Jesús se apareció a los Once y les dijo:
«Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación (Mc 16, 15).
Evangelizadores hoy
Saulo, que todavía respiraba amenazas de muerte contra los discípulos del Señor, se presentó al Sumo Sacerdote y le pidió cartas para las sinagogas de Damasco, a fin de traer encadenados a Jerusalén a los seguidores del Camino del Señor que encontrara, hombres o mujeres.
Y mientras iba caminando, al acercarse a Damasco, una luz que venía del cielo lo envolvió de improviso con su resplandor. Y cayendo en tierra, oyó una voz que le decía: «Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?»
El preguntó: «¿Quién eres tú, Señor?»
«Yo soy Jesús, a quien tú persigues, le respondió la voz. Ahora levántate, y entra en la ciudad: allí te dirán qué debes hacer».
Los que lo acompañaban quedaron sin palabra, porque oían la voz, pero no veían a nadie. Saulo se levantó del suelo y, aunque tenía los ojos abiertos, no veía nada. Lo tomaron de la mano y lo llevaron a Damasco. Allí estuvo tres días sin ver, y sin comer ni beber.
Vivía entonces en Damasco un discípulo llamado Ananías, a quien el Señor dijo en una visión: «¡Ananías!»
El respondió: «Aquí estoy, Señor».
El Señor le dijo: «Ve a la calle llamada Recta, y busca en casa de Judas a un tal Saulo de Tarso. El está orando y ha visto en una visión a un hombre llamado Ananías, que entraba y le imponía las manos para devolverle la vista».
Ananías respondió: «Señor, oí decir a muchos que este hombre hizo un gran daño a tus santos en Jerusalén. Y ahora está aquí con plenos poderes de los jefes de los sacerdotes para llevar presos a todos los que invocan tu Nombre».
El Señor le respondió: «Ve a buscarlo, porque es un instrumento elegido por mí para llevar mi Nombre a todas las naciones, a los reyes y al pueblo de Israel. Yo le haré ver cuánto tendrá que padecer por mi Nombre».
Ananías fue a la casa, le impuso las manos y le dijo: «Saulo, hermano mío, el Señor Jesús -el mismo que se te apareció en el camino- me envió a ti para que recobres la vista y quedes lleno del Espíritu Santo.»
En ese momento, cayeron de sus ojos una especie de escamas y recobró la vista. Se levantó y fue bautizado. Después comió algo y recobró sus fuerzas.
Saulo permaneció algunos días con los discípulos que vivían en Damasco, y luego comenzó a predicar en las sinagogas que Jesús es el Hijo de Dios.
Todos los que oían quedaban sorprendidos y decían: «¿No es este aquel mismo que perseguía en Jerusalén a los que invocan este Nombre, y que vino aquí para llevarlos presos ante los jefes de los sacerdotes?» Pero Saulo, cada vez con más vigor, confundía a los judíos que vivían en Damasco, demostrándoles que Jesús es realmente el Mesías (Hc 9, 1-22).
Contemplación
En el avión de regreso de Manila, el P. Lombardi inició la conferencia de prensa pidiendo al Papa Francisco que se explayara un poco acerca de las personas que está canonizando de acuerdo a la metodología que se llama “equivalente”. El Papa explicó que esta metodología, según el Derecho Canónico:
“Se aplica cuando un hombre o una mujer es beato, beata, desde hace mucho tiempo y tiene la veneración del pueblo de Dios, que de hecho lo venera como santo, y no se hace el proceso. Hay algunos casos así desde hace siglos. El proceso de Ángela de Foligno fue así; ella fue la primera. Después decidí hacer lo mismo con personas que han sido grandes evangelizadores y evangelizadoras. En primer lugar, Pedro Fabro, que fue un gran evangelizador de Europa: murió –podríamos decir– en el camino, cuando, con cuarenta años, viajaba para evangelizar. Y después vinieron los demás: los evangelizadores de Canadá, Francisco de Laval y María de la Encarnación, que, por el gran apostolado que hicieron, fueron prácticamente los fundadores de la Iglesia en Canadá, siendo él Obispo y ella religiosa. El siguiente fue José de Anchieta, de Brasil, fundador de São Paulo, que hacía tiempo que era beato, y ahora es santo José Vaz, aquí, como evangelizador de Sri Lanka. Y en septiembre próximo, Deo mediante, haré la canonización de Junípero Serra, en los Estados Unidos, porque fue el evangelizador del oeste de los Estados Unidos. Son figuras de grandes evangelizadores, que están en sintonía con la espiritualidad y la teología de la Evangelii gaudium. Y por eso he elegido esas figuras. Era esto”.
Es decir: el Papa está canonizando a grandes predicadores del Evangelio del Reino de Dios, como hacía Jesús nuestro Señor. Hombres y mujeres que salieron a evangelizar y fueron a las periferias, haciendo que la alegría del Evangelio llegara a muchos, especialmente a los más alejados y necesitados.
La liturgia de la fiesta de la Conversión de San Pablo nos pone al Apóstol como evangelizador: el mismo Jesús define a Pablo como “un instrumento elegido por mí para llevar mi Nombre a todas las naciones”.
¿Qué es evangelizar?
Evangelizar es “llevar el Nombre de Jesús” a toda la gente, a todas las situaciones. La Buena Noticia se puede resumir en el Nombre bendito de Jesús, que protege a todo el que lo invoca con fe y transfigura hasta las más pequeñas acciones que realizamos en su Nombre. Es notable, por ejemplo, cómo aleja cualquier tentación decir: que el Nombre de Jesús me proteja de esto.
¿Cómo reza un evangelizador?
En Evangelii Gaudium, Francisco nos habla de la oración de Pablo.
“Miremos por un momento el interior de un gran evangelizador como san Pablo, para percibir cómo era su oración. Esa oración estaba llena de seres humanos: «En todas mis oraciones siempre pido con alegría por todos ustedes […] porque los llevo dentro de mi corazón» (Flp 1,4.7)2” (EG 281).
La oración del que evangeliza está llena de rostros. Pensar en la gente, interceder por sus necesidades no nos aparta de la contemplación.
¿De qué se tiene que convertir el que quiere evangelizar?
Pablo fue una persona que se convirtió de perseguidor en “evangelizador”. Jesús lo convierte en el camino, le hace ver que es Él, Jesús, al que persigue, cuando maltrata a los cristianos. Este Rostro del Señor, que lo deja ciego, se le graba de tal manera, que lo verá de ahí en más en todo. En vez de criticar y de quejarse por las situaciones de cruz, Pablo pasó a encontrar lo bueno en todo y en todos: “Todo lo puedo en Aquel que me conforta”. “Me hago todo a todos… con tal de ganar a alguno para Cristo”.
¿Cuándo y dónde se puede evangelizar?
El Anuncio del Evangelio será la vida de Pablo y lo llevará a todas las periferias. “Hay de mi si no evangelizare” (1 Cor 9, 16). El evangelio será “su dulce y confortadora alegría”. Porque el bien crece cuando se comunica (EG 9) y el Evangelio es nuestro mayor bien.
Este es el Espíritu que impulsa al Papa Francisco a ir a las fronteras, a animarnos a todos a que salgamos a evangelizar. Es que junto con el Evangelio vienen todos los dones:
“Porque el Evangelio que les hemos anunciado llegó hasta ustedes, no solamente con palabras, sino acompañado de poder, de la acción del Espíritu Santo y de toda clase de dones…Y ustedes, a su vez, imitaron nuestro ejemplo y el del Señor, recibiendo la Palabra en medio de muchas dificultades, con la alegría que da el Espíritu Santo” (1 Tes 1, 4-6).
Qué lindo esto de “recibir la Palabra con alegría en medio de muchas dificultades”. En eso consiste nuestra vida Cristiana, nuestra alegría radica en la Palabra, en recibir la Palabra, en poder “sentirla y saborearla en la contemplación” y en poder salir a anunciarla a otros con obras de misericordia, para consolar y ganar corazones.
Evangelizar a la gente y a todas las culturas e inculturar el evangelio es tarea sacerdotal: de todos los bautizados, como pueblo sacerdotal de Dios.
Hay dos defectos muy actuales que nos dan la anti –imagen de lo que significa esta misión sacerdotal de evangelizar. Hoy en día, a nivel grande se habla de “tráfico de influencias”. Es lo que en pequeño se llama “llevar y traer”, chusmear.
La tarea sacerdotal es “influenciar bien”. Influenciar a la gente para que se acerque con confianza a la Misericordia del Padre y hablarle bien al Padre y a los demás de sus hijitos, interceder por ellos. Es lo que hace Jesús, cuando nos anima con sus parábolas a confiar en que el Padre nos ama. Es lo que hace cuando habla bien de las dos moneditas de la viuda o de la fe grande del Centurión.
El Señor evangeliza hablando bien, comunicando la Buena Noticia, ejerciendo su influencia para salvar y para incluir a todos.
Por este lado va la hermosa tarea de Evangelizar que nos encomendó.
…………
De la Buena Noticia bajamos a nuestra realidad, secuestrada por las malas noticias, o, lo que es mucho peor, por las noticias falaces, con las que somos bombardeados los que estamos metidos en medio de una guerra de interpretaciones. Utilizo la palabra “falaz” porque es la que usa Ignacio en sus reglas de discernimiento para tipificar el modo de proceder del mal espíritu.
Leamos un momento la regla de Ignacio:
“Es propio de Dios y de sus ángeles en sus mociones dar verdadera alegría y gozo espiritual, quitando toda tristeza y confusión que el enemigo induce. Porque es propio del mal espíritu militar contra la tal alegría y consolación espiritual trayendo razones aparentes, sutilezas y asiduas falacias” (EE 329).
La Palabra de Jesús siempre nos alegra el corazón, nos envuelve con su alegría y nos va iluminando luego, poco a poco, las cosas. No ilumina ni aclara todo, pero da entusiasmo para caminar y para seguir buscando cada día.
Las falacias del demonio, en cambio, nos entristecen y nos empantanan. Suelen tener algo adictivo, fascinante –como la curiosidad con que seguimos los detalles escabrosos de una muerte como la del Fiscal Alberto Nisman-, pero de última nos dejan mal sabor. Uno termina afirmando esa falacia que ya está como instalada en nuestra sociedad: “En este país nunca se llegará a conocer la verdad”.
Discierno que es una falacia, en primer lugar, intuitivamente, por el desánimo y la tristeza que suscita. La rechazo de plano diciendo que: Es una mentira –total y diabólica- eso de que “en este país nunca se llega a saber nada”. En ningún ámbito humano se puede llegar a “saber todo”. Y, evangélicamente, Jesús nos ha prometido que un día “todo lo oculto quedará manifiesto” y Él juzgará a cada uno según sus obras. Con esto, en un cristiano, no puede reinar esa desesperanza.
Salvaguardada la justicia final, que es de Dios, puedo –podemos- cultivar la justicia a pequeña escala, en nuestro ámbito de acción y hacer frente a las noticias falaces con la Buena Noticia del Reino de Dios. Podemos comenzar por valorar y reivindicar el sentimiento de los más humildes que “se entristecen por el mal”: la gente que llama a la radio diciendo, simplemente: “hoy estoy muy triste”. Si somos capaces de entristecernos al escuchar a los falaces cerniéndose como buitres sobre un cadáver, es que sabemos una verdad muy importante. Este pequeño sentimiento puede parecer poca cosa para enfrentar al terrorismo, a la corrupción, a la burla, a la lucha mezquina. Quizás sea poca cosa-esto de alegrarse con la verdad y entristecerse con la mentira-, pero hace a la altura y a la profundidad de nuestro corazón. Y a la capacidad de unirnos socialmente con los que cultivan la misma honradez. No alegrarse con la mentira ni con la burla ni siquiera cuando el que la sufre es nuestro adversario es tener grandeza de ánimo, lealtad, capacidad de juego limpio. El que milita contra la alegría, el demonio y sus secuaces, no mira si usa verdad o mentira. El que predica la Buena Noticia cuida el ser buena persona siempre, por sí misma y por los demás, sin importar si tiene delante a gente sin escrúpulos.
Entre la minoría poderosa de los corruptos y la más o menos extendida clase media de una pretendida neutralidad, podemos integrarnos a esa inmensa mayoría del pueblo fiel de Dios que evangeliza en su conjunto, cultivando la alegría de la Buena Noticia en su corazón y en cada ámbito de su pequeña vida. Y esto es posible siendo protagonistas, en Nombre de Jesús, del bien y la verdad en nuestras vidas y no espectadores neutralizados de la pelea de los demás. Como siempre nos dice el Papa Francisco: no nos dejemos robar la alegría de evangelizar.
Y para discernir y rechazar esa tentación de quedar “paralizados” por la magnitud de la corrupción y de la lucha a la que asistimos y que nos deja afuera, puede hacernos bien recordar la historia de os ángeles neutrales. Dice así:
Cuando el en aquel entonces hermoso Luzbel y sus ángeles se rebelaron contra Dios, el Arcángel Miguel («quién como Dios!») capitaneó ahí nomás a los ángeles buenos y salió a luchar contra los malos. Sin embargo -como suele suceder- la división de bandos no fue en dos sino en tres. Hubo un grupo -dice la historia- que se declaró neutral: los ángeles neutrales se sentaron en las aceras del Cielo y con cara de espectadores esperaron a ver quién ganaba. Cuando terminó la batalla con la derrota de los ángeles soberbios, dicen que Dios -que no castiga sino que da a cada uno lo suyo con misericordia-, les dió a los malos lo que querían -que era estar lo más lejos posible de El- y creó para ellos el infierno. A los que quisieron ser neutrales no sabía qué darles y como en la eternidad todo ocurre en un instante y uno queda convertido en lo que eligió, los tuvo que enviar a la tierra, entre los mortales, que somos los únicos que pueden mantener la neutralidad durante un tiempo.
Es así que desde entonces los ángeles neutrales viven mezclados entre nosotros (no se sabe qué harán después). Estos «mitad-ángel-mitad-demonio», estos «esperemos-a-ver-quién-gana», que se creen más vivos que Dios y que el diablo, por su ser de «ángeles» (ángel significa «mensajero», «anunciador», «comunicador» diríamos hoy) se mezclan en todos los ámbitos donde es clave la comunicación.
Se mezclan también con cada uno de nosotros cada vez que buscamos o pasamos información. Y nos quieren hacer creer que puede haber «ángeles (comunicadores) neutrales».
Sin embargo no es así. Cada vez que paso una noticia -como en el juego del teléfono- va en ella un pedazo de mi corazón…, y puedo jugarme la vida denunciando la corrupción y alentando la bondad en el pequeño espacio en que me toca actuar a mí. Y allí donde no hay nada que hacer, puedo dolerme y llorar en la oración. Eso también es ser “evangelizadores”.
Como dijo Francisco a los jóvenes en Manila: “Sean valientes, no tengan miedo a llorar”.
Francisco improvisó un discurso para que los jóvenes aprendan a llorar, a conmoverse con el sufrimiento ajeno. El Pontífice se inspiró del testimonio de Glyzelle Palomar, de 12 años, que con lágrimas en los ojos le preguntó: ¿Por qué deja Dios que pasen esas cosas, incluso si no es culpa de los niños?
Francisco respondió:
“Existe una compasión mundana que no nos sirve para nada. Vos hablaste algo de eso. Una compasión que a lo más nos lleva a meter la mano al bolsillo y dar una moneda. Si Cristo hubiera tenido esa compasión, hubiera pasado, curado a tres o cuatro y se hubiera vuelto al Padre. Solamente cuando Cristo lloró y fue capaz de llorar, entendió nuestros dramas”.
El Papa invitó a los jóvenes a aprender del dolor. “Lloran los marginados, lloran aquellos que son dejados de lado, lloran los despreciados; pero aquellos que llevamos una vida más o menos sin necesidades, no sabemos llorar. Ciertas realidades de la vida solamente se ven con los ojos limpios por las lágrimas”.
Diego Fares sj