Domingo 15 C 2013

El Papa Francisco y las dos trascendencias o salidas de sí

 

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Un doctor de la Ley se levantó y le preguntó para ponerlo a prueba:

«Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la Vida eterna?»

Jesús le preguntó a su vez:

«¿Qué está escrito en la Ley? ¿Qué lees en ella?»

El le respondió:

«Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con todo tu espíritu, y a tu prójimo como a ti mismo.»

«Has respondido exactamente, le dijo Jesús; obra así y alcanzarás la vida.»

Pero el doctor de la Ley, para justificar su intervención, le hizo esta pregunta: «¿Y quién es mi prójimo?»

Jesús volvió a tomar la palabra y le respondió:

«Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó y cayó en manos de unos ladrones, que lo despojaron de todo, lo hirieron y se fueron, dejándolo medio muerto. Casualmente bajaba por el mismo camino un sacerdote: lo vio y siguió de largo. También pasó por allí un levita: lo vio y siguió su camino. Pero un samaritano que viajaba por allí, al pasar junto a él, lo vio y se conmovió. Entonces se acercó y vendó sus heridas, cubriéndolas con aceite y vino; después lo puso sobre su propia montura, lo condujo a una hospedería y se encargó de cuidarlo. Al día siguiente, sacó dos denarios y se los dio al dueño de la hospedería, diciéndole: «Cuídalo, y lo que gastes de más, te lo pagaré al volver.» ¿Cuál de los tres te parece que se portó como prójimo del hombre asaltado por los ladrones?»

«El que tuvo compasión de él», le respondió el doctor.

Y Jesús le dijo:

«Ve, y procede tú de la misma manera» (Lucas 10, 25-37).

 

Contemplación

¿Quién es mi prójimo? pregunta el doctor de la ley y todos preguntamos con él. Lo que quiero decir es que esta pregunta es básica y hace bien tomar conciencia de ella, porque es la que ilumina nuestra conciencia. El doctor de la ley le había preguntado otra cosa a Jesús. Le había preguntado ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna? Y de golpe, cuando Jesús le hace responder por sí mismo y recita el mandamiento que ya conocía, este hombre se encuentra haciendo la pregunta por el prójimo. Lucas dice que la hizo para justificarse. Justificarse es ponerse en relación correcta, justa, dando a cada uno lo suyo. Y el doctor se da cuenta de que, para él, está claro lo que es “estar en relación justa con Dios”, pero la cuestión del prójimo no le parece tan clara. ¿Quién es mi prójimo? ¿A quién tengo que amar como a mí mismo?

Un excurso. Notemos, aunque parezca obvio, que no pregunta ¿y quién es Dios?

Es que hay personas (y culturas y épocas) para las que la pregunta por Dios no significa un problema. Sin embargo, esa humanidad que tenía claro quién era Dios, discutía si los esclavos eran personas, por ejemplo. Nuestra época, en cambio, ha avanzado mucho en reconocer al prójimo, con todas sus diferencias, pero la pregunta por Dios ha quedado –quizás- un poco postergada.

La cuestión es que Jesús une las dos preguntas y los dos mandamientos. Reconocer quién es mi prójimo y amarlo va junto con reconocer Quién es Dios y amarlo.

Y si queremos crecer, tenemos que hacerlo en ambas direcciones y partiendo de un amor –el que más sintamos- para ayudar al otro.

En su charla de hace una semana con los seminaristas, novicios y novicias, el Papa Francisco dijo algo sobre la oración que me ayudó muchísimo, como si por primera vez entendiera lo que es rezar. Hablaba de “salir de sí para anunciar el evangelio” y agregó: “pero para hacer esto deben salir de ustedes mismos para encontrarse con Jesús. Hay dos salidas: una hacia el encuentro con Jesús, hacia la trascendencia; la otra, hacia los demás para anunciar a Jesús. Estas dos salidas van juntas”.

A mí me ayudó a ver que rezar es “salir de mí mismo”, trascender hacia un Jesús tan sorprendente y cambiante como el prójimo y mucho más aún. Muchas veces no he rezado por no querer “entrar en mí mismo” o “encontrarme con todos los problemas que tengo”, por eso muchas veces he pensado que es mejor distraerme. Y resulta que la oración es “distraerme” en Jesús, salir de mis cosas para ir a él, así como servir al prójimo es dejar lo mío para acudir a lo que necesita el otro.

En la parábola que cuenta Jesús se ve clarito que es cuestión de “trascender”, de “ver al otro”, de hacer lo que la situación del otro requiere. En general las conclusiones que sacamos de la parábola del buen samaritano es que está bien pero que es difícil, si tenemos en cuenta todo lo que conlleva “ayudar el herido que está al borde del camino”. Sin embargo, esto que es arduo de llevar a la práctica, ya que son tantos los excluidos, creo que para nuestra cultura no es difícil verlo y pensarlo. Son muchísimos los samaritanos hoy en día. La cultura de la solidaridad es cálidamente acogida en muchos corazones y hasta tiene buena prensa. Hay tantísimo para crecer en esto, pero la mente está más abierta que en otras épocas. Pensaba en la película de Lincoln, en la que, para ganar la votación en la que está en juego abolir la esclavitud, Thadeus Steevens (interpretado magistralmente por Tomy Lee Jones que fue nominado para el Oscar), para no espantar el voto de algunos timoratos, tiene que afirmar que cree en la igualdad de todos los hombres sólo ante la ley y no por naturaleza!!!

 

El Papa, a la vez que insiste en el “salir de sí hacia las periferias existenciales”, pone atención en aclarar la “salida de si hacia Jesús en la oración”, cosa que no  entra fácilmente en los oídos modernos. Hace poco citaba a madre Teresa y decía que todos alaban el tiempo que dedicaba a los moribundos y enfermos pero que pocos admiran cómo pasaba horas de rodillas ante el santísimo.

A mí me ayuda esto de pensar la Oración y el Apostolado como dos maneras de salir de mí, de trascender hacia el otro –hacia Jesús y hacia el prójimo-.

No cualquier servicio al prójimo es “trascender”. Incluso en la formulación misma algunos cristianos hablan muy “autorreferencialmente”: “es el gesto que nuestra comunidad puede dar”, he oído decir. No es que esté mal dar lo que uno pueda, pero me parece que falta agregar: “y luego examinamos si realmente le hace bien al otro lo que damos y cómo lo damos”, si lo ayuda a querer mejorar por sí mismo o si lo vuelve más dependiente de nuestra asistencia (que se inclina así hacia el  asistencialismo). El paso de “trascendencia” es clave en todo proceso.

Lo mismo en la oración: hoy en día hay una gran oferta de dinámicas de introspección y autoconocimiento, dado que hay problemas espirituales que provienen de heridas no sanadas, de baja autoestima, de falta de autorrealización, de motivaciones no clarificadas a la hora de decidir la vocación… Pero si no se da el paso de trascendencia a Dios como el Otro, que me creó de la nada, que me da su gracia santificante, que ilumina mis ideas con las del evangelio y me llama y misiona y envía con un mensaje que es Suyo, falta lo esencial.

Y ¿por qué es importante este paso de trascendencia, de salir de sí? ¿No está bueno el trabajo de autoconocimiento y autorrealización? Claro que sí, desde el momento en que el Señor habla de amar al otro “como a uno mismo”.

Pero, dado que somos “creaturas”, lo más propio nuestro, el fondo de nuestro corazón y de nuestro existir mismo, es algo “no nuestro”, es puro don de Otro. Por eso es más importante el paso de trascendencia: porque no hay nada en nosotros que sea, de última, autosuficiente y que se pueda autorrealizar, somos seres necesitados de vida y de salvación, necesitados del Don de ser (incluso del Don de ser nosotros mismos, gracias al rol que se nos da en la misión que nos permite crecer como personas).

 

El Amor se da entre dos o más y no hay “autoamor” que no se relacione con el amor al Otro. Uno puede crecer mucho –muchísimo- en sí mismo, en autoconocimiento, cultura, autodominio… Pero siempre es “dentro de su propio límite”. En cambio, cuando uno da un pasito hacia el otro y crece en la trascendencia del Amor, (sea que se autoconozca más o menos) crece en el ámbito decisivo de la vida: el de la fecundidad y el de la comunidad. Uno ama –reza y sirve- cuando sale de sí. Cuando se da al otro y le hace bien al otro y cuando el otro le hace bien a uno. Si uno no sale de sí no es fecundo, sólo engorda (esto va con conocimiento de causa).

Una pequeña anécdota acerca del prójimo. El resumen sería que “me confesé con un policía evangélico”.

…. Lo fui identificando de a poco. Primero fue un saludo potente y de lejos al que no estaba acostumbrado. Era bien tempranito y me saludó desde la esquina de enfrente cuando yo pasaba: ¡Buen día Padre Diego! Flaco y alto, pensé que me reconoció porque me había visto en las bendiciones que les hago a los de la 6ª cuando dan los premios de fin de año a los que se destacaron en el servicio. Este año creo que lo felicité especialmente cuando estaba con su hijita y por eso, pensé, me debe haber reconocido (otros no son muy de saludar). Otra mañana, como pasé a su lado, el saludo fue dándonos la mano. La tercera vez me lo encontré en la panadería Santa Rosa, a la que entré para saludar a Daniel, el dueño, que me había mandado saludos por uno de los que buscan el pan a la mañana. El policía estaba adentro de la panadería y allí me enteré que se llamaba Héctor Abba. Y como me hizo notar que Abba hay uno sólo, señalando con los ojos para arriba, sospeché que era evangélico. La semana pasada lo confirmé ya que nos quedamos charlando un poquito porque me sacó el tema del Papa Francisco y de la barrida que estaba pegando en el vaticano y me dijo que el Cardenal siempre se había llevado bien con ellos, los evangélicos. Yo le dije que a mí me gustaba cómo rezaban ellos y se ve que lo sorprendió un poco. Sí, le dije, porque ustedes rezan muy espontáneamente y con mucha fe. Voy a rezar por Ud. Me dijo. Y se animó más: si quiere intercedo. Sí, le dije, pedí por mí. Voy a interceder pero… -y se animó otro poquito-: tengo que saber la raíz. A la pucha, sentí. Este me está confesando. Sentí un poco de pudor de tener que confesarle mis pecados y le confesé mi necesidad: y.. el Hogar pesa. Hay que sostener todo. Pedí que lo sostenga bien. Cómo no, me dijo, como quien recibió la consigna clara. Ahí nos despedimos y la verdad es que me salió darle un abrazo. Me fui contento y riéndome para adentro: yo que hago acompañamiento espiritual y este en dos palabras me hizo ir a la raíz!

Bueno, lo que quiero decir es que el prójimo no es solo el que está tirado (del cual vemos la necesidad más que la persona), el prójimo es el que está al borde de nuestro camino. Ese borde o costado es el lugar para trascender (o para volverse sobre uno mismo). El prójimo es el otro en cuanto tal, en cuanto me hace trascender hacia él, por eso puede ser también uno que está al borde del camino de guardia y vigilando.

La cuestión es salir del camino y abrirse al otro. Trascender. En el servicio y en la oración. Allí siempre se da el encuentro y cuando hay encuentro somos prójimos. En este caso, el Buen Samaritano fue el policía Héctor. Tan Samaritano que me juego a que cuando nos crucemos de nuevo me va a preguntar si quedó algo por pagar y se ofrecerá a interceder de nuevo.

Diego Fares sj

 

 

 

 

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