Ascensión A 2014

Hagan que todos los pueblos sean mis discípulos

En aquel tiempo, los once discípulos fueron a Galilea, a la montaña donde Jesús los había citado. Al verlo, se postraron delante de Él; sin embargo, algunos todavía dudaron. Acercándose, Jesús les dijo:

-«Yo he recibido todo poder en el cielo y en la tierra. Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo…» (Mateo 28, 16-20).

… Recibirán la fuerza del Espíritu Santo que descenderá sobre ustedes y serán mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra.» Dicho esto, los Apóstoles lo vieron elevarse, y una nube lo ocultó de la vista de ellos.

Como permanecían con la mirada puesta en el cielo mientras Jesús subía, se les aparecieron dos varones con vestiduras blancas, que les dijeron:

– “Hombres de Galilea, ¿por qué siguen mirando al cielo? Este Jesús que les ha sido quitado y fue elevado al cielo, vendrá de la misma manera que lo han visto partir”.

Entonces se volvieron a Jerusalén desde el monte llamado de los Olivos, que dista poco de Jerusalén, el espacio de un camino sabático. Y cuando llegaron subieron a la estancia superior, donde vivían, Pedro, Juan, Santiago y Andrés; Felipe y Tomás; Bartolomé y Mateo; Santiago de Alfeo, Simón el Zelotes y Judas de Santiago. Todos ellos perseveraban en la oración, con un mismo espíritu en compañía de algunas mujeres, de María, la madre de Jesús, y de sus hermanos” (Hechos 1, 1-14).

 

Contemplación

Las dos imágenes, la de la Ascensión del Señor al Cielo, a la intimidad del Padre, y la de la comunidad de los discípulos reunidos en el Cenáculo antes de salir a misionar, están ligadas entre sí.

La Iglesia ocupada en salir a “hacer discípulos a todos los pueblos” tiene que ver con un Señor cuya presencia se hace sentir en la acción y no como objeto de culto.

El Señor está con nosotros cuando nosotros estamos “en salida”, en salida al Padre, en la adoración y en salida al prójimo en el servicio.

 

El viaje del Papa Francisco a Tierra Santa estuvo marcado por este deseo de Jesús de que “hagamos discípulos”.

 

Puede ayudarnos repasar en la oración el viaje del Papa y dejarnos conmover el corazón con esta gracia que él tiene y comunica, la gracia de invitarnos a ser discípulos de Jesús.

La imagen más fuerte, para mí, fue la de la misa en el Cenáculo, cuando habló de la experiencia más hermosa del cristiano:

“El Cenáculo nos recuerda también la amistad. “Ya no les llamo siervos –dijo Jesús a los Doce–… a ustedes les llamo amigos” (Jn 15,15). El Señor nos hace sus amigos, nos confía la voluntad del Padre y se nos da Él mismo. Ésta es la experiencia más hermosa del cristiano, y especialmente del sacerdote: hacerse amigo del Señor Jesús, y descubrir en su corazón que Él es su Amigo.(Misa en el Cenáculo, 26 de mayo de 2014)

En el cenáculo

La amistad con Jesús tiene el sello del discipulado. Somos sus amigos como los discípulos con su Maestro. No como discípulos exclusivos sino todo lo contrario, como discípulos inclusivos, que a todos quieren traer a esta amistad con el Señor.

Este fue el mensaje final del Papa parado en el lugar donde nació la Iglesia como “iglesia en salida”.

………….

 

Con las otras religiones y con los distintos pueblos que visitó, su mensaje fue también de discipulado, buscando fortalecer esos vínculos que Jesús nos enseñó a tener y que se han ido convirtiendo en comunes con los que cultivan los hombres de buena voluntad.

 

El viaje comenzó estratégicamente en Jordania, pueblo que acoge refugiados de las distintas religiones y países en guerra.

El Papa sintonizó con el Rey, a quien le agradeció ser un hombre de paz:

Aprovecho la ocasión para renovar mi profundo respeto y consideración a la comunidad Musulmana, y expresar mi reconocimiento por el liderazgo que Su Majestad el Rey ha asumido para promover un más adecuada entendimiento de las virtudes proclamadas por el Islam y la serena convivencia entre los fieles de las diversas religiones. Usted es conocido como un hombre de paz, y artífice de la paz. ¡Gracias! Manifiesto mi gratitud a Jordania por haber animado diversas iniciativas importantes a favor del diálogo interreligioso para la promoción del entendimiento entre judíos, cristianos y musulmanes…”  (Encuentro con el Rey de Jordania, Amán sábado 24 de mayo 2014).

En el Jordán

En la misa en Belén, habló de los niños, del signo que el Niño Jesús y de los niños que son para el mundo la clave de cómo andamos. Nombró especialmente a los niños acallados, los que ni siquiera pueden llorar, porque los hacen soldados o trabajadores esclavos. Esos niños por los que lloran sus madres, que como Raquel, no quieren ser consoladas.

 

De Belén, me quedó una imagen del Papa al ir camino al altar, mirando por un instante el cielo de Belén.El cielo de belén

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En sus encuentros con los presidentes de Palestina (Abbas) y de Israel (Peres), el Papa se jugó a invitarlos a una jornada de oración por la paz en su casa en el Vaticano. “Construir la paz es difícil, pero vivir sin ella es insoportable”. Esta es uno de esos aforismos de Francisco que entran en la mente con fuerza, no son palabras abstractas sino palabras vitales.

Señor Presidente, deseo invitarle a usted y al Señor Presidente Mahmud Abbas, a que elevemos juntos una intensa oración pidiendo a Dios el don de la paz. Ofrezco la posibilidad de acoger este encuentro de oración en mi casa, en el Vaticano. Todos deseamos la paz; muchas personas la construyen cada día con pequeños gestos; muchos sufren y soportan pacientemente la fatiga de intentar edificarla; y todos tenemos el deber, especialmente los que están al servicio de sus pueblos, de ser instrumentos y constructores de la paz, sobre todo con la oración. Construir la paz es difícil, pero vivir sin ella es un tormento. Los hombres y mujeres de esta Tierra y de todo el mundo nos piden presentar a Dios sus anhelos de paz(Aeropuerto Internacional Ben Gurión (Tel Aviv) domingo 25 de mayo de 2014)

 

Las actitudes de Francisco en los muros, el que separa a judíos y palestinos, donde apoyó la cabeza, y el de los lamentos, fueron tan elocuentes como todas sus acertadas palabras, como ese: “nunca más” que dejó escrito en castellano en el muro.en el muro

 

Muro en belén

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Con nuestros hermanos ortodoxos hubo multitud de gestos lindos. Me encantó cómo cuando se aprestaban a bajar unos escalones de grandes piedras irregulares, le mostró los escalones a Bartolomé (que tiene cuatro años menos, nada más) y algo le dijo, porque el otro bajó uno primero y le tomó la mano. Este dejarse ayudar de Francisco fue muy lindo. Tanto como cada párrafo de la declaración conjunta:

“No se trata de un mero ejercicio teórico, sino de un proceder en la verdad y en el amor, que requiere un conocimiento cada vez más profundo de las tradiciones del otro para llegar a comprenderlas y aprender de ellas. Por tanto, afirmamos nuevamente que el diálogo teológico no pretende un mínimo común denominador para alcanzar un acuerdo, sino más bien profundizar en la visión que cada uno tiene de la verdad completa que Cristo ha dado a su Iglesia, una verdad que se comprende cada vez más cuando seguimos las inspiraciones del Espíritu santo. Por eso, afirmamos conjuntamente que nuestra fidelidad al Señor nos exige encuentros fraternos y diálogo sincero. Esta búsqueda común no nos aparta de la verdad; sino que más bien, mediante el intercambio de dones, mediante la guía del Espíritu Santo, nos lleva a la verdad completa (cf. Jn 16,13).(DECLARACIÓN CONJUNTA DEL SANTO PADRE FRANCISCO Y DEL PATRIARCA ECUMÉNICO PARTOLOMÉ I Delegación Apostólica en Jerusalén domingo 25 de mayo de 2014).Con Bartolomé

 

En la celebración ecuménica tuvo frases muy alentadoras animando a trabajar por la unidad:

“Santidad, querido Hermano, queridos hermanos todos, dejemos a un lado los recelos que hemos heredado del pasado y abramos nuestro corazón a la acción del Espíritu Santo, el Espíritu del Amor (cf. Rm 5,5), para caminar juntos hacia el día bendito en que reencontremos nuestra plena comunión. En este camino nos sentimos sostenidos por la oración que el mismo Jesús, en esta Ciudad, la vigilia de su pasión, elevó al Padre por sus discípulos, y que no nos cansamos, con humildad, de hacer nuestra: “Que sean una sola cosa… para que el mundo crea” (Jn 17,21). Y cuando la desunión nos haga pesimistas, poco animosos, desconfiados, vayamos todos bajo el mando de la Santa Madre de Dios. Cuando en el alma cristiana hay turbulencias espirituales, solamente bajo el manto de la Santa Madre de Dios encontramos paz. Que Ella nos ayude en este camino” (Celebración Ecuménica Basílica del Santo Sepulcro, Jerusalén domingo 25 de mayo de 2014).

 

En la visita a los Rabinos, se quedó varios minutos escribiendo en castellano en el libro de honor. Es lindo ver en el video su trazo firme, sus letras pequeñitas…Escribiendo Libro

 

“Qué alegría cuando me dijeron, vamos a la casa del Señor…”.

 

Abrazo de 3 religiones

 

 

 

 

Pascua 6 A 2014

 

El Otro Ayudante

 ayuda

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

«Si me aman, guardarán mis mandamientos. Yo le pediré al Padre que les dé otro Ayudante que esté siempre con ustedes, el Espíritu de la verdad. El mundo no puede recibirlo, porque no lo ve ni lo conoce; ustedes, en cambio, lo conocen, porque vive con ustedes y está con ustedes. No los dejaré huérfanos, volveré. Dentro de poco el mundo no me verá, pero ustedes me verán y vivirán, porque yo sigo viviendo. Entonces sabrán que yo estoy con mi Padre, y ustedes conmigo y yo con ustedes. El que acepta mis mandamientos y los guarda, ése me ama; al que me ama lo amará mi Padre, y yo también lo amare y me revelaré a él.»

 

Contemplación

¡Jesús nos promete otro Ayudante! Me gustó esta palabra que no había visto sustantivada antes para nombrar el Espíritu.  Es que “Paráclito” es alguien a quien se “lo llama para que venga en ayuda”, un “pará-kletos”, un “ad–vocatus”, un llamado para que esté junto a uno. Las connotaciones legales que tiene la palabra “a-bogado” tienen su importancia. Porque de última la relación con los demás tiene que ver con la ley, con lo que se debe y no se debe hacer, con lo que está bien y lo que está mal. El Espíritu es el Abogado de una sola ley: la del Amor de Jesús, nuestro Buen Pastor y Amigo incondicional, la del Amor de nuestro Padre, que no se cansa de perdonar a sus hijos. En esta tarea tan hermosa es en la que necesitamos a ese Ayudante que es el Espíritu. Con su vida y su muerte por nosotros, Jesús nos ha mostrado que “Dios es Amor” y sólo amor y que todas sus otras “propiedades”, por decirlo así, son expresiones de ese Amor (Von Balthasar). El Espíritu es que nos ayuda a “traducir” todo lo que dice el Evangelio para comprenderlo como un lenguaje de amor. Y necesitamos un Ayudante que esté a la misma altura que Jesús y el Padre, porque si no, no logramos “entender” bien.

Qué quiero decir. Quiero decir que nuestros esquemas mentales funcionan con otros paradigmas –el del deber, el de la conveniencia, el del individualismo, el de la tecnología…- que no son los del Amor.

Por ejemplo, si tomamos aisladamente la primera frase de Jesús, cuando dice: “si me aman guardarán mis mandamientos”, puede ser que la entendamos como una advertencia, como una condición que termina siendo resulta expulsiva: “Si me amaras, guardarías (cumplirías mejor) mis mandamientos”.

Interiormente puede ser que nuestro esquema mental lea ese “si…” condicional de modo tal que resuene negativamente: “Como no cumplo del todo tus mandamientos, Señor, está claro que te amo poco. Esto ya lo sé”. Escuchamos en clave de “deber”, de intercambio comercial: “me das para que te dé”, “me das si…”.

Leamos la frase siguiente: “Yo le pediré al Padre que les dé otro Defensor, que esté siempre con ustedes, el Espíritu de la verdad”.

¿Por qué agregaría Jesús esto de un Defensor, de un Abogado, sino porque ya sabe que para guardar sus mandamientos necesitamos ayuda? Y si a ese ayudante le llama “Defensor”, es porque sabe que somos atacados, que el “acusador” nos culpa y nos trata de hacer sentir que “no guardamos sus mandamientos”, que “no somos merecedores de un amor así”, que “nunca podremos cumplir perfectamente todo”…

Jesús dice que “le pedirá al Padre que nos dé al Defensor, al Paráclito, el que se nos pone al lado y defiende en nosotros nuestra actitud ante el amor. Esta frase – “le rogaré al Padre”- suena como un “yo los comprendo, sé lo que les pasa, lo que sienten”. Y como lo sé, se lo puedo…, no diría “traducir” a mi Padre, porque el Padre conoce todo, pero sí “insistir” o “interceder”.

Pereciera que Jesús no sólo nos ayuda a nosotros sino que le ayuda al Padre!

Pero ¿para qué interceder si el Padre ya lo sabe?

¿Para qué le dice un padre su hijito que le va a pedir a la mamá para que le dé un permiso si se lo puede dar él o ya sabe que la madre se lo va a dar?

Son cosas que hace el amor, que suma personas a una misma decisión, al revés que en el trabajo, en el que vale más la economía de fuerzas y que cada uno haga lo suyo. En el amor es mejor cuando dos o tres hacen lo mismo, dicen lo mismo, preguntan varias veces, van y vienen…

Este diálogo de Jesús tiene el mismo tono que el de ese niño sirio que le dijo a su médico: cuando muera le voy a contar todo a Dios. Ese Niño es Jesús, el que le cuenta todo al Padre.

Fíjense cómo estamos en un esquema mental totalmente distinto a los que solemos usar. En los esquemas del Amor, la ayuda no es meramente funcional o signo de “carencias”. Jesús le ayuda al Padre “intercediendo” así como nos ayuda a nosotros “mandándonos”. El amor ayuda también sin necesidad, aunque el otro pueda hacerlo solo. El amor ayuda por el gusto de ayudar, como expresión del querer estar con el otro, compartiendo su tarea…

Es otro esquema. Y necesitamos mucha ayuda, es más Un Ayudante personalizado para este tema.

Leamos ahora la tercera frase, que dice: “El mundo no puede recibir a este Ayudante, porque no lo ve ni lo conoce; ustedes, en cambio, lo conocen, porque vive con ustedes y está con ustedes”.

¿Cómo es esto de que ya lo conocemos y de que ya vive y está con nosotros? Se trata de Alguien que, por lo que parece, sólo lo puede recibir alguien para el que ya es Familiar. Es que somos como los niños, pequeños, que no se dejan ayudar por cualquiera, ¿vieron?

Esto es muy lindo, es una característica del Espíritu Santo: cuando viene, viene como uno que estuvo siempre, como un viejo amigo, no como Alguien con el que hay que comenzar a hacer entrevistas a ver si cuajamos. Un amigo me decía ayer algo así como que el Espíritu “sobrevuela los tiempos”: viene del futuro, pero como el que estuvo desde siempre; se hace presente como el que, siendo conocido, se muestra sorprendentemente renovado; se lo recuerda como a esas personas que están tan mimetizadas con su misión que “no las vemos” pero cuando las vemos, caemos en la cuenta de que siempre estuvieron.

La siguiente frase de Jesús, nuestro Primer Ayudante, es como si adivinara nuestros sentimientos más íntimos: “no los dejo huérfanos”. Nosotros pensamos que está todo bien pero que el Señor se fue y experimentamos la orfandad. Pues bien, en el Espíritu no hay orfandad: Jesús y el Padre habitan en nosotros y nos hacen experimentar su amor.

De nuevo insiste el Señor con lo de cumplir sus mandamientos. Pero ahora, con la Ayuda del Espíritu, nos suena distinto: son todos mandamientos que expresan, trascendentalmente, al único mandamiento de permanecer en su amor.

¿Cómo se permanece en el amor?

Amando, por supuesto. Pero antes, dejándonos ayudar.

Pero escuchemos bien, no dejándonos ayudar para hacer después las cosas solos de una buena vez (esquema mental errado), sino recibiendo al Ayudante en nuestra vida como Alguien que “estará con nosotros de modo permanente”. Y, mejor aún, si con esto de que el Espíritu sobrevuela los tiempos, cayendo en la cuenta de que lo poco o mucho que se de Jesús y que practico ha sido todo (todo) gracias a su ayuda.

Permanecer en el amor de Jesús y del Padre es ingeniarnos para dejarnos ayudar a ser amados y a amar en toda situación.

Permanecer en el amor es dejarnos ayudar como el ciego Bartimeo, y gritar fuerte cuando intuimos, en nuestra ceguera, que Jesús pasa… La gente lo chistaba para que se callara, pero Alguien le dijo “ánimo, levántate, Él te llama”. Ese es el Ayudante que tiene sus “asistentes”, la gente “de buen espíritu”.

Permanecer en el amor es dejarnos ayudar como la hemorroisa y animarnos a seguir una corazonada, la de tocar aunque más no sea la orla del manto de Jesús. Las corazonadas son ayudas del Ayudante. ¡De quién si no!

 

Permanecer en el amor es dejarnos ayudar como Zaqueo, fiándonos de ese poder de cálculo tan especial de un prestamista, que lo lleva a primerear, a subirse a la morera en el lugar justo y a tener las cuentas hechas para devolver y repartir sus bienes. Los cálculos del amor son ayudas del Ayudante: hacen que las cuentas cierren milagrosamente.

Permanecer en el amor es dejarnos ayudar como Simón Pedro, aguantando la vergüenza de haber sido tan flojos y traidores y no escaparnos cuando Jesús se toma tiempo y nos interroga prolijamente insistiendo en querer saber cuánto y cómo lo amamos y si de verdad somos sus amigos. El saber ponerse colorado por no escaparle al amor es ayuda del Ayudante y nos pone de tan buen humor!

Permanecer en el amor es dejarnos ayudar para poder cumplir sus mandamientos de cuidar a los pequeñitos, de no escandalizarlos, de servirles agua, alimento, de darles ropa limpia, techo y cariño. El Ayudante que nos dejó Jesús se muestra especialmente eficaz y cariñoso en esta tarea y el signo (escuchemos bien los colaboradores y voluntarios de las obras de caridad) el signo de que uno cuenta con la ayuda del Ayudante es que se deja ayudar y coordinar junto con los demás, porque “el Espíritu todo lo coordina para el bien común”.

“Ciertamente, hay diversidad de dones, pero todos proceden del mismo Espíritu. Hay diversidad de ministerios, pero un solo Señor. Hay diversidad de actividades, pero es el mismo Dios el que realiza todo en todos. En cada uno, el Espíritu se manifiesta para el bien común” (1 Cor 12, 4-7).

Permanecer en el amor es dejarse ayudar para poder adorar al Padre en Espíritu y en Verdad. Sin el Ayudante no podemos rezar. Él es el que nos hace gemir y decir Abba Padre y Jesús ten piedad de mí, pecador.

Permanecer en el amor es no entristecer al Ayudante: dejá que te defienda Él, no te defiendas solo; dejá que te conduzca, no te apures ni te cortes solo, dejá que te consuele, pedicelo, es una gracia, dejá que te enseñe.

Permanecer en el amor es dejarnos ayudar por la primera Ayudante del Espíritu, nuestra Señora. Ella es el testimonio patente de la ayuda del Espíritu a los pequeñitos del pueblo fiel de Dios.

Diego Fares sj

 

Pascua 5 A 2014

“Le voy a contar todo a Dios”

 niño sirio

 

Jesús dijo a sus discípulos:

«No se agite su corazón. ¿Ustedes creen en Dios?, crean también en Mí. En la Casa de mi Padre hay muchas moradas; de no ser así, se lo habría dicho, porque voy a prepararles un lugar. Y cuando haya ido y les haya preparado un lugar, volveré otra vez para llevarlos conmigo, a fin de que donde yo esté, estén también ustedes. Y a donde Yo voy ya saben el camino.»

Tomás le dijo:

– «Señor, no sabemos adónde vas. ¿Cómo vamos a saber el camino?»

Jesús le respondió:

– «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre, sino por mí. Si ustedes me conocen (comprenden), conocerán (comprenderán) también a mi Padre. Ya desde ahora lo conocen y lo han visto.»

Felipe le dijo:

– «Señor, muéstranos al Padre y eso nos basta.»

Jesús le respondió:

– «Felipe, hace tanto tiempo que estoy con ustedes y toda­vía no me conocen (no comprenden quién soy). El que me ha visto, ha visto al Padre. ¿Cómo dices: «Muéstranos al Padre»? ¿No crees que yo estoy en el Padre y que el Padre está en mí? Las palabras que digo no son mías: el Padre que habita en mí es el que hace las obras. Créanme: yo estoy en el Padre y el Padre está en mí. Créanlo, al menos, por las obras. Les aseguro que el que cree en mí hará también las obras que yo hago, y aún mayores, porque yo me voy al Padre» (Juan 14, 1-12).

 

Contemplación

La foto del niño sirio es de agosto de 2012. La usaron en diciembre de 2013 para ilustrar la frase de un niño de 3 años (el de la foto es más grande) que dijo antes de morir “le voy a contar todo a Dios”. En estos días la noticia se hizo más “viral” como dicen y se expandió en internet. Me la contó la hermana Juliana, que se había quedado todo el día repitiendo interiormente la frase: cuando muera le contaré todo a Dios.

Me conmovió mucho a mí también y la compartí con mis alumnos, reflexionando que si un niño le cuenta todo a Dios no podremos salir indemnes ninguno de los adultos, no sólo los que hacen la guerra. También reflexionaba que un inocente que sufre sabe todo sobre la vida aunque no tenga muchas palabras.

 

Hoy quería meditar con esta frase del niño, ya que Jesús dice: “No se agite su corazón. ¿Ustedes creen en Dios?, crean también en Mí. En la Casa de mi Padre hay muchas moradas; de no ser así, se lo habría dicho, porque voy a prepararles un lugar. Y cuando haya ido y les haya preparado un lugar, volveré otra vez para llevarlos conmigo, a fin de que donde yo esté, estén también ustedes”.

Pensaba en este niño y en su confianza de tener un lugar seguro en la Casa de Dios y también de contar con Alguien a quien poder contarle todo eso que parece que no tiene testigos ni oídos.

 

Al buscar en internet me desilusionó un poco ver que las noticias se mezclan y se construyen. Que algo que lleva varios meses se presenta como si fuera de hace unos días y que se usen fotos de hace dos años para ilustrar la frase. Es como si alguna gente armara noticias para tocar nuestra sensibilidad. Muchos notamos que la foto del niño no correspondía a uno de tres añitos. Tampoco parece estar muriendo…

Sin embargo, si uno lo piensa bien, es peor que la foto sea de hace dos años y medio. Es peor que se puedan encontrar cientos de fotos de niños que sufren la guerra para ilustrar una frase que alguien dijo.

Si la dijo un niño realmente antes de morir o la pensó alguien que lo cuidaba en el fondo es lo mismo. Porque hay cosas que los niños dicen sin palabas y que hay que saber escuchar. Y si no las escuchamos, ellos se la dirán a Dios, se la dicen a Dios.

 

Esto es quizás lo importante: que de golpe, esa frase se haya hecho escuchar y que alguien haya necesitado ponerle imagen. Y lo terrible es que haya encontrado imágenes y haya podido elegir.

El que ha estado junto a niños en la cama de un hospital sabe que los niños dicen cosas como esa, preguntan si es verdad que van a ir al cielo y si Dios los escucha, cuentan lo que le dicen y expresan sus dudas. Cuando encuentran una buena palabra, una que les da esperanza, enseguida la guardan y la usan para rezar. Y después, cuando les viene una duda o una palabra fea, pelean con ella y tratan de expresar su desasosiego (estoy describiendo a Lucianita).

Por eso me impresionan las frases de Jesús: que creamos en Él y no nos inquietemos en nuestro corazón, y la imagen tan concreta de que nos va a preparar un lugar en la Casa del Padre, que tiene muchas habitaciones.

 

Es una imagen como para niños ¿no? y es una especie de respuesta anticipada a lo de “voy a ir a contarle todo a Dios”. La imagen que tiene el niño sirio (en una noticia salió que era una niña) es la de volver a casa a contarle a su papá lo que le hicieron, que le explotó una bomba y lo hirió y lo llevaron al hospital…

 

Francisco dijo hace poco que el mundo le parece como un hospital de campaña. La frase de este niño sirio, del que no sabemos el nombre, le pone rostro y palabras a ese Hospital. Y nos hace sentir que, como ese niño, uno lo que quiere es “salir del hospital para ir a casa, a su habitación” y “allí poder contarle todo al Papá”.

 

Hago memoria ahora de algunos de mis niños, a los que tuve el privilegio infinito de poder acompañar en su enfermedad y en su muerte. Recuerdo al primero, a Jorgito, nuestro mejor alumno de catecismo en el barrio el Sol, en mi época de noviciado, que resbaló del tren y murió en la estación, en brazos de su catequista, que me contó que no sabía que decirle pero que él estaba tan en paz que rezaron juntos un padrenuestro. Recuerdo a Dieguito, que tenía cáncer en una pierna, cómo me pedía que le leyera el evangelio en el patio de atrás de su casa, en Sumampa. Recuerdo que una tarde abrí el evangelio al azar y salió el pasaje del paralítico al que Jesús le dice: “levántate y camina”. Yo no sabía qué decirle y le pedí que me dijera qué sentía él y no me dijo nada, pero al otro día, en la fiesta del Señor de Mailín, lo vi entrar sin ayuda, con sus muletas, en medio de la iglesia atestada de peregrinos, para ir a tomar gracia de la Cruz del Señor y después caer rendido para ser internado y morir en el hospital poco tiempo después. Recuerdo a Lucianita, nuestras charlas teológicas en el hospital de niños. Me queda la impresión profunda de cómo tenía que elegir cuidadosamente las palabras más verdaderas cuando me preguntaba del cielo y del infierno, cómo escuchaba atentamente lo que le decía y le daba espacio en su corazón, lo guardaba y lo daba vueltas y volvía a pedir una aclaración, hasta que se quedaba con lo que sentía que le hacía bien, expresando que luego le venían dudas y pensamientos feos. Me quedan las lindas sonrisas que me regalaba y que rezaba por mí. Recuerdo a Iñaki, cuando se intoxicó, con qué devoción pedía el “aceitito de San José” que le llevé, cómo rezaba con su mamá y la alegría de volver a su casa que quiso expresar personalmente saludando a cuanto médico y enfermera iba encontrando por el camino, en una salida que se hizo dichosamente larga (me lo contaron pero es como si viera las caras de los médicos y de las enfermeras al escuchar ese “me voy a mi casita…!”).

 

La imagen del hospital de campaña del que añoramos salir para ir a nuestra casita es una imagen primordial. Jesús se sitúa a ese nivel de nuestros deseos más profundos para anunciarnos su buena noticia, la alegría de que él nos tiene preparado un lugar. Nosotros tratamos de anunciar esta alegría del evangelio con nuestros hogares y nuestras casas de la bondad. Son como sucursales de los cuartos del cielo.

 

Cuando subo por las escaleras del Hogar y voy viendo las piezas, muchas veces miro por la ventana o entro, si está abierta alguna porque Mary anda limpiando, y bendigo las camas vacías y los sueños de los nuestros.

No me gusta mucho “imaginarme” el cielo. Las imágenes terminan por desilusionarme un poco o se vuelven medio ingenuas. Prefiero lo de Pablo: prepararme para ver algo que “ningún ojo vio” y que Dios tiene preparado como sorpresa para los que ama. Pero si hay un lugar en este planeta donde se puede intuir algo de cómo puede ser el cielo es en una de esas piezas bendecidas mientras una voluntaria prepara las camas para los que ingresan, allí donde pasaron la noche los que no tienen pieza en esta ciudad y soñaron que le contaban tantas cosas a Dios. Ningún lugar mejor para pescar esos sueños profundos que el confort hace que muchos no soñemos y que los que no tienen casa sueñan intensamente: sueños de ir a nuestra casita del cielo a contarle todo a ese Dios nuestro que ve y escucha todo lo que ya desde ahora le contamos en el secreto de nuestro corazón.

 

Diego Fares sj

 

 

Pascua 4 A 2014

Las hace salir…

descarga (1)

En aquel tiempo, Jesús dijo:

«Les aseguro que el que no entra por la puerta

en el corral de las ovejas, sino que sube por otro lado, es un ladrón y un asaltante. El que entra por la puerta es el pastor de las ovejas. El portero le abre y las ovejas escuchan su voz. Él llama a cada una por su nombre y las hace salir.

Cuando las ha sacado a todas, va delante de ellas y las ovejas lo siguen, porque conocen su voz. Nunca seguirán a un extraño, sino que huirán de él, porque no conocerán quién es el que les habla.»

 

Jesús les hizo esta comparación, pero ellos no comprendieron lo que les quería decir. Entonces Jesús prosiguió:

 

«Les aseguro que Yo soy la puerta de las ovejas. Todos aquellos que han venido antes de mí son ladrones y asaltantes, pero las ovejas no los han escuchado. Yo soy la puerta. El que entra por mí se salvará; podrá entrar y salir, y encontrará su alimento. El ladrón no viene sino para robar, matar y destruir. Pero yo he venido para que las ovejas tengan Vida, y la tengan en abundancia.  Yo soy el Pastor bueno y hermoso. El Pastor hermoso y bueno expone su vida por las ovejas. El mercenario, el que no es pastor, a quien no pertenecen las ovejas, ve venir al lobo abandona las ovejas y huye, y el lobo las arrebata y dispersa, porque es asalariado y no le importan las ovejas (Jn 10, 1-13).

 

Contemplación

Una de las tareas del Buen Pastor consiste en “hacer salir a las ovejas…”. Y eso es lo que está haciendo el papa  Francisco con nosotros: nos está haciendo salir. Salir a las periferias. A todas las periferias: a las geográficas, a las periferias existenciales (allí donde los límites de la cultura actual se vuelven difusos y amenazantes) y, me parece a mí, a la más desafiante de todas, que es la periferia temporal del presente.

 

¿No es verdad que el presente es el eterno excluido de las cosas de Dios? Tendría que rezar, pero ahora no tengo tiempo… Me gustaría ayudar a este prójimo, pero en este momento, no puedo detenerme, tengo obligaciones que cumplir…

 

Aunque todos pensemos que es verdad que la característica del mundo actual es “gozar del presente”, no hay que dejar de preguntarnos si ese “presente” sin mucha memoria y con esperanzas bastante cortas, es verdaderamente un “presente”. Porque un presente sin memoria y al que se lo come implacablemente el momento que viene, más que un presente es una nada: vivencias que se nos escurren como viento entre los dedos.

 

Las personas en situación de pobreza, en cambio, son más ricas en presente. Presente de sufrimiento, es verdad, porque si estás en situación de no tener un sueldo tenés que perder el día entero para ganar ese magro sustento que te permite seguir trabajando; tenés que pasarte horas haciendo cola para tener un turno en el hospital…

La otra noche, luego de un retiro abierto en el Socorro, venía caminando por Avenida de Julio, ya de noche, y me conmovió, como siempre pero esta vez más, una mujer que tiraba de su carro repleto hasta más allá de lo razonable de cartones y papeles. La sentí tan cansada mientras avanzaba con sus pasitos cortos y firmes hacia no sé dónde que concluí que el cansancio lo tenía en el alma, no en las pierna. Nos cruzamos y al darle la espalda, me estremeció pensar que iba atada al carro, que tenía que caminar o caminar, y que su casilla o casa, sea que estuviera en la villa o en el gran Buenos Aires, quedaba muy lejos como imagen del deseo de sentarse a comer algo caliente y tirarse a descansar. Cuando vuelvo a casa a cierta hora de la noche, lo único que pienso es en llegar. Por eso el carro tan grande, aunque no pesadísimo por estar lleno de cartones, se me volvió desolador. Tan enorme y con un valor de tan pocos pesos. Después investigué un poco y no es mal trabajo, este año te dan entre $ 1,70 y $ 2,20 por kilo. Cada carrito cargado puede juntar material que pesa entre 120 y 140 kilos y podés sacar entre 5000 y 7000 pesos por mes, pero tenés que trabajar 25 días y 10 hs. diarias. Y las cooperativas contienen a la gente que sabe dónde llegar, cómo organizarse…

Igual no deja de conmoverme ver a una mujer a esa hora de la noche empujando ese carro pasito a pasito. Me conmueve la atadura al presente. La suma de kilos y pesos engaña, porque todo depende si trabajás, incansablemente, esas diez horas para juntar lo del día. La cuestión es que le di una buena ayuda (a los que manguean les doy limosna pero a los que trabajan de cartoneros les suelo dar medio salario del día, con dinero que la gente nos da para distribuir entre personas en situación de pobreza, porque me parece que les “salva el día”, como me dijo uno, y que lo toman como algo caído de regalo pero justo, porque el día lo han trabajado) y me robé la expresión de su rostro –parte no entiendo, parte ¡gracias!, parte qué bueno, parte con esto le llevo algo rico a los chicos, parte… no sé cuántas partes se pueden ver enteras en un rostro que apenas se ilumina un poquito en medio de la noche.

Como me la traje conmigo a esa mujer que, después que nos separamos unos 30 metros se paró de nuevo a mirar la plata y a guardarla cuidadosamente en el bolsillo, revivo ahora la historia y siento que puedo entrar en ese presente y revivir tantos detalles que capté y que quedaron guardados –intactos- en mi memoria. Ese presente de las personas en situación de pobreza es el presente del que hablo como una periferia de las que dice el papa que son a la que hay que salir (para dar, y luego entrar para rezar).

Se habrán fijado que no digo “pobres” sino “personas en situación de pobreza”. Cambiar el lenguaje es una manera de “salir”. Hay un lenguaje que encierra. Decir “los pobres” es encerrar a muchísima gente muy distinta, tan digna como cualquiera y con todas sus cualidades únicas y personales, sustantivando algo que es accidental.

Si lo utilizamos a nivel existencial, el definirnos como pobres nos cabe a todos, porque el ser humano es pobre en cuanto que no posee su vida, pero si lo usamos a nivel social es denigrante. Una persona no “es” un pobre, está en situación de pobreza. Decir que alguien “es” rico tiene sentido, porque las riquezas se te pegan y pasan a formar parte de tu cuerpo como alimentos, vestidos, operaciones y hasta inyecciones de sangre fresca! (leamos lo que dice la Dra. Sánchez Reyes: “En la Medicina Estética utilizamos el llamado Plasma Rico en Plaquetas o Plasma Rico en Factores de Crecimiento para producir un rejuvenecimiento, al estimular a los fibroblastos de la piel para que produzcan colágeno y elastina, de manera similar a cuando teníamos 20 años”. Sustantivar la riqueza tiene su sentido porque verdaderamente pasa a formar parte de nuestro cuerpo y de nuestra vida. Pero sustantivar la pobreza es, si se lo piensa bien, algo espantoso, porque es sustantivar lo que falta y no porque “así es la vida” como cuando uno dice que alguien es un enfermo, sino por una cuestión social, totalmente revertible y en grandísima medida fruto de la injusticia.

 

Por eso, aunque parezca un poco rebuscado y muchos usemos la expresión “los pobres” con buenísima intención, hablar de “situación” nos pone en un presente interpelante. Si es una situación puede (debe) cambiar, puede mejorar. Esto, antes de comenzar a decirlo, hay que comenzar a vivirlo. ¿Cómo? Saliendo de nuestras actitudes de “superioridad”. Son tantas! El Padre Cullen decía que “Dios anestesia a los pobres para que no sientan cuánto los despreciamos, aún mientras les estamos ayudando”.

Yo comento algunas mías. Una actitud de superioridad se muestra en el trato. Para muestra baste un solo ejemplo: De primer impulso, suelo hacer esperar más a los pobres que a los ricos. Esto implica sustantivar, porque si pensara en su situación, como cuando vienen dos enfermos a una guardia, espontáneamente uno hace esperar menos al que está en situación más vulnerable o de riesgo.

Bueno, toda la reflexión viene al caso porque el Señor habla de que “El buen Pastor, llama a sus ovejas por su nombre y las hace salir”. Para ayudar a salir a la gente tenemos que aprender a llamar a cada uno por su nombre. Y distinguir nombres propios de situaciones es fundamental. Por eso la gente escucha al papa, porque siente que trata a cada uno como persona, por su nombre, y no como los que te tratan mirando un libro de derecho canónico, juzgando tu situación y condición como si estuvieran identificadas con tu persona: sos un pobre, sos un divorciado, sos un preso…

Diego Fares sj

 

 

Pascua 3 A 2014

Modos de estar

Emanuel 2

 

He aquí que dos de ellos (de los discípulos) iban aquel mismo día (el domingo de la resurrección) a un pequeño pueblo distante ciento sesenta estadios (diez km) de Jerusalén, de nombre Emaús. Iban charlando entre sí de todas estas cosas que habían acontecido. Y sucedió que en medio de la conversación (homilía) y de la discusión, el mismo Jesús se les aproximó y caminaba con ellos. Pero sus ojos estaban como retenidos para que no lo reconocieran. El les dijo: «¿Qué son estas palabras que intercambian entre ustedes mientras van caminando? Ellos se detuvieron tristes y le respondió uno llamado Cleofás, diciéndole: «¡Eres tú el único peregrino en Jerusalén que no está enterado de las cosas que estos días ocurrieron en la ciudad?

«¿Cuáles?», les preguntó.

Ellos respondieron:

«Las de Jesús, el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y en palabras delante de Dios y de todo el pueblo, y cómo nuestros sumos sacerdotes y nuestros jefes lo entregaron para ser condenado a muerte y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que fuera él quien librara a Israel. Pero a todo esto ya van tres días que sucedieron estas cosas. Es verdad que algunas mujeres que están con nosotros nos han dejado sorprendidos: ellas fueron de madrugada al sepulcro y al no hallar el cuerpo de Jesús, volvieron diciendo que se les habían aparecido unos ángeles, asegurándoles que él está vivo. Algunos de los nuestros fueron al sepulcro y encontraron todo como las mujeres habían dicho. Pero a él no lo vieron».

Jesús les dijo:

“¡Qué necios son y qué lentos de corazón para creer todo lo que anunciaron los profetas! ¿No ven que era necesario que el Mesías soportara esos sufrimientos para entrar en su gloria?” Y comenzando por Moisés y continuando con todos los profetas, les interpretó en todas las Escrituras lo que se refería a él.

Cuando llegaron cerca de su pueblo, hizo ademán de seguir adelante. Pero ellos le insistieron: «Quédate con nosotros, porque ya es tarde y el día se acaba.»

El entró y se quedó con ellos. Y estando sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, lo bendijo y después de partirlo se lo daba.

Entonces les fueron abiertos los ojos y lo reconocieron, pero él se les hizo invisible. Y se decían: «¿No ardía acaso nuestro corazón, mientras nos hablaba en el camino y abría para nosotros las Escrituras?»

En ese mismo momento, se pusieron en camino y regresaron a Jerusalén.

Allí encontraron reunidos a los Once y a los demás que estaban con ellos, y estos les dijeron: «Es verdad, ¡el Señor ha resucitado y se apareció a Simón!»

Ellos, por su parte, contaron lo que les había pasado en el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan” (Lucas 24, 13-35).

 

 

Contemplación

Modos de estar de Jesús

Emaús nos narra “los modos de estar” de Jesús Resucitado. Había agregado: los modos de estar “presente”, pero creo que dificulta la mirada. Jesús no siempre está “presente”, pero siempre está. Hay otros modos de estar que no son la presencia. Veámoslo  paso a paso.

Si miramos a Jesús y nos preguntamos ¿qué es lo más notable de la persona del Señor resucitado?, podemos decir que en el pasaje de Emaús el Señor está siempre. Está, como diría Ignacio, a la manera de quien trabaja por nosotros en todas las cosas y cuya acción benéfica desciende a nosotros como los rayos del sol sobre la tierra o como agua que fluye de una fuente.

“Se les aproximó…”

El Evangelio dice que se les acercó, o sea que los venía siguiendo.

Aproximarse es un modo de estar. Tiene dos pasos: uno “mirarlos de lejos” o “tenerlos en mente desde antes”; el otro paso es “acercarse efectivamente”.

Este modo de estar “aproximándose” es algo recíproco. Ellos venían hablando de Él, lo tenían en su discusión, lo sentían ausente y esa ausencia tenía la forma de la tristeza… Son modos negativos de tener a alguien presente. Precisamente, el problema era, como le dirán después, que “a Él no lo vieron”.

El estado de sus corazones era como el de esas oraciones en las que uno lee todos los textos y sigue los pasos de la lectio divina pero está desolado porque no ve al Señor.

Sin embargo el Señor estaba viniendo. Los venía observando de lejos (o desde “arriba”, o mejor, desde el interior de su corazón). También cuando eligió a los primeros discípulos el evangelio nos dice que “Jesús los vio echando las redes”, y a Natanael le dice que “lo vio debajo de la higuera”.

Francisco lo expresa diciendo que el Señor siempre “nos primerea”. El “nos tiene en mente”, nos “piensa” como dicen los italianos cuando quieren decir que nos extrañan: “ti penso”. Y también “me faltas”. Son los pasos previos del “acercamiento”.

Al entrar en la contemplación, Ignacio nos recomienda ponernos en la presencia del Señor y dice: considerar como me mira, me ama, etc.… Podemos agregar: considerar cómo se me quiere aproximar.

Ser prójimo, aproximarse al otro, especialmente al que está acostado al borde del camino o al que va en camino a su Emaús, es una actitud trascendental, es decir: en todo momento, en cualquier situación Jesús es El que está dando un pasito de projimidad, un pasito de acercamiento al hombre a quien define como “prójimo”.  Somos “prójimos”, seres de encuentro, no islas, no planetas que se alejan… Y Jesús es el Prójimo de todos, nuestro hermano, el Emmanuel. (No se pierdan el video de una Iglesia evangélica brasilera sobre el Emanuel : http://www.youtube.com/watch?v=K4jaTn-LJws).

 “Y caminaba con ellos…”

Este “caminar con ellos” nos habla de un modo de estar de Jesús que implica proceso, que lleva tiempo. Las personas que nos acompañan en nuestros procesos de crecimiento –nuestros padres, toda la vida, nuestros maestros, los que nos acompañan espiritualmente…-, tienen una presencia muy especial. Como que no hace falta que estén todo el tiempo, ni físicamente ni en nuestra conciencia, pero en los momentos de síntesis, en los momentos en que damos un paso de crecimiento, son los primeros que nos vienen a la mente y a quienes llamamos para contarles. Esto quiere decir que “han estado” caminando con nosotros en nuestro caminar profundo y por eso “los recuperamos instantáneamente”. Por eso era tan importante en la primera comunidad que el que reemplaza al apóstol Judas, fíjense la frase: “sea hecho con nosotros testigo de su resurrección uno de estos hombres que han estado juntos con nosotros todo el tiempo que el Señor Jesús entraba y salía entre nosotros, comenzando desde el bautismo de Juan hasta el día en que de entre nosotros fue recibido arriba” (He 1, 21-22). Lucas habla de un Jesús que entraba y salía entre ellos, que caminaba con ellos. A esos, el Señor se les puede “hacer presente” y aparecerse porque lo reconocerán como el que los acompañó en su proceso. Para otros será motivo de una vista superficial.

“En medio de la homilía”

No deja de ser significativo que se les acercara “en medio de la conversación”, en medio de la homilía. Es otro modo de estar de Jesús, uno que surge “en medio de” los que hacen algo en su Nombre. Esto para estar atentos siempre que se hable de Jesús, aún en las homilías más desesperanzadoras y aburridas, que así era ésta que sostenían entre ellos los discípulos de Emaús.

Jesús es la Palabra y está de alguna manera en todo diálogo. Y si es de dos o más que se reúnen en su nombre, Él está en medio. ¿De dónde vienen esas palabras que de pronto nos levantan, nos hacen sonreír, nos impulsan a ir, a salir, nos permiten concluir algo y tomar una decisión, elegir? Es Él el que nos está hablando, Él, La Palabra, esa que sintoniza con la que nos nombró para crearnos. Es que somos eso, una palabra, somos como Él, una palabra nacida de los labios del Padre. Y cuando en medio de nuestras conversaciones, esas charlas lindas que nos permiten expresarnos a fondo, es pronunciada esa palabra original, cuando Él la pronuncia, revivimos, como una planta a la que se le echa agua. El nos está hablando siempre al oído del corazón, y escuchar su tono, discernir su voz en medio del bullicio y de las palabras insidiosas del enemigo, eso es la oración.

“Pero sus ojos estaban como retenidos para que no lo reconocieran”

Estar no reconocido es también un modo de estar. Que nuestros ojos estén como retenidos para que no lo reconozcamos no significa que no esté. Hay algo en Él que “retiene los ojos”, no los deja ejercer su poder inquisitivo, retiene el deseo de ver y los ojos como que se velan, cesan de “salir de sí” y se mantienen en suspenso, mientras uno piensa y se cuenta otras cosas.

Esto no es algo raro, nos sucede también con muchas personas, que están pero no las vemos.

Paradójicamente quizás, a las que siempre están son a las que menos vemos ¿no?

Y no es sólo cuestión de egoísmo nuestro o de estar encerrados en nosotros mismos. También hay algo en las personas buenas que las vuelve invisibles. Son esa gente que hace lo suyo con mucho amor y tan en sintonía con su tarea que se vuelven… normales: no desentonan, no desafinan, se integran con el paisaje de su trabajo hasta el punto de ser como el aire o la luz…

De este modo de estar hay que avivarse. Porque si no uno se pierde a las mejores personas de su vida. Aunque soy un poco reiterativo, muchos insisten en que Francisco, aquí, no sonreía. Como soy testigo de 40 años de bondad incansable y de sonrisa mansa –retenida-, me admiro de que algunos ni se planteen la otra cara de una sonrisa, que es la propia y no tengan un poquito de insight para decir: quizás había algo en nosotros que impedía que lo reconociéramos… Y tratar de recordar si no sentían algo distinto –un ardor- cuando él predicaba.

“¿De qué hablan que van con esa cara triste?”

Emanuel

Jesús les hace una pregunta y luego agrega otra. Pero en el fondo pregunta por todo: por sus palabras, por los sentimientos que tienen y por lo que pasó. Los hace detenerse, los hace hablar y los escucha pacientemente. ¿De qué hablan que van con esa cara triste?  ¿Qué pasó?

Este modo de estar –del que pregunta-  es también muy de Jesús. Él siempre preguntaba: ¿crees esto?, ¿crees que puedo curarte? ¿quieres curarte? ¿ustedes también quieren irse? ¿Simón, me amas? ¿somos amigos?

Preguntar es un modo de aproximarse al otro. Respetuoso, inclusivo, interpelante… En toda persona que pregunta bien, que hace las preguntas pertinentes, las preguntas éticamente insoslayables, las preguntas profundas que abren al sentido de lo que se vive, está Jesús. Así como molesta el que pregunta mal, el que interrumpe o quiere llamar la atención, el que pregunta bien es siempre alguien positivo.

Es que el hombre es esencialmente un ser que pregunta y Jesús es la respuesta del Padre a todas nuestras preguntas.  Pero no puede revelarse a gente que no tiene preguntas, a gente que solo discute las noticias del día y todo lo hace “autorreferencialmente” como diría Francisco, tratando de reafirmar su punto de vista.

Jesús se hace presente suscitando las preguntas precisas que destaponan el corazón.

En vez de discutir, contarle a otro de nuevo lo que pasó suele darnos la clave.

En la oración eso es la “repetición” Ignaciana.

Allí donde parecía que no sacamos nada puede haber una gracia. Por eso, volver sobre nuestros pasos, contarle a Jesús de nuevo todo lo que vivimos “sin él”, nos cambia, nos abre el corazón.

¿De qué hablás mientras vas de camino con aire entristecido?  ¿Qué pasó?

No es obvio contar “las mismas cosas”.  A veces esta objeción de la obviedad dificulta la dirección espiritual o la oración misma. La persona dice: “Pero si ya te lo conté mil veces. Es siempre lo mismo…”.  La misma letra, quizás, pero la música existencial es siempre otra. Y resulta que al contarle “lo mismo” a Jesús, cambia la tristeza en alegría, la huida en misión!

 

La tentación más extendida en la vida espiritual es la falta de capacidad de pregunta, la falta de capacidad de asombro, el no creer que haya cosas nuevas en mi vida (no solo en la futura), cosas que pasaron y que son extraordinarias y que no he interpretado a la luz de las Escrituras.

De ahí proviene esa falta de esperanza para ver que lo que yo creía que era una muerte no ha sido sino semilla de Vida.

Pensamos: “Ya fue, ya pasó, ya no hay nada que hacer, esto es así, yo soy así…”.

Y agregamos: “no espero que cambie mucho, salvo para empeorar”.

Los de Emaús se van lamentando.

Cada uno puede parafrasear ese lamento proyectando el propio (a mí se me ocurre ahora algo así):

Quién nos mandó a nosotros a poner las esperanzas en ese Jesús.

“Tres días”, nos decía…

Lo único que tenemos son cuentos de ángeles y mujeres.

Pero a Él no se lo ve.

Y esa comunidad de sus amigos: ¡qué desastre!

No saben qué hacer.

Están encerrados.

Discuten entre ellos.

Se culpan de haberlo abandonado.

No se los ve para nada coherentes…

Lo más sensato es irse, alejarse.

Cuando lo que lo ha juntado a uno con otros se muestra solo como una ilusión, un lindo sueño, pero nada más, lo mejor es irse”… Y así vamos mascullando.

“Pero cómo les cuesta creer!”; “qué cabeza dura son!”.

Jesús, el que nos reta. Un desconocido que les pregunta y de golpe pasa a retarlos con un énfasis notable, como sólo podría tener alguien muy de confianza: “¡pero cómo les cuesta creer!”; “qué cabeza dura son!”.

En los retos que llevamos dentro “están” las personas que nos retaron: las que nos retaron bien, como un límite positivo, las que nos retaron mal, como una herida. Jesús está como el que nos reta bien, con amor.

No creer que Él está eso es ser cabeza dura.

Miremos que el Señor no reta en la moral sino en la fe.

Al revés que muchos, que consideran que la falta de fe no es “retable”.

¿Me animo a que me digan “qué cabeza dura” porque no creo”?

La fe no es creer que Dios existe, solamente, sino creer que nos ama, que está con nosotros en todo. Eso es la fe (Francisco).

En realidad el reto fue más fuerte que decir cabezas duras: con mucho amor y como se le dice sólo a alguien a quién se ama para corregirlo “totalmente”, el Señor les dijo estúpidos y pedazo de tarados. “Anoetos” significa “imprudente” en el sentido fuerte de una persona que no tiene juicio, de un estúpido (stulti), un necio total, que no se da cuenta de lo más obvio. Y “tardo de corazón” (brados) significa un corazón perezoso, pesado, trabado. Es como si les dijera “¡pero qué tarados!”).

Fijémonos que el Señor no les dice: “Ustedes están equivocados, las cosas no pasaron como me las cuentan. En realidad no fue para tanto…”.

No, el Señor corrobora su versión.

Pero les reprocha que en su interpretación falte la  fe, que dice: “era necesario pasar por todo eso, para llegar a este encuentro”.

“Y les interpretó en todas las escrituras lo que se refería a Él”.

Jesús el exegeta. Este es su modo de estar preferido: el del que “nos interpreta las escrituras”. Una especie de Google pero especializado en lo que se refiere al Padre, a Él y a su misión, que nos aclara todo lo que ayuda a entender mejor su amor y su misión.

La taradez de los discípulos no es una taradez que provenga de un corazón malo.

Por eso el Señor les cuenta de nuevo, pacientemente, cómo fueron las cosas, abriéndoles la mente a las escrituras, en las que creían, de manera que se les abran los ojos.

Cuando uno interpreta como malo algo que en realidad era bueno, al darse cuenta del error, uno tiene la experiencia de sentirse un tarado. Se trata de esa tara que todos llevamos dentro y que solo Jesús cura y despeja.

Si nos fijamos bien, aquí está presente ya el Espíritu Santo. Jesús lo definió como el que nos “explicaría toda la verdad”. Este modo de estar, que requiere que uno se ponga a contemplar el Evangelio y a prestar atención al Espíritu, es “El modo” de Jesús Resucitado, que “es Espíritu”. Pablo lo expresa a los Corintios en un pasaje que nos recuerda a Emaús: “Pero se les oscureció el entendimiento, y ese mismo velo permanece hasta el día de hoy en la lectura del Antiguo Testamento, porque es Cristo el que lo hace desaparecer. Sí, hasta el día de hoy aquel velo les cubre la inteligencia siempre que leen a Moisés. Pero al que se convierte al Señor, se le cae el velo. Porque el Señor es el Espíritu, y donde está el Espíritu del Señor, allí está la libertad” (2 Cor 3, 15-17).

Este pasaje de Lucas es literariamente “inclusivo” de todo el Evangelio. Lo que quiere decirnos es que la historia de Jesús no es algo que pasó y que los discípulos luego recordaron y nos contaron por escrito. Los evangelios vienen de la “interpretación” que hizo Jesús resucitado en persona, y de la apertura de mente que les comunicó con su presencia y sus palabras vivas. Él es el Proto Evangelista, del que fluyen los cuatro evangelios y todas las exégesis que hacemos después. Cuando decimos que el Evangelio es “palabra de Dios” no decimos que es una especie de “recuerdos de otros de las palabras que Jesús dijo (de las cuales sólo quedaron algunas como ‘mismísimas’ –Abba, Éfeta…), sino que en esa “apertura de mentes” que creó Jesús resucitado son sus propias palabras tal como quedaron impresas en las mentes y corazones de los suyos y gracias a las cuales interpretaron todo lo demás, pasado, presente y futuro. En ese “interpretarles toda la Escritura” están las palabras primordiales que constituyen el Evangelio, todo evangelio. De ahí la fuerza que tiene el kerygma cuando es anunciado por los testigos: las palabras en sí mismas son “cargadas e intensas”, están llenas de vida, en cada fragmento está el todo, por decirlo como lo dicen Guardini y Balthasar.

Hizo ademán de seguir adelante

Este modo de estar como quien amaga a seguir de largo, es también propio del Señor “que pasa”.

Es un modo que nos deja libertad a la vez que nos interpela. Nos obliga a decidir cuánta presencia soportamos o deseamos. El no está más de lo que queremos que esté. En esto es modesto en pretensiones y discreto.

Jesús no pretende respuesta. Los ha dejado pensando y se acabó el tiempo de camino.

Discretamente amaga a seguir…

Es ese Señor que toma la forma de quien nos acompaña, nos escucha las penas, nos da su versión… y luego nos deja… ¿otra vez en lo mismo?

Recordemos que no sabían que era Jesús. Intuían que les hacía bien escucharlo… pero de ahí a invitarlo a pasar, de ahí a retenerlo, media una decisión.

La decisión de jugarse por el otro en el que se me hace presente el Señor.

Si cada vez que doy un vaso de agua se lo doy a Él, es lícito pensar que también cada vez que hago lo que otro me dice le hago caso a Él. Especialmente cuando es alguien que me ha acompañado, retado y explicado las escrituras. ¿Será?

San Ignacio le pedía a Jesús que lo librara de los pensamientos escrupulosos que lo atormentaban y le decía: “aunque tenga que seguir a un perrito que me envíes, lo seguiré”. Estaba tan harto de sus propios pensamientos que quería seguir a otro, la opinión de otro, el consejo de otro…  Por ahí va la dirección espiritual.

“Quédate con nosotros porque se hace tarde y anochece”

Jesús entra en lo nuestro y se queda con nosotros a partirnos el pan. La Eucaristía es su modo de estar permanente, diario, íntimo.

Invitado, Jesús acepta. Entra en la casa. Se pone cómodo, se lava seguramente…

Y al ponerse a la mesa acepta bendecir el pan, lo parte y se los da.

¿Le habrán visto las manos, con las heridas…?

¿Tenía Jesús una manera especial de bendecir y dar el pan?

Ante la eucaristía se definen nuestros pensamientos y todas nuestras cosas.

“Si puedo estar (con este sentimiento, con este pensamiento…) ante la comunión ese sentimiento o pensamiento vale y si no, no.

La Eucaristía es el lugar de la presencia de Jesús. Allí debe terminar todo discernimiento y morir toda cavilación y elucubración.

Pero de manera fuerte. Si puedo comulgar con El todo está bien. Y si no, hay que cambiar.  Pero no se puede hacer entrar a Jesús en mi corazón y seguir con mi falta de fe en que me ama. Es descortés.

Jesús que desaparece y queda como “Ardor”

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Una vez interiorizada su presencia y constatada como real a lo largo de todo el camino, el Señor no necesita estar “como uno más” enfrente a nosotros, objeto de nuestra vista, sino que pasa a llenar con su dulzura nuestro interior.

La presencia del Señor es ese “Ardor del corazón”. Ardor que bien puede ser uno de los nombres del Espíritu Santo, que es llama y amor intenso.

Los sentimientos del corazón… Es un misterio nuestro corazón: capaz de la sensibilidad más delicada y de la dureza más empedernida. Un San Juan de la Cruz puede distinguir infinitos matices del paso de su Amado por su corazón y expresarlos en la mejor lengua castellana. En el diario de Ignacio, el cuadernito que no quemó junto con la pila de sus escritos personales, las más de las veces sólo aparece la palabra “lágrimas”.

Eso sí: lágrimas con abundancia de devoción, intensas lágrimas, con dolor de ojos por tantas, a veces, y otras con un suave venir alguna agua a los ojos; muchas lágrimas, algunas, lágrimas diversas… Y una sobria sinfonía de delicadezas de Dios para con su corazón, que Ignacio resume como “humildad amorosa” y “acatamiento amoroso”.

Si se pudieran mapear, como se hace ahora, los modos de estar del Señor y sus pasos por los corazones, surgiría, estoy seguro, un mundo luminoso como no existe afuera, siendo que nos maravilla ver cómo se encienden las luces de nuestro cerebro o los lugares más poblados de la tierra al ser vistos desde el cielo.

El Señor resucitado que se ha aparecido a otros de la comunidad

Cuando llegan a la comunidad con su experiencia del Resucitado, la comunidad los confirma: “Es verdad! El Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón”.

En el contarse unos a otros los encuentros con el Señor, la comunidad recupera su centro y el Señor vuelve a aparecer en medio de ellos dándoles la paz. El modo de estar en comunidad es en el que el Señor se siente cómodo. Pero es una presencia construida personalmente y en común. El Jesús de la Iglesia requiere la fe luchada por el camino de cada uno y la fe de todos.

Diego Fares sj