Domingo de Cuaresma 1 A 2014

Aborrezco al diablo

 cruz

Entonces Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto para ser tentado por el diablo.  Y después de hacer un ayuno de cuarenta días y cuarenta noches, al fin sintió hambre.  Y acercándose el tentador, le dijo:

« Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes. »

Pero él respondió: « Está escrito: No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios. »

Entonces el diablo le lleva consigo a la Ciudad Santa, le pone sobre el alero del Templo, y le dice:

« Si eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito: ‘A sus ángeles te encomendará, y en sus manos te llevarán, para que no tropiece tu pie en piedra alguna’. »

Jesús le dijo: « También está escrito: ‘No tentarás al Señor tu Dios’. »

Todavía le lleva consigo el diablo a un monte altísimo, le muestra todos los reinos del mundo y su gloria,  y le dice:

«Todo esto te daré si postrándote me adoras. »

Le dice entonces Jesús:

« Apártate, Satanás, porque está escrito: ‘Al Señor tu Dios adorarás, y sólo a él darás culto’. »

Entonces el diablo le dejó. Y he aquí que se acercaron unos ángeles y le servían (Mt 4, 1-11).

Contemplación

Me llamaron la atención los lugares donde es tentado el Señor: el desierto, la ciudad y el monte.

Al desierto Jesús fue por propia voluntad, impulsado por el Espíritu Santo.

Al Templo, desde donde se influye sobre la Ciudad Santa, y al monte, desde donde se ven todos los reinos del mundo y su gloria, lo lleva el diablo.

En el desierto el tema es el hambre: el hambre de pan y el hambre de la Palabra de Dios.

Es el mundo de los deseos.

El diablo quiere manipularlos.

Jesús los integra: el deseo del pan no se opone al deseo de la Palabra de Dios. Todas las cosas –objeto de deseo- son buenas. Se las puede ordenar y jerarquizar.

En el Templo el tema es el poder, el control de las acciones.

El diablo lo tienta a hacer signos espectaculares, a realizar acciones que obliguen a Dios a actuar, que lo fuercen a tener que salvarlo. El Señor responde que no hay que “forzar” a Dios.

En el monte altísimo el tema es Dios, su culto, la adoración.

Aquí el diablo muestra la hilacha: a él no le importan las cosas como a nosotros, le ofrece a Jesús todo el poder y la gloria de los reinos del mundo si lo adora a él como dios.

En esto no hay ningún bien a integrar. Por eso el Señor lo rechaza de plano: solo a Dios adorarás y darás culto.

Podríamos decir que aquí se desenmascara el fondo “personal” de toda tentación y uno siente el rechazo absoluto: nadie quiere adorar al demonio, postrarse ante él, rendirle culto. Este juicio hay que hacerlo y formularlo todas las veces que uno pueda, como hacemos en las renuncias del Bautismo: renuncio al demonio, rechazo todas sus obras y criterios. Lo aborrezco como persona, sea eso lo que sea.

Nos gustan las cosas –el pan, el poder, la fama-, y puede que nos guste ser alabados y obedecidos, pero nadie quiere ser “adorado” y mucho menos “adorar” al demonio.

Aún las personas más poderosas desprecian a sus aduladores porque se dan cuenta de que hay allí una relación falseada.

En general los poderosos prefieren el gusto de la lucha contra sus enemigos y a los amigos que les son leales pero los confrontan, antes que las alabanzas de sus aduladores.

Que alguien nos “rinda culto” y sumisión absoluta hace que se desvalorice como persona y deje de ser interesante. Las personas que se creen dioses destruyen y reemplazan a sus fieles o los mantienen al servicio de sus deseos más elementales, pero no comparte con ellos lo mejor de sí. En la historia, el ejemplo clásico es el de los emperadores romanos que terminaban enloquecidos –como Calígula que coronó a su caballo- al rodearse de gente que los trataba como dioses.

Jesús desenmascara y vence toda tentación. Queda claro: solo a Dios adorarás y sólo para Él “cultivarás” esta actitud, que es la más profunda de un ser creado. Puede que caigas en el error de transformar alguna piedra en pan y no subordinar tus deseos más básicos e inmediatos a tus deseos del Bien más alto. El hambre a veces nos apura.

Puede ser que caigas en el error de “tentar a Dios” y te “tires al vacío” arriesgando tu vida y haciendo macanas. El gustito de tener el control hace que uno tire la cuerda de más para ser reconocido.

Pero de rodillas sólo ante Dios.

Puede ser que uno peque por “las cosas” o “el ego”, pero hacer de eso un “culto” nunca y menos adorar al diablo explícitamente. Explícitamente sólo aborrecerlo y cuanto más claramente mejor.

Llegados a este punto, Mateo dice que “el diablo se alejó”.

Esta frase hay que pesarla bien. Porque no es que se aleje derrotado simplemente. Se aleja “hasta un tiempo oportuno”, nos dice Lucas.

¿Qué quiere decir esto para nosotros? Que el diablo siempre se “oculta”: o detrás de las cosas –incluso buenas- con que nos tienta o “alejándose” hasta otra ocasión oportuna.

Con Jesús esa ocasión fue la pasión. Allí “Satanás entró en Judas” (Lc 22, 3). Judas fue “el punto débil de Jesús”, porque era uno de los doce. Jesús dice que nunca le habían puesto una mano encima hasta ese momento, al que llama “vuestra hora y el poder de las tinieblas”. Juan dirá que “tras el bocado –el pan sopado que le da Jesús- entró en él Satanás” (Jn 13, 27).

Esta constatación de la “obcecación del diablo”, de su ensañamiento y su astucia que nunca se da por vencida, de su maldad absoluta, no es para asustarnos sino para valorar la entrega de su vida que con tanto amor hace el Señor en la Cruz.

Lo que quiero decir es que ni Jesús mismo, con todo su discernimiento espiritual que es capaz de desenmascarar todas las tentaciones, ni siquiera él puede vencer al diablo de otra manera que dando su vida en la Cruz.

Esto habla de lo profundamente enraizado que está el príncipe de este mundo en las estructuras de la vida humana, en nuestra sicología, en nuestras instituciones, en nuestros criterios… No hay manera de reparar el daño del pecado ni de hacer que retroceda ante la bondad si no es gracias a la Cruz de Cristo.

Frente al mal hay dos tipos de actitudes “parciales”, diría. Una es la pesimista, que toma conciencia de la vastedad del mal y adopta modos de vida que en el fondo dicen: no se puede hacer nada.

Otra es la optimista, que cree que con un poco de bondad tendría que bastar: si cambiamos el gobierno, si hacemos un poco de terapia, si nos juntamos y ayudamos…

Solo Jesús hace que la lucidez de la primera y la buena voluntad de la segunda postura se ayuden entre sí. Sin Jesús, es verdad que “no se puede hacer nada”. El mismo lo dice: Sin mí no pueden. Y con Jesús, un poquito de bondad basta para derrotar al maligno: un vasito de agua tiene poder de redención, porque él “no deja nada bueno hecho en su Nombre sin recompensa”.

Esta contemplación requiere el trabajo personal de cada uno. Cada uno tiene que “formular” sus propios juicios absolutos con respecto al diablo y al mal. Basta intentar decir: renuncio al Demonio y a todas sus obras, para escuchar el juicio culturalmente ya formulado, pero que solo se explicita cuando formulamos nuestra renuncia y que dice: “¿existirá el Demonio?”, “¿lo estaré rechazando de verdad?”, “¿Será sincero expresar esto tan categórico si luego peco y le hago caso a este ‘demonio’ al que ahora digo que aborrezco?”…

Es curioso cómo se “activan” una cantidad de preguntas y juicios que están actuando como de fondo y que pareciera que se sienten amenazados cuando hacemos nuestra renuncia al mal.

Sí. Renuncio al Demonio porque lo aborrezco. Y aborrezco que quiera manejarme mis culpas acusándome de mis pecados. Solo adoro a Dios y mis pecados los pongo bajo la influencia benéfica de mi abogado que es Jesús y de su Espíritu Santo, para que me defiendan, me curen y me ayuden a caminar en su gracia.

Cada uno debe hace sus propias formulaciones de “rechazo al mal”, de “aborrecimiento del demonio”.

Por ejemplo, me digo: aún allí donde peco –especialmente allí- no quiero “charlar con el demonio” sino con Jesús.

El maligno me dice: si estás queriendo convertir piedras en pan, estás charlando conmigo.

“Nada de eso”, me ayuda a decir Jesús. Es verdad que sentís ese deseo, pero también deseás escuchar mi Palabra. Hacé al revés, entonces, cultivando tu deseo de mis Palabras, ponelas a dialogar con esos otros deseos y disfrutá viendo como mis palabras van atrayendo y ordenando todos tus afectos, ganándoselos uno a uno, con paciencia, con bondad, mirá cómo busco esos deseos tuyos que  son como ovejas rebeldes, como hijos pródigos, como obreros de la última hora, mirá como mis palabras vendan tus heridas, gustá mis enseñanzas que te hacen pensar bien…

Diego Fares sj