Domingo 24 A 2014

Volver pagables las deudas

buitres

“Pedro se acercó entonces y le dijo:

– «Señor, ¿cuántas veces tengo que perdonar las ofensas que me haga mi hermano? ¿Hasta siete veces?»

Dícele Jesús:

– «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete.»

“Por eso el Reino de los Cielos es semejante a un rey que quiso ajustar cuentas con sus siervos. Al empezar a ajustarlas, le fue presentado uno que le debía 10.000 talentos. Como no tenía con qué pagar, ordenó el señor que fuese vendido él, su mujer y sus hijos y todo cuanto tenía, y que se le pagase. Entonces el siervo se echó a sus pies, y postrado le decía:

– «Ten paciencia conmigo, que todo te lo pagaré.»  Movido a compasión el señor de aquel siervo, le dejó en libertad y le perdonó la deuda.

Al salir de allí aquel siervo se encontró con uno de sus compañeros, que le debía cien denarios; le agarró y, ahogándole, le decía:

– «Paga lo que debes.»

Su compañero, cayendo a sus pies, le suplicaba:

– «Ten paciencia conmigo, que ya te pagaré.»

Pero él no quiso, sino que fue y le metió en la cárcel, hasta que pagase lo que debía.  Al ver sus compañeros lo ocurrido, se entristecieron mucho, y fueron a contar a su señor todo lo sucedido.

Su señor entonces le mandó llamar y le dijo:

– «Siervo malvado, yo te perdoné a ti toda aquella deuda porque me lo suplicaste. ¿No debías tú también compadecerte de tu compañero, del mismo modo que yo me compadecí de ti?»

Y encolerizado su señor, le entregó a los verdugos hasta que pagase todo lo que le debía.

Esto mismo hará con vosotros mi Padre celestial, si no perdonáis de corazón cada uno a vuestro hermano.» (Mt 18, 21-35)

 

Contemplación

Esta parábola siento que la tengo que contemplar pensando en concreto en todo lo que el Señor me ha perdonado a mí y compararlo con algo que me está costando perdonar a alguno de mis hermanos.

Comienzo con el perdón del Señor. En mi sacerdocio, mi deuda es como la del primer deudor. No tendría con qué pagar todo lo que el Señor me confió y lo poco que lo he hecho rendir. Aunque visto de afuera quizás no muchos lo noten, es así. Los pobres a veces lo expresan. Cuando alguno queda fuera del Hogar me dicen: cómo puede ser que un sacerdote me niegue un plato de comida o una noche en El Hogar. Como la mayoría de las veces no se trata de quitar algo sino de no poder darlo porque se trata de un servicio colectivo, no es una injusticia. Pero de un sacerdote se espera más que lo justo y hay muchas cosas que uno puede hacer personalmente, no digo siendo un santo de altar sino rezando un poco más y dejando que aflore la compasión de Cristo que se nos regala para regalar. Como muchas veces he actuado con esa compasión y caridad y sé la alegría que se siente y cómo el Señor me bendice y bendice al otro en estas ocasiones, sé también la deuda impagable que tengo de todas las veces que no puse en práctica esta caridad. Es como si uno dejara una Eucaristía a medias o negara una absolución. Encarecer esta deuda impagable y sentir dolor por estos pecados no es para alimentar ninguna culpa auto-referencial ni para tirar una indirecta a otro. Es tomarme en serio la primera parte de la parábola y tener conciencia agradecida porque “se me ha perdonado mucho”.

 

Paso ahora a lo que me cuesta perdonar. A mí no me cuesta perdonar en la confesión, por supuesto. Aunque está bien decirlo como gracia, porque sé que hay algunos sacerdotes que son duros en la confesión y que por ahí preguntan mal o complican a la gente. Lo que a mí me cuesta es perdonar a mis pares. Pedro ayuda con su pregunta porque habla de “mi hermano”. No habla de “los paganos” o de los lejanos. Por eso, para mí, se trata de revisar mi deseo de perdón para con mis hermanos, y entre todos (la familia, los jesuitas, los del Hogar, en Regina, en Manos, en la facultad, en el barrio, en nuestro país) lo que más me cuesta es entre jesuitas…

 

Aquí me ayuda pensar un poco en cuáles eran las ofensas que preocupaban a Pedro. Identifico algunas:

Un tipo de ofensas de esas que “hieren entre hermanos” tiene que ver con la traición, el poder, el abandono y las borradas: “Dijo Jesús: Porque el Hijo del hombre se marcha según está determinado. Pero, ¡ay de aquel por quien es entregado!»  Entonces se pusieron a discutir entre sí quién de ellos sería el que iba a hacer aquello. Entre ellos hubo también un altercado sobre quién de ellos parecía ser el mayor” (Lc 22, 23-24). Tomo esta cita porque Lucas junta las dos peleas o altercados: la discusión acerca de quién traiciona y la de quién es el mayor (ambición). También hay que notar que la traición no es sólo vender a Jesús sino que habrá “abandono” y negación: el no poder velar con Jesús y las borradas de Pedro.”Todos me abandonaron”, se lamentará Pablo.

 

Otro tipo de ofensas tiene que ver con la sinceridad y los puntos de vista acerca de lo que hay que hacer. Los Hechos nos narran varias “peleas” entre los apóstoles y discípulos: que en general giran en torno al cumplimiento de la ley: “Se produjo con esto una agitación y una discusión no pequeña de Pablo y Bernabé contra ellos; y decidieron que Pablo y Bernabé y algunos de ellos subieran a Jerusalén, donde los apóstoles y presbíteros, para tratar esta cuestión (de la circuncisión) (Hc 15, 2).

Los diferentes puntos de vista en torno a la ley llevan a peleas por “faltas de sinceridad”: cuando Pedro come carne con los paganos y luego disimula ante los judíos, y Pablo se lo reprocha en una pasaje que vale la pena releer por la vehemencia de Pablo: Cuando vino Cefas a Antioquía, me enfrenté con él cara a cara, porque era digno de reprensión. Pues antes que llegaran algunos del grupo de Santiago, comía en compañía de los gentiles; pero una vez que aquéllos llegaron, se le vio recatarse y separarse por temor de los circuncisos. Y los demás judíos le imitaron en su simulación, hasta el punto de que el mismo Bernabé se vio arrastrado por la simulación de ellos. Pero en cuanto vi que no procedían con rectitud, según la verdad del Evangelio, dije a Cefas en presencia de todos: « Si tú, siendo judío, vives como gentil y no como judío, ¿cómo fuerzas a los gentiles a judaizar? » …Yo por la ley he muerto a la ley, a fin de vivir para Dios: con Cristo estoy crucificado: y no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí; la vida que vivo al presente en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gal 2, 11-20).

 

Estas ofensas son las que Pedro debía tener en mente cuando pregunta al Señor “cuántas veces debe perdonar y tolerar a su hermano”. Son pecados entre hermanos en la misión y la afectan. No son cosas menores ni estrictamente personales sino que hacen a lo comunitario: hermanos que no son sinceros y simulan, que ambicionan el reconocimiento que da el “ser mayor”, que quieren imponer sus puntos de vista con dureza, que se borran y traicionan.

Como vemos, son faltas muy íntimas, que se dan entre hermanos en la misión. Uno no se siente “traicionado” si el carnicero de la esquina se muda a otro barrio ni le hiere en el alma que un político no sea sincero.

 

Así, puedo identificar a quién siento que no me es sincero, quién siento que me traicionó o se borró, quién siento que pelea conmigo por ambición o por celos, a quién siento duro en sus puntos de vista sobre la tarea.

 

Aquí entra entonces la proporción en la que la parábola me sitúa (todo es cuestión de proporcionalidad). Recordemos que el talento era la mayor unidad de moneda del mundo antiguo (34,373 kg de oro o de plata) y 10.000 era el número más alto hasta el que se contaba. Estamos hablando de 343.730 kg de oro.

Un denario equivalía al salario diario de un obrero o un soldado. 100 denarios serían unos 436 gramos de plata y significaban unos 3 meses de sueldo. Es una buena suma pero se trata de una deuda pagable. La otra en cambio es imposible de pagar hasta para un país.

 

Ante el Señor que es mi Hermano y ante el Padre que es mi Rey, mis traiciones, abandonos, faltas de sinceridad y durezas, suman 10.000 talentos.

Y ante mí, perdonado, las de mis hermanos jesuitas pueden llegar a sumar unos 3 sueldos.

 

Esta es la matemática a la que mi invita el Señor cuando de la contabilidad de las ofensas se trata. Tengo que cotizar bien: lo mío ante el Señor se cotiza en oro. Lo de mis hermanos conmigo se cotiza en pesos.

 

Hace unos años reflexionábamos sobre algo que siempre sigue vigente: el concepto de “deuda pagable”. Perdonar es convertir una deuda en “pagable”. Ni dejarla impaga, con el consiguiente rencor e injusticia. Ni castigar al deudor de manera inmisericorde, como hace el de la parábola.

 

Puedo hacer el ejercicio de “arreglar mis cuentas” con los que considero que me han ofendido o que han ofendido a la Iglesia o a otros… e intentar imaginarme un escenario en el que hay que arreglar sí o sí. ¿Qué condiciones pondría, qué plazos, qué gestos de reparación hacen falta? Es algo “pagable”. Y recordar que a mí se me perdona siempre con sólo confesarme.

 

Entre nosotros, jesuitas argentinos, que supimos pelearnos fuerte en otras épocas, hace tiempo que iniciamos un camino para hacer las deudas “pagables”. Creo que este concepto ayudó (no sé si todos lo tienen explícito pero de hecho describe bien lo que sucede). Es lo mismo que pasa con la deuda externa: si se vuelve impagable pierde todo el mundo. Pagable es, me parece, el concepto que quiere instalar Jesús, para que legisle como ley suprema en todo conflicto entre hermanos: lo único impagable ya lo pagó él y, desde entonces, nuestro ingenio no debe estar más al servicio de ningún “estrangulamiento para que los otros me paguen lo que me deben” sino al servicio de estrategias para que, ya que toda deuda es pagable en esta vida, cómo hacer para que esto se logre más rápido y de la mejor manera. Dios no permita que ninguno de nosotros sea como un fondo buitre en la vida cotidiana de la Iglesia! Y que cuando alguno actúa así  –y rapiña- que el otro no se mimetice, como suele pasar.

 

 

Diego Fares sj

 

 

 

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