Domingo 31 C 2013

Rezar como Zaqueo

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Jesús entró en Jericó y atravesaba la ciudad. Vivía allí un hombre llamado Zaqueo, que era jefe de los publicanos y rico. Y buscaba ver a Jesús –quién era-, pero no podía a causa de la multitud, porque era pequeño de estatura.

Entonces echando a correr hasta ponerse adelante subió a una morera para poder verlo, porque Jesús estaba a punto de pasar por allí.

Al llegar a ese lugar, Jesús, levantando la mirada, le dijo:

«Zaqueo, date prisa en bajar, porque hoy conviene que permanezca en tu casa.»

Zaqueo bajó a toda prisa y lo recibió alegremente.

Al ver esto, todos murmuraban, diciendo:

«Entró a hospedarse en casa de un hombre pecador.»

Poniéndose de pie Zaqueo dijo al Señor:

«Mira, Señor, voy a dar la mitad de mis bienes a los pobres, y si en algo defraudé a alguno, le restituyo cuatro veces más.»

Y Jesús le dijo:

«Hoy ha venido la salvación a esta casa, ya que también este hombre es un hijo de Abraham, porque el Hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo que había perecido» (Lc 19, 1-10).

 

Contemplación

Seguimos en la línea de los últimos domingos con la intención de animarnos a rezar. Son muchas las tentaciones que nos desaniman para rezar, y es tan lindo poder rezar que vale la pena superar todas las dificultades. Todos podemos rezar. En cualquier momento, de muchas maneras, en toda situación. Despegarnos por unos instantes de lo terreno y volar al Cielo, hacer una oración cortita e intensa en la que le expresamos al Señor todo nuestro amor o necesidad…

Hoy Zaqueo nos enseña un tipo nuevo de oración. Es para gente práctica, para gente ocupada, para gente que está muy metida en lo material.

Nos imaginamos que la vida de un jefe de publicanos no debía ser muy mística que digamos. Todo el día metido en cosas de guita: recaudación de impuestos, bolsas de monedas, cambio, pagarés, deudas, atención a los que meten la mano en la lata… ¿Cómo reza este hombre?

Reza expresando en público lo que ha decidido hacer en su corazón.

No pide justicia, como la viuda. El va a realizar un acto de justicia devolviendo cuatro veces más a los que defraudó.

No pide perdón de sus pecados como el publicano (quizás era el mismo del cual Jesús dijo que salió del templo justificado y enaltecido), sino que ofrece como limosna la mitad de sus bienes.

 

Lo que nos importa, en esta contemplación, es que a Jesús le encanta este tipo de oración y alaba públicamente a Zaqueo declarándolo “hijo de Abraham” como si dijera que “puede comulgar” uno que era considerado “impuro” y “traidor a su pueblo”, “pecador”.

 

Seguro que tenía muchos otros pecados, pero pareciera que al decidirse a dar una limosna tan grande y a reparar sus injusticias tan generosamente, esa “limosna le expía los pecados” (Ecl 3, 30).

 

Dice el libro de Tobías: “Da la limosna de tus bienes y no lo hagas de mala gana. No apartes tu rostro del pobre y el Señor no apartará su rostro de ti. Da limosna según la medida de tus posibilidades: si tienes poco, no temas dar de lo poco que tienes. Así acumularás un buen tesoro para el día de la necesidad. Porque la limosna libra de la muerte e impide caer en las tinieblas: la limosna es, para todos los que la hacen, una ofrenda valiosa a los ojos del Altísimo” (Tb 4, 7-11).

 

Alguno dirá:

–        Esto ya lo sé, pero una cosa es la limosna y otra la oración.

–        ¿Qué es lo que ya sabés?

–        Que hay que dar limosna a los pobres, eso lo tengo claro y trato de dar lo más que puedo, aunque nunca quedo del todo tranquilo… Lo que no termino de ver es eso de que “la limosna perdona los pecados”. ¿Quiere decir que en vez de confesarme doy una limosna y listo?

–        Y, si tomamos en serio el evangelio de hoy, pareciera que la cosa va por ahí. Pero, ojo, que Zaqueo no está dando cinco pesos sino la mitad de sus bienes!

–        Ya me parecía que había trampita. Así cualquiera. Si doy la mitad de mis bienes tampoco voy a tener problema en ir a confesarme…

–        Por ahí debe ir la cosa… Ya se lo hacía ver Jesús al Fariseo cuando la pecadora lo ungía con el perfume caro: al que ama mucho (al que da mucho) se le perdona mucho… Pero aquí no estamos hablando de cuánto tenés que dar para quedarte tranquilo sino de otra cosa. Estamos hablando de la oración que hizo Zaqueo y que le agradó al Señor…

 

Me llama la atención que Zaqueo habla abiertamente de lo que ha decidido dar y Jesús no le dice que “de limosna en secreto” o “que no ande publicando lo que va a donar”. El Señor acepta con alegría esta oración de limosna.

Convengamos en que Zaqueo fue un poco ampuloso. Se puso de pie, reclamó la atención de todos y habló como el Jefe de Publicanos que era. No habló para decir: “ten piedad de mí, Señor que soy un pecador”, tampoco dijo: “Señor, haz que vea, o que camine, o que se me cure tal enfermedad”, o “aumenta mi fe”.

Zaqueo estaba sanito y tenía claro que había un tipo de pecado – el de la relación con el dinero- que no requería ninguna acción especial por parte de Jesús.

Allí el milagro lo podía hacer èl. Y lo hizo.

Esta es una primera enseñanza linda: Todos podemos hacer milagros! Con nuestro dinero, podemos. Eso es la limosna. Un milagrito (o un milagrazo) que uno hace con su plata. Estos milagros son fáciles. No requieren mucha fe. Es más, hasta los que no creen pueden realizarlos. Basta meter la mano en el bolsillo, agarrar la chequera, dar el número de la tarjeta, abrir la caja fuerte.

El Papa Francisco ha dicho –muy creativamente- que “el dinero debe servir, no gobernar” y que la raíz de nuestros desencuentros (familiares y políticos a todo nivel) está en “la relación que hemos establecido con el dinero”.

El dinero es un dios, digamoslo claro, y el que no lo usa dando mucha limosna lo deja que le gobierne la vida. Por supuesto que, a los que lo tienen, el dinero los gobierna muy agradablemente. Pero tarde o temprano muestra la hilacha y se hace ver como el dios horrorosamente insensible y sin rostro que se cobra todo lo que fue dando.

 

Bueno, pero no me la quiero agarrar con lo malo que es el dinero sino con la posibilidad de hacer milagros con él.

En esto me gusta Zaqueo porque no da todo. Da la mitad. Calcula. Es muy generoso pero también hace sus cálculos y no es que venda todos sus bienes para seguir a Jesús.

 

¿Por qué lo alaba Jesús entonces?

 

Creo que, más allá de la plata, a Jesús le gusta la oración de Zaqueo.

 

Es decir, le gusta cómo le habla Zaqueo, lo que Zaqueo hace, cómo lo invita, cómo capta lo que tiene que hacer sin preguntarle nada.

 

Hace poco estuve comiendo en la Bolsa de Comercio con dos amigos de un amigo que querían charlar sobre la posibilidad de que diera una charla en un ciclo que tienen en la Bolsa que se llama “gente con ideas”. Más allá de que nuestras ideas, como dice Rossi, son pocas y las pocas que tenemos no son muy buenas, lo que me encantó de estos hombres de negocios es que tenían ganas de conversar del papa Francisco y del Hogar, de nuestros proyectos de trabajo y de la manera de gestionar, y lo de “dar una mano al Hogar” ni siquiera hubo que plantearlo. En un momento de la charla, me dijeron lo que ya tenían pensado para poder ayudar monetariamente, tanto de modo personal como institucionalmente. Ahí se ve la nobleza de la gente que tiene corazón de Zaqueo.

Estábamos en que Jesús alaba a Zaqueo.

Zaqueo reza con gestos.

Para él, ponerse en presencia de Dios es “subirse a la morera”.

Relacionarse con Jesús es “invitarlo a comer a su casa”.

Rezar es “decir en voz alta lo que decidió hacer en su corazón”.

Pedir perdón, aceptar que pecó, es “dar limosna” y “reparar”

Rezarle a Jesús diciéndole la limosna que uno a ha decidido dar ese día es la oración más alta que se pueda hacer.

¿Por qué?

Por muchos motivos. Por un lado es el fruto de una oración que uno hizo en lo secreto. Lo secreto no es solo la pieza material sino el lugar donde uno atesora lo que tiene y decide si da o no sin que nadie se entere. Cuando uno entra allí con Dios, cuando deja entrar al Padre en ese lugar secreto, ya está rezando de verdad. San Ignacio diría que se está animando a hablar de “la cosa acquisita”, del afecto no del todo bien ordenado por amor de Dios. Simplificando podríamos decir que cuando nos animamos a hablar con Dios de nuestro dinero es seguro que hemos “entrado en nuestro interior, allí donde el Padre habita”. No es que sea el único tema que abre la puerta del corazón, pero es una puerta directa y segura. Otras puertas por ahí nos llevan a ponernos ante nuestra propia imagen. Como el dinero es bien real, pensar en darlo siempre nos hace “salir de la autorreferencia” y mirar la necesidad y la alegría que le causará al otro.

El otro motivo, que es semejante al primero, es que cuando uno se decide a dar limosna uno es un “buen samaritano adelantado”, que no espera que le tiren un herido por el camino sino que sale a buscarlo ya con la plata en la mano. Ese preparar la limosna (las  limosnas no solo de monedas sino todas las que se me ocurra que puedo “regalar” a mis hermanos, también las monedas de paciencia, los billetitos de comprensión, los billetes grandes del perdón y los lingotes de oro de poner la otra mejilla y no devolver injuria por injuria…) ese tener pensada y decidida la limosna, digo, es la mejor oración, la oración que se dirige a desear y a pensar charlando con el Señor la práctica de las buenas obras, las que el Padre dispuso desde siempre para que las practicáramos.

A Jesús la agrada esta oración de Zaqueo, tan práctica, tan suya y tan de Dios.

Como dice Pablo. “Fuimos creados en Cristo Jesús, a fin de realizar aquellas buenas obras, que Dios preparó de antemano para que las practicáramos” (Ef 2, 10).

……………..

Por si a alguno le ayuda ahí va una oración hecha a modo de “planificar limosnas” convirtiendo la limosna monetaria en limosna espiritual.

Diez centavitos al que pide en el subte (hoy mínimo sería un peso) = dar el asiento, dejar pasar primero al otro cuando manejamos, rezar un Ave María por alguno que cruzamos por el camino…

Cinco o diez pesos a uno que elegimos, a una mamá con chicos… = gesto especial del día para con alguien con quien nos relacionamos habitualmente en el trabajo, para quien preparamos algo especial: un saludo, un obsequio, un aliviarle alguna tarea…

Suma considerable a un familiar que siempre pide = bancarse generosamente el defecto principal de alguien que queremos, que no cambia y que nos molesta. No solo no cobrárselo o dejarlo pasar sino prestarle activamente la atención que requiere o hacer lo que le gusta. Darle con gusto la limosna del cariño que “manguea”.

Mitad de los bienes = planificar mis necesidades y exigencias reduciéndolas a la mitad: exigiendo la mitad de las exigencias que exijo, dando la mitad del tiempo que tenía planeado para mí. Si iba a dedicarme una mañana, dedicarme la mitad. Si pensaba atender a alguien 15 minutos, dedicarle media hora… Esta matemática de la “mitad” puede ser muy práctica a la hora de rezar planeando y examinando la caridad.

Reparar dando cuatro veces más = cuando me disculpo, por ejemplo, no usar la lógica del miti y miti (te lo dije de mal modo pero el contenido era verdad…) sino la lógica de “te traté impacientemente una vez, te trato con paciencia cuatro días” o “te subí el tono, lo bajo cuatro tonos”, te hice esperar cinco minutos, te espero a vos veinte… La lógica del cuatro veces más lleva a “reparar de veras” y a ganarse el corazón del otro y a no a vivir “empatando”.

 

 

Diego Fares sj