El Espíritu les recordará todo
Le pregunta Judas (no el Iscariote): Señor ¿cómo es eso de que te vas a manifestar a nosotros y no al mundo?
Respondió Jesús y le dijo: «El que me ama será fiel a mi palabra, y mi Padre lo amará; y vendremos a él y en él haremos morada. En cambio el que no me ama no es fiel a mis palabras. La palabra que ustedes oyeron no es mía, sino del Padre que me envió. Yo les he dicho estas cosas mientras permanezco con ustedes; Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi Nombre, Él les enseñará todas las cosas y les recordará todas las cosas que les dije.
Les dejo la paz, les doy mi paz, pero no como la da el mundo. ¡No se inquiete su corazón ni se acobarde! Me han oído decir: «Me voy y volveré a ustedes». Si me amaran, se alegrarían de que vuelva junto al Padre, porque el Padre es mayor que yo. Les he dicho esto antes que suceda, para que cuando se cumpla, ustedes crean».
Ya no hablaré muchas cosas con ustedes porque viene el príncipe del mundo. A mí no me hace nada, pero es necesario que el mundo conozca que amo al Padre y que hago las cosas tal como el Padre me las mandó. Levantémonos, vámonos de aquí (Jn 14, 22-31).
Contemplación
Judas expresa ese deseo tan básico que lo invade a uno cuando siente que otro se le va lejos o para siempre. La pregunta parece que tiene en mente al mundo: ¿cómo es eso de que vas a ser entendible para nosotros y no para el mundo? Pero por la respuesta de Jesús vemos que con eso Judas manifiesta una preocupación más personal: ¿cómo vamos a hacer para permanecer comunicados? Si sólo nosotros te vamos a entender porque convivimos con Vos, significa que todas las claves están en el pasado. ¿Y los que no vivieron las cosas como nosotros? ¿Cómo les hacemos vivir lo que hemos vivido?
Me acuerdo que cuando me llamó el Papa Francisco y sentí que la charla estaba por terminar la pregunta espontánea fue ¿Y ahora cómo te encuentro, dónde te llamo? Sonriendo, me respondió: “Por ahora llamo yo. Más adelante veo y te digo”.
La respuesta del Señor, primero parece que no tiene nada que ver. Le habla del amor. Dice: “el que me ama guardará mi Palabra… mi Padre lo amará… vendremos a Él…”
¿Qué le está diciendo? Von Balthasar tiene una frase que ilumina completamente lo que el Señor establece como camino para hacerse manifiesto a todos: “Aún cuando no es viable una unidad de la fe, una unidad del amor siempre es posible”. Es decir: comunicar las verdades de la fe de manera que todos la crean y entiendan claramente requiere un proceso. Y ese proceso comienza por el amor a Jesús. Si uno lo ama, y lo hace amar, sus Palabras se volverán valiosas, uno las guardará. Ese guardar la Palabra en el corazón, como María, atrae el Amor del Padre y hace que venga a morar en nuestro interior. Mientras uno saborea la Palabra –su Hijo amado- el Padre se acerca de manera inimaginable y nos habita! Eso es lo que le revela Jesús a Judas en ese momento. Y ese primer momento, que es de amor, de convivir, de sentir la visita del Padre nuestro en nuestro interior, cada vez que amamos a Jesús rezando con su Palabra, tiene un segundo momento que es de enseñanza y de entender las cosas de modo tal que se puedan comunicar a otros, siempre dentro de esta familiaridad con el Padre y Jesús.
Jesús se da cuenta de que hace falta un refuerzo. Y no sólo una ayudita sino algo definitivo, que selle esa relación de amor a Él que atrae al Padre. Yo creo que la simpatía absoluta (o casi) Jesús se la ganó. Hay poca gente que tenga problemas con Jesús. Jesús es querible. Los problemas vienen con sus seguidores, con las interpretaciones… Pero no con él, salvo algunas excepciones. Siempre me viene a la mente lo que decía Humberto Eco, que si Jesús no hubiera existido habría que inventarlo. Jesús sabe que Él es el puente entre nosotros y el Padre. Por eso la Cruz, el puente definitivo. Clavado en las dos orillas: la de la humanidad y la del cielo. Pero hacer presente –recordar- esta gracia y este don que el Señor hace de sí, esa es la tarea del Espíritu, que el Padre nos envía en Nombre de Jesús. “El Espíritu les enseñará todas la cosas”, dice el Señor.
¿Qué cosas?, podemos preguntarle.
Y ¿de qué tipo de enseñanza se trata?
“Qué cosas” es algo fácil de ver. Todas las cosas de Jesús, las que María meditaba en su corazón. Cosas como las que contemplamos más arriba. Verdades como: “el que ama a Jesús, valora y cuida sus palabras”. “El que guarda sus palabras es amado por el Padre”. “Nuestro Padre nos ama viniendo a vivir con nosotros”, con ese amor tan interesado sólo en nuestro bien que sólo tiene un padre y que lo hace “correrse discretamente” cuando el hijo está en sus cosas y no quiere que lo molesten (capaz de llegar a darle toda su parte de la herencia si se da el caso de que el hijo reclame mal) y tan atento que en el instante en que el hijo lo necesita por algún tema vital, acude a su lado con total prontitud y disponibilidad para ayudarlo.
Pero me quisiera detener en la segunda expresión que usa el Señor en Juan: les enseñará y les recordará. Este segundo verbo (upomnesei) –recordar- define el modo de enseñanza. En sentido fuerte significa “causar que uno piense en algo de nuevo”. Alude a esa experiencia que uno tiene cuando hay algo que uno no comprende y, de golpe, se acuerda de un hecho, de una frase, que ilumina toda la situación. Por aquí va el modo de enseñar –la pedagogía- del Espíritu Santo. Nada que ver con el que dice: yo te enseño y nos habla de algo totalmente desconocido y nuevo de lo cual no teníamos ni idea y tenemos que comenzar a estudiar de cero. Por eso la clave está en las Palabras de Jesús, en la totalidad del Evangelio, guardado en el corazón como un tesoro, por amor a Jesús. Un tesoro del que el Espíritu saca la enseñanza adecuada en el momento oportuno.
Los primeros comentarios sobre el Papa Francisco iban por el lado de que no era un intelectual como Benedicto, que sus prédicas son muy simples (tres ideas) y no un tratadito teológico. Ahora algunos comienzan a hablar sobre “una encíclica de gestos”. Francisco tiene gestos que nos “recuerdan a Jesús”. Gestos que hacen que a uno se le ilumine algún pasaje del evangelio en medio de la realidad cotidiana de la vida. Pues bien, eso no es de él, en el sentido de “de él solo”. Esos gestos que brotan espontáneos en medio de una prédica o de un encuentro con la gente, son “causados por el Espíritu” y por eso “refieren a Jesús”, iluminan algún pasaje del Evangelio y uno “los entiende”. Tan bien los entiende que se asombra. ¿Por qué nos admiramos y nos emocionamos? Por qué no decimos “es lo lógico”, simplemente. Porque este modo de “entender” una enseñanza, nos hace sentir que estamos recordando algo que ya sabíamos y que estaba como entre paréntesis. Al ver que es verdad, que es posible actuar como Jesús y que todos lo entiendan igual que nosotros, experimentamos dos gracias: una la de la comunión con el Padre y con su Hijo amado, que estaban “escondidos, habitando en esa Palabra dormida como una semilla que ahora da fruto”; la otra gracia es la comunión con los demás: emociona sentir que todos sienten lo mismo. Estas dos gracias de “comunión” son lo propio del Espíritu Santo. Es más, no son dos “cosas” que nos regala el Espíritu sino que es su Persona misma la que sentimos “activando” esta memoria y esta presencia común.
Tenemos así una breve enseñanza de cómo se comporta la Santísima Trinidad en nosotros, centrando su actividad y su compañía en la Palabra que nos dejó Jesús, y que contemplamos con Amor.
Tenemos también un caminito para compartir la Verdad de Jesús con los demás: si con nuestro amor puesto en obras ayudamos a que otros amen un poquito más a Jesús, el Espíritu Santo hará en ellos y en nosotros todo lo demás.
Ahora, lo más lindo de todas estas cosas es aprender a reconocer a Personas tan amorosas como son Jesús, nuestro Padre y el Espíritu por su modo de proceder y por los signos, interiores y exteriores, que provocan.
San Ignacio que es maestro en el arte de “dejarse enseñar por el Buen Espíritu” (eso es el discernimiento) tiene dos reglas en las que expresa y fija lo que está en el fondo de esa experiencia que todos hemos sentido alguna vez y nos ha hecho exclamar con alegría interna “¡Esto es algo de Dios!”.
Dice así : “Propio es de Dios y de sus ángeles, en sus mociones, dar verdadera alegría y gozo espiritual, quitando toda tristeza y turbación, que el enemigo induce; del cual es propio militar contra la tal alegría y consolación espiritual , trayendo razones aparentes, sutilezas y asiduas falacias” (EE 329).
Y la otra: “Sólo es de Dios nuestro Señor dar consolación al alma sin causa precedente; porque es propio del Criador entrar, salir, hacer moción en ella, trayéndola toda en amor de la su divina majestad” (EE 330). Y explica lo que quiere decir cuando dice sin causa, y es que uno se da cuenta de que está experimentando algo gratuito, regalado, algo muy notable y cuya proporción excede a la propia capacidad y a la situación. Ahí uno no puede sino decir (decirse) y dar testimonio de que “eso fue de Dios”. Pues bien, es el Espíritu el que nos lleva a reconocer al Dios vivo, presente y verdadero que viene a nosotros mezcladito humildemente con las cosas de todos los días.
Diego Fares sj