Domingo 28 A 2014

Dios no está en crisis: sigue invitando

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Respondiendo Jesús les habló de nuevo en parábolas diciendo:

(Lo que acontece en) el reino de los cielos es semejante a (lo que le pasó a) un rey que preparó las bodas de su hijo;  envió a sus servidores a llamar a los que habían sido invitados a las bodas y no quisieron venir.

De nuevo envió otros servidores diciendo:

‘Digan a los invitados: mi banquete está preparado, mis toros y animales cebados han sido sacrificados y todo está a punto. Vengan a las bodas’.

Pero ellos no haciendo caso se fueron, uno a su propio campo, otro a sus negocios y los demás, echando mano a los servidores los ultrajaron y los maltrataron.

El rey se llenó de ira y enviando sus ejércitos, hizo perecer a aquellos homicidas e incendió su ciudad.

Entonces dice a sus servidores:

‘Las bodas están listas, pero los invitados no eran dignos, vayan pues a los cruces de los caminos y a cuantos encuentren invítenlos a las bodas’.

Y saliendo aquellos servidores a los caminos, reunieron a cuantos encontraron, malos y buenos, y la sala de bodas se llenó de comensales.

Entrando el rey a ver a los que estaban a la mesa vio allí un hombre que no vestía el vestido de bodas y le dice:

‘Compañero, ¿cómo entraste acá, no teniendo el vestido de bodas’?

El no abrió la boca.

Entonces el rey dijo a los servidores:

‘Atenlo de pies y manos y arrójenlo a las tinieblas de allá afuera; allí será el llanto y el rechinar de dientes’.

Porque muchos son los llamados pero pocos los elegidos” (Mt 22, 1-14).

 

Contemplación

Hoy tengo algo para escribir que me desborda y se me amontona, como la gente que quiere entrar al Hogar y se acerca –siempre se va acercando, por más que hagamos hacer fila y ordenemos…- por todos lados a la puerta. Quería comenzar diciendo que no sé cómo contarlo para que les llegue de verdad y salió ahí nomás esta imagen que es, precisamente la que quiero compartir. Pero no es tanto la imagen de nuestros hermanos que se amontonan todos los días a la puerta del Hogar sino la imagen de una extraña fila que se formó ayer a la tarde.

Lo que quiero anunciar es cortito y simple: quiero dar testimonio de que lo que Jesús cuenta en esta parábola pasó ayer –está pasando ahora porque más de veinte amigos en situación de calle están de retiro espiritual estos tres días.

¿Qué es lo que cuenta Jesús? Cuenta la parábola de los invitados a las Bodas, que entre todas sus riquezas y misterios tiene esta del misterio de la invitación que es de las cosas más iluminadoras de la vida. Nuestro Dios es como un rey que invita a las bodas de su Hijo y entre los hombres hay quienes aceptan su invitación y quienes, por diversos motivos, no la aceptan, no van.

Bueno, yo quiero contarles la emoción que sentíamos estos días en el Hogar con los que iban aceptando –en un número que nos parecía increíble y que aumentó con el paso de los días- la invitación al retiro que organizaban nuestros amigos del Movimiento Virgen Gaucha. Era una mezcla de emoción y miedo como el que producen las respuestas inesperadas, que otras veces no han tenido eco, y uno siente “no puede ser”, “algo raro pasa”. Y lo que pasa no es raro si se lee la realidad con la luz que da el Evangelio, que es “antorcha”, llama encendida que camina iluminando al que va a su lado.

Quiero decir que el evangelio te ilumina si vas a caminando tras la antorcha, no si te quedás parado viendo la tele (esta imagen de la antorcha es del jesuita Spadaro y la usó para decir en el Sínodo de la familia cómo es que tiene que iluminar la vida lo que digan los padres: como una antorcha, no sólo como un faro estático que ilumina todo de lejos y desde lo alto, sino como una antorcha que va junto con la gente iluminando el día a día). Por eso es que quería escribir “llevándolos” a tener la experiencia de lo que está pasando con los invitados a la fiesta del retiro (un jovencito que aceptó la invitación tiene tal grado de discapacidad –con sus bracitos siempre medio en alto como resguardándose de algo y el mentón hacia arriba, decía que pidió ir al retiro “para estar un rato tranquilo”-.

Es como que hay que ir iluminando lo que pasó de a poquito, cada rostro, cada palabra intercambiada…

Ayer mientras esperábamos el colectivo (fue una horita que estuve y fui porque tenía miedo que se armara lío en la puerta del Hogar; después me quedé porque era un gusto charlar de cosas espirituales con los que habitualmente charlamos de fútbol o de lo que el Hogar te puede dar y lo que no), mientras esperábamos y Olga iba llamando uno por uno para hacer las fichas, salieron muchas cosas.

Lo que más llamaba la atención desde adentro era la voz de un muchachón grandote que hablaba hasta por los codos; el tono me daba la impresión de que quería hacer bardo así que salí y les pedí que hicieran fila y, aunque el grandote estaba un poco denso, y dos jóvenes con piercings y capucha me parecían medio sospechosos, los demás se ordenaron y se me fueron individualizando (digo yo). Lo suele pasar con la gente en situación de calle es que en grupo despiertan imágenes de miedo pero cuando charlás cara a cara con cada uno aparece la persona y les digo que el interés que tienen en charlar aquellos con los que nadie charla es conmovedor. Apenas se ordenó la fila, saltó uno que no conocía y me dijo: “¿ya volvió de Roma?…. Ah! No se fue todavía. Así que se va con Francisco. Dele saludos eh!”. Otro me preguntó con tono bajito y una sonrisa mansa que si ya no oficiaba misa en el Hogar; que antes había más misas y que ahora hacía tiempo que no anunciábamos una misa… y que sí, que estaba lindo si hacíamos más misas, que a él le gustaba, así que bueno, sí, es verdad que habíamos tenido hacía dos meses, claro. Pero que estaba bueno que hubiera…” (me quedó reclaro!). Todos los diálogos eran con el grandote de fondo que hacía preguntas teológicas sobre si Roma quedaba en Jerusalén y que qué había pasado que ya no había soldados romanos como en las películas y que él hacía cinco meses que no consumía y si yo creía que ya estaba suficiente como para volver a pedir trabajo, que él era frenista y desarmaba los frenos de los camiones… Otro contó que ya había ido a otro retiro y que estaba bueno. Tranquilo. Que era el momento justo para pensar un poco en lo espiritual. Como a mí me dieron ganas de ir y comenté que me vendría muy bien porque ya se me había pasado el efecto del último, se rieron y preguntaron si nosotros hacíamos muchas veces por año y les dije que una sola y les conté un poco y uno dijo Ah! Claro, hacen ocho días.  Y otro comentó Y sí, es que el efecto se te va…

La cuestión es que cuando vi que estaba todo tan en paz, les dejé a los que habían organizado que gozaran del momento y me despedí pidiendo oraciones. Nuestra Coordinadora me llamó un rato después y me dijo que al final habían llenado el colectivo y que ella había rezado un Ave María antes de que partieran como hacemos siempre nosotros y que iban muy contentos.

Quería compartir lo de la invitación. Hace un mes, en la reunión del Equipo de dirección y coordinación (que somos dos nomás) salió que hacía mucho que no invitábamos para los retiros. Susana se ofreció a invitar y para los “Retiros Populares Porres” inesperadamente se inscribieron como diez y fueron más de la mitad. Por eso, cuando me llamaron para invitar a este otro, me pareció que era amontonar invitaciones. De todas maneras se lo encargué a Susana que fue invitando comedor por comedor y, contra toda expectativa, se inscribieron 17 y a la semana siguiente más. Terminaron yendo más de veinte! Uno decía: es que hace bien que te hablen de cosas lindas. Hay tantas cosas malas…

Bueno. No sé si logro transmitir lo lindo que es compartir las idas y venidas de estas “invitaciones al banquete de bodas”.

En la hermosa reflexión del Obispo de San Isidro sobre sus encuentros con el Papa, contaba lo que le dijo Francisco acerca de esto de la “invitación”. Fijensé si no ilumina lo que les vengo contando. Le decía el Papa:

“El evangelizador es como aquel que sale a buscar empleados para su viña y sale a cualquier hora y sale muchas veces. Por eso yo quiero una iglesia en salida, esa que esté siempre dispuesta a salir, para invitar, para llamar. Hay uno que es invitado y nadie lo había llamado. Llamarlo es hacerlo sentir digno de la familia de los hijos de Dios. Cuando somos llamados, recuperamos la dignidad. Hay alguien que me llama. Hay alguien que se interesa por mí. Soy útil. Soy valioso. Puedo participar de esta familia. Qué importante es encontrar el camino para poder realizar ese llamado en nombre de Jesús. La invitación a participar de la gran familia de los hijos de Dios”.

Ahora, como dice Ignacio, reflexionamos para sacar provecho.

Una primera reflexión va por el lado de la agenda: Si uno invita para un retiro “la semana que viene”, sólo entre los que están en la calle logra que vaya un colectivo lleno. La agenda del resto está ya tomada. Moraleja: hay que hacer “un lugar en la agenda para invitaciones inesperadas”, porque muchas se nos deban haber pasado sin que ni nos diéramos cuenta, y resulta que por ahí eran a la fiesta de bodas del Hijo.

Otra reflexión va por el lado de que “la fiesta se hace igual”. Me llamó la atención una frase del padre Pagola que dice que “La religión está en crisis. Pero Dios no está en crisis. Él sigue en contacto con cada persona”. Eso sentía cuando iba yendo y viniendo por la fila y buscando los ojos de cada uno para intercambiar alguna palabra: de afuera estarán en situación de calle, pero la conciencia de cada uno de su relación con Dios está intacta y siempre activa. Uno no tiene idea de lo que el Espíritu obra en cada corazón mientras por fuera la vida corre como un río de noticias que cuentan sólo “lo que pasa en la superficie de la historia”.

La última reflexión va por el lado de “la alegría del evangelio”. Esta alegría está tanto en el invitar como en el ser invitado. Sentía que en El Hogar, todo lo que hacemos tiene el carácter de la invitación. Carácter en sentido fuerte, como el que imprimen los sacramentos. El Hogar mismo es –con todas sus reglas- una invitación abierta a ser comensales de una comida. Los que pasan por la calle y ven a la gente haciendo cola piensan cosas como “pobre gente, tienen que pedir para comer” o “vagos de m…, y encima les dan pollo”…, lo que no saben es que son los protagonistas principales de una parábola de Jesús, que están invitados a una comida que les despierta “ganas de eucaristía” como al amigo que me reclamaba que oficiara más misas, y “ganas de hacer un retiro en el que estar tranquilos y escuchar cosas lindas”.

Lo que muchos no pescamos (y eso es lo que quería compartir con esta contemplación) es que esa imagen de la gente haciendo fila (para el comedor o, como ayer, la extraña fila para el retiro) es un espejo y cada uno tiene que mirar para ver si “está allí”, si estoy en mi fila de invitado a la fiesta, si estoy escuchando las invitaciones, si las estoy recibiendo, si hay lugar en mi agenda para las invitaciones inesperadas, si soy de los que dicen que sí y de los que andan también invitando…

(Termino con una del grandote: Se fijo en unas pibas que se habían sentado al lado de la casa de la Bondad y tomaban cerveza y se besaban entre ellas. El gordo no lo podía creer y reflexionó que era una tentación para los que iban de retiro y dijo con tono de pastor evangelista que satanás pervertía a la gente con encendida lascivia. Faa! Gordo –le dije- qué vocabulario bíblico! Y me respondió sonriendo: “Y eso que todavía no fui al retiro!”).

La verdad es que en esa horita en la calle Moreno pasó de todo: desde un pelado loco que vive en los departamentos vecinos (a ese ya lo conocemos, padre, siempre nos grita) y que se la agarró con un pobre gaucho de los del retiro porque sin querer lo había empujado un poco al salir del quiosco (estaba tan sacado el pelado que tuve que hacer como que llamaba al patrullero para que se fuera callando porque gritaba como los endemoniados del evangelio), hasta las pibas estas, que un cana hizo que “circularan”, pasando por los coches que entraban y salían de a dos (¡!) en el hotel alojamiento del frente.

… ¡Y los nuestros, invitados a hacer fila para ir a un Retiro Espiritual!

Cuando los pobres son evangelizados, el mal espíritu se inquieta y los ángeles cantan “paz en la tierra a los hombres que ama el Señor”. Ese era el clima. Y la paz, les aseguro, que ganaba. La paz y las sonrisas y el clima amigable que nos cobijó a todos.

 

Diego Fares sj

 

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