Domingo 22 A 2014

Encontrar la vida

 

Jesús comenzó a anunciar a sus discípulos que debía ir a Jerusalém y sufrir mucho de parte de los ancianos, de los sumos sacerdotes y de los escribas; que debía ser condenado a muerte y resucitar al tercer día.

Pedro lo llevó aparte y comenzó a reprenderlo diciendo:

-“Dios no lo permita, Señor. Eso no te sucederá a tí”.

Pero El, dándose vuelta dijo a Pedro:

– “Retírate! Ve detrás de mí, Satanás! Tú eres para mí una piedra de escándalo, porque los pensamientos con los que juzgas no son de Dios sino de los hombres”.

Entonces Jesús dijo a  sus discípulos:

– “El que quiera seguirme, que renuncie a sí mismo, que cargue con su Cruz y me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí la encontrará. ¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si pierde su alma? ¿Y qué podrá dar a cambio el hombre para recobrarla? Porque el Hijo del hombre vendrá en la gloria de su Padre, rodeado de sus ángeles, y entonces pagará a cada uno de acuerdo a sus obras” (Mt 16, 21-27).

 

Contemplación

El juicio acertado, que no la chinga, es que «la vida hay que perderla por Jesús para encontrarla, porque el que trata de salvarla para sí, la perderá».

Cada uno puede entender como quiera todo lo que entra en este salvar y perder, pero no se puede dudar que Jesús nos comparte dos elementos bien contrapuestos para trabajar nuestro juicio: o esto o lo otro.

 No puede dejar de llamar la atención la brusquedad del Señor y la dureza con que reprende a Simón Pedro, tratándolo de Satanás por el juicio con que ha juzgado. El Señor que se mostraba tan paciente con los suyos, hasta el punto de sentarlos a su alrededor, poner a un niño en medio de ellos y enseñarles que el que quiere ser el más grande debe ser el servidor de todos, aquí se muestra intolerante en grado sumo.

El punto es la Cruz y la Resurrección y en eso, el Señor que dejaba que otros hicieran milagros en su nombre aunque no fueran del grupo y que era capaz de dialogar pacientemente hasta con los escribas y fariseos, aquí, con Pedro, no negocia nada. Lo corta en seco y lo cura, diría que para siempre, no sólo a él sino a la institución del papado, de toda rebaja en cuanto a la Cruz y a la Resurrección.

Para encontrar la resurrección hay que abrazar la Cruz, cargarla y seguir igual a Jesús con ella.

Vamos entrando en tema, quizás un poco teóricamente, pero es que la cuestión son los juicios que hacemos. Y esto de los juicios que hacemos incide totalmente, no sólo en nuestra práctica sino en cómo nos sentimos. Si uno juzga que está «perdiendo su vida» y nunca escuchó lo de Jesús (que hay una manera fecunda de perder la vida, y, más aún, que si es por Él, perderla es la única opción sensata!), entonces, digo, que si uno juzga que está perdiendo su vida, lo que hará será defenderse o deprimirse, irse, cambiar, pensar más en sí, como decimos, y no tanto en los otros, y todas esas cosas que comportan juicios como ese, el de estar perdiendo «mi» vida ( como si la vida no fuera, por un lado, puro y maravilloso don, totalmente gratuito e inmerecido, y, por otro, como si no se gastará igual, aunque uno se la viviera todita solo para sí).

Escribo esto desde Mendoza, en el mismo sillón de toda la vida, juntó al ventanal que da al patiecito  de casa, y que «perdí» hace 39 años, cuando me vine a la Compañía, y la verdad es que cada vez que vengo «lo encuentro» ( y me reencuentro). En este rinconcito me sacaron la foto de primera comunión y acá seguimos celebrando las Eucaristías con mi madre. Este sillón nos sentábamos a charlar con papá…

Lo que quiero compartir, con lo del sillón, es un pequeño testimonio de que lo que perdés por Jesús es verdad que lo volvés a encontrar!  La Vida eterna espero que también, aunque me quede grande y el milagro tendrá que incluir un ensanchamiento de la tinaja para que entre ese vino nuevo. No en gordura, el ensanchamiento, sino en esa capacidad de soñar sueños mayores, que todos la tenemos pero medio apachuchada. Con Jesús reencontrás todo, hasta las monedas perdidas. El prometio pagar hasta lo que gastemos de más por ayudar al prójimo. Pero yo cuento lo del silloncito, porque la vida está hecha de cosas pequeñas.

Con Él es verdad lo de la cultura del reencuentro.

Jesús recapitula y, cuando te vas con Él y parece que te lleva lejos y que perdés todo y que, encima, se nota más la cruz porque esa sí que va con uno, resulta que, misteriosamente,  como Él recapitula todo, digo – o dice Pablo, en realidad-, a cada momento reencontrás algo o a alguien que dejaste.

Jesús ya de chico jugó a esto de perderse y ser encontrado. En la vida publica también, muchas veces desaparecía y se hacía buscar -vemos a Pedro que llega todo agitado y le dice «todos te andan buscando»- y ni hablar de su proceder una vez resucitado! Como que su pedagogía fue está de crear la confianza de que Él viene – vendrá-, y de que en cualquier momento de la vida (de una vida en salida y con la cruz bien abrazadita a cuestas) nos saldrá al encuentro.

Por eso lo levantó en pesó a Pedro. Porque con su juicio de que no hay que perder la vida nos estaba cerrando la puerta a los encuentros.

Así cómo lo único más lindo que leer es releer (Martín Descalzo), lo único más lindo que encontrar la vida es reencontrarla. Y Jesús es el caminito de todos los reencuentros de los que perdieron algo por seguirlo a Él, cuando iba de camino a servir al prójimo más pobrecito y descuidado por todos.

Diego Fares sj

Domingo 21 A 2014

Elegir la elección o “las exigencias de la gratuidad”

 profesion-feliz

 

Al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos

– ‘Qué dice la gente sobre el Hijo del hombre? Quién dicen que es?’

Ellos respondieron:

-‘Unos dicen que es Juan el Bautista, otros, Elías y otros Jeremías o alguno de los profetas’.

– ‘Y ustedes –les preguntó- ‘¿Quién dicen que soy?’

Tomando la palabra Simón Pedro respondió:

– ‘Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo’.

Y Jesús le dijo:

-‘Feliz de ti, Simón, hijo de Jonás, porque esto no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre sino mi Padre que está en el cielo.

Y Yo te digo: Tú eres Pedro y sobre esta Piedra edificaré mi Iglesia,

y el poder de la muerte no prevalecerá sobre ella.

Yo te daré las llaves del Reino de los Cielos.

Todo lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo y todo lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo’

Entonces ordenó severamente a sus discípulos que no dijeran a nadie que él era el Mesías” (Mt 16, 13-20).

 

Contemplación

Podemos comenzar con una pregunta: ¿Por qué Jesús quiere saber quién es él para los demás?

Hay una frase que se repite en el evangelio y que puede ayudarnos a responder esta pregunta. La frase es “muchos son llamados pero pocos elegidos”. En la misa del jueves pasado se me aclaró de la siguiente manera: tanto el llamado como la elección son gracias. Lo que tienen de distinto es que el llamado –la vocación- la hace Jesús; la elección, en cambio, la hacemos juntos. Si a uno lo llaman uno siempre algo responde, pero cuando le dicen que lo han elegido para una misión uno tiene que elegir, no basta con que nos digan “has sido elegido”. Es como esos anuncios que aparecen en internet: Ud. es el ganador de un Ipad. El cartel aparece llamativamente, pero uno no da el click así nomás.

Esto venía a cuento de la parábola de los invitados al banquete: como no vienen los primeros, el Señor llama a los más pobres y estos sí acuden. Hay uno que no se pone el vestido de fiesta y es echado afuera. Parece exagerado ¿no? “Si es un pobre, ¿cómo le van a exigir que se ponga un vestido de fiesta? Aunque sea gratis, los pobres no tienen costumbre de vestirse bien…”.

Ponerse el vestido es señal de que uno elige la elección y se pone a la altura de la fiesta. Todo es gratuito, pero la gratuidad también tiene sus exigencias –paradójicamente-.

Las exigencias de la gratuidad son las de las bienaventuranzas:

hay que elegir andar feliz -con vestido de fiesta- en la pobreza y en las persecuciones. Se elige andar perfumado y no poniendo cara de que uno ayuna. Se elige quiere decir que no es obligación: las bienaventuranzas son consejos, no mandamientos, como siempre nos recordaba el Maestro Fiorito sj.

Cuando escuchamos “felices los pobres porque de ellos es el reino de los cielos, uno puede escuchar: si elijo la pobreza Jesús me promete la felicidad del reino de los cielos. Pero también uno puede escuchar: si elijo la felicidad que tiene la pobreza será mío el reino de los cielos. ¿Qué felicidad tiene la pobreza? Tiene varias, quizás la mayor es que las pobrezas transitorias y comparativas son como un reflejo de la pobreza de fondo que es “no poseer la vida sino estar recibiéndola a cada instante como don”. Sentir esta pobreza existencial nos hace sentir la Mano del Padre que no sostiene y sabe bien lo que necesitamos.

Cuando escuchamos “felices los que lloran porque serán consolados” podemos escuchar: si me banco tener que llorar ahora, Jesús me promete que después me consolará. Pero también podemos escuchar: Si elijo la felicidad de llorar experimentaré la consolación. ¿Qué tiene de felicidad llorar? Cuando uno llora de verdad se da cuenta de que es una gracia poder llorar bien algunas tragedias, algunas desgracias. Sólo cuando uno puede llorar se siente digno de esas situaciones. Cualquier otra expresión no alcanza. Pero llantos hay muchos y no todos son de pena. Ayer en el tren una mamá con HIV pedía cinco centavitos para darles la leche a sus dos hijitos. El más grande la ayudaba a repartir tarjetitas y Benicio, el más pequeño lloraba y quería estar en brazos. Le di una limosna grande arrugando el billete para que no se viera y ella lo recibió sin mirar y dio dos pasos con su hijo en brazos. Entonces miró el billete y giró la cabeza con mucho ímpetu y una sonrisa de la que comenzó a brotar una lágrima y me hizo saltar una lágrima a mí. Siguió dos pasos más y me miró de nuevo y lloramos juntos un breve instante sin que nadie más se diera cuenta. Se me desdibuja la cara y me queda la imagen de conjunto de mamá gorda con sus hijitos algo desarrapados, pero la lágrima que nos brotó al unísono no se me olvidará más. Y elijo esa felicidad de llorar de consolación junto con otro.

 

La elección es de la alegría de llorar con Cristo que llora. Se nos brinda la oportunidad de elegir la alegría de la pobreza con Cristo pobre. Uno no elige las humillaciones y la pobreza por sí mismas, sino que elige andar en ellas como Jesús anduvo: sin perder la paz ni la alegría.

Es lo de Hurtado: contento, Señor contento. No conmigo mismo ni con las situaciones conflictivas y duras de la vida. Contento con Vos, aceptando lo que venga vestido de fiesta.

 

La pregunta del Señor a los discípulos apunta a consolidar el llamado mediante la confesión de fe. Creer en alguien, adherirse a su persona y confiar es elegirlo.

Y sobre esa elección trabaja el Señor.

Cuando Simón Pedro confiesa: “Tú eres el Cristo, el Hijo el Dios Vivo”, el Señor lo reviste no sólo con el ministerio petrino, sino con la felicidad del ministrio petrino: Feliz de ti, Simón! Y le da la alegría de tener las llaves del Reino y el gozo de poder atar y desatar, es decir, la alegría de resolver todos los conflictos en el Amor de Cristo y de aunar todo lo bueno en ese mismo Amor.

 

A lo que voy es a que el Señor trabaja en dos tiempos –el del llamado, atrayendo con su Palabra y su Bondad, y el de la elección, invitándonos a participar libremente, eligiendo “apacentar a sus ovejas como las apacienta él” e “imitando su estilo de vida, de oración y de servicio”.

Para este segundo tiempo –el de la elección- el Señor necesita definiciones precisas: quién soy Yo para vos. Esto es algo muy humano. Cuando uno quiere dar un paso más en una relación, se impone definir claramente si la pareja va a convertirse en un matrimonio, si una tarea se va a convertir en una relación laboral…, y también si una ayuda voluntaria se va a institucionalizar. El bien es siempre concreto –si no no es bien- y necesita concretarse, definirse, limitarse…, para poder crecer y expandirse.

 

Quién decís que soy yo. El Cristo, el Hijo del Dios vivo. Y vos sos Pedro para mí y para tus hermanos.

Todos somos “piedra” en Pedro: podemos convertirnos en alegres cimientos para sostener la construcción común o en patéticos elementos arrojadizos para herir a los demás.

Todos tenemos nuestra “llave del reino” en Pedro: podemos ser alegres abridores de puertas y caminos para incluir a todos o gruñones cerradores de puertas en lo que vendría a ser nuestro espacio privado de control.

Todos somos cuerdas en Pedro: podemos ser alegres desatanudos como la Virgen y alegres anudadores de buenas alianzas o tristes enmarañadores de situaciones y distraídos que dejan pasar oportunidades.

Cada uno elige la elección, y esto cada día, porque las dos puntas son libres. La del Señor es inamovible, su alianza es fiel. La nuestra la tenemos que ir renovando con su gracia cada día.

…………..

En El Hogar estamos haciendo jornadas por áreas en las que reflexionamos acerca de nuestra misión: cómo fue que vinimos al Hogar y por qué seguimos, si conocemos bien cuál es la misión del Hogar y si sentimos que nuestra pequeña tarea contribuye al programa integral…

Me encantó oír cómo todos respondimos que habíamos llegado “llamados por otro” y que “seguíamos eligiendo venir cada día”. Salió muy espontáneo y ahora que lo reflexiono veo la profundidad que tiene, y cómo el evangelio es real en nuestro presente. Como que en la misión es muy claro que uno es llamado y luego tiene que elegir cada vez y  también que da gusto reelegir lo que se ama.

 

En la pregunta sobre si conocemos la misión, en general todos respondimos que sí y alguno dijo que las definiciones no alcanzan. Lo cual es verdad, agrego yo, si uno mira al futuro y a todo lo que se puede hacer, pero es importante tener bien definida la misión para que desde allí se aclaren perfectamente los roles y se puedan “anudar” las distintas capacidades de cada uno y “desatar” los conflictos.

 

En nuestra definición decimos que “La misión que se ha propuesto el Hogar consiste en acoger a hombres mayores de edad que se hallan en situación de calle o en extrema pobreza contribuyendo a satisfacer algunas de sus necesidades de supervivencia mientras se les brinda la oportunidad de participar en experiencias de crecimiento humano orientadas hacia su promoción social”.

 

Como ven, las tres cosas son importantes: Acoger, contribuir a satisfacer algunas necesidades, brindar la oportunidad de participar. Este última va en la línea de elegir la elección y de tratar al otro como un par: él tiene que ponerse el vestido de fiesta (de la amabilidad y las ganas de participar), él tiene que decir “quiénes somos para él, en qué le hacemos bien y en qué le hacemos mal” (cuando con nuestras acciones no los ayudamos a asumir su responsabilidad).

 

Así como en lo médico uno, por más que sea pobre, no se resigna a un diagnóstico apurado ni considera burocrático todo el tiempo que lleva hacerse los análisis para tener bien definidos los números que indican su estado de salud real antes de iniciar un tratamiento, de la misma manera, en lo social, se requiere un diagnóstico preciso tanto de la situación de las personas como de lo que una institución debe y puede brindar bien. Una cosa es dar limosna en la calle y otra en un Hogar que, si quiere ser para todos, tiene que ser justo, lo cual implica definir bien la misión. Y la misión tiene dos voces: quién soy yo para vos y quién sos vos para mí. Eso sí, el “yo” de los misionados es un “yo comunitario”, institucional, eclesial, no un yo individualista. No tienen sentido las posiciones individualistas en una institución. Por eso lo de la elección. No es que uno piense siempre lo mismo, es más, es bueno que haya diferentes miradas. Pero a la hora de salir uno elige la posición común, la defiende y la sostiene, mientras la va trabajando internamente.

 

Diego Fares sj

 

 

 

 

Domingo 20 A 2014

 

Las fronteras del desear e insistir, del adorar e imaginar

Palaestina-Mauer-2011

 

Jesús partió de Genesaret y se retiró al país de Tiro y Sidón.

Entonces una mujer siro-fenicia, saliendo de aquella región fronteriza, comenzó a gritar:

– “Apiádate de mí, Señor! Hijo de David: mi hija está malamente atormentada por un demonio”.

Pero El no le respondió nada.

Sus discípulos se acercaron y le pidieron:

– “Señor, despídela (dale lo que pide) que nos persigue con sus gritos”.

Jesús respondió:

– “Yo he sido enviado solamente a las ovejas perdidas del pueblo de Israel”.

Pero la mujer fue a postrarse ante El y, adorándolo, le dijo:

– “Señor, ¡socórreme!”.

Jesús le dijo:

– “No es lindo (no queda bien) tomar el pan de los hijos para tirárselo a los cachorritos”.

Ella respondió:

– “¡Pero sí, Señor! Los cachorritos comen las migas que caen de la mesa de sus dueños”.

Entonces Jesús le dijo:

– “¡Oh Mujer!, ¡qué grande es tu fe! Hágase como deseas”.

Y en ese momento su hija quedó sana (Mt 15, 21-28).

 

Contemplación

El encuentro con la mujer siro-fenicia es un encuentro en la frontera, de esos de los que habla Francisco. “Oríon” significa frontera, región vecina.

Pero no sólo se trata de una frontera geográfica sino que el evangelio muestra todas las fronteras existenciales: la religiosa, la cultural, la política. Y de última, el diálogo se da en la frontera entre la compasión y el sacarse de encima un problema, y entre la religión como costumbres culturales y la fe limpia y jugada en Jesús que pasa por nuestra vida.

 

Jesús y la mujer tienen algo en común: los dos “salen” de sus lugares acostumbrados. El Señor partió de Genesaret y la mujer salió de su comarca al encuentro de Jesús. No sabemos cómo se habrá enterado de que pasaba y de quién era, pero se ve que estaba atenta a todo, buscando solucionar el problema de su hija. Era una de esas madres del dolor que no se resignan a las enfermedades, adicciones, desapariciones y endemoniamientos de sus hijos. A primera vista parece algo primitivo decir: “mi hija está malamente atormentada por un demonio”. Sin embargo ¿no es más desalentador decir “mi hija tiene una adicción de la cual las estadísticas dicen que el 70% por ciento que se recupera, reincide”. Culpar a un demonio es situar el problema en el ámbito de la libertad. En algún lado una libertad (demoníaca) influyó en la libertad de mi hija. Por eso la mujer apela líbremente a la libertad de Jesús. Plantear los problemas desde esta realidad última –la libertad- hace que se modifiquen todos nuestros comportamientos. Es salir del terreno del azar y del determinismo (que son tan incomprobables como la libertad si pensamos a nivel cósmico, pero a escala humana, uno experimenta lo bien que hace actuar líbremente y apelar a la libertad del otro).

 

Los discípulos tratan de poner un límite a la situación incómoda: dale lo que pide para que no nos siga con sus gritos. Andan al lado de Jesús y deben sentirse ocupados en cosas importantes porque viven lo de la mujer no como un drama digno de compasión sino como una molestia. En algo se parecen a los sacerdotes de las sinagogas que le decían a la gente que viniera a curarse otro día y no en sábado. Esta frontera entre la legalidad y el caso excepcional está siempre presente en nuestra vida cristiana y aquí es donde debemos recurrir al discernimiento espiritual, al consejo de otros y al diálogo para ver bien qué hacer.

 

Y Jesús, como para no ser menos, marca otro límite, ante el cual ellos se detienen: es un límite religioso, él ha sido enviado sólo para las ovejas perdidas del pueblo de Israel, no para esta extranjera (sin embargo el sólo hecho de mencionar a las ovejas perdidas abre una puertita a la esperanza). Me resulta simpática esta ironía del Señor. Digo ironía porque al hablar él de esta frontera que no puede traspasar los discípulos habrán asentido, como diciendo: “acá tenemos una frontera marcada por el mismo Señor”. Su pensamiento moldeado en la ley que se fraccionaba en incontables preceptos, se alimentaba de este tipo de formulaciones y, en cambio, las actitudes inesperadas del Maestro los ponían inseguros. De allí vienen las preguntas de “cuántas veces hay que perdonar” y otras similares.

 

La mujer traspasa todos los límites porque está verdaderamente desesperada por el demonio que atormenta a su hija. Vaya a saber qué le pasaba a la hija y cuántos años tenía, todo eso queda en el misterio. A nosotros sólo se nos da a ver, por la decisión de la mujer, que le iba la vida de su familia en este problema.

 

Traspasa todas las fronteras… y a Jesús le encanta, al punto de exclamar admirado: “¡Mujer, qué grande es tu fe!” y traspasar esa frontera tan poco franqueada de salir del propio deseo y hacer que se cumpla el de otro.

 

Sigamos los pasos. La primera frontera es la de “no responder” a los gritos. Esto les resulta insoportable a los discípulos y en cambio a la mujer la lleva a más: fue a postrarse y adorándolo le dijo: Señor socórreme. Este adorar (proskunein = arrodillarse y bajar la cabeza delante de otro) es infalible para atraer la compasión de Jesús. Hay dos formas de pedir: una como empujando para mover y la otra como capitulando para atraer. Esta última es más infalible. No es el mangueo directo sino el mostrar la necesidad y ponerse a merced de la bondad del otro. Francisco cuenta que él reza “capitulando ante Dios”. No es un ofrecerse activamente sino un despojarse de todo y quedar a merced del otro.

 

El Señor, al ver esta oración tan radical y necesitada, la prueba con un refrán. Es una manera de sacarla de su postración y hacerle activar su imaginación. El Señor, una vez que la ve “adoradora”, apela a su “libertad e imaginación”. Y ella responde con ingenio: no se amilana ni se muestra perpleja o resentida, percibe la bondad de Jesús y en todo lo que hace y dice capta una oportunidad para crecer.

El refrán pone sobre el tapete la relación cultural y religiosa que existe entre ellos y el Señor de alguna manera le pregunta si está dispuesta a traspasarla para relacionarse directamente con él. Imaginemos que hoy le dijera a alguien: “pero no está permitido comulgar”, como si uno dijera: “la eucaristía es pan para los hijos y no para los ilegales” (lo cual es menos fuerte que decir los perros o los cachorros, pero en el fondo es lo mismo, aunque más elegante). Y la mujer se las ingenia para traspasar esa frontera formal y cultural apelando a la vida familiar, donde los cachorritos comen las miguitas que les tiran los chicos.

 

Y el Señor exclama: Qué grande es tu fe, mujer. Nosotros (y quizás los discípulos) usaríamos otros adjetivos: qué pesada, qué indiscreta, qué viva. Pero no sé si somos capaces de ver “fe grande” en estos gestos y retruques.

En qué ve Jesús una “mega Fe” (megale, dice el griego). ¿Cuáles son los pasos en que esa fe se agranda o despliega su agrandamiento?

Yo señalaría primero, es una fe que nace de un deseo auténtico: que su hija se libere del tormento del mal espíritu es un deseo real. Un demonio es un mal absoluto y no hay resignación ni negocio con su accionar.

Conectarnos con nuestros deseos más auténticos, los de los bienes verdaderos y que son buenos por sí mismos es la base para actuar con fe, con confianza de que lo que hacemos es legítimo y vale la pena. Por eso el Señor le bendice su deseo: que se haga como deseas. Le reconoce autenticidad y se sitúa en esa misma línea, de lo más humano. No le hace un milagro desde afuera.

El segundo paso de agrandamiento de la fe consiste en la insistencia. Parece que al Señor y al Padre le gusta que les insistamos. No por hacerse rogar sino porque hace crecer nuestra fe.

El tercer paso es la adoración, este capitular ente Dios, esta ponerse totalmente en sus manos. Jesús lo llevará a su culmen en la Cruz.

El cuarto paso es ser creativos. La fe necesita expresiones imaginativas, que la reafirmen y la expresen, que traspasen lo habitual y ya trillado.

Y por último, el hacerse cargo de los deseos profundos. Toda una tarea habrá tenido que comenzar esa mujer con su hija sanada, como el Padre con el hijo pródigo que volvió.

Desear, insistir, adorar, imaginar y hacerse cargo de lo deseado, todos pasos de salida a las fronteras en los que se agranda la fe y recibimos la felicitación de Jesús.

En el día de la Asunción, podemos ver en la Cananea una imagen de nuestra Señora, cuya fe también es una Mega Fe, que se agranda de plenitud en plenitud.

En el “hágase” de María está todo. Ella misma se dice lo que Jesús le dice a la Cananea. Hágase en mí, lo que dice tu Palabra, y la Palabra dice: hágase lo que deseas. Hagan todo lo que Él les diga, es el consejo de María a los servidores de Caná y a todos nosotros. En estos “hágase” confiados y plenos crece la fe. Esa fe que nos sana y que alegra el corazón. Esa fe que se vuelve activa por la caridad.

 

Diego Fares sj

Domingo 19 A 2014

Para atraer al Espíritu

 Jesús en soledad

 

Después que se sació la multitud, Jesús obligó a los discípulos que subieran a la barca y pasaran antes que él a la otra orilla, mientras él despedía a la multitud. Después, subió a la montaña para orar a solas. Y al atardecer, todavía estaba allí, solo.

La barca ya estaba muy lejos de la costa, sacudida por las olas, porque tenían viento en contra. A la madrugada, Jesús fue hacia ellos, caminando sobre el mar. Los discípulos, al verlo caminar sobre el mar, se asustaron.

«Es un fantasma,» dijeron, y llenos de temor se pusieron a gritar.

Pero Jesús les dijo:

«Cálmense (tengan coraje, ánimo, calma) soy Yo; no teman.»

Entonces Pedro le respondió:

«Señor, si eres tú, mándame ir a tu encuentro sobre el agua.»

«Ven,» le dijo Jesús. Y Pedro, bajando de la barca, comenzó a caminar sobre el agua en dirección a él. Pero, al ver la violencia del viento, tuvo miedo, y como empezaba a hundirse, gritó:

«Señor, sálvame.»

En seguida, Jesús le tendió la mano y lo sostuvo, mientras le decía:

«Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?».

En cuanto subieron a la barca, el viento se calmó.

Los que estaban en ella se postraron ante él, diciendo:

«Verdaderamente, tú eres el Hijo de Dios» (Mateo 14, 22-33).

 

Contemplación

Jesús solo. Subió al monte para orar a solas y al atardecer todavía estaba allí, solo. Y siguió solo hasta la madrugada, en que fue hacia los discípulos caminando sobre el mar, en medio de la tormenta.

Leo hoy este evangelio de “La tempestad calmada” y de “Pedro que camina sobre las aguas” y me llama la atención algo anterior: el deseo de Jesús de estar a solas.

En realidad ese había sido su deseo original luego de la muerte de Juan el Bautista. Mateo dice que “Al oír la noticia Jesús, se apartó de allí, él solo, en una barca a un lugar desierto (Mt 14, 13).

 

Jesús quería rezar a solas la muerte de su amigo y precursor.

 

Lo que pasó fue que la gente supo a dónde iba y lo siguió a pie desde las ciudades.

 

Y al ver a la gente, Jesús se compadeció y por eso pospuso su soledad y su oración para curar a los enfermos y compartir los panes.

Así lo hizo, pero apenas pudo se volvió a quedar solo.

 

Muchas veces en el Evangelio se nos narra cómo el Señor buscaba esta soledad. Levantándose temprano se iba solo al monte para  en la que se encuentra más plenamente con el Padre: El que me envió, está conmigo; no me ha dejado solo el Padre, porque yo hago siempre lo que le agrada” (Jn 8, 29). “La hora viene, y ha venido ya, en que serán dispersados cada uno por su lado y me dejarán solo; pero no estoy solo, porque el Padre está conmigo” (Jn 16, 32).

 

La soledad de Jesús es, pues, una soledad acompañada, una soledad de la gente –deseada, postergada por el servicio y recuperada- para estar con el Padre, hablando con Él de sus hijos, especialmente de los que más sufren y de los más pequeños del Reino que necesitan ayuda en sus tormentas y para apoyarse en Dios, como Pedro sobre las aguas.

 

Llegado a este punto, de una soledad cuyo deseo no se ve perturbado por el ir y venir de los rostros y de los requerimientos de la gente, sentí que la soledad de Jesús tiene que ver con el Espíritu.

 

Buscando en el evangelio, en las cartas de Pablo y en las oraciones al Espíritu, me quedé con la invocación que le hacemos como “dulce Huésped del alma”. La soledad es para recibir bien a este Huésped Espiritual, que nos trae consigo también al Padre como Abba y a Jesús como Señor.

Y pensaba que para recibir bien a un huésped se requiere cierta soledad.

 

En el Hogar, mi oficinita recibe el  sol de frente y no se ve bien desde afuera, por lo cual la gente – en especial la Hna Juliana-, tiene que pispiar un poco, acercando la nariz al vidrio y cubriéndose la cara con una mano. Si ven que estoy con gente no entran o sólo saludan. Y si me ven ocupado, hablando por teléfono o escribiendo, tampoco. Imagino que el Espíritu hace lo mismo, pero como es más discreto, a veces de adentro no nos damos cuenta de que está pispiando para ver si es oportuno entrar (o hacer notar su presencia, ya que por el Bautismo, habita con derecho propio en nuestra interioridad). Lo que quiero decir es que no solo hay que estar solo para que el Otro toque la puerta sino que hay que parecerlo.

Siempre recuerdo al padre Cullen, solito largas horas en su confesionario, cosiendo fútboles viejos o con un diccionario chino enorme (que yo heredé y que da miedo sólo abrirlo porque uno ve la inmensidad de una lengua que nos resulta tan misteriosa). Una vez le pregunté para qué cosía los fulbos si ya venían desechables y sin cámara y más baratos… y él sonriendo me compartió su secreto (tenía muchos de estos secretos apostólicos, como yo les llamo), me dijo que eran un anzuelo, para que la gente pensara: este cura viejo está al cuete y no tiene nada que hacer con esos diccionarios chinos y esos gajos de cuero, me voy a arrimar a charlar un rato. “Y entonces yo los confieso casi sin que se den cuenta”, decía Cu con picardía.

Parecer solo…

Por ahí me gusta esto de tirarle un anzuelo al Espíritu y quedarnos un rato “como si no tuviéramos nada que hacer”, en vez de parecer siempre ocupados. Por ahí pica y golpea la puerta y se queda un rato.

Imagino así la soledad del Señor en la montaña, como una especie de pararrayos de intensidad infinita atrayendo al Espíritu del Padre, con toda su fuerza de cable a tierra –que se volverá irresistible en la Cruz-, para que venga a este mundo que tanta sed tiene de su Luz y de su Misericordia entrañable.

 

Pedimos la gracia de ser como la gente, que aprovechaba que lo veía al Señor solo y se le acercaba para contarle sus cosas y pedirle que los curara y que los evangelizara con sus parábolas.

 

Y también para imitarlo en esto de “quedarnos a solas un rato” por si tiene ganas de venir el Espíritu.

Sería como un preámbulo antes de la oración. Para no sentir que uno tiene que “entrar directamente a rezar”, cosa que a veces cuesta.

Más bien se trata de hacer una pausa y expresarle al Espíritu: ahora me quedo un ratito a solas por si tenés ganas de venir a mí. A ver si te atrae que alguien tan insignificante como yo, deje las cosas un ratito y se ponga a disposición, por si te agrada hospedarte unos instantes en mi pobre alma, siendo que tanta gente anda tan ocupada y no se conecta con Vos y con tu gracia. Como un pobrecito te mendigo un rayito de tu luz, una gota de tu agua viva, un momento de tu Presencia, por si me querés honrar con tan grata compañía…

Y así, cada uno puede quedarse un momento a solas –en medio de lo que sea que está haciendo- y hablarle al Espíritu para atraer su atención.

 

Diego Fares sj