La prédica de los gestos
En aquel tiempo, al salir Jesús y sus discípulos de la sinagoga, fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, y se lo dijeron. Jesús se acercó, la tomó de la mano y la levantó. Se le pasó la fiebre y se puso a servirles. Al anochecer, cuando se puso el sol, le llevaron todos los enfermos y endemoniados. La población entera se agolpaba a la puerta. Curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó muchos demonios; y como los demonios lo conocían, no les permitía hablar. Se levantó de madrugada, se marchó al descampado y allí se puso a rezar. Simón y sus compañeros fueron y, al encontrarlo, le dijeron: —«Todo el mundo te busca.» Él les respondió: —«Vámonos a otra parte, a las aldeas cercanas, para predicar también allí; que para eso he salido.» Así recorrió toda Galilea, predicando en las sinagogas y expulsando los demonios” (Mc 1, 29-39).
Contemplación
“Todo el mundo te busca”. Salvadas las distancias y siguiendo con el espíritu con que nacieron estas “contemplaciones del Evangelio” – en las que pongo en contacto alguna palabra del Señor con la (mi) vida, tal como está, tomando lo que más me da a “sentir y gustar” el Espíritu del Evangelio o algo que me ha conmovido en la semana, con el fin de alentar a cada uno a que rece con lo suyo-, en este último tiempo, antes de la misión a Roma, la experiencia fuerte es la de “todo el mundo –mi pequeño mundo, mi “metro cuadrado”, como dijo un amigo-, todo el mundo te busca”. Para charlar, para saludar, para traer alguna cartita para el Papa (o vino o dulce de batata (¡!) o banderas firmadas…), para despedirse…
Teniendo en cuenta lo afectivo mío, que viene como viene (el lunes después que firmé la renuncia a la Fundación y dejé el Hogar en manos de Alejandro, me agarró fiebre hasta la mañana siguiente, en la que ya me levanté despejado), lo que me consuela es la palabra del Señor, cuando dice ese “Vamos a otra parte”. El irse es “para predicar también allí, que para eso he salido”.
De esto quiero dar testimonio: si vine a la Compañía fue por el Evangelio y si voy donde me mandan es por el Evangelio también. Recuerdo que cuando decidí pedir entrar en la Compañía de Jesús no pensaba todavía en ser sacerdote sino en dedicar todo el tiempo de mi vida a tratar de comprender el Evangelio para poder vivirlo. Me parecía que seguir a Jesús y comprender sus enseñanzas requería toda mi vida y en eso estoy desde entonces, tratando de ser discípulo. También tenía el deseo de “dar la Eucaristía a mis amigos y hacer algo por los más pobres”. Y esa motivación, que es sacerdotal, sigue dándome vida.
Los llamados y las búsquedas de la gente amiga en este tiempo han estado cargados de gestos, de pequeños gestos con gran amor. Y eso es lo quisiera compartir un poco mezclado, como sale, porque los gestos me “predican al Señor”.
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Dos amigas adelantaron casamiento! Querían que las case yo. Hoy es el de Mili con Mariano y mañana el de Shu Pin. Aunque no sean el típico “casamiento de apuro”, algo tienen de apuro lindo: como que ante lo definitivo de la partida de un amigo se activa lo definitivo de la propia vida y alguien siente que es su momento oportuno.
Mili es un tanto insistente, como buena abogada, y el Whatsapp de los últimos meses está lleno de “queremos que nos cases vos” y de todo tipo de emoticones de ruego, pedido y “dale”. Hicieron todo como para que los casara igual el que estuviera pero poniendo esta fecha por las dudas que yo pudiera. Así que dentro de un rato iremos a la Boda. Somos amigos con su familia desde la época del Barrio, hace más de 30 años.
Shu Ping es hija de Chen Wen, el que convocó a la comunidad china en torno al padre Cullen, hace más de 20 años de los cuales hemos compartido 10. A los 18, Shu Pin era de las primeras que se confesaba en perfecto castellano y con la que podía charlar un poco, para consuelo mío, ya que al comenzar con los chinos no entendía literalmente casi nada.
Terminar con dos bodas es para mí un gesto apostólico muy consolador. Porque aunque la expresión sea “quiero que nos cases vos” la realidad es más honda. Los que se casan son las parejas y quieren invitarme a participar de la alegría de su vida de familia sellándola con la bendición del Señor a su amor. El evangelio comienza con una boda. O con dos, mejor, porque la venida de la Palabra a este mundo comenzó con las bodas de María y José, cuando aceptaron darle una familia a Jesús y la Vida pública del Señor comenzó en las Bodas de Caná. Y el Señor nos cuenta con sus parábolas que lo definitivo del Reino –el Cielo- será como un banquete de Bodas.
Me extiendo un poquito… Los casamientos de los chinitos –todos muy jóvenes, desde algunos de 18 hasta otros con no más de 25- son muy sencillos. Ellos que en la fiesta grande hasta se ponen dos vestidos y festejan lindo, por los horarios de nuestra misa, los domingos a la siesta, y el deseo de casarse por la Iglesia lo antes posible, lo hacen en medio del trabajo y la vida cotidiana y dejan la fiesta para cuando se pueda. Les importa de verdad el sacramento y saben bien, incluso los no católicos, que la familia es para toda la vida. A mí me da un poco de pena que hasta mi lectura pidiendo su consentimiento en chino sea tan farragosa, por decir algo, y trato de rescatar algún gesto de calidez. Ubico bien a alguno que les saque lindas fotos, que a los chinos les encantan (Jia Li, que se casó hace dos semanas, con sus 18 añitos, me confió en las únicas palabras que le escuché en castellano que “quería muchas lindas fotos”), o les regalo una crucecita o, si los dos son católicos, los hago comulgar en el altar. Lo que quería rescatar aquí es que con los chinos aprendí a que hay que concentrar todo en un gesto. Uno tiene un solo disparo, como dicen a veces los deportistas de alta competición, y hay que saber aprovecharlo porque define la competencia. Esto de tener “una sola palabra” (en mi caso siempre termina siendo “Ping An” –paz-) o de poder cruzar una sola mirada, en la confesión, afina el corazón y lo vuelve más apto para el evangelio, que suele caminar por los instantes oportunos y detenerse a habitar en los detalles simples (esto dicho en chino estaría bueno).
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Con mi madre y mi hermana fuimos a rezarle a Papá al cementerio. Con el solazo mendocino del mediodía y unos claveles rojos, rezamos un Ave María, recordamos su muerte, el cariño que brindó a tanta gente que lo recuerda, y meditamos también en la nuestra. “Deber cumplido” dijo mamá, al volver a casa, y yo le agradecí que me llevara, ya que no soy de ir mucho al cementerio. Es mejor la misa, pero cada tanto “hace bien”. La verdad es que sin mi familia, sin su apoyo incondicional y el cariño de cada uno no hubiera podido ser cura. Con mis hermanos nos queremos mucho, pensamos distinto, hablamos poco y coincidimos en lo que nos junta. Que por inspiración de la menor hayamos hecho un Whatsapp sólo de hermanos (y con una foto de cuando éramos chicos!) es todo un gesto. Para mí, con gusto a “todo de una vez”.
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Una amiga de mis hermanas venía insistiendo que les bendijera su nueva casa y no se había dado el mes pasado cando fui a Mendoza. Sentí que era lindo que fuera uno de los últimos gestos en Mendoza y con una familia cercana a los míos pero con la que no habísa tenido tanto trato personalmente. Luego de la bendición, en la que apliqué el “gesto padre Peralta”, pasé a sentirlos como parte de mi familia. Hay algo lindo, les escribí, en poder compartir la fe con los amigos de la familia, cosa que no siempre se da. El gesto padre Peralta me lo contaron los Chimondeguy, mostrando el lugar de la pared en la que quedó grabada su bendición para siempre. Consiste en no tener los adminículos indispensables para una bendición de casa, como son el hisopo con agua bendita y el bendicional, y, cuando la dueña de casa ve que el cura no comienza y le pregunta tímidamente si necesita algo para bendecir, este le pega un chirlo con la palma abierta de la mano a la pared y dice en alta voz y de una sola vez: “¡Que el Señor bendiga esta casa, n’el nombredelPadreydelHijoydelEspírituSantoamén. Vamos a comer!”. Pequeño gesto de bendición que no se olvida ni en treinta años y se transmite de generación en generación.
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También es fuerte los que quieren que me acerque a sus hijos o seres queridos. La gente cercana que siente que quisiera aprovechar más la gracia sacerdotal, no sólo para sí, sino para los que quiere. Los gestos de la gente más sencilla –en general llamaditos, visitas y presentes, como el San-Jose-con-abracito que me regaló Iñaki en nombre de Manos Abierta- son de los gestos más entrañables.
Pienso en mis gestos…
De mi parte, poder regalar “mis cosas” (en el noviciado nos enseñaban a decir “las cosas de mi uso”), ha sido lindo. De mi oficina, a la primera que le ofrecí que eligiera lo que quisiera, se me llevó el San José Obrero! Ese costó porque sentí que se me llevaba un pedazo del Hogar o que me quedaba sin protección… pero está en buenas manos. Lo mismo que la reliquia de Hurtado, su perfil en metal negro poniendo la piedra fundamental del Hogar de Cristo, una virgencita alada de Quito, el “jagüel de la Samaritana, que eligió la Hna Juliana, y todas esas imagencitas sagradas que fui juntando a lo largo de los años. Solo me llevo mi san José de piedra y la Virgencita de Sumampa.
La reflexión y el provecho que voy sacando es que, en los momentos definitivos, los gestos son los que cuentan. Ignacio era de los que “amaban con gestos –con cosas- más que con palabras (como la Sra. Marta que trabaja en casa con mamá y me acaba de traer un arrolladito de los que aprendió a hacer cuando era jovencita, para acompañar el mate y es la sorpresa que ayer por teléfono me dijo que me iba a dar).
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Para con el Hogar, mi gesto, ha sido preparar lentamente el camino a otros jesuitas. Hacer querible el Hogar para la Compañía ha llevado tiempo. Por un lado ha sido un trabajo de institucionalización, por otro (aunque van juntos) un trabajo de cariño. Se resume, creo, en que el Hogar esté lindo, en que de gusto ir y estar, en que este valorada en su rol la gente que lo organiza, lo cuida y colabora…
Un problema que tenemos en la Compañía actual es que, por un lado, heredamos instituciones y casas de renombre mundial y con un sello bien jesuítico, pero que no convocan mucha gente. Ni a los mismos jesuitas. Y por otro lado, la vida de muchos jesuitas pasa por otros caminos, en los que se advierte una gracia, pero cuesta que esa gracia se vuelva institución.
Que se junten la vida y la estructura es la gracia propia de Jesús, Dios encarnado. Por eso, que el Hogar sea una obra apostólica de la Compañía de Jesús, es la gracia más grande que le podemos brindar a nuestros comensales y huéspedes. Es darles de verdad una casa nuestra, abrirles no un hogar sino nuestro Hogar, el de San José, en el que se vive en Compañía de Jesús.
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Bueno. La contemplación de hoy salió muy personal. A veces me da un poco de pudor contar cosas mías, pero me alientan los que me hacen ver que no son mías sino “de lo que el Señor hace en mí” y, en ese sentido, son “de lo que hace con todos”. Que sea para bien, como me dijo el Papa Francisco, cuando le reproché un poco que me hubiera nombrado en el avión a Río. De allí partió esta partida. Y eso muestra que en las cosas de Jesús todo es muy personal y muy para todos, comunitario, como decimos.
Diego Fares sj