Sagrada Familia A 2013

 

Dejar cuidar nuestra pequeñez por San José

 

Después de que los magos partieron de Belén, el ángel del Señor se le apareció en sueños a José y le dijo:

«Levántate, toma al niño y a su madre, y huye a Egipto. Quédate allá hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo».

José se levantó y esa misma noche tomó al niño y a su madre y partió para Egipto, donde

permaneció hasta la muerte de Herodes. Así se cumplió lo que dijo el Señor por medio del

profeta: «De Egipto llamó a mi hijo».

Después de muerto Herodes, el ángel del Señor se le apareció en sueños a José y le dijo:

«Levántate, toma al niño y a su madre y regresa a la tierra de Israel, porque ya murieron los que intentaban quitarle la vida al niño».

Se levantó José, tomó al niño y a su madre y regresó a tierra de Israel. Pero, habiendo oído decir que Arquelao reinaba en Judea en lugar de su padre Herodes, tuvo miedo de ir allá, y advertido en sueños se retiró a Galilea y se fue a vivir en una población Ilamada Nazaret. Así se cumplió lo que habían dicho los profetas: «Se le llamará nazareno».

Contemplación

En el evangelio las huidas y regresos de la Sagrada familia, tienen un ritmo. El ángel del Señor se le aparece en sueños a José y, a sus tiempos, le advierte cuándo hay peligro y cuándo el panorama está despejado.

Todo se hace para cuidar al Niño Jesús.

José toma al Niño y a su Madre y huye al exilio o regresa a su patria.

De lo que se trata es de proteger al Niño de Herodes.

Hasta que se pueda defender solo y sea libre para entregar su vida, como lo hará ciertamente Jesús, José lo cuida de los que «intentan quitarle la vida al Niño».

Es una linda imagen de San José, el que cuida la vida de nuestros pequeños (y de nuestra pequeñez). Lo que quiero decir es que podríamos incluir entre los que tiene a su cuidado a todos los que, siguiendo el consejo de Jesús, tratamos de hacernos como niños,  para entrar en su Reino de los Cielos. San José nos cuida, nos toma consigo, nos pone con nuestra Madre, nos refugia en Egipto, para preservarnos de la furia astuta de Herodes y siempre nos abre caminos alternativos para que la vida de la gracia crezca en nosotros.

La vida cristiana es frágil, tiene esa vulnerabilidad que contemplamos en María y en el Niño amenazados por los Herodes de todos los tiempos, que pueden tener distinta apariencia pero actúan con la misma o peor crueldad. Allí entra la figura de José, para rogarle que nos siga cuidando y para imitarlo, especialmente los que tenemos la misión de ser padres.

¿Que nos sugiere el evangelio?

Que siempre hay un ángel del Señor que previene de los peligros y conduce por el buen camino a los que se desvelan para cuidar al Niño. Así como los padres tienen una especie de radar para advertir lo que puede dañar a sus hijos pequeñitos, así también nuestro Padre Dios, se adelanta con sus ángeles y coopera con José (y con todo papá), mejorando su instinto natural. Notemos que la tercera vez, José discierne sólo el peligro, fiándose de su miedo y el ángel no se le adelanta sino que lo confirma. Quizás esta sea una enseñanza linda: para cuidar al Niño -para cuidar nuestra vida de fe en el Reino de los Cielos que nos lleva a ser niños y a necesitar cuidado-, se requiere la cooperación de los ángeles y de San José.

Al escribir veo que se desdobla la gracia: por un lado descubro algo que no había notado nunca. Cuando Jesús dice que hay que hacerse como niños, nos está queriendo decir que nos tenemos que dejar cuidar. No nos está dando solo una tarea, la de ser más puros y confiados. Antes que eso, nos está diciendo que si lo queremos seguir nos tenemos que dejar cuidar. Tenemos que dejar que San José nos tome como niños junto a nuestra Madre. Tenemos que recibir a María en nuestra interioridad, como nos encargo el Señor en la Cruz. Confieso que esta gracia la he recibido junto con la misión de cuidar El Hogar de San José. Allí siempre me ha resultado connatural dejarme cuidar y guiar, proteger y ayudar, perdonar y afianzar… Pero no había hecho extensiva  esta gracia a todos los aspectos de mi vida en el Reino. Quizás pido mas la protección de San José para cuidar a otros, pero aquí se trata también del cuidado de la propia vida espiritual personal, siempre tan amenazada.

Por otro lado, está la gracia de imitar la paternidad de José. Se trata de aprender a discernir. Cuando el Niño y su Madre (la Virgen, la Iglesia y nuestra alma) están en el centro, se nos dan esos mensajes en sueños, que nos dicen cuando huir, cuando regresar y cual alternativa elegir. Lo que amenaza la vida del Niño es para rechazar absolutamente. La huida es señal de rechazo absoluto, aun a costa de dejar todo y de exponerse a otros peligros. Lo que favorece la vida del Niño es para elegir, y dentro de las opciones seguras y buenas, elegir la mejor, como José que elige Nazaret.

Qué es lo mejor para la vida de mi hijo, esa es la pregunta de todo padre. Que es lo que más puede amenazar su vida…

Saberse y sentirse ayudado en esta preocupación vital es una gracia enorme, que puede despertar en todo padre una intensa vida de oración. Jesús mismo tomará esta imagen para despertar el deseo de rezar y la confianza en que nuestro Padre nos escucha: si Uds. que son malos saben dar cosas buenas a sus hijos, cuánto más mi Padre le dará el Espíritu Santo (de discernimiento y de adoración) a los que se lo pidan (para cuidar la vida de los que aman, de sus hijitos).

Tomar al Niño y a su madre, aunque parezca obvio, es lo primero. La unidad de la familia, mantenida estrechamente, sin fisuras, es el primer cuidado.

Estar atento a los tiempos de cambio, es también importante. Saber escuchar la voz de Dios en la oración y crecer en el discernimiento propio, son también claves de todo cuidado.

Pero saberse aliado del Padre en esta preocupación amorosa por el cuidado del Niño, es la clave. Es descubrir que ya he estado rezando por los míos desde siempre. Es hacer consciente la ayuda que tantas veces experimenté. Es aliarme con el que es el Padre de mi paternidad. Aliarme con Dios no en una religión del deber y la ley externa, minada por los cambios de paradigmas culturales, sino  en una religión que brota de lo más íntimo, del deseo de dar vida, de cuidarla y acompañarla a crecer.

Que en el día de la Sagrada Familia, el Espíritu nos haga sentir su «estar a nuestro lado» (su paracleidad, asociada a la imagen de San José que cuida y acompaña nuestra pequeñez) como abogado defensor con quien estamos asociados en el trabajo de cuidar de nuestras familias.

Diego Fares sj

 

Navidad A 2013

 

La Alegre noticia de que el Niño nace en todos los pesebres

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En aquella época apareció un decreto del emperador Augusto,

ordenando  que se realizara un censo en todo el mundo.

Este primer censo tuvo lugar cuando Quirino gobernaba la Siria.

Y cada uno iba a inscribirse a su ciudad de origen.

José, que pertenecía a la familia de David, salió de Nazaret, ciudad de Galilea,

y se dirigió a Belén de Judea, la ciudad de David, para inscribirse con María, su esposa, que estaba embarazada.

Mientras se encontraban en Belén, le llegó el tiempo de ser madre;

y María dio a luz a su Hijo primogénito, lo envolvió en pañales

y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el albergue.

En esa región acampaban unos pastores, que vigilaban por turno sus rebaños durante la noche. De pronto, se les apareció el Angel del Señor y la gloria del Señor los envolvió con su luz.

Ellos sintieron un gran temor, pero Angel les dijo:

«No teman, porque les traigo una buena noticia,

una gran alegría para todo el pueblo:

Hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un Salvador, que es el Mesías, el Señor. Y esto les servirá de señal: encontrarán a un niño recién nacido envuelto en pañales y acostado en un pesebre.»

Y junto con Angel, apareció de pronto una multitud del ejército celestial,

que alababa a Dios, diciendo: «¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra, paz a los hombres amados por él!»  (Lucas 2, 1-14).

 

Contemplación

¿Se dieron cuenta de que el mensaje de la Navidad baja del cielo al pesebre? Digo si se dieron cuenta en el sentido de que todos los mensajes navideños del mundo van al revés: salí de lo cotidiano y pasá un rato de cielo.
La Alegría del Evangelio es que Dios salió del Cielo a pasar no un rato sino toda una historia de tierra. Vino a ser Dios con nosotros. En lo de todos los días.

Los ángeles abrieron el cielo y la gloria de Dios envolvió con su manto de luz a los pastorcitos que “pasaban la noche al aire libre”. La buena noticia -esa “alegría para todo el pueblo”- les colmó el corazón y fueron enviados al pesebre, a la oscuridad del pesebre de Belén,  a un niño envuelto en pañales. Precioso, sin duda, pero de lo más común. Sin destellos de gloria, salvo para un corazón como el de ellos, que ya había sido evangelizado en la ternura de Dios.

Nuestra misión como “ángeles cristianos”, es pasar un mensaje: que el Niño nace en todos los pesebres. El papa Francisco dice:

“Es vital que hoy la Iglesia salga a anunciar el Evangelio a todos, en todos los lugares, en todas las ocasiones, sin de­moras, sin asco y sin miedo. La alegría del Evan­gelio es para todo el pueblo, no puede excluir a nadie. Así se lo anuncia el ángel a los pastores de Belén: « No temáis, porque os traigo una Bue­na Noticia, una gran alegría para todo el pueblo » (Lc 2,10) (EG 23).

A nosotros nos toca pasar el mensaje. Anunciarlo no así nomás, por supuesto, sino con alegría, porque es una buena noticia y no ayuda si uno la comunica de manera aburrida… Pero de última, como siempre que uno recibe una noticia, la va a tener que confirmar personalmente. Los pastoritos fueron a Belén a ver lo que el ángel les había anunciado.

Así, cada uno, desde su experiencia de haber creido que el Niño Jesús nacía en sus pesebres –en sus pobrezas, en sus pecados, en sus límites y miedos- debe anunciar esta buena noticia. Y cada uno que recibe de otro esta buena nueva, debe comprobar personalmente si es verdad que Jesús viene precisamente allí donde uno tiene un hueco, un sitio vacío (o que es cueva de animales) que hay que humanizar.

La buena noticia no termina de serlo hasta que no es anunciada a todos, hasta que no integra a todos y fecunda todo lo humano (Cfr. EG 237).

María y José son los expertos en “humanizar” los pesebres con lo necesario para que nazca el Niño: José afirmando el pesebre para que no esté tembleque. María, emparejando las pajitas para que no pinchen y poniendo el pañalito al Niño. Con eso basta. Son gestos de anuncio. Sin palabras nos dicen lo esencial: lo que basta para que el Niño venga a posarse en tu corazón y te lo inunde de profunda paz.

En la oración final de Evangelii Gaudium, el Papa nos muestra a María como la que lleva la alegría del evangelio a todos: “llevaste la alegría a Juan el Bautista, cantaste las maravillas del Señor iluminando con tu mirada toda la historia de los pequeños como Vos, estuviste plantada al pie de la Cruz, recibiste el alegre consuelo de la resurrección…

A ella le pedimos que nos ayude a decir nuestro sí. Para que la alegría del evangelio llegue a los confines y ninguna periferia se prive de su luz (EG 288).

Jesús está –recién nacido- en todos los pesebres. En el de mi pobreza, en el de mi pecado, en el de nuestros límites, en el de nuestras penas. Jesús nos espera con la alegría de su presencia de Niño Dios en todos los sitios vacíos, en las tierras de nadie, allí donde nadie se hace cargo, allí donde ninguno quiere ir a ver… Pidámosle a la Virgen y a San José –expertos en convertir noches malas en nochebuenas y pesebres en… pesebres-  la valentía necesaria para animarnos a “anunciarlo”. Pero para anunciarlo con nuestros gestos: yendo a verlo allí donde parece que sólo hay cuevas de animales, ayudando a armar el pesebre, poniendo un pañalito de ternura, llevando algunos dones y regalitos como los pastores, animándonos a adorar como los reyes…

El mundo desprecia la tierra e inventa breves cielos. Con Jesús, la tierra más terrena es hermosa y lo más pobre y pequeñito es lo más humano. Así es la alegría del evangelio: humilde como un pesebrito, tierna como un bebé, laboriosa y fatigada como dos papás jóvenes, llena de admiración como unos pastores que han visto ángeles, adoradora como reyes que siguen estrellas y se inclinan ante el Niño Dios.

Diego Fares sj

El Señor nos escribe la historia y “hoy hay ensayo”

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La generación de Jesucristo fue así:

Estando comprometida su madre María con José, antes de que estuviesen juntos, se encontró con que había concebido en su vientre por obra del Espíritu Santo.

José, su esposo, que era un hombre justo y no quería denunciarla públicamente, resolvió abandonarla en secreto.

Estando metido en estos pensamientos el Angel del Señor se le manifestó en sueños y le dijo:  «José, hijo de David, no temas recibir en tu casa a María, tu esposa, porque lo que ha sido engendrado en ella proviene del Espíritu Santo. Ella dará a luz un hijo, a quien pondrás el nombre de Jesús, porque él salvará a su Pueblo de todos sus pecados.»

Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que el Señor había anunciado por el Profeta: La Virgen concebirá y dará a luz un hijo a quien pondrán el nombre de Emmanuel, que traducido significa: «Dios con nosotros.» Al despertar, José hizo lo que el Angel del Señor le había ordenado y recibió consigo a su mujer” (Mt 1, 18-24).

Contemplación

De las muchas cosas lindas que el Papa Francisco nos comparte, me hizo meditar una reflexión suya acerca del Nombre de Jesús: “Dios con nosotros”. Decía Francisco que Dios toma nuestro apellido, nuestro nombre de familia: es el Dios de Abraham y de Jacob, de Judá y de Fares (a mí me resulta familiar esto del apellido porque Fares o Peres es el hijo de Judá y de Tamar y está en la genealogía del Señor)…, Él es el Dios de cada uno de nosotros.

El Papa da un paso más y nos dice que, al tomar nuestro nombre, Dios “ha querido y permitido que nosotros le escribamos su historia”. El tiene esa humildad: se deja escribir la historia…. Tener un nombre propio significa que cada uno es alguien único. Tener un apellido significa que somos familia, que tenemos una historia en común con muchos otros, que lo que ellos hacen nos afecta y es “nuestro”, para bien y para mal.

Que Jesús nos haya permitido que le escribamos su historia, eso es la Encarnación. Significa que Dios camina con nosotros, que somos su pueblo: no le da cosa compartir nuestra historia. Acepta, fíjense lo que digo, acepta incluso la historia oficial, esa que decía que José no era su padre, esa que lo rotuló como “amigo de los pecadores”, la que Pilato escribió e hizo colgar sobre su Cruz como burla: “Jesús Nazareno Rey de los Judíos”.

Pero hay otra historia. La verdadera, la que comunica “la alegría del evangelio”. Es la historia que le escribieron María y José con su . Un sí de corazón, a toda prueba y para siempre.

María es la que, con su alma como una página en blanco, deja que “se haga en ella la Palabra”. La prontitud de María, su disponibilidad para todo lo que sea de Jesús, es su manera de dejar que Dios escriba en ella. Y en perfecta sintonía, algunas breves y memorables páginas como la de la Anunciación, la del Magníficat, la de Caná…, las escribirán a cuatro manos.

El silencio inmenso de José y su obediente y amoroso “tomar consigo” a María y al Niño, es el signo más elocuente de que la historia se la deja escribir por un Dios que le dicta en sueños su libreto de cada día.

Están también las historias que le escribió a Jesús la gente sencilla, los pastores y los pobres, las  historias maravillosas de los enfermos que sanó, las historias que el Señor contemplaba en la vida cotidiana de su pueblo y que aprovechó para convertir en parábolas de misericordia y de promoción, como la del hijo pródigo que se puso de pie y salió de su situación de calle. Y está la historia a la que sólo el Padre puso el final de gloria que merecía la entrega de Jesús con la resurrección.

Nuestro Papa Francisco es uno de esos que se deja escribir la historia por Dios. Hoy se deja escribir hasta la sonrisa. Se nota en los detalles, en cómo los chicos le sacan el solideo o se le sientan en la silla, en ese rosario que “le tiraron” y se le quedó colgado en la oreja… La gente le cambia la agenda… y el Señor le escribe la historia –nos escribe la historia-.

…………….

Hoy son muchos los que nos quieren escribir la historia.

Frente a los que te proponen que seas un personaje vergonzoso y de cuarta en un capítulo que se llama Saqueos, Jesús tiene para vos, esta Navidad un hermoso capítulo que se llama Compartir.

Frente a los que te quieren protagonista de una serie más larga que Lost que se llama Enfrentamientos, el Señor te quiere participando en un ciclo que se llama Cultura del Encuentro.

Frente a los que quieren escribirte algunas escenas fuertes de placer y desenfreno, él no te propone capítulos aislados sino que quiere escribirte una Saga entera, en la que cada día de tu vida, con todos sus detalles –los más interiores y los compartidos- son parte de una gesta de trabajo duro y de amistad gozosa, en la que Él es el protagonista y vos hacés tu papel caminando junto con todo nuestro pueblo. Te tocará actuar junto con muchos otros, en lugares como El Hogar de San José…Por ahí tu nombre no sale en el elenco, pero las escenas están llenas de vida, los diálogos son apasionantes, y los acontecimientos uno mejor que el otro.

Frente a los que quieren escribirte un libreto a medida para que seas el protagonista principal de una historieta sólo tuya, Él quiere que ganes el Oscar al mejor actor de reparto en esa dramática historia de Amistad en la que Él da su vida por vos y vos, con otros muchos amigos, la das por Él.

¿Querés permitirle al Niño que te escriba esta Navidad tu historia? Te adelanto una escena…

Es Nochebuena, tocan a la puerta y el que abre sos vos. Podés decir lo de siempre, que no hay sitio en la posada de tu corazón. O podés cambiar el libreto, como aquel pequeño que quería actuar en el pesebre viviente y le dieron el papel de posadero para que dijera “está todo ocupado” y él, cuando vio a José y a María que le rogaban, no pudo hacerle caso al papel y dejó que hablara su corazón: sí, pasen, les dijo. Y avergonzado por los aplausos se dejó abrazar por los actores principales sin tener mucha conciencia de que el Señor le había hecho cambiar la historia de Belén para bien de la capilla de su barrio.

Es lindo para los que “hemos sido bautizados en su Nombre” dejar que Él nos escriba la historia a nosotros. Y para los que les da un poquito de miedo actuar, hoy hay ensayo. A ver si te animás, sólo por hoy, a que sea Jesús el que te hace la agenda y te escribe el día.

Diego Fares sj

Domingo 3 de Adviento 2013

 Eres tú el que ha de venir…

En aquel tiempo, Juan, que en la cárcel había tenido noticia de las obras de Cristo, envió a preguntarle por mediación de sus discípulos: ¿Eres tú el que va a venir, o esperamos a otro?

Y Jesús les respondió: Id y anunciadle a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven y los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia el Evangelio. Y bienaventurado el que no se escandalice de mí.

Cuando ellos se fueron, Jesús se puso a hablar de Juan a la multitud: ¿Qué salisteis a ver en el desierto? ¿Una caña sacudida por el viento? Entonces, ¿qué salisteis a ver? ¿A un hombre vestido con finos ropajes? Daos cuenta de que los que llevan finos ropajes se encuentran en los palacios reales. Entonces, ¿qué salisteis a ver? ¿A un profeta? Sí, os lo aseguro, y más que un profeta. Este es de quien está escrito: “Mira que yo envío a mi mensajero delante de ti, para que vaya preparándote el camino”. En verdad os digo que no ha surgido entre los nacidos de mujer nadie mayor que Juan el Bautista; pero el más pequeño en el Reino de los Cielos es mayor que él.

 

Contemplacion

 

En la homilía sobre el evangelio de ayer, en el que Jesús dice que «la sabiduría de Dios se acredita por sus obras», el Papa Francisco hablaba de los que «no aceptan a los predicadores». Hay gente que cree en «una verdad» o en «prácticas religiosas» (que alguien predicó en algún momento) pero dudan de los que predican en el momento presente. ¿Por qué? Quizás porque las palabras y ritos ya pronunciados y establecidos uno los puede «usar» como le parece, insistir en esto o aquello. Es uno el dueño, para decirlo con pocas palabras. Como les pasa a los que «se confiesan solos con Dios»: no hay otro que les diga algo sobre sus pecados. Y precisamente eso es lo que Jesús quiere: que otro nos confiese, que otro nos predique. Lo lindo de esto, para el que «abre el corazón al Espíritu Santo», como dice el Papa, es que el que nos confiesa es más bueno que nosotros mismos, nos ayuda a ver la misericordia de Dios que solos no vemos. Por un cura que una vez te haya tratado mal o no muy delicadamente, no es justo perderse la bondad de tantísimos sacerdotes que confiesan con respeto, humildad y deseo de ayudar, sin contar con que el sacramento obra por sí mismo e, independientemente de quien atienda la ventanilla, mi deuda queda saldada con Dios!!! Imaginate que te dicen que en una ventanilla te perdonan una multa -más bien grande que chica- sí o sí. Lo único es que por ahí te toca una administrativa buena y por ahí uno que es insoportable. Pero el trámite sale o sale y es más bien rápido… ¿no te lo bancás? Claro, si pensas que tu deuda es de cien mangos, por ahí no vale la pena. Pero mirá que las multas aumentaron.

Bueno, con la predicación pasa algo parecido. Hay gente que no le gusta que le predique nadie vivo. Ni Juan el Bautista ni Jesús. No les gusta el Papa Francisco, prefieren los papas de hace 100 años o «un papa futuro ideal». Y Jesús predica con la gente que tenemos hoy, es un Dios de vivos, no un Dios de muertos (o de gente que en el futuro predicará mis ideas actuales).

 

Pero dejemos a los quejosos de siempre y vayamos a los amigos. En el pasaje de hoy, el mismo Juan siente esta tentación al escuchar las prédicas de Jesús vivo, en el hoy de su sociedad y de su cultura. Y nosotros aprovechamos su pregunta de si Jesús es el Mesías o si deben esperar a otro (para creer y hacerle caso y convertirse), porque la respuesta nos sirve hoy.

Nos sirve, digo, a los que somos amigos de Jesús y cercanos a Él, como lo era Juan, para acercarnos con todo, para decir un sí radical a Jesús que habla hoy en nuestra Iglesia a través de su enviado Francisco. La pregunta de Juan es la de los amigos, no la de los adversarios. Es la del que quiere convertirse más decididamente, la del que quiere saber si la palabra que escucha es la «definitiva de Dios para mí».

Jesús responde con las obras: anuncien a Juan lo que están viendo y oyendo.

Voy a poner las palabras que usa Jesús y tratar de ver cómo se traducirían hoy.

Los ciegos ven. Hoy es común escuchar que la gente «ve a Dios en los gestos de Francisco». La ceguera de la cultura actual se produce por encandilamiento, por invasión de imágenes más que por falta de luz. Y los gestos de Francisco son una luz mansa que ilumina los ojos del corazón. Uno quiere verlo, pero le basta con una sonrisa, con un gesto de su mano, con mirar sus zapatos o verlo bajo la lluvia sin paraguas, abrazando a ese enfermo con tumores en el rostro o dejando que el chiquito se le siente en su silla el día de las familias…. Tantos gestos! Cómo no verlos!

Los inválidos caminan. La revista Times, al nombrarlo el hombre del año, dice que «capturó la ilusión de millones». Francisco convoca, mueve a la gente, que acude multitudinariamente a escucharlo. Pone en marcha, tiene millones de seguidores en Twitter. Los cojos caminan.

Los leprosos quedan limpios. La cantidad de gente que se acerca a la Iglesia es notable. Gente que se sentía «leprosa», sin derecho a acercarse socialmente, hoy vuelve, siente que tiene lugar, que será acogida, siente que su pecado será pecado pero no es lepra. Esto es una gracia muy grande. Porque la lepra te hace sentir que estás excluido, que sos contagioso. El pecado en cambio se puede perdonar, se puede ir sanando de a poco y, aunque sea como un cáncer, no contagia, no te impide estar incluido. Los leprosos quedan limpios, se pueden curar en la comunidad, no fuera de ella.

Los sordos oyen. «A Francisco lo entiendo». Lo dice mucha gente y lo dice con cara de «¿me entendés que es la primera vez que entiendo. Me entendés que te digo lo lindo que es para mí entender?». El problema de la sordera es más no entender que no escuchar. El que se va quedando sordo escucha los ruidos pero no distingue las palabras y eso mortifica. Nuestra sociedad sufre también la invasión de ruidos y la multitud de voces que no permiten reconocer la voz del buen pastor. Pero cuando el Buen Pastor habla, su voz se distingue claramente en medio de otras mil. Y esto pone contentas a las ovejitas. La gente entiende a Francisco y se alegra como se alegraba la misma gente en la época de Jesús. Entiende porque «habla con autoridad», con la autoridad del ejemplo de su vida. Porque hablar, hoy habla cualquiera, y publica en internet. Volvemos aquí a la autoridad del Predicador vivo. Jesús quiso que siempre en su iglesia hubiera un Pastor vivo que condujera y predicara en persona, haciendo resonar a viva voz «todos los libros». Por eso el Papa en Evangelii Gaudium dice que no hace un tratado sino que plantea largamente los temas que hoy le parecen candentes y necesarios para configurar «un estilo de evangelizadores», gente que predique el Evangelio con el tono y el estilo que Jesús quiere hoy y que hable de los temas que Jesús insistiría hoy. No se trata de un Papa que defina todo. Los fariseos le ponían esas trampas a Jesús: definí esto, definí aquello… ¿es lícito repudiar a la mujer? ¿hay que pagar impuesto al César? Hoy algunos dicen: el Papa resbaló porque criticó la idea del derrame. Otros dicen: con esto le abre la puerta a los gay o a los divorciados, como cuando Jesús  perdonó a la adúltera, aunque no se animaron a tirarle piedras, pensaban que le estaba abriendo la puerta al adulterio. La adúltera escuchó muy bien a Jesús: escuchó que nadie la condenaba y escuchó el no peques más. Y en el inmenso abismo que se abre cuando uno se anima a escuchar esas dos frases, se dio cuenta de que tenía que agarrarse de la mano de Jesús para siempre y seguirlo bien de cerca. Porque si no, no se puede aceptar una misericordia tan infinita que lo perdona todo y una exigencia tan grande como la de no pecar más.

Los pobres son evangelizados. Esto creo que es quizás lo más notorio. En el Hogar, hice la prueba de leer un pasaje de la Exhortación y la palabra de Francisco le iluminaba la cara a nuestros comensales. Cuando hablan del Papa se iluminan. Como nos pasa a todos. A esto no hay con qué darles. Francisco hace llegar la buena noticia a rincones existenciales donde antes no llegaba ni por encargo. Si alguien hace esto, si alguien evangeliza a los más pobrecitos y pequeños, para mí es el enviado de Dios. Así lo siente la Iglesia, tanto los cardenales que lo eligen como los más pequeños que lo ungen con su cariño y su oración. ¿Quién no reza por el papa Francisco?

Confieso que lo he seguido toda mi vida, desde el día que lo conocí en la primavera del 75 y ví que el Provincial de los jesuitas, que me atendió en un escritorio grande y señorial, tenía su piecita en la terraza de la Curia, en el cuartito de dos por dos donde se guardaban las escobas. Al verlo Papa no dejo de admirarme y, quizás también un poquito como Juan Bautista, busco señales. Hay una dinámica virtuosa en el buscar señales. No es por dudar sino para confirmar la amistad y la fidelidad. Y en esto, Francisco primerea. Siempre primereó, en la misericordia, en la amistad y en el misionar.

Evangelii Gaudium, es, para muchos, creo, eso mismo: una alegría del evangelio, una buena noticia que nos alegra el corazón. La leí por internet apenas salió y me la estaban por regalar. La hermana Juliana siempre me regala las encíclicas y exhortaciones de los papas, un amigo del grupo de matrimonios la compra para todos… pero el día de Guadalupe me llegó vía nunciatura (adentro un sobre escrito a mano, como siempre que nos mandaba sus homilías a los jesuitas amigos), un ejemplar dedicado por él. Lo cuento no como gesto de amistad personal porque regalos nos hace muchos (hasta la grappa que le mandó a un cura amigo! con la que brindamos todos cantando «grapapapal, grapapapal»), sino como una manera de anunciar el evangelio, mandando una buena noticia firmada y dedicada. Así se comunica el evangelio, persona a persona, con predicadores que se involucran y acompañan a los que evangelizan. Por este lado va el espíritu de estas contemplaciones que le llegan a cada uno en su casa, con bendición incluida. El Señor quiere que el evangelio nos lo predique otro y nos haga llegar el anuncio «personalmente».

 

Diego Fares

Adviento 2 A 2013 – Inmaculada concepción

María: manantial de alegría para los pequeños

mosaico de aparecida

En el sexto mes, el Angel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen que estaba desposada con un hombre perteneciente a la familia de David, llamado José. El nombre de la virgen era María.

El Angel entró en su casa y la saludó, diciendo:

– ‘¡Alégrate!, llena de gracia, el Señor está contigo.’

Al oír estas palabras, ella quedó desconcertada y se preguntaba qué podía significar ese saludo.

Pero el Angel le dijo:

– ‘No temas, María, ante Dios has hallado gracia. Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús; él será grande y será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin.’

María dijo al Angel:

– ‘¿Cómo puede ser eso, si yo no tengo relaciones con ningún hombre?’

El Angel le respondió:

-‘El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el niño será Santo y será llamado Hijo de Dios. También tu parienta Isabel concibió un hijo a pesar de su vejez, y la que era considerada estéril, ya se encuentra en su sexto mes, porque no hay nada imposible para Dios.’

María dijo entonces:

-‘Yo soy la servidora del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho.’

Y el Angel se alejó  (Lc 1, 26-38).

Contemplación

Evangelii Gaudium termina con una hermosa frase del corazón del Papa Francisco que llama a la Virgen “Manantial de alegría para los pequeños”:

“Madre del Evangelio viviente,

manantial de alegría para los pequeños,

ruega por nosotros”.

Quizás la imagen que tiene en mente Francisco es la del Santuario de Aparecida, en el que todos los pisos y vitrales son fuentes de agua que se derrama como gracia a los que acuden a nuestra Señora.

Inmaculada quiere decir “sin macula, sin mancha de pecado original”. La Virgen está revestida de luz, como con un vestido blanco de primera comunión. Y a esta imagen visual de pureza se le agrega la imagen del manantial, que nos habla de una alegría incontaminada, sin nada que enturbie su frescura y su sabor. Así es María para los pequeños: un manantial de alegría pura, de esa alegría del Espíritu Santo que “nadie nos puede quitar”.

Como pueblo fiel de Dios lo sabemos (el pueblo fiel de Dios es infalible in credendo, como dice el Papa Francisco, no se equivoca en “cómo la quiere a María) y por eso acudimos a Nuestra Madre, por eso peregrinamos a Luján, a San Nicolás, a la Medalla…

Cuando contemplamos a María, nuestros ojos “beben” su belleza como un agua purísima: su azul y blanco patrios con bordados de oro en Luján, sus rosados de amaneceres en San Nicolás. Hasta el negro oscuro como la noche de la Pasión tiene la pureza de un dolor que es sólo Amor dolorido y co-redentor.

Cuando invocamos a María murmurando el “Dios te Salve, llena eres de gracia, el Señor es contigo…”, las palabras que nos enseñó nuestra mamá brotan como agua de manantial y nos dejan buen gusto en la boca.

Esas son las pequeñas alegrías de cada Ave María.

Rezar el Ave María es como ponerse un ponchito en invierno, porque nos protegemos con su ruego “ahora y en la hora de nuestra muerte, amén, que así sea”; es como tomarse un juguito en primavera, porque saludarla y bendecirla – “llena de gracia, bendita tú eres, entre todas las mujeres”- y bendecirle a su Jesús –“y bendito es el fruto de tu vientre Jesús”- nos refresca el alma y nos deja sabor a fruta en la boca. “Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros…”

Manantial de alegría es una imagen dinámica y que nos lleva al sentido del gusto: nos habla del agua fresca del Espíritu y de una pureza bebible, no contaminada.

En las alegrías, el gusto es importante: no se trata solo ver algo lindo, no basta sentir el gozo internamente, para que la alegría sea plena hace falta que el buen sabor quede grabado en el alma y resista al tiempo, que se pueda “rumiar” y volver a experimentar. Esa la diferencia entre las alegrías pasajeras y las alegrías de Dios. Las de Dios se interiorizan y se pueden volver a gustar. Al que se admira de esto una vez –de que hay “alegrías duraderas”- no lo engañan nunca más. Yo tengo fresquita como el primer día la alegría de la fe que sentí en mi primera comunión. Ahí le dije a Jesús: “Jesusito, creo en vos con todo mi corazón”. La alegría es y fue que supe y sé que lo dije yo y lo dijo Él –el Espíritu- y esa es mi fe.

Para experimentar qué es la alegría verdadera hay que pasar la prueba de poder usar con sinceridad una sólo palabra. Y esa palabra es “sí”.

Sólo sí. Sí sin peros, sí sin porahora, sí sin hastaquepueda, sí sin siemprequevostambién….

Ese sí puro es lo más humano… y lo más imposible sin ayuda. Nada deseamos tanto como poder decir este sí de una buena vez: sí a Dios, sí a los que amamos, sí a nosotros mismos, a nuestros ideales, a nuestros compromisos.

Nada nos avergüenza tanto como nuestros paréntesis, nuestras rebajas, nuestras postergaciones y nuestras falluteadas, ante este sí anhelado.

Sólo María –la llena de gracia, la concebida sin el “pero” original (porque el pecado original es este pero, este no poder ser sólo sí como los demás seres de la naturaleza)- dijo este sí, cuando el Ángel le anunció que iba a ser la Madre del Salvador –Jesús-.

Y desde ese día eterno se convirtió en “manantial de alegría para los pequeños”. Para los que somos como chicos que sabemos que, a nuestra mamá, siempre le terminamos diciendo que sí, por más caprichos que nos vengan. Ella sabe disolver nuestros peros con su amor.

Por eso la queremos tanto. Eso es ser mamá: un sí a los hijos. Un simple y puro sí.

Es que el amor es un sí. Y se puede beber y recibir de otro. Esa capacidad sí la tenemos. No nos sale decir sí espontáneamente, pero cuando Ella lo dice, lo decimos con ella.

El Papa Francisco comienza su Exhortación invitando “a cada cristiano, en cualquier lugar y situación en que se encuentre, a renovar ahora mismo su encuentro personal con Jesucristo o, al menos, a tomar la decisión de dejarse encon­trar por Él, de intentarlo cada día sin descanso” (EG 3) y termina haciéndonos pedir a María: “ayúdanos a decir nuestro ‘sí’” (EG 288). Podemos agregar que, si no nos animamos a pronunciar un sí pleno como el de María, “al menos podemos tomar la decisión de aceptar su sí a nosotros”. Es quizás un darle una vuelta al asunto, pero es muy eficaz a la hora de acercarse a Dios. Si uno tiene miedo o no se siente coherente, María nos dice “Sí, acercate”. Si uno anda perdido y sin ganas de dar un pasito adelante, María nos toma de la mano y nos dice: “dejate encontrar igual, así como estás”. Su sí de Madre es diferente de todos los otros sí, de los humanos, ciertamente, y me animaría a decir que también es algo único para Dios. Por algo el mismo Dios quiso escuchar de sus labios ese sí. Un sí “preparado” por Dios, es verdad, y con todo cuidado, ya que la libró del pecado original. Pero recordemos que con la misma gracia, Eva y Adán dijeron que no, o más bien, le dijeron que sí a la serpiente sin darse del todo cuenta de que con eso le decían no a Dios. El sí de María, con todas las ayudas del amor de Dios, es suyo. Expresión de su libertad. Y ese sí que Ella dice porque quiere le alegra de manera infinita a su mismo Creador.

Ella es manantial de alegría para los pequeños y también nuestro Dios es “pequeño”. El Niño Jesús es pequeño y espontáneamente aceptamos que para Él María es “manantial de alegría”. Pero quizás es bueno no pensar su pequeñez como algo transitorio, como propio sólo de su niñez. O, mejor, podemos también pensar que la niñez –las pequeñas alegrías de la niñez- expresa algo absoluto y eterno del Hijo.

Cuando Jesús se estremece de gozo bendiciendo al Padre, su alegría es la de un Niño pequeño. Y la alegría de María en el Magníficat es igual. Ella se siente “mirada con bondad en su pequeñez”.

Las alegrías del Padre también van por el lado de la pequeñez. Aunque sea grandote, sólo un padre se deja contener –está contento– totalmente por la pequeñez de su hijito cuando juega con él o dialoga poniéndose a su altura.

El Espíritu Santo también es pequeño. No es que sea un océano y María sólo un vasito. Es un hilito de agua de manantial inagotable que María contiene perfectamente, sin desbordes ni sequías. El Espíritu cabe íntegro en la pequeñez de cada corazón. Es más, aunque esté en todo el universo y “aletee sobre las aguas” del Génesis, en ningún lugar está tan enteramente como un corazón humano que se deja inhabitar por Él.

No es obstáculo la pequeñez a la hora de pensar a nuestro Dios. Más bien son nuestros aires de grandeza los que lo distorsionan y lo alejan. No existe un Dios más grande que el que cabe en María: en su pequeño sí.

Una mamá me contaba que otra mamá le contó que su hijito había venido del colegio un poco preocupado porque sentía que “la Virgen era muy chiquita para ser mamá de Jesús” porque la catequista les había dicho que “tenía quince años”. Cuando me lo contó nos sonreímos, pero ahora que medito pienso que ese niño expresa muy bien las dificultades del paradigma que nuestra cultura le transmite. Y hay que hacerle contra a ese paradigma y afirmar que “no hay cosas pequeñas para Dios”, que lo de Dios son “grandes cosas” que hace con los pequeños, no con los poderosos.

Manantial de alegría para los pequeños…

Comenzamos por nosotros y terminamos en la pequeñez de Dios.

María nos alegra a todos. El sonido de su amén nos atrae como el sonido del agua de una fuente. Dejemos que nos diga su sí. Todo lo que podamos.

Hay veces en que uno siente que contempla la alegría de otros pero que se queda afuera, no la comparte. Puede ser porque uno está en otra frecuencia o sumido en algún problema o puede ser porque los que se alegran hacen sentir, de alguna manera, que es algo exclusivo de ellos. Con la alegría de María no es así. La imagen de un “manantial de alegría” apunta, en su raíz, a un tipo de alegría que en sí misma es compartible: el agua fresca de manantial invita a beber.

Lo que quiero expresar es que las alegrías de Dios son inclusivas siempre y totalmente. No hay manera de privatizarlas. Es más, si no se comparten con todos, pierden sabor y plenitud.

Esta es quizás la gracia más propia de María –la más cercana al Espíritu mismo que es puro don (Espíritu del Padre y del Hijo y de la Comunidad) y que en ella no encuentra obstáculo y se expande sin medida. La única “condición” si se puede llamar así, para poder beber del Manantial de Alegría que es María, es la de la pequeñez. Y si nuestro mismo Dios se goza de ser pequeño, no hay excusas ¿no?

Madre del Evangelio viviente, manantial de alegría para los pequeños, ayúdanos a decir nuestro sí.

Diego Fares sj