Domingo 5 A 2014

constituciones.jpgMedio lentitos

“Ustedes son la sal de la tierra.
Pero si la sal pierde su sabor, ¿con qué se la volverá a salar?
Ya no sirve para nada, sino para ser tirada y pisada por los hombres.
Ustedes son la luz del mundo.
No se puede ocultar una ciudad situada en la cima de una montaña.
Y no se enciende una lámpara para meterla debajo de un cajón, sino que se la pone sobre el candelero para que ilumine a todos los que están en la casa.
Así debe brillar ante los ojos de los hombres la luz que hay en ustedes, a fin de que ellos vean sus buenas obras y glorifiquen al Padre que está en el cielo.”

Contemplación

Sal y luz, dice el Señor que somos.
Y el Papa Francisco, en Evangelii Gaudium:

«Precisamente en esta época, y también allí donde son un « pequeño rebaño» (Lc 12,32), los discípulos del Señor son llamados a vivir como comunidad que sea sal de la tierra y luz del mundo (cf. Mt 5,13-16). Son llamados a dar testimonio de una pertenencia evangelizadora de manera siempre nueva. ¡No nos dejemos robar la comunidad! (EG 92).

Como estoy terminando mis ejercicios espirituales en la querida Villa San Ignacio, la contemplación va a ser para entusiasmar a todos a que hagan sus ejercicios, como hizo una amiga que salió consolada de los suyos y los recomendó por carta a la comisión de Manos Abiertas y todos los hicieron (yo también me sume este año a la recomendación, ya que, por una cosa o por otra – siempre hay excusas para no hacer los ejercicios, así como siempre hay también buenos motivos- los venia postergando).
San Ignacio los recomendaba personalmente y decía que no había mayor regalo que él sentía que le podía hacer a alguien que este de hacer los ejercicios.
Es que, volviendo al evangelio, los ejercicios te dan sal y luz. La sal justa, porque las cosas del mundo vienen o tan saladas que provocan adicción, como las papitas, o tan desabridas y sosas que no tienen encanto. La sal, recordemos, es comunitaria. Tengan sal equivale a sean familia, sean comunidad. La imagen antigua era que para terminar de estar casados casados, una pareja tenia que comerse una bolsa de sal juntos.
Los ejercicios iluminan, dan luz, esa luz mansa que brota de las escenas del evangelio, tan distinta de las luces enlatadas de la autoayuda, como las de las bienaventuranzas mundanas que veíamos el domingo pasado. Necesitamos la luz de Jesus porque la vida viene tenebrosa, con cortes de luz que tanto entristecen a la pobre gente y que causan tanta impotencia. También hay mucho flash puesto donde no tendríamos que vernos obligados a ver. Por pudor y respeto a las personas.
La cuestión es que para graduar la sal y la luz que somos y tenemos hay que meterse unos días en el molde de los ejercicios, molde que es el odre nuevo que quiere Jesus para su vino nuevo.
La Palabra del Señor es eficaz, pero no automática, necesita que le demos tiempo. Es semilla, no pantalla táctil.
Los jesuitas hacemos ocho días, porque somos medio lentitos, pero a un laico con tres días le alcanzan para ordenarse (no de cura, sino en sus afectos, como dice San Ignacio).
Lo de lentitos lo contaba un querido cura ecuatoriano, Alfonso Villalba, que debe estar exultante en el cielo con lo del papa Francisco, porque era su admirador mas ferviente, desde que había conocido «a los maestrillos argentinos» (al primero que conoció fue a Rossi, así que se entiende el entusiasmo por el formador).
El viejo Villalba, como le decíamos cariñosamente, nos esperaba todos los días para que no almorzáramos solos, ya que las clases terminaban casi a las tres de la tarde. Su capacidad de escucha y de contar anécdotas era proverbial. Una de ellas era esta de los «lentitos». Contaba que en la plaza de Quito, inmensa explanada abierta de varias manzanas, rodeada de las Iglesias principales, una mujer sencilla, vendedora de habitas y condimentos, lo había visto pasar y le había dado charla. Quería saber de los padrecitos. El dialogo (pronunciando las s y las c como santiagueño, que nosotros también tenemos tonada andina) fue mas o menos así:
Ud. Es padrecito, no?
Si, señora.
Ah…! Y puedo preguntarle como se hace para ser padrecito, cuantos años estudian?
Mire, eso depende. Ve aquel padrecito que va allá de sotana? Bueno esos estudian cinco años. Son del clero.
Ah…!
Y aquel gordote de habito marrón. Ese es franciscano. Ellos estudian seis o siete años.
Ah…!
Y aquel otro de blanco que se ve allá, lo ve? Bueno, esos estudian ocho años. Son de los Dominicos.
Ah…! Y ustedes padrecito, que son?
Nosotros somos jesuitas. Y estudiamos diez años.
Ah…! Pues con ustedes ha de ir m’hijito, porque es medio lentito, sabe?

Bueno, de aquí viene lo de que los jesuitas necesitamos mas días porque somos medio lentitos (o muy apuraditos), pero lo importante es que al Señor le agrada que le demos tiempo. Es nuestra limosna para Dios, si se puede hablar así. Tan fácil de dar como una monedita en el subte y a veces no la damos (esas son las oraciones cortitas de contar hasta 22, como cuando despega el avión), tan necesaria como esas limosnas mas sustanciosas que, cuando hemos recibido mucho, sentimos que es de justicia compartir.
Sal, luz… y tiempo. Receta evangélica que nunca falla.
Gracias por todos los que rezaron por estos ejercicios y salgo con muchas cosas lindas para compartir, ya que nuestros ejercicios son mas largos porque el Señor nos encomienda muchas gracias lindas para repartir a los amigos.
Diego Fares sj

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