¿Podés bautizarte a vos mismo?
Entonces llegó Jesús, que venía de Galilea al Jordán donde Juan, para ser bautizado por él. Pero Juan trataba de disuadirlo diciendo:
«Soy yo el que necesita ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a mí?»
Jesús le respondió:
«Déjame ahora, pues conviene que de este modo cumplamos toda justicia.»
Entonces le dejó. Después de ser bautizado, Jesús salió del agua; y he aquí que se abrieron los cielos y vio al Espíritu de Dios que bajaba en forma de paloma y venía sobre él. Y se oyó una voz que salía de los cielos que decía:
«Este es el Hijo mío, el Amado, en quien me complazco» (Mt 3, 13-17).
Contemplación
El miércoles pasado, el Papa comenzó la catequesis sobre los sacramentos, que irá dando a lo largo del año. Y comenzó con el Bautismo haciendo notar la feliz coincidencia con la fiesta de este domingo.
El estilo de Francisco como catequista es algo para aprovechar. Muchos tenemos grabadas en la memoria algunas de sus misas con los chicos de la Parroquia del Patriarca San José, cómo les despertaba la mente para discernir. Recuerdo “las tres piedras que hay que tirarle al demonio para espantarlo como a un perro que nos mete miedo: la señal de la cruz, la confesión y el cariño a la Virgen con un Avemaría”. Cada vez que preguntaba ¿cuáles son las tres piedras…? los chicos se acordaban. También está la famosa sobre los fariseos. Iba con entusiasmo diciendo: “porque los fariseos eran unos mosquita muerta, unos hi…. “Hijos de p…” respondió un chiquitín levantando la mano. “No!” – lo quiso atajar Jorge- “Bueno, eso también, pero eran unos hi…pócritas”, concluyó, mientras todos sonreían. Desde entonces “mosquita muerta, hipócrita e hijo de p…” me quedaron grabadas y ayudan a condenar bien al hipocresía que no es un pecado más sino “el” pecado, porque lleva a la corrupción.
En la audiencia hizo dos preguntas que merecen una reflexión, porque las preguntas que nos hace Francisco tienen un efecto “liberador”, así lo llamaría. Destapan el corazón y dejan que corra la gracia y se vaya el empacho de mundanidad que nos tiene atragantados.
Comenzó con la pregunta que viene haciendo en la plaza: “¿Quién se acuerda de la fecha de su Bautismo? Levante la mano”. Y nos dejó la tarea de ir a buscar esa fecha feliz. “Conocer la fecha de tu bautismo es conocer una fecha feliz en tu vida”. Parece una pregunta medio infantil. Pero la deja picando. Cómo puede ser que no sepa la fecha de mi bautismo. Quién me llenó tanto la cabeza con otras importancias para que no tenga memoria de algo muy feliz en mi vida. Yo tengo la suerte de que mis padres hicieron unas hermosas estampitas y guardo en el corazón, junto con la fecha del 15 de agosto, las frases que pusieron, entre ellas la del salmo 22, 6: “Me seguirá tu misericordia todos los días de mi vida”.
Esta pregunta con tarea para la casa es personal. No es retórica ni meramente intelectual. Apunta al corazón, a la memoria cordial que nos despierta la conciencia de todo lo que el Señor ha hecho y está haciendo por nosotros. Aquí el papa unió algunas gracias que estamos habituados a unir con el bautismo –la de ser hijos de Dios, la de la esperanza de la salvación, la del perdón de los pecados…- y otra muy concreta y no habitual: “el Bautismo nos ayuda a reconocer en el rostro de las personas necesitadas, en los que sufren, incluso (en el rostro) de nuestro prójimo, el rostro de Jesús.”
Al final hizo la otra pregunta, que me resultó novedosa: “Y hago una pregunta: ¿Puede una persona bautizarse a sí misma?” Me llamó la atención cómo con esta sencilla reflexión, con este hacer notar que nadie puede bautizarse a sí mismo, que es algo que hay que pedir y recibir de otros, soluciona todas esas dificultades de si hay que bautizar a los niños pequeñitos o no… “Nadie puede bautizarse a sí mismo –dijo el Papa- Nadie. Podemos pedirlo, desearlo, pero siempre necesitamos a alguien que nos confiera en el nombre del Señor este Sacramento. Porque el Bautismo es un don viene dado en un contexto de solicitud, de compartir fraterno. En la historia siempre uno bautiza a otro y el otro a otro… Es una cadena. Una cadena de gracia… Es un acto de fraternidad, un acto de filiación en la iglesia.”
Hoy en día circulan muchos pensamientos ya envasados que son retorcidos. Una persona que estaba muy enojada con la vida y con Dios se animó a decir: “yo no elegí nacer”. Me gustó que lo dijera porque es un pensamiento de esos que no se formulan pero está siempre como apoyando todas las rebeldías y los actos de soberbia y de capricho que nuestra mente necesita para justificar un pecado. “No elegí nacer” es como un escalón que uno pone más abajo para apoyar otro pensamiento: “yo no elegí estas reglas de juego que me resultan pesadas o tediosas o imposibles de cumplir”. Yo le decía a esta persona: date cuenta de que esa frase es falsa y te encierra en una trampa. Apenas me la decís se contradice a sí misma. Estás queriendo que yo te comprenda y eso es una afirmación increíble de la vida. Tu dolor es tan grande que lo expresás con enojo, pero el deseo de expresar todo tu enojo es más grande aún que tu dolor. Querés que todos lo sepan, que Dios mismo sepa que estás dolorida. Y eso es vida. Es amor inmenso y dolorido por la vida, amor resentido por la injusticia, pero amor.
No se puede “elegir nacer”. Se nos dona. Eso es ser “creatura”. La otra posibilidad es ser Dios. Y no hay ninguna más. Porque la nada –ser “nada”- no es una posibilidad. Esencialmente el bautismo es un acto de filiación y la vida nos la tienen que dar otros. El don es primero, está siempre antes incluso que nuestra libertad de elegir. El Bautismo es el don que hace posibles todos los demás. Por eso es que la Iglesia acepta que nuestros padres lo pidan por nosotros lo antes posible.
Cuando me toca bautizar a hijos de papás que sufren una especie de “analfabetismo cristiano”, que siendo adultos viven en un mundo hiper-informado en muchos aspectos y en lo que hace a su fe sólo cuentan con las nociones del catecismo de primera comunión, noto el choque formidable e impiadoso que se da entre los sentimientos de amor a Dios nuestro Padre, a Jesús y a la Iglesia, y las dudas y cuestionamientos que los asaltan. Quieren bautizar a sus hijitos y se llenan de alegría y de paz al ver cómo el agua y la señal de la cruz los sumergen en Cristo, al recibir las unciones y el vestido blanco, la luz de la fe y las oraciones del “ábrete” en la lengua y el oído. Pero al mismo tiempo ponen entre paréntesis la renuncia al mal –qué pecado va a tener esta creatura, qué es eso del “pecado original”, qué tiene que ver esto de renunciar al demonio…-. Se cuestionan también cómo es eso de “ser hijos de Dios” ¿acaso antes de bautizarse no es hijo de Dios? Y así, tantas verdades de la fe, al ser expresadas públicamente, hacen sentir que “están cuestionadas”.
Ponerse a responder a cada uno de estos cuestionamientos requiere tiempo y estudio y cada respuesta abre a otras dudas. Por eso digo que la pregunta de Francisco ¿Puede una persona bautizarse a sí misma? es inspiración del Espíritu. Porque pone las cosas en su lugar. En vez de hacernos mirar los efectos del bautismo, que están todos cuestionados, nos hace mirar más atrás: nos conecta con el Don. El Bautismo es un Don, un regalo que nos tiene que hacer otro. O más bien es “El Don”.
El Bautismo nos pone en contacto con eso tan humano como es “reconocer a un hijo”. De golpe una mujer toma conciencia de que está embarazada y “adopta” a su hijo, decide tenerlo, darle la vida y pregunta al padre si lo va a reconocer. Sin esta paternidad, la vida humana pasa a ser un desquicio. Cuando los padres no se hacen cargo del don de la vida, el ser humano tampoco puede hacerse cargo y lleva su vida a medias, penando, buscando paternidad. ¿Qué sentido tiene esto que me han regalado sin querer regalarme? se preguntará toda la vida un hijo no amado.
El Bautismo viene a decirnos que nuestro Padre se hace cargo del Don de la vida, más honda y más totalmente que nuestros padres biológicos o del corazón. El Bautismo viene a decirnos que Jesús comparte su ser Hijo Amado y viene a reparar todo lo que nos hace sentir hijos no amados, nuestros pecados y los de los demás. El Bautismo viene a decirnos que nuestro ADN es legítimo, que podemos llamar a Dios “Padre” y a Jesús “Hermano”, que somos herederos legítimos y que podemos disponer de todos los bienes de la Familia.
Nada más hermoso ni más pacificador ni más reafirmante que saber que los que nos regalaron la vida y nos dieron nuestro nombre y su apellido, lo hicieron confesando que ese regalo de la vida viene del Padre de todos y nos dieron el nombre de Jesús.
¿Qué es vivir, haber venido a la existencia, haber nacido y estar vivo? No es una buena imagen esta del bautismo que nos dice que vivir es encontrarse de golpe “sumergido en la vida”. Tener a Jesús como compañero de “sumergimiento”, como bautizado en el Jordán de nuestra cotidianeidad y de nuestros dramas humanos, es garantía de felicidad. Sin Él, sin estar bautizados en Él y Él bautizado en nosotros, qué sinsentido todo, qué banalidad terrible todo.
Pero no es así, gracias a Dios: “Todos ustedes son hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús, ya que todos ustedes, que fueron bautizados en Cristo, han sido revestidos de Cristo” (Gal 3, 26-27).
Diego Fares sj