Los aforismos viscerales de Francisco
«Berni es el Dostoievski argentino, un experto en humanidad, que sabe plasmar esa humanidad. Tienen que ver los ojos de los chicos que pinta Berni. Son ojos tristes sufridos»
(Papa Francisco)
Jesús se alejó en una barca a un lugar desierto para estar a solas.
Apenas lo supo la gente, dejó las ciudades y lo siguió a pie.
Al salir de la barca, Jesús vio toda esa gente
y se le enterneció con ellos el corazón
y se puso a curar a sus enfermos.
Al atardecer, los discípulos se acercaron y le dijeron:
‘Este es un lugar desierto y ya se hace tarde, despide a la gente para que vaya a las ciudades a comprarse alimentos’.
Pero Jesús les dijo:
‘No necesitan ir, denles ustedes de comer’.
Ellos le respondieron:
‘Aquí no tenemos nada más que cinco panes y dos pescados’.
‘Traiganmelos aquí’, les dijo.
Y después de ordenar a la gente que se sentara sobre el pasto,
tomó los cinco panes y los dos pescados,
y levantando los ojos al cielo,
pronunció la bendición, partió los panes,
los dio a sus discípulos y ellos los distribuyeron entre la multitud.
Todos comieron hasta saciarse
y con los pedazos que sobraron se llenaron doce canastas.
Los que comieron fueron unos cinco mil hombres,
sin contar las mujeres y los niños” (Mt 14, 13-21).
Contemplación
Dice un autor: “El evangelio de Mateo es un drama sobre la venida del Reino de los cielos: luego de exponer el Misterio del reino en parábolas, Mateo presenta ahora las Primicias del reino y nos va dando un esbozo de la vida de la Iglesia, que comienza con la primera multiplicación de los panes”.
Me gustó esto de que “la vida de la iglesia comienza con la primera multiplicación de los panes”. Aunque en realidad, si somos justos, podemos decir que la vida de la Iglesia comienza con ese “enternecimiento visceral del corazón de Jesús” al ver a la gente como “fragmentada, como ovejas sin pastor”. Contarles sus parábolas del reino, curar a los enfermos y compartir con ellos su pan, son expresiones de esa ternura que siente Jesús y que lo lleva a hacer de la multitud anónima un pueblo fiel, una comunidad: la Iglesia.
El griego “Splagnizomai” es muy gráfico, significa “entrañas”. Más aún, “splagna” son todas las partes internas del animal –corazón, higado, riñones, chinchulines…, hablando en criollo, las achuras- que, cuando se sacrificaba un animal, se apartaban para el asadito de los que hacían el sacrificio.
Esta compasión y enternecimiento se traduce también como “gran afecto” (y aquí entra Ignacio, con sus Ejercicios para afectarnos bien a Jesús y desafectarnos de todo lo que nos impide ser sus compañeros).
En el lenguaje coloquial siempre se han utilizado estas “achuras” para expresar que los sentimientos humanos más verdaderos, en el sentido de más básicos, repercuten no sólo en la mente y en el corazón sino que “hay cosas que nos revientan el hígado”, hay “gente que es del riñón de alguien importante” y hay situaciones terribles que “nos revuelven las tripas” o nos hacen sentir “una compasión entrañable”.
En Jesús, no sólo su corazón es digno de veneración sino todo en él. El evangelio suele ser bien explícito, como cuando Jesús cura al mudo con su saliva o le mete el dedo en las orejas al sordo. Y si no nos basta, qué más explícito que decir que nos salvó “derramando su sangre como un corderito degollado” y que “su cuerpo es verdadera comida”.
Por eso, este sentimiento ante las multitudes, en el que el Señor pone en juego todas sus pasiones más básicas es, creo yo, algo que anda necesitando nuestra época.
No bastan la mente y el corazón “limpios” para contemplar a “toda esa gente” que sufre en los bombardeos de Gaza, en los aeropuertos donde debían llegar los aviones que fueron derribados o sufrieron un desperfecto, toda esa gente que se amontona en las barcazas que llegan a Lampedusa, toda esa gente que sufre el virus de Ebola en Guinea, Sierra Leona y Liberia. Si uno pone en Google “fotografiando la condición humana”, verá fotos que apelan a una mirada como la de Jesús: llena de compasión entrañable. Ninguna otra mirada puede bastar para “ver” realmente lo que sufre la gente.
No sé si me explico. Lo que quiero decir es que Jesús no sólo es necesario para adorar al Padre sino que se ha vuelto imprescindible para “mirar a la humanidad”.
Ni siquiera digo para comenzar a ayudar, a hacer algo, sino simplemente para mirar. Sin Jesús “no hay mirada” que vea lo que le pasa a la gente.
Si se animan miren los rostros de ese sitio que puse y díganme quién puede responder al grito del inmigrante de la foto 8 o a los gestos de los refugiados de la foto 7. Sin Jesús, cada uno sólo puede ver “sus muertos”, “sus heridos” y a veces ni siquiera, porque si mira al lado puede que pierda su porción de ayuda humanitaria o su lugar en el tren de los niños de México. Sin Jesús nos vamos volviendo miopes y sólo nos vemos a nosotros mismos.
Cuando digo “la mirada compasiva de Jesús” estoy diciendo dos cosas: que necesitamos no solo los ojos y el corazón humano de Dios sino también sus entrañas, su hígado y sus riñones, para que nos indignemos como se indigna Él y no como nos indignamos nosotros, que desencadenamos más violencia. Necesitamos las entrañas de Jesús, su amor visceral, pero con vísceras que convierten todo su ser en alimento pacificador y no en rabia. Necesitamos toda la sangre derramada del Señor, derramada para el perdón de los pecados y no para la venganza furiosa y destructiva.
Hay un aspecto del Cuerpo de Cristo que es bueno para los tiempos de paz y de armonía en la humanidad. En esos tiempos el Cuerpo del Señor se convierte en hermosos templos, en música y en alabanzas, en ceremonias que expresan lo mejor de la comunidad reunida como para una fiesta de bodas. Todo eso es lo hermoso del cuerpo de Cristo y hace que la Iglesia se vista como una Novia con sus joyas y que disfrutemos del Banquete con vino de calidad como en Caná.
Pero hay otro aspecto del Cuerpo de Jesús que nos habla de Cruz y no de Fiesta, de sangre y no de vino, de pan comido multitudinariamente a la intemperie y no de cena íntima entre amigos.
Lo que quiero expresar es que hay una Liturgia que se da en las periferias existenciales, como dice Francisco, y ahí hay que revestirse no con albas y casullas de fiesta sino con delantales de cocina y de quirófano y hay que rezar para purificar no sólo el corazón sino más bien los riñones y el hígado y las entrañas. Porque eso es lo que necesitamos de Jesús, para indignarnos bien, para enojarnos bien, para conmovernos bien. Estos órganos expresan lo más humano nuestro y lo menos “universal”, por eso necesitan ser “evangelizados”, para que nuestra indignación sea la de Jesús y no la que nos hace mostrar la hilacha y excedernos en algunos puntos más sensibles para cada uno dejando pasar otros sensibles para los demás.
Si le sacamos un poco más el jugo a la metáfora del asado diríamos que si el desafío es salir a evangelizar las “achuras” de la humanidad, en la Iglesia no podemos perder tiempo discutiendo si el bife de lomo lo queremos cocido o a punto. La gente necesita a Jesús para que le cure a sus enfermos y le perdone sus pecados. Pero para que cure las enfermedades y los pecados graves, no para que haga tratamientos estéticos o mitigue escrúpulos.
Necesitamos que nos cure ese odio que envenena nuestros riñones y lleva a arrojar bombas sobre civiles inocentes, necesitamos que nos haga un transplante de entrañas a ese sistema financiero que no las tiene, literalmente, y que amontona la plata en bolsas virtuales cuando debería ir destinada a un pancito para los que tienen hambre y a un remedio para los que están enfermos, necesitamos que cure la corrupción que desvía dineros públicos y se traduce en vida de mala calidad para la gente.
La imagen de Francisco, del mundo como un hospital de campaña, la tenemos que incorporar de modo tal que se traduzca en comportamientos cristianos no sólo concretos sino “viscerales”, que él mismo nos explicita cada día.
Entre las prioridades yo pondría, en primer lugar, una que es “evangelizadora” y que formularía así:
“Anunciar el evangelio de manera que todos entiendan (y se alegren con la alegría del evangelio)”. A este entendimiento pleno apuntan su testimonio y sus gestos, junto con sus palabras.
A nivel mundial, lo visceral de la paz es “rezar sin discutir” y “convenir en que es insoportable la guerra”.
“Rezaremos con los dos (Shimon Perez y Mahmud Abbas). Rezar sin llevar a cabo discusiones de ningún tipo es importante, ayuda. Después, cada uno vuelve a su casa. Habrá un rabino, un musulmán y yo”.
“Construir la paz es trabajoso pero vivir en guerra es insoportable”.
A nivel político-económico, lo visceral es incluir a todos. Todos sin excepción, sin sobrantes.
En relaciones con los ortodoxos, lo visceral está en hacer la unidad en la calle, caminando juntos”. “Con Bartolomé hemos hablado de la unidad que se construye caminando; no podremos construir la unidad en un congreso de teología.
En relación con la misericordia todo lo que nos dice Francisco es visceral: “Dios no se cansa nunca de perdonar”. “Dejémonos envolver por la misericordia de Dios; confiemos en su paciencia que siempre nos concede tiempo; tengamos el valor de volver a su casa, de habitar en las heridas de su amor dejando que Él nos ame, de encontrar su misericordia en los sacramentos”.
En el asunto del abuso de menores fue contundente: es como una misa negra. “Un sacerdote que hace esto traiciona el cuerpo del Señor porque este sacerdote debe llevar a este niño o a esta niña, a la santidad; los niños confían en ellos y en vez de llevarlos a la santidad, abusan de ellos. Es gravísimo. Es como una misa negra: tú tienes que llevarlo a la santidad y lo llevas a un problema que le va a durar toda su vida”.
En lo de los divorciados vueltos a casar, lo visceral está en profundizar, en no banalizar el problema: “No me ha gustado que muchas personas, incluso dentro de la Iglesia, hayan dicho: el Sínodo será para dar la comunión a los divorciados que se han vuelto a casar; como si todo se redujese a una casuística: ¿Se podrá o no dar la comunión?… Sabemos que la familia hoy está en crisis, es una crisis mundial, los jóvenes no quieren casarse, o conviven, el matrimonio está en crisis y también la familia”.
Y así con todo…
Son los “aforismos viscerales de Francisco”, palabras que hieren con amor el corazón. Las palabras de Francisco son verdaderamente panes –los cinco pancitos- que alimentan, que crean cercanía entre todos y nos dan aire de familia. Son palabras que nos hacen Iglesia, pueblo de Dios, lugar donde cada uno puede sentirse incluido “visceralmente” y no sólo más o mejos o de manera puramente formal. Y esa es la respuesta a las inmensas necesidades y deseos de la humanidad hoy.
Diego Fares sj