Adviento 1 A 2013

 

Saber vivir el tiempo y el momento

 En aquél tiempo Jesús dijo a sus discípulos: Como en los días de Noé, así será la venida (parusía=presentarse) del Hijo del hombre. Así como pasó en los días que precedieron al diluvio, que la gente comía, bebía y se casaba, hasta el día en que entró Noé en el arca; y no se dieron cuenta de nada, hasta que sobrevino el cataclismo y los arrastró a todos, así será también el Adviento del Hijo del hombre.

Entonces habrá dos hombres en el campo: uno será tomado y uno abandonado; dos mujeres estarán moliendo con la muela, una será tomada y una abandonada.

Vigilen, pues, porque no saben qué día viene su Señor.

Sepan esto: si el amo de casa supiera a qué hora de la noche viene el ladrón, vigilaría y no dejaría abrir un boquete en su casa.

Por eso, también ustedes estén preparados, porque a la hora menos pensada viene el Hijo del hombre (Mt 24, 37-44).

 

Contemplación

Adviento. Venida… El Señor quiere hacernos tomar conciencia del tiempo. Las imágenes que utiliza son de diluvios y robos. Pero su intención no es asustarnos con cataclismos sino despertarnos para que estemos atentos al verdadero Drama: el de su venida que da sentido a la historia.

Sin Jesús a la historia se la come la naturaleza. Nuestras historias personales, las que tejimos con otros eligiendo el bien -formar familia, ser pueblo de Dios, cultivar la amistad, cuidar a los pobres…-, sin la venida de Jesús, se disolverían en la intrascendencia. Irían a formar parte de los minerales primitivos y casi indestructibles en los que se disuelve el cerebro humano junto con todo nuestro cuerpo cuando morimos. No es tan malo que nuestras cenizas pasen a formar parte del océano o de las plantas. La materia es materia y no nos rebela que vuelva a ser materia: ya lo dice la liturgia del miércoles de ceniza: polvo eres y en polvo te convertirás.

Pero nuestra historia es de otra índole. Esta construida con otros elementos. Sin Alguien como Jesús Resucitado, que le de consistencia, solo podemos prestar “soporte material” a nuestras decisiones libres mientras vivimos. Y sin embargo, toda nuestra esperanza está puesta allí: en que otros –los que amamos- reciban el bien que les hicimos y el amor que les dimos y les sirva para vivir. Nos interesa “hacer historia con otros”, nos enorgullece “formar parte de la historia”, nuestra dignidad, que es nuestro ser más profundo, se juega en ese elegir libremente de qué historia queremos ser parte. Hay una historia que está amasada con el trabajo y la sangre de miles de millones de seres humanos que lucharon y luchan lo más honradamente posible por su familia, por su pueblo y por hacer el bien a todos los que pueden. Los alienta una Esperanza que no es de ellos, propiamente, que es pura gracia, sí, pero que ellos se la apropian en cada gesto de amor elegido y mantenido con fiereza y fidelidad a toda prueba.

Jesús alienta –definitivamente- esta esperanza. Y nos dice que Él en Persona vendrá a hacerse cargo de juzgar esta historia. No nos consuela con una espiritualidad de lo lindo que es ser parte de la energía cósmica (lo cual no es poca cosa, ya que es un milagro para alabar el mero hecho de ser parte del universo). Jesús nos dice: “cuando todo se destruya, levanten la cabeza porque a la hora menos pensada viene el Hijo del hombre”. Nos alienta a esperar al que viene de lo Alto.

“A la hora menos pensada” es una expresión que significa “la Libertad soberana de Dios”. Allí tenemos puesta –anclada- nuestra Esperanza.

Jesús nos alienta a ser libres –no como la gente que “no se da cuenta de nada”- y a esperar el sentido de nuestra historia de su Libertad, no de la naturaleza.

Esto, como decía el Papa, es una manera de vivir el tiempo como algo que depende exclusivamente de Dios. No podemos “manejar” –calcular, hacer estadísticas, predecir, controlar- el tiempo. Por eso la actitud ante el tiempo es la de la esperanza o la del aturdimiento. Ante el vértigo que produce saber que nuestra vida depende de algo que no podemos absolutamente controlar, una de dos, o lo negamos y nos distraemos en el trabajo y en el palabrerío, o lo enfrentamos con lucidez y abrimos el corazón a la Adoración y a la Esperanza en el único Señor del tiempo. Es decir: el tiempo lo vivimos “esperándolo a Él”, no esperando que suba el dólar o que vengan las vacaciones.

Francisco decía hace unos días que el cristiano, con la ayuda de la gracia, vive el tiempo –tiene una postura con respecto al tiempo- cultivando la esperanza. Y, por otro lado, sabe vivir “el momento” con la oración y el discernimiento”. El momento sí está en nuestras manos. El Señor nos regala el momento (que pueden ser espacios de tiempo largos) y nos lo deja a nuestra libertad. No somos dueños tampoco, pero podemos elegir cómo vivimos hoy. El discernimiento nos ayuda a buscar y hallar los signos del Amor de Dios en nuestro hoy y a elegir jugarnos por ese Amor. El rebote del rayo de luz de la Esperanza en nuestra cotidianeidad es la luz del discernimiento espiritual, que nos permite ver –iluminado como por un rayo de luz- lo que le agrada al Padre en este momento.

Escuchemos al Papa que lo explica mejor: “En este camino hacia el final de nuestro camino, de cada uno de nosotros y también de toda la humanidad, el Señor nos aconseja dos cosas, dos cosas que son diferentes, son diversas según cómo vivimos, porque es diferente vivir en el momento y vivir en el tiempo. Y el cristiano es un hombre o una mujer que sabe vivir en el momento y que sabe vivir en el tiempo. El momento es lo que nosotros tenemos ahora en la mano: pero esto no es el tiempo, ¡esto pasa! Quizá nosotros podamos sentirnos dueños del momento, pero el engaño es creernos dueños del tiempo: ¡el tiempo no es nuestro, el tiempo es de Dios! El momento está en nuestras manos y también en nuestra libertad acerca de cómo tomarlo. Es más: nosotros podemos llegar a ser soberanos del momento, pero hay un solo soberano del tiempo, un solo Señor, Jesucristo”.

El Papa, citando las palabras de Jesús, afirmó que no debemos dejarnos “engañar en el momento”, porque habrá quien se aprovechará de la confusión para presentarse como Cristo. “El cristiano, que es un hombre o una mujer del momento, debe tener esas dos virtudes, esas dos actitudes para vivir el momento: la oración y el discernimiento”. “Y para conocer los verdaderos signos, para conocer el camino que debo tomar en este momento, es necesario el don del discernimiento y la oración; la oración para hacerlo bien. En cambio, para mirar el tiempo, del que sólo el Señor es dueño, Jesucristo, nosotros no podemos tener ninguna virtud humana. La virtud para mirar el tiempo debe ser dada, regalada por el Señor: ¡Es la esperanza! Oración y discernimiento para el momento; esperanza para el tiempo”. “Y así – concluyó el Papa su homilía – el cristiano se mueve en este camino, momento tras momento, con la oración y el discernimiento, pero deja el tiempo a la esperanza”: “El cristiano sabe esperar al Señor en cada momento, pero espera en el Señor al final de los tiempos. Hombre y mujer del momento y del tiempo: de oración, discernimiento y esperanza. Que el Señor nos conceda la gracia de caminar con sabiduría, que también es un don suyo: la sabiduría que en el momento nos lleve a rezar y a discernir. Y que en el tiempo, que es el mensajero de Dios, nos haga vivir con esperanza”.

Diego Fares sj

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