Domingo 22 C 2013

 

Invitados a luchar por la Justicia

construir justicia

 

Aconteció que Jesús fue a comer el pan un sábado a casa de uno de los principales fariseos. Ellos lo observaban cuidadosamente (lo tenían “bajo la lupa”).

Al “pescar” Jesús cómo los invitados se elegían los primeros asientos, les dijo esta parábola:

«Si te invitan a un banquete de bodas, no te coloques en el primer lugar, porque puede suceder que haya sido invitada otra persona más importante que tú, y cuando llegue el que los invitó a los dos, tenga que decirte: ‘Déjale el sitio’, y así, lleno de vergüenza, tengas que ponerte en el último lugar.

Al contrario, cuando te inviten, ve a colocarte en el último sitio, de manera que cuando llegue el que te convocó, te diga: «Amigo, acércate más», y así quedarás bien delante de todos los invitados. Porque todo el que ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado.»

Después dijo al que lo había invitado:

«Cuando des un almuerzo o una cena, no llames (fonei) a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos, no sea que ellos te inviten a su vez, y así tengas tu recompensa. Al contrario, cuando des un banquete,

invita (kalei) a los pobres, a los lisiados, a los paralíticos, a los ciegos. ¡Serás bienaventurado, porque ellos no tienen cómo retribuirte, se te retribuirá en la resurrección de los justos!» (Lc 14, 1. 7-14).

 

Contemplación

Apenas leí “para que cuando llegue el que te convocó, te diga: ‘Amigo, acércate más’”, automáticamente lo veo a Paolo Menghini que me ficha desde el pequeño escenario montado en el hall central de Once y viene directo a pedirme que “de un mensaje” para comenzar el acto. (Lo vi venir, aunque luego pensé que quizás me había parecido nomás que esa era su intención ya que otra persona lo detuvo por el camino y se quedó charlando unos instantes, pero luego retomó y me encaró).

 

La experiencia de pasar adelante avanzando entre la gente que te deja paso mientras otro te lleva y te pone frente a las cámaras es lo que reviví al leer esta parábola, porque si hay una reunión donde expresamente busco ponerme detrás de las cámaras, para acompañar sin salir en los medios, es la de los familiares de la tragedia de Once. Es distinto que en las misas de Corpus, por ejemplo, en las que me alegra que nos filmen en la procesión de entrada para después preguntarle a mi madre si me vio en la tele…

 

Lo distinto es que no se trataba de un casamiento y lo que escribí luego, mencionando nombres de personas implicadas en el juicio y criticando públicamente sus “dichos públicos” y la cara con que los dicen, a algunos personas no les gustó.

 

A mí tampoco “me gusta” “meterme en política”, como se dice. Pero siento que luchar por la justicia en un hecho como este, bien concreto y que se puede juzgar, es la manera de que no se deshaga el tejido social que nos une como ciudadanos, como hermanos y como argentinos. Si se van acumulando hechos concretos que quedan impunes un día pasa lo que en Siria, que en la confrontación se llega a utilizar hasta armas químicas. ¿Cómo hace luego un pueblo para “hacer justicia”? Cuando uno sale del marco del diálogo (ese marco que lleva a dialogar, con palabras durísimas, pero buscando dialogar) y cae en la violencia física, es muy difícil luego “hacer justicia” sin que surja lo del “ojo por ojo”. De ahí la importancia de estar del lado de los que reclaman justicia sin incitar a la violencia. No sólo tienen derecho a reclamar, incluso duramente, a los poderes encargados de que se haga justicia, que no miren para otro lado, sino que tienen el deber de hacerlo. Y ese deber nos involucra a todos.

 

Esta actitud no es antipartidaria porque los que gobiernan no son un partido sino que una vez elegidos son representantes de todos y así como les toca llevar adelante su modelo económico y no el de la oposición, en lo que hace a la justicia les toca ejercer “la justicia” no “su justicia”.

 

Porque no existe ningún modelo “partidario” de justicia. La justicia es “el modelo común”. Y ejercerla y defenderla cada día,  no daña a nadie, ni siquiera al mismo que le toca sufrir un castigo justo. El que piensa que por pedir castigo para un funcionario irresponsable está dañando a su partido no sólo está equivocado sino que él mismo le hace daño al bien común y a su propio partido, porque defendiendo mal lo particular pierde autoridad moral.

 

Obrar con justicia, reclamarla y defenderla es lo que nos iguala como ciudadanos y como personas. Nos iguala porque cuando exigimos que otro se haga responsable jurídicamente de sus actos, estamos aceptando hacernos responsables de los nuestros. Así se construye una sociedad. En la actitud de los familiares de la tragedia de Once vemos cómo aceptan la justicia, aceptan sus tiempos y sus procesos a la vez que luchan para que no se dilaten ni se enreden. Lo que les resulta revulsivo son los dichos y los gestos que en vez de ponerse a la altura de la defensa de la justicia común huelen a justificación partidista de lo injustificable.

 

¿Qué tiene que ver esto con el evangelio de hoy? El contar cosas que son muy personales no es algo anecdótico. El evangelio siempre tiene en cuenta lo más personal, lo más íntimo, porque precisamente por esa puerta interior es por donde salimos a lo público, a lo más común. Notemos cómo estas dos parábolas de invitados o “convocados”, nacen de algo muy íntimo y muy propio de la mirada del Señor que “pescó”, al entrar en una fiesta, un detalle, mínimo si se quiere, pero muy revelador: la contradicción de que “los invitados elijan su mejor puesto”.

 

Si soy invitado no elijo. Otro eligió invitarme y Otro me elije el puesto justo (la misión).

Esto vale para todo en la vida: para la política, para la iglesia, para la familia, para todo.

En la iglesia es claro, o debería ser no solo claro sino clarísimo, que el “hacer carrera” no tiene sentido y que los primeros puestos son de puro servicio y servicio humilde. No solo somos invitados sino “invitados de segunda”, porque los primeros no quisieron ir a la fiesta (y el que invitó sigue esperándolos como al hijo pródigo!).

 

Esta conciencia ser “doblemente invitados” es clave a la hora de considerarnos a nosotros mismos y de examinar cómo tratamos a los demás. No solo no podemos apropiarnos de ningún puesto (ni siquiera del último, porque el que nos invitó puede hacernos ir más arriba si quiere) porque el que organiza la fiesta es nuestro Anfitrión, sino porque hemos sido invitados sin tener algo previo que justifique esa invitación. Somos parte de esos pobres que no pueden devolver el favor. Nuestra dignidad consistirá, por tanto, en realizar acciones que nos pongan a la altura de la invitación ya que no tenemos curriculum previo (más bien tenemos “prontuario” como dice Francisco).

En el ámbito social y en lo político, debe ser claro que lo que nos convoca es la justicia. ¿En qué sentido? Negativamente, en que, de última, no nos convoca a vivir como un pueblo ni la geografía, ni la raza, ni la historia, ni la conveniencia económica, ni la cultura. Todas estas realidades son convocantes y “nos tiran” a vivir en esta tierra, con esta gente, con esta memoria y estas pasiones por el  asado, el folclore y el fútbol. Pero de última, lo que nos convoca es un “sentido común de lo que es justo”. Y este sentido es algo que se nos ha regalado y que tenemos que construir día a día para que no se pierda sino que se fortalezca.

 

Algunas características de este “sentido común de lo que es justo”:

Una, por ejemplo, es la de que es justo respetar que venga gente de otras razas, nacionalidades y religiones a vivir aquí. Hay una conciencia común de que esta tierra bendita “invitó” y recibió a muchos inmigrantes y por eso hay apertura a los que vienen. Tener conciencia de esta base hace ver también cómo es algo frágil y cómo pueden crecer los sentimientos xenófobos en nuestra tierra.

 

Otra característica es la de que es justo que cada uno tenga su religión. Muchos de nuestros antepasados vinieron perseguidos y expulsados de sus países de origen por causa de su religión y por eso hay una base de respeto. Esto también requiere que se cultive porque se puede perder fácilmente.

 

Está muy arraigado también un sentido “comprensivo de las circunstancias particulares”. Es esa pregunta “¿y cómo fue”?, tan propia nuestra ante cualquier crimen o traición, como decía Scalabrini Ortiz en “El hombre que está solo y espera”. El interés no pragmático sino humano, tan argentino. Esto tiene un lado peligroso, ya que nunca terminamos de estar satisfechos con la justicia posible. Pero proviene de una convicción muy honda: la de que sólo Dios hará justicia plena. Está bien “relativizar” la justicia humana porque lleva a no “demonizar”, a tener paciencia, a ser lentos como pueblo para la violencia. Los pueblos muy violentos tienen una concepción más fundamentalista de la justicia. Para nosotros, creo, el peligro está más bien en dejar pasar demasiado. Por eso pienso que es bueno “no dejar pasar” las injusticias que se pueden corregir. Hace bien ejercitarse en hacer justicia plena allí donde se puede y hasta donde se puede. Crea ciudadanía, aunque sea en algo mínimo como exigirle amablemente y con firmeza a otro que no tire un papel en la calle, que haga cola o que no infrinja una ley de tránsito.

Esto es claro en la educación de los hijos: enseñarles a obrar con justicia y verdad en las pequeñas cosas evita luego grandes males.

 

La conciencia agradecida de ser “invitados” contribuye no sólo a la humildad sino a la justicia. Y la justicia es el alma de un pueblo, la base para que luego sea posible la misericordia y la caridad.

Diego Fares sj

 

 

Domingo 21 C 2013

La puerta estrecha de la justicia

 

logojusticia

Jesús iba enseñando por las ciudades y pueblos, mientras se dirigía a Jerusalén.

Una persona le preguntó:

«Señor, ¿es verdad que son pocos los que se salvan?»

El respondió:

«Luchen con empeño para entrar por la puerta angosta,

porque les aseguro que muchos querrán entrar y no lo conseguirán.

En cuanto el dueño de casa se levante y cierre la puerta, ustedes, desde afuera, se pondrán a golpear la puerta, diciendo:

«Señor, ábrenos.»

Y él les responderá:

«No sé de dónde son ustedes.»

Entonces comenzarán a decir:

«Hemos comido y bebido contigo, y tú enseñaste en nuestras plazas.»

Pero él les dirá:

«No sé de dónde son ustedes; ¡apártense de mí todos los que hacen el mal!»

Allí habrá llantos y rechinar de dientes, cuando vean a Abraham, a Isaac, a Jacob y a todos los profetas en el Reino de Dios, y ustedes echados afuera. Y vendrán muchos de Oriente y de Occidente, del Norte y del Sur, y serán admitidos en el banquete del Reino de Dios.

Hay algunos que son los últimos y serán los primeros,

y hay otros que son los primeros y serán los últimos» (Lc 13, 22-30).

Contemplación

No sé si serán muchos o pocos los que se salven pero por las dudas elijo la fila de la puerta estrecha: la de los que están despiertos y atentos, la de los que saben que hay que hacer cola, la puerta de la justicia (porque por esa nadie se puede colar), la que obliga a ir al último lugar y no al primero.

Jesús dice que “luchemos con empeño para entrar por la puerta angosta” y la contrapone al amontonamiento de último momento de los que, en vez de hacer cola “hicieron el mal”.

…………

El jueves pasado, 22 de Agosto, compartí, como estos 18 meses, a veces más de  cerca y otras con la oración, las “doce horas por justicia” con los familiares de la tragedia de Once. Fui tempranito, después de recordarlos en la Misa de 7:30 porque quería estar a las 8:22,  cuando María Luján hace sonar la sirena y en ese minuto desgarrador, en el alma de cada uno, reviven la agonía, los gritos de dolor, los quejidos y la muerte de los que fueron víctimas, y todos sentimos que queremos revivir esa hora porque el espesor estructural de una tragedia ferroviaria nos incluye a todos. A ese nivel, la corrupción no solo posibilita por desidia sino que crea activamente una trampa asesina que, aunque de hecho sólo mató a 52 ese día, está armada para que muera cualquiera y por eso no exageramos al denunciar que está armada y sostenida para que muramos todos. Aunque estadísticamente no sea posible que muramos todos en un tren, actuar corruptamente en lo relativo a ese medio de transporte da a la corrupción una magnitud perversa en grado sumo. Y hay que grabar esto a fuego en la conciencia de los corruptos directos y saber claramente que si no luchamos por la justicia podemos convertirnos en cómplices por acción u omisión de esa corrupción.

La diversidad de las víctimas nos abraza: María era italiana, Jian Yang china, Micaela paraguaya, Gloria chilena, Nayda boliviana, Roberto peruano. La mayoría eran gente jóven, pero hubo desde abuelas hasta una beba de pocos meses, un nene de dos añitos y Uma, que viajaba en la panza de su mamá.

Me extiendo con dolor en esta descripción porque hay que darle peso al tren como lugar real que nos involucra a todos y por eso se convierte en símbolo (quizás el más real) apto para convocar a todos.

Otras tragedias son minimizadas sistemáticamente desde el poder de turno: que los accidentes de auto se deben sólo a la irresponsabilidad de un conductor alcoholizado, que la inundación afectó a los que construyen en zonas bajas, que el edificio que se derrumbó estaba mal construido por una empresa… El tren atraviesa todas las zonas, en él viaja media ciudad y están involucrados funcionarios, empresarios y sindicalistas. Por eso es el lugar de lucha. Los familiares contaban que a veces se plantearon si irse de Once a otro lado, porque por allí pasa un río de gente y a veces, mientras está el acto algunos gritan los goles desde el bar: en la estación la vida sigue indiferente. Sin embargo sienten que ese es el lugar y sin duda que han acertado.

………..

Estaba en un costado, rezando el rosario cuando Paolo Menghini me cruzó la mirada y se vino a pedirme que comenzara el acto con algunas palabras. Como dijo después Campanela, no es un ambón (él dijo un podio, pensando en el Oscar) en el que uno quiera estar. Creo que allí sólo los familiares tienen la palabra. Después uno del Hogar me dijo: “lo vi en la tele, padre. Todo bien. Ud. es amigo de ellos así que todo legítimo”. Me conmovió que me autorizara él y la verdad es que no deja de asombrarme cómo es que no tomo más en cuenta la voz de los pequeñitos. Siempre la palabra justa! Al menos para mí.

La cuestión es que compartí lo que me salió del corazón, porque ni se me había cruzado por la cabeza la idea de preparar algo, pero luego quedé todo el día rezando con eso. Y a la noche, se ve que soñé que todo lo que hacen los familiares es como una Misa y aunque sólo me acuerdo de algunas imágenes del sueño tengo que escribirlo para sacar la verdad honda que eso tiene.

Mi preocupación por que la palabra la tengan ellos viene del primer día, hace un año y medio, cuando leí la carta que escribieron los Menghini-Rey pidiendo que los acompañáramos dejándolos solos. Que ese sábado era oportuno hacerlo así (el kairós, el tiempo oportuno) y que luego abrirían otro capítulo. Como aprendí que el que más ha sufrido es a quien hay que escuchar (y no aconsejar) le pregunté a Paolo qué quería que dijera y me dijo que diera un mensaje de justicia y que fuera para todos, porque entre ellos había de todas las religiones. Le pregunté si podía bendecir y me dijo que hiciera lo que sintiera.

La preocupación por no poner gestos o palabras que no respeten los sentimientos religiosos de ninguno de los familiares me parece lo más importante. Y me puse a contemplar los símbolos y la liturgia que ellos han ido gestando. Se ve que fueron esos símbolos los que me hicieron soñar.

Dudaba en bendecirlos haciendo la señal de la Cruz. Me parecía muy fuerte, por un lado, ya que mucha gente no se persigna. Por otro es lo más nuestro. Al final  me acordé del papa con los periodistas y los bendije en silencio e inclinando  la cabeza. Después en el sueño me di cuenta de que la Cruz ya la tenían ellos, la habían estampado en su cartel que dice JU5t1CIA, en esa “t” que pusieron en el centro. Me había impresionado y no podía dejar de mirar ese 1 de 51 víctimas que tiene un 1 chiquito adentro: es Uma la beba que murió en la panza de su mamá, Tatiana  y se ve que de tanto aguzar la mirada para ese 1 chiquitito como un corazón se me grabó la cruz. Por eso pensé que no hace falta bendecirlos con la Cruz, porque ya la tienen incorporada.

La otra imagen del sueño fue las de las mujeres estampando y estampando remeras, en medio del hall, con planchas y tinturas, remeras blancas y tendederos, concentradas prolijamente en su labor. Dijeron que estamparon más de 500. Y en el sueño las veía como otras Verónicas y a Jesús como el primer estampador que quiso grabar su rostro en la remera blanca del sudario. Así, los familiares estampan las caras de sus seres queridos y nos piden que estampemos la nuestra en su campaña por 5000.000 caras. Porque si no ponemos la cara nos estampan otros la cara de esa vaca que esta vez quisieron estampar los familiares: la cara de una vaca con ojos rojos y el logo “no somos animales”. Y pensaba que lo que nos convierte en animales no es tanto el que nos hagan viajar como ganado sino que no luchemos por la justicia. Esto es lo único que nos diferencia de los animales: luchar por la justicia.

Y también soñé con la sirena que sonaba y sonaba y yo quería sentir lo mismo que los papás sienten por su hijo cuando reviven su muerte y no podía. Y sentía angustia porque era como en una misa en la que la fe me dice que en la Eucaristía revivo la pasión, muerte y resurrección del Señor y yo sentía que si no puedo revivir la muerte del Señor tampoco puedo revivir su resurrección para darles esperanza. Y los miraba a ellos que cuando sienten la sirena se les nublan los ojos y uno ve que están reviviendo todo, que están sufriendo con los suyos y se les retuerce el corazón y les pedía que me permitieran compadecer con ellos para despertar mi fe y deseaba que ellos pudieran revivir no sólo el dolor sino también la resurrección sintiendo que Jesús estaba en el tren con sus familiares, estaba allí, amontonado y clavado entre los hierros, crucificado con ellos, dándole la mano a cada uno, dándole la mano a cada uno…

La gente les dice que olviden, que ya basta, que ya pasó. Pero ellos no. Es que si uno tapa la muerte tapa también la resurrección. Y me imaginaba después una misa en la que en vez de tocar las campañillas tocábamos la sirena, para recordar de verdad a Jesús.

En el sueño escuchaba también la narración que leen con desgarradora fuerza  María Luján y Paolo, y que los papás consensuan. Y veía pantallazos de todos los  personajes de la Pasión. Ese relato que hacen ellos en cada comunicado, en el que describen con nombre y apellido a los “responsables irresponsables” y toman nota cuidadosamente de sus dichos y acciones para que no los olvidemos, es un relato evangélico laico del viacrucis que vienen caminando.

Escuchaba las frases de los funcionarios y no podía no escuchar a Pilato. Parece mentira que no se den cuenta de la imagen que dan cuando se lavan las manos y se declaran inocentes de la sangre de estos justos. Se lavan las manos diciendo que “si el accidente hubiera sido un feriado habrían muerto menos”, que “en España y Suiza también pasa”, que “así es la vida…”. (Esta frase, la verdad, es que es increíble). El pilatismo es tan patéticamente obvio que a veces te hacen dudar un momento si es que son cínicos o en realidad están convencidos de que lavarse las manos es lo mejor para la gobernabilidad.

Me imaginaba a Judas, con su famosa frase que seguramente en algún momento de las coimas ha sido pronunciada. Era como si les escuchara decir, en algún momento de la negociación: “y qué nos dan si se los entregamos”. Lo digo en plural porque la entrega de Judas fue “personalizada” -entregó a Jesús, el Nazareno-, pero estos Judas Estructurales son peores, porque nos entregan a todos. De hecho fueron sólo los que le tocó ir ese día en ese tren, a esa hora, en esos primeros vagones. Pero al dejar librado al azar algo inexorable nos entregaron a todos. Esto es lo que los familiares se desesperan por transmitirnos y muchos no se quieren dar cuenta. Por eso es que tenemos que estar a su lado, luchando por la justicia: porque ese día estos murieron en lugar nuestro. La diosa estadística satisfizo su hambre por un tiempo ya que “no chocan dos trenes de esa manera en el mismo año” (al año y cinco meses ya pasó de nuevo, en Castelar).

También aparecían en el sueño los Caifás, los sumos sacerdotes del Poder, que dicen: es necesario que uno muera por el pueblo. “No se puede reparar todo sin subir las tarifas, sin dejar otras cosas” (los propios sueldos, entre ellas), dicen los políticos. “Podemos reparar un poco los trenes en nuestros talleres”, dicen los empresarios, “pero háganse cargo de que morirán algunos para que todos puedan viajar”. Y todos asienten. Y todos dicen: “somos soldados de este proyecto nacional: que algunos mueran por el pueblo”.

En el sueño aparecieron también los que, como Pedro en su momento, por miedo se convierten en cómplices con su negación y su silencio. Los que saben muy bien pero no quieren perder su trabajo o meterse en problemas. Los indiferentes, que suben y bajan del tren a sus cosas, aliviados de que no les haya tocado esta vez a ellos… Y los que, como María y Juan y las mujeres amigas, se quedan cerca, al pie de la Cruz, recorren el camino del calvario una y otra vez, los Cirineos, que acompañan y ayudan a llevar la Cruz, y tanta gente buena que hace fila para entrar a la vida por la puerta estrecha de la justicia y de la solidaridad.

La puerta de la justicia es estrecha y por eso es lenta y hay que hacer cola e ir al último, porque son muchos los que vienen haciendo cola con su expediente a cuestas. Pero es la puerta verdadera. La puerta por la que uno entra y sale con la cabeza alta, con dignidad y sintiéndose parte de un pueblo gracias a haber obrado bien, sin violencia ni agachadas. Es la puerta de la ciudadanía y, aunque no todos lo sepan, es la misma para entrar al Reino. Jesús no usa otra (¿habrá puerta más estrecha que la de la justicia argentina?). “Felices los que luchan por la justicia porque de ellos es el reino de los cielos”.

Diego Fares sj

Domingo 20 C 2013

Domingo 20 C 2013

 

Un cristianismo todo fuego

 

Ven, Espíritu Santo, llena el corazón de tus fieles

y enciende en ellos el fuego de tu amor

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Jesús dijo a sus discípulos:

“Yo he venido a traer fuego sobre la tierra ¡y qué deseo si ya está encendido!

De un bautismo tengo ser bautizado.  ¡Y cómo me angustio hasta que esto se cumpla plenamente! ¿Piensan que he venido a traer paz a la tierra? No, les digo que he venido a traer la división. De ahora en adelante, cinco miembros de una familia estarán divididos,  tres contra dos y dos contra tres: el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra” (Lc 12, 49-53).

 

Contemplación

Me llamó la atención que el evangelio no diga (como se traduce habitualmente) “cómo desearía que ya estuviera encendido” sino que Jesús se pregunta a sí mismo: “Y qué deseo si (ese fuego que vine a traer) ya está encendido”. Como diciendo: qué más deseo. Y allí agrega: lo que deseo (y que me da angustia) es que este fuego me “prenda” totalmente. Lo dice con la otra imagen, la del bautismo. Deseo ser bautizado (en la Cruz), plenamente, sumergiéndome en lo más humano de la humanidad, hasta experimentar el poder destructor del pecado y de la muerte y así poder redimir y salvar, ya que “sólo puede salvarse lo que se asume” (San Ireneo).

Jesús expresa que mientras el fuego de su Espíritu no se apodere de todo no habrá paz sino división. Es decir: si hay resistencia al fuego, a que el fuego de Jesús nos tome enteros, eso produce lucha y división. Jesús trae el fuego de un amor que quiere abrasar a todo el hombre y a todos los hombres. El deseo, por tanto, es que el amor de Jesús nos encienda plenamente.

 

En general, cuando en la Biblia se habla de fuego, es para señalar algo temible. Sólo el fuego de Jesús –“las lenguas de fuego” del Espíritu Santo (Hc 2, 3) y los “ojos como llamas de fuego” de Jesús en el Apocalipsis (Ap 2, 18) – es un fuego salvador, purificador y bueno. Arde y quema, es verdad, pero sin hacer daño. Causa división, es cierto, porque es fuego y no puede “negociar”: lo que no es “el oro del amor” lo destruye. Deja sólo lo valioso. Pero no hay que temerle. Hay que dejarse “encender” por este fuego que vino a traer Jesús.

 

Y para ir animándonos al fuego nada mejor que la vida de los santos.

 

Cuando Jesús habla de fuego, el primero que me viene a la memoria es san Alberto Hurtado. Dice nuestro santo: “Tomo el Evangelio, voy a San Pablo, y allí encuentro un cristianismo todo fuego, todo vida, conquistador; un cristianismo verdadero que toma a todo el hombre, rectifica toda la vida, abarca toda actividad”.

¿Qué hace ese fuego? “Negativamente, es la eliminación de todo lo que choca, molesta, apena, inquieta a los otros, lo que les hace la vida más dura o más pesada…”

Positivamente: ver el fuego encendido nos lleva a hacer amar la virtud: “Si no se hace amar la virtud, no se la buscará. Se la estimará, pero no se la buscará”. Por eso: “El temperamento dulce, alegre, ligeramente original, simple, no forzado, alegre, amable en el recibir las personas y las cosas, contribuye a la alegría de la vida… Algunas bromitas a tiempo… El sentarse junto a una mesa modestamente. Cada uno tiene posibilidad de hacer algo, cada uno siguiendo su carácter: unos alegres, otros artistas, otros tranquilos y pacíficos, otros simpáticos… Cada uno cultivando su naturaleza. La gracia supone la naturaleza”. Hasta aquí Hurtado.

Qué notable esto: para hacer amar la virtud cada uno tiene que cultivar su naturaleza, cultivar lo más propio suyo, no virtudes de otro. Yo debo cultivar lo que me hace arder a mí, con la ayuda de la gracia, por supuesto. Encender lo que uno tiene, quemar sólo lo que molesta a los demás.

Es para quedarse pensando… Lo especial que es este fuego de Jesús.

 

Igual da miedo el fuego. Buscaba imágenes para poner y las de fuego sobre la tierra son de incendios, de fuego devorador (“Nuestro Dios es fuego devorador”, dice la Carta a los Hebreos, siguiendo al Deuteronomio). Y en lo interior del hombre el fuego representa la pasión, lo que se desata y nos domina.

 

¿Cuál es la imagen del fuego de Jesús que no asusta ni causa temor? Creo que la del Espíritu Santo que desciende en Pentecostés como “lenguas de fuego”. El fuego del Señor es su Palabra. Y lo propio de la Palabra es dialogar y “encender” la libertad del que quiere escuchar, del que desea dejarse contagiar. La Palabra encendida contagia pero desde adentro. Y más cuando es Palabra que se transmite con el testimonio de la propia vida, de toda la persona.

 

Aquí me viene a la memoria Brochero. Ayer Rossi leía la carta de un periodista de aquel tiempo sobre Brochero y me pegó hondo este pasaje:

“Es un hombre de carne y huesos: dice misa, confiesa, ayuda a bien morir, bautiza, consagra la unión matrimonial, etc. Y sin embargo es una excepción: practica el Evangelio. ¿Falta un carpintero? Es carpintero. ¿Falta un peón? Es un peón. Se arremanga la sotana en donde quiera, toma la pala o la azada y abre un camino público en 15 días, ayudado por sus feligreses. ¿Falta todo? ¡Pues él es todo! y lo hace todo con la sonrisa en los labios y la satisfacción en el alma, para mayor gloria de Dios y beneficio de los hombres, y todo sale bien hecho porque es hecho a conciencia”.

 

Es potente y contagiosa esta imagen del cura que va donde lo llaman, movido por el fuego de su propio fervor, no por ningún deber exterior, y se hace todo a todos. Encontrar esta unión y sintonía entre el propio fuego y el Fuego del Espíritu es la gracia mayor, para dejar de movernos a desgano, por imperativos de otros que hemos incorporado o que nos exigen desde fuera y comenzar a vivir desde ese Fuego que sólo Jesús enciende y que combina de modo maravilloso nuestro fuego y el de su Espíritu.

 

¿Cómo se reconoce este fuego dialogado?

Es un fuego que se enciende sólo con la palabra del evangelio.

Su calor y su luz la llamamos “consolación”.

Es enteramente especial. Uno la distingue en su interior claramente sin necesidad de que otro se la explique. Luego, a lo largo de la vida, cuando vienen consolaciones bajo apariencia de bien pero que son del mal espíritu, hará falta ayuda para discernirlas. Pero las básicas, las que el Padre nos regaló cuando encendió en nosotros la Fe y el amor a Jesús, esas no traen duda.

El fuego de Jesús tiene la característica de encender sólo lo que Él quiere y en la medida en que Él sabe que podemos sostener su llama sin que nos consuma ni se nos apague.

Sólo el fuego de Jesús es capaz de arder en nuestra zona buena purificando lo malo poco a poco e incluso conviviendo con “cizañas” que no toca y que no lo contaminan. No tiene para nada la irracionalidad del fuego terreno o demoníaco que arrasa con todo y no respeta nada. El fuego del Señor arde en nuestra libertad. Es fuego dirigido a Él y a sus cosas (al bien del prójimo). Fuego de Fe que ilumina, Fuego de Caridad que mueve a amor y compasión, Fuego de Esperanza que nos hace ir adelante.

Otra señal es la alegría. El fuego de Jesús enciende la alegría espiritual.

Se puede compartir. Como es “moderado” (discreto, diría Ignacio) se puede compartir a todos y recibir de todos, como quien enciende distintas velitas.

 

Fuego discreto sería la mejor expresión. Por eso no daña.

Puede ser fueguito humilde como la fe sencilla del pueblo fiel o antorcha encendida como la vida de los santos.

El fuego de Jesús ya está encendido sobre esta tierra y va purificando con su misericordia y enfervorizando con sus santos deseos a todos los hombres.

Ojalá nos de a gustar a cada uno el sabor del fervor discreto y de la discreta caridad, de la que hablaba Ignacio. Remedio de todos los males, los que son  por exceso y los que son por defecto.

Bernárdez tiene una expresión que hay que leer situada en el corazón de su poema “estar enamorado”. Dice así:

 

Estar enamorado amigos, es descubrir dónde se juntan cuerpo y alma.
Es percibir en el desierto la cristalina voz de un río que nos llama.
Es ver el mar desde la torre donde ha quedado prisionera nuestra infancia.
Es apoyar los ojos tristes en un paisaje de cigüeñas y campanas.
Es ocupar un territorio donde conviven los perfumes y las armas.
Es dar la ley a cada rosa y al mismo tiempo recibirla de su espada.
Es confundir el sentimiento con una hoguera que del pecho se levanta.
Es gobernar la luz del fuego y al mismo tiempo ser esclavo de la llama.
Es entender la pensativa conversación del corazón y la distancia.
Es encontrar el derrotero que lleva al reino de la música sin tasa.

 

El fuego discreto de Jesús es el que enamora haciéndonos “gobernar la luz del fuego y al mismo tiempo ser esclavos de su llama”.

Diego Fares sj

 

 

La altura de María -Fiesta de la Asunción

  Elevó a los humildes

san nicolás Aleluia.  María fue llevada al cielo; se alegra el ejército de los ángeles.  Aleluia.

 

María partió y fue sin demora a un pueblo de la montaña de Judá.

Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel.

Apenas esta oyó el saludo de María, dio saltos de gozo el niño en su seno,

e Isabel quedó llena del Espíritu Santo y levantó la voz con gran clamor diciendo:

«¡Bendita tú entre todas las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!

¿De dónde a mí esto de que venga la Madre de mi Señor (y se me acerque) a mi?

En cuanto sonó la voz de tu saludo en mis oídos, dio saltos de alegría el niño en mi seno.

Feliz la que creyó que tendrán cumplimiento las cosas que le han sido dichas de parte del Señor».

María dijo entonces:

«Engrandece mi alma al Señor,

y se regocija mi espíritu en Dios, mi Salvador,

porque miró con bondad la humildad de su servidora.

En adelante todas las generaciones me llamarán feliz,

porque hizo en mi favor grandes cosas el Poderoso:

¡Santo es su Nombre!

Su misericordia se extiende por generaciones y generaciones

Para con aquellos que le temen.

Hizo ostentación de poder con su brazo:

dispersó a los soberbios en los proyectos de su corazón;

Derrocó de su trono a los poderosos y elevó a los humildes;

Colmó de bienes a los hambrientos y despidió vacíos a los ricos.

Tomó bajo su amparo a Israel, su servidor, para acordarse de la misericordia,

como lo había anunciado a nuestros padres,

a favor de Abraham y de su descendencia para siempre.»

María permaneció con Isabel unos tres meses y luego regresó a su casa

(Lc 1, 39-56).

 

Contemplación

 Miramos las personas con amor –  Vemos lo que hacen con esperanza – Oímos lo que dicen con fe.

La riqueza de la liturgia de la Asunción hace que uno quiera contemplar a María a través de todos los textos. Como si uno tuviera muchas fotos de nuestra Señora, una más linda que la otra, y las fuera mirando todas, sin decidirse por ninguna.

Con la Virgen pasa así: cada uno tiene su imagen preferida, pero le gusta mirar  las preferidas de los demás.

Nuestro pueblo se complace en tener, en cada sitio, «su» imagen de María.

Cada imagencita, cada estampa, es como la foto que cada pueblo le saca a nuestra Señora para tenerla siempre fresca en los ojos y en el corazón.

María una y multiplicada por el cariño… Ella misma lo profetizó…

 

La contemplación que hacemos consiste en eso: en “elegir” la imagen que más nos gusta, en encontrar una perspectiva para, desde allí, darnos el gusto de mirar a nuestra Señora y dejar que su rostro, sus gestos, sus palabras, nos queden impresos en el corazón, de modo que cuando lo necesitamos, la sintamos cerca.

“Elevó a los humildes”.

Esta frase de María en su Magnificat puede darnos hoy esa perspectiva que buscamos: puede hacer que «la miremos toda” desde este punto de vista de su elevación.

 Miremos quién es la persona que dice esto y ante quién:

La prima joven es la que pronuncia estas palabras ante Isabel, la prima mayor.

Se trata de algo que ella siente en su corazón.

Ante el elogio de Isabel, que es personal –“Feliz de tí»-, María expresa  que lo que el Señor hizo con ella, ella ve que lo hará con todos.

Y comparte con su prima (y con todas las generaciones y generaciones) esto que ella siente, esto que ella ve: El Señor se complace en elevar a los humildes.

Solemos decir que María habla poco en el Evangelio.

Sin embargo, la vez que habló, se habló todo. Como pasa entre las amigas que se ven poco, pero cuando se ven “se hablan todo”.

En el Magnificat, María se habló todo: de Dios y de la historia humana.

¿Cómo es el Dios de María?, nos podemos preguntar.

 Contemplamos al Dios de María

Entre otras muchas cosas, es un Dios que “tira abajo” y que “levanta”.

Un Dios que se abaja y mira con bondad la humildad de su pequeña servidora y un Dios que hace ostentación de poder y derroca a los poderosos de sus tronos.

Se trata de mirar no una cualidad de Dios sino un modo de actuar.

Y no un modo entre otros, sino algo esencial.

Es el Dios que “levanta» a Jesús de la muerte, lo pone en pie.

Es un Dios que “hace subir a sí” a María, la primera elevada al Cielo – a esa intimidad sagrada del Dios Trino y uno que llamamos Cielo-.

Digo “elevación a la intimidad”, porque se trata de una elevación que “asume” –por eso Asunción- no de una elevación que aleja.

Los ojos de la Virgen, en su limpidez cristalina, disciernen este modo de actuar en que se complace el Todopoderoso: ella ve que hay gente a la que Dios eleva y gente a la que Dios tira abajo (con el deseo de elevarlos si quieren dejarse mirar en su pequeñez).

Contemplamos a María, elevada por el Señor

La liturgia rescata para María la imagen antigua del Arca de la alianza elevada en andas sobre los hombros del pueblo.

El libro de las Crónicas tiene una mención al traslado del Arca, cuando el Rey David la hizo subir al lugar que le había preparado en Jerusalem. Si imaginamos una foto, veríamos a los hijos de los Levitas trasladando el Arca de Dios, sosteniéndola sobre sus hombros con unas andas (1 Cr 15).

Se trata, pues, de una primera elevación-Asunción de María: en andas sobre los hombros de su pueblo fiel, que la ama.

El peso leve de sus imágenes y cuadros sobre los hombros de las mujeres y de los hombres de nuestro pueblo…

Nos metemos entre la gente, recordando alguna procesión en la que estuvimos y le ponemos el hombro a nuestra Señora.

Dejamos que su peso leve y ligero se nos acomode y nos afirme el paso. Deseamos que la miren a ella, que ella sea la alabada, la que todos los ojos miran…

Y rezamos por nuestro pueblo, por la Iglesia, que necesita subirla a ella en hombros, para sentir que el Señor habita en medio de su pueblo.

Como dice el Salmo 131:

“El Señor eligió a Sión (a María),

            y la deseó para que fuera su Morada.

            «Este es mi Reposo para siempre;

            aquí habitaré, porque lo he deseado” .

Y le pedimos:

“¡Levántate, Señor,

entra en el lugar de tu Reposo,

Tú y tu Arca poderosa!”

 

Hay gente a la que el Señor eleva y eleva “no mucho”: a María la eleva sobre los hombros de los demás.

No la eleva él solo, sino que hace sentir a todos ganas de elevarla y de ponerla en andas.

Es una elevación comunitaria, en la que al elevar a la Elegida entre muchos, todos nos sentimos elevados y unidos unos con otros.

Es el gozo de coronarLa, de entronizarLa, de hacer ver que la mejor de todos es la que está en el Trono, la que conduce.

Nos quedamos contemplando a María elevada al Cielo, pero a ese Cielo que está cerquita, a la altura de nuestros hombros si la ponemos en andas y la llevamos entre todos, como pueblo fiel.

Gustamos la proximidad del Reino de los Cielos en esa altura cercana de María, en ese su querer estar apenas un poquito por encima de sus hijitos. Hasta esa altura posible queremos, junto con Dios, elevar a María.

La imagen que tengo es la de nuestras procesiones multitudinarias en las que una imagencita de la Virgen sobresale apenas un poco por sobre las cabezas numerosas de la gente sencilla.

Altura asequible para las manos que quieren tomar gracia.

Altura de mamá, no de superstar.

Altura que obliga a bajar a Dios a bendecir con su mano las cabezas de su pueblo si es que la quiere acariciar a ella.

Altura que María comparte con la de los chicos a los que sus papás se ponen en hombros.

Altura que se mantiene en contacto con la multitud fatigada y anónima, pero que con alla anda como ovejas que sí tienen Pastor.

Altura que derriba las alturas falsas a las que nos disparan nuestras pretensiones.

Reflexión para sacar provecho

Dialogo con el Señor de lo que sentí en la contemplación.

Pido la gracia de discernir:  la palabra contemplada ¿qué me  invita a elegir o a dejar en mi vida práctica?

Mirando a nuestra Señora, podemos ir reflexionando y sacando provecho…

¿De qué alturas me ha bajado o me tiene que bajar el Señor, para que pueda gozar de este elevar a María junto con mis hermanos?

En general, tenemos buen ojo para “tirar abajo” al que se le suben los humos, pero

¿estoy buscando mi lugar entre los que llevan las andas?

¿estoy poniendo el hombro a alguna tarea común, de esas en las que anda metida María, tipo visitar a su prima Isabel para dar una mano…,

o cuidar que al pobrecito Jesús no le falten los pañales…,

o andar por la cocina de las bodas viendo qué hace falta…,

o siguiendo algún vía crucis de cerca, dando ánimo…,

o estar junto con la comunidad cuando se reúnen para rezar y para la Eucaristía…?

Domingo 19 C 2013

 

 Los pequeños rebaños

 Hogar 2009 042

 

 

Jesús dijo a sus discípulos:

«No temas, pequeño Rebaño, porque el Padre se ha complacido en darles a ustedes el Reino. Vendan sus bienes y denlos como limosna. Trabajen haciendo bolsas que no envejezcan y tesoros que no se agoten, en el cielo, donde no se aproxima ningún ladrón ni la polilla puede corroer. Tengan en cuenta que allí donde uno tiene su tesoro, allí está también su corazón.

Estén preparados, ceñido el vestido y con las lámparas encendidas. Sean como los hombres que esperan el regreso de su señor, que fue a una boda, para abrirle apenas llegue y llame a la puerta.

¡Felices los servidores a quienes el señor encuentra velando a su llegada! Les aseguro que él mismo recogerá su túnica, los hará sentar a la mesa y se pondrá a servirlos. ¡Felices ellos, si el señor llega a medianoche o antes del alba y los encuentra así!

Entiéndanlo bien: si el dueño de casa supiera a qué hora va a llegar el ladrón, no dejaría perforar las paredes de su casa.

Ustedes también estén preparados, porque el Hijo del hombre llegará a la hora menos pensada.»

Pedro preguntó entonces:

«Señor, ¿esta parábola la dices para nosotros o para todos?»

El Señor le dijo:

«¿Cuál es el ecónomo fiel y prudente, a quien el Señor pondrá al frente de su personal para distribuirle la ración de trigo en el momento oportuno? ¡Feliz aquel a quien su señor, al llegar, encuentra ocupado en este trabajo! Les aseguro que lo pondrá por sobre todos sus bienes.

Pero si este servidor piensa en su corazón: «Se demorará la llegada de mi señor», y se dedica a maltratar a los servidores y servidoras más pequeños, y se pone a comer, a beber y a emborracharse, su señor llegará el día y la hora menos pensada, lo castigará y le hará correr la misma suerte que los infieles.

El servidor que, conociendo la voluntad de su señor, no tuvo las cosas preparadas y no obró conforme a lo que él había dispuesto, recibirá un castigo severo.

Pero aquel que sin saberlo, se hizo también culpable, será castigado menos severamente. Al que se le dio mucho, se le pedirá mucho; y al que se le confió mucho, se le reclamará mucho más» (Lc 12, 32-48).

 

Contemplación

El primer “gusto” espiritual al leer el evangelio fue sentir que me conmovía la multitud de imágenes “llenas de gracia” que se agolpan en este pasaje de Lucas. Las palabras rebañíto, lámpara encendida, corazón y tesoro, son palabras potentes. Y todo está lleno de dinamismo: gente que vuelve de una boda, servidores que esperan velando, el señor de la casa que trae cosas ricas del casamiento y se pone a servir a su personal, el encargado feliz de hacer cada tarea en el momento de gracia (kayros)… También están las imágenes contrapuestas que generan inquietud: los ladrones y el encargado que maltrata a la gente. Diría que refuerzan con su realismo la idea de que la felicidad del reino implica lucha espiritual.

 

La imagen que concentró toda la energía del evangelio fue “pequeño rebaño”. “No temas, pequeño rebaño”, dice Jesús. Es una frase de Buen Pastor. Una frase tranquilizadora, cariñosa. Pequeño Rebaño, no temas. ¿Por qué “no temas”? Porque la pequeñez y la fragilidad es algo querido por el Padre. A nuestro Padre del Cielo la ha complacido darnos el reino precisamente porque somos pequeños. Así como se complace en revelar a Jesús a los pequeños y no a los sabios, también le complace donar su reino, la gestión, diríamos hoy, del reino, a los pequeños y no a los poderosos.

 

Gustamos la pequeñez del rebaño. Nos viene la imagen de María. Ella saborea íntimamente al Dios que la miró en su pequeñez.

 

Gustamos el gusto del Padre, lo que le complace. Es lindo saber lo que le gusta a otro. Y Jesús nos revela nada menos que lo que le gusta al Padre. Al Padre le agrada la pequeñez de sus hijos, su inocencia y fragilidad, su apertura de corazón para dejarse ayudar y mimar. Nada conmueve tanto el corazón de un papá como la fragilidad de su hijito. Aunque le de pena si lo ve indefenso también sabe que esa misma pequeñez es la puertita por la que él puede entrar en el corazón de su hijo y ayudarlo con su fortaleza y su sabiduría allí donde el pequeño se hace lío o se encapricha y no sabe cómo salir.

 

Lo que le agrada al Padre. Pablo usa la palabra (eudokesan, complacuit, en latín) para hablar de lo que sienten las iglesias de Macedonia y Acaya al dar limosna para la iglesia de Jerusalen. Es eso que uno siente cuando hace una colecta para ayudar solidariamente a otros que están necesitados y la colecta sale buena, como ahora que tanta gente ayudó a nuestros hermanos de Rosario.

 

La eudokía, el beneplácito, es un acto profundo del corazón, implica todo nuestro ser. Cuando consentimos a algo lo reafirmamos, y mostrando nuestro agrado y complacencia, nos damos a conocer: esto me agrada. Teresita traducía “hágase tu voluntad” como un “hágase lo que te gusta”.

Agradar a Dios es algo estético. No sólo se cumple funcionalmente sino que al agregar un toque de belleza, un detalle, un gesto lindo, uno muestra que está haciendo las cosas de corazón.

A eso apunta la imagen del servidor fiel y prudente que hace las cosas en el “tiempo oportuno”. La belleza de una fiesta, por ejemplo, no consiste sólo en los adornos y vestidos, en la música y la comida sino de manera muy especial en el “ritmo” que hace que todo fluya y cada cosa se haga en el momento justo. Entonces se goza de la fiesta. Si hay demoras o si se apuran las cosas la fiesta se malogra.

Todo esto yo lo “gusto y lo siento” imaginando la vida del Hogar. Cada uno está invitado a rezar identificando su pequeño rebaño.

Ante Jesús no estamos solos. El no nos mira como individuos aislados que se dirigen a Él desde una autoconciencia aislada (yo, me mi conmigo y mis cosas).

Nada de eso. Jesús nos mira allí donde somos “pequeño rebaño”. Esa es la unidad mínima en la que soy puesto y mirado. Como pequeña familia, como grupo de amigos, como comunidad, como obra apostólica, como Casa y como Hogar, como clase, como equipo, como grupo.

Esto es importante porque la ilusión de que somos “individuos aislados”, cada uno con su celular, su auto, su bici, sus auriculares y su netbook, es una disociación producida por el mercado que quiere vender más cosas y por eso las hace “exclusivas” en vez de “inclusivas”.

Las gracias del Padre, en cambio, son todo lo contrario: no hay ninguna exclusiva. ¡Ninguna!  Son todas con los demás y para los demás. Y esto desde su raíz misma: no hay gracia que sea “algo mío que Dios me da para, luego, compartir con todos” sino “gracias dadas a mi pequeño rebaño”, gracias dadas al menos “para dos o tres” (donde hay dos o tres que rezan allí está el Señor en medio de ellos).

Esto es de vitalísima importancia, aviso, porque hay muchísima gente que siente que no recibe nada de Dios, que Dios no la escucha o nunca le dio nada “especial”. La imagen sería la de un niño rodeado de regalos “interactivos” que llora porque ninguno funciona si no lo usa de a dos o más.

Hay gente que dice que “no entiende” el evangelio o “no siente nada” cuando lee y no se da cuenta de que tiene que “leer con otro” y “para otro”. Pero no con cualquiera sino con otro de su pequeño rebaño. Si se pone a explicarle el evangelio a su hijito, por ejemplo, o le enseña a rezar el Ave María, sentirá inmediatamente la dulzura del Rosario que nunca sintió, por ejemplo. O si se pone a pensar cómo hacer para trabajar mejor en su equipo, cómo tiene que tratar a los otros, en qué momento intervenir…, con miras a hacer un bien a los demás, verá la cantidad arrolladora y deslumbrante de buenas ideas que se le ocurren y que puede poner inmediatamente en práctica. El Espíritu Santo se activa y salta de gozo y prorrumpe en un torrente de ideas luminosas y eficaces cuando una persona entra en esta onda comunitaria. ¿No funcionan así nuestras obras de misericordia?

Por supuesto que las primeras gracias que el Señor nos concederá “a raudales” serán la de humildad, paciencia, buen humor, sentido del límite, oportunidad… Es decir: todas gracias para ser uno ese “servidor fiel y prudente” a quien lo premia en primer lugar su Señor. La gracia viene siempre “jerarquizada”: hacia los más pequeños son gracias de servicio y de aguante. Las gracias de ser premiado y alabado vienen desde arriba. Te elogia tu Señor, no tanto los que servís, que más bien te exigen y reclaman.

 

Bueno, como siempre una pequeña anécdota con lo más fuerte de la semana. Ayer cumplí años y fue muy lindo recibir los llamados y saludos de mis amigos. Los amigos siempre preguntan “te llamó tu Mamá” y se alegran porque en el cumpleaños la madre es a quien primero se agradece la vida. Antes no preguntaban “te llamó Jorge”, porque estaba en el ámbito privado y uno no suele preguntar si llamó otro amigo. En todo caso el del cumple lo comparte. Ahora, como Jorge es el Papa Francisco, todos preguntan “te llamó el Papa”. Y es un llamado “compartible”, porque viene con saludos “para toda tu gente”, para “mi pequeño rebaño”, quiero decir. Me dejó un mensajito, porque estaba con el celular apagado ya que tenía una reunión y después llamó de nuevo mientras iba en un taxi. La tachera (era una señora) pescó algo porque estuvimos charlando como diez minutos y después que terminamos de charlar le comenté y compartimos la linda sensación de viajar en un Taxi bendecido, como me dijo ella.

Cuando llegué al Hogar estaban comiendo los del segundo turno y no sabían que era mi cumpleaños, así que saludé como siempre y me fui para arriba. (Juliana siempre hace comida especial cuando es “el cumpleaños del director” pero a mí no me gusta exagerar en esto porque me parece que vendría a ser como un cumple con “público cautivo” y a veces uno exagera para el otro lado y no se hace nada). La cuestión es que  me quedé con gusto a poco y me regalé mi regalo del día. Bajé, entré en cada comedor, les dije que era mi cumple, les compartí los saludos del Papa que eran también para ellos y les expresé que quería (que me complacía enormemente y necesitaba y me agradaba más que nada en el mundo, pero todo esto lo dije sólo interiormente y ellos ni se enteraron) el saludito de cada uno, les di la mano a todos (una mirada mejor que la otra, les confieso, y cada uno un gesto especial al dar la mano y decir “feliz cumpleaños, padre”).

Será que hay gustos que hay que dárselos en vida o que cuando uno ya tiene el saludo del papa quiere el de los pequeñitos… o las dos cosas, no sé. La cuestión es que me fui feliz y la alegría vuelve ahora que lo cuento, llena de rostros, sonrisas y la imagen de los que me querían dar el codo porque estaban comiendo el pollo con la mano. Lo que sí sé es que es verdad que uno es feliz cuando la mirada del Señor lo encuentra ocupado en esta tarea. Re-feliz.

 

Diego Fares sj