Domingo 17 C 2013

Nuestro Amigo el Padre

             Un día, Jesús estaba orando en cierto lugar, y cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: «Señor, enséñanos a orar, así como Juan enseñó a sus discípulos». El les dijo entonces: «Cuando oren, digan: Padre, santificado sea tu Nombre, que venga tu Reino, danos cada día nuestro pan cotidiano; perdona nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a aquellos que nos ofenden; y no nos dejes caer en la tentación». Jesús agregó: «Supongamos que algunos de ustedes tiene un amigo y recurre a él a medianoche, para decirle: «Amigo, préstame tres panes, porque uno de mis amigos llegó de viaje y no tengo nada que ofrecerle», y desde adentro él le responde: «No me fastidies; ahora la puerta está cerrada, y mis hijos y yo estamos acostados. No puedo levantarme para dártelos». Yo les aseguro que aunque él no se levante para dárselos por ser su amigo, se levantará al menos a causa de su insistencia y le dará todo lo necesario. También les aseguro: pidan y se les dará, busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá. Porque el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abre. ¿Hay entre ustedes algún padre que da a su hijo una piedra cuando le pide pan? ¿Y si le pide un pescado, le dará en su lugar una serpiente? ¿Y si le pide un huevo, le dará un escorpión? Si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a aquellos que se lo pidan» (Lc 11, 1-13).

Contemplación

Mateo pone el Padre Nuestro en el contexto de la oración hecha en secreto y remarca la condición de perdonar a los enemigos para ser perdonados por nuestro Padre. Lucas pone el Padre Nuestro en el contexto de la amistad, contando la parábola del amigo insistente que pide pan a su amigo ya acostado para su amigo que llegó de viaje.

¡Ser amigos del Padre! ¿Entra en nuestro imaginario?

En sus homilías mañaneras en Santa Marta, el Papa comentaba el Padre Nuestro de Mateo y hablaba de esta cercanía del Padre:

“¿A quién debo orar?,

¿al Dios Todopoderoso?

Demasiado lejos.

“Esto no lo siento”.

Ni siquiera Jesús lo sentía.

¿A quién debo orar?

¿Al Dios cósmico?

Es algo bastante común en nuestros días, ¿no?… orar al Dios cósmico.

Esta cultura politeísta que viene junto con esta cultura light…

¡Vos tenés que rezarle al Padre!

Es una palabra fuerte: «Padre».

Vos tenés que rezar a quien te engendró, al que te dio la vida.

No a todos: “todos” es demasiado anónimo. El que te dio la vida a ti, a mí.

Tenés que rezar, también, a Aquel que te acompaña en tu camino:

que conoce toda tu vida; todo: lo que es bueno y lo que no es tan bueno. Él lo sabe todo.

La palabra «Padre», es una palabra fuerte, pero que abre las puertas. Padre, es la palabra que pensó en decir aquel hijo que se fue con la herencia y que después quería volver a casa. Y aquel padre lo ve llegar y sale corriendo hacia él, y se le echa al cuello, para llenarlo de amor.

Esta es la clave de toda oración, sentirse amado por un Padre:

Tenemos un Padre cercanísimo, que nos abraza…”

 

Lucas es el que cuenta esta parábola del Padre Misericordioso y también el que agrega la parábola del Amigo insistente a la recomendación de rezar confiando en la bondad del Padre que da cosas buenas a sus hijitos, que da el Espíritu Santo al que se lo pide.

La cercanía en Lucas, incluso la del Padre, es cercanía de amistad. A Jesús lo llamaban “amigo de publicanos y pecadores”. A los fariseos les llamaba la atención esa cercanía de Jesús que es propia de la amistad, bien distinta de otros tipos de acercamiento, el de la condescendencia, por ejemplo, que marca la diferencia de roles o de categoría, como cuando te saluda un presidente o un famoso… En estos días una periodista reflexionaba acerca de la cercanía del Papa con la gente y decía que todos notaban que era una persona “muy presente”, decía ella. Bergoglio siempre, cuando estaba con vos estaba con vos. No “se iba”, como cuando uno habla y ya se está despidiendo.

 

Pues bien, el Padre Nuestro, para poder rezarlo bien, necesita que nos abramos a esta presencia del Padre, a su cercanía de amigo, que, cuando uno de sus hijos está con Él, Él está con su hijo y ninguna otra cosa del Universo entero es más importante que estar allí con su hijo. Esta certeza de que el otro considera importante estar conmigo se da en la amistad con mayor gratuidad que en las otras relaciones, incluso que en la paternidad. A veces la relación de paternidad, como da por descontado que es una relación fuerte y que, de última, el padre y el hijo se quieren y lo darán todo por el otro llegado el caso, esta relación, digo, a veces desperdicia encuentros y momentos concretos, los deja pasar y no da importancia a “estar con el otro”. En la amistad, esto se nota enseguida. Si uno se “distrae” o se impacienta cuando su amigo requiere oreja o interés, se corrige con gusto e inmediatamente ¿no?

Quizás por eso Lucas pone el ejemplo del amigo inoportuno. Si quería decir que con el Padre hay que estar cerca siempre, no pudo elegir mejor ejemplo que el de este amigo “incómodo”, como dice Domingo.

La capacidad de convertir en simpático un pedido tan inoportuno como el de la parábola, es el índice mayor de la amistad.

Creo que esta parábola no quedó a la altura de la del hijo pródigo o de la de la oveja perdida no por falta de calidad sino por defecto nuestro, que nos conmovemos más con la misericordia extraordinaria del Padre y de Jesús que con su amistad cotidiana.

Y pareciera que al Señor (que es “la viva imagen de su Padre”) le agrada mucho esta cercanía de la amistad.

Rezado con esto, paso a lo más fuerte de la semana, que esta vez no fue ningún encuentro con policías (aunque el policía Abba cruzó la calle para contarme algunas cosas suyas y me profetizó otras), ni con hermanos en situación de calle, como suelen ser mis encuentros, sino con el Papa. La noticia me llegó el Lunes mientras estaba en la cerrajería haciendo hacer unas llaves y comprando una “sopapa” (sic). Comenzaron a entrar mensajitos y mails contando que en el vuelo a Río, el Papa me había nombrado y había recomendado leer nuestros libros. Lo había dicho por Radio Sergio Rubín y luego en Continental Elizabetta Piqué. Después lo contó el periodista en cuestión, Darío Menor Torres, del diario La Razón de España, que decía: “Cuando le llegó el turno a este corresponsal, el más joven de los enviados, el Papa le abrazó y escuchó con cariño, preguntándole su edad. Luego le regaló una recomendación de lectura para los jóvenes de su generación, tantos de ellos maltratados por la crisis. Tras unos segundos de reflexión, dijo: «Lean los libros del Padre Fares, es un jesuita argentino»” (http://br.covertimes.com/news/la-razon-es_2013-07-23/periodistas-leones-domados-francisco/1078555).

Darío me llamó a la noche siguiente y me mandó por mail unas preguntas que luego publicó en la edición escrita de La Razón de España y, lo que viene al caso, es que preguntó  por la amistad:

“-¿Es usted amigo de Francisco? ¿Habla con él a menudo?

Somos amigos desde hace 28 años. Me recibió, siendo Provincial, en la Compañía de Jesús y fue mi formador durante los años de estudio en el Colegio Máximo. Siempre hemos hablado. Es lindo tomar conciencia de que siempre hemos hablado. Es una linda manera de expresar lo que es la amistad: sentir que hay alguien con el que uno siempre está hablando. Con Jorge siempre hablamos, a nivel profundo, en cosas de oración y de vida interior, ya que siempre ha sido mi padre espiritual, y en orden al trabajo pastoral”.

Comparto la anécdota, que personalmente me conmocionó estos días, porque uno no sabe bien cómo ponerse o qué decir y vienen las tentaciones de “creérsela” por un momento y al siguiente de sentir vergüenza por la “escasez”, no sólo de libros, ya que son tres libritos que escribimos con Rossi, sino de coherencia entre lo que uno escribe y lo que hace. Pensé que lo mejor era rezar esto por el lado de la amistad, que no se basa en méritos ni le hacen mella las faltas ni es para vanagloriarse, porque uno puede ser amigo del Papa y de nuestro Padre Dios y de la Virgen y de San José y de los pobres y de sus amigos del barrio y del grupo de matrimonios y de sus compañeros y de todos los que tenga la suerte de ser amigo y siempre es por pura gracia.

Lo que me queda es esto de la amistad como la de sentir que uno tiene alguien y Alguien “con el que siempre está hablando” y con quien da gusto compartir la vida. Rezar sintiendo así el Padre Nuestro, es algo que no tiene precio.

papa en el avión 2

Diego Fares sj

 

 

 

 

Domingo 16 C 2013

 

 Rezar por mis enemigosFrancisco enemigos 3

 

Jesús entró en un pueblo,

y una mujer que se llamaba Marta lo recibió como huésped en su casa.

Tenía una hermana llamada María, que sentada a los pies del Señor, escuchaba su Palabra.

Marta, que andaba de aquí para allá muy ansiosa y preocupada con todos los servicios que había que hacer, dijo a Jesús: Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola con todos los servicios? Dile que venga a colaborar conmigo.»  Pero el Señor le respondió: «Marta, Marta, te preocupas y te pones mal por muchas cosas, y sin embargo, pocas cosas, o más bien, una sola es necesaria. María eligió la mejor parte, que no le será quitada» (Lc 10, 38-42).

Contemplación

El Evangelio de Marta y María pinta, entre muchas otras cosas grandes –como la tensión fecunda entre vida activa y vida contemplativa, entre oración y servicio-, pinta, digo, un ícono de las relaciones fraterna. Entre dos hermanas que se quieren y que son amigas predilectas de Jesús, surge un desentendimiento, pequeño, cotidiano, diríamos, pero que pone de manifiesto la existencia de una semilla de cizaña en el corazón de Marta, que se queja a Jesús de que su hermana no la ayude y lo involucra, con una familiaridad que no deja de ser descortés, en una de esas peleas entre hermanas que se arrastran toda la vida.

Tomando lo más fuerte de la semana, como suelo hacer (esta semana no encontré ningún policía que intercediera por la raíz de mis necesidades, pero sí una amiga que pescó una frase del Papa Francisco de esas que sacuden los cimientos de nuestro cristianismo, nada menos, y que me la hizo llegar en un hermoso mail como “oferta para el día del amigo”. Como todas las perlas del Evangelio, puede iluminar tanto lo grande como lo pequeño, la relación entre las naciones como la vida familiar y fraterna. A mí, el mail de mi amiga me llevó a rezar con el evangelio de hoy que les comparto.

Decía antes de ayer Francisco, hablando sobre “nuestro enemigos”, lo difícil que es perdonar y cómo no se puede rezar con enemigos en el corazón: “Solamente lanzo esta pregunta y que cada uno de nosotros la responda en su corazón: ¿yo rezo por mis enemigos?, ¿yo rezo por aquellos que no me quieren bien? Si la respuesta es que sí, yo digo: ‘metele para adelante, rezá más, ese es el buen camino’. Si la respuesta es que no el Señor dice: ‘Pobrecito. También vos sos enemigo de los demás’”.

El Papa continuó invitando a rezar para que el Señor cambie el corazón de los que no nos quieren, mostró cómo el amor a los enemigos “nos empobrece”, pero con una pobreza que hace nuestro corazón semejante al corazón del Padre y al de Jesús y recentró el cristianismo en esta única cosa esencial: el perdón a los enemigos. Es lo que nos distingue de todas las formas manifiestas o encubiertas (a veces hermosamente maquilladas, de venganza y competencia).

Me cuestionó mucho, o mejor me cuestionó radicalmente, la frase: “pobrecito, también vos sos enemigo de los demás”. Mis enemigos me ponen ante una opción sin alternativas: o pido al Espíritu Santo la gracia de rezar por ellos de corazón, desde adentro, como dice Francisco, o me convierto en su enemigo, aunque no lo quiera. Uno siente muchas veces que no, que puede “borrarlos”, ignorarlos, que vivan su vida lejos, que no me afecten, no lo odio ni me voy a vengar pero no quiero tener nada que ver con el o ella en mi vida….

Y sin embargo, los enemigos son el prójimo más prójimo, están sentados al borde del camino de mi corazón y pienso en ellos mucho más de lo que quisiera. También en lo cotidiano y en las cosas pequeñas.

¿No te pasa lo que a Marta, que estás muy servicial y alegre haciendo las cosas que te gustan y de golpe mirás a tu prójimo y lo sentís enemigo, sentís que es injusta la situación, que te dejaron solo con el trabajo, que se está perdiendo algo por culpa del otro y que Jesús no se da cuenta…,  y te brotan celos, bronca?

Lo lindo de Marta es que se lo puede expresar a Jesús. Es una oración la suya. Una oración en la que sale de sí. Trasciende.

Sale como puede, pero sale: le habla a Jesús y luego recibe su enseñanza, para bien de todos nosotros. Expresa la raíz de su bronca, esa frase que el mal espíritu le instiló y la hizo indignar: ¿no te importa?

Esa frasecita es del tentador. La sentirá en grado sumo el Señor en la cruz: ¿por qué me has abandonado? Es la cizaña que amarga a veces grandes períodos de nuestra vida: cómo no le importó esto a mis padres, cómo no se dieron cuenta; cómo no se dio cuenta de esto mi amigo, mi esposa, mi esposo, mi hijo, mi superior…

Enseguida viene la solución que Marta, como cada uno que juzga con su buen sentido las situaciones, propone como obvia: “decile que me ayude con el servicio”.

Hasta aquí llega la oración activa de Marta. Lo importante es que ella, como María, escucha lo que responde el Maestro.

Cosa que a mí por lo menos, a veces, me lleva mucho. Salir de la propia “razón”, salir del criterio, del paradigma, del esquema mental en el que meto todo y suele ser un espejo en vez de  una ventana de salida.

La respuesta de Jesús no es para tomar a la ligera. Como cuando se dice que la mejor parte es la vida contemplativa o a alguno que anda nervioso de aquí para allá se le dice: “Marta, Marta!”. Lo peor para el evangelio son sus estereotipos, porque hacen que uno no escuche al Jesús vivo y que llenándonos la boca de frases evangélicas superficialmente dichas se pierda la única cosa importante.

Me maravilló caer en la cuenta dónde sitúa Lucas esta frase de Jesús “hay necesidad de una sola cosa. María eligió la parte buena que no le será quitada”. La sitúa en un ámbito de amistad, en la casa de sus amigos, ¡luego de la parábola del buen samaritano y antes de enseñar el Padre Nuestro! Si no sólo hay que fijarse en lo que dice Jesús sino a quién se lo dice y en qué contexto, díganme si este lugar evangélico no es privilegiado.

María eligió la parte buena, la mejor parte: aquietada a los pies de Jesús se dejaba serenar por su mirada y alimentar por sus palabras. Cosa que también hizo Marta, al pararse a interpelar al Señor para luego escuchar su enseñanza.  Esa es la gracia: dejar que nos hable y que nos mire, no sólo en el presente inquieto que nos dinamiza a ser más, a cambiar, a hacer esto o aquello, sino con su mirada complacida al ver que somos “buenos”, creaturas suyas, esa mirada de amigo que valora nuestra elección más honda, esa mirada que nos ve santos, tal como seremos en el cielo. La mirada de Jesús pacifica, serena y permite dar un pasito adelante en el amor al prójimo y al Padre, sin ansiedad ni culpa. ¡Servir al prójimo sin ansiedad, rezar al Padre sin culpa!

Y la señal de que nos dejamos mirar así de hondo y así de totalmente, es que se expanda en nuestro corazón el amor a los enemigos, el deseo de rezar así por todos, de pedir que todos nos dejemos mirar así, porque, como nos cambió a nosotros nuestra ansiedad comparativa y nuestros dinamismos de venganza y de reivindicación, así también se los puede cambiar a los demás, a los que no nos quieren. Rezar por los enemigos no es pedir que cambien y me den la razón a mí, es sentir que yo soy igual en algún punto y en alguna medida y que la mirada de Jesús es capaz de convertirnos a todos.

Si no rezo –como María, eligiendo libremente, o como Marta, a exabruptos sinceros-, si no rezo por mis enemigos: ‘Pobrecito. También yo soy enemigo de ellos (o de otros)’.

En el día del Amigo, escuchamos de nuevo a Francisco:

Solamente lanzo esta pregunta y que cada uno de nosotros la responda en su corazón: ¿yo rezo por mis enemigos?, ¿yo rezo por aquellos que no me quieren bien? Si la respuesta es que sí, yo digo: ‘metele para adelante, rezá más, ese es el buen camino’.

(Luego de meditar estas cosas, me puse a rezar el Ave María por “mis enemigos” y salieron distintos tipos, muchos con nombre  apellido. Aquellos a los que yo ofendí, escandalicé o traté mal y tengo conciencia, aunque no sepa cuánto mal hice, pido perdón a Jesús y que él me de reparar lo que puedo y supla lo que no. También pensé en los que no me quieren y yo no lo sé, los que piensan mal de mí por lo que dijeron otros o indirectamente sufrieron por mis decisiones y acciones, para que el Señor con su abundancia de misericordia haga que no pesen tanto mis malas influencias. Luego recé por los que siento que me hicieron mal a mí. La verdad es que las bendiciones del Señor son tan poderosas en mi vida, que no siento que nadie me haya hecho un daño grave, que me haya resentido hondamente. Más bien Él transformó los males en bienes. Sí, constato que hay cosas que me hirieron más de lo que creía por algunas reacciones “espontáneas” que tengo cuando algo tiene que ver con esos golpes que recibí. Recé a la Virgen por esas personas y por mí, para que pueda perdonarlas más de corazón. Que los que son conscientes de lo que fue injusto se arrepientan, al menos ante el Señor, y si lo podemos arreglar entre nosotros, mejor (aunque me parece que esto requiere más trabajo de mi parte porque preferiría no tener mucho que ver con esas personas en adelante). Bueno, la verdad es que más que para escribir esto me metió en un mar ancho y profundo y me hace falta quedarme rezando con el Señor).

Diego Fares sj

Domingo 15 C 2013

El Papa Francisco y las dos trascendencias o salidas de sí

 

papa 2papa 1

 

Un doctor de la Ley se levantó y le preguntó para ponerlo a prueba:

«Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la Vida eterna?»

Jesús le preguntó a su vez:

«¿Qué está escrito en la Ley? ¿Qué lees en ella?»

El le respondió:

«Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con todo tu espíritu, y a tu prójimo como a ti mismo.»

«Has respondido exactamente, le dijo Jesús; obra así y alcanzarás la vida.»

Pero el doctor de la Ley, para justificar su intervención, le hizo esta pregunta: «¿Y quién es mi prójimo?»

Jesús volvió a tomar la palabra y le respondió:

«Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó y cayó en manos de unos ladrones, que lo despojaron de todo, lo hirieron y se fueron, dejándolo medio muerto. Casualmente bajaba por el mismo camino un sacerdote: lo vio y siguió de largo. También pasó por allí un levita: lo vio y siguió su camino. Pero un samaritano que viajaba por allí, al pasar junto a él, lo vio y se conmovió. Entonces se acercó y vendó sus heridas, cubriéndolas con aceite y vino; después lo puso sobre su propia montura, lo condujo a una hospedería y se encargó de cuidarlo. Al día siguiente, sacó dos denarios y se los dio al dueño de la hospedería, diciéndole: «Cuídalo, y lo que gastes de más, te lo pagaré al volver.» ¿Cuál de los tres te parece que se portó como prójimo del hombre asaltado por los ladrones?»

«El que tuvo compasión de él», le respondió el doctor.

Y Jesús le dijo:

«Ve, y procede tú de la misma manera» (Lucas 10, 25-37).

 

Contemplación

¿Quién es mi prójimo? pregunta el doctor de la ley y todos preguntamos con él. Lo que quiero decir es que esta pregunta es básica y hace bien tomar conciencia de ella, porque es la que ilumina nuestra conciencia. El doctor de la ley le había preguntado otra cosa a Jesús. Le había preguntado ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna? Y de golpe, cuando Jesús le hace responder por sí mismo y recita el mandamiento que ya conocía, este hombre se encuentra haciendo la pregunta por el prójimo. Lucas dice que la hizo para justificarse. Justificarse es ponerse en relación correcta, justa, dando a cada uno lo suyo. Y el doctor se da cuenta de que, para él, está claro lo que es “estar en relación justa con Dios”, pero la cuestión del prójimo no le parece tan clara. ¿Quién es mi prójimo? ¿A quién tengo que amar como a mí mismo?

Un excurso. Notemos, aunque parezca obvio, que no pregunta ¿y quién es Dios?

Es que hay personas (y culturas y épocas) para las que la pregunta por Dios no significa un problema. Sin embargo, esa humanidad que tenía claro quién era Dios, discutía si los esclavos eran personas, por ejemplo. Nuestra época, en cambio, ha avanzado mucho en reconocer al prójimo, con todas sus diferencias, pero la pregunta por Dios ha quedado –quizás- un poco postergada.

La cuestión es que Jesús une las dos preguntas y los dos mandamientos. Reconocer quién es mi prójimo y amarlo va junto con reconocer Quién es Dios y amarlo.

Y si queremos crecer, tenemos que hacerlo en ambas direcciones y partiendo de un amor –el que más sintamos- para ayudar al otro.

En su charla de hace una semana con los seminaristas, novicios y novicias, el Papa Francisco dijo algo sobre la oración que me ayudó muchísimo, como si por primera vez entendiera lo que es rezar. Hablaba de “salir de sí para anunciar el evangelio” y agregó: “pero para hacer esto deben salir de ustedes mismos para encontrarse con Jesús. Hay dos salidas: una hacia el encuentro con Jesús, hacia la trascendencia; la otra, hacia los demás para anunciar a Jesús. Estas dos salidas van juntas”.

A mí me ayudó a ver que rezar es “salir de mí mismo”, trascender hacia un Jesús tan sorprendente y cambiante como el prójimo y mucho más aún. Muchas veces no he rezado por no querer “entrar en mí mismo” o “encontrarme con todos los problemas que tengo”, por eso muchas veces he pensado que es mejor distraerme. Y resulta que la oración es “distraerme” en Jesús, salir de mis cosas para ir a él, así como servir al prójimo es dejar lo mío para acudir a lo que necesita el otro.

En la parábola que cuenta Jesús se ve clarito que es cuestión de “trascender”, de “ver al otro”, de hacer lo que la situación del otro requiere. En general las conclusiones que sacamos de la parábola del buen samaritano es que está bien pero que es difícil, si tenemos en cuenta todo lo que conlleva “ayudar el herido que está al borde del camino”. Sin embargo, esto que es arduo de llevar a la práctica, ya que son tantos los excluidos, creo que para nuestra cultura no es difícil verlo y pensarlo. Son muchísimos los samaritanos hoy en día. La cultura de la solidaridad es cálidamente acogida en muchos corazones y hasta tiene buena prensa. Hay tantísimo para crecer en esto, pero la mente está más abierta que en otras épocas. Pensaba en la película de Lincoln, en la que, para ganar la votación en la que está en juego abolir la esclavitud, Thadeus Steevens (interpretado magistralmente por Tomy Lee Jones que fue nominado para el Oscar), para no espantar el voto de algunos timoratos, tiene que afirmar que cree en la igualdad de todos los hombres sólo ante la ley y no por naturaleza!!!

 

El Papa, a la vez que insiste en el “salir de sí hacia las periferias existenciales”, pone atención en aclarar la “salida de si hacia Jesús en la oración”, cosa que no  entra fácilmente en los oídos modernos. Hace poco citaba a madre Teresa y decía que todos alaban el tiempo que dedicaba a los moribundos y enfermos pero que pocos admiran cómo pasaba horas de rodillas ante el santísimo.

A mí me ayuda esto de pensar la Oración y el Apostolado como dos maneras de salir de mí, de trascender hacia el otro –hacia Jesús y hacia el prójimo-.

No cualquier servicio al prójimo es “trascender”. Incluso en la formulación misma algunos cristianos hablan muy “autorreferencialmente”: “es el gesto que nuestra comunidad puede dar”, he oído decir. No es que esté mal dar lo que uno pueda, pero me parece que falta agregar: “y luego examinamos si realmente le hace bien al otro lo que damos y cómo lo damos”, si lo ayuda a querer mejorar por sí mismo o si lo vuelve más dependiente de nuestra asistencia (que se inclina así hacia el  asistencialismo). El paso de “trascendencia” es clave en todo proceso.

Lo mismo en la oración: hoy en día hay una gran oferta de dinámicas de introspección y autoconocimiento, dado que hay problemas espirituales que provienen de heridas no sanadas, de baja autoestima, de falta de autorrealización, de motivaciones no clarificadas a la hora de decidir la vocación… Pero si no se da el paso de trascendencia a Dios como el Otro, que me creó de la nada, que me da su gracia santificante, que ilumina mis ideas con las del evangelio y me llama y misiona y envía con un mensaje que es Suyo, falta lo esencial.

Y ¿por qué es importante este paso de trascendencia, de salir de sí? ¿No está bueno el trabajo de autoconocimiento y autorrealización? Claro que sí, desde el momento en que el Señor habla de amar al otro “como a uno mismo”.

Pero, dado que somos “creaturas”, lo más propio nuestro, el fondo de nuestro corazón y de nuestro existir mismo, es algo “no nuestro”, es puro don de Otro. Por eso es más importante el paso de trascendencia: porque no hay nada en nosotros que sea, de última, autosuficiente y que se pueda autorrealizar, somos seres necesitados de vida y de salvación, necesitados del Don de ser (incluso del Don de ser nosotros mismos, gracias al rol que se nos da en la misión que nos permite crecer como personas).

 

El Amor se da entre dos o más y no hay “autoamor” que no se relacione con el amor al Otro. Uno puede crecer mucho –muchísimo- en sí mismo, en autoconocimiento, cultura, autodominio… Pero siempre es “dentro de su propio límite”. En cambio, cuando uno da un pasito hacia el otro y crece en la trascendencia del Amor, (sea que se autoconozca más o menos) crece en el ámbito decisivo de la vida: el de la fecundidad y el de la comunidad. Uno ama –reza y sirve- cuando sale de sí. Cuando se da al otro y le hace bien al otro y cuando el otro le hace bien a uno. Si uno no sale de sí no es fecundo, sólo engorda (esto va con conocimiento de causa).

Una pequeña anécdota acerca del prójimo. El resumen sería que “me confesé con un policía evangélico”.

…. Lo fui identificando de a poco. Primero fue un saludo potente y de lejos al que no estaba acostumbrado. Era bien tempranito y me saludó desde la esquina de enfrente cuando yo pasaba: ¡Buen día Padre Diego! Flaco y alto, pensé que me reconoció porque me había visto en las bendiciones que les hago a los de la 6ª cuando dan los premios de fin de año a los que se destacaron en el servicio. Este año creo que lo felicité especialmente cuando estaba con su hijita y por eso, pensé, me debe haber reconocido (otros no son muy de saludar). Otra mañana, como pasé a su lado, el saludo fue dándonos la mano. La tercera vez me lo encontré en la panadería Santa Rosa, a la que entré para saludar a Daniel, el dueño, que me había mandado saludos por uno de los que buscan el pan a la mañana. El policía estaba adentro de la panadería y allí me enteré que se llamaba Héctor Abba. Y como me hizo notar que Abba hay uno sólo, señalando con los ojos para arriba, sospeché que era evangélico. La semana pasada lo confirmé ya que nos quedamos charlando un poquito porque me sacó el tema del Papa Francisco y de la barrida que estaba pegando en el vaticano y me dijo que el Cardenal siempre se había llevado bien con ellos, los evangélicos. Yo le dije que a mí me gustaba cómo rezaban ellos y se ve que lo sorprendió un poco. Sí, le dije, porque ustedes rezan muy espontáneamente y con mucha fe. Voy a rezar por Ud. Me dijo. Y se animó más: si quiere intercedo. Sí, le dije, pedí por mí. Voy a interceder pero… -y se animó otro poquito-: tengo que saber la raíz. A la pucha, sentí. Este me está confesando. Sentí un poco de pudor de tener que confesarle mis pecados y le confesé mi necesidad: y.. el Hogar pesa. Hay que sostener todo. Pedí que lo sostenga bien. Cómo no, me dijo, como quien recibió la consigna clara. Ahí nos despedimos y la verdad es que me salió darle un abrazo. Me fui contento y riéndome para adentro: yo que hago acompañamiento espiritual y este en dos palabras me hizo ir a la raíz!

Bueno, lo que quiero decir es que el prójimo no es solo el que está tirado (del cual vemos la necesidad más que la persona), el prójimo es el que está al borde de nuestro camino. Ese borde o costado es el lugar para trascender (o para volverse sobre uno mismo). El prójimo es el otro en cuanto tal, en cuanto me hace trascender hacia él, por eso puede ser también uno que está al borde del camino de guardia y vigilando.

La cuestión es salir del camino y abrirse al otro. Trascender. En el servicio y en la oración. Allí siempre se da el encuentro y cuando hay encuentro somos prójimos. En este caso, el Buen Samaritano fue el policía Héctor. Tan Samaritano que me juego a que cuando nos crucemos de nuevo me va a preguntar si quedó algo por pagar y se ofrecerá a interceder de nuevo.

Diego Fares sj

 

 

 

 

Domingo 14 C 2013

Blindados por la Paz

 

 El Señor designó a otros setenta y dos,

y los envió de dos en dos para que lo precedieran en todas las ciudades y sitios adonde él debía ir. Y les dijo:

«La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos. Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha.

¡Vayan! Yo los envío

como a ovejas en medio de lobos.

No lleven dinero, ni alforja, ni calzado,

y no se detengan a saludar a nadie por el camino.

Al entrar en una casa, digan primero: «¡Que descienda la paz sobre esta casa!» Y si hay allí alguien digno de recibirla, esa paz reposará sobre él; de lo contrario, volverá a ustedes.

Permanezcan en esa misma casa, comiendo y bebiendo de lo que haya, porque el que trabaja merece su salario. No vayan de casa en casa.

En las ciudades donde entren y sean recibidos, coman lo que les sirvan; curen a sus enfermos y digan a la gente: «El Reino de Dios está cerca de ustedes.»

Pero en todas las ciudades donde entren y no los reciban, salgan a las plazas y digan: «¡Hasta el polvo de esta ciudad que se ha adherido a nuestros pies, lo sacudimos sobre ustedes! Sepan, sin embargo, que el Reino de Dios está cerca.» Les aseguro que en aquel Día, Sodoma será tratada menos rigurosamente que esa ciudad.»

Los setenta y dos volvieron y le dijeron llenos de gozo (jarás):

«Señor, hasta los demonios se nos someten en tu Nombre.»

El les dijo:

«Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo. Les he dado poder para caminar sobre serpientes y escorpiones y para vencer todas las fuerzas del enemigo; y nada podrá dañarlos. No se alegren, sin embargo, de que los espíritus se les sometan; alégrense más bien de que sus nombres estén escritos en el cielo.»

Y en aquel momento, exultó de gozo Jesús en el Espíritu Santo (Lc 10, 1-12; 17-21).

Contemplación

“Que descienda la paz sobre esta casa”. Este es el evangelio que llevan los setenta y dos discípulos misioneros: un evangelio de paz.

La paz en medio de los lobos es la señal de los misioneros de Jesús. Es una paz que se lleva en común, reinando en medio de los que salen a anunciar a Jesús con palabras de fe y obras de justicia y caridad. Una paz dinámica, que unifica a los enviados (de a dos en dos y en el grupo grande), que se comunica como don a todo el que es digno de recibirla y si no, vuelve.

Me impresiona esto de la paz de los que trabajan en Nombre del Señor, porque es una de las cosas que más comenta el Papa Francisco: “no he perdido nunca la paz”; el Señor me ha “blindado” con la paz”. Y también agrega que “evidentemente es una gracia, porque él, por carácter, es más bien de preocuparse e inquietarse”. Si leemos este signo a la luz del evangelio y de la recomendación del Señor, de transmitir paz y de no perderla si alguien no la recibe (los lobos), es un Signo grande. El Papa nos hace bien porque se lo ve en paz, metido en medio de la gente con alegría y serenidad, saludando incansablemente a miles de personas con cortesía y buen humor. Su saludo al finalizar cada Ángelus diciendo: “Buon pranzo” (almuerzo), es un saludo que se mete en la vida familiar de los peregrinos que después de ver al Papa se van a comer algo rico con alegría y en paz. No se le ve cara de “no me molesten que tengo que arreglar el Vaticano” sino con cara de dar unas vueltas en el jeep y bendecir a los chicos y a los enfermos.

En la Encíclica “La luz de la fe” que salió ayer, escrita a cuatro manos, como dijo Francisco, ya que Benedicto había terminado prácticamente la primera redacción y él le “asumió su precioso trabajo añadiendo al texto algunas aportaciones”, la paz se menciona pocas veces pero, para mí, de manera muy significativa. Benedicto cita a Nietzsche como el que siembra la Gran Duda sobre la que se funda nuestra cultura racionalista actual: Le escribía Nietzsche a su hermana: « Aquí se dividen los caminos del hombre; si quieres alcan­zar paz en el alma y felicidad, cree; pero si quie­res ser discípulo de la verdad, indaga » (Lumen Fidei 2). Esto sembró una raíz venenosa en el corazón de muchos que “desconfían de la fe”. ¡Qué paradoja! Si uno desconfía de su fe ¿A dónde irá a parar? Porque la fe está unida al amor: uno confía en los que lo aman y a los que ama. Por eso la Encíclica disuelve esta sospecha maligna y perniciosa que envenena todas las relaciones humanas y dice que es la “interacción de la fe con el amor (lo que) nos permite comprender el tipo de conocimiento propio de la fe, su fuerza de convicción, su capacidad de iluminar nuestros pasos. La fe conoce por estar vinculada al amor, en cuanto el mismo amor trae una luz. La comprensión de la fe es la que nace cuando recibimos el gran amor de Dios que nos transforma interiormente y nos da ojos nuevos para ver la realidad”.

Y este amor que ilumina los ojos con la fe, al mismo tiempo que es íntimamente personal, es también vínculo familiar y social: “Precisamente por su conexión con el amor (cf. Ga 5,6), la luz de la fe se pone al servicio concreto de la justicia, del derecho y de la paz” (Lumen Fidei 51)

Es muy de Francisco unir la fe con la paz. El siempre baja la fe más íntima y personal a las relaciones sociales hablando de “fraternidad”, de hacerse cercano al que sufre, de fomentar en la política la “amistad social”, honrando las diferencias, apostando al tiempo… Sigue la Encíclica con un texto hermoso y amigable sobre “un amor fiable” y una fe que “es un bien para todos, un bien común”. Lo leemos entero:

“La fe nace del encuentro con el amor originario de Dios, en el que se manifiesta el sentido y la bondad de nuestra vida, que es iluminada en la medida en que entra en el dinamismo desplegado por este amor, en cuanto que se hace camino y ejercicio hacia la plenitud del amor. La luz de la fe permite valorar la riqueza de las relaciones huma­nas, su capacidad de mantenerse, de ser fiables, de enriquecer la vida común. La fe no aparta del mundo ni es ajena a los afanes concretos de los hombres de nuestro tiempo. Sin un amor fiable, nada podría mantener verdaderamente unidos a los hombres. La unidad entre ellos se podría concebir sólo como fundada en la utilidad, en la suma de intereses, en el miedo, pero no en la bondad de vivir juntos, ni en la alegría que la sola presencia del otro puede suscitar. La fe permi­te comprender la arquitectura de las relaciones humanas, porque capta su fundamento último y su destino definitivo en Dios, en su amor, y así ilumina el arte de la edificación, contribuyendo al bien común. Sí, la fe es un bien para todos, es un bien común; su luz no luce sólo dentro de la Igle­sia ni sirve únicamente para construir una ciudad eterna en el más allá; nos ayuda a edificar nues­tras sociedades, para que avancen hacia el futuro con esperanza. La Carta a los Hebreos pone un ejemplo de esto cuando nombra, junto a otros hombres de fe, a Samuel y David, a los cuales su fe les permitió « administrar justicia » (Hb 11,33). Esta expresión se refiere aquí a su justicia para gobernar, a esa sabiduría que lleva paz al pueblo (cf. 1 Samuel 12,3-5; 2 Samuel 8,15). Las manos de la fe se alzan al cielo, pero a la vez edifican, en la caridad, una ciudad construida sobre relaciones, que tie­nen como fundamento el amor de Dios” (Lumen fidei 51).

“¡Una sabiduría que lleva paz al pueblo!”. Díganme si no describe lo que está realizando el Espíritu con la persona de Francisco y con lo que dice y hace (siguiendo lo de los tres niveles de la contemplación de los Ejercicios: “mirar las personas, oír  lo que dicen y mirar lo que hacen”). El simple hecho de hablar de él y de comentar sus cosas establece vínculos inmediatos y hondos entre personas de toda índole.

Blindados por la paz, sería la gracia que tenemos que recibir el enviado del Señor. Nos la está comunicando de mil maneras y la experimentamos muchas veces cada vez que lo vemos en una linda foto, leemos alguna de sus homilías mañaneras en Santa Marta o recibimos sus saludos en las Audiencias y Ángelus.

Quedar blindado por esta paz que da el Papa tiene su proceso: lo primero y principal es que él la da a todos. Cada día ve sembrando gestos de paz. Lo segundo, es que es bien recibida por muchísimos.  A los pecadores les hace sentir que Dios no se cansa de perdonar y les abre acceso a un Caudal de Misericordia sin condiciones; a los que no creen los acerca con su humanidad en el trato, con su “cancha” (es un papa canchero, como dijo Mujica) y su viveza para el comentario que te primerea y te retruca. Las multitudes establecen contacto y entran en sintonía cada vez que levanta la mirada del papel o acusa recibo de algún grito ingenioso… Los alejados sienten que les vuelve la confianza en la Iglesia… Y así, cada uno puede reflexionar acerca de cuánta paz recibe de Francisco, que cumple el mandato del Señor de dar la paz. El tercer paso es definitivo y consiste en dejarse blindar por esa paz. Me viene a la imaginación el traje de Iron Man, ¿vieron?: un simple mortal que, cuando es atacado por sus enemigos llama a su traje que acude volando por partes y lo blinda en pocos segundos convirtiéndolo en el hombre de acero. Si a alguno le parece fantasioso recordemos a Pablo en Efesios: “Calcen sus pies con el celo para propagar la Buena Noticia de la paz.  Tengan siempre en la mano el escudo de la fe, con el que podrán apagar todas las flechas encendidas del Maligno.  Tomen el casco de la salvación, y la espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios” (Ef 6, 15 ss). Si Pablo hubiera visto Iron Man seguro que mejoraba sus metáforas de blindaje. Así que no está mal la imagen de, cada vez que el día se pone denso y parece que todas nos salen mal y el mal espíritu nos ataca de afuera y se nos cuela en el ánimo y uno empieza a ponerse mal, silbar para que nos blinde el traje de acero de la fe: con escudo, casco y espada.

El Papa Francisco me dijo hace dos años una frase que me ayuda mucho: tenés que fortalecer la cáscara. Iba por el lado de no dejar entrar las tentaciones que vienen de “afuera de nuestra libertad”. Es profundo esto porque el mal espíritu, cada vez que se nos cuela, nos hace sentir que “somos nosotros los que estamos mal”, que el mal viene de adentro, no solo de afuera. Pues bien, si uno ha aceptado a Jesús en su vida, de adentro no viene mal sino Bien, Gracia y Salvación. No por nuestro mérito ni porque nuestro carácter no tienda al pecado, sino porque más hondo, más en la raíz, estamos salvados, somos hijos, bautizados y redimidos por la sangre de Cristo y el Padre habita con Jesús en nuestro interior más íntimo. Por lo tanto, la paz se trata de blindaje, a distintos grados de exterioridad, es cierto, porque a veces nuestro interior está contaminado a niveles profundos, pero siempre exterioridad, porque en lo más interior habita y obra el Espíritu Santo.

La sospecha de que nuestro interior está totalmente contaminado es una falacia del demonio. Digan lo que digan las ciencias de la introspección y de las estadísticas, en lo más íntimo de nuestro corazón humano –del de todo hombre y mujer- hay un recinto iluminado por la Fe y el Amor de Dios, desde el que siempre podemos rearmarnos –llamar al traje- para volver a combatir el buen combate de la fe.

Si no existiera este lugar inexpugnable e incontaminado en nosotros, ya ganado por Cristo de una vez por todas, no sé que pueda significar eso de que “hemos sido salvados”.

Que el Señor nos conceda ser dignos de su paz y que ella nos blinde contra todo lo que pretenda apartarnos del amor de Cristo.

Diego Fares sj