Dejar cuidar nuestra pequeñez por San José
Después de que los magos partieron de Belén, el ángel del Señor se le apareció en sueños a José y le dijo:
«Levántate, toma al niño y a su madre, y huye a Egipto. Quédate allá hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo».
José se levantó y esa misma noche tomó al niño y a su madre y partió para Egipto, donde
permaneció hasta la muerte de Herodes. Así se cumplió lo que dijo el Señor por medio del
profeta: «De Egipto llamó a mi hijo».
Después de muerto Herodes, el ángel del Señor se le apareció en sueños a José y le dijo:
«Levántate, toma al niño y a su madre y regresa a la tierra de Israel, porque ya murieron los que intentaban quitarle la vida al niño».
Se levantó José, tomó al niño y a su madre y regresó a tierra de Israel. Pero, habiendo oído decir que Arquelao reinaba en Judea en lugar de su padre Herodes, tuvo miedo de ir allá, y advertido en sueños se retiró a Galilea y se fue a vivir en una población Ilamada Nazaret. Así se cumplió lo que habían dicho los profetas: «Se le llamará nazareno».
Contemplación
En el evangelio las huidas y regresos de la Sagrada familia, tienen un ritmo. El ángel del Señor se le aparece en sueños a José y, a sus tiempos, le advierte cuándo hay peligro y cuándo el panorama está despejado.
Todo se hace para cuidar al Niño Jesús.
José toma al Niño y a su Madre y huye al exilio o regresa a su patria.
De lo que se trata es de proteger al Niño de Herodes.
Hasta que se pueda defender solo y sea libre para entregar su vida, como lo hará ciertamente Jesús, José lo cuida de los que «intentan quitarle la vida al Niño».
Es una linda imagen de San José, el que cuida la vida de nuestros pequeños (y de nuestra pequeñez). Lo que quiero decir es que podríamos incluir entre los que tiene a su cuidado a todos los que, siguiendo el consejo de Jesús, tratamos de hacernos como niños, para entrar en su Reino de los Cielos. San José nos cuida, nos toma consigo, nos pone con nuestra Madre, nos refugia en Egipto, para preservarnos de la furia astuta de Herodes y siempre nos abre caminos alternativos para que la vida de la gracia crezca en nosotros.
La vida cristiana es frágil, tiene esa vulnerabilidad que contemplamos en María y en el Niño amenazados por los Herodes de todos los tiempos, que pueden tener distinta apariencia pero actúan con la misma o peor crueldad. Allí entra la figura de José, para rogarle que nos siga cuidando y para imitarlo, especialmente los que tenemos la misión de ser padres.
¿Que nos sugiere el evangelio?
Que siempre hay un ángel del Señor que previene de los peligros y conduce por el buen camino a los que se desvelan para cuidar al Niño. Así como los padres tienen una especie de radar para advertir lo que puede dañar a sus hijos pequeñitos, así también nuestro Padre Dios, se adelanta con sus ángeles y coopera con José (y con todo papá), mejorando su instinto natural. Notemos que la tercera vez, José discierne sólo el peligro, fiándose de su miedo y el ángel no se le adelanta sino que lo confirma. Quizás esta sea una enseñanza linda: para cuidar al Niño -para cuidar nuestra vida de fe en el Reino de los Cielos que nos lleva a ser niños y a necesitar cuidado-, se requiere la cooperación de los ángeles y de San José.
Al escribir veo que se desdobla la gracia: por un lado descubro algo que no había notado nunca. Cuando Jesús dice que hay que hacerse como niños, nos está queriendo decir que nos tenemos que dejar cuidar. No nos está dando solo una tarea, la de ser más puros y confiados. Antes que eso, nos está diciendo que si lo queremos seguir nos tenemos que dejar cuidar. Tenemos que dejar que San José nos tome como niños junto a nuestra Madre. Tenemos que recibir a María en nuestra interioridad, como nos encargo el Señor en la Cruz. Confieso que esta gracia la he recibido junto con la misión de cuidar El Hogar de San José. Allí siempre me ha resultado connatural dejarme cuidar y guiar, proteger y ayudar, perdonar y afianzar… Pero no había hecho extensiva esta gracia a todos los aspectos de mi vida en el Reino. Quizás pido mas la protección de San José para cuidar a otros, pero aquí se trata también del cuidado de la propia vida espiritual personal, siempre tan amenazada.
Por otro lado, está la gracia de imitar la paternidad de José. Se trata de aprender a discernir. Cuando el Niño y su Madre (la Virgen, la Iglesia y nuestra alma) están en el centro, se nos dan esos mensajes en sueños, que nos dicen cuando huir, cuando regresar y cual alternativa elegir. Lo que amenaza la vida del Niño es para rechazar absolutamente. La huida es señal de rechazo absoluto, aun a costa de dejar todo y de exponerse a otros peligros. Lo que favorece la vida del Niño es para elegir, y dentro de las opciones seguras y buenas, elegir la mejor, como José que elige Nazaret.
Qué es lo mejor para la vida de mi hijo, esa es la pregunta de todo padre. Que es lo que más puede amenazar su vida…
Saberse y sentirse ayudado en esta preocupación vital es una gracia enorme, que puede despertar en todo padre una intensa vida de oración. Jesús mismo tomará esta imagen para despertar el deseo de rezar y la confianza en que nuestro Padre nos escucha: si Uds. que son malos saben dar cosas buenas a sus hijos, cuánto más mi Padre le dará el Espíritu Santo (de discernimiento y de adoración) a los que se lo pidan (para cuidar la vida de los que aman, de sus hijitos).
Tomar al Niño y a su madre, aunque parezca obvio, es lo primero. La unidad de la familia, mantenida estrechamente, sin fisuras, es el primer cuidado.
Estar atento a los tiempos de cambio, es también importante. Saber escuchar la voz de Dios en la oración y crecer en el discernimiento propio, son también claves de todo cuidado.
Pero saberse aliado del Padre en esta preocupación amorosa por el cuidado del Niño, es la clave. Es descubrir que ya he estado rezando por los míos desde siempre. Es hacer consciente la ayuda que tantas veces experimenté. Es aliarme con el que es el Padre de mi paternidad. Aliarme con Dios no en una religión del deber y la ley externa, minada por los cambios de paradigmas culturales, sino en una religión que brota de lo más íntimo, del deseo de dar vida, de cuidarla y acompañarla a crecer.
Que en el día de la Sagrada Familia, el Espíritu nos haga sentir su «estar a nuestro lado» (su paracleidad, asociada a la imagen de San José que cuida y acompaña nuestra pequeñez) como abogado defensor con quien estamos asociados en el trabajo de cuidar de nuestras familias.
Diego Fares sj