen pasar de un sentimiento de adhesión total a una interpretación a duda y a la perplejidad. Es que nos narran “acciones” que no vimos y que vienen mediadas por datos “científicos”. Que si “el cuerpo fue movido”, que si “no había restos de pólvora en la mano”, que si “la puerta no estaba cerrada por dentro”, que si “los documentos escritos en paralelo estaban reelaborados recientemente por los ejemplos que citan”. Cada hecho narrado modifica nuestra mirada y nuestra adhesión. Esto es lo que quiero notar: el poder de las acciones sobre nuestros sentimientos y opiniones. Uno concluye: si no hay pólvora, no se suicidó. Luego le cuentan cómo se hizo el análisis y entonces uno duda. El método para determinar los restos de pólvora tiene sus condiciones y límites, la no contaminación de la escena del crimen nunca puede ser perfecta, alguien tiene que abrir la puerta y eso ya mueve el cadáver… Es más, no solo se muestra la ambigüedad posterior a la muerte sino, para atrás, en los comportamientos de la persona misma antes del hecho.

Lo que quiero destacar es que hay una “ambigüedad constitutiva” del accionar humano de la que sólo Alguien como Jesús está exento. Eso es, precisamente lo que “admira” a los discípulos y despierta su fe. El accionar del Señor no sólo no es ambiguo en el presente –actúa con toda determinación, sin dudar ni volver atrás, sin excederse ni quedarse corto-, sino que vuelve coherente todo el pasado y el futuro. Su acción hace ver la fidelidad de Dios a lo largo de la historia, hace que se cumplan todas las promesas de la Escritura y se vea que era posible que lo prometido se volviera realidad. Al mismo tiempo, con la Resurrección, se vuelve no solo verdadero sino también valioso todo lo sucedido (incluida la Cruz). La muerte no deja en una ambigüedad fundamental todo lo humano.

Alguien dijo que las interpretaciones contradictorias sobre la muerte de Nisman iban a extenderse durante los próximos veinte años. Lo que equivale a decir que si se llega a aclarar todo va a ser cuando ya no tenga importancia vital para la sociedad. Es decir: como sociedad estamos condenados a vivir en la ambigüedad, lo cual significa que estamos más esclavos que Israel en Egipto, como pueblo, dependemos de nuestros Amos, que son los que manejan estas ambigüedades para conservar el poder y ganar plata.

Ahora bien, qué es lo que hace que las acciones del Señor sean tan coherentes y vuelvan coherente todo lo demás? Qué es lo que hace que despierten en el que quiera ver una adhesión de amor y fidelidad total a su Persona? Qué es eso tan pedagógico del Maestro que va formando el corazón de sus discípulos en la fe y permite que escriban el Evangelio “para que nosotros también creamos”?

En este tiempo en que me dedico a revisar apuntes y escritos del Papa Francisco, recuerdo una charla de Bergoglio, cuando era nuestro Rector, sobre la formación según los Ejercicios Espirituales. Mostraba cómo la dinámica de los Ejercicios se establece en la tensión entre poner “un marco de seguridad” y “entusiasmar al riesgo de dar un paso más”.

Esto ayuda a entender al Papa ahora, cuando por un lado, se muestra muy exigente (condenas a las enfermedades de la curia) y, por otro, predica a un Dios que no se cansa de perdonar.

En los Ejercicios, la misericordia infinita del Padre da un marco de seguridad y de confianza que no tiene límites. Por otro lado, la invitación de Jesús al seguimiento en la pobreza y las humillaciones, supone un riesgo y un magis que no permiten que uno se acomode. Ambas realidades evangélicas hay que vivirlas juntas en la fe, discerniendo en cada momento y para cada situación si lo que el Espíritu Santo indica es un confiarse a la misericordia que perdona todo o arriesgarse a dar un paso más en el seguimiento de Jesús. Si uno se queda solo con la seguridad de la misericordia puede correr el riesgo de estancarse. Si uno sólo pone el acento en la exigencia de más, puede parecer duro o idealista. Por eso los gestos y las cosas que hace y dice el Papa, hay que interpretarlos bien, dentro del proceso que va acompañando en cada momento.

Acompañar evangélicamente un proceso, nos decía entonces, implica mantener la tensión entre condena, perdón y perfección (magis), como hacía siempre el Señor. Veamos algunos ejemplos de las frases de Jesús que no se pueden tomar aisladamente. Son las frases en que dice: “hay de ustedes…”, “Aquel de ustedes que está libre de pecado’ y ‘el que quiera ser perfecto…’.

  1. ‘Hay de ustedes (que hacen de la casa de mi Padre un negocio)’.

La condena en general es a la hipocresía como proceso de absolutización de la ley que al no poder cumplirse corrompe el corazón y origina la actitud de hipocresía: cumplimiento = cumplo y miento.

En orden a la caridad, la ley, como marco de seguridad, es solo un polo. El otro es el de arriesgarse a dar un paso más: fuera del camino (Samaritano), fuera del tiempo (Sábado), fuera de los ritos (leprosos, pecadora…).

  1. ‘Aquel de ustedes que esté libre de pecado que tire la primera piedra’

El perdón del Señor es un no maltratar los límites. Implica una profundización en la mirada, apartándola de la transgresión y poniéndola más hondo:

la saca de la enfermedad física y la pone en la fe (‘tu fé te ha salvado’; ‘qué es más fácil decir’; carga tu camilla’);

la saca de lo ritual y la pone en el agradecimiento (diez leprosos);

la saca de la culpa (pasado) y la pone en el futuro, igualando a todos (‘nadie te ha condenado…vete y no peques más’).

Al perdonar el Señor amplía el marco de seguridad hasta el infinito: la misericordia del Padre es inagotable, y por tanto no hay que fingir para controlarla.

  1. ‘Aquel de ustedes que quiera ser perfecto’.

El ir más allá de los límites implica siempre un proceso de crecimiento en el cual:

Hay confianza sin límites en la gracia que crece por sí sola.

Hay cuidado de lo pequeño: ampliando el marco de seguridad: exige tierra buena, no escandalizar, no apagar la mecha humeante, tener paciencia con la cizaña, vigilar y orar.

El criterio es cuidar el espacio, ya que el tiempo es de Dios.

Una vez consolidada la gracia hay una ampliación del riesgo: Venderlo todo y seguirlo. Es un abandono del espacio, no llenándolo de ‘cosas’, para abrirlo a la acción de Dios.

En síntesis, nos decía Bergoglio: el Señor abre el límite cuando ve que hay riesgo de fosilizarse o pudrirse (como sucede con el paralítico, que hacía 38 años que estaba junto a la piscina y no quería curarse. El Señor lo mueve). Otras veces hace que uno mismo se levante y vaya como pueda (cuando le dice a otro “carga tu camilla y camina”).

En cambio el Señor protege el límite cuando está fecundado por la gracia, aunque sea pequeñita (por eso no maltrata la caña quebrada ni la llamita apenas encendida).

Y hace ir más allá cuando un proceso está maduro y ha dado fruto. Allí impulsa hacia la misión universal.

Por eso, cada uno tiene que escuchar lo que el Papa dice de acuerdo a su situación personal, sin “importarle” lo que le dice a otros ni, mucho menos, usar frases aisladas para sacar conclusiones universales. Si hace así, se pone del lado de los fariseos, que lo criticaban duramente y no sacaban ningún provecho. En cambio de la otra manera, uno se pone del lado de los discípulos que en todo lo que hacía y decía el Señor sacaban provecho para su vida espiritual.

Diego Fares sj