Domingo 26 A 2014

Hacer

 Nube de Palabras Hogar

 

Jesús dijo a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo:

– “¿Qué les parece a ustedes?:

Un hombre tenía dos hijos.

Acercándose al primero le dijo:

– ‘Hijo mío, ve hoy a trabajar en la viña’.

El, respondiendo, dijo:

– ‘No quiero’-,

Pero después, arrepentido, cambió de parecer y fue.

Acercándose al otro le habló de manera similar.

Este, respondiendo, dijo:

– ‘Voy, señor’-,

Pero no fue.

– ¿Cuál de los dos hizo la voluntad del Padre?

– ‘El primero’-, respondieron.

Les dijo Jesús:

-‘En verdad les digo: los publicanos y las prostitutas se les adelantan a ustedes en el reino de los cielos. Vino Juan a ustedes enseñándoles el camino de la justicia y no creyeron en él; los publicanos y las prostitutas sí le creyeron; pero ustedes, aún viendo esto, no se han arrepentido ni han cambiado de parecer para creer en él (Mt 21, 28-32).

 

Contemplación

Para nuestra Jornada de Oración y Formación de este año en El Hogar, hicimos más de veinte reuniones por áreas en las que nos preguntamos cosas como: por qué elegimos trabajar en el Hogar; por qué seguimos; qué pensamos de la misión del Hogar; si sentimos adhesión personal a ella y si tenemos experiencias de haber sido consolados en esta tarea de “acoger al que está en situación de calle o extrema pobreza”, de “ayudar a cubrir” algunas de sus necesidades de supervivencia y de  “brindar” oportunidades de inclusión y participación orientadas a la promoción También nos preguntamos si sentimos que nuestro pequeño aporte contribuye al logro de esa misión, si la conocemos cabalmente y cómo nos sostenemos frente a los conflictos.

Las preguntas dieron lugar a reuniones muy movilizantes, a profundos y conmovedores testimonios que nos hicieron mucho bien. Con todo el material que recopilamos me tomé el trabajo de hacer una nube de palabras y salieron cosas muy lindas.

Una tiene que ver con la parábola de hoy, con la pregunta de Jesús acerca de “quién hizo” la voluntad del Padre. Es la pregunta por nuestro “hacer”.

Jesús no pregunta por lo que somos (que es puro don) ni por lo que pensamos, sentimos o tenemos. A Jesús le interesa en primer lugar lo que hacemos, porque ahí se juega nuestra libertad y se vuelve real todo lo demás (lo que pensamos, sentimos y somos).

Pues bien: el verbo más usado por los Colaboradores y Colaboradoras del Hogar fue, precisamente, “hacer”: apareció 168 veces, seguido por “dar” (101) y complementado por “colaborar” (23); “Aportar” (18), “Ayudar” (13) y “Realizar” (5).

Venir” apareció en tercer lugar (40) y “Estar” en cuarto (31). Rezar apareció 4 veces (vamos a tener que crecer en esto! aunque nuestro “hacer” como es el de las bienaventuranzas, es también un “rezar” con las manos abiertas: contemplación en la acción, diría Ignacio).

 

Este “hacer” se situó en la contundencia de la palabra “Hogar”, que fue la que más apareció en total (190 veces).

Un detalle interesante: la palabra “cosas”, que parecería el sustantivo compañero de ese verbo “hacer”, vino recién en 10 lugar (39 veces).

Es que antes de las cosas salieron las personas: los “usuarios”, (fue el segundo sustantivo y apareció 80 veces), complementados con “gente” (57), “personas” (48) y colaboradores (17).

Me gustó que la quinta palabra fuera “todos” (67 veces). Y que este “hacer apuntando a las personas” se viviera como una “misión” (el tercer sustantivo: 76 veces) y un “trabajo” (71).

 

La palabra “bien” (hacer bien el bien) apareció 45 veces (más que las cosas: 38).

 

Es lindo también leer las palabras que salieron emparejadas: “vida” y “social” aparecieron en el puesto 11, las dos juntas (36 veces). “Calle” y “Amor” vienen después (25 veces cada una). Luego “Humanidad” y “Promoción”, casi iguales (24 y 22). Y, fíjense en esto: “Alegría” y “Equipo” “Resolver conflictos” y “Colaboradores” “Familia”, “Programa social” y “Servicio” aparecieron todas juntas con 17/18 veces cada una). Uno puede poner juntas estas palabras de muchas maneras y son todo un programa de acción ¿no?

 

Este análisis lingüístico tiene mucho fundamento y sentido. Jesús ya lo dice en el Evangelio: “de la abundancia del corazón habla la boca” (Lc 6, 45). Deja un muy buen sabor esta nube de palabras lindas, que son cada una como una bendición.

Filosóficamente, el lenguaje es significativo del ser, de la realidad. Dice un autor que “la simple conversación, maravilla de maravillas, hace real la llamada que nos hace el prójimo y su escucha. La conversación se presenta en el origen de todo pensamiento objetivo”. Dicho en fácil: las cosas y las personas –la realidad- se hacen presentes en todo su sentido cuando hablamos de ellas. Fuera de nuestro intercambio interpersonal, las cosas y los otros (especialmente los excluidos) están como a la espera de que les prestemos atención y las hagamos participar de nuestro mundo humano.

Una comunidad como la del Hogar, conversando cordialmente, reunidos y aliados  por una misma pasión –la de servir a los más necesitados-: recordando las maravillas que el Señor hizo con nosotros y programando todo lo que podemos hacer por nuestros hermanos más necesitados, es un acontecimiento único.

 

En jornadas intensas y bien planeadas, revivimos 30 años de historia comunitaria y personal, tomamos conciencia de la misión en la que estamos participando y se estableció una unión de corazones en la adhesión a la misión que nos hace sentir que, cuando decimos “hogar” 190 veces, el Hogar se inaugura y se recrea, padece y resucita, se recuerda y se proyecta, se rejuvenece y se dinamiza, abrazándonos a todos (abrazar: 67 veces).

 

Es muy gratificante reflexionar sobre nuestras palabras en un lugar donde la primera palabra es “hacer” por los demás. Y es la primera porque todo el Hogar ha sido y es un “hacer”: un hacer artesanal cada día y un hacer no solo cosas sino “hacer un Hogar”, que por algo tiene forma verbal, ya que no es la casa material solamente sino ésta con el espíritu y el dinamismo que la habita y las prácticas sociales que realizamos en ella.

 

San Alberto Hurtado decía que la Encarnación de Jesús le había dado valor absoluto a todo nuestro hacer. Decía: “Ser cocinero o fogonero no es menos noble que ser escritor, poeta o abogado. ¿De dónde viene la ‘excelencia’ de estas profesiones intelectuales? Del falso concepto platónico, pagano, de la mayor importancia de lo abstracto sobre lo concreto. Pero ese concepto lo echó por tierra la Encarnación, que es un hecho bien concreto, y da origen a una vida de hechos con las más humildes realidades”.

 

Una vida de hechos con las más humildes realidades. La pregunta del Señor: “¿Cuál de los dos hizo lo que quería el Padre?” me recordó la frase de Hurtado sobre lo concreto, sobre el hacer. La parábola del Señor habla de una “conversión al hacer”. La voluntad del Padre se realiza “yendo a trabajar hoy en la viña”.

El hacer siempre es humilde.

El hacer siempre es hoy, ahora.

El hacer siempre es concreto.

El hacer siempre es comunitario: cuando uno hace las cosas otros se benefician y otros colaboran.

Por eso nos lleva al encuentro con el amor de Dios, que es humilde, concreto, comunitario y se nos ofrece ahora, hoy.

 

Hay una satisfacción que es plena y justa, como tiene que ser, sin nada de más ni de menos, sin que le haga mella lo exterior –la  crítica o el aplauso-: la obra bien hecha, por amor, se justifica sola y vale por sí sola. Uno siente que el premio es haber participado, haber contribuido a hacer con Él y con otros, la obra bien hecha. Este es el “hacer” del Hogar y lo compartimos con todos los que en tantas obras e instituciones de Iglesia están en la misma sintonía y buscan hacer lo que le agrada al Padre de la mano de Jesús.

 

Diego Fares sj

 

Domingo 25 A 2014

Qué porquería es la envidia

 

Lo que sucede en el reino de los cielos es semejante a lo que sucede con

un Empresario que salió a primera hora del amanecer a contratar obreros para su viña.

Habiendo concertado (synfonesas) con los obreros en un denario por día,

Los misionó a su viña.

Salió hacia la hora tercia (a las 9) y vio a otros que estaban en la plaza desocupados y les dijo:

– ‘Vayan a mi viña y les pagaré lo que sea justo’.

Ellos fueron.

De nuevo salió cerca de la hora sexta y nona (a las 12 y a las 15) e hizo lo mismo.

Saliendo cerca de la hora undécima (a eso de las 17) encontró a otros desocupados y les dijo:

– ‘¿Qué hacen aquí, todo el día sin trabajar?’

Le respondieron:

– ‘Es que nadie nos ha contratado’.

Y les dice:

‘Vayan ustedes también a mi viña’.

 

Cuando atardeció, el Dueño de la viña dijo a su mayordomo:

‘Llama a los obreros y dales el jornal comenzando por los últimos hasta llegar a los primeros’.

Y viniendo los de la hora undécima recibieron cada uno un denario.

 

Al llegar los primeros, habían calculado que recibirían más,

pero recibieron ellos también cada uno un denario.

Recibiéndolo murmuraban contra el Empresario diciendo:

-‘Estos últimos trabajaron sólo una hora y los igualaste a nosotros, los que hemos soportado el peso del día y el calor’.

El, respondiendo a uno de ellos, le dijo:

– ‘Amigo, yo no te hago ninguna injusticia a ti. ¿No te concertaste conmigo en un denario? Toma lo tuyo y vete. Si yo quiero darle a este último lo mismo que a ti ¿no puedo hacer con lo que es mío lo que quiero? ¿O es que tu ojo es envidioso por culpa de que yo soy bueno?’.

Así, los últimos serán los primeros y los primeros los últimos (Mt 20 1-16).

 

Contemplación

Sería tiempo de Vendimia (a los mendocinos esta sola palabra nos trae aires de comienzos de otoño, tiempo de uvas y de cosecha, fiesta con carrozas y reinas de la vendimia, hallazgos de vinos buenos…) y Jesús quiso acercarle a toda la gente humilde –los jornaleros-  que iban a la plaza del pueblo a esperar que los contrataran, una imagen de cómo es la gente que él quiere para su reino. Es una imagen muy especial y  llena de dinamismo, la de este empresario del reino que imagina Jesús. El tipo  contrata a todos los que puede, sale una y otra vez a darle trabajo a la gente, dialoga personalmente con todos…

Como todos los empresarios, anda apurado. Lo apura la preocupación por su viña, tanto que él en persona contrata a la gente, aunque tiene mayordomo. A este le encomendará la paga del salario, pero no la contratación (este es un pequeño detalle).

 

Esta imagen del Empresario que sale a todas horas, es potente. Después viene la imagen final (esa que acapara la atención de los comentaristas): la del Empresario que se ocupa de pagar de una manera tan particular que suscita reacciones adversas, porque les paga primero a los últimos, les da a todos el salario entero y, por si esto fuera poco, está como esperando que le salte alguno para retrucarle con mucho énfasis que la concertación fue libre y justa, remarcando que él es el Dueño y que, si hay envidiosos es porque tienen el ojo torcido y no porque él sea demasiado bueno.

 

La picardía del Empresario, de hacer pagar a cada uno un denario, comenzando por los últimos, no tiene que opacar la primera imagen, la de la madrugada, cuando sale a contratar personalmente a todos los que están en la plaza, ni tampoco las imágenes de las otras tres salidas: a las nueve, a las doce y a eso de las cinco de la tarde… (la verdad es que esto de contratar a las cinco de la tarde obliga a hacer algún comentario, no?. Especialmente si uno estuvo trabajando desde las seis de la mañana).

 

Este Empresario (puse empresario porque es una de las traducciones posibles y creo que da la imagen de un hombre emprendedor, que sale a buscar, que concierta con la gente, que da trabajo y que está atento a lo que paga), este Empresario, digo, es alguien muy especial: se ve que tiene mentalidad de hombre de negocios.

 

Confieso que me encanta, cuando encuentro alguno, charlar con hombres de negocios, con gente que tiene una empresa, que manejan empleados y proyectan cosas. Hace poco un empresario amigo me decía: “a vos con la Fundación te pasa como a mí, cuando has estado veinte años en una empresa, terminás siendo bombero. La gente recurre a último momento porque sabe que le vas a apagar el incendio y uno está un poco en todo. Ahora que te vas, tenés que dejar un equipo que ponga el fuego… a doscientos metros, digamos (y empujaba el horizonte con las manos mientras hablaba convencido). Quiero decir, que sepa que los problemas van a llevar más tiempo…”. Yo lo escuchaba con atención y me encantaba esta especie de parábola al revés: que él se comparara conmigo como empresario, que le entusiasmara, quiero decir, que las cosas del reino fueran iguales a las suyas, personalmente hablando.

 

En general las imágenes top del evangelio suelen ser la de los pobres y pequeños, las de los heridos al costado del camino, las de las mujeres de la calle, los leprosos y los ciegos… Pero estos personajes que Jesús saca a la luz, no son los únicos de los que se sirve para revelarnos lo que es la Misericordia del Padre. También están los personajes de las parábolas de la promoción, como yo les llamo: este empresario de hoy, dueño de una viña con su bodega, el mayordomo que le rebajó la deuda a los que le debían a su amo, el que se fue a un país lejano y le confió sus talentos de oro a sus empleados, el que organizó un fiestón para las bodas de su hijo. El evangelio está lleno también de estas imágenes en las que la Misericordia de los que tienen más se muestra creando puestos de trabajo, negociando bien con el dinero (perdonando deudas y confiando dinero a otros), haciendo fiestas convocantes…

Muchos de los discípulos del Señor vienen de estas filas de emprendedores. No diría que Simón Pedro era un gran empresario, pero tenía su grupo de botes, con su padre, su hermano y sus amigos, Juan y Santiago  (y quizás hasta soñaban con una pescadería…). Mateo cobraba impuestos y seguro que tenía su agencia de cambios en blue. Hay muchas imágenes lindas de gente generosa con sus bienes, que tiene gestos de derroche como la de este Empresario que le paga a todos un denario. Está también Zaqueo, que no llegó a apóstol pero le pegó en el poste y si María de Betania rompió un frasco de una libra de perfume de nardo, se ve que su familia era de buena posición.

Así como en los que están en situación de pobreza o de enfermedad veo a Jesús crucificado y me despiertan compasión, en la gente emprendedora veo a Jesús que sale a la vida pública, que convoca gente, que usa su poder para alegrar fiestas de Caná, regalar pescas milagrosas y multiplicar panes para compartir. Esta imagen de Jesús “saliendo a contratar gente”, este Jesús que camina por la orilla del lago y le echa el ojo a los cuatro compañeros pescadores, que se fija en el comportamiento de Mateo y llama a Natanael…, es un Jesús con mentalidad de empresario.

 

Ambas imágenes, la del Señor compasivo y la del Señor creativo y emprendedor, se plenifican en la Resurrección. El Resucitado muestra sus llagas curadas y sopla su Espíritu evangelizador. Manda a perdonar los pecados y a construir un Reino con los valores que él enseñó y practicó.

 

En Francisco, vemos estas dos imágenes del Señor, activamente representadas. Por un lado, mucha misericordia para con los más frágiles y desvalidos. Por otra, mucha creatividad para convocar iniciativas de paz, de trabajo, de reformas estructurales. Francisco hace real esta imagen de alguien que “sale a todas horas” al encuentro con la gente. No es un Papa de papeles sino de palabras vivas, dichas en medio de la plaza, entre la gente que sale a buscar acudiendo a todas las periferias (¿se han fijado que siempre elige periferias: la de Lampedusa, las de las parroquias alejadas, las de la dividida Corea, las de la favela de Brasil, las de la mamá soltera, las de la cárcel donde lavó los pies a los presos y presas…).

Detrás de este salir está la invitación de Jesús, sugerida en las parábolas: “Salió el Sembrador a sembrar…. Salió el Empresario a contratar…”.

 

Hace poco el Cardenal Kasper citaba a Juan XXXIII que al convocar el Concilio decía que “«Hoy, la Iglesia debe usar no las armas de la severidad, sino la medicina de la misericordia». La misericordia es, agrega Kasper, el tema central de la época conciliar y post-conciliar de la Iglesia católica”.

Él lo decía por la inédita acción de estos Cardenales de sacar un libro con los “no se puede” justo antes de que comience el Sínodo sobre la Familia. Y así como hay gente que se especializa en ser sumamente imaginativa para que la Misericordia no llegue a muchos para sanar y perdonar, también hay especialistas en que la Misericordia no sea creativa a la hora de contratar, confiar, repartir y festejar.

Los primeros, los Fariseos, son más conocidos y públicamente repudiados. Los segundos, los envidiosos que critican a los emprendedores, cuentan con gente que les presta el oído. Seguramente el que alzó la voz para protestar porque le pagaban a los vagos igual que a ellos, los trabajadores, habrá contado con muchas miradas de aprobación y muchos asentimientos en secreto.

Este tipo de mentalidad envidiosa no está lejos de nuestra actualidad. Hace unos días me contaba la Hna. Juliana que al bajar de la camioneta que trae la comida al Hogar, se le acercó una vecina a saludarla y, viendo que bajaban las ollas llenitas de cuartos de pollo al horno, exclamó, con tonito de parábola: “¡Les dan pollo!”. “A los más necesitados hay que darles lo mejor”, le respondió Juliana y ahí dejó la cosa. Yo me quedé dando vueltas al asunto y ahora, con esta parábola, me vuelve la imagen. Pienso que la vecina no necesitó agregar nada a su comentario. Está como instalado que a los pobres habría que darles polenta o que, si son adictos no tienen derecho a comer algo rico… No sé. Tantas cosas hay en esa exclamación: “les dan pollo”. Me dan ganas de responderle ahora, aunque no la vea a ella (pero sí a toda esta mentalidad): nosotros con la limosna que nos regalan hacemos lo que queremos. Y si usted envidia el pollo, es una porquería, como la suegra del cuento del mendocino: peor que el chorro. (El cuento se puede encontrar en youtube y es un paisano mío que llama a la radio para hablar de la inseguridad y cuenta cómo estaba haciendo un pollito a la parrilla cuando no viene que entra un chorro por la medianera y, pistola en mano, le dice: “Dame el poyio”. Él le responde: “el poyio no te lo doy ni m…” Y comienzan con un tira y afloje. Al final lo convence de que se siente a la mesa con su familia, como si fuera un conocido y coma con ellos. Todo parece encaminado pero no va que el chorro le pide “dame la pata muslo”, justo después que él le cortó una para su señora y tiene a la suegra esperando la otra. La suegra lo amenaza con que “Ud. sabe a nombre de quién está esta casa y lo que le  puede pasar si no me da la pata-muslo”. Entonces el tipo, acorralado, se pone a  “yorar y yorar..” tanto que el chorro se compadece y le dice: “dale la pata-muslo a la vieja y yo me como un choripan”. Con lo cual, concluye nuestro personaje que la inseguridad es real, que está y es un peligro, “pero peor es la porquería de la suegra”).

Hay que escuchar el rrelato en mendocino, pero lo cuento para concluir que “la falta de compasión es mala, pero ser envidiosos y criticar a los emprendedores, es peor: una porquería”. Porque con la misericordia compasiva se llega a cada uno en su ser más único y personal: no hay dos sufrimientos iguales, pero con la misericordia creativa se llega a muchos y los que saben contratar a otros para trabajar en la viña del Señor y saben hacer que todos se sientan incluidos y bien pagados como pares, realizan una misericordia expansiva que ayuda a la comunidad entera. Por eso el reino de Jesús es de los que son como este Empresario, que siempre está pensando en su viña, preocupado por contratar gente, por la cosecha y por que todos sean bien pagados. Y es también de la gente que se deja contratar, que trabaja contenta y sabe recibir su denario sin considerar menos a los demás ni criticar el estilo del Empresario.

 

Diego Fares sj

 

Domingo 24 A 2014

Volver pagables las deudas

buitres

“Pedro se acercó entonces y le dijo:

– «Señor, ¿cuántas veces tengo que perdonar las ofensas que me haga mi hermano? ¿Hasta siete veces?»

Dícele Jesús:

– «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete.»

“Por eso el Reino de los Cielos es semejante a un rey que quiso ajustar cuentas con sus siervos. Al empezar a ajustarlas, le fue presentado uno que le debía 10.000 talentos. Como no tenía con qué pagar, ordenó el señor que fuese vendido él, su mujer y sus hijos y todo cuanto tenía, y que se le pagase. Entonces el siervo se echó a sus pies, y postrado le decía:

– «Ten paciencia conmigo, que todo te lo pagaré.»  Movido a compasión el señor de aquel siervo, le dejó en libertad y le perdonó la deuda.

Al salir de allí aquel siervo se encontró con uno de sus compañeros, que le debía cien denarios; le agarró y, ahogándole, le decía:

– «Paga lo que debes.»

Su compañero, cayendo a sus pies, le suplicaba:

– «Ten paciencia conmigo, que ya te pagaré.»

Pero él no quiso, sino que fue y le metió en la cárcel, hasta que pagase lo que debía.  Al ver sus compañeros lo ocurrido, se entristecieron mucho, y fueron a contar a su señor todo lo sucedido.

Su señor entonces le mandó llamar y le dijo:

– «Siervo malvado, yo te perdoné a ti toda aquella deuda porque me lo suplicaste. ¿No debías tú también compadecerte de tu compañero, del mismo modo que yo me compadecí de ti?»

Y encolerizado su señor, le entregó a los verdugos hasta que pagase todo lo que le debía.

Esto mismo hará con vosotros mi Padre celestial, si no perdonáis de corazón cada uno a vuestro hermano.» (Mt 18, 21-35)

 

Contemplación

Esta parábola siento que la tengo que contemplar pensando en concreto en todo lo que el Señor me ha perdonado a mí y compararlo con algo que me está costando perdonar a alguno de mis hermanos.

Comienzo con el perdón del Señor. En mi sacerdocio, mi deuda es como la del primer deudor. No tendría con qué pagar todo lo que el Señor me confió y lo poco que lo he hecho rendir. Aunque visto de afuera quizás no muchos lo noten, es así. Los pobres a veces lo expresan. Cuando alguno queda fuera del Hogar me dicen: cómo puede ser que un sacerdote me niegue un plato de comida o una noche en El Hogar. Como la mayoría de las veces no se trata de quitar algo sino de no poder darlo porque se trata de un servicio colectivo, no es una injusticia. Pero de un sacerdote se espera más que lo justo y hay muchas cosas que uno puede hacer personalmente, no digo siendo un santo de altar sino rezando un poco más y dejando que aflore la compasión de Cristo que se nos regala para regalar. Como muchas veces he actuado con esa compasión y caridad y sé la alegría que se siente y cómo el Señor me bendice y bendice al otro en estas ocasiones, sé también la deuda impagable que tengo de todas las veces que no puse en práctica esta caridad. Es como si uno dejara una Eucaristía a medias o negara una absolución. Encarecer esta deuda impagable y sentir dolor por estos pecados no es para alimentar ninguna culpa auto-referencial ni para tirar una indirecta a otro. Es tomarme en serio la primera parte de la parábola y tener conciencia agradecida porque “se me ha perdonado mucho”.

 

Paso ahora a lo que me cuesta perdonar. A mí no me cuesta perdonar en la confesión, por supuesto. Aunque está bien decirlo como gracia, porque sé que hay algunos sacerdotes que son duros en la confesión y que por ahí preguntan mal o complican a la gente. Lo que a mí me cuesta es perdonar a mis pares. Pedro ayuda con su pregunta porque habla de “mi hermano”. No habla de “los paganos” o de los lejanos. Por eso, para mí, se trata de revisar mi deseo de perdón para con mis hermanos, y entre todos (la familia, los jesuitas, los del Hogar, en Regina, en Manos, en la facultad, en el barrio, en nuestro país) lo que más me cuesta es entre jesuitas…

 

Aquí me ayuda pensar un poco en cuáles eran las ofensas que preocupaban a Pedro. Identifico algunas:

Un tipo de ofensas de esas que “hieren entre hermanos” tiene que ver con la traición, el poder, el abandono y las borradas: “Dijo Jesús: Porque el Hijo del hombre se marcha según está determinado. Pero, ¡ay de aquel por quien es entregado!»  Entonces se pusieron a discutir entre sí quién de ellos sería el que iba a hacer aquello. Entre ellos hubo también un altercado sobre quién de ellos parecía ser el mayor” (Lc 22, 23-24). Tomo esta cita porque Lucas junta las dos peleas o altercados: la discusión acerca de quién traiciona y la de quién es el mayor (ambición). También hay que notar que la traición no es sólo vender a Jesús sino que habrá “abandono” y negación: el no poder velar con Jesús y las borradas de Pedro.”Todos me abandonaron”, se lamentará Pablo.

 

Otro tipo de ofensas tiene que ver con la sinceridad y los puntos de vista acerca de lo que hay que hacer. Los Hechos nos narran varias “peleas” entre los apóstoles y discípulos: que en general giran en torno al cumplimiento de la ley: “Se produjo con esto una agitación y una discusión no pequeña de Pablo y Bernabé contra ellos; y decidieron que Pablo y Bernabé y algunos de ellos subieran a Jerusalén, donde los apóstoles y presbíteros, para tratar esta cuestión (de la circuncisión) (Hc 15, 2).

Los diferentes puntos de vista en torno a la ley llevan a peleas por “faltas de sinceridad”: cuando Pedro come carne con los paganos y luego disimula ante los judíos, y Pablo se lo reprocha en una pasaje que vale la pena releer por la vehemencia de Pablo: Cuando vino Cefas a Antioquía, me enfrenté con él cara a cara, porque era digno de reprensión. Pues antes que llegaran algunos del grupo de Santiago, comía en compañía de los gentiles; pero una vez que aquéllos llegaron, se le vio recatarse y separarse por temor de los circuncisos. Y los demás judíos le imitaron en su simulación, hasta el punto de que el mismo Bernabé se vio arrastrado por la simulación de ellos. Pero en cuanto vi que no procedían con rectitud, según la verdad del Evangelio, dije a Cefas en presencia de todos: « Si tú, siendo judío, vives como gentil y no como judío, ¿cómo fuerzas a los gentiles a judaizar? » …Yo por la ley he muerto a la ley, a fin de vivir para Dios: con Cristo estoy crucificado: y no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí; la vida que vivo al presente en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gal 2, 11-20).

 

Estas ofensas son las que Pedro debía tener en mente cuando pregunta al Señor “cuántas veces debe perdonar y tolerar a su hermano”. Son pecados entre hermanos en la misión y la afectan. No son cosas menores ni estrictamente personales sino que hacen a lo comunitario: hermanos que no son sinceros y simulan, que ambicionan el reconocimiento que da el “ser mayor”, que quieren imponer sus puntos de vista con dureza, que se borran y traicionan.

Como vemos, son faltas muy íntimas, que se dan entre hermanos en la misión. Uno no se siente “traicionado” si el carnicero de la esquina se muda a otro barrio ni le hiere en el alma que un político no sea sincero.

 

Así, puedo identificar a quién siento que no me es sincero, quién siento que me traicionó o se borró, quién siento que pelea conmigo por ambición o por celos, a quién siento duro en sus puntos de vista sobre la tarea.

 

Aquí entra entonces la proporción en la que la parábola me sitúa (todo es cuestión de proporcionalidad). Recordemos que el talento era la mayor unidad de moneda del mundo antiguo (34,373 kg de oro o de plata) y 10.000 era el número más alto hasta el que se contaba. Estamos hablando de 343.730 kg de oro.

Un denario equivalía al salario diario de un obrero o un soldado. 100 denarios serían unos 436 gramos de plata y significaban unos 3 meses de sueldo. Es una buena suma pero se trata de una deuda pagable. La otra en cambio es imposible de pagar hasta para un país.

 

Ante el Señor que es mi Hermano y ante el Padre que es mi Rey, mis traiciones, abandonos, faltas de sinceridad y durezas, suman 10.000 talentos.

Y ante mí, perdonado, las de mis hermanos jesuitas pueden llegar a sumar unos 3 sueldos.

 

Esta es la matemática a la que mi invita el Señor cuando de la contabilidad de las ofensas se trata. Tengo que cotizar bien: lo mío ante el Señor se cotiza en oro. Lo de mis hermanos conmigo se cotiza en pesos.

 

Hace unos años reflexionábamos sobre algo que siempre sigue vigente: el concepto de “deuda pagable”. Perdonar es convertir una deuda en “pagable”. Ni dejarla impaga, con el consiguiente rencor e injusticia. Ni castigar al deudor de manera inmisericorde, como hace el de la parábola.

 

Puedo hacer el ejercicio de “arreglar mis cuentas” con los que considero que me han ofendido o que han ofendido a la Iglesia o a otros… e intentar imaginarme un escenario en el que hay que arreglar sí o sí. ¿Qué condiciones pondría, qué plazos, qué gestos de reparación hacen falta? Es algo “pagable”. Y recordar que a mí se me perdona siempre con sólo confesarme.

 

Entre nosotros, jesuitas argentinos, que supimos pelearnos fuerte en otras épocas, hace tiempo que iniciamos un camino para hacer las deudas “pagables”. Creo que este concepto ayudó (no sé si todos lo tienen explícito pero de hecho describe bien lo que sucede). Es lo mismo que pasa con la deuda externa: si se vuelve impagable pierde todo el mundo. Pagable es, me parece, el concepto que quiere instalar Jesús, para que legisle como ley suprema en todo conflicto entre hermanos: lo único impagable ya lo pagó él y, desde entonces, nuestro ingenio no debe estar más al servicio de ningún “estrangulamiento para que los otros me paguen lo que me deben” sino al servicio de estrategias para que, ya que toda deuda es pagable en esta vida, cómo hacer para que esto se logre más rápido y de la mejor manera. Dios no permita que ninguno de nosotros sea como un fondo buitre en la vida cotidiana de la Iglesia! Y que cuando alguno actúa así  –y rapiña- que el otro no se mimetice, como suele pasar.

 

 

Diego Fares sj

 

 

 

Domingo 23 A 2014

El espacio donde está presente Jesús

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Jesús dijo a sus discípulos:

-“Si tu hermano peca contra ti, anda y corrígelo, entre tú y él solos.

Si te escucha, habrás ganado a tu hermano.

Si no te escucha, toma contigo uno o dos más para que ‘el asunto se decida por la declaración de dos o tres testigos’;

y si no los quiere oír, díselo a la Iglesia.

Y si tampoco quiere escuchar a la Iglesia, considéralo como un pagano o publicano.

En verdad les digo, todo cuanto aten en la tierra queda atado en el cielo y cuanto desaten en la tierra será desatado en el cielo.

También les digo: Si dos de ustedes se unen en la tierra para pedir algo, mi Padre que está en el cielo se lo concederá.

Porque donde hay dos o tres reunidos en mi Nombre, Yo estoy presente en medio de ellos” (Mt 18, 15-20).

 

Contemplación

Hay un librito de Martini -¿Qué debemos hacer? Meditaciones sobre San Mateo– que es una joya. De este capítulo, sobre el “actitudes que hacen la Iglesia (y las que la boicotean), se pregunta: ¿Hay indicaciones en las palabras de Jesús para “hacer una comunidad según el evangelio” capaz de vivir la alegría de la fe en medio de un mundo hostil?”(pág. 86).

Y categoriza las actitudes de Mateo 18 como comportamientos prácticos que “hacen la Iglesia”.

La Iglesia, por un lado, “está hecha”, Jesús la fundó y está jerárquicamente organizada en torno al Papa y a los Obispos…, pero por otro lado, siempre “se está haciendo”: el Espíritu Santo la convoca incesantemente en torno a la Eucaristía, renace en cada bautismo, en cada casamiento…

 

Si lo miramos con el Papa Francisco podemos decir que “hacemos la Iglesia” –la comunidad de los convocados (ecclesia)- cada vez que nos “encontramos”, cada vez que gestamos esos encuentros en el Nombre de Jesús que se van haciendo cultura.

Hacemos la Iglesia cuando nuestros gestos de hospitalidad se convierten en Hospederías.

Hacemos la Iglesia cuando nuestros gestos de bondad se convierten en Casas de la Bondad.

Hacemos la Iglesia cuando nuestras oraciones se convierten en Encuentros de Oración y en Eucaristías y cuando nuestras correcciones fraternas se convierten en Encuentros de Formación, para aunar criterios de acción de modo que actuemos iluminados por el evangelio y no por nuestros criterios parciales.

Hacemos la Iglesia cuando nuestra capacidad de diálogo se convierte en “espacios de diálogo”, ordenados en sus tiempos y de acuerdo a las necesidades de cada servicio.

Hacemos la Iglesia cuando nuestra sencillez de corazón, que aquieta y pacifica nuestras ambiciones de poder y nuestra sed de reconocimiento, se convierte en obediencia alegre a las cabezas de la comunidad y en elegir el último, puesto sabiendo que en algún momento el dueño de casa nos hace “ir más arriba” y que “nos pagará según nuestras obras”, siempre todo para gloria de Dios y no nuestra.

 

En este marco grande me quisiera centrar hoy en ese “espacio de Jesús”, como dice Pagola, en el que Él “domina” o “reina”.

Es un espacio que Él necesita para “estar presente”.

Lo creamos “el Espíritu Santo y nosotros” cuando “dos o tres nos reunimos en su Nombre”, cuando dos amigos nos ponemos de acuerdo “para pedir algo al Padre”, cuando en  comunidad “nos jugamos” atando algunas cosas (aquí procedemos de este modo) y desatando otras.

 

Pensaba cuando definimos, sin ningún tipo de concesión, ni de agachadas o alianzas por miedo o conveniencia, que en El Hogar no se tolera ningún tipo de violencia: ni verbal, ni de gestos y maltratos ni mucho menos de agresiones físicas”.

Nos jugamos a que los que están en situación de pobreza tampoco quieren la violencia, ni siquiera la que ellos mismos ejercen cuando están alcoholizados, por ejemplo.

Apostamos a que todos juzgan que es injusto tolerar la violencia y no hacerle frente. Todo ser humano juzga que hay que hacer frente a la violencia: en paz y con cariño, pero con firmeza total.

Eso hizo que el Hogar se fuera pacificando de manera muy notable. Hizo que los episodios de agresividad, que cada tanto se dan –no solo entre comensales y huéspedes sino también entre colaboradores-, desentonen como desentonaría una discusión en una misa.

 

Una herramienta para crear y cuidar este “espacio de Jesús”, donde “Él domina, pacíficamente”, es la corrección fraterna. No dejamos pasar las cosas. A veces nos lleva tiempo y consideración, pero no “miramos para otro lado”. Aunque al que le toca ponerse el sayo, como se dice, patalee en el momento (y cuando es algo en lo que uno habitualmente cae, -en mi caso, suelo impacientarme y herir con ironías, por ejemplo-, patalee siempre). Después uno agradece las correcciones. Por eso tratamos, en el pequeño espacio que nos toca cuidar, que “no se generalice el maltrato y la agresión” como sucede en ámbitos más grandes.

El extremo intolerable a que ha llegado la humanidad son las muertes de inocentes, cuyo grado máximo estamos presenciando en las decapitaciones usadas como mensaje explícitamente verbalizado.

Pero no creamos que está tan lejos de nosotros. Me ha tocado escuchar en ámbitos de iglesia personas que utilizaban la expresión “hay que cortar cabezas” (y las cortaban, no física sino institucionalmente, por supuesto). Pronzato tiene aquel famoso artículo “Los cortadores de cabeza” (en: “La provocación de Dios, Sígueme, 1974), en las que señala “el olfato infalible” de los envidiosos, que “no se molestan por nulidades” sino que ponen el ojo (y el facón) allí donde los demás tienen alguna cualidad linda y buena para el bien común.

Puede venir bien, en estas épocas de decapitaciones públicas, recordar “La leyenda de los cortadores de cabeza”, para “en todo aborrecer “y expulsar este comportamiento, como dice Ignacio, sea donde sea que se de y en el mínimo grado en el que intente consolidarse como comportamiento aceptado socialmente.

 

“Había una vez un grupo esmirriado de individuos que observaban un comportamiento más bien extraño. Se reunían muchas veces y siempre con gusto, charlaban, silbaban, miraban en torno con aire de sospecha (se callaban inmediatamente si entraba uno ajeno), realizaban con cuidado cierto trabajo –siempre el mismo, cambiaba solamente el sujeto, pobrecito, que hacía de conejillo de indias involuntario- y después se separaban muy de prisa, no demasiado satisfechos, simplemente ansiosos por contar pronto con otra persona para “arreglarla” por las buenas.

Lo que les impulsaba a reunirse, con gesto de complicidad, en aquellos conciliábulos, era una enfermedad común en ellos: la alergia a la estatura de los demás. Extraño, pero era así, tal cual.

En definitiva, no podían soportar la grandeza de sus semejantes. Las dotes personales, las buenas cualidades, especialmente si eran un poco destacadas, les molestaban, a veces les enfurecían, se retorcían como locos. Consideraban, en efecto, el valor de una persona como una ofensa personal, un insulto a su pequeñez. Por eso… se habían especializado en ¡zas! cortar las cabezas de aquellos que les exasperaban tanto por su estatura. Y las cabezas sesgadas eran muchas, demasiadas, casi todas. Un botín alucinante, inverosímil.

Identificada esta singular tendencia de los hombrecitos, habían sido bautizados por quien les había sorprendido muchas veces en aquella operación, como “cortadores de cabezas”, y la denominación, acuñada, ha permanecido hasta el día de hoy. Pero ellos no se daban y no se dan cuenta. Al contrario, están convencidos de realizar un provechoso y obligado trabajo de reducción y, sobre todo, de información” (Cfr. Boletín de Espiritualidad 151, 1995, penúltimo publicado por el padre A. Rossi como Director del Boletín y Maestro de Novicios).

Pronzato continúa con “el trabajo de reclutamiento” de los cortadores de cabeza, su ley de “talla cero”, para reducir estaturas y que no se note su petisismo, la pérdida de la sonrisa de los que caen en sus telarañas de chismes (las murmuraciones que tanto critica Francisco como el mal de nuestras comunidades), etc.

Como esta secta jíbara renace cada vez que surge alguien “de talla”, es bueno ponerla en evidencia, no para cortarle la cabeza a ellos, ya que renacen duplicadas como las de la hidra mitológica, sino para invitarlos a “madurar” ya que es verdad lo que dice el dicho, que la envidia nos pone verdes, hace que se pudra el fruto sin haber madurado. No hay motivo para la envidia allí donde Jesús da abundantísimos dones a todos sus hijos, y tampoco hay motivo para cortar cabezas en el reino de Jesús, que no quiebra ni la caña partida y en el trigal del Padre donde ni siquiera se corta la cizaña sino que se cuida el trigo.

La verdad es que no pensaba ir por este lado de los cortadores de cabeza sino por el lado de los que se reúnen en Nombre de Jesús y gestan ese espacio –esa cultura- del encuentro. Pero salió la anti-imagen, la de los que se reúnen a chusmear y gestan el espacio de las cabezas empaladas. Poner las cosas en este contraste terrible, es necesario. Porque si no lo de la cultura del encuentro suena a torta de bizcochuelo y crema chantilly. Hay una cultura de cortar cabezas que está activa en el mundo y si no gestamos la cultura del encuentro a todo nivel y de manera urgente, le estamos haciendo el juego a la otra. La guerra se libra en todos los ámbitos y nosotros, en nuestras pequeñas comunidades, cuando nos damos cuenta de que con nuestra lengua le estamos cortando la cabeza a alguien, tenemos que corregirnos inmediatamente. Cuando Francisco insiste tanto en no “chiacchierar”, en no cotorrear, criticar, murmurar, participar en habladurías…, algunos lo escuchan como si fueran consejos de abuelo para viejas de parroquia. Y es algo mucho más serio. Justamente, los cortadores de cabeza utilizan variados métodos: el brutal de los militantes de ISIS, el silencioso, de todas las operaciones encubiertas de las que ni nos enteramos y otro popular, que se practica casi como un deporte en oficinas, reuniones sociales y encuentros de a dos o tres,  y que se minimiza como un “sacar un poquito el cuero”.

En tiempos de paz y bonanza, puede ser algo inofensivo. En épocas de exclusión y de violencia, todo lo que no une, es criminal, porque los más pobres e indefensos nos necesitan unidos con un solo corazón, sin el menor resquicio de envidia o de resentimiento entre nosotros. Con menos que eso, no le servimos a los pobres, por más que demos limosna o trabajemos en obras de caridad. El que no recapitula en Cristo, decapita.