Las fronteras del desear e insistir, del adorar e imaginar
Jesús partió de Genesaret y se retiró al país de Tiro y Sidón.
Entonces una mujer siro-fenicia, saliendo de aquella región fronteriza, comenzó a gritar:
– “Apiádate de mí, Señor! Hijo de David: mi hija está malamente atormentada por un demonio”.
Pero El no le respondió nada.
Sus discípulos se acercaron y le pidieron:
– “Señor, despídela (dale lo que pide) que nos persigue con sus gritos”.
Jesús respondió:
– “Yo he sido enviado solamente a las ovejas perdidas del pueblo de Israel”.
Pero la mujer fue a postrarse ante El y, adorándolo, le dijo:
– “Señor, ¡socórreme!”.
Jesús le dijo:
– “No es lindo (no queda bien) tomar el pan de los hijos para tirárselo a los cachorritos”.
Ella respondió:
– “¡Pero sí, Señor! Los cachorritos comen las migas que caen de la mesa de sus dueños”.
Entonces Jesús le dijo:
– “¡Oh Mujer!, ¡qué grande es tu fe! Hágase como deseas”.
Y en ese momento su hija quedó sana (Mt 15, 21-28).
Contemplación
El encuentro con la mujer siro-fenicia es un encuentro en la frontera, de esos de los que habla Francisco. “Oríon” significa frontera, región vecina.
Pero no sólo se trata de una frontera geográfica sino que el evangelio muestra todas las fronteras existenciales: la religiosa, la cultural, la política. Y de última, el diálogo se da en la frontera entre la compasión y el sacarse de encima un problema, y entre la religión como costumbres culturales y la fe limpia y jugada en Jesús que pasa por nuestra vida.
Jesús y la mujer tienen algo en común: los dos “salen” de sus lugares acostumbrados. El Señor partió de Genesaret y la mujer salió de su comarca al encuentro de Jesús. No sabemos cómo se habrá enterado de que pasaba y de quién era, pero se ve que estaba atenta a todo, buscando solucionar el problema de su hija. Era una de esas madres del dolor que no se resignan a las enfermedades, adicciones, desapariciones y endemoniamientos de sus hijos. A primera vista parece algo primitivo decir: “mi hija está malamente atormentada por un demonio”. Sin embargo ¿no es más desalentador decir “mi hija tiene una adicción de la cual las estadísticas dicen que el 70% por ciento que se recupera, reincide”. Culpar a un demonio es situar el problema en el ámbito de la libertad. En algún lado una libertad (demoníaca) influyó en la libertad de mi hija. Por eso la mujer apela líbremente a la libertad de Jesús. Plantear los problemas desde esta realidad última –la libertad- hace que se modifiquen todos nuestros comportamientos. Es salir del terreno del azar y del determinismo (que son tan incomprobables como la libertad si pensamos a nivel cósmico, pero a escala humana, uno experimenta lo bien que hace actuar líbremente y apelar a la libertad del otro).
Los discípulos tratan de poner un límite a la situación incómoda: dale lo que pide para que no nos siga con sus gritos. Andan al lado de Jesús y deben sentirse ocupados en cosas importantes porque viven lo de la mujer no como un drama digno de compasión sino como una molestia. En algo se parecen a los sacerdotes de las sinagogas que le decían a la gente que viniera a curarse otro día y no en sábado. Esta frontera entre la legalidad y el caso excepcional está siempre presente en nuestra vida cristiana y aquí es donde debemos recurrir al discernimiento espiritual, al consejo de otros y al diálogo para ver bien qué hacer.
Y Jesús, como para no ser menos, marca otro límite, ante el cual ellos se detienen: es un límite religioso, él ha sido enviado sólo para las ovejas perdidas del pueblo de Israel, no para esta extranjera (sin embargo el sólo hecho de mencionar a las ovejas perdidas abre una puertita a la esperanza). Me resulta simpática esta ironía del Señor. Digo ironía porque al hablar él de esta frontera que no puede traspasar los discípulos habrán asentido, como diciendo: “acá tenemos una frontera marcada por el mismo Señor”. Su pensamiento moldeado en la ley que se fraccionaba en incontables preceptos, se alimentaba de este tipo de formulaciones y, en cambio, las actitudes inesperadas del Maestro los ponían inseguros. De allí vienen las preguntas de “cuántas veces hay que perdonar” y otras similares.
La mujer traspasa todos los límites porque está verdaderamente desesperada por el demonio que atormenta a su hija. Vaya a saber qué le pasaba a la hija y cuántos años tenía, todo eso queda en el misterio. A nosotros sólo se nos da a ver, por la decisión de la mujer, que le iba la vida de su familia en este problema.
Traspasa todas las fronteras… y a Jesús le encanta, al punto de exclamar admirado: “¡Mujer, qué grande es tu fe!” y traspasar esa frontera tan poco franqueada de salir del propio deseo y hacer que se cumpla el de otro.
Sigamos los pasos. La primera frontera es la de “no responder” a los gritos. Esto les resulta insoportable a los discípulos y en cambio a la mujer la lleva a más: fue a postrarse y adorándolo le dijo: Señor socórreme. Este adorar (proskunein = arrodillarse y bajar la cabeza delante de otro) es infalible para atraer la compasión de Jesús. Hay dos formas de pedir: una como empujando para mover y la otra como capitulando para atraer. Esta última es más infalible. No es el mangueo directo sino el mostrar la necesidad y ponerse a merced de la bondad del otro. Francisco cuenta que él reza “capitulando ante Dios”. No es un ofrecerse activamente sino un despojarse de todo y quedar a merced del otro.
El Señor, al ver esta oración tan radical y necesitada, la prueba con un refrán. Es una manera de sacarla de su postración y hacerle activar su imaginación. El Señor, una vez que la ve “adoradora”, apela a su “libertad e imaginación”. Y ella responde con ingenio: no se amilana ni se muestra perpleja o resentida, percibe la bondad de Jesús y en todo lo que hace y dice capta una oportunidad para crecer.
El refrán pone sobre el tapete la relación cultural y religiosa que existe entre ellos y el Señor de alguna manera le pregunta si está dispuesta a traspasarla para relacionarse directamente con él. Imaginemos que hoy le dijera a alguien: “pero no está permitido comulgar”, como si uno dijera: “la eucaristía es pan para los hijos y no para los ilegales” (lo cual es menos fuerte que decir los perros o los cachorros, pero en el fondo es lo mismo, aunque más elegante). Y la mujer se las ingenia para traspasar esa frontera formal y cultural apelando a la vida familiar, donde los cachorritos comen las miguitas que les tiran los chicos.
Y el Señor exclama: Qué grande es tu fe, mujer. Nosotros (y quizás los discípulos) usaríamos otros adjetivos: qué pesada, qué indiscreta, qué viva. Pero no sé si somos capaces de ver “fe grande” en estos gestos y retruques.
En qué ve Jesús una “mega Fe” (megale, dice el griego). ¿Cuáles son los pasos en que esa fe se agranda o despliega su agrandamiento?
Yo señalaría primero, es una fe que nace de un deseo auténtico: que su hija se libere del tormento del mal espíritu es un deseo real. Un demonio es un mal absoluto y no hay resignación ni negocio con su accionar.
Conectarnos con nuestros deseos más auténticos, los de los bienes verdaderos y que son buenos por sí mismos es la base para actuar con fe, con confianza de que lo que hacemos es legítimo y vale la pena. Por eso el Señor le bendice su deseo: que se haga como deseas. Le reconoce autenticidad y se sitúa en esa misma línea, de lo más humano. No le hace un milagro desde afuera.
El segundo paso de agrandamiento de la fe consiste en la insistencia. Parece que al Señor y al Padre le gusta que les insistamos. No por hacerse rogar sino porque hace crecer nuestra fe.
El tercer paso es la adoración, este capitular ente Dios, esta ponerse totalmente en sus manos. Jesús lo llevará a su culmen en la Cruz.
El cuarto paso es ser creativos. La fe necesita expresiones imaginativas, que la reafirmen y la expresen, que traspasen lo habitual y ya trillado.
Y por último, el hacerse cargo de los deseos profundos. Toda una tarea habrá tenido que comenzar esa mujer con su hija sanada, como el Padre con el hijo pródigo que volvió.
Desear, insistir, adorar, imaginar y hacerse cargo de lo deseado, todos pasos de salida a las fronteras en los que se agranda la fe y recibimos la felicitación de Jesús.
En el día de la Asunción, podemos ver en la Cananea una imagen de nuestra Señora, cuya fe también es una Mega Fe, que se agranda de plenitud en plenitud.
En el “hágase” de María está todo. Ella misma se dice lo que Jesús le dice a la Cananea. Hágase en mí, lo que dice tu Palabra, y la Palabra dice: hágase lo que deseas. Hagan todo lo que Él les diga, es el consejo de María a los servidores de Caná y a todos nosotros. En estos “hágase” confiados y plenos crece la fe. Esa fe que nos sana y que alegra el corazón. Esa fe que se vuelve activa por la caridad.
Diego Fares sj