Pascua 2 A 2014

Apertura

llagas

Al atardecer de ese mismo día, el primero de la semana, estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, por temor a los judíos, llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo:

– «¡La paz esté con ustedes!».

Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor. Jesús les dijo de nuevo:

– «¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes».

Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió:

– «Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan».

Tomás, uno de los Doce, de sobrenombre el Mellizo, no estaba con ellos cuando llegó Jesús. Los otros discípulos le dijeron:

– «¡Hemos visto al Señor!».

El les respondió:

– «Si no veo la marca de los clavos en sus manos, si no pongo el dedo en el lugar de los clavos y la mano en su costado, no lo creeré».

Ocho días más tarde, estaban de nuevo los discípulos reunidos en la casa, y estaba con ellos Tomás. Entonces apareció Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio de ellos y les dijo:

– «¡La paz esté con ustedes!».

Luego dijo a Tomás:

– «Trae aquí tu dedo: aquí están mis manos. Acerca tu mano: Métela en mi costado. En adelante no seas incrédulo, sino hombre de fe».

Tomas respondió:

– ¡Señor mío y Dios mío!».

Jesús le dijo:

– «Ahora crees, porque me has visto. ¡Felices los que creen sin haber visto!» (Jn 20, 19-31).

 

Contemplación

Dando unos ejercicios abiertos en la Iglesia del Socorro, en esta Octava de Pascua, contemplamos el evangelio en que el Señor “abre la mente de los discípulos para que comprendan la Escritura” y, en un momento de silencio, saboreando esta palabra “apertura”, levanté la vista y vi el Cirio: “la apertura son las llagas”, pensé. ‘Cristo ayer y hoy, principio y fin, Alfa y Omega. Suyo es el tiempo y la eternidad. A Él la gloria y el poder por los siglos de los siglos’.

La apertura está en esa Cruz en la que cada espacio tiene una cifra del año actual y cada punta un clavo de incienso sobre las cuatro llagas, además de la del centro, que es la llaga del corazón abierto del Salvador.

 

Hoy, al leer el evangelio de Tomás, vuelve la imagen fuerte de las cinco llagas como boquetes en la carne y en el tiempo por donde nos entra la Luz y la Gracia desde la interioridad del Señor Resucitado, irrumpiendo en nuestra historia a través de esos cinco  ventanales.

Las llagas son algo más que “heridas”: son signos y aperturas. Signos de que algo pasó una vez, signos históricos que nos recuerdan el momento exacto, el ruido desgarrador y el dolor de los clavos que un soldado martilló sobre las manos y los pies de Jesús. Para bajarlo de la Cruz tuvieron que desclavar al Señor y quedaron las llagas medio abiertas. Llagas que, luego de resucitar, las conservaría así, abiertas, como signo de que no desea que olvidemos lo que pasó aquel día.

 

Hoy que tanto se habla de memoria, esa es la memoria que no debe ser borrada.

 

En el memorial de esas llagas abiertas caben todas las llagas y todo se recuerda de la única manera que una llaga puede ser recordada: todo se recuerda “pacificado por la sangre de Cristo”.

 

Fuera de esas llagas es tan doloroso ver a la gente que ha sufrido queriendo mantener vivo el recuerdo de las llagas de sus seres queridos que para otros, incluso cercanos, se van cerrando y volviendo, en el mejor de los casos algo que queda guardado y se recuerda con veneración de tanto en tanto, y en el peor de los casos, algo totalmente borrado de la vida que sigue, indiferente, su camino hacia adelante.

 

Las llagas de Jesús nos abren al pasado, mantienen abierta la puerta de la historia. Nos permiten ir atrás a recuperar lo que pasó. Nos mantienen en contacto con los que vivieron antes, con lo que vivimos y dejó huella en nosotros.

Sin esta puerta abierta de la memoria nos desdibujamos, perdemos consistencia, el presente nos iguala a todos en el mal sentido, sin perspectiva, sin trayectoria. ¡Hay tanto que reconocer en el pasado, tanto por lo que debemos agradecer!.

 

Si no fuera por lo que duele –por las llagas- creo que al pasado lo olvidaríamos.

Hay algo misterioso en el dolor que hace que el pasado no se pase, no se borre.

Pero, sin Jesús, no es sano volver al dolor pasado durante mucho tiempo. Hay que mirar para adelante, como se dice.

 

Pero si uno entra de la mano de Jesús, de esa mano llagada y resucitada, la cruz del pasado no es tumba sellada sino puerta abierta a la vida. Si uno vuelve de su mano se encuentra con que no hay cadáveres sino resurrección, que la tumba está vacía. La llaga del Señor nos recuerda que allí hubo algo terriblemente doloroso e injusto pero se puede ver a través de la apertura de esa llaga y desembocar a otro lado, a eso que llamamos la Gloria de Dios, a la que se llega “pasando por la Cruz”. Escuchemos bien: “pasando”, no quedándose en la Cruz. Y ¿por dónde se pasa? Por la abertura de las llagas.

 

Que el Señor haya querido dejar abiertas sus cinco heridas es signo de que podemos volver de su mano, no a meter el dedo en la llaga, como quería Tomás, sino a ver a través de ellas el “sentido de todo dolor”. Podemos pasar a interpretar los sufrimientos vividos desde la mirada de Jesús que nos dice: “era necesario que el Mesías padeciera para entrar –escuchemos bien: para “entrar”- en su Gloria.

 

Las llagas del Señor son también apertura al futuro. Nos dicen que habrá que atravesar sufrimientos –escuchemos bien: “atravesar”, no quedar atrapados- para realizar la misión que él nos encomienda, con la esperanza cierta de que Él nos espera con los brazos abiertos. Una mamá que perdió a dos de sus hijos hace unos días le decía a otra que le preguntaba cómo es que estaba serena e incluso con sonrisa en medio de su profundo dolor. Y ella le decía que miraba hacia allí donde se juntaban el cielo y la tierra, y veía ese horizonte como lugar donde un día se iban a encontrar todos juntos, y pedía la gracia de no bajar la mirada. Creo que es el testimonio más cercano que he escuchado en este tiempo de cómo vive alguien esa apertura a la esperanza que brota de una llaga. Hay un lugar –aunque está lejos- en el que la herida no se cierra sino que se abre. Pero no hay que bajar la mirada.

 

Las llagas del Señor Resucitado nos abren al presente, al otro, especialmente al que está herido al borde del camino, en la periferia, como dice Francisco. Esas son llagas que sí podemos manejar, vendar, curar, calmar…

Las llagas del pasado y del futuro nos abren a la contemplación –a agradecer y a esperar-; las llagas del presente nos abren a la acción, son puerta de salida, nos mueven a la caridad y a las obras de misericordia.

 

Es significativo que el Señor “llega estando cerradas las puertas” y muestra la apertura de sus manos, de sus pies y de su Costado herido. De esa apertura brota la paz. Una paz de tener el pasado perdonado y el futuro asegurado que nos permite dedicarnos por entero a curar todas las llagas actuales sin culpas y sin miedos.

 

Diego Fares sj

 

 

 

 

 

 

 

 

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