Domingo 30 A 2014

Las cinco luces que enfrían el amor

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Cuando los fariseos se enteraron de que Jesús había hecho callar a los saduceos, se reunieron con él, y uno de ellos, que era doctor de la ley le preguntó con ánimo de probarlo:

‘Maestro, ¿cuál es el mandamiento más grande de la Ley?’

Jesús le respondió:

‘Amarás al Señor, tu Dios, con amor de gratuidad

con todo tu corazón (kardía)

con toda tu alma (psiché)

y con toda tu razón (dianoia).

Este es el más grande y el primer mandamiento.

El segundo es semejante al primero:

Amarás (agapeseis) a tu prójimo como a ti mismo.

De estos dos mandamientos penden la ley entera y los Profetas’” (Mt 22, 34-40).

 

Contemplación

Un autor de nombre difícil (para nosotros) –Erich Przywara sj-, muy apreciado por Francisco, tiene un tratadito del amor –el ágape- que es de lo mejor que he leído: trata de cómo el Amor es lo único esencial y digno de fe y, también, de cómo nos las arreglamos los hombres para contradecirlo o achicarlo o convertirlo en algo que él no es –solo amor- y, más hondo aun, de cómo el Señor se las arregla para que con todas estas contradicciones y “herejías contra el ágape”, éste Amor suyo siempre triunfe (cumpliendo esa ley misteriosa propia de todo lo de Jesús y que es que el amor se realice invisiblemente bajo la apariencia de su contrario, como sucedió en la Cruz, que parecía que le quitaban todo y en realidad Él se estaba dando entero, por amor).

 

En lo que me quedé enganchado para meditar y contemplar cuando se diera el momento (que es el del evangelio de hoy, en el que los que gestionaban una religión de 613 preceptos, le preguntaron a Jesús cuál era el mandamiento más grande), es en que el padre Przywara dice que, muchas veces, nos quedamos con la visión del AT, en la que se da un doble mandamiento (Amar a Dios directamente, por sí mismo, y al prójimo como a nosotros mismos), cuando “el misterio único y el mandamiento único del ágape nupcial, del amor cristiano, proclamado por el Señor, suprime esa disociación entre Dios, prójimo y nosotros, y sólo sabe de la unión con Dios en el amor de las personas entre sí”.

 

Vamos a profundizar teológicamente en este amor. Sé que a algunos les gusta más cuando cuento las parábolas del Hogar y que hoy estamos cansados de eso que el Papa Francisco llama “una lengua minuciosa y un lenguaje pomposo para decir tantas cosas y no decir nada”. Pero confío en que, como dice Pablo: “el amor no hace mal al prójimo” (Rm 13, 10). Y también en lo que dice Ignacio: que “el amor se debe poner más en las obras que en las palabras” pero como “es comunicación”, hablar de él es esencial.

 

La caridad absoluta de la que habla el NT es “el amor de unos a otros como participación en el Amor de Dios al hombre” (…) Es el único mandamiento, la única ley, lo único que hemos de imitar, la única señal para reconocer a un cristiano. San Juan dice todo esto de modo inequívoco cuando afirma rotundamente que sólo en la caridad mutua permanece Dios en nosotros y nosotros en Él, porque Dios mismo es caridad”.

Y este amor de ágape que trae Jesús tiene un sello “matrimonial”, “nupcial”: es desposamiento, alianza, comunicación íntima de distintos, amor fecundo, que crece como familia, en un ritmo en que se combinan la unión y la distancia, ese espacio tan único de la buena familia que tiene momentos de intimidad exclusiva y momentos de apertura a los demás.

 

Dios no hace otra “alianza” que no sea esta del amor nupcial y la Eucaristía es el memorial y la actualización de este único ágape y alianza, en la que, como una familia, los distintos nos respetamos y amamos, sanamos nuestras heridas y nos perdonamos, nos animamos unos a otros a ser cada uno feliz realizando su carisma al servicio de los demás, sin celos, ni enojos ni impaciencias… Pablo lo expresa en el Himno a la Caridad: “El amor es paciente, es servicial; el amor no es envidioso, no hace alarde, no se envanece, no procede con bajeza, no busca su propio interés, no se irrita, no tiene  en cuenta el mal recibido, no se alegra de la injusticia, sino que se regocija con la verdad. El amor todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta” (1 Cor 13).

 

Este amor, dice Przywara, que el Señor ha donado y que el Espíritu mantiene encendido y fecundo en la Iglesia, sufre persecuciones y herejías internas, dentro de la Iglesia. De última, para entender lo que pasa en la Iglesia, hay que fijar la mirada en este amor nupcial de Jesús crucificado y resucitado y discernir, en nuestras discusiones y problemas, lo que nos aleja de este amor y lo que nos hace poder vivirlo.

 

Lo bajo ahora a la realidad (como en la reunión que hicimos la semana pasada con los huéspedes del Hogar. Tratábamos, a propuesta de ellos, el tema del bien y del mal; si se podía ser bueno estando tan condicionados por la sociedad actual, si era posible ser solidario estando cascoteado… Discurría el diálogo y cobraba altura hasta que uno dijo: “ya que lo tenemos entre nosotros, que hable el padre, a ver si baja esto a la realidad, porque estamos hablando muy en general”. Yo les pregunté si de verdad querían que lo bajara a la vida del Hogar y como dijeron que sí, les dije que “el mal, en el Hogar, era robar a un compañero. Aunque fuera una toalla. Robar en el Hogar era un pecado gravísimo y causaba un daño muy grande, porque dañaba la confianza para descansar en paz a gente que no tenía otro refugio donde estar”. Seguí sacudiendo con todo, diciendo que enojarse o discutir no estaba bien pero era comprensible: un estado de ánimo o cuestión de carácter, pero robar era algo planeado y deliberado y eso era muy malo… Bueno, el excurso es para ir a lo concreto).

 

Tentaciones contra el amor entre nosotros, amor en el que permanece (o perece) el Amor de Dios.

Yo me pregunto: ¿este servicio que presto es gratuito y amoroso de verdad, como los que brindo en mi familia, donde sé que “tendré que lavar los platos toda la vida…” o apenas lo brindo un tiempo ya pongo tantas condiciones y hago tantos reclamos que terminan estando los que quería ayudar al servicio mío?

Esta idea que tengo, ¿me lleva a dialogar con el otro con el deseo de unirme a él o la uso para cerrarme y atacar o apartarme con impaciencia?

Este juicio que hago sobre el otro, ¿es un juicio como los que hago con los de mi familia –misericordioso- o como los que hago sobre los políticos –burlón y despiadado?

 

Como ven, partimos del servicio que realmente brindamos, luego examinamos las ideas y por último los juicios.

Es el orden del amor, que se pone más en las obras que en las palabras (ideas y juicios).

Francisco decía que el Papa tiene la última palabra porque es “el servidor de los servidores” del pueblo fiel. En la Iglesia, el juicio más último lo tiene el que más sirve, no el que más “sabe”. Como en la familia.

 

Algunas herejías contra el amor familiar (cada uno busca la que más lo tienta)

 

La primera es la que Francisco llama “gnóstica”. Hablando en criollo es la de “sobrenaturalizar” tanto el amor que pareciera que el ideal es tratar con Dios directamente de espíritu a espíritu, prescindiendo de todo lo que es “carne y huesos”, situación social, vida cotidiana con el prójimo concreto con el que viajo, trabajo y convivo. Desde que Jesús se encarnó, el Amor ya no se puede desencarnar. Todo lo contrario, su dinámica es la de naturalizarse y cotidianizarse más y más.

 

La segunda forma de herejía interna contra el amor es la de “intelectualizarlo”. Esta herejía tiende a darse en los que defienden la primacía del entendimiento y de la ciencia por sobre el amor. Se ve en los que defienden “definiciones” que terminan siendo trampas para alejar a la gente de la misericordia y del amor incondicional de Dios.

 

La tercera forma de herejía interna contra el amor es la que le otorga la primacía a la obediencia formal, a la disciplina y al orden por el orden mismo. Es una caricatura de la lealtad de amigos y de la fidelidad matrimonial. Se ve en las instituciones de caridad que no ponen en el centro “al que está en situación de pobreza”, buscando lo que le hace bien a él, sino que ponen sus normas y leyes sin revisarlas ni confrontarlas.

 

La cuarta forma es la del “personalismo”. Es como la anterior, pero la obediencia no es a una ley, dogma o institución que se impone desde arriba, sino a una persona o líder carismático, libremente elegido desde abajo. Cada uno elige a los líderes que le caen bien y los obedece incondicionalmente. Con esta actitud se fragmenta necesariamente la unidad familiar de la Iglesia, una, santa y católica.

 

La quinta forma de tentación contra el amor es la colectivista, que elimina todo lo personal y pone el acento en las mayorías, en la gestión de las cosas, en los números, que pasan a ocupar el lugar del ágape.

 

Lo común a estas tentaciones contra el amor (aunque parezcan opuestas entre sí) es que son formas de querer “hacer visible y dominable” ya, totalmente, el amor de Cristo, que requiere la paciencia de la levadura y del grano de trigo que muere para fructificar.

 

Przywara muestra luego, magistralmente, cómo el Espíritu armoniza estas resistencias contra el amor y escribe derecho con líneas torcidas. En el fondo son faltas de fe, renuncias a “esperar” que el amor de fruto.

El espiritualismo es falta de fe en que Dios se ha hecho hombre de carne y huesos y camina con nosotros en nuestra historia.

El intelectualismo es falta de fe en la “locura de la Cruz” que es más sabia que la sabiduría de los intelectuales.

La obediencia formal es falta de fe en el diálogo y en la reciprocidad del amor.

El personalismo es falta de fe en que el amor no es sólo entre amigos sino también entre enemigos y adversarios.

El colectivismo es falta de fe en la fuerza del amor uno a uno, a la oveja perdida. Los números no cuentan por sí mismos.

 

Estas resistencias al amor, propias de cada cultura y de cada tipo humano, han sido vencidas por Cristo. “¿Quién nos separará del amor de Cristo?” Nada ni nadie, dice Pablo.

Tampoco estas “tentaciones bajo especie de bien, disfrazadas de ángel de luz”:

Estas son las “cinco luces que pueden oscurecer el amor”:

la luz del ensimismamiento en dinámicas espiritualistas,

la luz del saber teológico,

la luz de la obediencia institucional,

la luz de la adhesión personal al líder libremente elegido,

la luz de la embriaguez del número y de la gestión.

 

Estas tentaciones contienen también –como las herejías externas- algo de verdad y hay que saber aprovecharla.

Es bueno desear estar “cara a cara” con Dios. Y esta esperanza hay que mantenerla viva animándonos a mirar cara a cara a Jesús en los pobres.

Es verdad que el amor da sabiduría y recta doctrina, y hay que animarse a que no todos acepten la verdad del amor y algunos la consideren “locura”, la locura de la cruz: “no quise saber otra cosa sino a Cristo crucificado”.

Es bueno obedecer la voluntad de Dios tal como la expresa la Iglesia jerárquica, siempre que esa obediencia sea “de corazón”, con libertad de espíritu y no algo formal.

Es verdad que el amor es adhesión a la Persona de Cristo y a las personas que él elige, y este amor personal hay que animarse a vivirlo sin ningún sectarismo.

Es bueno hacer números para que el amor llegue a todo el pueblo de Dios pero sin regodearse en los números como expresión de nuestra buena gestión.

 

Así, vemos que hay algo bueno y verdadero incluso en las “herejías” contra el ágape. Lo que hay que pedir es la gracia de discernir en cada caso y en cada actitud esta “perla” del amor y “saber vender –con buen humor- todo lo demás” o “cerrar un poco los ojos a esas “luces” que, si se absolutizan, enfrían el amor.

Diego Fares sj

 

 

 

Discurso del Papa Francisco al finalizar el Sínodo de la Familia (18-10-2014)

«Queridos: Eminencias, Beatitudes, Excelencias, hermanos y hermanas:

¡Con un corazón lleno de reconocimiento y de gratitud quiero agradecer junto a ustedes al Señor que nos ha acompañado y nos ha guiado en los días pasados, con la luz del Espíritu Santo!

Agradezco de corazón a S. E. Card. Lorenzo Baldisseri, Secretario General del Sínodo, S. E. Mons. Fabio Fabene, Sub-secretario, y con ellos agradezco al Relator S. E. Card. Peter Erdő y el Secretario Especial S. E. Mons. Bruno Forte, a los tres Presidentes delegados, los escritores, los consultores, los traductores, y todos aquellos que han trabajado con verdadera fidelidad y dedicación total a la Iglesia y sin descanso: ¡gracias de corazón!

Agradezco igualmente a todos ustedes, queridos Padres Sinodales, Delegados fraternos, Auditores, Auditoras y Asesores por su participación activa y fructuosa. Los llevaré en las oraciones, pidiendo al Señor los recompense con la abundancia de sus dones y de su gracia.

Puedo decir serenamente que – con un espíritu de colegialidad y de sinodalidad – hemos vivido verdaderamente una experiencia de sínodo, un recorrido solidario, un camino juntos.

Y siendo «un camino» –como todo camino– hubo momentos de carrera veloz, casi de querer vencer el tiempo y alcanzar rápidamente la meta; otros momentos de fatiga, casi hasta de querer decir basta; otros momentos de entusiasmo y de ardor. Momentos de profunda consolación, escuchando el testimonio de pastores verdaderos (Cf. Jn. 10 y Cann. 375, 386, 387) que llevan en el corazón sabiamente, las alegrías y las lágrimas de sus fieles.

Momentos de gracia y de consuelo, escuchando los testimonios de las familias que han participado del Sínodo y han compartido con nosotros la belleza y la alegría de su vida matrimonial. Un camino donde el más fuerte se ha sentido en el deber de ayudar al menos fuerte, donde el más experto se ha prestado a servir a los otros, también a través del debate. Y porque es un camino de hombres, también hubo momentos de desolación, de tensión y de tentación, de las cuales se podría mencionar alguna posibilidad:

  • La tentación del endurecimiento hostil, esto es, el querer cerrarse dentro de lo escrito (la letra) y no dejarse sorprender por Dios, por el Dios de las sorpresas (el espíritu); dentro de la ley, dentro de la certeza de lo que conocemos y no de lo que debemos todavía aprender y alcanzar. Es la tentación de los celantes, de los escrupulosos, de los apresurados, de los así llamados «tradicionalistas» y también de los intelectualistas.
  • La tentación del «buenismo» destructivo, que a nombre de una misericordia engañosa venda las heridas sin primero curarlas y medicarlas; que trata los síntomas y no las causas y las raíces. Es la tentación de los «buenistas», de los temerosos y también de los así llamados «progresistas y liberalistas».
  • La tentacion de transformar la piedra en pan para romper el largo ayuno, pesado y doloroso (Cf. Lc 4, 1-4) y también de transformar el pan en piedra , y tirarla contra los pecadores, los débiles y los enfermos (Cf. Jn 8,7), de transformarla en «fardos insoportables» (Lc 10,27).
  • La tentación de descender de la cruz, para contentar a la gente, y no permanecer, para cumplir la voluntad del Padre; de ceder al espíritu mundano en vez de purificarlo y inclinarlo al Espíritu de Dios.
  • La Tentación de descuidar el «depositum fidei», considerándose no custodios, sino propietarios y patrones, o por otra parte, la tentación de descuidar la realidad utilizando una lengua minuciosa y un lenguaje pomposo para decir tantas cosas y no decir nada.

Queridos hermanos y hermanas, las tentaciones no nos deben ni asustar ni desconcertar, ni mucho menos desanimar, porque ningún discípulo es más grande de su maestro; por lo tanto si Jesús fue tentado –y además llamado Belcebú (Cf. Mt 12,24)– sus discípulos no deben esperarse un tratamiento mejor.

Personalmente, me hubiera preocupado mucho y entristecido si no hubiera habido estas tenciones y estas discusiones animadas; este movimiento de los espíritus, como lo llamaba San Ignacio (EE, 6) si todos hubieran estado de acuerdo o taciturnos en una falsa y quietista paz.

En cambio, he visto y escuchado – con alegría y reconocimiento – discursos e intervenciones llenos de fe, de celo pastoral y doctrinal, de sabiduría, de franqueza, de coraje y parresía. Y he sentido que ha sido puesto delante de sus ojos el bien de la Iglesia, de las familias y la «suprema lex»: la «salus animarum» (Cf. Can. 1752).

Y esto siempre sin poner jamás en discusión la verdad fundamental del Sacramento del Matrimonio: la indisolubilidad, la unidad, la fidelidad y la procreatividad, o sea la apertura a la vida (Cf. Cann. 1055, 1056 y Gaudium et Spes, 48).

Esta es la Iglesia, la viña del Señor, la Madre fértil y la Maestra premurosa, que no tiene miedo de aremangarse las manos para derramar el aceite y el vino sobre las heridas de los hombres (Cf. Lc 10,25-37); que no mira a la humanidad desde un castillo de vidrio para juzgar y clasificar a las personas.

Esta es la Iglesia Una, Santa, Católica y compuesta de pecadores, necesitados de Su misericordia. Esta es la Iglesia, la verdadera esposa de Cristo, que busca ser fiel a su Esposo y a su doctrina. Es la Iglesia que no tiene miedo de comer y beber con las prostitutas y los publicanos (Cf. Lc 15).

La Iglesia que tiene las puertas abiertas para recibir a los necesitados, los arrepentidos y ¡no sólo a los justos o aquellos que creen ser perfectos! La Iglesia que no se avergüenza del hermano caído y no finge de no verlo, al contrario, se siente comprometida y obligada a levantarlo y a animarlo a retomar el camino y lo acompaña hacia el encuentro definitivo con su Esposo, en la Jerusalén celeste.

¡Esta es la Iglesia, nuestra Madre! Y cuando la Iglesia, en la variedad de sus carismas, se expresa en comunión, no puede equivocarse: es la belleza y la fuerza del ‘sensus fidei’, de aquel sentido sobrenatural de la fe, que viene dado por el Espíritu Santo para que, juntos, podamos todos entrar en el corazón del Evangelio y aprender a seguir a Jesús en nuestra vida, y esto no debe ser visto como motivo de confusión y malestar.

Tantos comentadores han imaginado ver una Iglesia en litigio donde una parte está contra la otra, dudando hasta del Espíritu Santo, el verdadero promotor y garante de la unidad y de la armonía en la Iglesia. El Espíritu Santo, que a lo largo de la historia ha conducido siempre la barca, a través de sus Ministros, también cuando el mar era contrario y agitado y los Ministros infieles y pecadores.

Y, como he osado decirles al inicio, era necesario vivir todo esto con tranquilidad y paz interior también, porque el sínodo se desarrolla ‘cum Petro et sub Petro’, y la presencia del Papa es garantía para todos.

Por lo tanto, la tarea del Papa es garantizar la unidad de la Iglesia; recordar a los fieles su deber de seguir fielmente el Evangelio de Cristo; recordar a los pastores que su primer deber es nutrir a la grey que el Señor les ha confiado y salir a buscar –con paternidad y misericordia y sin falsos miedos– a la oveja perdida.

Su tarea es recordar a todos que la autoridad en la Iglesia es servicio (Cf. Mc 9,33-35), como ha explicado con claridad el Papa emérito Benedicto XVI con palabras que cito textualmente: «La Iglesia está llamada y se empeña en ejercitar este tipo de autoridad que es servicio, y la ejercita no a título propio, sino en el nombre de Jesucristo… a través de los Pastores de la Iglesia, de hecho, Cristo apacienta a su grey: es Él quien la guía, la protege y la corrige, porque la ama profundamente».

«Pero el Señor Jesús, Pastor supremo de nuestras almas, ha querido que el Colegio Apostólico, hoy los Obispos, en comunión con el Sucesor de Pedro … participaran en este misión suya de cuidar al pueblo de Dios, de ser educadores de la fe, orientando, animando y sosteniendo a la comunidad cristiana, o como dice el Concilio, ‘cuidando sobre todo que cada uno de los fieles sean guiados en el Espíritu santo a vivir según el Evangelio su propia vocación, a practicar una caridad sincera y operosa y a ejercitar aquella libertad con la que Cristo nos ha librado’ (Presbyterorum Ordinis, 6)»

… «Y a través de nosotros –continua el Papa Benedicto– el Señor llega a las almas, las instruye, las custodia, las guía. San Agustín en su Comentario al Evangelio de San Juan dice: ‘Sea por lo tanto un empeño de amor apacentar la grey del Señor’ (123,5); esta es la suprema norma de conducta de los ministros de Dios, un amor incondicional, como el del buen Pastor, lleno de alegría, abierto a todos, atento a los cercanos y premuroso con los lejanos (Cf. S. Agustín, Discurso 340, 1; Discurso 46,15), delicado con los más débiles, los pequeños, los simples, los pecadores, para manifestar la infinita misericordia de Dios con las confortantes de la esperanza (Cf. Id., Carta 95,1)» (Benedicto XVI Audiencia General, miércoles, 26 de mayo de 2010).

Por lo tanto, la Iglesia es de Cristo – es su esposa – y todos los Obispos del Sucesor de Pedro tienen la tarea y el deber de custodiarla y de servirla, no como patrones sino como servidores. El Papa en este contexto no es el señor supremo, sino más bien el supremo servidor – «Il servus servorum Dei»; el garante de la obediencia , de la conformidad de la Iglesia a la voluntad de Dios, al Evangelio de Cristo y al Tradición de la Iglesia, dejando de lado todo arbitrio personal, siendo también –por voluntad de Cristo mismo– «el Pastor y Doctor supremo de todos los fieles» (Can. 749) y gozando «de la potestad ordinaria que es suprema, plena, inmediata y universal de la iglesia» (Cf. Cann. 331-334).

Queridos hermanos y hermanas, ahora todavía tenemos un año para madurar, con verdadero discernimiento espiritual, las ideas propuestas, y para encontrar soluciones concretas a las tantas dificultades e innumerables desafíos que las familias deben afrontar; para dar respuesta a tantos desánimos que circundan y sofocan a las familias; un año para trabajar sobre la «Relatio Synodi», que es el resumen fiel y claro de todo lo que fue dicho y discutido en este aula y en los círculos menores.

¡El Señor nos acompañe y nos guie en este recorrido para gloria de Su Nombre con la intercesión de la Virgen María y de San José! ¡Y por favor no se olviden de rezar por mí!».

 

Domingo 29 A 2014

 

El sínodo de la familia o “Darle a los medios lo que es de los medios y a Dios lo que es de Dios”

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(Después de escuchar la parábola de la invitación a las bodas) Se retiraron los fariseos para consultar cómo podrían entrampar a Jesús con sus propias palabras. Enviaron a varios de sus discípulos con unos herodianos para decirle:

– Maestro, sabemos que eres sincero y enseñas fielmente el camino de Dios, que contigo no va el respeto humano, porque no te fijas en la categoría de las personas. Dinos, pues, a nosotros, ¿qué te parece?: (a la luz de la Ley) ¿Es lícito dar tributo al César o no?

Pero Jesús, conociendo su mala intención, les dijo:

– ¿Por qué me tienden una trampa, hipócritas? Muéstrenme la moneda del tributo”.

Ellos le presentaron un denario.

Y El les preguntó:

– ¿De quién es esta imagen y esta inscripción?

Le respondieron:

– Del César.

Jesús les dijo:

Devuelvan al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios.

Sorprendidos al oír aquello, lo dejaron allí y se mandaron a mudar (Mt 22, 15-16).

 

Contemplación

Ponemos la contemplación en el contexto del Sínodo de la Familia (y sus repercusiones en los medios). Viene justo el evangelio. Primero por la paz con que Jesús resuelve un clima de tensión creado por los que querían entramparlo. Jesús no cae en ninguna trampa que consista en discusiones de palabras. La imagen de Francisco escuchando en silencio atento y con buen humor a los padres sinodales tiene mucho de esta sabiduría.

El “Relato luego del debate” (Relatio post disceptacionem) tiene, por supuesto, un valor provisorio. La iglesia se toma sus tiempos para decir su palabra y eso hace bien en un mundo que titula espectacularmente para olvidar al día siguiente. El Relato es provisorio pero hay que valorar muchísimo que el Sínodo publique no sólo los documentos terminados y pasados por los filtros correspondientes, sino que se anime a relatarnos lo que hablaron “libremente”, como les pidió Francisco, y “escucharon con humildad”. Mostrar los diálogos y las discusiones es una señal de apertura y de humildad.

Esto de participar a la sociedad los documentos “en estado de elaboración” ya se hizo en Aparecida y la verdad es que, en un primer momento, pareció que era como “tirar perlas a los chanchos”, porque mucha gente “despedazó el documento”. Pero, paradójicamente, calmó los ánimos y evitó los trascendidos –que fulano dijo esto y mengano aquello-. La Iglesia hace oficial también lo provisorio y se puede ver lo que se dijo en el tono con que se dijo y dentro de un esquema general.

Dicho esto, fíjense cómo comienza el Relato. Ponen una homilía-oración del Papa que trasmite una paz hermosa:

En la vigilia de oración celebrada en la Plaza de San Pedro el sábado 4 de octubre de 2014 en preparación al Sínodo de la familia, el Papa Francisco ha evocado de manera simple y concreta la centralidad de la experiencia familiar en la vida de todos, expresándose así: «Cae ya la noche sobre nuestra asamblea. Es la hora en la cual gustoso se regresa a casa para reunirse en la misma mesa, en espesor de los afectos, del bien realizado y recibido, de los encuentros que calientan el corazón y lo hacen crecer, del vino bueno que anticipa en los días del hombre la fiesta sin ocaso. Es también la hora más pesada para quien se encuentra a ‘tú a tú’ con su propia soledad, en el crepúsculo amargo de los sueños y de los proyectos rotos: cuantas personas arrastran sus jornadas en el callejón sin salida de la resignación, del abandono, también del rencor; en cuantas casas se ha terminado el vino de la alegría y, por consiguiente, el sabor – la sabiduría misma – de la vida […] De unos y de otros esta noche somos sus voces con nuestra oración, una oración para todos».

Este es el lenguaje que están intentando hablar los padres que “caminan juntos” (sínodo) en este encuentro. Francisco nos habla imaginándonos en el regreso a casa por la tarde, luego del trabajo. Nos iguala a todos los hombres del planeta en esa experiencia de familia –gustada, extrañada o sufrida- que todos revivimos al caer la tarde y recogernos en algún lugar (palacio, casa o fueguito de ranchada). Y nos hace rezar una oración para todos. La oración de Francisco tiene clima de Emaús –el regreso a casa- y el sabor a fiesta de Caná – el vino bueno- y el sabor amargo del hijo pródigo –que se encuentra “tú a tú” con la propia soledad-.

Que los relatores hayan comenzado así, es un consuelo.

Contrastemos, si es que hace falta más, este tono con el de los medios al reflejar las declaraciones de algunos personajes que hablan de decretos, de los “esto no se puede de ninguna manera”, del “vaya a saber qué querrá decir tanta imprecisión…” y de los “no vaya a ser que ahora todos los…”.

Lo que hay que olfatear (discernir) es la trampa detrás de toda declaración airada, amarga, amenazante…, por parte de unos y de toda declaración reivindicativa, burlona, caricaturesca…, por parte de otros. Aquí sirve leer en el evangelio cómo se pusieron de acuerdo fariseos y herodianos, que es como decir lefevristas y agnósticos para entrampar a Jesús, para obligarlo a definirse por alguno de sus bandos.

 

El segundo punto de la introducción consiste en corroborar que el deseo de familia sigue vivo:

No obstante las diversas señales de crisis de la institución familiar en los diversos contextos de la «aldea global», el deseo de familia permanece vivo, especialmente entre los jóvenes, y esto motiva la necesidad de que la Iglesia anuncie sin descanso y con profunda convicción el «Evangelio de la familia» que le ha sido confiado con la revelación del amor de Dios en Jesucristo.

 

El tercer punto es de nuevo una cita de Francisco, sobre el valor que tiene dialogar sinodalmente: «Ya el “convenire in unum” alrededor del Obispo de Roma es un evento de gracia, en el cual la colegialidad episcopal se manifiesta en un camino de discernimiento espiritual y pastoral»: así el Papa Francisco ha descrito la experiencia sinodal, indicando las tareas en la doble escucha de los signos de Dios y de la historia de los hombres y en la consiguiente y única fidelidad que sigue.

 

El cuarto punto nos muestra un método antiguo y nuevo, formulado –al menos para mis oídos- de manera original. Dicen así los padres: (Primero) la escucha, para mirar la realidad de la familia hoy, en la complejidad de sus luces y de sus sombras; la mirada fija en Cristo para repensar con renovada frescura y entusiasmo cuanto la revelación, transmitida en la fe de la Iglesia, nos dice sobre la belleza y sobre la dignidad de la familia; el encuentro con el Señor Jesús para discernir los caminos con los cuales renovar la Iglesia y la sociedad en su compromiso por la familia.

 

Es una formulación muy interesante: Escuchar (escucharse entre todos y escuchar al Señor) paramirar la realidad”. No se trata de un “mirar la realidad” desde ninguna ciencia particular solamente, sino desde el diálogo atento a lo que dicen los demás. Segundo, “mirar fijamente a Cristo para poder repensar lo que nos dice el evangelio y la tradición con renovada frescura y entusiasmo. El aprecio por la revelación no está en duda, pero van más allá de los que creen que por tener la letra tienen el Espíritu. Los padres desean repensar mirando a Jesús vivo, considerando todo lo que nos reveló. Nada de “cambiar la doctrina”, como vemos. Algo mucho más desafiante: repensar su riqueza, reentusiasmarnos con su belleza. Esto contra los que creen que defender la doctrina es embalsamarla, que defender la positividad interior de una verdad viva es mantenerla en el molde de una definición marmolizada.

Por último, el encuentro con el Señor para discernir caminos. El discernimiento no es una tarea meramente intelectual sino que se hace en la cercanía y la calidez del encuentro con el Señor vivo y resucitado.

Como vemos, la introducción ya es toda una maravilla. En ese tono toda familia se puede sentir interpelada y atraída.

 

La Primera parte, la de la escucha, describe atenta y cariñosamente el contexto social y afectivo en que vive la familia hoy. Y el desafío pastoral es “dar una palabra de esperanza y sentido”. Los padres parten de la confianza en que el deseo de ser familia está vivo en medio de una sociedad con mucho egoísmo y hedonismo. Y sienten que el desafío es: “aceptar a las personas con su existencia concreta, saber sostener la búsqueda, alentar el deseo de Dios y la voluntad de sentirse plenamente parte de la Iglesia, incluso de quien ha experimentado el fracaso o se encuentra en las situaciones más desesperadas. Esto exige que la doctrina de la fe, que siempre se debe hacer conocer en sus contenidos fundamentales, vaya propuesta junto a la misericordia”.

Creo que esto tiene que ver con el “devolver a Dios lo que es de Dios”. La existencia concreta de cada persona, sostenida e incluida eclesialmente, es de Dios. Y esto exige que las verdades reveladas vayan propuestas junto con la misericordia. Jesús formulaba las cosas así: la mayor exigencia junto con la mayor misericordia. Entre estos dos polos absolutos –de vida plena puesta como deseo irresistible y de misericordia entrañable regalada con gratuidad- se mueve toda “verdad” que nos enseña Jesús.

 

La Segunda parte, nos brinda un modo de mirar. Leamos el párrafo 13:

Desde el momento en que el orden de la creación es determinado por la orientación a Cristo, es necesario distinguir sin separar los diversos grados mediante los cuales Dios comunica a la humanidad la gracia de la alianza. En razón de la ley de la gradualidad (cf. Familiaris Consortio, 34), propia de la pedagogía divina, se trata de leer en términos de continuidad y novedad la alianza nupcial, en el orden de la creación y en el de la redención.

Lo sintetizan titulando: La mirada en Jesús y la gradualidad en la historia de la salvación. De nuevo me resuenan las palabras de Jesús: devolver al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. Devolver al César su tributo, con su efigie y la inscripción que alababa su divinidad, era reconocer en su realidad socio-política, la situación en que se encontraba Israel, celoso por “servir sólo a Dios” y abominando toda idolatría, pero metido en las reglas de juego del Imperio Romano. Esta “situación” que los fariseos vivían como intolerable doctrinalmente y que los saduceos vivían “negociando”, Jesús la relativiza y nos hace mirar “lo que es de Dios”. Esto es lo que trata de hacer el sínodo. La familia es de Dios. No sólo como sueño ideal y futuro, sino en sus realizaciones cotidianas de todo tipo y grado de perfección y de heridas. Mirar fijamente a Jesús y desde sus ojos contemplar cada familia y cada paso que da y en cada grado de realización, es la tarea. De allí viene “El discernimiento de los valores presentes en las familias heridas y en las situaciones irregulares”.  Y el desafío pastoral de tal mirada: De acuerdo a la mirada misericordiosa de Jesús, la Iglesia debe acompañar con atención y cuidado a sus hijos más frágiles, marcados por el amor herido y perdido, dándoles confianza y esperanza, como la luz del faro de un puerto o una antorcha llevada en medio de la gente para iluminar a aquellos que han perdido la dirección o se encuentran en medio de la tempestad.

 

La Tercera parte, que pone el acento en discernir desde el encuentro, utiliza los siguientes verbos:

Anunciar, acompañar, valorar, sanar, acoger… Son opuestos a dogmatizar, excluir, condenar, rechazar…

Los padres se concentran en mejorar sus propias actitudes de pastores antes de querer cambiar las de las familias.

La conclusión es muy clara acerca del valor que tiene este documento de trabajo:

Las reflexiones propuestas, fruto del diálogo sinodal llevado a cabo en gran libertad y en un estilo de escucha recíproca, buscan plantear cuestiones e indicar perspectivas que deberán ser maduradas y precisadas por las reflexiones de las Iglesias locales en el año que nos separa de la Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los obispos prevista para octubre de 2015. No se trata de decisiones tomadas, ni de perspectivas fáciles. Sin embargo, el camino colegial de los obispos y la implicación de todo el pueblo de Dios bajo la acción del Espíritu Santo, podrán guiarnos para encontrar vías de verdad y de misericordia para todos. Es la esperanza que desde al comienzo de nuestros trabajos el Papa Francisco nos ha dirigido invitándonos a la valentía de la fe y a la acogida humilde y honesta de la verdad en la caridad.

 

Creo que puede hacernos bien darle un espacio a este “Relato” –que mañana será otra vez reelaborado- valorando algo que se nos suele escapar: teniendo la palabra misma, escuchamos “lo que dicen los medios”. Me hace acordar a cuando estaba en el Barrio de Guadalupe y hacíamos la Novena al Señor de Mailín. Como la novena la pasaban por la FM local, una abuela me preguntó al tercer día si íbamos a terminar un poquito antes porque ella “quería escucharla por la radio”. No la convenció mucho que le dijera que la trasmitían en vivo. La radio parece que le agregaba algo a lo que hacíamos en la capilla. Y puede ser. Pero creo que tenemos que tomar conciencia de que con Francisco “estamos viviendo la vida en vivo y en directo” y muchos medios hacen ruido porque pescan que hay alguien que puede establecer contacto directo con la gente y eso los reduce a ser “simples servidores” siendo que muchos medios se han “idolatrizado”.

Así que “a darle a los medios lo que es de los medios y a Dios lo que es de Dios”.

 

Diego Fares sj

Domingo 28 A 2014

Dios no está en crisis: sigue invitando

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Respondiendo Jesús les habló de nuevo en parábolas diciendo:

(Lo que acontece en) el reino de los cielos es semejante a (lo que le pasó a) un rey que preparó las bodas de su hijo;  envió a sus servidores a llamar a los que habían sido invitados a las bodas y no quisieron venir.

De nuevo envió otros servidores diciendo:

‘Digan a los invitados: mi banquete está preparado, mis toros y animales cebados han sido sacrificados y todo está a punto. Vengan a las bodas’.

Pero ellos no haciendo caso se fueron, uno a su propio campo, otro a sus negocios y los demás, echando mano a los servidores los ultrajaron y los maltrataron.

El rey se llenó de ira y enviando sus ejércitos, hizo perecer a aquellos homicidas e incendió su ciudad.

Entonces dice a sus servidores:

‘Las bodas están listas, pero los invitados no eran dignos, vayan pues a los cruces de los caminos y a cuantos encuentren invítenlos a las bodas’.

Y saliendo aquellos servidores a los caminos, reunieron a cuantos encontraron, malos y buenos, y la sala de bodas se llenó de comensales.

Entrando el rey a ver a los que estaban a la mesa vio allí un hombre que no vestía el vestido de bodas y le dice:

‘Compañero, ¿cómo entraste acá, no teniendo el vestido de bodas’?

El no abrió la boca.

Entonces el rey dijo a los servidores:

‘Atenlo de pies y manos y arrójenlo a las tinieblas de allá afuera; allí será el llanto y el rechinar de dientes’.

Porque muchos son los llamados pero pocos los elegidos” (Mt 22, 1-14).

 

Contemplación

Hoy tengo algo para escribir que me desborda y se me amontona, como la gente que quiere entrar al Hogar y se acerca –siempre se va acercando, por más que hagamos hacer fila y ordenemos…- por todos lados a la puerta. Quería comenzar diciendo que no sé cómo contarlo para que les llegue de verdad y salió ahí nomás esta imagen que es, precisamente la que quiero compartir. Pero no es tanto la imagen de nuestros hermanos que se amontonan todos los días a la puerta del Hogar sino la imagen de una extraña fila que se formó ayer a la tarde.

Lo que quiero anunciar es cortito y simple: quiero dar testimonio de que lo que Jesús cuenta en esta parábola pasó ayer –está pasando ahora porque más de veinte amigos en situación de calle están de retiro espiritual estos tres días.

¿Qué es lo que cuenta Jesús? Cuenta la parábola de los invitados a las Bodas, que entre todas sus riquezas y misterios tiene esta del misterio de la invitación que es de las cosas más iluminadoras de la vida. Nuestro Dios es como un rey que invita a las bodas de su Hijo y entre los hombres hay quienes aceptan su invitación y quienes, por diversos motivos, no la aceptan, no van.

Bueno, yo quiero contarles la emoción que sentíamos estos días en el Hogar con los que iban aceptando –en un número que nos parecía increíble y que aumentó con el paso de los días- la invitación al retiro que organizaban nuestros amigos del Movimiento Virgen Gaucha. Era una mezcla de emoción y miedo como el que producen las respuestas inesperadas, que otras veces no han tenido eco, y uno siente “no puede ser”, “algo raro pasa”. Y lo que pasa no es raro si se lee la realidad con la luz que da el Evangelio, que es “antorcha”, llama encendida que camina iluminando al que va a su lado.

Quiero decir que el evangelio te ilumina si vas a caminando tras la antorcha, no si te quedás parado viendo la tele (esta imagen de la antorcha es del jesuita Spadaro y la usó para decir en el Sínodo de la familia cómo es que tiene que iluminar la vida lo que digan los padres: como una antorcha, no sólo como un faro estático que ilumina todo de lejos y desde lo alto, sino como una antorcha que va junto con la gente iluminando el día a día). Por eso es que quería escribir “llevándolos” a tener la experiencia de lo que está pasando con los invitados a la fiesta del retiro (un jovencito que aceptó la invitación tiene tal grado de discapacidad –con sus bracitos siempre medio en alto como resguardándose de algo y el mentón hacia arriba, decía que pidió ir al retiro “para estar un rato tranquilo”-.

Es como que hay que ir iluminando lo que pasó de a poquito, cada rostro, cada palabra intercambiada…

Ayer mientras esperábamos el colectivo (fue una horita que estuve y fui porque tenía miedo que se armara lío en la puerta del Hogar; después me quedé porque era un gusto charlar de cosas espirituales con los que habitualmente charlamos de fútbol o de lo que el Hogar te puede dar y lo que no), mientras esperábamos y Olga iba llamando uno por uno para hacer las fichas, salieron muchas cosas.

Lo que más llamaba la atención desde adentro era la voz de un muchachón grandote que hablaba hasta por los codos; el tono me daba la impresión de que quería hacer bardo así que salí y les pedí que hicieran fila y, aunque el grandote estaba un poco denso, y dos jóvenes con piercings y capucha me parecían medio sospechosos, los demás se ordenaron y se me fueron individualizando (digo yo). Lo suele pasar con la gente en situación de calle es que en grupo despiertan imágenes de miedo pero cuando charlás cara a cara con cada uno aparece la persona y les digo que el interés que tienen en charlar aquellos con los que nadie charla es conmovedor. Apenas se ordenó la fila, saltó uno que no conocía y me dijo: “¿ya volvió de Roma?…. Ah! No se fue todavía. Así que se va con Francisco. Dele saludos eh!”. Otro me preguntó con tono bajito y una sonrisa mansa que si ya no oficiaba misa en el Hogar; que antes había más misas y que ahora hacía tiempo que no anunciábamos una misa… y que sí, que estaba lindo si hacíamos más misas, que a él le gustaba, así que bueno, sí, es verdad que habíamos tenido hacía dos meses, claro. Pero que estaba bueno que hubiera…” (me quedó reclaro!). Todos los diálogos eran con el grandote de fondo que hacía preguntas teológicas sobre si Roma quedaba en Jerusalén y que qué había pasado que ya no había soldados romanos como en las películas y que él hacía cinco meses que no consumía y si yo creía que ya estaba suficiente como para volver a pedir trabajo, que él era frenista y desarmaba los frenos de los camiones… Otro contó que ya había ido a otro retiro y que estaba bueno. Tranquilo. Que era el momento justo para pensar un poco en lo espiritual. Como a mí me dieron ganas de ir y comenté que me vendría muy bien porque ya se me había pasado el efecto del último, se rieron y preguntaron si nosotros hacíamos muchas veces por año y les dije que una sola y les conté un poco y uno dijo Ah! Claro, hacen ocho días.  Y otro comentó Y sí, es que el efecto se te va…

La cuestión es que cuando vi que estaba todo tan en paz, les dejé a los que habían organizado que gozaran del momento y me despedí pidiendo oraciones. Nuestra Coordinadora me llamó un rato después y me dijo que al final habían llenado el colectivo y que ella había rezado un Ave María antes de que partieran como hacemos siempre nosotros y que iban muy contentos.

Quería compartir lo de la invitación. Hace un mes, en la reunión del Equipo de dirección y coordinación (que somos dos nomás) salió que hacía mucho que no invitábamos para los retiros. Susana se ofreció a invitar y para los “Retiros Populares Porres” inesperadamente se inscribieron como diez y fueron más de la mitad. Por eso, cuando me llamaron para invitar a este otro, me pareció que era amontonar invitaciones. De todas maneras se lo encargué a Susana que fue invitando comedor por comedor y, contra toda expectativa, se inscribieron 17 y a la semana siguiente más. Terminaron yendo más de veinte! Uno decía: es que hace bien que te hablen de cosas lindas. Hay tantas cosas malas…

Bueno. No sé si logro transmitir lo lindo que es compartir las idas y venidas de estas “invitaciones al banquete de bodas”.

En la hermosa reflexión del Obispo de San Isidro sobre sus encuentros con el Papa, contaba lo que le dijo Francisco acerca de esto de la “invitación”. Fijensé si no ilumina lo que les vengo contando. Le decía el Papa:

“El evangelizador es como aquel que sale a buscar empleados para su viña y sale a cualquier hora y sale muchas veces. Por eso yo quiero una iglesia en salida, esa que esté siempre dispuesta a salir, para invitar, para llamar. Hay uno que es invitado y nadie lo había llamado. Llamarlo es hacerlo sentir digno de la familia de los hijos de Dios. Cuando somos llamados, recuperamos la dignidad. Hay alguien que me llama. Hay alguien que se interesa por mí. Soy útil. Soy valioso. Puedo participar de esta familia. Qué importante es encontrar el camino para poder realizar ese llamado en nombre de Jesús. La invitación a participar de la gran familia de los hijos de Dios”.

Ahora, como dice Ignacio, reflexionamos para sacar provecho.

Una primera reflexión va por el lado de la agenda: Si uno invita para un retiro “la semana que viene”, sólo entre los que están en la calle logra que vaya un colectivo lleno. La agenda del resto está ya tomada. Moraleja: hay que hacer “un lugar en la agenda para invitaciones inesperadas”, porque muchas se nos deban haber pasado sin que ni nos diéramos cuenta, y resulta que por ahí eran a la fiesta de bodas del Hijo.

Otra reflexión va por el lado de que “la fiesta se hace igual”. Me llamó la atención una frase del padre Pagola que dice que “La religión está en crisis. Pero Dios no está en crisis. Él sigue en contacto con cada persona”. Eso sentía cuando iba yendo y viniendo por la fila y buscando los ojos de cada uno para intercambiar alguna palabra: de afuera estarán en situación de calle, pero la conciencia de cada uno de su relación con Dios está intacta y siempre activa. Uno no tiene idea de lo que el Espíritu obra en cada corazón mientras por fuera la vida corre como un río de noticias que cuentan sólo “lo que pasa en la superficie de la historia”.

La última reflexión va por el lado de “la alegría del evangelio”. Esta alegría está tanto en el invitar como en el ser invitado. Sentía que en El Hogar, todo lo que hacemos tiene el carácter de la invitación. Carácter en sentido fuerte, como el que imprimen los sacramentos. El Hogar mismo es –con todas sus reglas- una invitación abierta a ser comensales de una comida. Los que pasan por la calle y ven a la gente haciendo cola piensan cosas como “pobre gente, tienen que pedir para comer” o “vagos de m…, y encima les dan pollo”…, lo que no saben es que son los protagonistas principales de una parábola de Jesús, que están invitados a una comida que les despierta “ganas de eucaristía” como al amigo que me reclamaba que oficiara más misas, y “ganas de hacer un retiro en el que estar tranquilos y escuchar cosas lindas”.

Lo que muchos no pescamos (y eso es lo que quería compartir con esta contemplación) es que esa imagen de la gente haciendo fila (para el comedor o, como ayer, la extraña fila para el retiro) es un espejo y cada uno tiene que mirar para ver si “está allí”, si estoy en mi fila de invitado a la fiesta, si estoy escuchando las invitaciones, si las estoy recibiendo, si hay lugar en mi agenda para las invitaciones inesperadas, si soy de los que dicen que sí y de los que andan también invitando…

(Termino con una del grandote: Se fijo en unas pibas que se habían sentado al lado de la casa de la Bondad y tomaban cerveza y se besaban entre ellas. El gordo no lo podía creer y reflexionó que era una tentación para los que iban de retiro y dijo con tono de pastor evangelista que satanás pervertía a la gente con encendida lascivia. Faa! Gordo –le dije- qué vocabulario bíblico! Y me respondió sonriendo: “Y eso que todavía no fui al retiro!”).

La verdad es que en esa horita en la calle Moreno pasó de todo: desde un pelado loco que vive en los departamentos vecinos (a ese ya lo conocemos, padre, siempre nos grita) y que se la agarró con un pobre gaucho de los del retiro porque sin querer lo había empujado un poco al salir del quiosco (estaba tan sacado el pelado que tuve que hacer como que llamaba al patrullero para que se fuera callando porque gritaba como los endemoniados del evangelio), hasta las pibas estas, que un cana hizo que “circularan”, pasando por los coches que entraban y salían de a dos (¡!) en el hotel alojamiento del frente.

… ¡Y los nuestros, invitados a hacer fila para ir a un Retiro Espiritual!

Cuando los pobres son evangelizados, el mal espíritu se inquieta y los ángeles cantan “paz en la tierra a los hombres que ama el Señor”. Ese era el clima. Y la paz, les aseguro, que ganaba. La paz y las sonrisas y el clima amigable que nos cobijó a todos.

 

Diego Fares sj

 

Domingo 27 A 2014

Preguntas sobre la fe

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“Jesús dijo a los ancianos y sumos sacerdotes: Escuchen otra parábola:

Había un hombre, padre de familias, que plantó una viña y la cercó, cavó en ella un lagar y edificó una torre, la alquiló a unos viñadores y emigró.

Cuando se aproximaba el tiempo de los frutos,

envió sus siervos a los viñadores para recibir sus frutos.

Y los viñadores, agarrándolos, a uno lo golpearon, a otro lo mataron y a otro lo apedrearon. De nuevo envió otros siervos, en mayor número e hicieron con ellos otro tanto. Por último envió a su propio hijo, diciendo: Respetarán a mi hijo.

Pero los viñadores, viendo al Hijo se dijeron entre sí:

‘Este es el heredero, matémoslo y quedémonos con su herencia’.

Y agarrándolo lo arrojaron fuera de la viña y lo mataron.

Cuando venga el dueño de la viña ¿qué hará con aquellos viñadores?

Le respondieron:

‘A los malvados los hará perecer malamente y arrendará la viña a otros viñadores que le pagarán los frutos a su tiempo’.

Les dijo Jesús: ¿No han leído en la escritura: ‘La piedra que rechazaron los constructores he aquí que ha venido a ser la piedra angular. Por obra del Señor se hizo esto y es maravilloso a nuestros ojos’? Por eso les digo que a ustedes les será quitado el reino de Dios y se le dará a gente que le haga dar frutos.

Los sumos sacerdotes y los fariseos, al oír estas parábolas, se dieron cuenta que las decía por ellos. Y buscaban el modo de detenerlo, pero tenían miedo de la gente, que lo consideraba un profeta (Mt 21, 33-46).

 

Contemplación

Este padre de familias y señor de su casa que plantó una viña con amor y esperaba frutos de ella, es imagen de nuestro Padre del Cielo.

 

El primero que “plantó una viña” en la Biblia fue Noé (que después se emborrachó con el vino). Pero ya antes de Noé, el Génesis utiliza esta hermosa imagen y nos dice que: “Dios plantó un huerto en Edén, al oriente, y puso allí al hombre que había formado” (Gn 2, 8).

Será Isaías el que embellecerá esta imagen con el Canto de amor de su Amado por su viña:

“Ahora cantaré por mi amado el cantar de mi amado a su viña.

Tenía mi amado una viña en una ladera fértil.

La había cercado y despedregado

y plantado de vides escogidas;

había edificado en medio de ella una torre

y había hecho también en ella un lagar;

y esperaba que diera uvas buenas,

pero dio uvas silvestres.

Ahora, pues, vecinos de Jerusalén y varones de Judá,

juzgad entre Yo y mi viña.

Qué más se podía hacer a mi viña,

que yo no haya hecho en ella?

¿Cómo, esperando yo que diera uvas buenas,

ha dado uvas silvestres? (Is 5, 2 ss.).

 

Hay una diferencia que noto entre la viña de Isaías y la de Jesús. El problema de la viña de Isaías es que da uvas silvestres, esas que son agrias, medio verdecitas, chicas y duras. En cambio la viña de Jesús da uvas buenas. Tanto que el problema está en que los “contratistas” como se les llama en Mendoza, se quisieron quedar con la herencia. Esto situaría, al menos para lo que el Señor me da a rezar hoy, el problema no en el terreno “moral” de “dar frutos” sino en un terreno más “político”: el de qué hacer con los frutos que la viña da.

En el terreno moral, todos somos iguales y nos hace bien ponernos en el lugar de la viña plantada con amor por el Amado, del que nos habla Isaías, y juzgar si nuestra vida da los frutos dulces que el Señor espera o estamos medio agrios y avinagrados.

En el terreno político, como le llamo, no se trata de si doy frutos de calidad o no, sino de otra cosa más profunda.

 

Pongamos atención en un detalle: ¿Cómo entienden la parábola los ancianos y fariseos? Jesús les pregunta “¿Qué hará el Señor con los viñadores?” (no con los frutos, que son buenos, como se ve). Y ellos responden: ‘A los malvados los hará perecer malamente y arrendará la viña a otros viñadores que le pagarán los frutos a su tiempo’.

¿Ven? Ellos van por el lado de “pagar los frutos a su tiempo”. Se ve que tienen cola de paja y se dan perfecta cuenta de que “no están pagando lo que deben”.

Los fariseos (de todos los tiempos) son iguales a los contratistas de la parábola que, cuando el Señor les manda a su Hijo, piensan: “matemos al heredero y nos quedamos con la herencia”.

 

Pero el lenguaje de Jesús no va por el lado de “castigar” y “pagar” sino de “dar”. Es otra lógica.

Al hijo lo manda pensando: “lo respetarán”.

No sólo iba para “cobrar”.

Quizás de la relación con el hijo hubiera salido un negocio mejor para todos, siendo que el primer negocio había sido plantar una hermosa viña y confiársela totalmente a los contratistas.

 

Entremos entonces, con estos detalles, en la mente y el corazón de este Padre. La Biblia se abre y se cierra con imágenes de dar fruto, que nos hablan de cómo siente y piensa el Padre. El Génesis nos habla de “producir frutos” (kamnon). “Produzca la tierra árboles que den fruto” dice nuestro Padre Creador en el comienzo de la creación (Gn 1, 11); y el Apocalipsis nos deja esta imagen final de lo que será el cielo: “En medio de la calle de la ciudad y a uno y otro lado del río estaba el árbol de la vida, que produce doce frutos, dando cada mes su fruto; y las hojas del árbol eran para la sanidad de las naciones” (Ap 22, 2).

Vemos claramente que nuestro Dios es un Dios sembrador, que planta viñas, que ama que la vida de frutos.

Pero ¿de qué frutos se trata?

¿Son frutos que se negocian?

¿Son algo que tenemos que “pagar”?

¿Se trata de frutos que constituyen una “herencia” de la cual uno se puede apoderar?

Esta lógica es la que lleva a “matar al heredero”.

 

Escuchemos, en cambio, lo que piensa el Dueño de la viña de su Hijo: “Respetarán a mi Hijo”. El verbo “respetar” (“entrepo”) en la Biblia significa también “avergonzarse”. Pablo le dice a Tito: “Preséntate tú en todo como ejemplo de buenas obras, mostrando integridad, seriedad, palabra sana e irreprochable, de modo que el adversario se avergüence y no tenga nada malo que decir de ustedes” (Tt 2, 7-8).

El fruto que nuestro Padre quiere de nosotros es que “escuchemos a Jesús, su Hijo amado”, que le hagamos caso, que nos atraiga desde la Cruz, en la cual lo miramos con reverencia y avergonzados por su bondad ante nuestros pecados. Por eso Jesús habla de “la piedra angular que rechazaron los arquitectos” y no de “pagar deudas” o comerciar con los frutos.

 

Notemos también que al comienzo de la parábola no dice que el dueño mandó a sus servidores a “cobrar” el alquiler sino a “recibir” los frutos. “Labein” –recibir- significa también “tomar” y es la palabra que Jesús utiliza al brindarnos El Fruto de los Frutos –la Eucaristía-: “tomen (reciban), esto es mi cuerpo”. También la usa para “recibir” al Espíritu Santo.

Nos quedamos saboreando los frutos de este recibir y dar evangélicos…

………….

Hagamos ahora algunas “reflexiones para sacar provecho” (fruto), como recomienda San Ignacio, luego de contemplar.

 

El primer fruto va por el lado de mejorar nuestra imagen de Dios, el Viñador que planta su Viña con amor e ilusión, que desea que la cuidemos y pueda él (podamos todos) “recibir y tomar los frutos”. Y cuando esta lógica de su amor que crea, que planta y bendice, que se alegra con las cosechas, no es bien comprendida por nuestra ceguera comercial, nos manda a su Hijo amado para que “nos avergoncemos” de no ser hijos, de no sentir “que todo lo suyo es nuestro”, como le dice el Padre misericordioso a su hijo mayor. La herencia está dada, no hace falta que nos apoderemos de nada: “todo es nuestro y nosotros de Cristo”. Los frutos que desea “recibir” el Padre no son algo “exterior” a nosotros: el no necesita nuestro dinero, ni nuestras obras. El fruto somos nosotros mismos, viviendo en plenitud una vida plena de amor y de buenas obras a favor de los demás. Nuestro fruto es una adoración en espíritu y en verdad que surge alegre y agradecida del fondo de nuestro corazón por todo el amor y la amistad que nuestro Dios nos brinda.

 

El que concibe el cristianismo desde la perspectiva del deber y del comercio se equivoca radicalmente. La Iglesia, es una viña plantada con ilusión y amor por el Padre y las “transacciones” están a cargo de su Hijo amado y predilecto, que no viene a juzgar ni a condenar sino a perdonar y a salvar. La vida que el Señor nos ha dado está fundada en dos apuestas de amor: el del regalo de la creación y el del regalazo de la redención.

 

Bajemos ahora a una reflexión un poco más incisiva. Es claro y manifiesto que el que se apodera de los frutos de la Iglesia cuando se trata de bienes, de dinero, poder y fama, es reprobable. Cuando Francisco le objeta algunos prelados sus autos último modelo y sus palacios, aunque se enfurezcan por dentro, nadie sale a decir nada públicamente porque sabe que se quemaría. Pero ¿qué pasa cuando los frutos de los que algunos se apoderan son “intangibles”? ¿Qué pasa con los que se apoderan de “la doctrina”? ¿Sirve para algo apoderarse de la verdad? ¿Es algo de lo que uno se pueda “apoderar”? ¿No es que “la verdad” es de todos y el que la defiende, defiende la herencia común? ¿Se puede sospechar de quien defiende “la verdad revelada”, “el depósito de la fe”, “los dogmas definidos por los Concilios”, “la tradición” en toda su pureza?

Formulo preguntas para no caer en lo mismo que pretendo criticar. Me parece que el Señor mismo utiliza este modo de pensar y argumentar, cuando pregunta: ¿Qué hará con aquellos contratistas? Hoy en día, en que todos los contenidos y todas las respuestas están en Google, el desafío es hacer bien las preguntas. Y para ello hay que hacer las preguntas de fondo, desenmascarando muchas preguntas ya dadas por obvias y para las cuales los que “se apoderan de la herencia” tienen bien elaboradas las respuestas.

 

Podemos preguntarnos, por ejemplo, ¿Hay alguna similitud entre los ancianos y fariseos de aquella época y los que hoy atacan al Papa por atrás y no se animan a más por miedo a la gente, que lo quiere y lo considera un profeta?

 

La actitud de “matar al heredero” (matarlo con la falta de respeto y la siembra de sospechas que escandalizan a gente sencilla) ¿tendrá que ver con sentirse dueños de la iglesia y no querer que otros participen?

 

Si alguno en conciencia disiente con el Papa ¿no habrá formas mucho más respetuosas y confiadas en la providencia de llevar en paz algo que siempre se da en la vida de la iglesia y que los santos nos enseñan a llevar bien, sin rencores ni habladurías?

 

El sínodo de la familia ha despertado en algunos miembros de la Iglesia inquietudes que los medios se encargan de remarcar. Creo que la primera pregunta que nos tenemos que hacer es: ¿no es algo digno de admiración y respeto que en la Iglesia se den ámbitos como un sínodo para dialogar sobre los temas importantes y controvertidos? ¿No es una bendición que no todo se debata en los medios, de manera fragmentada y respondiendo a intereses que no conocemos del todo bien? Más allá de las discusiones y peleas, ¿no es algo esperanzador que el mismo Papa convoque al sínodo y recabe opiniones de todas las familias del mundo para poder dialogar en comunión y en paz? Sin el Papa, que garantiza esta unidad en la Iglesia ¿tendrían alguna autoridad (y alguna prensa) los grupitos que hablan en contra? ¿Existirían acaso fuera de su círculo de adeptos, los que, como el periodista “católico” Socci, escriben libros como “No es Francisco”?, libro que otros medios también conservadores como “Il Foglio”, califican como “basura sin pudor”.

¿Le interesaría a alguien un libro que se titule “No es Francisco” si no fuera Francisco como es? Este libro se anima a decir que la elección del Papa fue inválida (¡!), utilizando un tecnicismo mal explicado. El procedimiento de la elección es riguroso y dice que tienen que haber dos votaciones a la mañana y dos a la tarde. Si en una votación, que empieza con las papeletas y termina con el escrutinio, al contar las papeletas antes de abrirlas, se cae en la cuenta de que hay de más, el procedimiento dice que se vota de nuevo (cosa que dicen que pasó en la elección de Francisco y que, por otra parte, no tendría que haber salido del ámbito secreto y si alguno reveló cosas ya se ve mala intención allí, antes que en la elección misma). Se vota de nuevo pero el escrutinio (la votación completada) vale por una y no infringe el número de votaciones recomendado. Un amigo vaticanista me contaba que iba a salir este libro y que utilizaba la ignorancia de la gente para sembrar dudas.

Dudaba en poner el ejemplo porque por ahí siembra más dudas. Pero creo que “dudar” en los “aspectos técnicos” (“colar el mosquito”, como les reprochaba Jesús a los fariseos cuando le hacían ese tipo de argumentaciones), no le hace mella a la fe si es que uno no la basa en “la letra” sino en el Espíritu. Si basás tu fe en la letra ¿es de extrañar que seas víctima de los expertos que escandalizan? ¿No es mejor pensar con la lógica del padre de familias de la parábola que confía en que “respetaremos a sus enviados y en especial a su Hijo”?

Preguntas que nos hacemos sobre nuestra querida fe…

Diego Fares sj