Bautismo del Señor B 2015

Lo lindo de Dios es para todos

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Juan predicaba, diciendo:

«Detrás de mí vendrá el que es más poderoso que yo,

y yo ni siquiera soy digno

de ponerme a sus pies

para desatar la correa de sus sandalias.

Yo los he bautizado a ustedes con agua,

pero él los bautizará con el Espíritu Santo.»

En aquellos días, Jesús llegó desde Nazaret de Galilea

y fue bautizado por Juan en el Jordán.

Y al salir del agua, vio que los cielos se abrían

y que el Espíritu Santo descendía sobre él como una paloma;

y una voz desde el cielo dijo:

«Tú eres mi Hijo predilecto,

en ti tengo puesto todo mi agrado» (Mc 1, 7-11).

 

Contemplación

 

Tres imágenes de Epifanía, esa entrada total y para siempre de Dios en nuestra historia humana: los reyes paganos que vienen a adorar,

Jesús haciendo fila con los pecadores

y el Señor con su Madre y su equipo de discípulos en las bodas del amor humano,

en la cocina de la casa de los novios de Caná de Galilea.

 

Tres imágenes de cómo Jesús llega a las periferias o viene de ellas o habita en ellas.

 

Este es el Jesús que le “agrada” al Padre.

Le agrada mucho, muchísimo, tanto que está “chocho con su predilecto”.

Ahora bien, esta felicidad que se da en la relación entre ellos, más aún, esta Alegría que es Dios mismo (Amor del Padre y del Hijo que se requieren, como dicen los chicos), es algo totalmente expansivo, más que el Big Bang (ese Amor es el famoso Big Bang, que dicen que se puede medir pero “no se sabe por qué se expandió algo tan armoniosamente hermoso como este universo”; ¡cómo no van a saber que eso tiene nombre y se llama Amor del Padre que se derrocha para nosotros en su Hijo predilecto y nos hace lugar en la existencia!).

O sea: el Amor es lo único expansivo, lo único que puede hacer big bangs verdaderos y para siempre. Lo demás son cuetes y fuegos artificiales.

Y como este amor es salida de sí para los demás, por eso el Padre está feliz de que su Predilecto llegue con este mensaje a los pequeñitos, aunque le cueste la vida, que llegue a esos que no saben para qué los trajeron a sufrir tanto en este mundo,  y no se le pierda ni se le escandalice ninguno (viste vos que sos padre o mamá cómo cuando pasa algo bueno con uno de tus hijos enseguida mirás que lo tomen bien los otros y encontrás la manera para que no haya celos). Que no se le pierda ni el más pecador, ni el más sufriente, ni el más caprichoso, ni el menos tenido en cuenta, ni el que vive poquito tiempo –unos instantes desde su concepción, unos días en la cunita de terapia, unos meses en brazos de su mamá- ni el que vive mucho – largos años de andar de aquí para allá sin encontrarse con su amor, buscándolo en las creaturas a tientas, dando manotazos sin encontrarlo-. El Padre quiere que todos sintamos lo mismo que sintió Jesús: vos sos mi hijo predilecto, en vos tengo puesto todo mi agrado.

Esta es la Alegría del Evangelio y Jesús la trae para todos. No es una frase para que solo la escuchen los exegetas en idiomas extraños, es para que resuene en los oídos de toda la gente como la melodía de la última canción de moda o como la canción que siempre tarareamos.

Jesús nos anuncia esta verdad –que a Dios le podemos decir Padre (como cada uno lo diga: papi, viejo, father, papá, o papuchi como dice una amiguita mía) y hacerlo sanamente como lo hace Él, sin proyectar en la divinidad los miedos, los fantasmas, las ilusiones o las ambiciones que tenemos (Hanna Wolf).

Nadie puede evitar pensar a Dios proyectando lo más íntimo que vive: divinizamos lo más fuerte –bueno y malo- que vivimos, somos seres que trascienden conscientemente porque la vida es eso, no quedarse encerrado en la propia célula sino salir a comunicarse con las demás y juntas llevar adelante la vida. Pero Jesús sanea ese impulso vital, nos revela el modo correcto de charlar con Dios y de hacer lo que le agrada (que no es que le hagamos monumentos religiosos y liturgias raras, profecías tremendistas y dinámicas de autoayuda, sino que primero salgamos en ayuda de los más frágiles y después sí, recemos lo más lindo que podamos).

 

Bueno, la cuestión es que la Epifanía nos dice en tres íconos que esta Alegría es para derrochar, no para administrar en dosis homeopáticas. Cada uno se llevará su botellita de agua bendita y la tomará en los sorbos que corresponda, pero tenemos que anunciar que la fuente de Agua Viva está para que se sumerjan de cabeza todos los que quieran. Te podés conectar desde cualquier lugar del planeta y el evangelio te actualiza la App en diez segundos y te da las instrucciones para encontrar tu pozo de agua viva en el lugar que estés. Eso es Espíritu: sopla donde quiere (y donde lo quieren). No tenés que pagar nada pero, eso sí, vas a tener que cavar en tu interior, limpiar la pieza, hacer lugar a otros… Pero el Bautismo está: te podés tirar a la pileta ya y el Señor te va a limpiar y vivificar.

 

Vamos a los tres íconos epifánicos (que iluminan para todos lados):

 

Los que adoran

Me gusta pensar que los reyes representan lo más inteligente de la humanidad. Son esos tipos que estudian, que investigan, apasionados por descifrar el universo, por encontrar las claves que nos permiten entender dónde habitamos, cómo vinimos a la vida, cómo funciona el cosmos… Pero no son del tipo funcionalista, que quiere inventar cosas para ganar plata. Son los que tienen un ojo en la materia y el otro en lo trascendente. Miran la estrella pero para que los lleve al Niño. Y van equipados con regalos, porque quieren adorar (como el buen Samaritano, que iba equipado con primeros auxilios porque quería ayudar).

Esta es la palabra –adorar-. Son gente inteligente que sabe que lo más inteligente es adorar. Cuando tocan el límite adoran.

 

Una reflexión sobre el límite y la adoración. Hay algunos que, cuando tocan el límite se enojan, se vuelven violentos y empujan o resentidos y se encierran,o escépticos y se burlan.

Los Magos, en cambio, salen a buscar y cuando encuentran el misterio se postran, adoran y regalan. Recién después siguen su camino, esquivando a los Herodes y a sus cortes mundanas.

Dios está en la periferia de nuestro yo y lo encuentra el que sale de sí en la adoración y el regalo.

 

En estos días hemos sufrido la violencia extrema desatada entre los que maltratan los límites en nombre de lo que consideran sagrado e innegociable. Para Charlie Ebdo, el derecho al humor es sagrado: el humor es signo de la más alta intelectualidad. No tienen el principio cristiano de que, si algo escandaliza a mi hermano, eso es para mí un límite para lo que considero un derecho y puedo renunciar a hacerlo con tal de no escandalizar. Para los terroristas, su culto a Dios es sagrado y con eso no se bromea. No tienen el valor cristiano de perdonar el que traspasa un límite y nos ofende y de estar dispuestos a dar la vida por Dios en vez de quitarla a otros.

 

Los que son parte del pueblo fiel

Los que acuden a Juan para que los bautice son la gente del pueblo fiel de Dios. Jesús va de incógnito entre ellos, como uno más. No está allí para ser adorado sino para mezclarse –como el agua con el vino antes de la consagración (se mezcló con nuestra vida humana)-, para acompañar, simplemente.

Esta gente en medio de la cual camina Jesús, es la inmensa mayoría de la humanidad: los que trabajan, los que sostienen el mundo con su cariño, su paciencia y su laboriosidad. Los que viven la vida, crían a sus hijos, sirven cada uno en su humilde puesto de trabajo y pasan anónimos por la vida sin hacer aspavientos ni dar demasiado que hablar. Como ellos era el padre de Jesús, San José. Si los reyes representan lo más brillante del ser humano, la intelectualidad, la gente que acude a Juan representa lo común (pensaba decir la masa, lo carnal, lo popular, el tejido material de la vida humana…, y veo que son todas palabras con algo de despectivo). Lo común, lo social, lo que nos hace familia, pueblo que camina en conjunto, sin distinguirse, mezclándose con los demás, codo a codo, no es menos que lo intelectual, que la chispa del genio, que lo especial… No existen lo uno sin lo otro. Y Jesús es tan Dios allí, como uno más del pueblo fiel de Dios, como cuando se destaca como Cabeza y como Señor.

Dios está en la periferia de nuestro yo y lo encuentran los que caminan con los demás y se sienten como uno más del pueblo fiel de Dios, aunque sean el mismo Hijo único y predilecto del Padre.

 

Los que forman familia

Caná es la imagen del corazón, del amor humano, del amor de los novios que se casan y forman familia. Allí la presencia del Señor es también social, está como un invitado más, dentro de lo especial que tienen los invitados para una familia que celebra un casamiento: no son anónimos sino elegidos, amigos, parientes. Allí el Señor está participando de la fiesta y, en ese ámbito familiar tan especial, mediador diría, entre el Dios adorable y el Dios compañero, hace su primer milagro.

Caná, el agua convertida en vino de Caná, es el lugar favorable, y la boda es el tiempo de gracia para que comience a actuar el Dios encarnado.

Los otros dos ámbitos son más pasivos: el Niño adorado y el que se hace bautizar por Juan. En Caná Jesús comienza a actuar. Y la materia de su trabajo será el amor.

Sobre el amor trabaja Jesús, ese amor que se basa en la mutua confianza, en la fe, y en la alegría de esperar todo del amor del otro.

Dios habita en la periferia del yo y lo encuentran los que forman familia, los que apuestan a que la relación sagrada es la del amor, por encima de todo lo demás.

 

La buena noticia de la Epifanía, la que el Papa Francisco está haciendo llegar a todos los confines, es la que hace sentir a la gente que es “coheredera” de la misericordia infinita del Padre y del amor de Jesús. Esto contra los que se han apropiado de la gracia y no la derraman sino a cuentagotas como si el Reino fuera una obra de arte minimalista. No es así. La gracia brota a raudales del corazón del Padre y se derrocha sin medida ni temor sobre todos los que quieran participar. Sobre los no creyentes que buscan, sobre la gente común que camina como pueblo, sobre los que se aman y forman familia.

 

La buena noticia es que nuestro Dios es Padre y Padre del Cielo, porque no lo alcanza ninguna “materialidad” (sea energía cósmica, actividad neuronal  o creación tecnológica), y Jesús es Dios de la Tierra, porque no lo desencarna de estar ligado a todo prójimo ninguna espiritualidad que no incluya a todos (ni las ideas cósmicas de la new age, ni las dinámicas de autoexperiencia, ni las de militancia política).  El Amor entre el Padre del Cielo y su Hijo Predilecto hecho carne es Espíritu que se dona a todo hombre y mujer que lo quiera recibir. La misión es anunciar, con palabras y gestos y obras de amor, que esto lindo de Dios, es para todos.

Diego Fares sj

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