Domingo de cuaresma 2 A 2014

 La transfiguración cura los miedos

 

chofer asesinado

 

Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan,

y los llevó aparte a un monte elevado.

Allí se transfiguró en presencia de ellos:

su rostro resplandecía como el sol

y sus vestiduras se volvieron blancas como la luz.

De pronto se les aparecieron Moisés y Elías, hablando con Jesús.

Pedro dijo a Jesús:

«Señor, ¡qué bien estamos aquí!

Si quieres, levantaré aquí mismo tres carpas,

una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.»

Todavía estaba hablando, cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra

y se oyó una voz que decía desde la nube:

«Este es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta mi predilección: escúchenlo

Al oír esto, los discípulos cayeron con el rostro en tierra,

llenos de temor.

Jesús se acercó a ellos y, tocándolos, les dijo:

«Levántense, no tengan miedo.»

Cuando alzaron los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús solo.

Mientras bajaban del monte, Jesús les ordenó:

«No hablen a nadie de esta visión,

hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos» (Mt 17, 1-9).

 

Contemplación

Contemplo hoy releyendo contemplaciones anteriores.

Me admira que en todas encuentro gusto en algo y ganas de retomarlo.

El que la transfiguración es la contemplación por excelencia (2008).

Jesús se muestra más allí, en el Tabor, que luego, como resucitado.

Muestra “la “Belleza de su amor compasivo que salva al mundo” (Martini).

Jesús irradia todo el amor que, antes y después, en la vida cotidiana, va destellando rayitos para atraer nuestra fe (2002).

 

Y el Padre lo confirma. Así nos infunde confianza en el proceso de transfiguración de corazones que está en marcha.

Se trata de una audición más que de una contemplación (2005).

Sabemos por Ignacio que “contemplar” es usar todos los sentidos espirituales y aquí se trata de ver la luz de Jesús escuchando las palabras del Padre: “este es mi Hijo amado, escúchenlo”.

Esta voz les quedó grabada a los discípulos en su corazón. Unos corazones cuya carne resultó ser material más fiel que el de un DVD.

Jesús confió en que su voz, transmitida a viva voz por sus amigos, tendría más efecto que una palabra escrita.

Confió en que las madres cristianas, al susurrar el nombre de Jesusito en los oídos de sus hijos reproducirían el tono exacto de su voz.

Confió en que los amigos, al comunicarles a otros amigos que habían encontrado al que esperaban, tendrían el mismo timbre sincero y auténtico suyo.

 

Y cuando le encargó a Pedro que apacentara sus corderos, aunque no está escrito (porque no se puede escribir una voz) creo que le regaló su modo de hablar y su tonadita, esa que “reconocen las ovejas”.

Esta es, desde entonces, la gracia del Papa. En el 2005 decía: uno escucha la voz de Juan Pablo II, ahora ronca y entrecortada, y reconoce la voz del Pastor. Una voz que, como la de Jesús, supo ser discurso vibrante y ahora es apenas gemido de dolor. Porque necesitamos todos los matices de la voz del Señor, no sólo intérpretes de sus discursos brillantes.

Me encantó recordar la voz de Juan Pablo y sentir que ahora reconocemos a Jesús en el italiano porteño de Francisco. Es una de las gracias humanas que tiene el tono de voz: cuando habla Francisco hasta entendemos italiano porque la cadencia es la nuestra.

Ignacio nos recomienda escuchar a Jesús en el tiempo más largo de unos buenos ejercicios.  En su Diario espiritual nos da una preciosa indicación de cómo suena la voz del Señor en su interior. El la llama “loqüela” (un lenguajecito especial, diríamos nosotros). Es una voz que no llega a proferirse, son “palabras suavísimas” que le armonizan el alma sin que las pueda expresar. Son como una “música celeste, que le produce gran deleite y alegría y lágrimas cuando las “escucha”.

Digo “lenguajecito” y no sólo voz porque Jesús habla a todos y eso es lenguaje: “el acto personal de expresión que se realiza en el intercambio social con el prójimo”.

Esto nos lleva a lo común: Jesús se nos transfigura “tomándonos en su compañía”. San Ignacio tomó el nombre de la Compañía de este pasaje: “Tomando en compañía Cristo nuestro Señor  a sus amados discípulos, a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan… (EE 284). Por eso, cuán “compañero de Jesús” sea cada uno es algo vital –existencial como dice Francisco. No es un título de los jesuitas, quiero decir. Qué grado de cercanía tendrá cada uno con Jesús, cuán compañero suyo será, cuánto se dejará acompañar por él, no son cuestiones jurídicas sino vitales (2008).

De lo que se trata es de la transfiguración de nuestro corazón, de lo que sea en que se haya convertido, en un corazón de hijos. En algunos, los más jóvenes, la tarea será la de crecer para pasar de ser hijitos (teknon) a hijos maduros (huios), capaces de heredar los bienes de la familia y hacerse cargo de la casa. En otros, adultos, aunque la primera tarea nunca cesa porque a veces somos chiquilines en el Espíritu, el trabajo transfigurador consistirá más en despojarnos de las máscaras, de esos roles que nos imponemos o nos cargan y que –decimos- no nos dejan tiempo para ser hijos, para gozar de sentirnos y comportarnos como hijos que viven en la casa del Padre y trabajan en su viña.

San José es el modelo de “compañero de Jesús y la Virgen” en esto de “tomarlos consigo” (2011).

………….

Hasta aquí la memoria agradecida por tantas alegrías y gozos de Jesús transfigurado.

Desde este Tabor, donde dan ganas de quedarse, bajamos a la realidad actual.

Hoy leía algo de Pagola sobre los miedos y me quedé en que las consolaciones de Jesús son antídoto para los miedos. Así como el Padre cura la ansiedad, Jesús cura nuestros miedos.

Entre los muchos miedos de la vida moderna, el que provoca la inseguridad es fuerte. Proviene de las muertes sin necesidad, arbitrarias, como la de Leonardo Paz en la madrugada de ayer, ocasionada por los que roban unos pesos en un colectivo. La imagen del miedo queda asociada a pibes jóvenes, drogados, nerviosos, que ni aprovechan lo que roban, que te matan ante tu esposa e hijos, te roban el auto y chocan a las pocas cuadras. Se trata de una violencia enferma. Los jóvenes que ya se sienten muertos vivos por la droga y la falta de esperanzas, matan sin problemas a los que tienen una vida, a los que como Paz, sueñan con ser colectiveros. Se trata de una violencia que tiene sesgo social. No se entiende “personalmente” –“yo no te hice nada a vos, no me mates vos a mí, te doy lo que tengo”-. Es una violencia anónima, impersonal. Por eso asusta más que otras. Incluso que las persecuciones ideológicas o por la fe, en las que uno sabe lo que viene y está preparado. La de la inseguridad es una violencia que salta a cualquier hora en cualquier lugar y se cobra una víctima sin motivos especiales.

Los mártires de hoy son eminentemente “sociales”: cualquiera nos representa a todos.

Hay que sentirlo así y rezarlo así. Y nos tiene que afectar profundamente. Yo suelo bendecir haciendo una cruz sobre las fotos de los caídos en las páginas de los diarios y pedir la gracia de estar preparado si me toca a mí, ofreciéndolo por todos. Tanto nos debe afectar “socialmente” que nos lleve a identificar el remedio, la vacuna. El antídoto es –tiene que ser- social. Es un antídoto a larguísimo plazo. O quizás no tanto. Francisco con su cultura del encuentro, nos ha mostrado que ese remedio tiene efecto inmediato: casi todo el mundo responde bien al encuentro. Por eso creo que está bien hacer un paro por algo así. Parar todos, aunque genere molestias en muchos y a otros, que tienen medios, no los afecte. El remedio es tomar consigo a los otros y mostrar lo mejor de la vida poniéndolo a disposición de todos. La imagen contraria son las vidrieras llenas de comida y de ropa ante los ojos del que está tirado en la calle. O edificios-torres de vidrio y acero contemplados desde las casillas de chapas y cartones de la villa.

La transfiguración actual no tiene que ser de brillo –tenemos excesos de brillo- sino de disponibilidad. Las cosas y nosotros mismos, que nos vamos “privatizando” tenemos que cambiar el logo. Cada cosa y cada actitud debe llevar el logo que diga “disponibilidad”: esto es para todos, estoy abierto a lo común, atento a lo que necesitas vos y los demás, puesto a disposición mi tiempo, disponibles para ser compartidas mis cosas. Esto es lo que debe “brillar”, lo que debe estar claro.

Al fin y al cabo, eso fue lo que hizo Jesús: abrió el cielo, abrió su interior, mostró que todos sus bienes como Dios estaban disponibles para el que los quisiera recibir, escuchar y contemplar. Nada oculto, nada privado, todo abierto y manifiesto.

No hay ningún fuego prometeico que los hombres tengan que robar a los dioses.

Esta es la raíz mítica que Jesús corrige con su revelación de que la gloria de Dios está donada, no hay que robarla.

El mensaje enfermo que emite nuestra sociedad es que los bienes son de pocos. Uno va teniendo que empujar para subir al colectivo, que gritar para conseguir un turno de hospital, que amontonarse para recibir un plato de comida en el Hogar (por eso damos números: aunque igual no todos entran con eso nadie tiene que empujar). Ese empujar se va haciendo parte de la propia piel y genera violencia.

Contra eso sólo sirve la disponibilidad. El hacer sentir que todo es común, que lo recibimos de otros y se lo dejaremos a otros. Solo esa actitud genera tranquilidad y, a la larga, vence a la violencia.

Mientras tanto, mientras uno va dejando que la belleza compasiva del Señor nos transfigure el corazón, mientras uno va trabajando por poner los bienes a disposición ordenada de todos los que pueda, hay que estar dispuestos y preparados a que nos “desfiguren” tirándonos una cruz, en cualquier momento. La diferencia está en que, al que está trabajando en las transfiguraciones, la cruz que le cae viene con Jesús incluido. Y si Él pone el hombro, no hay yugo que no sea suave ni carga que no sea ligera.

Diego Fares sj