Cuaresma 4 A 2014

 Luz del mundo

 luz

Jesús, al pasar, vio a un hombre ciego de nacimiento.

Sus discípulos le preguntaron: «Maestro, ¿quién ha pecado, él o sus padres, para que haya nacido ciego?» «Ni pecó él ni sus padres, respondió Jesús; sino que se habían de manifestar en él las obras de Dios. Es preciso que Yo trabaje haciendo las obras de aquel que me envió, mientras es de día; llega la noche, cuando nadie puede trabajar. Mientras estoy en el mundo, soy Luz del mundo.»

Después que dijo esto, escupió en la tierra e hizo lodo con la saliva y le ungió con el lodo los ojos y le dijo:

«Anda, lávate en la piscina de Siloé» que significa ‘Enviado’”.

Fue, pues, se lavó y volvió viendo.

Los vecinos y los que antes me habían visto mendigar, se preguntaban:

«¿No es este el que se sentaba a pedir limosna?»

Unos opinaban:

«Es el mismo.» «No, respondían otros, es uno que se le parece.»

El decía:

«Soy yo.»

Ellos le dijeron:

« Y cómo te fueron abiertos los ojos

El respondió:

«Ese hombre que se llama Jesús hizo lodo, y me ungió los ojos y me dijo: «Ve a Siloé y lávate». Conque fui y me lavé y veo.»

Ellos le preguntaron:

«¿Dónde está?»

El respondió:

«No lo sé.»

El que había sido ciego fue llevado ante los fariseos. Era sábado cuando Jesús hizo lodo y le abrió los ojos. Los fariseos, a su vez, le preguntaron cómo había llegado a ver.

El les respondió:

«Me puso barro sobre los ojos, me lavé y veo.»

Algunos fariseos decían:

«Ese hombre no viene de Dios, porque no observa el sábado.»

Otros replicaban:

«¿Cómo un pecador puede hacer semejantes signos?»

Y se produjo una división entre ellos. Entonces le dijeron nuevamente:

«Y tú, ¿qué dices del que te abrió los ojos

El respondió:

«Es un profeta.»

Sin embargo, los judíos no querían creer que  había sido ciego y que había llegado a ver, hasta que llamaron a sus padres y les preguntaron:

«¿Es este el hijo de ustedes, el que dicen que nació ciego? ¿Cómo es que ahora ve?»

Sus padres respondieron:

«Sabemos que es nuestro hijo y que nació ciego, pero cómo es que ahora ve y quién le abrió los ojos, no lo sabemos. Pregúntenle a él: tiene edad para responder por su cuenta.»

Sus padres dijeron esto por temor a los judíos, que ya se habían puesto de acuerdo para excluir de la sinagoga al que reconociera a Jesús como Mesías. Por esta razón dijeron: «Tiene bastante edad, pregúntenle a él.»

Los judíos lo llamaron por segunda vez al que había sido ciego y le dijeron:

«Glorifica a Dios. Nosotros sabemos que ese hombre es un pecador.»

«Yo no sé si es un pecador, respondió; lo que sé es que antes yo era ciego y ahora veo.»

Ellos le preguntaron:

«¿Qué te ha hecho? ¿Cómo te abrió los ojos

El les respondió:

«Ya se lo dije y ustedes no me han escuchado. ¿Por qué quieren oírlo de nuevo? ¿También ustedes quieren hacerse discípulos suyos?»

Ellos lo injuriaron y le dijeron:

«¡Tú serás discípulo de ese hombre; nosotros somos discípulos de Moisés! Sabemos que Dios habló a Moisés, pero no sabemos de donde es este.»

Elles respondió:

«Esto es lo asombroso: que ustedes no sepan de dónde es, a pesar de que me ha abierto los ojos. Sabemos que Dios no escucha a los pecadores, pero sí al que lo honra y cumple su voluntad. Nunca se oyó decir que alguien haya abierto los ojos a un ciego de nacimiento. Si este hombre no viniera de Dios, no podría hacer nada.»

Ellos le respondieron:

«Tú naciste lleno de pecado, y ¿quieres darnos lecciones?» Y lo echaron.

Jesús se enteró de que lo habían echado y, al encontrarlo, le preguntó:

«¿Crees en el Hijo del hombre?»

El respondió:

«¿Y Quién es, Señor, para que crea en él?»

Jesús le dijo:

«Tú lo has visto y el que está hablando contigo, El es.»

Entonces exclamó:

«Creo, Señor», y se postró  ante él  (Juan 9, 1-41).

 

Contemplación

Me llamó la atención que Jesús diga “mientras estoy en el mundo soy la Luz del mundo”. Pensaba en qué quiere decir ese “mientras”. Primero lo pensé mirando las idas y venidas del Señor. El se va al cielo, pero dice claramente: “Yo estoy todos los días con ustedes, hasta el fin del mundo”. Puede ser que esté hablando de los pocos días de su muerte. El expresó “por un tiempo no me verán y luego me volverán a ver”…

Después, rezando un poco más, me pareció que la clave está en la palabra “mundo”. Jesús siempre ilumina a todo aquel que lo recibe, como bien dice Juan en su prólogo. Pero al mundo, en el sentido de lo no cristiano o lo anticristiano, aunque no lo reciba, mientras estuvo (o mientras está de alguna manera cuando lo hacemos presente) también lo ilumina aunque el mundo no se de cuenta.

 

¿Qué importancia tiene esto para nosotros? Creo que a la hora de interactuar con el mundo, de salir a evangelizar y de tener que meternos en las cosas de la vida política y social de nuestro tiempo, es importante tener esta confianza en que, si Jesús está, ilumina. Es decir: el evangelio es luz –criterio de verdad- para todos y en todas las cosas. No es que haya cosas que sean impenetrables a su luz.

En sus palabras a todo el mundo, el Papa Francisco tiene esta confianza. Y opina con autoridad en muchos temas, aunque a algunos no les guste y otros se retuerzan de rabia, como pasó con los del Tea Party cuando a la foto del “derrame” le puso al lado la del “vaso que crece” y no deja que se derrame nada.

Esta imagen también puede usarse para discernir nuestro modo de proceder dentro de la Iglesia. Lo del vaso que crece creo que puede contrapesar la actitud de algunos que están siempre retocando la liturgia o discutiendo la doctrina de manera tal que nunca se puede formular algo que incluya a todos o armar una fiesta a la que todos estén invitados: de sus vasos no se derrama nada de misericordia, la tienen siempre enlatada.

Esto hace falta formularlo para que no haya gente que siembre dudas en los más débiles en la fe poniendo sospechas sobre si tal formulación de Francisco será ortodoxa o si el hecho de no usar algún ornamento le estará quitando sacralidad al papado y disminuyendo la Gloria de Dios.

Volvemos a la frase del Señor. Fijémonos que ese “mientras” estoy soy Luz, aunque relativiza su capacidad de iluminar todo el tiempo, por otro lado resalta el valor infinito de su existencia concreta, históricamente limitada. Si tomamos bien la frase, lo importante es que Jesús “esté”, porque si está, ilumina. Y si no está, no ilumina.

El es una luz personal, no una luz a pilas o abstracta cuyas frases sirvan siempre. Sirven si estamos con él, de todas las maneras en las que se quiso quedar: en la Eucaristía y en los pobres, en el sacramento del perdón y en esa oración en la que dos o tres nos juntamos a rezar en su Nombre.

 

El “estar” de Jesús es un estar humano, personal, concreto. No está “difuso” en cualquier lugar sino que se concentra con mayor intensidad en algunos lugares, así como de otros… se iba.

La Iglesia ha respetado y cuidado siempre este carácter encarnado de la presencia del Señor. El Señor está verdaderamente presente en la Eucaristía. La Eucaristía no es algo “simbólico”, que pueda ser reemplazado por otro tipo de presencias. Lo mismo podemos decir de los pobres y excluidos. En ellos la presencia del Señor es concreta, se renueva cada día. No es que “como ayer hicimos un gesto por los pobres” ahora nos podemos tomar unos días… Y si bien es una exigencia, porque los pobres vienen a todas horas y todos los días, también es una genialidad del cariño del Señor, porque es otra manera de decir que se quiere quedar siempre con nosotros de verdad.

Lo mismo vale para su presencia por medio de sus vicarios. El Señor quiere estar presente en la acción pastoral de Pedro: quiere iluminar con la palabra de cada Papa concreto, quiere gobernar con las decisiones de cada Papa concreto. Y las instancias en que la “individualidad” de un Papa puede ser ayudada y complementada, también son personales (los Obispos reunidos en concilio por ejemplo). Es decir: el evangelio y los dogmas, las tradiciones y costumbres, no son un elenco de papeles abstractos que cualquiera puede interpretar a su gusto como si, usándolos, pudiera saltearse a las persona encargadas de cuidarlos e interpretarlos.

Quiero decir: la luz no está en “lámparas” que cualquiera pueda manipular a gusto y decir: “miren que estoy iluminando al Papa con este Concilio, eh? Ojito!”. Suena ridículo así formulado pero si uno está atento este tonito se puede escuchar detrás de muchos críticos y de muchos que hacen “silencio obsequioso”, como dijo alguien.

Sí, es verdad, que todo bautizado y toda persona puede brindar el servicio de iluminar a otros con la luz de Cristo: con dulzura, respeto y humildad, como dice el Papa, dando así razón de la esperanza. Y más cierto todavía es que cualquier cristiano y cualquier persona puede iluminar dando testimonio con su propio servicio y su propia vida y en esto a nadie se le niega el derecho de ser más radical que todos. Nadie prohíbe iluminar dando la propia vida.

Otra cosa es apuntar con reflectores a los demás –Papa incluido- y pretender decirles lo que tienen que pensar y decir.

Esta ceguera de ponerles reflectores a los demás y no prender ni una velita para ver el propio corazón, es la que se ve en los fariseos que no quieren ver el milagro que ha hecho Jesús aunque tienen delante de sus ojos al que había sido ciego de nacimiento.

Fijémonos también cómo Jesús lo cura con saliva y barro, untándole los ojos: todo bien terrenal. Como dando a entender que él es luz hasta con su saliva y con todo lo que tocan sus manos.

Todo el proceso de los fariseos es una clarísima metáfora de ese tipo de ceguera del que sólo ve sus propias ideas (o las del evangelio pero mal apropiadas) y no a la persona viva y sanada por Jesús que tiene delante.

En cambio el que era ciego, atándose a las evidencias –hizo barro, me lo untó y ahora veo- va viendo cada vez más y con criterio propio, que es como decir con luz propia.

Esta es la gracia de la luz que emana de la persona de Cristo, es una luz personal que ilumina y enciende la luz personal de cada uno. El que se deja iluminar por Cristo, paradójicamente, no piensa con ideas ajenas o prestadas, comienza a pensar con sus propias ideas, que se emparejan y retro-iluminan con las del Señor, en un diálogo de luces totalmente común y a la vez, personal.

Hace pocos días en la misa de Santa Marta, el Papa habló de los que “se adueñan de la Palabra de Dios” (de la Luz de Jesús y e su Iglesia). “La Palabra de Dios se vuelve palabra de ellos, una palabra según su interés, sus ideologías, sus teologías… una palabra a su servicio. Y cada uno la interpreta según su propia voluntad, según su propio interés. Y para conservar esto, asesinan. Esto sucedió a Jesús”.

Al concluir su homilía Francisco se preguntó: ¿“Y nosotros, qué podemos hacer para no matar la Palabra de Dios”, para “ser dóciles”, “para no enjaular al Espíritu Santo”? Su respuesta fue: “Dos cosas sencillas”: “Ésta es la actitud de quien quiere escuchar la Palabra de Dios: primero, humildad; segundo, oración. Esta gente no rezaba. No tenía necesidad de rezar. Se sentían seguros, se sentían fuertes, se sentían ‘dioses’. Humildad y oración: con la humildad y la oración vamos adelante para escuchar la Palabra de Dios y obedecerle. En la Iglesia. Humildad y oración en la Iglesia. Y así, no nos sucederá a nosotros lo que le pasó a esta gente: no mataremos para defender la Palabra de Dios, esa palabra que nosotros creemos que es la Palabra de Dios, pero que es una palabra totalmente alterada por nosotros”.

 

Diego Fares sj

 

 

 

 

Domingo de Cuaresma 3 A

 

Los diálogos de Jesús

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Diálogo de las fatigas del camino

“Jesús abandonó la Judea y se fue de nuevo a Galilea. Debía pasar por Samaría. Llega, pues, a una ciudad de Samaría, llamada Sicar, cerca de la posesión que Jacob le dio a su hijo José. Estaba allí el pozo de Jacob. Jesús fatigado del camino se había sentado junto al pozo. Eran como las doce del mediodía. Llega una mujer samaritana a sacar agua y Jesús le dice:

– “Dame de beber” (los discípulos se habían ido al pueblo a comprar algo para comer).

La samaritana le dice:

– “¿Cómo tú, judío como eres, me pides de beber a mí que soy una mujer samaritana?” (Es que los judíos no se tratan con los samaritanos)

Diálogo sobre las fuentes de agua viva

Le respondió Jesús y le dijo:

-“Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice ‘dame de beber’ tal vez tú le pedirías a él y él te daría a ti agua viva”.

Le dice la mujer:

– “Señor, no tienes con qué sacar agua y el pozo es profundo ¿de dónde sacas entonces agua viva?”

Respondió Jesús:

“Todo el que toma de esta agua tendrá sed de nuevo, pero el que tome del agua que yo le daré no tendrá sed por toda la eternidad, sino que el agua que yo le daré se hará en él fuente de agua que brota hasta la vida eterna.”

Le dice la mujer: – “Señor, dame de esa agua, para que se me quite la sed y no tenga que venir acá a sacarla”.

 

Diálogo  sobre la familia

Le dice Jesús: – “Ve, llama a tu marido y vuelve acá”.

Respondió la mujer y dijo: – “No tengo marido”.

Le dice Jesús: – “Dijiste bien que no tienes marido, porque has tenido cinco y el que tienes ahora no es tu marido; en eso has dicho la verdad”.

Diálogo sobre la adoración

Le dice la mujer: – “Señor, veo que tú eres un profeta. Nuestros padres adoraron a Dios en este monte y ustedes dicen que en Jerusalén está el lugar donde hay que adorarlo”

Le dice Jesús: – “Créeme, mujer, llega el tiempo en que ni a ese monte ni a Jerusalén estará vinculada la adoración al Padre. Porque los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad. Esos son los adoradores que busca el Padre para que lo adoren. Espíritu es Dios y los que lo adoran, deben adorarlo en espíritu y en verdad”.

Le dice la mujer: – “Yo sé que el Mesías tiene que venir, el que se llama Cristo; y cuando venga nos enseñará todo”

Le dice Jesús: – “Yo soy, el que habla contigo”.

En eso volvieron sus discípulos y se sorprendieron de que estuviese conversando con una mujer, pero nadie le dijo “qué preguntas” o “qué hablas con ella”.

Diálogo con todo el pueblo

La mujer dejó su cántaro y se marchó a la ciudad a decir a los hombres: – “Vengan a ver un hombre que me dijo todas las que hice. ¿Acaso será éste el Mesías?” Y salieron de la ciudad y venían a él.

Entre tanto los discípulos le rogaban diciendo:

– “Rabí, come”.

El les dijo:

– “Yo tengo para comer un alimento que ustedes no conocen.

(Los discípulos se decían entre sí: “¿Acaso alguien le trajo de comer?)

Les dice Jesús:

– “Mi alimento es hacer la voluntad del que me misionó y llevar a cabo su obra…”. ¿No dicen ustedes: Cuatro meses más y llega la siega? Pues bien, yo les digo: Alcen sus ojos y vean los campos, que blanquean ya para la siega. Ya el segador recibe el salario, y recoge fruto para vida eterna, de modo que el sembrador se alegra igual que el segador. Porque en esto resulta verdadero el refrán de que uno es el sembrador y otro el segador: yo los he enviado a segar donde ustedes no se han fatigado. Otros se fatigaron y ustedes sacan provecho de su fatiga”.

Muchos samaritanos de aquella ciudad creyeron en él por las palabras de la mujer que atestiguaba: “Me ha dicho todo lo que he hecho”. Así como llegaron a él los samaritanos le rogaban que se quedase con ellos. Y se quedó allí dos días. Y muchos más creyeron por la palabra de él. Y le decían a la mujer: “Ya no creemos por lo que tú nos has dicho pues por nosotros mismos hemos oído y sabemos que él es verdaderamente el Salvador del mundo” (Jn 4, 5-42).

 

Contemplación

En el corazón del Evangelio de la Samaritana se encuentra este pasaje: “En eso volvieron sus discípulos y se sorprendieron de que estuviese conversando con una mujer, pero nadie le dijo ‘qué preguntas’ o ‘qué hablas con ella’”.

Los discípulos se sorprenden de los diálogos que entabla Jesús. Se sorprenden tanto de que hable con la Samaritana, que ni se animan a preguntarle de qué hablan, que al fin y al cabo es interesantísimo.

La verdad es que se “hablaron todo”. La Samaritana, como buena mujer “lo hace hablar a Jesús”. Y a Jesús, que es La Palabra, le encanta que lo hagan hablar. Le encanta que se le acerquen, que le pregunten, que le planteen dudas, que escuchen sus explicaciones… Al fin y al cabo el vino a dialogar con nosotros.

No hablar con Jesús, no establecer un diálogo personal con él, sea como sea, es un desperdicio.

 

Ahora que el Papa Francisco habla con todos, ahora que llama por teléfono, manda mails, escribe cartas, twittea, predica sin papeles en la misa de Santa Marta, recibe personalmente… creo que podemos recobrar esta dimensión dialogal de Jesús y renovar nuestra mentalidad sobre la oración: rezar es dialogar con Jesús. “Como un amigo habla con otro amigo”, agrega San Ignacio, para indicar cuál es el tono de esos ‘coloquios’.

Algunos se admiran de lo cuantitativo –de las dos mil cartas por día que recibe Francisco-; otros de sus llamados telefónicos –‘¿cómo encuentra tiempo para llamar?’-. Otros piensan ‘¿y de qué hablará?’ Igualito que los discípulos…

Creo que de lo que nos tenemos que admirar de cuánto se nos había desgastado nuestro  concepto de la oración, de lo que es “hablar con nuestro Dios”, que nos parece raro que su representante nos llame y llame a muchos.

Qué lejos había quedado nuestro Buen Pastor Jesús, ¿no? para que una ovejita perdida se asombre de que la llame uno de sus pastores ayudantes, de que la conozca por su nombre, de que le quiera vendar alguna herida…

Abrir la posibilidad cierta y cercana de un diálogo personal, de eso trata el largo evangelio de la Samaritana. Viéndolo a Jesús hablar tan familiarmente con ella nos despierta ganas de hablar nosotros también con Jesús, de poder hablar todos nuestros temas: de cansancios y agua viva, de la familia y la iglesia…, y de incluir a los demás en este diálogo contándoles que existe uno que “nos dice todo lo que hemos hecho”.

Miramos a Jesús fatigado del camino.

Charlar sobre el cansancio. ¿No es ese uno de nuestros grandes temas de nuestra conversación? Con los amigos, en familia, poder contar lo cansado que estamos, cómo nos costó viajar, lo que tuvimos que soportar durante el día, son los temas habituales. Poder charlarlos nos descansa. Hay que aprender a compartir bien nuestros cansancios. ¿Vieron que hay gente que con su cansancio nos descansa? Esa gente que uno la ve muerta de cansancio físico luego de haber hecho un trabajo por los demás y que sin embargo está sonriente y entera, espiritualmente fresca. Esa gente nos descansa porque nos hace sentir el cansancio bueno, el que es don de sí, entrega generosa y alegre. Es el cansancio del que ansía descansar para volver con alegría a su trabajo.

A veces, en cambio, cansamos a los demás con nuestro cansancio. Hay una manera de decir “estoy cansado” que lleva al otro a replicar “yo también estoy cansado”. Debe ser por el tono o algo, porque otras veces contar nuestro cansancio hace que el otro empatice y sienta que puede compartir el suyo.

Pero vayamos a Jesús.

Francisco nos hizo notar lo de Pablo, que el Señor nos «enriqueció con su pobreza».

Podemos animarnos y decir aquí que Jesús “nos descansa con su cansancio”.

Jesús es por excelencia el que nos descansa con su fatiga: “Vengan a mí los que están cansados y agobiados, que yo los aliviaré”. Y agrega Jesús: “porque mi yugo es suave y mi carga ligera”.

Nos descansa con su yugo, que es como decir ¡con su cansancio!

Pero para esto, para que nos descanse, no basta con mirarlo cansado, hay que charlar. Porque las imágenes por ahí, más que hablarnos de lo que el otro es nos hacen de espejo a lo que llevamos dentro. Mirar a Jesús cargando con la cruz por ahí nos cansa más. Por eso hay que dejarlo hablar, que nos diga “dame de beber”.

Esa es la frase mágica de Jesús para los cansados. Como en Emaús, cuando los ve caminar entristecidos y les dice. ¿de qué conversan?

Contame, ¿me querés contar lo que te pasa?… de eso se trata el “dame de beber”. Quiero beber el agua de tu pozo, lo que fluye de tu corazón.

Siempre recuerdo a nuestro querido hermano Reclusa, enfermero del Máximo durante nuestros largos años de formación; la vez que me asomé a la capilla de noche y él, a oscuras hablaba en voz baja con el Señor y le contaba sus cosas: “fíjate Señor lo que me ha pasado hoy con este tipo (le encantaba la palabra “tipo” a él que venía de Navarra y había recalado en Buenos Aires y entrado en la Compañía ya de grande). “Ha venido a golpear la puerta de madrugada porque quería un remedio. Y yo le he respondido “no molestes, no ves que está sano” y no lo he atendido aunque golpeaba más fuerte y le he dicho “venga después…”.  No quise escuchar más el tema porque era cosa entre él y el Señor. Pero sí aproveché el tono y la confianza y se me grabó en el corazón esa manera de rezar en voz alta y dando rienda suelta a su indignación. Por cómo se lo veía luego a la mañana, siempre de buen humor, se nota que el Señor le respondía muy bien. Él le contaba sus cansancios… y el Señor lo reponía.

De eso trata la imagen del agua viva: de un agua que “arrolla la sed”, que nos repara las fuerzas, que sacia las fatigas más profundas y luego nos da un ánimo que salta “hasta la vida eterna”.

Miramos a la Samaritana, cómo intuye que se trata de una nueva fuente de agua viva. Ella, que todos los días tenía que ir al pozo a buscar agua, valora que le hablen de “otra fuente”, de una interior, de una fuente que salta hasta la vida eterna. ¿Acaso eres más que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo? Así le habla a Jesús.

¿Qué es este «agua viva» que promete Jesús a la Samaritana?

Los padres dicen que es imagen del Espíritu Santo. Está bien y está claro, pero “quién es el Espíritu Santo? ¿Qué es lo que hace?

En este contexto diremos que es El que nos permite “establecer diálogo con Dios”. Sin él es como si el diálogo se cortara o no atinara a establecerse bien. Esa fuente de agua viva (que para los antiguos era vital y no podían alejarse mucho tiempo de ella ya que no había agua corriente) hoy sería una especia de Wi Fi interior, sin enchufes ni baterías, que nos permitiera estar conectados 24 hs. sin necesidad de servidores ni de aparatos (“no tienes con qué sacar el agua, dice la Samaritana”).

El Espíritu es el que nos permite «adorar al Padre en espíritu y en verdad», cada uno desde su interior, como se inspire, sin necesidad – en último término- de «liturgias» ni de «templos», aunque aproveche una buena liturgia y un buen templo.  El Espíritu es la fuente de la liturgia y de los templos –de los modos y lugares de hablar con Dios-; y también de su renovación interior.

Todos tenemos sed de un agua viva, de que se libere lo mejor de nuestro interior y se lo podamos expresar a Dios libremente, sin culpas porque no rezo de esta manera o tanto tiempo o en todo momento.

Hoy dejo aquí para ir a rezar a la estación de Once, ya que es 22 y recordamos a “nuestras queridas y sagradas víctimas de la tragedia evitable de Once” y pedimos para que el juicio oral que comenzó el 18 sea justo y rápido.

Diego Fares sj

 

 

 

San José 2014

El papa Francisco y San José: o la atención que brota de la bondad

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Jacob fue padre de José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, que es llamado Cristo. Jesucristo fue engendrado así: María, su madre, estaba comprometida con José y, cuando todavía no habían vivido juntos, concibió un hijo por obra del Espíritu Santo. José, su esposo, que era un hombre justo y no quería denunciarla públicamente, resolvió abandonarla en secreto. Mientras pensaba en esto, el Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: «José, hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa, porque lo que ha sido engendrado en ella proviene del Espíritu Santo. Ella dará a luz un hijo, a quien pondrás el nombre de Jesús, porque él salvará a su pueblo de todos sus pecados». Al despertar, José hizo lo que el Ángel del Señor le había ordenado (Mt 1, 16. 18-21. 24).

Contemplación

Se cumple hoy un año del comienzo del pontificado del Papa Francisco. Fue en esta fiesta de San José que llegó a la Plaza de San Pedro en el Jeep descapotable y todo el mundo sintió que se venía otro tipo de cercanía. En este año, ha tenido varias referencias a su querido San José, a quien nos enseñó a muchos a tenerle especial devoción y a confiarle todos nuestros asuntos, especialmente el cuidado de los pobres y todas nuestras preocupaciones materiales. Me quedé rezando con la virtud de la “atención”, que Francisco destaca como propia del Custodio: “la atención constante a Dios de San José, siempre abierto a sus signos, disponible a su proyecto y no tanto al propio”. En Adviento retomó el tema:  “Este Evangelio nos muestra toda la grandeza del alma de san José. Él estaba siguiendo un buen proyecto de vida, pero Dios reservaba para él otro designio, una misión más grande. José era un hombre que siempre dejaba espacio para escuchar la voz de Dios, profundamente sensible a su secreto querer, un hombre atento a los mensajes que le llegaban desde lo profundo del corazón y desde lo alto. No se obstinó en seguir su proyecto de vida, no permitió que el rencor le envenenase el alma, sino que estuvo disponible para ponerse a disposición de la novedad que se le presentaba de modo desconcertante”. El papa desarrolla algunas virtudes que le ayudan a José a estar atento. Pone varias: “José es «custodio» porque sabe escuchar a Dios, se deja guiar por su voluntad, y precisamente por eso es más sensible aún a las personas que se le han confiado, sabe cómo leer con realismo los acontecimientos, está atento a lo que le rodea, y sabe tomar las decisiones más sensatas. En él, queridos amigos, vemos cómo se responde a la llamada de Dios, con disponibilidad, con prontitud”. Son las cualidades de la persona atenta: sabe escuchar, es sensible al otro, está disponible, actúa con prontitud… Pero lo que más destaca el Papa del estar atento de San José es su bondad: “Y aquí añado una ulterior anotación: el preocuparse, el custodiar, requiere bondad, pide ser vivido con ternura. En los Evangelios, san José aparece como un hombre fuerte y valiente, trabajador, pero en su alma se percibe una gran ternura, que no es la virtud de los débiles, sino más bien todo lo contrario: denota fortaleza de ánimo y capacidad de atención, de compasión, de verdadera apertura al otro, de amor. No debemos tener miedo de la bondad, de la ternura.

Francisco pidió esa gracia para sí: “Nunca olvidemos que el verdadero poder es el servicio, y que también el Papa, para ejercer el poder, debe entrar cada vez más en ese servicio que tiene su culmen luminoso en la cruz; debe poner sus ojos en el servicio humilde, concreto, rico de fe, de san José y, como él, abrir los brazos para custodiar a todo el Pueblo de Dios y acoger con afecto y ternura a toda la humanidad, especialmente a los más pobres, los más débiles, los más pequeños”. Es lo que ha hecho este año. San José le ha concedido esta gracia de manera eminente, sobreabundantemente. Todos nos sentimos recibidos en los brazos abiertos de Francisco.

En Adviento agregaba lo mismo: “San José era un hombre bueno. No odiaba, y no permitió que el rencor le envenenase el alma. ¡Cuántas veces a nosotros el odio, la antipatía, el rencor nos envenenan el alma! Y esto hace mal. No permitirlo jamás: él es un ejemplo de esto. Y así, José llegó a ser aún más libre y grande. Aceptándose según el designio del Señor, José se encuentra plenamente a sí mismo, más allá de sí mismo. Esta libertad de renunciar a lo que es suyo, a la posesión de la propia existencia, y esta plena disponibilidad interior a la voluntad de Dios, nos interpelan y nos muestran el camino.  Esta es por tanto la enseñanza: para cuidar, para custodiar, hay que estar atentos. Y lo que nos vuelve atentos es la ternura, la bondad.

Pongámoslo al revés: el odio, la antipatía, el rencor nos vuelven “desatentos”. Aunque parezca que el rencoroso es bicho y está atento a la oportunidad para herir y hacer el mal –la astucia de los malos- en realidad no es así: el rencor nos hace “desatender” tantas cosas de la realidad y estar fijados sólo en algunas. El odio ciega y el que odia termina siendo un necio. De última, la falta de bondad nos hace perder de vista el plan de Dios, las cosas buenas que el preparó para los que lo aman.  Así, nos hace bien unir en San José atención y bondad. La bondad le clarifica la mente no sólo en los detalles de la vida cotidiana, para cuidar que Jesús crezca en edad, estatura y gracia, sino también en los dramas familiares (es su bondad la que lo lleva a “tomar consigo a María” fiándose de un sueño en el que le habló el Angel) y, además, su bondad lo hace lúcido para escapar de Herodes, del mal estructural, de la violencia social, y para sobrevivir en el destierro de Egipto. El papa dice que San José “sabe cómo leer con realismo los acontecimientos, está atento a lo que le rodea, y sabe tomar las decisiones más sensatas”. Es decir: es el hombre fuerte y prudente, que sabe llevar adelante su familia y, actualmente, la Iglesia.

A nadie le gusta “estar desatento”, ser burlado como distraído, perderse las cosas buenas… Pues bien, lo que hay que cultivar es la bondad, la ternura. Esa es la virtud que “despierta” la atención, la agudiza, la fija en lo importante, la clarifica. Pero la clave está en que no se trata de algo subjetivo solamente – si yo soy bueno me daré más cuenta de las cosas-, sino que la bondad hace que el otro se confíe, se abra, muestre lo mejor de sí. Por eso es fácil estar atentos entre los amigos y los que se quieren, porque ambas personas contribuyen a la mutua atención.

Es que el amor es la fuente, la raíz y el fin deseado de todas las cosas y la actitud de bondad sintoniza con eso profundo y hace que las personas se muestren y se pueda verlas mejor. Para bajarlo a nuestra vida podríamos formularlo así: decime cuán atento estás a una persona y te diré cuánto la amás, decime cuán atento estás a tus tareas y te diré cuánto las querés. Podemos poner a San José por patrono de nuestras “desatenciones” para que su bondad atenta nos despierte a la ternura y supla como buen padre lo que nos falta, comunicándonos el gusto por esa atención que se traduce en gestos de bondad.

Diego Fares sj

Domingo de cuaresma 2 A 2014

 La transfiguración cura los miedos

 

chofer asesinado

 

Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan,

y los llevó aparte a un monte elevado.

Allí se transfiguró en presencia de ellos:

su rostro resplandecía como el sol

y sus vestiduras se volvieron blancas como la luz.

De pronto se les aparecieron Moisés y Elías, hablando con Jesús.

Pedro dijo a Jesús:

«Señor, ¡qué bien estamos aquí!

Si quieres, levantaré aquí mismo tres carpas,

una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.»

Todavía estaba hablando, cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra

y se oyó una voz que decía desde la nube:

«Este es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta mi predilección: escúchenlo

Al oír esto, los discípulos cayeron con el rostro en tierra,

llenos de temor.

Jesús se acercó a ellos y, tocándolos, les dijo:

«Levántense, no tengan miedo.»

Cuando alzaron los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús solo.

Mientras bajaban del monte, Jesús les ordenó:

«No hablen a nadie de esta visión,

hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos» (Mt 17, 1-9).

 

Contemplación

Contemplo hoy releyendo contemplaciones anteriores.

Me admira que en todas encuentro gusto en algo y ganas de retomarlo.

El que la transfiguración es la contemplación por excelencia (2008).

Jesús se muestra más allí, en el Tabor, que luego, como resucitado.

Muestra “la “Belleza de su amor compasivo que salva al mundo” (Martini).

Jesús irradia todo el amor que, antes y después, en la vida cotidiana, va destellando rayitos para atraer nuestra fe (2002).

 

Y el Padre lo confirma. Así nos infunde confianza en el proceso de transfiguración de corazones que está en marcha.

Se trata de una audición más que de una contemplación (2005).

Sabemos por Ignacio que “contemplar” es usar todos los sentidos espirituales y aquí se trata de ver la luz de Jesús escuchando las palabras del Padre: “este es mi Hijo amado, escúchenlo”.

Esta voz les quedó grabada a los discípulos en su corazón. Unos corazones cuya carne resultó ser material más fiel que el de un DVD.

Jesús confió en que su voz, transmitida a viva voz por sus amigos, tendría más efecto que una palabra escrita.

Confió en que las madres cristianas, al susurrar el nombre de Jesusito en los oídos de sus hijos reproducirían el tono exacto de su voz.

Confió en que los amigos, al comunicarles a otros amigos que habían encontrado al que esperaban, tendrían el mismo timbre sincero y auténtico suyo.

 

Y cuando le encargó a Pedro que apacentara sus corderos, aunque no está escrito (porque no se puede escribir una voz) creo que le regaló su modo de hablar y su tonadita, esa que “reconocen las ovejas”.

Esta es, desde entonces, la gracia del Papa. En el 2005 decía: uno escucha la voz de Juan Pablo II, ahora ronca y entrecortada, y reconoce la voz del Pastor. Una voz que, como la de Jesús, supo ser discurso vibrante y ahora es apenas gemido de dolor. Porque necesitamos todos los matices de la voz del Señor, no sólo intérpretes de sus discursos brillantes.

Me encantó recordar la voz de Juan Pablo y sentir que ahora reconocemos a Jesús en el italiano porteño de Francisco. Es una de las gracias humanas que tiene el tono de voz: cuando habla Francisco hasta entendemos italiano porque la cadencia es la nuestra.

Ignacio nos recomienda escuchar a Jesús en el tiempo más largo de unos buenos ejercicios.  En su Diario espiritual nos da una preciosa indicación de cómo suena la voz del Señor en su interior. El la llama “loqüela” (un lenguajecito especial, diríamos nosotros). Es una voz que no llega a proferirse, son “palabras suavísimas” que le armonizan el alma sin que las pueda expresar. Son como una “música celeste, que le produce gran deleite y alegría y lágrimas cuando las “escucha”.

Digo “lenguajecito” y no sólo voz porque Jesús habla a todos y eso es lenguaje: “el acto personal de expresión que se realiza en el intercambio social con el prójimo”.

Esto nos lleva a lo común: Jesús se nos transfigura “tomándonos en su compañía”. San Ignacio tomó el nombre de la Compañía de este pasaje: “Tomando en compañía Cristo nuestro Señor  a sus amados discípulos, a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan… (EE 284). Por eso, cuán “compañero de Jesús” sea cada uno es algo vital –existencial como dice Francisco. No es un título de los jesuitas, quiero decir. Qué grado de cercanía tendrá cada uno con Jesús, cuán compañero suyo será, cuánto se dejará acompañar por él, no son cuestiones jurídicas sino vitales (2008).

De lo que se trata es de la transfiguración de nuestro corazón, de lo que sea en que se haya convertido, en un corazón de hijos. En algunos, los más jóvenes, la tarea será la de crecer para pasar de ser hijitos (teknon) a hijos maduros (huios), capaces de heredar los bienes de la familia y hacerse cargo de la casa. En otros, adultos, aunque la primera tarea nunca cesa porque a veces somos chiquilines en el Espíritu, el trabajo transfigurador consistirá más en despojarnos de las máscaras, de esos roles que nos imponemos o nos cargan y que –decimos- no nos dejan tiempo para ser hijos, para gozar de sentirnos y comportarnos como hijos que viven en la casa del Padre y trabajan en su viña.

San José es el modelo de “compañero de Jesús y la Virgen” en esto de “tomarlos consigo” (2011).

………….

Hasta aquí la memoria agradecida por tantas alegrías y gozos de Jesús transfigurado.

Desde este Tabor, donde dan ganas de quedarse, bajamos a la realidad actual.

Hoy leía algo de Pagola sobre los miedos y me quedé en que las consolaciones de Jesús son antídoto para los miedos. Así como el Padre cura la ansiedad, Jesús cura nuestros miedos.

Entre los muchos miedos de la vida moderna, el que provoca la inseguridad es fuerte. Proviene de las muertes sin necesidad, arbitrarias, como la de Leonardo Paz en la madrugada de ayer, ocasionada por los que roban unos pesos en un colectivo. La imagen del miedo queda asociada a pibes jóvenes, drogados, nerviosos, que ni aprovechan lo que roban, que te matan ante tu esposa e hijos, te roban el auto y chocan a las pocas cuadras. Se trata de una violencia enferma. Los jóvenes que ya se sienten muertos vivos por la droga y la falta de esperanzas, matan sin problemas a los que tienen una vida, a los que como Paz, sueñan con ser colectiveros. Se trata de una violencia que tiene sesgo social. No se entiende “personalmente” –“yo no te hice nada a vos, no me mates vos a mí, te doy lo que tengo”-. Es una violencia anónima, impersonal. Por eso asusta más que otras. Incluso que las persecuciones ideológicas o por la fe, en las que uno sabe lo que viene y está preparado. La de la inseguridad es una violencia que salta a cualquier hora en cualquier lugar y se cobra una víctima sin motivos especiales.

Los mártires de hoy son eminentemente “sociales”: cualquiera nos representa a todos.

Hay que sentirlo así y rezarlo así. Y nos tiene que afectar profundamente. Yo suelo bendecir haciendo una cruz sobre las fotos de los caídos en las páginas de los diarios y pedir la gracia de estar preparado si me toca a mí, ofreciéndolo por todos. Tanto nos debe afectar “socialmente” que nos lleve a identificar el remedio, la vacuna. El antídoto es –tiene que ser- social. Es un antídoto a larguísimo plazo. O quizás no tanto. Francisco con su cultura del encuentro, nos ha mostrado que ese remedio tiene efecto inmediato: casi todo el mundo responde bien al encuentro. Por eso creo que está bien hacer un paro por algo así. Parar todos, aunque genere molestias en muchos y a otros, que tienen medios, no los afecte. El remedio es tomar consigo a los otros y mostrar lo mejor de la vida poniéndolo a disposición de todos. La imagen contraria son las vidrieras llenas de comida y de ropa ante los ojos del que está tirado en la calle. O edificios-torres de vidrio y acero contemplados desde las casillas de chapas y cartones de la villa.

La transfiguración actual no tiene que ser de brillo –tenemos excesos de brillo- sino de disponibilidad. Las cosas y nosotros mismos, que nos vamos “privatizando” tenemos que cambiar el logo. Cada cosa y cada actitud debe llevar el logo que diga “disponibilidad”: esto es para todos, estoy abierto a lo común, atento a lo que necesitas vos y los demás, puesto a disposición mi tiempo, disponibles para ser compartidas mis cosas. Esto es lo que debe “brillar”, lo que debe estar claro.

Al fin y al cabo, eso fue lo que hizo Jesús: abrió el cielo, abrió su interior, mostró que todos sus bienes como Dios estaban disponibles para el que los quisiera recibir, escuchar y contemplar. Nada oculto, nada privado, todo abierto y manifiesto.

No hay ningún fuego prometeico que los hombres tengan que robar a los dioses.

Esta es la raíz mítica que Jesús corrige con su revelación de que la gloria de Dios está donada, no hay que robarla.

El mensaje enfermo que emite nuestra sociedad es que los bienes son de pocos. Uno va teniendo que empujar para subir al colectivo, que gritar para conseguir un turno de hospital, que amontonarse para recibir un plato de comida en el Hogar (por eso damos números: aunque igual no todos entran con eso nadie tiene que empujar). Ese empujar se va haciendo parte de la propia piel y genera violencia.

Contra eso sólo sirve la disponibilidad. El hacer sentir que todo es común, que lo recibimos de otros y se lo dejaremos a otros. Solo esa actitud genera tranquilidad y, a la larga, vence a la violencia.

Mientras tanto, mientras uno va dejando que la belleza compasiva del Señor nos transfigure el corazón, mientras uno va trabajando por poner los bienes a disposición ordenada de todos los que pueda, hay que estar dispuestos y preparados a que nos “desfiguren” tirándonos una cruz, en cualquier momento. La diferencia está en que, al que está trabajando en las transfiguraciones, la cruz que le cae viene con Jesús incluido. Y si Él pone el hombro, no hay yugo que no sea suave ni carga que no sea ligera.

Diego Fares sj

 

Domingo de Cuaresma 1 A 2014

Aborrezco al diablo

 cruz

Entonces Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto para ser tentado por el diablo.  Y después de hacer un ayuno de cuarenta días y cuarenta noches, al fin sintió hambre.  Y acercándose el tentador, le dijo:

« Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes. »

Pero él respondió: « Está escrito: No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios. »

Entonces el diablo le lleva consigo a la Ciudad Santa, le pone sobre el alero del Templo, y le dice:

« Si eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito: ‘A sus ángeles te encomendará, y en sus manos te llevarán, para que no tropiece tu pie en piedra alguna’. »

Jesús le dijo: « También está escrito: ‘No tentarás al Señor tu Dios’. »

Todavía le lleva consigo el diablo a un monte altísimo, le muestra todos los reinos del mundo y su gloria,  y le dice:

«Todo esto te daré si postrándote me adoras. »

Le dice entonces Jesús:

« Apártate, Satanás, porque está escrito: ‘Al Señor tu Dios adorarás, y sólo a él darás culto’. »

Entonces el diablo le dejó. Y he aquí que se acercaron unos ángeles y le servían (Mt 4, 1-11).

Contemplación

Me llamaron la atención los lugares donde es tentado el Señor: el desierto, la ciudad y el monte.

Al desierto Jesús fue por propia voluntad, impulsado por el Espíritu Santo.

Al Templo, desde donde se influye sobre la Ciudad Santa, y al monte, desde donde se ven todos los reinos del mundo y su gloria, lo lleva el diablo.

En el desierto el tema es el hambre: el hambre de pan y el hambre de la Palabra de Dios.

Es el mundo de los deseos.

El diablo quiere manipularlos.

Jesús los integra: el deseo del pan no se opone al deseo de la Palabra de Dios. Todas las cosas –objeto de deseo- son buenas. Se las puede ordenar y jerarquizar.

En el Templo el tema es el poder, el control de las acciones.

El diablo lo tienta a hacer signos espectaculares, a realizar acciones que obliguen a Dios a actuar, que lo fuercen a tener que salvarlo. El Señor responde que no hay que “forzar” a Dios.

En el monte altísimo el tema es Dios, su culto, la adoración.

Aquí el diablo muestra la hilacha: a él no le importan las cosas como a nosotros, le ofrece a Jesús todo el poder y la gloria de los reinos del mundo si lo adora a él como dios.

En esto no hay ningún bien a integrar. Por eso el Señor lo rechaza de plano: solo a Dios adorarás y darás culto.

Podríamos decir que aquí se desenmascara el fondo “personal” de toda tentación y uno siente el rechazo absoluto: nadie quiere adorar al demonio, postrarse ante él, rendirle culto. Este juicio hay que hacerlo y formularlo todas las veces que uno pueda, como hacemos en las renuncias del Bautismo: renuncio al demonio, rechazo todas sus obras y criterios. Lo aborrezco como persona, sea eso lo que sea.

Nos gustan las cosas –el pan, el poder, la fama-, y puede que nos guste ser alabados y obedecidos, pero nadie quiere ser “adorado” y mucho menos “adorar” al demonio.

Aún las personas más poderosas desprecian a sus aduladores porque se dan cuenta de que hay allí una relación falseada.

En general los poderosos prefieren el gusto de la lucha contra sus enemigos y a los amigos que les son leales pero los confrontan, antes que las alabanzas de sus aduladores.

Que alguien nos “rinda culto” y sumisión absoluta hace que se desvalorice como persona y deje de ser interesante. Las personas que se creen dioses destruyen y reemplazan a sus fieles o los mantienen al servicio de sus deseos más elementales, pero no comparte con ellos lo mejor de sí. En la historia, el ejemplo clásico es el de los emperadores romanos que terminaban enloquecidos –como Calígula que coronó a su caballo- al rodearse de gente que los trataba como dioses.

Jesús desenmascara y vence toda tentación. Queda claro: solo a Dios adorarás y sólo para Él “cultivarás” esta actitud, que es la más profunda de un ser creado. Puede que caigas en el error de transformar alguna piedra en pan y no subordinar tus deseos más básicos e inmediatos a tus deseos del Bien más alto. El hambre a veces nos apura.

Puede ser que caigas en el error de “tentar a Dios” y te “tires al vacío” arriesgando tu vida y haciendo macanas. El gustito de tener el control hace que uno tire la cuerda de más para ser reconocido.

Pero de rodillas sólo ante Dios.

Puede ser que uno peque por “las cosas” o “el ego”, pero hacer de eso un “culto” nunca y menos adorar al diablo explícitamente. Explícitamente sólo aborrecerlo y cuanto más claramente mejor.

Llegados a este punto, Mateo dice que “el diablo se alejó”.

Esta frase hay que pesarla bien. Porque no es que se aleje derrotado simplemente. Se aleja “hasta un tiempo oportuno”, nos dice Lucas.

¿Qué quiere decir esto para nosotros? Que el diablo siempre se “oculta”: o detrás de las cosas –incluso buenas- con que nos tienta o “alejándose” hasta otra ocasión oportuna.

Con Jesús esa ocasión fue la pasión. Allí “Satanás entró en Judas” (Lc 22, 3). Judas fue “el punto débil de Jesús”, porque era uno de los doce. Jesús dice que nunca le habían puesto una mano encima hasta ese momento, al que llama “vuestra hora y el poder de las tinieblas”. Juan dirá que “tras el bocado –el pan sopado que le da Jesús- entró en él Satanás” (Jn 13, 27).

Esta constatación de la “obcecación del diablo”, de su ensañamiento y su astucia que nunca se da por vencida, de su maldad absoluta, no es para asustarnos sino para valorar la entrega de su vida que con tanto amor hace el Señor en la Cruz.

Lo que quiero decir es que ni Jesús mismo, con todo su discernimiento espiritual que es capaz de desenmascarar todas las tentaciones, ni siquiera él puede vencer al diablo de otra manera que dando su vida en la Cruz.

Esto habla de lo profundamente enraizado que está el príncipe de este mundo en las estructuras de la vida humana, en nuestra sicología, en nuestras instituciones, en nuestros criterios… No hay manera de reparar el daño del pecado ni de hacer que retroceda ante la bondad si no es gracias a la Cruz de Cristo.

Frente al mal hay dos tipos de actitudes “parciales”, diría. Una es la pesimista, que toma conciencia de la vastedad del mal y adopta modos de vida que en el fondo dicen: no se puede hacer nada.

Otra es la optimista, que cree que con un poco de bondad tendría que bastar: si cambiamos el gobierno, si hacemos un poco de terapia, si nos juntamos y ayudamos…

Solo Jesús hace que la lucidez de la primera y la buena voluntad de la segunda postura se ayuden entre sí. Sin Jesús, es verdad que “no se puede hacer nada”. El mismo lo dice: Sin mí no pueden. Y con Jesús, un poquito de bondad basta para derrotar al maligno: un vasito de agua tiene poder de redención, porque él “no deja nada bueno hecho en su Nombre sin recompensa”.

Esta contemplación requiere el trabajo personal de cada uno. Cada uno tiene que “formular” sus propios juicios absolutos con respecto al diablo y al mal. Basta intentar decir: renuncio al Demonio y a todas sus obras, para escuchar el juicio culturalmente ya formulado, pero que solo se explicita cuando formulamos nuestra renuncia y que dice: “¿existirá el Demonio?”, “¿lo estaré rechazando de verdad?”, “¿Será sincero expresar esto tan categórico si luego peco y le hago caso a este ‘demonio’ al que ahora digo que aborrezco?”…

Es curioso cómo se “activan” una cantidad de preguntas y juicios que están actuando como de fondo y que pareciera que se sienten amenazados cuando hacemos nuestra renuncia al mal.

Sí. Renuncio al Demonio porque lo aborrezco. Y aborrezco que quiera manejarme mis culpas acusándome de mis pecados. Solo adoro a Dios y mis pecados los pongo bajo la influencia benéfica de mi abogado que es Jesús y de su Espíritu Santo, para que me defiendan, me curen y me ayuden a caminar en su gracia.

Cada uno debe hace sus propias formulaciones de “rechazo al mal”, de “aborrecimiento del demonio”.

Por ejemplo, me digo: aún allí donde peco –especialmente allí- no quiero “charlar con el demonio” sino con Jesús.

El maligno me dice: si estás queriendo convertir piedras en pan, estás charlando conmigo.

“Nada de eso”, me ayuda a decir Jesús. Es verdad que sentís ese deseo, pero también deseás escuchar mi Palabra. Hacé al revés, entonces, cultivando tu deseo de mis Palabras, ponelas a dialogar con esos otros deseos y disfrutá viendo como mis palabras van atrayendo y ordenando todos tus afectos, ganándoselos uno a uno, con paciencia, con bondad, mirá cómo busco esos deseos tuyos que  son como ovejas rebeldes, como hijos pródigos, como obreros de la última hora, mirá como mis palabras vendan tus heridas, gustá mis enseñanzas que te hacen pensar bien…

Diego Fares sj