Domingo 16 A 2014

Jugar con las parábolas

 

“Jesús propuso a la gente esta parábola:

El reino de los cielos se parece a

un hombre que sembró buena semilla en su campo;

pero mientras todos dormían vino su enemigo,

sembró cizaña en medio del trigo y se fue.

Cuando creció el trigo y aparecieron las espigas, también apareció la cizaña.

Los siervos fueron a ver entonces al padre de familia y le dijeron:

‘Señor, ¿no era que habías sembrado semilla buena en tu campo?

¿Cómo es que ahora hay cizaña?’

El les respondió: ‘Un enemigo hizo esto’.

Los siervos replicaron: ‘¿Quieres que vayamos a arrancarla?’

No –les dijo- porque al arrancar la cizaña

corren el peligro de arrancar también el trigo.

Dejen que crezcan juntos hasta la cosecha,

y entonces diré a los cosechadores:

arranquen primero la cizaña y átenla en manojos para quemarla,

y luego recojan el trigo en mi granero.

 

También les propuso otra parábola:

«El Reino de los Cielos se parece a un grano de mostaza que un hombre sembró en su campo. En realidad, esta es la más pequeña de las semillas, pero cuando crece es la más grande de las hortalizas y se convierte en un arbusto, de tal manera que los pájaros del cielo van a cobijarse en sus ramas.»

Después les dijo esta otra parábola:

«El Reino de los Cielos se parece a un poco de levadura que una mujer mezcla con gran cantidad de harina, hasta que fermenta toda la masa.»

 

Todo esto lo decía Jesús a la muchedumbre por medio de parábolas, y no les hablaba sin parábolas, para que se cumpliera lo anunciado por el Profeta: Hablaré en parábolas anunciaré cosas que estaban ocultas desde la creación del mundo.

 

Entonces, dejando a la multitud, Jesús regresó a la casa; sus discípulos se acercaron y le dijeron: «Explícanos la parábola de la cizaña en el campo.»

El les respondió:

«El que siembra la buena semilla es el Hijo del hombre;

el campo es el mundo;

la buena semilla son los que pertenecen al Reino;

la cizaña son los que pertenecen al Maligno,

y el enemigo que la siembra es el demonio;

la cosecha es el fin del mundo

y los cosechadores son los ángeles.

Así como se arranca la cizaña y se la quema en el fuego, de la misma manera sucederá al fin del mundo. El Hijo del hombre enviará a sus ángeles, y estos quitarán de su Reino todos los escándalos y a los que hicieron el mal, y los arrojarán en el horno ardiente: allí habrá llanto y rechinar de dientes. Entonces los justos resplandecerán como el sol en el Reino de su Padre. ¡El que tenga oídos, que oiga!»  (Mt 13, 24 ss.).

 

Contemplación

¡Tres parábolas juntas! Jesús, y la Iglesia que nos regala la liturgia, piensan que somos como niños pequeños. ¿Vieron cómo los chicos chiquitos despliegan primero todos sus  juguetes en el suelo y luego van usando lo que les gusta? No hay otra manera de tomar las tres parábolas y, encima, la explicación de la del padre de familia que sembró buena semilla y un enemigo le metió cizaña. Si uno racionaliza es mucha riqueza para contemplar y se tiende a elegir una sola, pero si actúa como un niño pequeñito, despliega todos los juguetes en el suelo y va prestando atención a lo que le gusta.

Tomamos primero el granito de mostaza. Creo que recién hoy comprendí algo muy concreto de ese Reino que Jesús compara con este granito que se convierte en arbusto. Siempre entendí que el Reino comienza siendo pequeñísimo y luego se hace grande. Pero me chocaba la palabra “hortaliza”, que me suena a zanahoria (por la h y la z, seguro). Y al ver la imagen de este arbusto, no mucho más alto que un hombre, en el que se cobijan las bandadas de gorriones, también algo me chocaba. Como dice Pagola, no es que el granito de mostaza se convierte en un cedro del Líbano.

Lo que me hizo bien es que, aunque crece mucho, el Reino sigue siendo pequeñito. Enseguida se me vino la imagen del Hogar: aunque hemos crecido muchísimo, seguimos siendo un Hogar chico y para pequeñitos. No sólo porque vienen nuestros hermanos que están en situación de ser casi nada, los que ni se los mira, los que vemos al bulto, igualados por sus ropas modestas y la riqueza de los dolores de sus historias –escondida- sin nadie que las escuche con interés, salvo sus trabajadoras sociales (a veces al entrar al comedor pienso qué distinto si fueran todos embajadores o presidentes del Unasur, cómo distinguiría al de cada país, y a ellos, que son todos cristos, mi mirada los sobrevuela y pesco solo a uno que sonríe y a aquel que levanta la mirada, pero los más se me escabullen en su anonimato, que busca pasar desapercibido, tan al revés del deseo más cultivado de nuestra sociedad actual en la que tantos se desviven por “aparecer”. Me fui por las ramas (pero está bien, porque el reino es un arbusto de mostaza). También son pequeñitos nuestros colaboradores, que se suman con el mismo “igualamiento”, todos gorrioncitos yendo de aquí para allá, atareados cada uno en sus pequeños servicios –que las servilletas de papel envolviendo el juego de cubiertos de plástico, que los cartelitos con el nombre para cada cama, que el cambio de billetes chicos para repartir entre los artesanos y los papelitos con el número para que te atienda la trabajadora social o el doctor… El hogar –el reino- sigue siendo pequeño. En todo caso, cobija más bandadas de gorriones y crece el número de tareas y de proyectos creativos, pero su pequeñez se mantiene íntegra, armónica y esplendida (acá me fui de nuevo por las ramas y metí los rasgos esenciales de toda cosa bella). La pequeñez es como una invitación a que otros hagan su pequeño reino también en otros lugares.

Agarro ahora la levadura. Seguro que de chico Jesús jugaría con pedacitos de masa que le daba su madre mientras amasaba el pan. La imagen del poquito de levadura metido bien adentro de la masa y el olor a pan crudo leudando envuelto en un repasador, era para el Señor imagen hogareña. Y nos tiene que hacer venir a la nariz todo ese olor a pan –amasado y, después horneado y calentito- para sentir mejor la Eucaristía. Todo lo que es del Reino tiene que tener olor a Eucaristía, que es como decir olor a María, olor a su casita de Nazaret. Este poco de levadura que la mujer mezcla con gran cantidad de harina hasta que fermenta toda la masa, me habla de estar metido entre la gente y las cosas de todos los días con un fermento poderoso. La imagen linda es esta de mezclarse, suavemente, sin hacerse notar, para que el fermento que nos da Jesús se nos pase de uno a otro sin que nos demos cuenta. El reino de Jesús se hace por mezcla (qué curioso ¿no?, para mí, digo, que tiendo a decir que no hay que mezclar…). El reino de Jesús se amasa, con esa confianza natural del que hace el pan, sabiendo que la levadura fermentará toda la masa. “Ya se convencerán” decía una voluntaria del Hogar de Cristo, cuando le pregunté cómo hacían con la gente dura de cabeza para integrarse al proyecto común: “Ya se convencerán”, dijo con una sonrisa (y habían pasado cuarenta años).

 

Y, ahora sí, encuentro la punta para pasar a la parábola larga y que requirió explicación (aunque capaz que los discípulos se apuraron creyendo que las del granito de mostaza y la levadura eran las fáciles y resulta que no es tan así, porque eso de una pequeñez que se mantiene alegre en su pequeñez no es algo que se aprenda a vivir así nomás, a todos nos hubiera gustado que el pequeño Messi se convirtiera en un gigante y, como dijo casi llorando uno a mi lado en la plaza de Congreso, cuando iba a patear el último tiro libre que salió altísimo “Dale Messi, vos tenés que salvar la Argentina, ahora”. Ya me fui por las ramas de nuevo, pero como dijimos que las parábolas se nos ponen todas juntas para jugar no me parece impertinente decir que, recién ahora, luego del dolor estresante de haber perdido habiendo podido ganar con un poquito de suerte, me va surgiendo de adentro una imagen muy linda de nuestro seleccionado, más de 23 obreros del fútbol que de 4 fantásticos, más de 7 partidos jugados con inteligencia y corazón que de diez  segundos de pase, pechito y embocada perfecta. Si el fútbol puede convertirse, cada tanto, en una parábola de la realidad (gracias a su inigualable dramatismo que te pone en el cielo o en la muerte en un segundo), creo que acepto mejor esta imagen de un dinamismo de trabajo en equipo que llega a un segundo puesto (como dice la oración de San José: se pueden hacer cosas magníficas siendo el número dos) que la imagen de un dinamismo mágico en el que la argentina siempre se salva en el último segundo gracias a alguna avivada o genialidad de unos pocos. El gusto amarguísimo de ese instante (todavía me duele ver el Congreso y repito el gol en Youtube a ver si en algún momento no entra y en vez el de Messi sí) se va convirtiendo en un gusto distinto, en vez de gustar un resultado del que todos nos apropiamos sin merecerlo, viene el gusto de tener gente como nuestros pibes (porque son jóvenes), que trabajan bien en su profesión y hacen bien lo suyo, con amor a la celeste y blanca.

Bueno, con la parábola de la cizaña salió esto y lo dejo así. Digo que lo que salió es lo de haberme aguantado la cizaña esta semana (los “¿no era que teníamos un buen equipo?”) y, amasando la derrota y viendo el conjunto, uno dice: fue un lindo mundial. Nos hizo tener un cachito más de esperanza. El resultado no mágico nos preservó de un exitismo malsano y revanchista. El esfuerzo logrado asumiendo los límites y enfrentando con inteligencia a otros mejores o tan buenos como nosotros nos ayuda a cosechar una buena enseñanza: hay que confiar en nuestro trigo, una y otra vez, y no desalentarnos por la cizaña. El fútbol, como nuestro Dios, no se cansa de perdonar y siempre ofrece una nueva oportunidad, un nuevo sueño de jugar mejor y de ganar.argentina-

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