¿Se nos ha banalizado la felicidad?
Jesús al ver a las muchedumbres subió a la montaña y cuando se sentó se le acercaron sus discípulos. Entonces, él comenzó a hablar y les enseñaba diciendo:
Benditos los pobres de espíritu porque de ellos es el reino de los cielos.
Benditos los que son dulces y mansos porque ellos heredarán la tierra.
Benditos los que lloran porque serán consolados.
Benditos los que están hambrientos y sedientos de justicia porque serán saciados.
Benditos los misericordiosos porque se tendrá misericordia con ellos.
Benditos los de corazón limpio porque verán a Dios.
Benditos los que obran con paz porque serán llamados hijos de Dios.
Benditos los que padecen persecución por practicar lo que es justo porque de ellos es el reino de los cielos. Benditos son ustedes cuando los maldigan y los persigan y cuando digan todas cosas malas de ustedes por mi causa, gocen y exulten de alegría porque su recompensa es grande en los cielos. Así persiguieron a los profetas que los precedieron (Mt 5, 1-12).
Contemplación
Asré, en hebreo, Makarios, en griego, you fú, en chino, ser bendecido y dichoso, en español…
Todos los hombres buscamos la felicidad y esta tiene siempre una medida personal y una medida interpersonal, es decir comunitaria, social. No sólo se trata de lo que uno siente y valora sino que la valoración de los que uno ama (de Dios en último término) y de la comunidad en la que vive, hace a la felicidad.
Todas las bienaventuranzas de Israel, que eran muchísimas giraban en torno al agrado de Yavéh y a cumplir su Ley, a la fecundidad y a la tierra prometida… Con Jesús, quedaron vinculadas al acontecimiento exclusivo y decisivo del advenimiento del Reino de los Cielos (Lino Dolan op).
La felicidad es entrar y vivir en el Reino de los Cielos. Quedarse afuera es la desdicha mayor.
El único deber y el deseo de los deseos es “que venga su Reino”.
Todo lo demás es “añadidura” (Pablo dirá “desperdicio”).
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Pero antes de seguir con el Evangelio, bajemos un momento a nuestra situación actual.
Para que el evangelio resuene no sólo en sí mismo ni en la Iglesia sino en la vida de nuestra sociedad (como está resonando la voz del Papa Francisco que encuentra eco en todas partes), es bueno preguntarnos: ¿Qué es la felicidad para nuestra cultura, para nuestra mentalidad de comienzos del siglo XXI? Hago esta pregunta no en un sentido filosófico especializado sino en cuanto que cada época y cada pueblo y cultura tiene “imágenes de la felicidad” que inciden en nuestra apreciaciones. Otra manera de preguntar lo mismo sería: ¿Qué imágenes y deseos se activan “espontáneamente” en nosotros cuando escuchamos la palabra “felicidad”? ¿Por qué hay que hacer este ejercicio? Por que si no, sin darnos cuenta, cuando Jesús dice “felices los que lloran”, por ejemplo, una vocecita dice en nosotros “ma qué felices ni felices” o “sí, pero no”, “si Jesús lo dice por algo será, pero esto no pega para nada en el mundo de hoy”.
Lo que quiero decir es que a veces, las palabras de Jesús quedan muy allá arriba. Por algo nos asombramos tanto de que, cuando las dice el Papa Francisco, llegan, bajan a la realidad, tocan los corazones. Que él encuentre la manera de decir las cosas para que lleguen tiene relación con un discernimiento de la cultura actual. Por eso analizamos un poco en qué imagen de felicidad anda por los medios.
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Crease o no, esto les preocupa a los encuestadores y hay “encuestas sobre la felicidad”. Gallup hizo una hace dos años en Argentina y, entre otras cosas salió que, en los últimos 30 años se redujo la cantidad de infelices (sic) del 22 al 14%. También surgió de la encuesta que la mayoría de la gente se considera muy feliz (32%) o bastante feliz (52 %) y sólo el 14 % no muy feliz o nada feliz. Hay más jóvenes muy felices que viejos muy felices (40% contra 22 %). Lo que hace más felices a las personas son la familia, la buena salud, el trabajo y los hijos, en ese orden (39%, 29%, 22%, 18%).
Teniendo en cuenta estos datos, en La Nación del domingo salió un artículo titulado: “¿Estás satisfecho con la vida que tenés?” y entre muchos análisis sociológicos y sicológicos, entre los que se analizaban nuestra relación con el pasado, el presente y el futuro, se daban 10 sugerencias. Les confieso que cuando los terminé de leer sentí algo así como un rechazo – “algo no va con esto” – . Después me lo formulé: ¿qué imagen tienen de un hombre los que sugieren estas cosas (y ni plantean otras)? Me imaginé cómo sería si todos siguiéramos esas sugerencias y surgió la imagen de los habitantes de esas sociedades futuras que se ven en películas como Elysium o 1984, en las que los ciudadanos viven felices gracias al bienestar que les da el estado pero pagando el precio de no plantear temas políticos ni religiosos.
Transcribo las sugerencias con un agregado.
– (Felices los que) Identifican los verdaderos deseos (no persiguen sueños o proyectos ajenos)
– (Felices los que) Son precisos y concretos sobre los objetivos (no pierden tiempo, ni energía ni dinero).
– (Felices los que) Sintonizan con las propias emociones. El gran objetivo, siempre: las emociones positivas.
– (Felices los que) No olvidan qué da placer y qué gratifica. Se puede elegir entre una vida hedónica (en busca siempre del placer, evitando el dolor) o un enfoque eudemónico (ir en busca de la felicidad en función de la plena realización del propio potencial).
– (Felices los que) Sincronizan con los relojes del tiempo. Ni ayer ni mañana; hoy, aquí y ahora. Vivir del pasado es nostalgia; vivir del futuro, ansiedad. Vivir de lo que no logré, angustia (depresión); vivir de lo que voy a lograr , además de estrés y obsesión, genera la pérdida de la oportunidad que se puede tener hoy.
– (Felices los que) Mantienen costumbres lo más saludables posibles. Cada quien, en la medida de sus posibilidades: ingerir alimentos de calidad con moderación; saborear y disfrutar de lo que tanto gusta, sin culpa, pero en su medida justa; descansar, relajarse, tratar de buscar espacios verdes y con aire puro; hacer ejercicio con regularidad (caminar, aunque más no sea). Premiar el esfuerzo con algo que realmente satisfaga.
– (Felices los que) Promueven vínculos saludables. Reunirse con amigos, cuidar las relaciones íntimas, conocer los beneficios que conlleva agradecer, perdonar y saber pedir perdón. Tratar de mantener contacto y preservar las redes familiares. Unirse con gente afín para, además de compartir, no dejar de hacer aquellas cosas que hacen bien (baile, música, deportes). Ser solidarios, revisar costumbres, estilos de pensar, sentir, decir y escuchar (comunicación).
– (Felices los que) Buscan el reconocimiento profesional y/o económico en su trabajo. Que el objetivo de éxito sea coherente con el resto de los objetivos y estilo.
– (Felices los que) Cuando sienten que solos no pueden, más allá del apoyo de la familia y amigos, consultan con los profesionales capacitados para ayudar a trabajar sobre trastornos, dolores y limitaciones.
– (Felices los que) Piensan más sugerencias.
Uno puede leer con la superficialidad con que se hojea la revista del domingo y sentir que está bien. Hay varias sugerencias que están bien pescadas y uno asiente a ellas. Pero si uno sacude un poco ese formato de autoayuda que consumimos a toda hora y dice: “pará, estamos hablando de la felicidad. No se puede mezclar así nomás con ‘satisfacción’”. Hablar de economía o de política y decir cualquier cosa, es grave, pero hablar de la felicidad y reducirla a lo de más arriba no es bueno. Cuando se habla de lo más sagrado, banalizarlo es una manera de blasfemar; aunque suene fuerte, creo que es así.
Si estamos hablando de felicidad humana no puede ser que se excluyan los valores trascendentes. Que no se hable de Dios ni siquiera de modo condicional (“ser fiel al Dios en quien creés”, por ejemplo), puede ser algo que ya está tan metido en nuestra mentalidad así llamada “laica” que lo aceptemos, pero que ningún consejo hable de “hacer algo por los demás”, me parece terrible. Los consejos son de una autorreferencialidad aislada casi total. Solo se salva lo de “agradecer, perdonar y pedir perdón” pero lo arruinan cuando dicen “conocé los beneficios que conlleva practicar esto”. Lo mismo que “ser solidarios” que ponen después de “bailar y escuchar música”. No hay casi nada “absoluto”, ningún valor por el amor al valor mismo, nada “por amor al otro sin beneficio propio”. La búsqueda de Dios, adorarlo y servirlo, el trabajo solidario, la lucha por la justicia, el amor apasionado, la fidelidad a la familia y a la patria… Nada de esto: sólo valores “funcionales” para sentirse satisfechos, como si fuéramos un animal, totalmente centrado en su propia autosatisfacción, natural y sanísima, pero clausurada en sí.
Puede ser que el autor o los autores digan que a propósito excluyen temas absolutos o trascendentes para hablar en un lenguaje “neutral”. Pero vemos que no es así pues de tanto en tanto se hacen afirmaciones absolutas. Si profundizamos, se pueden discernir algunas falacias terribles (terribles porque uno las acepta en un primer momento como lógicas). “Vivir del pasado es nostalgia, vivir del futuro es ansiedad”.
Nada de eso! Hay un vivir del pasado que es “memoria agradecida” y un vivir del futuro que es “alegre esperanza”.
Pensar en lo que no logré o hice mal puede ser arrepentimiento humilde y fecundo cuando le pido perdón a Dios, no sólo es “depresión”.
Vivir de lo que voy a lograr, puede ser esperanza en las promesas si lo que lograré lo veo como puro don del Amor de Dios. No sólo es motivo de estrés.
Es curiosa también la secuencia de estos consejos. La quinta (la comentamos arriba), que es mentirosa y nociva, hace afirmaciones absolutas sobre el tiempo (que, paradójicamente es lo único que es sólo de Dios!). Y las hace usando palabras que meten miedo como depresión y ansiedad. Además, viene precedida y es seguida por otras afirmaciones más funcionales y de sentido común (ingerir alimentos de calidad, caminar aunque más no sea…).
Hay que estar atentos a cómo nos vienen las ideas, mezcladitas y de la mano, las simpáticas y buenas con las que son “lobos feroces”.
Frente a estas propuesta para la felicidad, están las bendiciones de Jesús.
De la riqueza infinita de las Bienaventuranzas, que son como agua viva para nuestra sed de absoluto, me quedo hoy con un aspecto totalmente que es totalmente contrario a las “sugerencias” del artículo de La Nación.
Lo expresaría así: las sugerencias tienden a “desdramatizar la felicidad” en cambio Jesús la presenta en su dramatismo más real.
El tono de las sugerencias va por el lado de: “que todo funcione bien y así estarás más feliz”. Focalizate en los objetivos, comé sano, vinculate bien, date algún gustito, viví el ahora, pensamientos sólo positivos, andá al especialista…
Caricaturizo un poco pero es el tono de fondo. Hay también otros valores pero un poco como maquillaje y decorado de la vida.
Jesús en cambio presenta las “felicidades” grandes y afronta lo dramático que resulta alcanzarla y poseerla.
Jesús señala: la felicidad está en vivir en el Reino de los Cielos. El Reino de los Cielos es vivir en la amistad con Jesús, como Hijos del Padre, recibiendo todos los dones del Espíritu Santo. Si ellos habitan en nuestro corazón y nos cuidan y alimentan, si nos guían y defienden, la felicidad es plena. Y el Señor nos recuerda que a esa felicidad del Reino se entra por el camino de la pequeñez y de la pobreza espiritual, no por ningún poder humano.
Jesús constata que la felicidad humana tiene que ver con heredar y poseer la tierra. Somos parte de este planeta y de este universo y poder sintonizar con la naturaleza, trabajarla y mejorarla, gozar de sus frutos y compartirlos, pasear y explorar la tierra, es parte de nuestra felicidad. Nos recuerda Jesús que esa relación buena con nuestra querida Tierra se logra con mansedumbre y dulzura, no con desastres ecológicos.
Jesús constata que la felicidad tiene que ver con esos “momentos de gracia” que llamamos consolación. Y vincula consolación con llanto. Nos recuerda que la consolación nos la da Dios cuando sabemos “llorar bien” por los pecados propios y por los sufrimientos de los inocentes. No hay verdadera alegría si uno tapa el pecado y cierra los ojos y el corazón al dolor del mundo.
La felicidad, dice Jesús, tiene que ver con lo social, con lo de todos. Y eso requiere que se haga justicia en todos los aspectos de la vida política. Esta justicia no cae del cielo, necesita gente que tenga hambre y sed de justicia y que luche y trabaje por lograrla. Esto trae persecuciones.
La felicidad, dice el Señor, tiene que ver también con lo más personal, con nuestras llagas y miserias y consiste en que se nos perdonen las faltas y se nos curen las llagas. Obtener eso va ligado, dramáticamente, al hecho de que seamos misericordiosos con los demás y no duros de corazón.
La felicidad, dice Jesús, consiste en ver el Rostro de Dios y descubrir que somos a su imagen. Eso se logra dejando que Jesús nos limpie el corazón. No se logra ninguna autolimpieza farisaica.
La felicidad consiste en ser hijos de Dios y eso tiene como requisito trabajar por la paz entre los hermanos e hijos del mismo Dios. Ya sabemos que poner paz y cuidar la paz requiere tragarse muchas opiniones, mirar para adelante, perdonar, calmar, ser constantes, saber perder, apostar al largo plazo…
El modelo de felicidad que presenta Jesús, el tipo de personas que la alcanzan y las actitudes que sus amigos están dispuestos a cultivar, dista mucho del modelo de autosatisfacción y buen funcionamiento que nos presenta el mundo.
Diego Fares sj