Domingo 15 A 2014

No se dejen robar la alegría de sembrar

“Jesús salió de la casa y se sentó a orillas del mar.

Una gran multitud se reunió junto a él, de manera que tuvo que subir a una barca y sentarse en ella, mientras la multitud permanecía en la orilla.

Entonces él les habló extensamente por medio de parábolas.

Les decía…:

El sembrador salió a sembrar.

Al esparcir las semillas,

algunas cayeron al borde del camino y los pájaros las comieron.

Otras cayeron en terreno pedregoso, donde no había mucha tierra,

y brotaron enseguida, porque la tierra era poco profunda;

pero cuando salió el sol, se quemaron y, por falta de raíz, se secaron.

Otras cayeron entre abrojos, y estos, al crecer, las ahogaron.

Otras cayeron en una linda tierra y dieron fruto: unas cien, otras sesenta, otras treinta.

El que tenga oídos, que oiga.

Los discípulos se le acercaron y le dijeron:

– ¿‘Por qué les hablas por medio de parábolas?’.

El les respondió:

– ‘A ustedes se les ha concedido conocer los misterios del reino de los cielos, pero a ellos no. Porque a quien tiene se le dará más todavía y tendrá en abundancia,  pero al que no tiene, se le quitará aún lo que tiene. Y así se cumple en ellos la profecía de Isaías, que dice: ‘Por más que oigan no comprenderán, por más que vean, no conocerán. Porque el corazón de este pueblo se ha endurecido, tienen tapados sus oídos y han cerrado sus ojos, para que sus ojos no vean y sus oídos no oigan, y su corazón no comprenda,  y no se conviertan y yo no los sane’. Felices, en cambio los ojos de ustedes, porque ven; felices sus oídos, porque oyen…” (Mt 13, 1-23).

Contemplación

Me gustó un párrafo de José A. Pagola: “Jesús sembraba con el realismo y la confianza de un labrador de Galilea. Todos sabían que la siembra se echaría a perder en más de un lugar en aquellas tierras desiguales. Pero eso no desalentaba a nadie: ningún labrador dejaba por ello de sembrar”.

Me gustó porque me ayudó a avivarme de algo que nos está robando el mundo de hoy: el gusto y la alegría de sembrar.

En el espíritu de La Alegría del Evangelio, donde Francisco nos dice tantas veces: “No nos dejemos robar el entusiasmo y la fuerza misionera” (EG 80 y 109); “No nos dejemos robar la alegría evangelizadora” (EG 83); “No nos dejemos robar la esperanza” (EG 86), no desentonaría un: “No nos dejemos robar la alegría de sembrar”. En nuestros hijos y para ellos, en nuestra Patria (y que no sea sólo soja), en nuestras obras, aunque ya caminen y anden sirviendo bien, en nuestro corazón, aunque seamos grandes… No nos dejemos robar el gusto de sembrar… ¿qué cosa? Semilla nueva, por supuesto: más evangelio, más ideas nuevas, más prácticas nuevas. Se trata, dice Francisco, citando a su querido Pablo VI,  de esa “dulce y confortadora alegría de evangelizar, incluso cuando hay que sembrar entre lágrimas” (EG 10).

Sembrar no es algo que se hace una vez: cuando los chicos son chicos, cuando uno estudio su carrera, cuando se inicia una familia… Tampoco es algo de todos los días: sembrar es una actividad anual. Cada año se siembra de nuevo.

Esta dinámica propia de Jesús no es una más entre otras: la parábola del Sembrador es la Parábola madre. El Evangelio “tiene siempre la dinámica del éxodo y del don, del salir de sí, de caminar, de sembrar siempre de nuevo, siempre más allá (EG 21).

Y, aclarémoslo bien, no se trata de una cuestión en primer lugar voluntarista: “hay que sembrar. La Vida misma es sinónimo de siembra. Toda vida es semilla que se siembra, que sale de los frutos de un árbol o de un ser vivo  y da fruto en otro terreno, en otro ser. Si hay vida es que hubo Sembrador.

Claro, esta frase atenta contra el paradigma actual, que está muy metido. Nos hacen creer que la vida surgió como “automáticamente”, de las piedras –con unos cuantos millones de años luz- salieron espigas. Sin embargo, no se ve mucha vida en las piedras estelares del universo. Tan automática, la cosa no es. Más que la imagen chata del azar y del automatismo, en que lo más sale de lo menos, me gusta la imagen de un Sembrador que sembró en todos los terrenos del Universo y en nuestra Tierra buena, la vida dio fruto. Al fin y al cabo, la otra –la de una evolución automática y azarosa- también es “una imagen”.

Pero vayamos más a lo cotidiano. ¿Qué es eso de que “nos roban el gusto de sembrar”?

Sembrar es una tarea esforzada y que lleva tiempo. Me decía la abuela Amelia, con sus más de 95 años, hablando de que iba a cocinarse dos papas para el almuerzo: “En mi pueblo, en España, éramos gente que nos gustaba la tierra: plantábamos nuestras verduras, teníamos una linda huertita”. Me vino ahora al corazón eso que me tocó: nos gustaba la tierra. En nuestras grandes ciudades, basta que uno tenga una plantita para que sienta el gusto de la tierra, pero somos gente práctica, nos decidimos por lo enlatado. Y de alguna manera, el empujón del consumismo, se nos va metiendo en otros ámbitos de la vida.

Lo primero que aprendía un chico en el campo era esto de sembrar: los trabajos de la siembra, el esfuerzo, la paciente espera… Lo primero que aprende un chico hoy es la inmediatez de los aparatos: tocás el botón y aparece la magia de las imágenes.

¿Está mal esto? ¿Es mejor el tiempo lento del campo que el tiempo veloz de la ciudad?

Yo creo que no, pero creo también que hay que reencontrar el paradigma fundamental: porque lo tecnológico también es siembra. Que haya tantas cosas y tantas realidades al alcance de la mano es fruto de una siembra gigantesca: miles de millones de personas trabajan (y muchas son explotadas crudelísimamente) para que tener millones de celulares al alcance de la mano parezca algo tan natural como ver las infinitas hojas de los árboles de un bosque o las espigas de un trigal.

Por eso es que creo que hay que “visibilizar” a los sembradores. Primero, a los sembradores y sembradoras que siembran entre lágrimas y que no gozan de casi ningún fruto de su siembra.

Visibilicemos esas “lágrimas de las cosedoras de los ojales en nuestras camisas” como decía Hurtado en “¿Sabes cuánto cuesta hacer un ojal?”.

Luego, visibilicemos también a los que siembran cantando, a todas las personas que se sienten dignas trabajando y brindan con amor de sembradores y sembradoras esas semillas cuyos frutos pueden ver y gustar en alguna medida.

Los de las lágrimas primero porque no es justo borrar la imagen de que, cuánto más sofisticado y caro es un producto, más sembradores hubo. Tenemos que sentir el peso del cansancio en los ojos de los que elaboran nuestros productos cada vez más miniaturizados, los pinchazos de las agujas en los dedos de los que bordan a mano los detalles de las ropas caras, la pena más que el hambre de los mozos que no pueden llevar a casa para sus hijos algo de las comidas riquísimas que sirven por horas y horas a los invitados a una fiesta.

Lo de la alegría de los que se sienten felices y dignos al sembrar, porque es la imagen de esperanza más verdadera que hay: el sentido de la vida es sembrar mucho más que consumir. El consumo anula el deseo, aunque lo exacerbe. La siembra estimula el deseo y nos hace crecer como personas espirituales, nos pone ante la presencia de un bien que se goza ya en la siembra misma y que, cuando luego lo disfrutamos, nos hace sentir felices de haberlo trabajado y esperado.

Que no nos roben la alegría de sembrar. Cada uno lo que pueda, especialmente en los más chicos, en los jóvenes, en los que continúan una tarea que comenzamos.

Sembrar la fe, el amor a Jesús, la confianza de hijitos en nuestro Padre.

Sembrar los valores más genuinos, la dignidad del trabajo, el orgullo hondo de la libertad, el gusto por todo lo bello, la adhesión sin dudas a todo lo que es bueno, el alivio que da la verdad, la honradez de pedir perdón, la humildad de reparar lo que no se hizo bien…

Cada uno sabrá cuál es su semilla. Pero lo importante es andar atento a sembrar. No importa si hay terrenos hostiles. Lo humano es sembrar. Ser gente que siembra. No está mal ser consumidores de espectáculos. Especialmente con algo tan emocionante como una final de un mundial. Lo que hay que saber es que cosechamos la alegría de contemplar un triunfo que otros sembraron y cultivaron esforzadamente. Es muy notable cómo los jugadores tienen bien claro lo que es suerte y resultado, y lo agradecen, y lo que es siembra y trabajo del equipo: de esto último se sienten orgullosos.

Mascherano: “Vos, hoy, vas a ser el héroe”

 

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No lo puedo creer. Estoy feliz de formar parte de un equipo de hombres, que luchó por un objetivo y hoy tiene la tranquilidad de haber puesto a Argentina donde se merece: en una final del mundo. Por eso y porque jugamos con una inteligencia táctica impresionante. Y era lo que pretendíamos: estar a la altura. Después, el destino decidirá donde nos pone. Ahora nos puso en la final y hay que disfrutarlo. No lo vamos a volver a vivir: es el partido más importante de nuestras carreras.

¿Basta de esto para ganar?

No, con el corazón no vas a ganar. Va a ayudar mucho, pero hay que jugar con la cabeza, con la inteligencia, con el orden. El corazón lo ponés y lo vamos a poner seguramente. Pero si no hay una idea, como la hubo ayer, va a ser muy difícil. Está muy bien que se hable de ganas, de hambre, de todo lo que tuvo el equipo durante este campeonato, pero me gustaría que se hable de la inteligencia y el orden táctico: desde Gonzalo hasta Leo, pasando por los volantes externos, todo el mundo corrió una salvajada. Y corrió con sentido.

El quite a Robben

Más que virtud mía, él me da un segundo más porque toca una vez más la pelota, gracias a Dios no enganchó. El fútbol es esto, a veces tener esta pizca de suerte. Además de jugar con el corazón y el alma, si no pensás, si no cubrís los espacios y si no ayudás a los laterales… Y el equipo lo pensó todo y lo hizo. Holanda prácticamente no tuvo situaciones.

Diego Fares sj

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