Domingo 19 A 2014

Para atraer al Espíritu

 Jesús en soledad

 

Después que se sació la multitud, Jesús obligó a los discípulos que subieran a la barca y pasaran antes que él a la otra orilla, mientras él despedía a la multitud. Después, subió a la montaña para orar a solas. Y al atardecer, todavía estaba allí, solo.

La barca ya estaba muy lejos de la costa, sacudida por las olas, porque tenían viento en contra. A la madrugada, Jesús fue hacia ellos, caminando sobre el mar. Los discípulos, al verlo caminar sobre el mar, se asustaron.

«Es un fantasma,» dijeron, y llenos de temor se pusieron a gritar.

Pero Jesús les dijo:

«Cálmense (tengan coraje, ánimo, calma) soy Yo; no teman.»

Entonces Pedro le respondió:

«Señor, si eres tú, mándame ir a tu encuentro sobre el agua.»

«Ven,» le dijo Jesús. Y Pedro, bajando de la barca, comenzó a caminar sobre el agua en dirección a él. Pero, al ver la violencia del viento, tuvo miedo, y como empezaba a hundirse, gritó:

«Señor, sálvame.»

En seguida, Jesús le tendió la mano y lo sostuvo, mientras le decía:

«Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?».

En cuanto subieron a la barca, el viento se calmó.

Los que estaban en ella se postraron ante él, diciendo:

«Verdaderamente, tú eres el Hijo de Dios» (Mateo 14, 22-33).

 

Contemplación

Jesús solo. Subió al monte para orar a solas y al atardecer todavía estaba allí, solo. Y siguió solo hasta la madrugada, en que fue hacia los discípulos caminando sobre el mar, en medio de la tormenta.

Leo hoy este evangelio de “La tempestad calmada” y de “Pedro que camina sobre las aguas” y me llama la atención algo anterior: el deseo de Jesús de estar a solas.

En realidad ese había sido su deseo original luego de la muerte de Juan el Bautista. Mateo dice que “Al oír la noticia Jesús, se apartó de allí, él solo, en una barca a un lugar desierto (Mt 14, 13).

 

Jesús quería rezar a solas la muerte de su amigo y precursor.

 

Lo que pasó fue que la gente supo a dónde iba y lo siguió a pie desde las ciudades.

 

Y al ver a la gente, Jesús se compadeció y por eso pospuso su soledad y su oración para curar a los enfermos y compartir los panes.

Así lo hizo, pero apenas pudo se volvió a quedar solo.

 

Muchas veces en el Evangelio se nos narra cómo el Señor buscaba esta soledad. Levantándose temprano se iba solo al monte para  en la que se encuentra más plenamente con el Padre: El que me envió, está conmigo; no me ha dejado solo el Padre, porque yo hago siempre lo que le agrada” (Jn 8, 29). “La hora viene, y ha venido ya, en que serán dispersados cada uno por su lado y me dejarán solo; pero no estoy solo, porque el Padre está conmigo” (Jn 16, 32).

 

La soledad de Jesús es, pues, una soledad acompañada, una soledad de la gente –deseada, postergada por el servicio y recuperada- para estar con el Padre, hablando con Él de sus hijos, especialmente de los que más sufren y de los más pequeños del Reino que necesitan ayuda en sus tormentas y para apoyarse en Dios, como Pedro sobre las aguas.

 

Llegado a este punto, de una soledad cuyo deseo no se ve perturbado por el ir y venir de los rostros y de los requerimientos de la gente, sentí que la soledad de Jesús tiene que ver con el Espíritu.

 

Buscando en el evangelio, en las cartas de Pablo y en las oraciones al Espíritu, me quedé con la invocación que le hacemos como “dulce Huésped del alma”. La soledad es para recibir bien a este Huésped Espiritual, que nos trae consigo también al Padre como Abba y a Jesús como Señor.

Y pensaba que para recibir bien a un huésped se requiere cierta soledad.

 

En el Hogar, mi oficinita recibe el  sol de frente y no se ve bien desde afuera, por lo cual la gente – en especial la Hna Juliana-, tiene que pispiar un poco, acercando la nariz al vidrio y cubriéndose la cara con una mano. Si ven que estoy con gente no entran o sólo saludan. Y si me ven ocupado, hablando por teléfono o escribiendo, tampoco. Imagino que el Espíritu hace lo mismo, pero como es más discreto, a veces de adentro no nos damos cuenta de que está pispiando para ver si es oportuno entrar (o hacer notar su presencia, ya que por el Bautismo, habita con derecho propio en nuestra interioridad). Lo que quiero decir es que no solo hay que estar solo para que el Otro toque la puerta sino que hay que parecerlo.

Siempre recuerdo al padre Cullen, solito largas horas en su confesionario, cosiendo fútboles viejos o con un diccionario chino enorme (que yo heredé y que da miedo sólo abrirlo porque uno ve la inmensidad de una lengua que nos resulta tan misteriosa). Una vez le pregunté para qué cosía los fulbos si ya venían desechables y sin cámara y más baratos… y él sonriendo me compartió su secreto (tenía muchos de estos secretos apostólicos, como yo les llamo), me dijo que eran un anzuelo, para que la gente pensara: este cura viejo está al cuete y no tiene nada que hacer con esos diccionarios chinos y esos gajos de cuero, me voy a arrimar a charlar un rato. “Y entonces yo los confieso casi sin que se den cuenta”, decía Cu con picardía.

Parecer solo…

Por ahí me gusta esto de tirarle un anzuelo al Espíritu y quedarnos un rato “como si no tuviéramos nada que hacer”, en vez de parecer siempre ocupados. Por ahí pica y golpea la puerta y se queda un rato.

Imagino así la soledad del Señor en la montaña, como una especie de pararrayos de intensidad infinita atrayendo al Espíritu del Padre, con toda su fuerza de cable a tierra –que se volverá irresistible en la Cruz-, para que venga a este mundo que tanta sed tiene de su Luz y de su Misericordia entrañable.

 

Pedimos la gracia de ser como la gente, que aprovechaba que lo veía al Señor solo y se le acercaba para contarle sus cosas y pedirle que los curara y que los evangelizara con sus parábolas.

 

Y también para imitarlo en esto de “quedarnos a solas un rato” por si tiene ganas de venir el Espíritu.

Sería como un preámbulo antes de la oración. Para no sentir que uno tiene que “entrar directamente a rezar”, cosa que a veces cuesta.

Más bien se trata de hacer una pausa y expresarle al Espíritu: ahora me quedo un ratito a solas por si tenés ganas de venir a mí. A ver si te atrae que alguien tan insignificante como yo, deje las cosas un ratito y se ponga a disposición, por si te agrada hospedarte unos instantes en mi pobre alma, siendo que tanta gente anda tan ocupada y no se conecta con Vos y con tu gracia. Como un pobrecito te mendigo un rayito de tu luz, una gota de tu agua viva, un momento de tu Presencia, por si me querés honrar con tan grata compañía…

Y así, cada uno puede quedarse un momento a solas –en medio de lo que sea que está haciendo- y hablarle al Espíritu para atraer su atención.

 

Diego Fares sj