Domingo 18 A 2014

Los aforismos viscerales de Francisco

berni

«Berni es el Dostoievski argentino, un experto en humanidad, que sabe plasmar esa humanidad. Tienen que ver los ojos de los chicos que pinta Berni. Son ojos tristes sufridos»

(Papa Francisco)

 

 

Jesús se alejó en una barca a un lugar desierto para estar a solas.

Apenas lo supo la gente, dejó las ciudades y lo siguió a pie.

Al salir de la barca, Jesús vio toda esa gente

y se le enterneció con ellos el corazón

y se puso a curar a sus enfermos.

Al atardecer, los discípulos se acercaron y le dijeron:

‘Este es un lugar desierto y ya se hace tarde, despide a la gente para que vaya a las ciudades a comprarse alimentos’.

Pero Jesús les dijo:

‘No necesitan ir, denles ustedes de comer’.

Ellos le respondieron:

‘Aquí no tenemos nada más que cinco panes y dos pescados’.

‘Traiganmelos aquí’, les dijo.

Y después de ordenar a la gente que se sentara sobre el pasto,

tomó los cinco panes y los dos pescados,

y levantando los ojos al cielo,

pronunció la bendición, partió los panes,

los dio a sus discípulos y ellos los distribuyeron entre la multitud.

Todos comieron hasta saciarse

y con los pedazos que sobraron se llenaron doce canastas.

Los que comieron fueron unos cinco mil hombres,

sin contar las mujeres y los niños” (Mt 14, 13-21).

 

Contemplación

 

Dice un autor: “El evangelio de Mateo es un drama sobre la venida del Reino de los cielos: luego de exponer el  Misterio del reino en parábolas, Mateo presenta ahora las Primicias del reino y nos va dando un esbozo de la vida de la Iglesia, que comienza con la primera multiplicación de los panes”.

Me gustó esto de que “la vida de la iglesia comienza con la primera multiplicación de los panes”. Aunque en realidad, si somos justos, podemos decir que la vida de la Iglesia comienza con ese “enternecimiento visceral del corazón de Jesús” al ver a la gente como “fragmentada, como ovejas sin pastor”. Contarles sus parábolas del reino, curar a los enfermos y compartir con ellos su pan, son expresiones de esa ternura que siente Jesús y que lo lleva a hacer de la multitud anónima un pueblo fiel, una comunidad: la Iglesia.

El griego “Splagnizomai” es muy gráfico, significa “entrañas”. Más aún, “splagna” son todas las partes internas del animal –corazón, higado, riñones, chinchulines…, hablando en criollo,  las achuras- que, cuando se sacrificaba un animal, se apartaban para el asadito de los que hacían el sacrificio.

Esta compasión y enternecimiento se traduce también como “gran afecto” (y aquí entra Ignacio, con sus Ejercicios para afectarnos bien a Jesús y desafectarnos de todo lo que nos impide ser sus compañeros).

En el lenguaje coloquial siempre se han utilizado estas “achuras” para expresar que los sentimientos humanos más verdaderos, en el sentido de más básicos, repercuten no sólo en la mente y en el corazón sino que “hay cosas que nos revientan el hígado”, hay “gente que es del riñón de alguien importante” y hay situaciones terribles que “nos revuelven las tripas” o nos hacen sentir “una compasión entrañable”.

En Jesús, no sólo su corazón es digno de veneración sino todo en él. El evangelio suele ser bien explícito, como cuando Jesús cura al mudo con su saliva o le mete el dedo en las orejas al sordo. Y si no nos basta, qué más explícito que decir que nos salvó “derramando su sangre como un corderito degollado” y que “su cuerpo es verdadera comida”.

Por eso, este sentimiento ante las multitudes, en el que el Señor pone en juego todas sus pasiones más básicas es, creo yo, algo que anda necesitando nuestra época.

No bastan la mente y el corazón “limpios” para contemplar a “toda esa gente” que sufre en los bombardeos de Gaza, en los aeropuertos donde debían llegar los aviones que fueron derribados o sufrieron un desperfecto, toda esa gente que se amontona en las barcazas que llegan a Lampedusa, toda esa gente que sufre el virus de Ebola en Guinea, Sierra Leona y Liberia. Si uno pone en Google “fotografiando la condición humana”, verá fotos que apelan a una mirada como la de Jesús: llena de compasión entrañable. Ninguna otra mirada puede bastar para “ver” realmente lo que sufre la gente.

No sé si me explico. Lo que quiero decir es que Jesús no sólo es necesario para adorar al Padre sino que se ha vuelto imprescindible para “mirar a la humanidad”.

Ni siquiera digo para comenzar a ayudar, a hacer algo, sino simplemente para mirar. Sin Jesús “no hay mirada” que vea lo que le pasa a la gente.

Si se animan miren los rostros de ese sitio que puse y díganme quién puede responder al grito del inmigrante de la foto 8 o a los gestos de los refugiados de la foto 7. Sin Jesús, cada uno sólo puede ver “sus muertos”, “sus heridos” y a veces ni siquiera, porque si mira al lado puede que pierda su porción de ayuda humanitaria o su lugar en el tren de los niños de México. Sin Jesús nos vamos volviendo miopes y sólo nos vemos a nosotros mismos.

Cuando digo “la mirada compasiva de Jesús” estoy diciendo dos cosas: que necesitamos no solo los ojos y el corazón humano de Dios sino también sus entrañas, su hígado y sus riñones, para que nos indignemos como se indigna Él y no como nos indignamos nosotros, que desencadenamos más violencia. Necesitamos las entrañas de Jesús, su amor visceral, pero con vísceras que convierten todo su ser en alimento pacificador y no en rabia. Necesitamos toda la sangre derramada del Señor, derramada para el perdón de los pecados y no para la venganza furiosa y destructiva.

Hay un aspecto del Cuerpo de Cristo que es bueno para los tiempos de paz y de armonía en la humanidad. En esos tiempos el Cuerpo del Señor se convierte en hermosos templos, en música y en alabanzas, en ceremonias que expresan lo mejor de la comunidad reunida como para una fiesta de bodas. Todo eso es lo hermoso del cuerpo de Cristo y hace que la Iglesia se vista como una Novia con sus joyas y que disfrutemos del Banquete con vino de calidad como en Caná.

Pero hay otro aspecto del Cuerpo de Jesús que nos habla de Cruz y no de Fiesta, de sangre y no de vino, de pan comido multitudinariamente a la intemperie y no de cena íntima entre amigos.

Lo que quiero expresar es que hay una Liturgia que se da en las periferias existenciales, como dice Francisco, y ahí hay que revestirse no con albas y casullas de fiesta sino con delantales de cocina y de quirófano y hay que rezar para purificar no sólo el corazón sino más bien los riñones y el hígado y las entrañas. Porque eso es lo que necesitamos de Jesús, para indignarnos bien, para enojarnos bien, para conmovernos bien. Estos órganos expresan lo más humano nuestro y lo menos “universal”, por eso necesitan ser “evangelizados”, para que nuestra indignación sea la de Jesús y no la que nos hace mostrar la hilacha y excedernos en algunos puntos más sensibles para cada uno dejando pasar otros sensibles para los demás.

Si le sacamos un poco más el jugo a la metáfora del asado diríamos que si el desafío es salir a evangelizar las “achuras” de la humanidad, en la Iglesia no podemos perder tiempo discutiendo si el bife de lomo lo queremos cocido o a punto. La gente necesita a Jesús para que le cure a sus enfermos y le perdone sus pecados. Pero para que cure las enfermedades y los pecados graves, no para que haga tratamientos estéticos o mitigue escrúpulos.

Necesitamos que nos cure ese odio que envenena nuestros riñones y lleva a arrojar bombas sobre civiles inocentes, necesitamos que nos haga un transplante de entrañas a ese sistema financiero que no las tiene, literalmente, y que amontona la plata en bolsas virtuales cuando debería ir destinada a un pancito para los que tienen hambre y a un remedio para los que están enfermos, necesitamos que cure la corrupción que desvía dineros públicos y se traduce en vida de mala calidad para la gente.

La imagen de Francisco, del mundo como un hospital de campaña, la tenemos que incorporar de modo tal que se traduzca en comportamientos cristianos no sólo concretos sino “viscerales”,  que él mismo nos explicita cada día.

Entre las prioridades yo pondría, en primer lugar, una que es “evangelizadora” y que formularía así:

“Anunciar el evangelio de manera que todos entiendan (y se alegren con la alegría del evangelio)”. A este entendimiento pleno apuntan su testimonio y sus gestos, junto con sus palabras.

A nivel mundial, lo visceral de la paz es “rezar sin discutir” y “convenir en que es insoportable la guerra”.

Rezaremos con los dos (Shimon Perez y Mahmud Abbas). Rezar sin llevar a cabo discusiones de ningún tipo es importante, ayuda. Después, cada uno vuelve a su casa. Habrá un rabino, un musulmán y yo”.

Construir la paz es trabajoso pero vivir en guerra es insoportable”.

 

A nivel político-económico, lo visceral es incluir a todos. Todos sin excepción, sin sobrantes.

En relaciones con los ortodoxos, lo visceral está en hacer la unidad en la calle, caminando juntos”. “Con Bartolomé hemos hablado de la unidad que se construye caminando; no podremos construir la unidad en un congreso de teología.

 

En relación con la misericordia todo lo que nos dice Francisco es visceral: “Dios no se cansa nunca de perdonar”. “Dejémonos envolver por la misericordia de Dios; confiemos en su paciencia que siempre nos concede tiempo; tengamos el valor de volver a su casa, de habitar en las heridas de su amor dejando que Él nos ame, de encontrar su misericordia en los sacramentos”.

 

En el asunto del abuso de menores fue contundente: es como una misa negra. “Un sacerdote que hace esto traiciona el cuerpo del Señor porque este sacerdote debe llevar a este niño o a esta niña, a la santidad; los niños confían en ellos y en vez de llevarlos a la santidad, abusan de ellos. Es gravísimo. Es como una misa negra: tú tienes que llevarlo a la santidad y lo llevas a un problema que le va a durar toda su vida”.

 

En lo de los divorciados vueltos a casar, lo visceral está en profundizar, en no banalizar el problema: “No me ha gustado que muchas personas, incluso dentro de la Iglesia, hayan dicho: el Sínodo será para dar la comunión a los divorciados que se han vuelto a casar; como si todo se redujese a una casuística: ¿Se podrá o no dar la comunión?… Sabemos que la familia hoy está en crisis, es una crisis mundial, los jóvenes no quieren casarse, o conviven, el matrimonio está en crisis y también la familia”.

 

Y así con todo…

Son los “aforismos viscerales de Francisco”, palabras que hieren con amor el corazón. Las palabras de Francisco son verdaderamente panes –los cinco pancitos- que alimentan, que crean cercanía entre todos y nos dan aire de familia. Son palabras que nos hacen Iglesia, pueblo de Dios, lugar donde cada uno puede sentirse incluido “visceralmente” y no sólo más o mejos o de manera puramente formal. Y esa es la respuesta a las inmensas necesidades y deseos de la humanidad hoy.

Diego Fares sj

Domingo 17 A 2014

Vendiendo todo lo que tengo

 

Jesús dijo a la multitud:

– Con el Reino de los cielos sucede como con un tesoro escondido en el campo que un hombre al encontrarlo lo esconde y por la alegría que le da va y vende todas las cosas que tiene y compra aquel campo.

Con el Reino de los cielos sucede también como con un hombre de negocios que anda buscando perlas preciosas. Al encontrar una de muchísimo valor se fue a vender todo lo que tenía y la compró.

También, así sucede con la llegada del Reino de los cielos, a saber, como cuando se echa una red al mar y junta todo género de peces; entonces, cuando la red está llena, los pescadores la sacan a la orilla y, sentándose, recogen los peces buenos en canastas y arrojan afuera los malos. Así sucederá al fin del mundo: vendrán los ángeles y separarán a los malos de entre los justos, para arrojarlos en el horno ardiente. Allí habrá llanto y rechinar de dientes.

– ¿Comprendieron todo esto?

– Sí -, le respondieron.

Entonces agregó:

– Así todo escriba que se ha convertido en discípulo del Reino de los Cielos es como un padre de familia que extrae de su tesoro cosas nuevas y cosas antiguas. (Mt 13, 44-52).

 

Contemplación

Estoy dudando, al escribir la contemplación, si darle más lugar a una experiencia personal o a un dato exegético. Lo personal es que sintonicé enseguida con lo de vender todo lo que tengo por la alegría que dan el tesoro y la perla. El dato que me llamó la atención es que toda la parábola del Tesoro está “contenida” en un solo versículo (Mt 13, 44).

Ahora que le di cabida a las dos cosas y no me quedé dudando, me ilumina la última parábola, la del discípulo del reino de los cielos que es como un padre de familia que saca de su tesoro cosas “de la vida” y “de la Palabra”. Francisco dice que debemos ser “contemplativos de la Palabra y contemplativos del pueblo” (EG 154), tener una mirada contemplativa que “descubra al Dios que habita en los hogares, en las calles…” (EG 71).

 

Intuitivamente me focalizo ahora en la “alegría”. Creo que Jesús, con esta parábola, quiere centrar nuestra mirada interior en este tesoro escondido que es la alegría. Como dice la canción:

Oh Jesús de dulcísima memoria,

que nos das la alegría verdadera,

más que miel y que toda otra cosa

nos infunde dulzura tu presencia.

….

La alegría es una de las “emociones básicas”. Es respuesta a la presencia de un bien que se nos dona.

Humanamente, como los bienes tienen distinta validez, distinta duración –algunos son intensos pero efímeros, por ejemplo- y podemos engañarnos, como cuando festejamos un gol que no entró y la alegría que brotó incontenible se desinfla irremediablemente, tendemos si no a sospechar de la alegría al menos a ponerla un poco entre paréntesis. Por eso quizás es tan fuerte la tendencia a sobrevalorar los resultados: un resultado favorable nos permite alegrarnos una y otra vez sin temor a que cambie. Si ganamos, ganamos. Detrás del número ganador lo que se esconde es “una alegría que nadie nos puede quitar”. Es en un ámbito de la vida, el del juego, pero es “absoluta”. Y en el fondo es como una parábola de lo que anhela nuestro corazón: la alegría de un bien que nadie nos pueda quitar.

 

Pues bien, eso es precisamente lo que promete Jesús. Ni más ni menos. El cristianismo o es una alegría que nada ni nadie nos puede quitar o no es nada.

 

A despertar este deseo, que a veces ponemos entre paréntesis por miedo a ser defraudados, tienden las parábolas del tesoro y de la perla. Jesús apela a dos  experiencias de alegría suma, propias de su tiempo y nos dice que es con esas alegrías con las que hay que comparar el reino de los cielos.

 

La fantasía popular de aquel entonces iba por este lado: los sueños de los campesinos que araban campos ajenos iban por el lado de encontrar un tesoro escondido; los sueños de los trabajadores más independientes, iban por el lado de encontrar una perla fina.

Hoy en día ¿cuáles serían las alegrías con las que podríamos comparar el reino de los cielos?

Yo comparto la mía y que cada uno busque la suya, porque de eso se trata.

 

Mis alegrías tienen que ver con la misión. A los 21 años dejé todo lo que tenía, que más que cosas (en realidad las cosas que tenía no eran más que algunos libros, ropa y una bici, que me robaron la semana antes de entrar al noviciado), eran sueños y posibilidades y me puse a disposición de la Compañía de Jesús que me fue dando distintas misiones. Mi experiencia de ser misionado tuvo mucho que ver con el hoy Papa Francisco. Más que mucho, tuvo todo que ver, ya que fue él el que me admitió en el Noviciado un día de feria, el que me concedió los votos “hasta la muerte”, me misionó al Ecuador como maestrillo, dándome total libertad de confrontarme con otros modos de pensar en la Compañía, y luego me trajo de vuelta a trabajar en la formación de los jesuitas. El fue el que me envió a los barrios de Guadalupe y Sumampa, con los sacerdotes que estaban en la religiosidad popular, el que me enseñó a dar Ejercicios y me animó a pedir las órdenes, el que me compartió su gusto por von Balthasar, cuya obra estudié para  hacer el doctorado, el que me animó a escribir, me apoyó siempre en el trabajo en El Hogar, me invitó a Aparecida y hasta me dio permiso especial, como Arzobispo, para la pastoral con los chinos.

Todas estas misiones han sido y son para mí motivo de profunda alegría y fecundidad espiritual. Por eso, cuando nuestro padre General me mandó preguntar si estaba disponible para trabajar en Roma, cerca de Francisco, la alegría que me vino y el comenzar inmediatamente a “venderlo todo”, fue una y la misma cosa. El que ve de afuera, quizás ve un gran cambio. Desde adentro, es la profundización de la única misión que he recibido en la Compañía a lo largo de toda mi vida. ¡Es como haber andado trabajando toda la vida con Jorge Bergoglio y de golpe dar Francisco!

 

De entre todos los bienes que existen en esta tierra, el mayor de todos y que da alegría más intensa y duradera, es el de poder comunicar a otro un bien que uno tiene: enseñar a otro a dar ejercicios es fuente de más alegría que sólo darlos, si es que se puede hablar de más y menos en lo que ya de por sí es una alegría plena. En este sentido, misionar a otro, encontrarle el lugar donde Dios lo bendice más y donde puede hacer mayor bien a la gente, especialmente a los pequeñitos y más necesitados, es una gracia muy grande en la Iglesia. Encontrar al que te puede misionar, junto con otros, es un tesoro. Los que descubrimos temprano esta gracia en Francisco, no sólo hemos encontrado nuestra tarea en el mundo sino que nos hemos hecho amigos para siempre, con él y entre nosotros. Y esta alegría es expansiva, incluye a mucha gente que la percibe y que se suma y encuentra en esta misión compartida una fuente de alegría profunda y verdadera.

Hoy, la iglesia entera, y muchísimos hombres y mujeres de buena voluntad, como se dice, quieren gozar de “sentirse pastoreados –misionados- por Francisco”, porque intuyen y saben que cuando hay un buen pastor es Jesús mismo el que pastorea y misiona.

Bueno esto es lo que quería compartir hoy: que el tesoro y la perla es “encontrar quién nos misione”.

El hilo conductor hay que agarrarlo, cada uno, por la punta del ovillo de sus alegrías verdaderas, de aquello que ha andado buscando y con lo que ha soñado desde chico, toda la vida. Cuando uno le encuentra la punta del ovillo a la misión, la vida se vuelve como un solo versículo en cuyo centro está, simplemente, la alegría de Jesús con su dulcísima presencia.

alegría

 

Diego Fares sj

 

 

Domingo 16 A 2014

Jugar con las parábolas

 

“Jesús propuso a la gente esta parábola:

El reino de los cielos se parece a

un hombre que sembró buena semilla en su campo;

pero mientras todos dormían vino su enemigo,

sembró cizaña en medio del trigo y se fue.

Cuando creció el trigo y aparecieron las espigas, también apareció la cizaña.

Los siervos fueron a ver entonces al padre de familia y le dijeron:

‘Señor, ¿no era que habías sembrado semilla buena en tu campo?

¿Cómo es que ahora hay cizaña?’

El les respondió: ‘Un enemigo hizo esto’.

Los siervos replicaron: ‘¿Quieres que vayamos a arrancarla?’

No –les dijo- porque al arrancar la cizaña

corren el peligro de arrancar también el trigo.

Dejen que crezcan juntos hasta la cosecha,

y entonces diré a los cosechadores:

arranquen primero la cizaña y átenla en manojos para quemarla,

y luego recojan el trigo en mi granero.

 

También les propuso otra parábola:

«El Reino de los Cielos se parece a un grano de mostaza que un hombre sembró en su campo. En realidad, esta es la más pequeña de las semillas, pero cuando crece es la más grande de las hortalizas y se convierte en un arbusto, de tal manera que los pájaros del cielo van a cobijarse en sus ramas.»

Después les dijo esta otra parábola:

«El Reino de los Cielos se parece a un poco de levadura que una mujer mezcla con gran cantidad de harina, hasta que fermenta toda la masa.»

 

Todo esto lo decía Jesús a la muchedumbre por medio de parábolas, y no les hablaba sin parábolas, para que se cumpliera lo anunciado por el Profeta: Hablaré en parábolas anunciaré cosas que estaban ocultas desde la creación del mundo.

 

Entonces, dejando a la multitud, Jesús regresó a la casa; sus discípulos se acercaron y le dijeron: «Explícanos la parábola de la cizaña en el campo.»

El les respondió:

«El que siembra la buena semilla es el Hijo del hombre;

el campo es el mundo;

la buena semilla son los que pertenecen al Reino;

la cizaña son los que pertenecen al Maligno,

y el enemigo que la siembra es el demonio;

la cosecha es el fin del mundo

y los cosechadores son los ángeles.

Así como se arranca la cizaña y se la quema en el fuego, de la misma manera sucederá al fin del mundo. El Hijo del hombre enviará a sus ángeles, y estos quitarán de su Reino todos los escándalos y a los que hicieron el mal, y los arrojarán en el horno ardiente: allí habrá llanto y rechinar de dientes. Entonces los justos resplandecerán como el sol en el Reino de su Padre. ¡El que tenga oídos, que oiga!»  (Mt 13, 24 ss.).

 

Contemplación

¡Tres parábolas juntas! Jesús, y la Iglesia que nos regala la liturgia, piensan que somos como niños pequeños. ¿Vieron cómo los chicos chiquitos despliegan primero todos sus  juguetes en el suelo y luego van usando lo que les gusta? No hay otra manera de tomar las tres parábolas y, encima, la explicación de la del padre de familia que sembró buena semilla y un enemigo le metió cizaña. Si uno racionaliza es mucha riqueza para contemplar y se tiende a elegir una sola, pero si actúa como un niño pequeñito, despliega todos los juguetes en el suelo y va prestando atención a lo que le gusta.

Tomamos primero el granito de mostaza. Creo que recién hoy comprendí algo muy concreto de ese Reino que Jesús compara con este granito que se convierte en arbusto. Siempre entendí que el Reino comienza siendo pequeñísimo y luego se hace grande. Pero me chocaba la palabra “hortaliza”, que me suena a zanahoria (por la h y la z, seguro). Y al ver la imagen de este arbusto, no mucho más alto que un hombre, en el que se cobijan las bandadas de gorriones, también algo me chocaba. Como dice Pagola, no es que el granito de mostaza se convierte en un cedro del Líbano.

Lo que me hizo bien es que, aunque crece mucho, el Reino sigue siendo pequeñito. Enseguida se me vino la imagen del Hogar: aunque hemos crecido muchísimo, seguimos siendo un Hogar chico y para pequeñitos. No sólo porque vienen nuestros hermanos que están en situación de ser casi nada, los que ni se los mira, los que vemos al bulto, igualados por sus ropas modestas y la riqueza de los dolores de sus historias –escondida- sin nadie que las escuche con interés, salvo sus trabajadoras sociales (a veces al entrar al comedor pienso qué distinto si fueran todos embajadores o presidentes del Unasur, cómo distinguiría al de cada país, y a ellos, que son todos cristos, mi mirada los sobrevuela y pesco solo a uno que sonríe y a aquel que levanta la mirada, pero los más se me escabullen en su anonimato, que busca pasar desapercibido, tan al revés del deseo más cultivado de nuestra sociedad actual en la que tantos se desviven por “aparecer”. Me fui por las ramas (pero está bien, porque el reino es un arbusto de mostaza). También son pequeñitos nuestros colaboradores, que se suman con el mismo “igualamiento”, todos gorrioncitos yendo de aquí para allá, atareados cada uno en sus pequeños servicios –que las servilletas de papel envolviendo el juego de cubiertos de plástico, que los cartelitos con el nombre para cada cama, que el cambio de billetes chicos para repartir entre los artesanos y los papelitos con el número para que te atienda la trabajadora social o el doctor… El hogar –el reino- sigue siendo pequeño. En todo caso, cobija más bandadas de gorriones y crece el número de tareas y de proyectos creativos, pero su pequeñez se mantiene íntegra, armónica y esplendida (acá me fui de nuevo por las ramas y metí los rasgos esenciales de toda cosa bella). La pequeñez es como una invitación a que otros hagan su pequeño reino también en otros lugares.

Agarro ahora la levadura. Seguro que de chico Jesús jugaría con pedacitos de masa que le daba su madre mientras amasaba el pan. La imagen del poquito de levadura metido bien adentro de la masa y el olor a pan crudo leudando envuelto en un repasador, era para el Señor imagen hogareña. Y nos tiene que hacer venir a la nariz todo ese olor a pan –amasado y, después horneado y calentito- para sentir mejor la Eucaristía. Todo lo que es del Reino tiene que tener olor a Eucaristía, que es como decir olor a María, olor a su casita de Nazaret. Este poco de levadura que la mujer mezcla con gran cantidad de harina hasta que fermenta toda la masa, me habla de estar metido entre la gente y las cosas de todos los días con un fermento poderoso. La imagen linda es esta de mezclarse, suavemente, sin hacerse notar, para que el fermento que nos da Jesús se nos pase de uno a otro sin que nos demos cuenta. El reino de Jesús se hace por mezcla (qué curioso ¿no?, para mí, digo, que tiendo a decir que no hay que mezclar…). El reino de Jesús se amasa, con esa confianza natural del que hace el pan, sabiendo que la levadura fermentará toda la masa. “Ya se convencerán” decía una voluntaria del Hogar de Cristo, cuando le pregunté cómo hacían con la gente dura de cabeza para integrarse al proyecto común: “Ya se convencerán”, dijo con una sonrisa (y habían pasado cuarenta años).

 

Y, ahora sí, encuentro la punta para pasar a la parábola larga y que requirió explicación (aunque capaz que los discípulos se apuraron creyendo que las del granito de mostaza y la levadura eran las fáciles y resulta que no es tan así, porque eso de una pequeñez que se mantiene alegre en su pequeñez no es algo que se aprenda a vivir así nomás, a todos nos hubiera gustado que el pequeño Messi se convirtiera en un gigante y, como dijo casi llorando uno a mi lado en la plaza de Congreso, cuando iba a patear el último tiro libre que salió altísimo “Dale Messi, vos tenés que salvar la Argentina, ahora”. Ya me fui por las ramas de nuevo, pero como dijimos que las parábolas se nos ponen todas juntas para jugar no me parece impertinente decir que, recién ahora, luego del dolor estresante de haber perdido habiendo podido ganar con un poquito de suerte, me va surgiendo de adentro una imagen muy linda de nuestro seleccionado, más de 23 obreros del fútbol que de 4 fantásticos, más de 7 partidos jugados con inteligencia y corazón que de diez  segundos de pase, pechito y embocada perfecta. Si el fútbol puede convertirse, cada tanto, en una parábola de la realidad (gracias a su inigualable dramatismo que te pone en el cielo o en la muerte en un segundo), creo que acepto mejor esta imagen de un dinamismo de trabajo en equipo que llega a un segundo puesto (como dice la oración de San José: se pueden hacer cosas magníficas siendo el número dos) que la imagen de un dinamismo mágico en el que la argentina siempre se salva en el último segundo gracias a alguna avivada o genialidad de unos pocos. El gusto amarguísimo de ese instante (todavía me duele ver el Congreso y repito el gol en Youtube a ver si en algún momento no entra y en vez el de Messi sí) se va convirtiendo en un gusto distinto, en vez de gustar un resultado del que todos nos apropiamos sin merecerlo, viene el gusto de tener gente como nuestros pibes (porque son jóvenes), que trabajan bien en su profesión y hacen bien lo suyo, con amor a la celeste y blanca.

Bueno, con la parábola de la cizaña salió esto y lo dejo así. Digo que lo que salió es lo de haberme aguantado la cizaña esta semana (los “¿no era que teníamos un buen equipo?”) y, amasando la derrota y viendo el conjunto, uno dice: fue un lindo mundial. Nos hizo tener un cachito más de esperanza. El resultado no mágico nos preservó de un exitismo malsano y revanchista. El esfuerzo logrado asumiendo los límites y enfrentando con inteligencia a otros mejores o tan buenos como nosotros nos ayuda a cosechar una buena enseñanza: hay que confiar en nuestro trigo, una y otra vez, y no desalentarnos por la cizaña. El fútbol, como nuestro Dios, no se cansa de perdonar y siempre ofrece una nueva oportunidad, un nuevo sueño de jugar mejor y de ganar.argentina-

Domingo 15 A 2014

No se dejen robar la alegría de sembrar

“Jesús salió de la casa y se sentó a orillas del mar.

Una gran multitud se reunió junto a él, de manera que tuvo que subir a una barca y sentarse en ella, mientras la multitud permanecía en la orilla.

Entonces él les habló extensamente por medio de parábolas.

Les decía…:

El sembrador salió a sembrar.

Al esparcir las semillas,

algunas cayeron al borde del camino y los pájaros las comieron.

Otras cayeron en terreno pedregoso, donde no había mucha tierra,

y brotaron enseguida, porque la tierra era poco profunda;

pero cuando salió el sol, se quemaron y, por falta de raíz, se secaron.

Otras cayeron entre abrojos, y estos, al crecer, las ahogaron.

Otras cayeron en una linda tierra y dieron fruto: unas cien, otras sesenta, otras treinta.

El que tenga oídos, que oiga.

Los discípulos se le acercaron y le dijeron:

– ¿‘Por qué les hablas por medio de parábolas?’.

El les respondió:

– ‘A ustedes se les ha concedido conocer los misterios del reino de los cielos, pero a ellos no. Porque a quien tiene se le dará más todavía y tendrá en abundancia,  pero al que no tiene, se le quitará aún lo que tiene. Y así se cumple en ellos la profecía de Isaías, que dice: ‘Por más que oigan no comprenderán, por más que vean, no conocerán. Porque el corazón de este pueblo se ha endurecido, tienen tapados sus oídos y han cerrado sus ojos, para que sus ojos no vean y sus oídos no oigan, y su corazón no comprenda,  y no se conviertan y yo no los sane’. Felices, en cambio los ojos de ustedes, porque ven; felices sus oídos, porque oyen…” (Mt 13, 1-23).

Contemplación

Me gustó un párrafo de José A. Pagola: “Jesús sembraba con el realismo y la confianza de un labrador de Galilea. Todos sabían que la siembra se echaría a perder en más de un lugar en aquellas tierras desiguales. Pero eso no desalentaba a nadie: ningún labrador dejaba por ello de sembrar”.

Me gustó porque me ayudó a avivarme de algo que nos está robando el mundo de hoy: el gusto y la alegría de sembrar.

En el espíritu de La Alegría del Evangelio, donde Francisco nos dice tantas veces: “No nos dejemos robar el entusiasmo y la fuerza misionera” (EG 80 y 109); “No nos dejemos robar la alegría evangelizadora” (EG 83); “No nos dejemos robar la esperanza” (EG 86), no desentonaría un: “No nos dejemos robar la alegría de sembrar”. En nuestros hijos y para ellos, en nuestra Patria (y que no sea sólo soja), en nuestras obras, aunque ya caminen y anden sirviendo bien, en nuestro corazón, aunque seamos grandes… No nos dejemos robar el gusto de sembrar… ¿qué cosa? Semilla nueva, por supuesto: más evangelio, más ideas nuevas, más prácticas nuevas. Se trata, dice Francisco, citando a su querido Pablo VI,  de esa “dulce y confortadora alegría de evangelizar, incluso cuando hay que sembrar entre lágrimas” (EG 10).

Sembrar no es algo que se hace una vez: cuando los chicos son chicos, cuando uno estudio su carrera, cuando se inicia una familia… Tampoco es algo de todos los días: sembrar es una actividad anual. Cada año se siembra de nuevo.

Esta dinámica propia de Jesús no es una más entre otras: la parábola del Sembrador es la Parábola madre. El Evangelio “tiene siempre la dinámica del éxodo y del don, del salir de sí, de caminar, de sembrar siempre de nuevo, siempre más allá (EG 21).

Y, aclarémoslo bien, no se trata de una cuestión en primer lugar voluntarista: “hay que sembrar. La Vida misma es sinónimo de siembra. Toda vida es semilla que se siembra, que sale de los frutos de un árbol o de un ser vivo  y da fruto en otro terreno, en otro ser. Si hay vida es que hubo Sembrador.

Claro, esta frase atenta contra el paradigma actual, que está muy metido. Nos hacen creer que la vida surgió como “automáticamente”, de las piedras –con unos cuantos millones de años luz- salieron espigas. Sin embargo, no se ve mucha vida en las piedras estelares del universo. Tan automática, la cosa no es. Más que la imagen chata del azar y del automatismo, en que lo más sale de lo menos, me gusta la imagen de un Sembrador que sembró en todos los terrenos del Universo y en nuestra Tierra buena, la vida dio fruto. Al fin y al cabo, la otra –la de una evolución automática y azarosa- también es “una imagen”.

Pero vayamos más a lo cotidiano. ¿Qué es eso de que “nos roban el gusto de sembrar”?

Sembrar es una tarea esforzada y que lleva tiempo. Me decía la abuela Amelia, con sus más de 95 años, hablando de que iba a cocinarse dos papas para el almuerzo: “En mi pueblo, en España, éramos gente que nos gustaba la tierra: plantábamos nuestras verduras, teníamos una linda huertita”. Me vino ahora al corazón eso que me tocó: nos gustaba la tierra. En nuestras grandes ciudades, basta que uno tenga una plantita para que sienta el gusto de la tierra, pero somos gente práctica, nos decidimos por lo enlatado. Y de alguna manera, el empujón del consumismo, se nos va metiendo en otros ámbitos de la vida.

Lo primero que aprendía un chico en el campo era esto de sembrar: los trabajos de la siembra, el esfuerzo, la paciente espera… Lo primero que aprende un chico hoy es la inmediatez de los aparatos: tocás el botón y aparece la magia de las imágenes.

¿Está mal esto? ¿Es mejor el tiempo lento del campo que el tiempo veloz de la ciudad?

Yo creo que no, pero creo también que hay que reencontrar el paradigma fundamental: porque lo tecnológico también es siembra. Que haya tantas cosas y tantas realidades al alcance de la mano es fruto de una siembra gigantesca: miles de millones de personas trabajan (y muchas son explotadas crudelísimamente) para que tener millones de celulares al alcance de la mano parezca algo tan natural como ver las infinitas hojas de los árboles de un bosque o las espigas de un trigal.

Por eso es que creo que hay que “visibilizar” a los sembradores. Primero, a los sembradores y sembradoras que siembran entre lágrimas y que no gozan de casi ningún fruto de su siembra.

Visibilicemos esas “lágrimas de las cosedoras de los ojales en nuestras camisas” como decía Hurtado en “¿Sabes cuánto cuesta hacer un ojal?”.

Luego, visibilicemos también a los que siembran cantando, a todas las personas que se sienten dignas trabajando y brindan con amor de sembradores y sembradoras esas semillas cuyos frutos pueden ver y gustar en alguna medida.

Los de las lágrimas primero porque no es justo borrar la imagen de que, cuánto más sofisticado y caro es un producto, más sembradores hubo. Tenemos que sentir el peso del cansancio en los ojos de los que elaboran nuestros productos cada vez más miniaturizados, los pinchazos de las agujas en los dedos de los que bordan a mano los detalles de las ropas caras, la pena más que el hambre de los mozos que no pueden llevar a casa para sus hijos algo de las comidas riquísimas que sirven por horas y horas a los invitados a una fiesta.

Lo de la alegría de los que se sienten felices y dignos al sembrar, porque es la imagen de esperanza más verdadera que hay: el sentido de la vida es sembrar mucho más que consumir. El consumo anula el deseo, aunque lo exacerbe. La siembra estimula el deseo y nos hace crecer como personas espirituales, nos pone ante la presencia de un bien que se goza ya en la siembra misma y que, cuando luego lo disfrutamos, nos hace sentir felices de haberlo trabajado y esperado.

Que no nos roben la alegría de sembrar. Cada uno lo que pueda, especialmente en los más chicos, en los jóvenes, en los que continúan una tarea que comenzamos.

Sembrar la fe, el amor a Jesús, la confianza de hijitos en nuestro Padre.

Sembrar los valores más genuinos, la dignidad del trabajo, el orgullo hondo de la libertad, el gusto por todo lo bello, la adhesión sin dudas a todo lo que es bueno, el alivio que da la verdad, la honradez de pedir perdón, la humildad de reparar lo que no se hizo bien…

Cada uno sabrá cuál es su semilla. Pero lo importante es andar atento a sembrar. No importa si hay terrenos hostiles. Lo humano es sembrar. Ser gente que siembra. No está mal ser consumidores de espectáculos. Especialmente con algo tan emocionante como una final de un mundial. Lo que hay que saber es que cosechamos la alegría de contemplar un triunfo que otros sembraron y cultivaron esforzadamente. Es muy notable cómo los jugadores tienen bien claro lo que es suerte y resultado, y lo agradecen, y lo que es siembra y trabajo del equipo: de esto último se sienten orgullosos.

Mascherano: “Vos, hoy, vas a ser el héroe”

 

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No lo puedo creer. Estoy feliz de formar parte de un equipo de hombres, que luchó por un objetivo y hoy tiene la tranquilidad de haber puesto a Argentina donde se merece: en una final del mundo. Por eso y porque jugamos con una inteligencia táctica impresionante. Y era lo que pretendíamos: estar a la altura. Después, el destino decidirá donde nos pone. Ahora nos puso en la final y hay que disfrutarlo. No lo vamos a volver a vivir: es el partido más importante de nuestras carreras.

¿Basta de esto para ganar?

No, con el corazón no vas a ganar. Va a ayudar mucho, pero hay que jugar con la cabeza, con la inteligencia, con el orden. El corazón lo ponés y lo vamos a poner seguramente. Pero si no hay una idea, como la hubo ayer, va a ser muy difícil. Está muy bien que se hable de ganas, de hambre, de todo lo que tuvo el equipo durante este campeonato, pero me gustaría que se hable de la inteligencia y el orden táctico: desde Gonzalo hasta Leo, pasando por los volantes externos, todo el mundo corrió una salvajada. Y corrió con sentido.

El quite a Robben

Más que virtud mía, él me da un segundo más porque toca una vez más la pelota, gracias a Dios no enganchó. El fútbol es esto, a veces tener esta pizca de suerte. Además de jugar con el corazón y el alma, si no pensás, si no cubrís los espacios y si no ayudás a los laterales… Y el equipo lo pensó todo y lo hizo. Holanda prácticamente no tuvo situaciones.

Diego Fares sj

Domingo 14 A 2014

Tiempo de gracia

pequeños

“En aquel momento de gracia (kairos)Jesús dijo:

Te alabo y te agradezco, Padre, Señor del cielo y de la tierra,

porque habiendo ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes

se las has revelado a los pequeñitos.

Sí, Padre porque así lo has querido.

Todo me ha sido dado por mi Padre

y nadie conoce al Hijo sino el Padre,

así como nadie conoce al Padre sino el Hijo

y aquel a quien el Hijo se lo quiere revelar.

Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados,

y Yo les daré un descanso.

Tomen el yugo mío sobre ustedes

y aprendan de mí,

pues soy manso (praus =dulce, pacífico) y humilde de corazón,

y  encontrarán alivio para sus almas,

porque mi yugo es suave

y mi carga liviana” (Mt 11, 25-30).

 

Contemplación

No puedo negar que este evangelio es uno de mis preferidísimos (palabra que hace reír a Iñaki y crea una linda complicidad de cariño). Contemplar la alegría en los ojos de Jesús al experimentar que el Padre se revela – a través suyo- a los pequeños y que Él con su ejemplo de dulzura y humildad, consuela y fortalece a los que andan agobiados, es siempre motivo de gozo.

Y creo que nadie puede negar que con Francisco los pequeños de este mundo estamos experimentando un baño de gracia, una “alegría del evangelio”, un sentimiento íntimo de que “este era el Dios en el que creíamos y su imagen verdadera  estaba como tapada y ahora se nos revela” con su misericordia que no se cansa de perdonar y su amor que nos primerea cada día.

¿No es increíble que desde hace un año y tres meses con todos los pequeños del mundo se pueda hablar bien de Francisco? Digo con todos los pequeños y no con todos, porque sigue ocurriendo lo que dice Jesús: que el Padre le oculta estas cosas a los sabios y prudentes y se las revela sólo a los pequeñitos que se fían de su Hijo venido en Carne.

Esta semana salió en Italia uno de los libritos de “La biblioteca de Francisco” (20 libros que el Papa amaba y que salen con el Corriere de la Sera). Es el Sermón sobre los Pastores, de Agustín. En el prólogo que me pidieron, porque era uno de los textos que Francisco nos enseñaba en sus clases de pastoral, allá por los 80, pongo que es “un sermón incómodo”, porque Agustín –como Francisco- son pastores que dicen “la verdad sin descuentos”. Y desarrollaba esto, lo de que Francisco incomoda, así:

“He elegido esta característica del Sermón de los Pastores –la incomodidad- porque creo que es como la punta de un hilo que permite desenrollar toda la madeja. No se puede expresar esto en una sola frase. Intentaré decirlo formulando algunas preguntas. ¿Han visto que la gente en general, cuanto más sencilla, más “cómoda” se siente con Francisco? Esto es muy impresionante. Y cuando digo “sencilla” nombro algo interior: la “no auto-referencialidad”. Agustín diría “ovejas”: gente que se siente parte de un rebañito y su referencia es su pastor. 

¿Han notado también quiénes son los que se sienten algo o muy “incómodos” con Francisco? ¿Podríamos decir que se sintieron más incómodos los que estaban aprovechando más la leche y la lana de las ovejas? ¿Agregaríamos al grupo de los incómodos a los que, cuando el rebaño está dividido, tienen su protagonismo y, en cambio, cuando el rebaño se unifica y “el que pastorea es Cristo”, sienten que pierden ese protagonismo?

¿Será que cuando uno escucha a Francisco sintiéndose oveja, se alegra de que “Dios no se canse de perdonar”, de que “nadie esté excluido de la alegría del evangelio” y de que él sienta que “no es quién para juzgar a nadie”? ¿Será también que cuando uno lo escucha desde la misión de pastorear uno no pueda no sentirse “incomodado” y se vea interpelado a optar entre dar un paso de conversión o buscar justificarse?”.

 

En la segunda frase hay una especie de paradoja en cuanto a como llegamos a conocer las cosas de Dios: por un lado Jesús dice que es el Padre el que “quiere” revelarse a los pequeños y por otro dice que es Él –el Hijo- el que revela al Padre a los que Él “quiere”. ¿Cómo se da el acercamiento? En las cosas del amor la experiencia más propia es la de la simultaneidad. Dos personas que se vienen queriendo y buscando en cierto momento cruzan sus miradas y experimentan el mismo amor que sienten dentro de su corazón en los ojos del otro. Con Jesús y nuestro Padre ocurre lo mismo: los pequeños somos incluidos en esa mirada que siempre está activa entre los dos, que no dejan de mirarse, totalmente atentos el uno a lo que siente el otro. Cuando sentimos el amor que se tienen somos instantáneamente incluidos. Porque lo más propio del ser humano es “captar el amor” y donde hay amor verdadero ese amor incluye.

Tres llamados hace Jesús a los pequeños: Vengan, tomen –abracen- y aprendan.

Notemos que los tres llamados son “a Él”: vengan a mí, tomen mi yugo, aprendan de mí. No se trata de una tarea externa sino de una cercanía a su Persona. No es el suyo, en primer lugar, un llamado a hacer cosas sino a una manera de sentir y de cargar con el peso de la vida.

Y el premio o lo lindo de esta cercanía es el descanso, el alivio, la humildad de corazón y la dulzura.

Releamos: en el primer llamado nos invita: “Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y Yo les daré un descanso”.

En los otros dos nos dice: “Tomen el yugo mío sobre ustedes y aprendan de mí, pues soy manso (praus =dulce, pacífico) y humilde de corazón, y encontrarán alivio para sus almas, porque mi yugo es suave y mi carga liviana”.

 

La semana pasada les decía a los niños que podíamos “tocar a Jesús con el corazón”, tocarlo poniendo las manos atrás, acercarnos a Él sin miedo, probar hasta encontrar la tecla adecuada, seguros de que “su amor funciona bien”. Con este corazón hay que escuchar las llamadas del Señor en el evangelio de hoy.

Cuando uno anda triste hay que automatizar el “vengan a mí”. No hay que dar vueltas.

Cuando uno siente el peso y la angustia de lo que no puede resolver (eso es la cruz, lo que no podemos resolver), hay que automatizar el “intercambio de yugos” –tomar el suyo y dejar el nuestro en sus manos-. Nuestro yugo suele ser un problema concreto –de salud, de dinero, de relación familiar, de trabajo, de aspiraciones…-, el suyo es más bien una cuestión de actitud –dulzura y humildad. Nuestra aflicción se cura con su dulzura y nuestro agobio con su humildad.

Aquí cada uno se las tiene que arreglar a solas con él y pedirle que nos haga gustar “la dulzura de la Cruz”, el fruto de la Cruz, que es Él mismo, convertido en Eucaristía, que podemos comulgar.

…………….

Siempre que puedo trato de bajar el evangelio a alguna experiencia fuerte de la semana. En general son historias de otros –historias de esos pequeños del Hogar y de la Casa de la Bondad en cuyas vidas Jesús se nos revela en todo su esplendor (el padre Boasso dice que la Gloria de Dios es “la fortaleza para hacer hazañas”). Esta semana lo más fuerte me pasó a mí y es que la Compañía me destinó a ir a Roma, a partir de mayo del año que viene, a trabajar en la revista la Civiltà Cattolica, para contribuir un poco a difundir bien el pensamiento del Papa Francisco (carga liviana, si las hay, ya que él se hace entender perfectamente por los pequeños y a los que no lo son, por más que alguien quiera explicarles…). La cuestión es que esta misión me ha alegrado en lo más hondo de mi corazón jesuita: que sea la Compañía, digo, la que me encomienda esta misión. Con Francisco, desde que entramos en la Compañía, somos un grupo de jesuitas los que trabajamos con él de distintas maneras, cada uno en un lugar que él siempre nos supo encontrar y encomendar a cada uno. El hecho de que la Compañía me envíe a realizar esto que ya hago, estando más cerca de él, es un privilegio y un motivo de gozo profundo. Los que se alegran conmigo (con esa alegría tan especial que tienen los despojos de Dios y que llevan a decir: “¡qué buena mala noticia!”, como dijo una amiga) me hacen sentir que no voy sólo, por supuesto, ya que cuento con mucho cariño, pero también algo más que quiero compartir. Me hacen sentir que no se me elige a mí por mis cualidades “abstractas” (y en esto la juego de filósofo y digo que ab-stracto significa “separado de”) sino por mis cualidades concretas, que están tan mezcladas y bien amasadas con las cualidades de aquellos con los que he compartido la misión en estos años que sería imposible separarlas. Y en este sentido siento que voy en representación, aunque no es la palabra justa porque es algo más fuerte, de mucha gente del Barrio, del Hogar y de Manos, de los chinos y del grupo de matrimonios, de los alumnos y de las personas que acompaño espiritualmente.

En una dinámica que hicimos el otro día con los jóvenes del Mej, una pregunta a compartir decía: ¿Cuáles son tus dos mejores cualidades? Fue interesante porque los jóvenes decían que les costaba pensar en sus cualidades así, tan directamente. Uno decía que ponía las que apreciaban los demás aunque a ella no le parecía que fuera tan así. En general todos coincidían e poner cualidades que eran “para los demás”, como saber escuchar o ser fieles amigos… A mí, ya medio mayor para estos grupos, me salió señalar la compasión y la inteligencia, como dos gracias gratuitamente dadas más que como cualidades propias. Y ahora, rezando con esto sentía que mi compasión es totalmente distinta a la que tenía cuando comencé a trabajar en el Hogar. Antes tenía una compasión a medida de mis entrañas  y de mis posibilidades de ayudar (de cuyo límite tomé conciencia cuando quise llevar a Don Rojas desde la plaza 1º de mayo hasta el Hogar porque estaba tomado y cuando lo sostenía para dar un paso, se le caía el pantalón y cuando le quería levantar el pantalón, se me caía él), ahora tengo una compasión a medida del Hogar y de la Casa de la Bondad. Es una compasión comunitaria, menos inmediata quizás, porque es una compasión que se toma tiempo para que miremos entre varios, pero mucho más grande y eficaz para la persona misma a la que ayudamos. Si uno piensa “auto-referencialmente”, diría Francisco, esta compasión brinda menos satisfacciones, porque nadie se la puede atribuir a sí mismo sino al equipo y por ahí el agradecimiento lo liga otro, pero si se mira al que está “afligido y agobiado”, es una compasión más de Jesús, una compasión más eclesial e inclusiva y, por eso mismo, más digna.

Lo mismo puedo decir de la inteligencia. Cuando escribí mi primer artículo para una revista, que fue sobre “El corazón de Ignacio”, el padre Horacio que me lo corrigió me hizo “reescribirlo pensando en los que lo iban a leer”. Yo andaba por hacer el doctorado y me dijo que un intelectual tenía que optar si iba a estudiar y a escribir para impresionar con su saber a los eruditos que sabían más que él o para ayudar con su saber a los que sabían menos y estaban sedientos de verdad. Esta segunda opción fue la que me llevó a elegir a von Balthasar y a los temas más difíciles pero no para dominarlos yo sino para ir bajándolos como pudiera a la gente más sencilla. Así, en estos años de docencia, mi inteligencia se ha vuelto más de profesor que de investigador y tiene más el lenguaje de los alumnos que el de los profesores. Tanto que alguno me carga con que yo doy clase para contar historias del Hogar, lo cual tiene más verdad de lo que aparenta, ya que por algo es de lo único que se acuerdan con el tiempo los alumnos. La cuestión es que, paradójicamente, es por este tipo de “intelectualidad no erudita sino de frontera” que me invita Spadaro a darle una mano en Roma.

Bueno, con esto baste para compartir lo que quería decir y que es que me encomienden a la Virgen y a San José y que sientan que vamos muchos a estar un poquito más cerca de Francisco, dicho esto más con un sentir popular que con la objetividad de una tarea precisa.

La última, es que espero que este medio de anunciar la alegría del evangelio que son estas “contemplaciones” no se agote al estar como pez fuera del agua del Hogar y de la Casa y pueda aprovechar la ventaja de lo virtual que llega igual de rápido al corazón sea que lo escribo desde Regina o desde Roma.

Padre Diego