Periferias
Cuando Jesús se enteró de que Juan había sido entregado, se retiró a Galilea. Y, dejando Nazaret, se quedó a habitar en Cafarnaúm, a orillas del lago, en los confines de Zabulón y Neftalí, para que se cumpliera lo que había sido anunciado por el profeta Isaías:
¡Tierra de Zabulón, tierra de Neftalí, camino del mar,
país de la Transjordania, Galilea de las naciones!
El pueblo que se hallaba en tinieblas
vio una gran luz;
a los que habitaban
en las oscuras regiones de la muerte,
les amaneció una luz (Is 9, 2).
A partir de ese momento, Jesús comenzó a proclamar
«Conviértanse, porque está cerca el Reino de los Cielos.»
Mientras caminaba a orillas del mar de Galilea,
Jesús vio a dos hermanos:
a Simón, llamado Pedro, y a su hermano Andrés,
que echaban las redes al mar porque eran pescadores.
Entonces les dijo:
«Síganme, y yo los haré pescadores de hombres.»
Inmediatamente, ellos dejaron las redes y lo siguieron.
Continuando su camino, vio a otros dos hermanos:
a Santiago, hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan,
que estaban en la barca con Zebedeo, su padre, arreglando las redes;
y Jesús los llamó.
Inmediatamente, ellos dejaron la barca y a su padre, y lo siguieron.
Jesús recorría toda la Galilea,
enseñando en las sinagogas,
proclamando la Buena Noticia del Reino
y curando todas las enfermedades y dolencias de la gente (Mateo 4, 12-23).
Contemplación
Pequeño diccionario periferiológico
Salir a la periferia geográfica: pasar cerca del que sé que me va a pedir.
Salir a la periferia temporal: quedarme charlando con el que visito un rato más de lo que a mí me parece, hasta que él otro sienta que terminó la conversación.
Salir a la periferia ideológica: dialogar sin pelear con el que piensa totalmente distinto que yo en política hasta comprender el punto de vista bueno que quiere defender.
Salir a la periferia espiritual: quedarme un rato ante el sagrario –gratuitamente- regalándole un rato a Jesús.
……………………
¿Dónde quedan las fronteras, esas “periferias” de las que nos habla el Papa Francisco y a las que nos urge a salir para anunciar el Evangelio?
Antes que nada conviene decir que lo de las periferias no es una ocurrencia de Francisco ni una mera cuestión ideológica, como la de oponer la periferia al centro. En el evangelio de hoy vemos que se trata de la estrategia apostólica de Jesús que, para comenzar su vida pública, se va a la periferia geográfica y cultural de su época. “Se retiró a Galilea. Y, dejando Nazaret, se quedó a habitar en Cafarnaúm, a orillas del lago, en los confines de Zabulón y Neftalí” nos dice Mateo. Y medita acerca de esta actitud del Mesías recordando al profeta Isaías que había prometido “una luz para los que vivían en las oscuras regiones de la muerte”. Allí comienza Jesús a evangelizar y a llamar a sus discípulos: en la periferia. Sale del territorio hogareño de Nazaret y no se va a la gran Jerusalén sino que se quedó a habitar en Cafarnaún, la aldea de pescadores donde vivían Pedro, Andrés, Santiago y Juan.
En su charla con los religiosos el papa nos exhortaba: “los religiosos y las religiosas son hombres y mujeres que iluminan el futuro». Y decía cómo hay que hacer para “iluminar”. Para iluminar, lo primero “es “dedicar un tiempo para ir a la periferia y tener experiencia de lo que vive la gente”: “Yo estoy convencido de una cosa –dice el Papa- : los grandes cambios de la historia se realizan cuando la realidad fue vista no desde el centro, sino desde la periferia. Es una cuestión hermenéutica: se comprende la realidad solamente si se la mira desde la periferia, y no si nuestra mirada es desde un centro equidistante de todo. Para entender de verdad la realidad, debemos movernos de la posición central de calma y tranquilidad, y dirigirnos hacia la zona periférica. Estar en periferia ayuda a ver y entender mejor, a hacer un análisis más correcto de la realidad, escapando del centralismo y de los enfoques ideológicos. No sirve estar en el centro de una esfera. Para entender, nos debemos ‘descolocar’, ver la realidad desde más puntos de vista diferentes. Es necesario conocer la realidad por experiencia, dedicando un tiempo para ir a la periferia para conocer de verdad la realidad y lo vivido por la gente. Si esto no ocurre, entonces, se corre el riesgo de ser abstractos ideólogos o fundamentalistas, y esto no es sano».
No se trata de una cuestión ideológica sino vivencial.
“Descolocarse”, dice el papa, “dedicar tiempo”. “Movernos” desde la posición central de calma y tranquilidad y dirigirnos hacia la zona periférica”. “Ver desde más puntos de vista diferentes”.
La periferia no es sólo espacial. Es necesario ir a las zonas más pobres, salir a la calle, buscar a los excluidos…, pero no basta. Se requiere tiempo. Uno piensa distinto cuando dedica tiempo a estar en la periferia. Y así como para alcanzar la frontera espacial hay que moverse y alejarse del centro, para alcanzar la frontera temporal hay que dedicar tiempo. Y esto no una vez sino “repetidamente”, todos los días un buen rato.
Y aún esto, que es imprescindible, tampoco basta. Porque la rutina cierra las fronteras, baja la cortina, nubla los ojos. Una vez que uno se sitúa en la frontera y vuelve cotidianamente a ella, hace falta dialogar. Dar la mano, mirar a los ojos, decir una palabra y escuchar la respuesta. La frontera de cada persona la marca su manera de pensar y de sentir: cada uno vivimos centrados en nuestro mundo interior y para asomarse al del otro hay que descentrase, salir de sí, de la propia opinión y dialogar.
Me dice uno: “vos sos cura y no me dejás entrar a comer. Y yo le digo: no hay más lugar, hermano. Siempre hay más lugar, me dice él. Si te dejo entrar hoy a vos, es injusto para los que se fueron antes, cuando repartimos los números. Dejeme entrar solo por hoy, le prometo que mañana no vengo. Si te dejo entrar hoy mañana vienen más. Por eso damos número y un mensaje claro: los otros comedores cierran y nosotros seguimos abiertos en Enero, pero no podemos brindar más que dos turnos de almuerzo. Son 168 lugares y no más. Deme una bandejita entonces y como afuera. No damos comida para comer en la calle. Damos lo que podemos dar bien. Y vos decís que sos cura y me negás la comida. Yo no te saco nada. No te puedo dar algo que vos necesitas, pero no te saco nada. Ahora estoy charlando con vos y le estoy sacando tiempo a servir la mesa a los que tengo adentro. Si no ponemos un límite claro a lo que damos el Hogar no duraría, sería un despelote…”.
La charla sigue así. Los demás escuchan cómo perdemos tiempo explicando lo que la mayoría entiende y acepta con cariño y lo que algunos, que están muy golpeados, no pueden o no quieren aceptar y se van mal, insultando o resentidos. Algunos no vuelven. Otros vienen tempranito y piden disculpas… – perdoná cura, ayer estaba caliente, pero por otra cosa. Con el hogar todo bien-. Cada persona es un mundo.
Para mí, salir a la periferia, es perder tiempo charlando con uno, explicar, sentir lo que él siente, tratar de comprender cómo nos ven, explicar lo que intentamos hacer. Y lo que siento, lo que quiero comunicar en esta contemplación es que, la verdad, es que este mundo tiene las periferias ahí nomás. Hay tanta información suelta, tantos puntos de vista. Cada uno piensa distinto, basta escuchar a la gente que habla en la radio. Estamos perdidos cada uno en su frontera interior, chocando con los demás. Por eso hace falta tiempo. Eso son las instituciones: construcciones hechas y sostenidas en común donde es posible dialogar con la gente al mismo tiempo que uno la ayuda y sirve.
El Papa dice que “La Iglesia « en salida » es una Iglesia con las puertas abiertas. Salir hacia los demás para llegar a las periferias humanas no implica correr hacia el mundo sin rumbo y sin sentido. Muchas veces es más bien detener el paso, dejar de lado la ansiedad para mirar a los ojos y escuchar, o renunciar a las urgencias para acompañar al que se quedó al costado del camino. A veces es como el padre del hijo pródigo, que se queda con las puertas abiertas para que, cuando regrese, pueda entrar sin dificultad” (EG 46).
La puerta abierta, como experimentamos en el Hogar, tiene también sus dificultades. “Detener el paso, mirar a los ojos, escuchar…” permite que uno acceda a la periferia dialogal, que uno se acerque a los límites y riquezas que tiene el otro en su manera de expresar las cosas, en su lenguaje, en sus sentimientos.
Y aquí entra Jesús como por un tubo. Uno dice (experimenta): es imposible ir a las periferias. Uno se queda detenido en la primera aduana que pone el otro. Muros y barreras por todos lados.
Salir al encuentro del otro, dialogar en el límite, sólo es posible con Jesús, gracias a Jesús. Sólo es posible si uno lleva el “evangelio de Jesús”, la buena noticia de Jesús. Si uno, en cambio, sale con sus propios pensamientos y modos, sólo puede acceder a algunas personas muy contadas, a las del mismo partido.
Quizás eso es a lo que apunta el papa cuando dice que “la realidad se comprende mejor desde la periferia”. ¿Qué realidad? La del propio límite y la de la grandeza de lo que nos ofrece Jesús.
Sólo Él es capaz de hacernos “pescadores de hombres”. Gente que tira el anzuelo más allá de lo que ve y acierta en el corazón del otro.
La imagen del Señor, por la orilla del mar de Galilea, pescando discípulos, dedicando tiempo a enseñarle a la gente, curando sus enfermedades y dialogando con todos, es la imagen viviente de lo que significa “salir a las periferias”.
Si la vida plena es plenitud de relaciones, el Evangelio de Jesús es como un inmenso Shopping o una interminable “Saladita” espiritual –verdadera periferia– , en la que se ofrecen todo tipo de “dispositivos” para vivir mejor, para comunicarnos, comprendernos y amarnos más entre los hombres. Cada encuentro del Señor, cada parábola, cada refrán suyo, es gracia pura al alcance de la mano, don para saber cómo salir de nosotros mismos y acercarnos y vincularnos con los demás.
Y no se trata de productos enlatados o de recetas de autoayuda. Se trata de palabras vivas y vividas, con las que se puede entrar en diálogo, contemplando el evangelio, y que se traducen al mismo tiempo en palabras que sirven para hablar y entenderse en la acción con los demás.
Jesús es la Periferia de Dios que nos sale al encuentro a nosotros, pobres excluidos de una vida que se nos escapa de las manos. El se complace en salir de sí y acercarse a nuestra vida. O, mejor, siempre que salimos de nuestro charquito y de nuestra barca, nos encontramos a un Jesús metido de lleno en nuestra propia vida. El nos hace sentir que con él en nuestra barca podemos vivir a pleno.
Así, apenas salimos, lo encontramos a Él. Antes incluso que a los pobres, a los que muchas veces tememos encontrar. Apenas uno sale un rato de si, se encuentra con Jesús, que anda caminando a orillas del lago de la existencia, mirando a quién pescar con su anzuelo de amor incondicional para convertirlo en pescador de hombres como es Él, el divino Pescador.
Diego Fares sj