Adviento 1 A 2013

 

Saber vivir el tiempo y el momento

 En aquél tiempo Jesús dijo a sus discípulos: Como en los días de Noé, así será la venida (parusía=presentarse) del Hijo del hombre. Así como pasó en los días que precedieron al diluvio, que la gente comía, bebía y se casaba, hasta el día en que entró Noé en el arca; y no se dieron cuenta de nada, hasta que sobrevino el cataclismo y los arrastró a todos, así será también el Adviento del Hijo del hombre.

Entonces habrá dos hombres en el campo: uno será tomado y uno abandonado; dos mujeres estarán moliendo con la muela, una será tomada y una abandonada.

Vigilen, pues, porque no saben qué día viene su Señor.

Sepan esto: si el amo de casa supiera a qué hora de la noche viene el ladrón, vigilaría y no dejaría abrir un boquete en su casa.

Por eso, también ustedes estén preparados, porque a la hora menos pensada viene el Hijo del hombre (Mt 24, 37-44).

 

Contemplación

Adviento. Venida… El Señor quiere hacernos tomar conciencia del tiempo. Las imágenes que utiliza son de diluvios y robos. Pero su intención no es asustarnos con cataclismos sino despertarnos para que estemos atentos al verdadero Drama: el de su venida que da sentido a la historia.

Sin Jesús a la historia se la come la naturaleza. Nuestras historias personales, las que tejimos con otros eligiendo el bien -formar familia, ser pueblo de Dios, cultivar la amistad, cuidar a los pobres…-, sin la venida de Jesús, se disolverían en la intrascendencia. Irían a formar parte de los minerales primitivos y casi indestructibles en los que se disuelve el cerebro humano junto con todo nuestro cuerpo cuando morimos. No es tan malo que nuestras cenizas pasen a formar parte del océano o de las plantas. La materia es materia y no nos rebela que vuelva a ser materia: ya lo dice la liturgia del miércoles de ceniza: polvo eres y en polvo te convertirás.

Pero nuestra historia es de otra índole. Esta construida con otros elementos. Sin Alguien como Jesús Resucitado, que le de consistencia, solo podemos prestar “soporte material” a nuestras decisiones libres mientras vivimos. Y sin embargo, toda nuestra esperanza está puesta allí: en que otros –los que amamos- reciban el bien que les hicimos y el amor que les dimos y les sirva para vivir. Nos interesa “hacer historia con otros”, nos enorgullece “formar parte de la historia”, nuestra dignidad, que es nuestro ser más profundo, se juega en ese elegir libremente de qué historia queremos ser parte. Hay una historia que está amasada con el trabajo y la sangre de miles de millones de seres humanos que lucharon y luchan lo más honradamente posible por su familia, por su pueblo y por hacer el bien a todos los que pueden. Los alienta una Esperanza que no es de ellos, propiamente, que es pura gracia, sí, pero que ellos se la apropian en cada gesto de amor elegido y mantenido con fiereza y fidelidad a toda prueba.

Jesús alienta –definitivamente- esta esperanza. Y nos dice que Él en Persona vendrá a hacerse cargo de juzgar esta historia. No nos consuela con una espiritualidad de lo lindo que es ser parte de la energía cósmica (lo cual no es poca cosa, ya que es un milagro para alabar el mero hecho de ser parte del universo). Jesús nos dice: “cuando todo se destruya, levanten la cabeza porque a la hora menos pensada viene el Hijo del hombre”. Nos alienta a esperar al que viene de lo Alto.

“A la hora menos pensada” es una expresión que significa “la Libertad soberana de Dios”. Allí tenemos puesta –anclada- nuestra Esperanza.

Jesús nos alienta a ser libres –no como la gente que “no se da cuenta de nada”- y a esperar el sentido de nuestra historia de su Libertad, no de la naturaleza.

Esto, como decía el Papa, es una manera de vivir el tiempo como algo que depende exclusivamente de Dios. No podemos “manejar” –calcular, hacer estadísticas, predecir, controlar- el tiempo. Por eso la actitud ante el tiempo es la de la esperanza o la del aturdimiento. Ante el vértigo que produce saber que nuestra vida depende de algo que no podemos absolutamente controlar, una de dos, o lo negamos y nos distraemos en el trabajo y en el palabrerío, o lo enfrentamos con lucidez y abrimos el corazón a la Adoración y a la Esperanza en el único Señor del tiempo. Es decir: el tiempo lo vivimos “esperándolo a Él”, no esperando que suba el dólar o que vengan las vacaciones.

Francisco decía hace unos días que el cristiano, con la ayuda de la gracia, vive el tiempo –tiene una postura con respecto al tiempo- cultivando la esperanza. Y, por otro lado, sabe vivir “el momento” con la oración y el discernimiento”. El momento sí está en nuestras manos. El Señor nos regala el momento (que pueden ser espacios de tiempo largos) y nos lo deja a nuestra libertad. No somos dueños tampoco, pero podemos elegir cómo vivimos hoy. El discernimiento nos ayuda a buscar y hallar los signos del Amor de Dios en nuestro hoy y a elegir jugarnos por ese Amor. El rebote del rayo de luz de la Esperanza en nuestra cotidianeidad es la luz del discernimiento espiritual, que nos permite ver –iluminado como por un rayo de luz- lo que le agrada al Padre en este momento.

Escuchemos al Papa que lo explica mejor: “En este camino hacia el final de nuestro camino, de cada uno de nosotros y también de toda la humanidad, el Señor nos aconseja dos cosas, dos cosas que son diferentes, son diversas según cómo vivimos, porque es diferente vivir en el momento y vivir en el tiempo. Y el cristiano es un hombre o una mujer que sabe vivir en el momento y que sabe vivir en el tiempo. El momento es lo que nosotros tenemos ahora en la mano: pero esto no es el tiempo, ¡esto pasa! Quizá nosotros podamos sentirnos dueños del momento, pero el engaño es creernos dueños del tiempo: ¡el tiempo no es nuestro, el tiempo es de Dios! El momento está en nuestras manos y también en nuestra libertad acerca de cómo tomarlo. Es más: nosotros podemos llegar a ser soberanos del momento, pero hay un solo soberano del tiempo, un solo Señor, Jesucristo”.

El Papa, citando las palabras de Jesús, afirmó que no debemos dejarnos “engañar en el momento”, porque habrá quien se aprovechará de la confusión para presentarse como Cristo. “El cristiano, que es un hombre o una mujer del momento, debe tener esas dos virtudes, esas dos actitudes para vivir el momento: la oración y el discernimiento”. “Y para conocer los verdaderos signos, para conocer el camino que debo tomar en este momento, es necesario el don del discernimiento y la oración; la oración para hacerlo bien. En cambio, para mirar el tiempo, del que sólo el Señor es dueño, Jesucristo, nosotros no podemos tener ninguna virtud humana. La virtud para mirar el tiempo debe ser dada, regalada por el Señor: ¡Es la esperanza! Oración y discernimiento para el momento; esperanza para el tiempo”. “Y así – concluyó el Papa su homilía – el cristiano se mueve en este camino, momento tras momento, con la oración y el discernimiento, pero deja el tiempo a la esperanza”: “El cristiano sabe esperar al Señor en cada momento, pero espera en el Señor al final de los tiempos. Hombre y mujer del momento y del tiempo: de oración, discernimiento y esperanza. Que el Señor nos conceda la gracia de caminar con sabiduría, que también es un don suyo: la sabiduría que en el momento nos lleve a rezar y a discernir. Y que en el tiempo, que es el mensajero de Dios, nos haga vivir con esperanza”.

Diego Fares sj

Adviento 2013

  ¿Estamos abiertos a las “sorpresas de Dios”? Papa Francisco lluvia

Mañana saldrá a la luz “La alegría del Evangelio” –Evangelii Gaudium-, la nueva exhortación apostólica del Papa sobre la evangelización. Esperamos sus palabras con ansia, ya que sabemos que nos traerá muchas de esas “sorpresas de Dios” de las que siempre habla Francisco. Cada vez que habla de esperanza y de alegría habla de estar abiertos a las sorpresas de Dios, de no tener miedo a lo nuevo.

Antes del Adviento, que es preparación para la Navidad, siento que me hace falta una preparación más, y va por este lado: por el lado de abrir el corazón a la novedad.

Para ello, una pregunta (que nos hicimos en el 2010): ¿Cuál es el supuesto de que Dios pueda darnos sorpresas y hacer cosas nuevas?

El supuesto es que nuestra realidad –la existencia-  está abierta y siempre lo estará.

La realidad no está cerrada, no es mecánica, no transcurre fatalmente, no es del todo previsible estadísticamente.

La realidad está abierta a lo nuevo, a lo otro, a lo trascendente.

Toda realidad está abierta.

Las piedras menos que los corazones, es verdad, aunque a veces suceda lo contrario y la cerrazón espiritual sea más impenetrable que los “gluones”, esas partículas del átomo que al querer dividirlas se cierran en sí mismas con más fuerza.

El carácter de abierta de la realidad hace que todo sea siempre provisorio: nada de lo que hagamos quedará tan perfecto que no se lo pueda mejorar.

Hay un más y un mejor habitando en la intimidad de todos los seres.

Por eso es que, paradójicamente, gracias a esta “imperfección” de base, a este carácter de inconcluso, a este “hueco” siempre abierto, la realidad puede recibir en sí cosas nuevas.

Leídas desde esta perspectiva, las imágenes apocalípticas del Adviento, rebosan esperanza, aunque a una lectura superficial aparezcan como de terror.

Es verdad que nuestra vida está “desprotegida” y es insegura: pueden venir terremotos y ladrones –y vendrán-, pero también puede venir Jesús, nuestro Creador y Señor, nuestro Hermano mayor, el Hijo amado que el Padre nos envía.

Si tuviéramos el poder de volver hermética nuestra realidad, lo haríamos.

Nos encerraríamos con siete llaves en un bunker a prueba de misiles y de hackers y ni Dios podría entrar.

Bendita fragilidad, bendita puerta abierta de la realidad que hace posible que Venga a nosotros el Señor del cielo que nos dio la vida.

Bendita materia cuya apertura hace que Dios pueda hacerse Niño sin sentirse aprisionado en el seno y en los brazos de María.

Bendita apertura de nuestra historia que le permite a Dios vivir una historia particular e irrepetible y, desde ese límite, volverse Verdad y Vida útil para todos los hombres de todos los tiempos.

Bendita apertura de nuestro corazón humano que permite que el Dios infinito pueda abrirse en Él y utilizarlo, si se puede decir así, para Amar con un Amor infinito, sin sentir límite alguno en esa abierta pequeñez.

¿A qué viene esto? A que la capacidad de esperar algo nuevo –nuevísimo- parece agotada hoy en día.

Nuestra cultura se burla un poco y si no se burla descarta todo esperar “algo distinto” dando por descontado que es obvio que no va a ser así.

Pareciera que desde hace un tiempo, todo se reduce a lo cuantitativo: esperamos poder aumentar la velocidad o el número de cosas, pero no esperamos que surja o advenga algo “que ni ojo vio ni oído oyó”.

No tenemos, culturalmente hablando, esa expectativa.

“Es lo que hay”, se dice.

Si no veo mal, lo que está sucediendo es que subliminalmente la cultura actual nos propone todas esperanzas “cuantitativas”.

Tenemos esperanza de que dure unos años más la vida,

de ganar unos pesos más,

de tener unos días más de vacaciones,

de poder comprar algunas cosas más,

autos con más velocidad, aparatos con más potencia…

Todo se reduce a cantidad. Y esto es así porque lo cualitativo no vende.

Tenemos tan metido el consumismo, que cuando alguien nos presenta una esperanza “que no se ve” (“si se ve no es esperanza”, dice Pablo) nos parece que es algo “sin valor”.

Aquí está la falacia, porque ¡tendríamos que pensar todo lo contrario!

Jesús nos propone una esperanza que no se concreta en “cosas”, justamente porque no nos está queriendo “vender nada”. La ausencia de cosas y el tener que esperar “abren el corazón” y lo disponen al Don más grande: el de la venida del Señor.

No nos engañemos: el no poder “visualizar” lo que esperamos no es porque no sea real. Al contrario es tan real y tan inimaginablemente hermoso que el Señor nos tiene que ensanchar los ojos y el corazón para que podamos luego recibir los tesoros de su Amor y su Presencia.

Además, lo que la esperanza tiene de menos en “objetos exteriores” lo tiene de más en sentimientos interiores: cuando ponemos nuestra mirada en las cosas del cielo, nuestro corazón se dinamiza increíblemente a la vez que se pacifica.

Todo lo contrario de las “esperanzas devaluadas” que aceleran y angustian y nunca sacian nuestra sed más honda.

Por eso pienso que puede ser que lo que está amargando la raíz de la esperanza en su fuente misma es el no mirar atenta y maravilladamente este carácter de abierto propio de toda la realidad. En especial la apertura del ser humano.

Esta capacidad de acoger trascendencia, de ser Casa para Dios, es lo más propio de ese milagro único del Universo que es nuestro corazón, cada corazón humano.

Tu corazón en su fragilidad de carne espiritual lo resume todo, lo supera todo y es capaz de más aún, es capaz de hospedar al que es Todo en todos.

En el fondo de su corazón, todo ser humano intuye, presiente, sospecha ese Algo más.

De allí proviene el “malestar de nuestro tiempo”: sabemos que las esperanzas engañosas no son La Esperanza, pero no logramos anclar en la Verdadera.

¿Qué intuimos todos en el fondo de nuestro corazón? ¿Acaso no sospechamos que sería un desperdicio tanta creación, tanta maravilla, tanto amor, tanto dolor, tanta capacidad de ver y de hacer… nada más que para lograr un aumento de vida cuantitativo?

Miremos un instante desde otra perspectiva la creación: mirémosla poniendo el ojo en su carácter de abierta. Visualicemos ese ámbito donde puede “advenir” lo Nuevo, el Otro.

Las cosas son lo que son, pero tienen un lugar abierto en sí para dar a luz algo mejor.

Las estrellas son estrellas desde hace 15.000 millones de años y lo siguen siendo, pero en nuestro planeta, hace 2.700 millones de años, surgió algo totalmente nuevo: se abrió paso la vida fotosintética de las plantas marinas.

Las plantas siguen siendo plantas desde entonces, pero en ellas –en su estructura íntima- hubo espacio para que abriera paso la vida de los animalitos.

Los animales siguen siendo animales desde entonces, pero en su estructura íntima hubo espacio abierto para que, hace menos de dos millones de años, adviniéramos nosotros, los hombres: la vida autoconsciente y libre, la vida espiritual.

Si todo está abierto ¿es tan extraño el anuncio de que hace dos mil años, en un momento preciso y único de la historia, Advino Aquel en quien fueron creadas todas las cosas, estas cosas que tienen este carácter de abiertas? ¿Es tan extraño que hable Aquel que inventó el lenguaje? ¿Es tan extraño que habite entre nosotros Aquel que nos creo “habitables”?

La mayoría descarta y da por supuesto que no tiene sentido hablar de una venida de Dios a este mundo pequeñito dentro de un universo infinito y en un momento concreto de la historia. Lo cual es como no entender que precisamente es eso lo único que tiene sentido en un universo así, en que la apertura de las grandes estructuras acoge la vida como pequeña semilla. Dentro del cosmos infinito, nuestro pequeño planeta vivo. Dentro de la madre, la vida que comienza. Dentro de nuestro cuerpo, la chispa espiritual de nuestro corazón. Dentro de nuestro corazón, la pequeñez infinita de la Trinidad. Ese Dios que se hace presente y viene a habitar en nosotros porque se ha enamorado de nuestra abierta pequeñez.

Domingo 34 C 2013 – Cristo Rey

Adorar al Padre cuidando a los crucificados

El pueblo permanecía allí y contemplaba.

Sus jefes, burlándose, decían:

«Ha salvado a otros: ¡que se salve a sí mismo, si es el Mesías de Dios, el Elegido!»

También los soldados se burlaban de él y, acercándose para ofrecerle vinagre, le decían:

«Si eres el rey de los judíos, ¡sálvate a ti mismo!»

Sobre su cabeza había una inscripción:

«Este es el rey de los judíos.»

Uno de los malhechores crucificados lo insultaba, diciendo:

« ¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros.»

Pero el otro lo increpaba, diciéndole:

« ¿No tienes temor de Dios, tú que sufres la misma pena que él? Nosotros la sufrimos justamente, porque pagamos nuestras culpas, pero él no ha hecho nada malo.»

Y decía:

«Jesús, acuérdate de mí cuando vengas a establecer tu Reino.»

Él le respondió:

«Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso».

….

Todos sus amigos y las mujeres que lo habían acompañado desde Galilea permanecían a distancia, contemplando lo sucedido (Lc 23, 35-49).

Contemplación

Todos contemplan a Jesús en la Cruz.

El pueblo permanecía y contemplaba.

Lucas, unos versículos después de los que hoy elige la liturgia de Cristo Rey, nos revela que “Todos sus amigos y las mujeres que lo habían acompañado desde Galilea permanecían a distancia, contemplando lo sucedido”.

En Juan el Señor profetiza su reinado: “Mirarán al que traspasaron” (Jn 19, 37). Antes había dicho el Señor cómo es que iba a ser Rey: echando al “Príncipe de este mundo” (“Ahora ha llegado el juicio de este mundo, ahora el Príncipe de este mundo será arrojado afuera”) y “atrayendo a todos” (“cuando yo sea levantado en alto sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí” -Jn 12, 32-).

Jesús es “el lugar” donde podemos “ver” –adorar- al Padre. Digo el lugar en el sentido de la persona en sus situaciones, la persona en acción. “Pasó haciendo el bien”, nos dirá Pedro. En Jesús que pasa –y padece- haciendo el bien, podemos “ver al Padre”.

Lo contrario de “salvarse a sí mismo” es “pasar haciendo el bien”. Perder la vida haciendo el bien, gastando tiempo para los demás.

Para adorar al Padre en Espíritu y en Verdad, como a Él le gusta que lo adoren sus adoradores. Para adorarlo en “cualquier lugar”, no sólo en el Templo, hay que contemplar a Jesús. Contemplarlo en todos los lugares por los que pasó en su vida pero de manera especial contemplarlo como Rey en la Cruz.

Allí, en el amor que Jesús expresa, ese amor que no nos suelta a nosotros (ni siquiera al buen ladrón que le pide una mano a último momento) ni se suelta del amor incondicional al Padre, podemos presentir cómo es tener un Padre así.

En la situación límite de la cruz se ve lo fuerte que es la relación de Jesús con el Padre. Y allí estamos invitados a entrar.

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Ayer se bendijo un hermoso monumento a las víctimas de la tragedia de Once.

Uno de los papás expresaba que el monumento era de todos. El hecho de que hubiera sido votado por todos los legisladores era significativo de esa unidad en torno a la tragedia. Y expresaba también que había algo que era de manera muy única sólo de los familiares –los nombres grabados en la placa-, pero, agregó, que también eran “un poquito” de todos. Quería transmitir como padre eso de no compartible que tiene el dolor por la muerte de un hijo. ¡Quería compartir que no se puede compartir!

Y cuando un padre habla así, uno baja la cabeza y hace un ámbito de silencio profundo para respetar ese sentimiento.

El respeto silencioso es la respuesta a ese dolor único, irrepetible, inexpresable.

El respeto es ese retraerse de expresar uno mismo lo que siente para dar cabida a que se exprese el otro.

El respeto crea un espacio sagrado de distancia y cercanía en el que cada persona se dibuja como única.

El respeto permite que la intimidad de cada uno sea ella misma y cree comunión sin mezclas.

Y precisamente allí donde uno baja la cabeza y se contiene en silencio, dando lugar al padre que expresa su dolor, allí, podemos decir, uno “ve” lo que es un padre.

Lo ve “cerrando los ojos”, sintiendo.

Este cerrar los ojos es una manera de ver sin querer curiosear ni poseer.

La mirada del que sufre invita a un mirar sin preguntas ni respuestas, un mirar que sólo mira el compartir y suele terminar en un abrazo.

Así podemos contemplar a Jesús en la Cruz.

Así lo contemplaban a distancia –la distancia del respeto sagrado- sus amigos y su Madre.

Y la mansedumbre de Jesús en la Cruz, mansedumbre que pasa también por la desesperación y el grito, su confiarse en las manos del Padre, nos permite “ver a ese Padre” en el que el Hijo se confía. “Estamos en sus manos”. Ese pensamiento es el que más consuela a la hora del dolor, decía el papa Francisco hace unos días.

………….

De estas cosas, de estos sentimientos profundos del corazón humano, es Rey Jesús.

En general, cuando decimos rey, nos vienen imágenes de coronas, de bodas reales, de bastones de mando y de majestad política… Pero también uno usa expresiones como “reina la paz”, en la casa, cuando todos duermen o, luego de una tragedia: “reinaba un silencio profundo”.

La expresión que utiliza el buen ladrón “cuando estés en tu reino” él la refería al futuro, pero de alguna manera intuyó, al retar a su compañero de cruz que se burlaba, que Jesús ya estaba en su reino.

Jesús reina sobre los que están en la cruz.

Jesús reina sobre los que llevan la cruz, sobre los que la cargan y lo siguen.

Jesús reina sobre los que le piden alivio a su cruz y sobre los que cargan las cruces de los demás. Es el rey de los que abrazan la cruz y no la sueltan. Y también reina sobre los cirineos que son obligados a llevarla y sobre los que son clavados allí contra su voluntad…

Reina Jesús “atrayendo”.

Reina saliendo a buscar su propia cruz y cargando con ella.

Reina padeciendo en su cruz compadeciendo a todos.

Reina perdonando incluso a los que lo crucifican.

Reina creando en torno a sí ese ámbito de respeto del que hablaba en el que cada uno es remitido a sí mismo, confrontado consigo mismo frente al otro, que con nobleza sufre lo suyo e interpela a hacer otro tanto.

Ignacio nos hace preguntarnos, ante el Señor puesto en Cruz: “que he hecho yo por Cristo, que hago, que debo hacer por Él”.

Dejarlo reinar, en eso consiste nuestro “hacer”.

Creer en él, confiar: esa es la obra de la fe.

Adorar al Padre cuando estoy ante el Señor puesto en Cruz: eso puedo “hacer”.

Adorar al Padre cada vez que estoy en presencia del sufrimiento de mis hermanos y siento ese respeto junto con un no saber qué hacer.

Adorar al Padre. Esa es la respuesta “negativamente vivida” por todos a través de tanto sentir que nada de lo que uno haga sirve ni es adecuado frente al dolor, especialmente cuando viene montado sobre la injusticia y afecta a los inocentes.

El que nada haya servido es una invitación callada y persistente a probar refiriendo lo que sucede al Padre en vez de pensar qué puedo hacer yo. Eso es adorar. Decirle “me pongo en tus manos” en esta situación en la que no sé qué hacer. Dejar que se ensanche el silencio y el respeto, eso es adorar. Inclinar la cabeza, no expresarme, no preguntar ni controlar: ser creatura, eso es adorar.

Dejar de referirme a mí mismo y referirme a Él, eso es ad-orar.

Allí Jesús reina, en este espacio “está en su reino”. Y el Padre nos abraza como al hijo pródigo que regresa.

………………

El Papa Francisco siempre insiste en la importancia de la adoración: En estos días decía: “yo creo – lo digo humildemente – que quizás nosotros cristianos hemos perdido un poco el sentido de la adoración”. Vamos al Templo y nos reunimos como hermanos…, cantamos… todo eso es muy lindo, pero “el centro está en la adoración a Dios”.

En la misa a las Benedictinas hacía referencia a la esperanza, al “hágase” que pronuncia María y que es una forma de “estar abierto al mañana de Dios”.

Adorar tiene que ver con este “salir del hoy” y “abrirse al mañana de Dios”. Y el papa preguntaba si en los conventos “está encendida esta lámpara” que espera el futuro de Dios.

En la misa de acción de gracias por los cuatro años de la Casa de la Bondad en Buenos Aires, comentando que las contemplativas Clarisas ofrecían una parte de su convento “para algo así como una Casa de la Bondad”, surgió como gracia una reflexión: la de sentir que hoy están muy emparentados un convento contemplativo y una Casa de la Bondad. La Casa es –y puede serlo mucho más- hoy, un lugar muy especial de Adoración.

Hoy es difícil, incluso para los que tienen vocación contemplativa, “salir del mundo” para adorar. Las imágenes y el hablar del mundo se meten hasta en los conventos más recoletos y son pocos los que no tienen internet (creo).

Quizás hoy no se trate de “salir del mundo” sino de “meterse en las situaciones donde lo mundano pierde peso”. La Casa de la Bondad es un lugar donde el no poder hacer nada ante el dolor –más que mitigarlo- lleva a mirar al Padre y rezar.

Las Casas de la Bondad son como nuevos conventos contemplativos, donde se nos invita a Adorar en todo momento: cuando entramos, al estar junto a la cama del enfermo y al salir.

En las Casas la acción “disminuye” por sí misma y la adoración crece como por su propio peso. Quizás hay allí una señal de “donde podemos hoy adorar al Padre en espíritu y en verdad”: allí donde Jesús reina en sus crucificados. Allí acudimos a donar un servicio, interpelados por una necesidad, y salimos agraciados con el don de la Adoración, que nos hace salir de nosotros mismos y sentirnos mirados con Bondad por el Padre, que nos agradece que le cuidemos a sus hijos crucificados.

Diego Fares sj

 

 

 

 

Domingo 33 C 2013

El lenguaje que el Espíritu nos enseña

 

20070603

Como algunos, hablando del Templo, decían que estaba adornado con hermosas piedras y ofrendas votivas, Jesús dijo:

– «De todo lo que ustedes contemplan, un día no quedará piedra sobre piedra que no sea destruida.»

Ellos le preguntaron:

– «Maestro, ¿cuándo tendrá lugar esto, y cuál será la señal de que va a suceder?».

– «Tengan cuidado, no se dejen seducir, porque muchos se presentarán en mi Nombre, diciendo: «Soy yo», y también: «El tiempo está cerca.» No los sigan.

Cuando oigan hablar de guerras y revoluciones no se atemoricen; es necesario que esto ocurra antes, pero no llegará tan pronto el fin.» Después les dijo: «Se levantará nación contra nación y reino contra reino. Habrá grandes terremotos; peste y hambre en muchas partes; se verán también fenómenos aterradores y grandes señales en el cielo.

Pero antes de todo eso, los detendrán, los perseguirán, los entregarán a las sinagogas y serán encarcelados; los llevarán ante reyes y gobernadores a causa de mi Nombre, y esto les sucederá para que puedan dar testimonio de mí. Asienten bien en sus corazones esto: que no tienen que ensayar de antemano el modo de defenderse y justificar las cosas, porque yo les daré un lenguaje y una sabiduría a la cual no podrán resistir o contradecir ninguno de sus adversarios.

Serán entregados hasta por sus propios padres y hermanos, por sus parientes y amigos; y a muchos de ustedes los matarán. Serán odiados por todos a causa de mi Nombre. Pero ni siquiera un cabello se les caerá de la cabeza. Gracias, a su perseverancia (hypomoné) salvarán sus vidas» (Lc 21, 5-19).

 

Contemplación

 Jesús nos promete: “Yo les daré un lenguaje y una sabiduría que nadie podrá resistir ni contradecir…”.

San Pablo lo expresa así: ¡Nosotros no hablamos de estas cosas con palabras aprendidas de la sabiduría humana, sino con el lenguaje que el Espíritu de Dios nos ha enseñado, expresando en términos espirituales las realidades del Espíritu. Nosotros tenemos el pensamiento de Cristo” (1 Cor 2, 5 ss.).

¿Cuál es este lenguaje que el Espíritu nos ha enseñado?

¿Nos lo ha enseñado a todos o sólo a algunos elegidos?

Digamos con palabras simples que este “lenguaje” del Espíritu es la oración.

Simplemente la oración.

Todos los bautizados “hablamos este lenguaje” desde el Bautismo.

Como niños pequeños todos sabemos las palabras esenciales: Abba, Padre; Jesús…

Nadie podría decir “Jesús es mi Señor” si el Espíritu no se lo hubiera enseñado. Es el Espíritu el que nos hace decir de corazón: “Padre nuestro…”.

Todas las jaculatorias cortitas y llenas de amor de las que tomamos conciencia y hemos compartido son “lenguaje enseñado por el Espíritu”.

…………….

Les comparto algunas que me mandaron:

“Un día buscando calificativos para decirle a la Virgen, ninguno era suficiente hasta que surgió «mi Niña bonita«, esta jaculatoria es como la tecla de la luz, cada vez que la toco se enciende Toda María, y ya estoy en compañía, cuidada, arropada y querida por Ella”

(A veces)… le tiro un beso (al Padre) y le digo «Abba te quiero«. Parece cosa de niños ¿pero acaso no somos como niños para El que nos da todo? Es un Magníficat feliz, feliz por su sonrisa. Porque siento que siempre le tiramos pálidas «dame dame «, y ninguno pensamos en hacerlo sonreír… y Abba sonríe mucho, mucho padrecito. Nos sonríe todo el tiempo per andamos tan apurados que no nos damos cuenta!

“Cuando me acerco para acompañar a alguien que veo que está sufriendo y siento la necesidad de decirle algo: Espíritu Santo, iluminame con alguna palabra que ayude”.

De Alberto Hurtado:

«Contento, Señor, contento!» (Contento con Vos. No conmigo ni con la situación…).

Señor y Dios mío, yo te adoro, ten piedad de mi”. Siempre y en cualquier lugar…

Abrázame Señor Jesús” (esta es invento mío, muchas veces necesito de este abrazo)

…………………..

Bueno, bastan estas perlitas de las muchísimas que me enviaron luego de la contemplación de los Twitter a Dios.

Estas oraciones son como una música de fondo que unifica todas las almas de todos los hombres y mujeres del mundo sin que muchas veces lo sepamos.

Cuando salen a la luz (y un día todas las oraciones ocultas saldrán a la luz) nos damos cuenta de que la humanidad entera vive en alabanza a la hermosísima y amabilísima Trinidad. Más profundo que el palabrerío de todos los días, más hondo que los pedidos y reclamos, más profundo aún que los gritos y quejidos, están estas oraciones de adoración y humildad, de pedido de luz y de abrazo, de piropos a la Virgen y besitos al Padre tejen el diálogo de los corazones con Dios.

El Espíritu gime en nuestro interior con estos “gemidos inefables”, que sólo de vez en cuando hacemos conscientes. Pero él siempre está “hablando este lenguaje en todas sus creaturas”.

Una vez descubierta y sacada a la luz esta “oración siempre activa” en los corazones de todos por gracia del Espíritu, es bueno reflexionar, como siempre hacemos, acerca de algunos impedimentos que tratan de acallar su voz o distorsionar su sentido.

Un primer impedimento es la poca fe.

La poca fe se resuelve con simples actos de fe. Si uno hace actos de fe, concretos y como le salgan, todas las veces que pueda, la voz del Espíritu se vuelve más neta. Las hermosas jaculatorias nos devuelven la fe en que el Espíritu nos hace rezar mucho más de lo que creíamos. Confesarle con la boca y el corazón que “creemos en Él”, invocarlo para que “venga a nuestros corazones y los encienda con su luz”, hace que su voz cobre fuerza. Es como si el Espíritu estuviera en una especie de Stand By (“estar listo para acudir” -que sería una buena traducción inglesa para Paráclito-) y quisiera necesitar que  lo “activemos” con un acto de fe, con una jaculatoria: “ven Espíritu Santo”.

Otro impedimento es el de “los pensamientos contrarios”

Aquí nos ayuda nuestro Maestro Ignacio.

El impedimento de los malos pensamientos es el que más impide. En general todo el mundo (que no ha hecho ejercicios) se escandaliza al darse cuenta de que, al mismo tiempo –casi- que la jaculatoria hermosa y llena de fe, surge la palabra de duda, la sospecha, el comentario amargo, el comentario escéptico.

Creo, Señor (pero no sé si creo de veras…).

Te quiero Padre (pero no sé si es verdad ya que no estoy dispuesto a dejar muchas cosas para rezarte…).

Mirame, Madre (pero no me animo a sostenerte la mirada).

Para San Ignacio este “anti-lenguaje” no sólo no es malo sentirlo sino que “confirma que lo contrario es realmente algo del Buen Espíritu”.

Es la señal de que está hablando el Espíritu porque si no, el mal espíritu no podría decir nada.

El mal espíritu no tiene discurso propio, no tiene nada que decir si no habla primero el Espíritu con su palabra hermosa, buena y verdadera.

El lenguaje del mal espíritu no tiene consistencia por sí mismo, siempre se adhiere a algo bueno del Espíritu y le chupa la sangre con sus críticas.

Filosófica y teológicamente podemos afirmar que el mal espíritu nunca nos primerea.

Solo Dios “nos ama primero”. Aunque parezca que lo malo está primero es sólo una apariencia. Es porque el mal espíritu grita más y hace ruido. Pero cuando grita algo basta afinar el oído y uno escuchará con claridad la Palabra buena que está queriendo tapar.

El “gracias por existir” está antes que cualquier “qué barbaridad”.

El “me fío de tu misericordia infinita” está antes que cualquier “esto no tiene perdón”.

……

El impedimento de “dejar pasar las oportunidades”

Este es un impedimento muy actual y el Señor nos enseña a enfrentarlo con su doctrina en el evangelio de hoy.

Nos dice, claramente, que hablar este lenguaje no es cuestión nuestra –que tengamos que ensayar lo que vamos a decir- sino que es un Don. Un don que se nos da en el momento justo, no un don que poseamos. Lo cual equivale a decir que, en algunos momentos, no estamos exentos de hablar pavadas…

Jesús habla de persecuciones y de que cuando estemos ante los tribunales de acusación, allí se nos dirá lo que tenemos que decir.

Uno podría pensar que se trata, entonces, de un lenguaje para ocasiones muy especiales.

Pero hay otra manera de ver las cosas. La persecución no es sólo la persecución violenta de la calumnia y la amenaza explícita. La persecución es el estado habitual del cristiano: es ese pensamiento contrario al bueno que “nos persigue”.

La persecución es lo propio del demonio “acusador”, que interfiere la buena onda del Espíritu con sus distorsiones y ruidos, con sus falacias y mentiras.

Por eso es bueno tomar conciencia de que este “estado de persecución” es parte de la vida cotidiana de todo cristiano: allí donde cada uno está dando su pasito de amor a Jesús, allí mismo el Espíritu “habla” y el mal espíritu “descalifica, grita, difama, miente”.

Por eso hay que estar atentos: “en el momento en que uno escucha y siente” esas palabras malas, desalentadoras, culpógenas, escépticas, acusadoras, descalificantes…. (y todo lo que quiera cada uno adjetivar), ese mismo momento es el momento oportuno para escuchar la Palabra Buena que el Espíritu nos está enseñando. Si afinamos el oído y la descubrimos podemos responder a la tentación y derrotarla “con una formulación que nuestro adversario no puede contradecir” y sintiendo la atracción irresistible de la voz de nuestro Buen Pastor.

Diego Fares sj

 

Domingo 32 C 2013

 

Con la lógica de la Vida y no con la lógica de la muerte

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Se acercaron a Jesús algunos saduceos, que niegan la resurrección, y le dijeron: «Maestro, Moisés nos ha ordenado: Si alguien está casado y muere sin tener hijos, que su hermano, para darle descendencia, se case con la viuda. Ahora bien, había siete hermanos. El primero se casó y murió sin tener hijos. El segundo se casó con la viuda, y luego el tercero. Y así murieron los siete sin dejar descendencia. Finalmente, también murió la mujer. Cuando resuciten los muertos, ¿de quién será esposa, ya que los siete la tuvieron por mujer?»

Jesús les respondió:

«En este mundo los hombres y las mujeres se casan, pero los que sean juzgados dignos de participar del mundo futuro y de la resurrección, no se casarán. Ya no pueden morir, porque son semejantes a los ángeles y son hijos de Dios, al ser hijos de la resurrección. Que los muertos van a resucitar, Moisés lo ha dado a entender en el pasaje de la zarza, cuando llama al Señor el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob. Porque Él no es un Dios de muertos, sino de vivientes; pues todos viven para él. Al oír esto la gente se maravillaba de su doctrina. Pero los fariseos, al enterarse de que había tapado la boca a los saduceos, se reunieron en grupo…» (Lc 20, 27-38).

Contemplación

Siempre impresiona el espíritu sarcástico de los Saduceos. Inventar una “anti-parábola” para poner en aprietos a Jesús. Se ve que escuchaban las parábolas que Jesús creaba y a alguno se le ocurrió este ejemplo con cierto grado de elaboración, cuyo objetivo es “burlarse del cielo”. Las parábolas del Señor hablan del Reino de los Cielos para hacernos más buenos ya en esta tierra. Este habla de algo muy terrenal, como lo es la desgracia de la viuda, para burlarse de las cosas celestiales.

Este espíritu sigue vigente en nuestra cultura y hay gente que “elabora” contenidos anti-reino de los cielos. Hay que recordar que la secta de los Saduceos, fue  muy activa en digitar la causa de Jesús y en la persona de Caifás tuvo que ver con la sentencia a muerte. Lo que quiero decir es que no se quedaban en campañas de desprestigio moral.

…………

Von Balthasar interpreta este pasaje desde una perspectiva nueva para mí. Dice que los “transfigurados en Dios tendrán una forma de fecundidad totalmente diversa”. No será cuestión de “posesión” – de quién será esposa la que lo fue de siete maridos-.

¿Qué quiere decir con esto de que hay otra manera de ser fecundos?

La fecundidad es inherente a nuestro ser humano. En eso somos imágenes de Dios que, al crearnos, nos mandó crecer y multiplicarnos. Ahora bien, hay un aspecto de la fecundidad biológica que tiene que ver con la muerte: todo ser viviente, en cuanto “parte de su especie”, vive dando vida a otro individuo y dejándole el lugar. Si no fuera así, cada especie “invadiría” de individuos el espacio habitable.

Una vez, preguntando a los chicos de catecismo en la misa ¿qué pasaría si los grandes no muriéramos? Uno dijo, con implacable lucidez: “no habría lugar para nosotros”.

Hay criterios que tenemos muy incorporados, casi inconscientemente aceptados, y hay que ser conscientes en que tienen que ver con la muerte. Esperar que alguien muera para heredar, que alguien se jubile, para ocupar su cargo, que alguien pase para ocupar nosotros el espacio. Esta lógica  “evidente” se nos mete en los criterios y hace que un “lugar” como el cielo (si puede llamarse lugar) parezca algo extraño, fuera de esa lógica que tiene que ver con una vida de la cual la muerte es parte necesaria e inseparable. Pero lo espiritual “no ocupa lugar”. Por eso no es necesaria la muerte del individuo para que permanezca la especie. En el cielo, dice Jesús, no habrá muerte y la fecundidad no tendrá que ver con dejar el lugar a otro o tomar el puesto del que muere.

Jesús apunta a eso, precisamente: a abrir nuestra mente a un nivel más profundo. A no extrapolar un paradigma biológico para pensar lo espiritual. A nivel espiritual las reglas de la fecundidad no son las mismas que a nivel biológico.

Que existan infinita cantidad de ángeles no hace que se molesten entre sí ni le quita gloria a Dios.

Pero pensemos a nivel humano: que un Mozart pudiera seguir produciendo música si tuviera vida eterna, no le afectaría en nada a Los Beatles o a Piazzola o a Mercedes Sosa. En cuestiones de arte no “hay sucesión de puestos” como en un cargo público o en una fábrica. Lo espiritual no ocupa lugar ni despierta envidia (salvo que uno mire muy torcido) porque es algo enteramente único y singular. La posibilidad de ser fecundos espiritualmente no le quita nada a nadie, al contrario, inspira y estimula a cada uno a buscar su propio don, el talento negociando al cual uno es fecundo.

Lo mismo podemos decir del Amor: en una fiesta grande –de casamiento o una fiesta popular- cuanto más gente participa mejor. Uno “ensancha la lista de invitados todo lo que puede”. No dice, invitemos a tres así comemos más y bailamos más cómodos.

Hay una fecundidad que es propia del “Dios de vivientes” y pasa por el lado de lo que expresaba Teresita, cuando hablaban de un Cielo en el que uno se la pasa “haciendo el bien a los demás”, intercediendo por los que están en esta vida. Y, pienso que luego, cuando ya no haya que interceder, igual se podrá comunicar de manera creciente y única lo que Dios le regala a cada uno.

No me imagino un Dios como si fuera una pantalla de TV a la que todos contemplaríamos, cada uno en su mundo, sin tener contacto con los de al lado. Cuando se habla de “la visión de Dios” esta imagen de espectáculo televisivo es la que se nos cuela. Y creo que el Señor apunta a otro tipo de visión (con las parábolas de la Fiesta de Bodas, por ejemplo), más del tipo que uno puede tener “desde dentro de la cancha”, jugando con todos, o desde dentro de una orquesta, tocando música con los demás, o la visión que uno tiene de los otros mientras juega. Una visión en la acción, una visión creativa y compartida, dinámica.

Para nosotros, las carencias son tan grandes y la lucha por llenarlas nos ocupa tanto tiempo, que no concebimos que pueda haber “trabajo” o “compartir” si no hay “necesidades”. Pero en el amor, en el arte, en la alegría, los bienes que se comparten no van por el lado de la necesidad sino de lo gratuito. Y es lindo “crecer en lo gratuito”, aunque uno no esté muy acostumbrado. Crecer en sabiduría, por ejemplo, en estudiar los misterios de la vida, del universo, de las personas y del mismo Dios. El que ama aprender nunca se cansa de investigar, de leer y de compartir lo que sabe.

De todas maneras, esta visión de un “deseo” infinitamente colmado e infinitamente capaz de crecer, nos asusta un poco y nos parece “desmedido”. Por algo Pablo le dice a los Corintios:

“Mi palabra y mi predicación no tienen nada de la argumentación persuasiva de la sabiduría humana, sino que son demostración del poder del Espíritu, para que ustedes no basen su fe en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios (…)  Lo que anunciamos es una sabiduría de Dios, misteriosa y secreta, que él preparó para nuestra gloria antes que existiera el mundo (…) Nosotros anunciamos, como dice la Escritura, lo que ni ojo vio ni oído oyó y ni siquiera pudo pensar, aquello que Dios preparó para los que lo aman. Dios nos reveló todo esto por medio del Espíritu, porque el Espíritu lo penetra todo, hasta lo más íntimo de Dios.  Nosotros hemos recibido el Espíritu que viene de Dios, para que reconozcamos los dones gratuitos que Dios nos ha dado. Nosotros no hablamos de estas cosas con palabras aprendidas de la sabiduría humana, sino con el lenguaje que el Espíritu de Dios nos ha enseñado, expresando en términos espirituales las realidades del Espíritu. Nosotros tenemos el pensamiento de Cristo” (1 Cor 2, 5 ss.).

Este largo pasaje nos hace ver que es necesario alimentarse de la Escritura para ir experimentando “el poder de Dios”. Hay que escuchar a Jesús para ir “teniendo sus pensamientos”. Antes de banalizar la Palabra de Dios hay que tocar el límite del pensamiento humano y desde allí abrirse con verdadero deseo de la revelación, a una Palabra como la que predica Pablo.

Esto para “no pensar las cosas de Dios con criterios humanos” tipo “lo que yo no entiendo o aquello de lo que alguno se burla, mejor no pensarlo. Jesús les dice a los Saduceos “ustedes están muy equivocados”.

Lo que queda claro es que las cosas del Cielo y de la Resurrección hay que pensarlas siguiendo la lógica de la vida y no la de la muerte (que está más metida de lo que creemos).

Además, es lindo “pensar el cielo como los pobres”, es decir: pensarlo como limosna. No como “algo que se nos debe” y “vamos a ver cómo se las arregla Dios para resucitar a los muertos”. Es más lindo pensar que esta vida es ya en sí misma un don tan grande que no nos basta para agradecerla como se debe. Y entonces, el Señor tendrá la delicadeza de hacerla eterna para que, libres de todo condicionamiento, se la podamos agradecer como corresponde, alabándolo y dándole la Gloria que merece.

Diego Fares sj