San Pedro y San Pablo 2014

Tocar a Jesús con el corazón

En aquel tiempo, llegó Jesús a la región de Cesarea de Felipe y preguntaba a sus discípulos: – ¿Quién dice la gente que es el Hijo del Hombre? Ellos contestaron: — Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que jeremías o uno de los profetas. El les preguntó: — Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Simón Pedro tomó la palabra y dijo: — Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo. Jesús le respondió: —¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo. Ahora te digo yo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del Reino de los Cielos; lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo (Mt 16, 13-19).

Contemplación

Pedro es uno de esos pequeños a quienes el Padre les revela el secreto del Reino, quién es Jesús, su Hijo amado, nuestro Mesías Salvador. Y esta revelación, que no es de nadie de carne y hueso sino directamente del Padre que está en el cielo, se da a un hombre de carne y hueso y es una revelación sobre la Carne de Jesús, sobre su Corazón. Ayer, dando misa a las Carmelitas de Mar del Plata, la Capilla estaba llenita con un curso de niños de los Maristas que se preparan para la primera comunión. Yo había preparado alguna cosa para las monjas y había que hablarle a los chicos de primera comunión. Nada más lindo (ni más parecido a las carmelitas). Como el ejemplo salió lindo, lo comparto. Les pregunté a los chicos si tenían celular. Gracias a Dios la mayoría no tenía (todavía no, dijo uno como diciendo mirá lo que pregunta) pero había como cinco que levantaron la mano y uno dijo «pero no lo traigo» (otra vez gracias a Dios). Pero lo saben usar. Aquí el por supuesto con cara de suficiencia fue general. Y saben manejar la play y la compu y el ipad… Siiii. Les pregunté si alguno sabía por qué los chicos saben manejar los dispositivos electrónicos mejor que los grandes y se vino una catarata de manos levantadas y respuestas que nos dejaron medio de cama a los adultos presentes. Y, porque nosotros somos «más jóvenes», «más modernos», porque cuando hay algo que nos gusta lo aprendemos enseguida, porque tenemos la inteligencia más fresca, porque aprendemos cosas nuevas. Estas respuestas que mostraban la conciencia que los chicos tienen de sí mismos, iban mezcladas con las que tienen de nosotros: porque ustedes «son más antiguos», porque cuando ustedes nacieron no existían, porque son más lentos… Uno solo salvó a su papi diciendo que él también sabía. La cuestión es que les competí un poco desarmando los argumentos y me dejaron que les dijera mi idea, a ver si les parecía. Yo creo que es porque los chicos no tienen miedo de tocar todo y los adultos sí, tenemos miedo. Ustedes toquetean los aparatos porque confían que no se van a romper y si se desconfiguran tiene arreglo. Aquí saltamos a que con Jesús es igual: se revela a los pequeños que no le tienen miedo. A Jesús hay que tocarlo, gustarlo en la comunión, comerlo, hincharle, preguntarle, acercarse, tirarle del manto, llamarlo. No hay que tener miedo porque no se rompe ni le molesta. Si preguntamos una tontera igual nos responde con cariño y nos enseña, como hacía con Pedro, su amigo. Si metemos la pata lo repara todo y nos perdona. No se impacienta por nuestra cercanía: para eso vino, para que pudiéramos «tocar a Dios», un Dios de Carne y Hueso, con un Corazón como el nuestro. Los grandes le tenemos miedo a Jesús, un miedo medio «cultual» o de derecho canónico que nos dice «no sé bien cómo tengo que dirigirme y acercarme a Él, no se si puedo comulgar, no sé rezar… Igual que nos pasa con algunos aparatos. La segunda lección de «tocar a Jesús» fue por el lado de que a los aparatos digitales los tocamos con los dedos, pero también hay otra forma de tocar y es «tocar con el corazón». Uno puede tocar con el corazón a los que quiere. Les dije que el corazón es puerta por donde entramos en contacto con Dios y con el prójimo. Que las carmelitas abrían esa puerta hacia el cielo, y tocaban a Dios con su corazón en la oración, con los cantos tan lindos y todos los gestos de la liturgia tan cuidadosamente preparados cada día. Y que también se podía tocar a Jesús con el corazón compadeciéndonos de los que andan más pobrecitos y necesitados. Se puede tocar sin manos, sin jugar a la mancha, tocando con el corazón. Luego hicimos un momento de silencio, como el que podemos hacer ahora, y jugamos a tocar a Jesús con el corazón, haciendo una comunión espiritual. No los ví, pero una monja que los espió dijo que juntaron las manos como angelitos. Se hizo un silencio muy lindo y creo que a muchos el Padre nos reveló que «se puede tocar a su Hijo con nuestro corazón». Nos damos cuenta por los frutos, porque uno queda alegre, se sabe perdonado, siente la presencia. En el día de Pedro y Pablo, dos pequeñitos «grosos» a quienes Jesús se les reveló, pedimos por el Papa Francisco, que es otro de los que nos enseñan a tocar a Jesús, a estar cerca de los más necesitados, y nos revela las cosas de Dios de manera tal que todos entendemos.

Padre Diego

Corpus A 2014

El Corpus traducido

  Corpus 2 2014 Jesús dijo a los judíos que lo rechazaban: «Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo.» Ellos discutían entre sí, diciendo: «¿Cómo este hombre puede darnos a comer su carne?» Jesús les respondió: «Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán Vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Porque mi carne es la verdadera comida y mi sangre, la verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él. Así como yo, que he sido enviado por el Padre que tiene Vida, vivo por el Padre, de la misma manera, el que me come vivirá por mí. Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron sus padres y murieron. El que coma de este pan vivirá eternamente» (Juan 6, 51-58).   Contemplación Comulgar con la Carne y la Sangre de Jesucristo es comulgar con el Jesús de todos. Pensando caseramente, que el Señor Resucitado nos insufle su Espíritu, equivale a compartirnos una realidad –a Alguien, más bien- que es sólo del Padre y Suyo. Pero su Carne es “nuestra” carne. La Carne de María y, gracias a ella, la de todos sus antepasados y la de todos sus parientes que la continuaron. Por eso digo que lo de comulgar con su Carne es una invitación a comulgar con la carne de todos los hombres, nuestros hermanos. Dos realidades son importantes en el Cuerpo de Cristo: una que es Suyo –único como el de cada uno, con huellas digitales y ADN-, la otra que es común a todos. Se trata de nuestra Carne asumida por Jesús, santificada por su modo de tratarla y de darse “realmente”, caminando, curando, compartiendo, padeciendo, resucitando. Comulgar con él es comulgar con lo más nuestro mejorado, transfigurado, convertido en Pan de vida. Esto me despierta deseo de comulgar todo lo que pueda, ya que Él es un alimento  verdadero, que vivifica. Un alimento que se asimila a nuestra necesidad y nos asimila a su gratuidad. El Señor lo dice claramente: el Vive por el Padre y el que lo come vivirá por Él. De la misma manera, dice. ¿Qué necedad, qué falta de viveza, qué tentación, que ceguera, qué ignorancia puede robarnos la alegría de poder comulgar con Alguien como Jesús? Nosotros que nos desvivimos porque alguien nos mire, por poder estar cerca de alguien a quien admiramos, por compartir un rato con alguien interesante… ¿Quizás el desafortunado sentido de la obligación desde el cual, como adolescentes rebeldes, interpretamos todo lo que dice nuestra Madre Iglesia como si nos estuviera prohibiendo hacer lo que queramos? “Yo no voy siempre a misa”, decimos; o “hace mucho que no comulgo…”, y lo decimos con el mismo tono de: “a mí me aburre ir mucho al shopping” o “yo prefiero no tomar tantos medicamentos”. El gran desafío de la cultura actual –que conlleva una tarea enorme y que hay que realizar paso a paso, como por goteo- consiste en poder traducir el evangelio, las poderosas imágenes que creó Jesús, al lenguaje actual. Porque las Palabras vivas del Señor están como enlatadas en envases de santería, convertidas en estampitas de primera comunión con angelitos para bebés, en estatuitas inofensivas, made in china, con cajitas de plástico y luces de colores. Confieso que a mí me encantan las estampitas y no tiro ninguna, colecciono las de bautismo de mis sobrinos y conservo la del mío, en la que mis padres pusieron lo del Cantar de los cantares: “mi Amado es para mí y yo soy para mi Amado, Él, que pastorea entre lirios” y “Mi amor te acompañará todos los días de tu vida”. También creo en las imágenes y acabo de ponerle un San Expedito al lado a San José, en la ermita que está en el frente del Hogar, para sumar otro santo protector a la casa, dada la violencia reinante en la calle. Eso no quita que cuando comulgo, la Eucaristía que sabe a pan de los ángeles, no me traiga también la imagen  desesperante de los ojos de los niños desnutridos, la sensación de cansancio infinito de los pies de los que duermen en la calle y el olor a hospital de la Casa de la Bondad después que cambian a uno de nuestros patroncitos. Y también al revés, cada vez que saboreo el disgusto de alguna cruz, me viene a la boca el sabor de su fruto dulce: la Eucaristía. La Eucaristía es la dulzura de la Cruz. No sería ético comulgar con el Pan de los Ángeles si no compartiéramos durante la jornada el pan duro de la vida de nuestro pueblo, especialmente el de los que más sufren. Y al revés, no es ético tampoco comulgar con los sinsabores de la vida de los que amamos, trabajar y hacer todo lo que hay que hacer para sostener la familia… y no comulgar con el que se nos ofrece como Pan que repara nuestras fuerzas. Pero hablaba de traducir. La primera traducción me vino antes de ayer escuchando el evangelio en el que Jesús nos enseña a rezar el Padrenuestro. Se me hizo clara esta traducción: que el “Santificado sea tu Nombre” podía expresarlo diciendo “Te pido permiso Padre, para rezarte”. Pedirle permiso, eso es respetar su Nombre, santificarlo: invocarlo pidiendo permiso. Permiso para comenzar a rezar y permiso para terminar de rezar. Como le pido a los enfermos de la Casa de la Bondad cuando quiero terminar la visita (el miércoles le pedí el último a Hugo, que falleció antenoche, y me lo dio con una sonrisa: “Huguito, ¡permiso para retirarme!” “Puede retirarse” me dijo sonriendo como si fuera mi superior militar). Pedir permiso nos hace salir de nosotros mismos, salir del narcisismo del deber y del narcisismo de la culpa, entre los que rebotamos como en un pelotero gran parte de la vida. Con la Eucaristía y la Misa, igual que con la oración, se trata de un “permiso” especial, porque el Señor no sólo invita al banquete sino que manda que comamos. Pero es como en las fiestas en las que está todo abierto y preparado para uno que viene de invitado e igual uno pide permiso o espera a que la dueña de casa haga un pequeño gesto de iniciación. Pequeñísimos detalles que el que se los saltea se los pierde, porque en ellos va -como envuelta para regalo – toda la gratuidad y la alegría de la fiesta, en la que todo es don, porque está preparado y servido para uno, pero se goza más si el que invita reduplica el regalo cada vez que sirve una copa más de vino o pregunta de nuevo qué porción le agrada a cada uno… Lo mismo pasa cada vez que el invitado pide con humilde amabilidad si le pueden servir otro poquito de eso que está tan rico y la que cocinó lo sirve con una linda sonrisa de satisfacción porque se aprecia todo el cariño que le llevó pensar ese postre. En este tono, que si a alguno le suena demasiado a comida del domingo es señal de que, en penitencia, tiene que repetir su primera comunión, porque no la aprobó para nada, en este tono, digo, hay que escuchar el evangelio del Corpus en que Jesús recrimina a los que se le han puesto en contra y les dice: «Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo.» Para entender bien lo que quiere decir esto hay que escuchar antes al Padre que, como aquel Rey de la Parábola del Banquete de Bodas, nos manda a decir: miren que la fiesta ya está preparada. Es el banquete de bodas de mi Hijo y ustedes están invitados. Hay algunos que ni se enteraron de lo grande –grandísima- que era la fiesta y zafaron con cualquier excusa, y otros, como los del evangelio de hoy, que entendieron bien que el Señor hablaba de participar en algo muy serio y no les gustó: son los que discutían entre sí, diciendo: «¿Cómo este hombre puede darnos a comer su carne?» Que traducido sería algo así como “quién se cree este que invita a una comunión tal”. Nos vienen bien estos hombres duros para caer en la cuenta de lo que implica comulgar con la Carne de Jesús. No es cuestión de recibir un pancito que me da un momento lindo con Dios dentro de una semana atareada, es toda la semana atareada, con sus rostros alegres y esperanzados, angustiados y doloridos, que se concentran en ese Pancito y Jesús los hace su Carne y nos la entrega transfigurada para darnos Vida. “¿Cómo puede este hombre darnos a comer su carne?” significa ¿quién puede realizar un trabajo de asimilación tan grande y tan íntimo con todos? Si hay Alguien que realiza este trabajo de asimilación entre las personas, hay que acudir a Él, porque es la fuente de la vida. Y a algunos, esto, les parecía mucho. Como pasa hoy: a algunos les parece demasiado que la Eucaristía sea el lugar donde se sintetiza la vida, donde se comulga con todos, donde Dios nos transforma… Es un poco mucho… Si lo creyeran, tendrían que ir a misa todos los días. Por eso Jesús insiste, “les aseguro, créanme”: «Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán Vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Escuchemos bien estas dos advertencias: “si no comemos no tendremos vida y no nos podrá resucitar”. Hasta ahora la cosa venía como si comer su Carne fuera opcional, como si la vida ofreciera un menú variado. Alguna gente lo entiende así también hoy. Incluso dentro del cristianismo. Está bien el menú Eucarístico, pero yo soy vegano. Yo rezo cuando paso por la Iglesia, o tengo en cuenta a Dios pero a mi manera. Es algo así como: si hubiera un delivery comulgaría, pero ir a las iglesias me cuesta, no hay una en la que me sienta del todo cómodo. El Señor no está hablando de una espiritualidad a la carta, como dice Francisco, sino de “no tener vida” y de poner en juego nuestra resurrección. Pero bueno, “no será para tanto” pensará alguno. Como que esta contemplación ya está pasando para el lado de la obligación, con eso de “si no hacés esto…”. Por las dudas, volvamos al discurso de Jesús. Agrega el Señor: “Porque mi carne es la verdadera comida y mi sangre, la verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él. Así como yo, que he sido enviado por el Padre que tiene Vida, vivo por el Padre, de la misma manera, el que me come vivirá por mí”. No sé si a esta altura tengo que seguir intentando traducir. Me viene más bien aquello de “el que quiera entender que entienda”. Pero sigamos con la hipótesis de que no es por dureza de corazón que algunos minimizan el valor de la Eucaristía sino por una tentación muy pero muy sutil del maligno que vela nuestros ojos con el velo de finísimo de algunas ideas que parecen tan obvias e inofensivas y resulta que son el smog del alma. El Señor agrega su último argumento, contundente por sí mismo y que no necesita explicaciones sino animarse a probarlo: “porque mi Carne, dice, es la verdadera comida”. Es como cuando uno le dice a sus chicos que se están atragantando con chizitos “eso no es comida”. Verdadera comida es la que no solo es rica sino que asimilamos bien y no contiene nada extra pernicioso. Sólo la Carne de Jesús es buena para todos, todo en ella es asimilable –y más bien nos asimila a nosotros con Él- y nada resulta pernicioso. Comer algo así, en este mundo contaminado, es, además de un gozo, algo indispensable. Y termina el Señor: “Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron sus padres y murieron. El que coma de este pan vivirá eternamente”. Es algo nuevo. Hay que abrir la mente. La Eucaristía no es sólo “el pancito que mis papás me hicieron comer al recibir la primera comunión”. Aunque el Señor habla en otro sentido, el que está en el fondo de la palabra “sus padres” es el de todo esquema cultural heredado. Hoy heredamos esquemas que vienen de “otros padres”, pero todo esquema mental tiene padres y todo esquema mental “muere”, salvo el del Evangelio que nos da la buena noticia de que “tenemos permiso para poder recibir la Eucaristía”. Ayer el papa Francisco expresaba esto de “abrir la mente” hablando de “recuperar la memoria”: “Cada uno de nosotros puede preguntarse: ¿Cuál es mi memoria? ¿La del Señor que me salva o la del ajo y las cebollas de la esclavitud? ¿Con qué memoria sacio mi alma? Si miramos a nuestro alrededor, nos damos cuenta de que hay muchas ofertas de alimento que no proceden del Señor y que, aparentemente, satisfacen más. Algunos se alimentan del dinero, otros del éxito y de la vanidad, otros del poder y del orgullo. ¡Pero el alimento que nos nutre verdaderamente y que nos sacia es solo el que nos da el Señor! El alimento que el Señor nos ofrece es distinto de los demás, y tal vez no nos parezca tan sabroso como ciertas viandas que el mundo nos ofrece. Entonces soñamos con otras comidas, como los judíos en el desierto, que añoraban la carne y las cebollas que comían en Egipto, pero olvidaban que aquellos alimentos los comían en la mesa de la esclavitud. Ellos, en aquellos momentos de tentación, tenían memoria, pero una memoria enferma, una memoria selectiva. Una memoria esclava, no libre. El Padre nos dice: «Te alimenté de maná que tú no conocías». Recuperemos la memoria. Esta es nuestra tarea: recuperar la memoria y aprender a reconocer el pan falso que engaña y corrompe (… y apreciar) el pan vivo que da vida al mundo (…) Vivir la experiencia de la fe significa dejarse alimentar por el Señor y construir la propia existencia no sobre los bienes materiales, sino sobre aquello que no perece: los dones de Dios, su Palabra y su Cuerpo. Hoy, cada uno de nosotros puede preguntarse: ¿Y yo? ¿Dónde quiero comer? ¿En qué mesa quiero alimentarme? ¿En la mesa del Señor? ¿O sueño con comer alimentos sabrosos, pero en la esclavitud?”. Corpus 2014 Diego Fares sj

Trinidad A 2014

La Trinidad tiene historia

 

Moisés talló dos tablas de piedra iguales a las primeras, y a la madrugada del día siguiente subió a la montaña del Sinaí, como el Señor se lo había ordenado, llevando las dos tablas en sus manos.

El Señor descendió en la nube, y permaneció allí, junto a él. Moisés invocó el nombre del Señor.

El Señor pasó delante de él y exclamó: «El Señor es un Dios compasivo y bondadoso, lento para enojarse, y pródigo en amor y fidelidad.

El mantiene su amor a lo largo de mil generaciones y perdona la culpa, la rebeldía y el pecado; sin embargo, no los deja impunes, sino que castiga la culpa de los padres en los hijos y en los nietos, hasta la tercera y cuarta generación.

Moisés cayó de rodillas y se postró, diciendo: «Si realmente me has brindado tu amistad, dígnate, Señor, caminar en medio de nosotros. Es verdad que este es un pueblo obstinado, pero perdona nuestra culpa y nuestro pecado, y conviértenos en tu herencia».

El Señor le respondió: Yo voy a establecer una alianza. A la vista de todo el pueblo, realizaré maravillas como nunca se han hecho en ningún país ni en ninguna nación (Ex 34, 4-10).

 

Dijo Jesús: Dios amó tanto al mundo que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera sino que tenga vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él no es condenado; el que no cree ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios (Jn 3, 16-18).

 

Hermanos, alégrense, trabajen para alcanzar la perfección, anímense unos a otros, vivan en armonía y en paz. Entonces, el Dios del amor y de la paz permanecerá con ustedes. Salúdense mutuamente con el beso santo. Todos los hermanos les envían saludos. La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo permanezcan con todos ustedes (2 Cor 13, 11-13)

 

Contemplación

Anoche, en esas charlas de sobremesa que requieren especial atención, porque el padre Boasso anda por los 92 y está muy sordo, me dijo algo de la Trinidad que me quedó picando: “la Trinidad tiene historia”. Me quedó picando porque no lo decía en el sentido de que el dogma de la Santísima Trinidad tiene una larga historia de controversias entre los teólogos –que terminan por cansar la mente de la gente cuando los predicadores empezamos con lo de tres personas distintas y un solo Dios verdadero-, sino que Boasso aludía a su tema preferido: que Dios se mete en nuestra historia.

La Trinidad no está – limpia y perfecta como una abstracción numérica- en los libros de los que quieren pensar a Dios con categorías científicas, sino… (Iba a decir “sucia y hecha bolsa”, y pensé que no quedaba, pero lo comencé a describir y sí que queda), … sino que la Trinidad está metida en la vida de la gente: sucia y hecha bolsa como un pobre cristo crucificado, medio tristona como un espíritu, santo, sí, pero al que pocos le hacen caso cuando quiere levantar el ánimo, ansiosa y preocupada como un padre bueno al que se le fue el hijo y no sabe por dónde anda.

La Trinidad tiene historia. O más bien “historias”, muchas y distintas historias: la tuya y la mía, ¡tantas! Todas únicas y diferentes.

 

En la liturgia de hoy se puede ver esto que digo, porque para hablar del Padre, la primera lectura  nos recuerda la historia de Moisés, ese segundo padre del pueblo de Dios, con sus angustias y esperanzas como las de Abraham, preocupados ambos como todo padre por sus hijos. Abraham por el único, Isaac; Moisés por todos los del pueblo, tratando de escribirles una ley en tablas de piedra para que aprendieran a convivir como hermanos y a tener un solo Dios.

Ese Moisés nos regala una imagen del Padre  como Dios “compasivo y misericordioso”, y agrega eso tan lindo de: “lento para enojarse” (se ve que él era rápido –así fue como mató al egipcio y rompió las primeras tablas de la ley…-, y le impresionaba que Dios fuera tan paciente).

 

Moisés tiene esas frases geniales que nos consuelan tanto: “Si realmente me has brindado tu amistad, dígnate, Señor, caminar en medio de nosotros”.

 

Que la Trinidad tiene historia significa eso, que Dios camina en medio de nosotros, de nuestra familia, de nuestra comunidad, en medio del pueblo fiel. Y que es amigo…

 

De última: uno tiene historia sólo con (y para) sus amigos. Incluso dentro de la familia de uno, las cosas que se recuerdan brotan de la memoria de los que fueron más amigos, no de la simple crónica o del árbol genealógico. Los que transmiten la historia familiar son los hijos y los nietos que fueron amigos de los tíos y de los abuelos, los que les preguntaban cosas y les hacían hablar de los mayores…

 

Este sería un buen oasis donde detenernos un rato a descansar contemplando a la Trinidad desde esta experiencia (la de cada uno es única, pero todos sabemos de qué estamos hablando): la de la amistad.

Si queremos entrar de lleno en el Misterio de la Trinidad tenemos que usar esta puerta, o ventanita, de la amistad.

Jesús la abrió cuando dijo que no nos llamaba siervos (ni mucho menos espectadores teológicos) sino amigos, porque un amigo le revela su corazón al que es su amigo y él nos reveló su relación con el Padre.

La relación entre ellos dos es la de un Padre y un Hijo que juegan como amigos y esa Amistad es tan increíble que es Otra persona, como si fuera posible (que a veces parece que lo es) que cuando dos amigos se ríen juntos esa Alegría común se personificara y tuviera vida propia y común a la vez.

(Íbamos con un amigo al Máximo; me llevaba después de cenar y de haber extendido un poquito la sobremesa jugando a los palitos chinos con Iñaki, que cada vez juega mejor y, aunque había juntado como catorce palitos, como su papá haciendo el tonto contó empezando de cuarenta y cinco y llegó a cincuenta y tantos, él, con su inocencia, dijo “ganó papá”, dejando que la admiración por su padre le ganara a su espíritu competitivo que es bastante acentuado. Digo que íbamos charlando y terminamos el viaje riéndonos con un cuento de médicos sobre un mundial pasado. Me contaba Mingo la historia de un médico que era bastante volado y no tenía idea de que se jugaba un mundial y entonces el guacho que le tomaba los turnos le anotó como veinte turnos ficticios para la hora en que jugaba argentina y cuando llegó el día le mostró que no había venido nadie y le propuso doctor, no le parece que podemos ir a ver el partido, y el otro ni idea de lo que había pasado. Nos quedamos riendo un ratito con el cuento y al abrir la puerta para bajar me dice mi amigo: estuvo lindo. Y cuando ya iba a cerrarla agregó: “gracias por Iñaki”. Me quedó el buen sabor de ese gracias por su hijo, que es “mi mejor amigo”, como le dice Iñaki a algunos que quiere, que somos muchos pero no todos, y me lo llevé en el corazón dejando que quedara en el aire si había sido por los palitos chinos o porque Iñaki me había pedido en la mesa que se quería confesar). Cuento esto porque es la imagen que tenía en mente cundo escribí eso de que una Alegría entre amigos a veces parece que se personifica y tiene que ver con estar agradeciendo por otro).

Así pues, la historia de la trinidad tiene que ver con la amistad, porque sólo la amistad crea esos “hechos irreversibles” que son los hilos con que se teje la historia (lo demás pasa al olvido y se pierde en el baúl de los papeles viejos que ya no releemos).

Díganme si no es amistad esto de decir Jesús al Padre “vos siempre me ponés la oreja” (“Yo sé que siempre me escuchas”), o “yo nunca estoy solo porque el Padre está conmigo”. ¿No es acaso la amistad la que considera que el amigo “siempre es mejor que uno”, o “mayor”? ¿Y eso de no hacer las cosas por cuenta propia sino “como las hace el Otro”? ¿No es esa, precisamente, una de las cosas que sólo la amistad puede hacer, lo de actuar en nombre de un amigo haciendo las cosas tal cual le gustarían al otro, aunque uno las haría distinto?

 

Estas reflexiones apuntan a que cada uno se meta en el misterio de la Trinidad abriendo la puerta de sus propias experiencias de amistad. Es una puerta segura y va derechito al misterio. Como para reforzar, me viene lo de los tres mosqueteros: solo en la amistad tres pueden ser uno –uno para todos y todos para uno-.tres mosqueteros

 

La otra reflexión va por el lado de las palabras que usamos. A veces nos cuesta decir “Padre” (o “Dios” o “Trinidad”, lo que sea), pero todos podemos decir “hermano”. Jesús se lo enseñó a Juan que es el que nos transmitió eso de que: “¿Cómo puede amar a Dios, a quien no ve, el que no ama a su hermano, a quien ve?”(1 Jn 4, 20).

Afirmar la Trinidad, confesar el misterio de la Santísima Trinidad, es decir (y tratar a los otros como) hermanos.

Decir hermanos no es decir sólo que tenemos un mismo Padre. Es decir y vivir adhiriendo a una familia, con padre, madre y hermanos, tíos y primos… Hermano es la palabra clave para la Trinidad. Jesús se desvivió –literalmente- por ser nuestro hermano. Y como pasa con los hermanos: uno lo es, pero tiene que actualizarlo en las situaciones concretas en que nos mete la vida. Allí se juega si uno se convierte en el mejor amigo de sus hermanos o se la pierde. Y cuando nos presentamos ante el Dios del culto, tenemos que ir habiendo arreglado las cosas con nuestros hermanos (aquello de “si te acordás que tu hermano tiene algo contra vos, dejá la ofrenda ante el altar, andá a reconciliarte con tu hermano y después volvé a presentar tu ofrenda”). Más claro, agua. La relación con el Dios a quien no vemos se juega en las historias que tenemos con nuestros hermanos.

Pablo lo dice en la lectura elegida para hoy: “Hermanos, alégrense, trabajen para alcanzar la perfección, anímense unos a otros, vivan en armonía y en paz. Entonces, el Dios del amor y de la paz permanecerá con ustedes. Salúdense mutuamente con el beso santo. Todos los hermanos les envían saludos. La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo permanezcan con todos ustedes”.

En este contexto fraterno es donde surgen esas formulaciones trinitarias que luego se convertirán en fórmulas numéricas como modo de salvarlas de deformaciones conceptuales. Pero detrás de esos “tres” (amigos) y de ese “Único” (compasivo y misericordioso que, por amistad, quiso y quiere caminar con nosotros”) está la experiencia de tantos hermanos y hermanas en la fe cuya historia es la nuestra y la de nuestra querida y santísima trinidad también.

Diego Fares sj

Pentecostés A 2014

En la propia lengua

Al cumplirse el día de Pentecostés, estaban todos juntos en un mismo lugar. Y de repente sobrevino del cielo un ruido, como de un viento que irrumpe impetuosamente, y llenó toda la casa en la que se hallaban. Entonces se les aparecieron unas lenguas como de fuego, que se dividían y se posaban sobre cada uno de ellos. Quedaron todos llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les hacía expresarse. Habitaban en Jerusalén judíos, hombres piadosos venidos de todas las naciones que hay bajo el cielo. Al producirse aquel ruido se reunió la multitud y quedó perpleja, porque cada uno les oía hablar en su propia lengua. Estaban asombrados y se admiraban diciendo:
—¿Es que no son galileos todos éstos que están hablando? ¿Cómo es, pues, que nosotros les oímos cada uno en nuestra propia lengua materna las grandezas de Dios. (Hc 2, 1-11).

Evangelio
Al atardecer de aquel día, el siguiente al sábado, con las puertas del lugar donde se habían reunido los discípulos cerradas por miedo a los judíos, vino Jesús, se presentó en medio de ellos y les dijo:
—La paz esté con vosotros.
Y dicho esto les mostró las manos y el costado.
Al ver al Señor, los discípulos se alegraron. Les repitió:
—La paz esté con vosotros. Como el Padre me envió, así os envío yo.
Dicho esto sopló sobre ellos y les dijo:
—Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les son perdonados; a quienes se los retengáis, les son retenidos (Jn 20, 19-23)

Contemplación
En esta fiesta del Espíritu Santo, nuestro otro “ayudante”, como dice Jesús, quisiera dar testimonio de su ayuda contando algunas gracias que he recibido para la comunidad china en Buenos Aires, de la que soy capellán desde hace casi diez años.
Desde que llegué a Regina, en diciembre del 94, siempre me conmovía ver al Padre Cullen los domingos a la siesta, esperando a sus chinitos en el patio de la fuente. El había sido de los estudiantes jesuitas destinados a China que, luego de años de aprender la lengua, no habían podido entrar al continente y, en sus lugares de origen, habían tratado de mantener contacto con los chinos. Cu, como le llamábamos, juntó aquí a los taiwaneses que, luego, cuando comenzaron a venir los de Fu Jian, se alejaron un poco y los otros, que con Menem vinieron en gran cantidad, ocuparon el lugar.
Resulta que un domingo de Pentecostés en que Cu se había enfermado y estaba en el San Camilo, me encuentro a la siesta con que los chinos llenaban el patio de Regina. Para ellos, Pentecostés, junto con la Asunción, son dos fiestas muy grandes, tanto como Navidad y Pascua. Me dio mucha pena que se quedaran sin misa y, aunque tiraba la siesta luego de las misas de la mañana y el almuerzo, le ofrecí a Chen Wen, que era el que más conocía por saludarnos casi siempre a lo largo de varios años, darles la misa en la Iglesia, en castellano, por supuesto, y que ellos rezaran y cantaran en su lengua. Todavía recuerdo la impresión que me dio cuando, al decir: que la paz del Señor esté con ustedes, que los 150 chinos que me parecía que llenaban los bancos de Regina respondieran a una sola voz algo así como “ye yu ni de tun zai”. Agregué: “hermanos, reconozcamos nuestros pecados”, y ellos, a una, comenzaron el pésame y cantaron el Señor ten piedad…
Me maravilló y me sigue maravillando lo que es nuestra misa, nuestra liturgia, que se puede seguir exactamente paso a paso en dos lenguas distintas sabiendo que el otro dice para adorar a nuestro Dios, es lo mismo, aunque no se entiendan las palabras una por una.
Fue mi pequeño Pentecostés y desde entonces, nos hemos entendido cada vez mejor, más por el cariño que por las palabras.
Como sabía que me resultaría imposible aprender chino (aunque me sigue tentando) me propuse aprender solo las partes dialogadas de la misa. Gracias a la tecnología emprendí una prolija tarea de seguimiento en los ratos libres. Por un lado pedí fotocopias de la misa y de los sacramentos a amigos misioneros, escaneé textos y los reescribí escuchando cómo me sonaban a mi luego de grabar a distintos chinos y tratar de sacar la fonética. Ahora ya distingo los sonidos y los transcribo bastante acertadamente, especialmente los nombres cuando hacemos expedientes matrimoniales o de bautismo, pero al comienzo era chino. Con el tiempo, hemos logrado mejorar la interactuación, eso que hace que dos se quieran entender aunque no se entiendan. Porque con los chinos la mayor dificultad es que ellos piensan que no los vas a entender nunca y no se esfuerzan en volver a decir una palabra: muy difícil, dicen y prefieren aprender ellos la palabra castellana que enseñarte la china.
Gracias a Dios la mayor parte de la misa es cantada y eso evita las diferencias de acentos que son imposibles de incorporar sin un estudio dedicado. Como me decía un amigo que ha tenido mucha relación con China, los chinos son afectivamente más duros que nosotros, pero cuando te los ganás son incondicionales y muy buenos amigos. En este tiempo la comunidad católica en Buenos Aires ha crecido un poco (son unos dos mil de los mas o menos setenta mil que hay) y todos pasan por Regina. He bautizado a ciento cincuenta chinitos y casado unas 60 parejas. Viene a misa los domingos a la siesta en grupos de unos 60 y en las fiestas llenan la Iglesia.
Los datos son para compartir una idea de un pequeño rebañito de católicos que encontraron en Regina una casa y en el padre Cullen su pastor que los supo congregar. Mis compañeros jesuitas toman las misas en las que no estoy y ayudan con las confesiones y la atención de los enfermos cuando lo piden.
La cuestión es que eso de “entenderse en la propia lengua” se da de manera un poco particular, pero se da. Sin hablar en lenguas, nos entendemos en la lengua de nuestra madre la Iglesia que es la del Espíritu Santo. El entendimiento tiene ayuda, desde la traducción que hace Wan Aie de la predica hasta los chinitos que se confiesan usando el google traductor, cuyas traducción de los pecados chinos a veces suena muy “especial” (por no decir hilarante) en castellano, pero esto queda para el secreto de confesión.
Esto de comunicarse sin tener los matices de las palabras es duro. Uno quisiera consolar al que llora porque se le murió un ser querido y no cuenta más que con la palabra “ping an” –paz-, que no alcanza para nada. No hay manera de compartir una broma o de poner un ejemplo al evangelio… En la traducción, muchas veces yo digo dos palabras y Wan habla dos minutos, y otras, yo trato de decir tres frases seguidas y ella sólo encuentra dos palabras.
Pero cada tanto, el Espíritu ayuda y pasa como el domingo pasado, en que Jesús mencionaba al otro “Paráclito”.Yo no le había preguntado cómo traducían Paráclito (porque algunas palabras griegas ellos también las dejan como están) y me animé a decir que el Espíritu era nuestro Abogado. Wan estuvo explicando largamente la cosa y de golpe veo que frota el pulgar con el índice y el mayor y todos se ríen. “Qué les dijiste” le pregunté, y me respondió que “los abogados cobran mucha plata”. Ahí nomás aproveché y dije en castellano que el Espíritu era Abogado gratis y todos entendieron con sonrisa incluida. “Abogado gratuito y lo podés llamar a todas horas, porque te defiende siempre” agregué, y también entendieron el gesto de llamar por celular. La cuestión es que la metáfora les encantó a los chinos. Es que para ellos, que tienen todo el tiempo problemas con inmigraciones, con la Afip, con los juicios laborales y las habilitaciones, los abogados chinos que hablan castellano les resultan vitales y ellos suelen hacerlo valer y les cobran saladito. Por eso la imagen de un Abogado Gratuito les caía muy simpática. Más que a nosotros que tal vez no experimentamos tanto la necesidad cotidiana de tener que ser defendidos.
De aquí me quedó grabada la imagen del Defensor que usa Jesús, del que acude a nuestro llamado y nos acompaña en los trámites… Y comencé a pedirle más ayuda para que me defienda, más de mi mismo que de los demás. Y que defienda la unidad del Hogar y de la Compañía y de la Patria y la Iglesia, que es como decir que nos defienda de nosotros mismos que somos los que no cuidamos bien estos dones propios del Espíritu como son la unidad y la paz.
Diego Fares sj