Domingo de Cuaresma 2 C 2013

 

Comunidades de fe y justicia

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Jesús tomó consigo a Pedro, a Juan y a Santiago y subió al monte para orar. Y mientras estaba orando, aconteció que el aspecto de su rostro parecía otro y sus vestidos se volvieron de una blancura refulgente.

Y he aquí que dos hombres hablaban con Él. Eran Moisés y Elías, que, apareciendo circundados de gloria, hablaban del éxodo que Jesús había de consumar en Jerusalén. Pedro y sus compañeros estaban cargados de sueño, pero habiéndose desvelado vieron la gloria de Jesús y a los dos varones que estaban con él. Y aconteció que al retirarse ellos de Él, Pedro dijo a Jesús:

–Maestro, ¡qué hermoso que es para nosotros estar aquí! Vamos a hacer tres tiendas: una para ti, una para Moisés y una para Elías.

Pedro no sabía lo que decía. Mientras estaba hablando, se formó una nube y los cubrió; y se llenaron de temor al entrar en la nube.

Y se dejó oír una voz de la nube que decía:

–Este es mi Hijo elegido; escúchenlo.

Mientras sonaba la voz, Jesús se quedó solo. Ellos guardaron silencio y no contaron a nadie por entonces nada de lo que habían visto (Lc 9, 28b-36).

 

Contemplación

La palabra transfiguración nos trae a los ojos de la imaginación la blancura refulgente del vestido de Jesús y la Gloria de su Rostro mientras conversa con Moisés y Elías, circundados también de Gloria junto con Él.

Para nosotros el hecho físico del fulgor con que resplandece Jesús como si fuera un Sol es la imagen fuerte. Pero para sus discípulos –Pedro, Santiago y Juan- lo fue más la presencia de Moisés y Elías, sus santos venerados, porque les reveló de un golpe quién era su Maestro, quién era realmente Jesús. La imagen más fuerte que tenían los israelitas era la del Dios de Moisés: “Mira, Yahveh nuestro Dios nos ha mostrado su gloria y su grandeza y hemos oído su voz de en medio del fuego. Hemos visto en este día que puede Dios hablar al hombre y seguir éste con vida” (Dt 5, 24). La transfiguración les recuerda aquella Epifanía, misterio tremendo y fascinante. Y, luego, como si esto fuera poco, escuchan la voz del Padre que unge a Jesús como Hijo elegido y predilecto y les manda que lo escuchen. Años después Pedro recordará el hecho y dirá: “Jesús recibió de Dios Padre honor y gloria, cuando la sublime Gloria le dirigió esta voz: « Este es mi Hijo muy amado en quien me complazco. » Nosotros mismos escuchamos esta voz, venida del cielo, estando con él en el monte santo (2 Pe 1, 16 ss).

La transfiguración es un hecho físico, histórico y, sobre todo, eclesial. Físico por el resplandor y el deslumbramiento, histórico por el diálogo de Jesús con Moisés y Elías, eclesial porque se les revela a los tres amigos, dando inicio a un nuevo tipo de epifanías, ya no unipersonales sino comunitarias, creando ese hecho nuevo que es la Iglesia, la Comunidad.

Jesús crea comunidad regalando gracias a grupos especiales de personas – a sus tres amigos, a las santas mujeres, a los de Emaús, al grupo de los Once, a más de quinientos hermanos reunidos-.

La transfiguración es un acontecimiento comunitario, que involucra al Padre, a Jesús y al Espíritu (como Nube de Gloria que los cubre), a Moisés y Elías y a Simón Pedro, Santiago y Juan. El Señor abre así el corazón de lo que nos viene a revelar y a ofrecer: la Iglesia, la comunión inclusiva con el Dios Trino y Uno y con todos los hombres que quieran entrar en esta comunión de fe.

Pedro advertirá que “ninguna profecía de la Escritura puede interpretarse por cuenta propia, porque nos viene de hombres movidos por el Espíritu Santo que han hablado de parte de Dios” (2 Pe 1, 20). Juan dirá: “lo que hemos visto y oído, se lo anunciamos, para que también ustedes estén en comunión con nosotros. Y nosotros estamos en comunión con el Padre y con su Hijo Jesucristo” (1 Jn 1, 3).

 

Este es el detalle en el que me quiero quedar, esta característica de Jesús de elegir de a dos, de enviar de a dos, de formar un grupo de doce, de aparecerse a las tres discípulas, de llamar consigo a sus tres amigos.

El Espíritu desplegará este estilo comunitario de Jesús en todas las escalas y tonalidades, suscitando comunidades vivas e inclusivas en todas partes hasta los confines del mundo.

Captar esto es importante. Siempre lo ha sido pero hoy quizás lo es más y de manera especial. Porque nuestro mundo nos trata como “individuos o como masa” con el fin de hacernos consumir y de utilizarnos políticamente. En cambio el Señor nos trata como comunidades inclusivas, abiertas a lo más individual y personalísimo de cada uno y a ir incluyendo progresivamente a muchos.

Comunidad significa algo especial, ni uno sólo ni demasiados. Comunidad es la familia, que se expande en la familia grande pero que tiene un sello y un centro. Ese centro es abierto y dinámico y va evolucionando, pero la familia nunca es algo indefinido. En una época puede centrarse en torno a los abuelos y luego abrirse en varios núcleos nuevos que no pierden lo esencial que recibieron sino que se re-centran en algún otro miembro de la familia que convoca a los demás. Esto se da en distintos grados y ocasiones y de diferentes maneras, pero la familia siempre es comunidad centrada en el amor. El hecho de que no se pueda “atrapar” en conceptos sociológicos –cómo es que los grupos familiares se unifican y se transmiten sus valores vitalmente- no es señal de algo indefinido sino todo lo contrario: es algo tan determinado y vital (puro amor) que excede las definiciones.

Cada uno de nosotros sabe interiormente en qué personas de su familia está centrado su corazón, de quienes recibió el alimento del amor y con quiénes de su familia comparte el haber sido “formado” por estas personas.

Cada uno vive interiormente “refiriéndose a estos referentes”, siguiendo su ejemplo, imitando creativamente sus modos de actuar, transmitiendo sus dichos, narrando sus historias…

Esto es lo que potencia Jesús al derramar el Espíritu Santo creador de comunión. La semilla de esta comunión es la fe común: una fe que dos o tres o un grupo experimenta comunitariamente y que los unifica en sus diferencias. De aquí brota un modo de actuar en la caridad, cuya nota característica no es sólo hacer el bien sino hacerlo en común, con estilo común y orientado al bien común.

……………

Bajando del monte del evangelio a la plaza de nuestra realidad, me conmovió el planteo de fondo del fortísimo discurso que la comunidad de los familiares de las víctimas de la Tragedia de Once consensuaron para transmitir a la ciudadanía. Lo que me admira es cómo la misma unión que el Espíritu regala en la fe se da en un grupo de ciudadanos que se unen en torno a la justicia.

 

Destacaron, admirados ellos mismos, cómo cuajó la unidad de los “Familiares y amigos” siendo que se “unieron un poco por necesidad y un poco por convicción”. También se admiraban de la convocatoria creciente que han ido suscitando. Cómo gente muy diferente en su manera de pensar el país, de interpretar la historia y de proyectar el futuro, comprendíamos y coincidíamos en unirnos en torno a su consigna básica: justicia.

Los familiares definieron su accionar no como un reclamo “politizado” sino como un “hecho político”. Esta distinción es clave porque marca la diferencia entre “hechos que hacen al bien común” –y la justicia concreta es un bien común, incluso para los castigados- y “hechos que hacen a los intereses parciales de un grupo”.

 

En la Argentina es difícil no politizarse, especialmente porque los sectores de poder “politizan todo” para aprovecharlo sectorialmente.

 

Creo que lo que admira a los Familiares y desconcierta a los que creen que hay que “apoderarse del poder” y no “usarlo para servir al bien común”, es la fuerza que tiene el simple y no contaminado reclamo de justicia. Esto se debe a que la justicia, exigida en algo concreto, sujeto a pericias objetivas y demostrables, es una realidad “no politizable”. Es más, vuelve despreciable al que la politiza y, a la larga, se le vuelve en contra.

De ahí que todos entendamos mensajes como: “si la corrupción mata, que la ley castigue”, como dijo alguien. O “El que las hace las paga, tenga el cargo que tenga”. O “La responsabilidad sobre los hechos tiene distintas instancias y cada una debe responder a la justicia”. O “El reclamo de justicia debe ser oído y juzgado en los tribunales”.

Es bueno aclarar que el Estado, como persona jurídica que nos representa a todos, debe ser respetado. Incluso puede ser “querellante” como persona jurídica en una causa en la que de alguna manera estén implicados funcionarios concretos. Esto no es obstáculo para que los mismos representantes puedan y deban ser castigados como personas físicas, responsables de mal desempeño como funcionarios públicos, y puedan ser repudiados cuando sus gestos y palabras personales sean desatinados y distantes.

Pero a lo que deseo llegar es a la valoración que como ciudadanos debemos hacer de las “comunidades que se nuclean en torno a la justicia”. Igual que las comunidades que se unifican en torno a la fe, dan frutos de comunión y de amor. Son la semilla y el cimiento de la sociedad y tienen el hilo conductor de la vida política de un pueblo. La lucha por la justicia que cada “comunidad” lleva adelante en lo que le compete, cuidando de no lesionar los derechos de otros grupos, es lo que forja la sociedad.

Lo más admirable en este año ha sido la automoderación que se han impuesto los familiares y amigos, no permitiendo que se politice (sectorialice) su reclamo ni que se salga de los carriles que corresponden.

 

Hace un año, los Menghini Rey nos escribían: “por hoy, sábado, les rogamos que contribuyan a la paz en la que queremos celebrar una vida tan corta como feliz. Lu, Luquitas, el Chimu, el Menghi, nuestro amadísimo atorrante se lo merece” Y nos decían que “en los próximos días, probablemente el lunes, leeremos un comunicado en un lugar a confirmar para cerrar este capítulo, pero para abrir otros”.

 

Muchos capítulos se abrieron desde entonces. El pedido de Justicia, que comenzó siendo un grito seco, escueto y de unos pocos hoy se atraviesa en la garganta de miles.

Esta pequeña comunidad que busca justicia convirtió su reclamo solitario en mil maneras creativas de recordar a las víctimas, de solicitar compañía y apoyo y de exigir justicia: la Campaña 500.000 caras por la justicia, los actos de recuerdo en la Estación de Once, el mural en el Anden 2 en el que “Los corazones rojos con los nombres de cada una de las víctimas están “plantados” en 52 macetas empotradas en el mural sobre una de las paredes del andén y donde se lee la leyenda ‘En honor a la vida’”, las misas, y “el hecho político” del acto en Plaza de Mayo.

Ayer a la mañana, mientras se recordaba la tragedia con un puñado de rosas rojas y 53 velitas, la gente que bajaba de los trenes del andén lateral, recorría el camino de salida con un aplauso de marcha, acompañando y exigiendo “justicia”.

 

Nos interpela el desgaste de los familiares. El de todos, aunque especialmente he seguido a los Menghini Rey, siempre presentes en todo los dos o turnándose y entregando el corazón hasta el último hilo de voz en cada acto. Paolo decía «encontrando justicia se podrá cerrar el dolor que tenemos» y «mantener viva la presencia de los 52 cada día, en la memoria de los argentinos, de los que transitan por la estación, y viva en los corazones por justicia, por un cambio profundo del transporte ferroviario».

Yo no sabía si era que sólo a unos pocos nos parecían muy valiosas –a mí me lo parecieron desde la primera carta que escribieron-, las palabras de los Menghini Rey. Ayer en la plaza se me confirmó que cada palabra que dicen, en medio de una monumental baraúnda de desatinos y de palabras gastadas, cada palabra de Paolo y Luján consensuadas por los Familiares, todos los Argentinos las sentimos como un bálsamo de veracidad.

 

Cerrar el dolor y mantener viva la presencia… Es que mientras no hay justicia, las heridas son llagas abiertas. Y eso no puede ser. Las heridas tienen que cicatrizar. Tienen que ser testimonio de lo sufrido pero no impedimento para seguir honrando la vida.

La justicia es necesaria como el pan y como el aire. Es necesaria para el espíritu y para la vida social. Es necesaria porque sin justicia la vida social desaparece, queda sólo la cáscara.

 

Ahora, no es fácil pedir ni hacer justicia bien. Uno se puede desbarrancar por muchos lados: por el silencio cómplice o por el deseo ilimitado de venganza, por la lentitud y las dilaciones interminables o por exigirlo todo ya, por querer justicia absoluta en un punto concreto o por justificar los “daños colaterales” desde un pretendido proyecto común.

Tantos puntos de vista, tantas discusiones… Por eso es que como una flor en el lodo las palabras de los Menghini Rey suenan como una campana que llama a la esperanza. Escuchándolos uno dice: “pero, entonces no todo está perdido. Hay gente común que habla bien, con justeza, con pasión, con claridad, con verdad. No sólo que dice sus cosas personales sino que “dialoga bien” con todos, le responde con valentía a cada uno, aún a los desatinados.

Ante un lenguaje como el de los familiares los otros lenguajes se desenmascaran y se contradicen.

El que es capaz de ver la “paja de la politización” en el ojo ajeno, ¿qué viga tiene en el propio que no puede reconocer un “hecho político” que nos hace bien a todos?

El que es capaz de ver la paja del chicaneo político y defiende a rajatabla el reglamento del Senado ¿qué viga tuvo en sus ojos para no ver los incumplimientos en el uso de subsidios a los transportes públicos debidamente informados por la Auditoría de la Nación y presentados en el Senado?

La persona que es capaz de ver la paja del dolor inmenso que nubla la vista del que perdió un familiar querido (Vos ahora hablás así por el dolor, pero ya comprenderás) ¿qué viga de concepción soberbia del poder tiene en su ojo que le impide ver que no lo pierde si se muestra cercana como persona?

El lenguaje de la fe y el de la justicia se entienden perfectamente porque son lenguaje del amor: uno que brota de lo más profundo de nuestra dimensión personal, el otro porque brota desde lo más profundo de nuestra dimensión social. Con los que hablan este lenguaje se puede y se debe formar comunidad: comunidades de fe y justicia.

 

Diego Fares sj

 

 

Domingo de Cuaresma 1 C 2013

20130217

“Sustancialmente, la Iglesia, no es una cuestión de poder”

Jesús lleno del Espíritu Santo volvió del Jordán y era conducido por el Espíritu en el desierto, adonde estuvo cuarenta días, y era tentado por el diablo. En todos esos días no comió nada, y acabados ellos sintió hambre. Le dijo entona-ces el diablo:
– Si eres Hijo de Dios, di a esta piedra que se convierta en pan.
Jesús le respondió:
– Está escrito: No sólo de pan vivirá el hombre.
Y lo elevó a un lugar alto y le mostró en un instante de tiempo todos los reinos de la tierra. Y le dijo el diablo:
– A ti te daré el poder de esta totalidad (de reinos) y la gloria de ellos, porque a mí me lo han dado y se lo doy a quien quiero. Si tú te postras en adoración ante mí, será tuyo todo.
Jesús respondió:
– Está escrito: al Señor tu Dios adorarás, y sólo a él servirás dándole culto.
Entonces lo llevó a Jerusalén, lo puso en el pináculo del templo y le dijo:
– Si eres Hijo de Dios, tírate abajo desde aquí; porque está escrito: ‘Dará órdenes a sus ángeles para que te guarden’; y también: ‘te llevarán en brazos y tu pie no tropezará en piedra alguna’.
Jesús respondiéndole le dijo:
– Está dicho: No tentarás al Señor tu Dios.
Y habiendo llevado hasta lo último todo género de tentación, el diablo se retiró de él hasta otro tiempo oportuno (Lc 4, 1-13).

Contemplación
“Jesús, que tomó sobre sí nuestros pecados, quiso conocer también nuestras tentaciones, su poder maligno e ilusorio de seducción” (von Balthasar).
Me llamó la atención esta frase de Balthasar que califica como maligno e ilusorio al poder de seducción de la tentación. Y ahora que escribo, como siempre, se vuelve más claro qué fue lo que más me llamó la atención. Y veo que es la palabra “ilusorio”: lo que significa al poner “ilusión” junto con poder, malignidad y seducción.
Porque si hay algo que pareciera que se da por obvio es que las tentaciones serán malas pero son bien “reales”.
¿Qué es propiamente una tentación? De primera ella misma se define y nos dice: soy mala pero real, soy mala pero placentera, soy mala a largo plazo pero buena ahora mismo (y quién sabe a largo plazo qué pasará…). Así habla doña Tentación.
Es decir: la tentación se presenta escondiendo su ilusoriedad. De hecho, ha logrado instalarse en el lenguaje corriente negociando su malignidad (no se presenta como algo totalmente bueno sino más o menos malo) y ocultando su carácter ilusorio, su mentira, su inconsistencia.

Cuando soy tentado, lo que siento en el primer momento, y lo que sintió también el Señor, ¿no es acaso que la tentación me ofrece un pan recién horneado en vez de palabras?, ¿no siento que me ofrece un poder político y económico hoy en vez de la esperanza en un reino de los cielos que nos dará un Dios invisible si lo adoramos?, ¿no siente incluso que el mal espíritu me torea para que ponga a prueba a Dios ahora mismo, tirándome del Templo, a ver si me responde?

Si de algo se acusa al creyente es de ser poco realista. El mundo se mueve por realidades bien concretas, se dice. Está bien ser honrado y humilde y puede ser que tenga influencia a largo plazo, pero el hoy lo mueven el dinero, el poder y la fama. La tentación tendrá algo o mucho de maligna pero trabaja con lo que es posible y real ahora.

Y lo que nos viene a revelar el evangelio de Jesús es que lo único real es el bien. El mal siempre es ilusorio.
Será ilusorio, retruca alguno, pero mientras dura es bien real y hoy hay medios para perpetuarse en la ilusión. De hecho hemos creado una realidad virtual y es permanente (mientras no se corte la luz).
Así como cuando queremos comprar algo y comparamos marcas no nos fijamos sólo en la propaganda sino que vamos al precio y a las características de cada producto (vamos a los números y no sólo a las cualidades exteriores), así tenemos que actuar ante la tentación. Preguntarnos ¿cuál es el precio de convertir esta piedra en pan? Esa pequeña maniobra que destraba un monto de plata dulce… ¿cuál es el precio? ¿Saber que me quedé con algo que no era mío? ¿Es exagerado igualarme con los que produjeron la tragedia de Once?;
Ese saltearme un incómodo semáforo y no perder la cómoda velocidad que traigo, ¿cuál es el precio? ¿Es exagerado compararme con el que atropelló a un peatón por imprudencia?;
Ese momento en que me hago el distraído y otro levanta la mesa, ese empujoncito que me hace ganarle a otro el puesto en la cola… ¿cuál es el precio? ¿Ser un argentino ventajero más? (cada uno tiene que buscar cuál es piedra y cuál el pan que la tentación le ofrece cambiar y mirar el precio).

Está bien, me dirá alguno, pero se trata de verdad de panes por piedras ¿dónde está la ilusión?

La ilusión es que nosotros estamos para servir no para convertir piedras en panes.

La ilusión está en que nos hace bien “vivir de toda Palabra que sale de la boca de Dios” y “ganarnos el pan con el sudor de la frente” después de pedirle al Padre “danos hoy nuestro pan de cada día”. La ilusión no está en las cosas sino que está en “actuar” en contra de la dignidad de lo que “somos”.

En el último tiempo, en nuestro país, vemos con desazón cómo cada vez más vamos adoptando actitudes de ventajeros. Y eso no sólo es malo sino que es “ilusorio”. La ventaja que saco pasando al otro por la banquina la pierdo luego en el atolladero que se arma. Los pesos que gano vendiendo dólares a mayor precio son pesos que otro argentino pierde (que yo mismo perdí antes o perderé después, cuando otro se avive y me gane de mano).
Aquí , con el dólar, el dios en quién creemos, surge de nuevo la defensa que de sí hace la tentación (es bueno notar cómo el maligno hace que uno mismo defienda sus argumentos, hace bien expresarlos y darse cuenta de que estoy hablando “contra lo que dice Jesús” y pararme y decir ¿a quién defiendo? ¿De dónde saqué yo estos criterios? ¿Cómo puede ser que tenga el virus adentro?
Porque la tentación nos hace decir: pero entonces “no se puede vivir en este mundo”. Si yo soy el único que no evado impuestos soy un gil y se los afana el gobierno. En lo que es “comparativo” y “socialmente establecido” no hay que ser fundamentalista. Me atrevo a decir, y acepto correcciones, que en una sociedad en la que entre un diez y un veinte por ciento de “peaje” se cobra en todos los niveles de negociación, uno puede manejar con libertad de espíritu esa suma de sus impuestos y destinarla directamente a un bien concreto –de alguien necesitado de su familia o de la sociedad-. Eso es distinto de usarlo para ir al casino.
………………
Hago una pausa y salto a la tentación del poder. Nuestro Papa Benedicto la está desenmascarando en este tiempo entre el anuncio de su dimisión y el 28 en que se hará efectiva.
Diría que lo que desenmascaró fue la “ilusoriedad” del poder. Todo el mundo conoce y da por descontados la malignidad del poder si no se usa bien. El poder muestra lo que sos. El poder absoluto corrompe. El poder se construye derrotando al enemigo. El poder, el poder, el poder…
El poder, si se quiere utilizar para uno mismo, es ilusorio. No porque no lo podamos manejar sino porque envejecemos.
Escuchemos algunas frases del Papa en estos últimos días: “Para gobernar la barca de San Pedro y anunciar el Evangelio, es necesario también el vigor tanto del cuerpo como del espíritu, vigor que, en los últimos meses, ha disminuido en mí de tal forma que he de reconocer mi incapacidad para ejercer bien el ministerio que me fue encomendado… En el futuro, quisiera servir de todo corazón a la Santa Iglesia de Dios con una vida dedicada a la plegaria”.

En su charla con los párrocos de Roma recalcó: «La Iglesia no es una organización jurídica ni institucional, sino una organización vital que está en el alma -dijo-. “Somos la Iglesia, todos formamos un cuerpo vivo, todos juntos, los creyentes», continuó. Además, los obispos unidos son la continuación de los doce apóstoles y «sustancialmente eso no es una cuestión de poder».
“El verdadero discípulo no se sirve a sí mismo o al público, sino a su Señor, de manera sencilla, simple y generosa”.

Un efecto curioso que suscitó la renuncia es el de que ahora “todos los que tienen cargos difíciles se plantean lo de renunciar”. El efecto mimético obra poderosamente en el ser humano. Cuando uno ve que otros quieren un cargo, lo desea. Cuando otros lo rechazan uno se pregunta porqué será. La renuncia desmitifica aquello de que todos los cardenales quieren ser Papa. Al menos contrapesa la balanza al hacer ver el peso que conlleva.
La decisión del Papa, libre y totalmente personal, a mí me lleva a plantearme cómo me relacioné con él, cómo hablé de él o dejé que otros hablaran. Lo que su renuncia me dice es que tener alguien que acepte ser nuestro Papa es una gracia, más allá de “sus defectos, por los que pidió perdón”. ¿Y si nadie quisiera ser Papa de esta Iglesia? ¿Y si todos dijeran como Moisés: estoy cansado de este pueblo que no me quiere obedecer?
¿Y si todos dijeran: no tengamos más papa y que cada grupo se haga su becerro de oro? Porque para muchos la renuncia por falta de fuerzas físicas y espirituales significa: que venga uno joven así podemos seguir peleando –“las rivalidades que desfiguran el rostro de la Iglesia”- y este aguanta. Muchos no se plantean siquiera que lo que habría que pensar es al revés: qué unidad y caridad tenemos que tener los cristianos para que nos pueda conducir un anciano sabio y lúcido con pocas fuerzas físicas. Cuál tendría que ser nuestra templanza y nuestra capacidad de aguantar a los demás y de construir pacíficamente en la diferencia que no agotara las fuerzas del que conduce.
Porque la ilusión del poder no es sólo para el que lo ejerce como Cabeza sino también para los que abajo “tiran de la cuerda” como si fueran dueños de un poder absoluto “desde abajo”.
Sustancialmente, la Iglesia, no es una cuestión de poder.
Magistral definición del Papa renunciante en pleno gozo de sus facultades que se retira a “servir de todo corazón a la Santa Iglesia de Dios (a nosotros) con una vida dedicada a la plegaria”.
Diego Fares sj

Domingo 5 C 2013

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Pensar y rezar con Jesús en nuestra nave

Estaba Jesús en cierta ocasión junto al lago de Genezareth y la gente se agolpaba para oír la palabra de Dios. Vio entonces dos barcas a la orilla del lago;
Los pescadores habían desembarcado y estaban lavando las redes. Subió a una de las barcas, que era de Simón, y le pidió que condujera la barca separándola un poco de tierra. Se sentó y estuvo enseñando a la gente desde la barca. Cuando terminó de hablar, dijo a Simón:
– Conduce la nave mar adentro y echen sus redes para pescar.
Simón respondió:
– Maestro, hemos estado toda la noche trabajando sin pescar nada,
pero como tú lo dices, echaré las redes.
Lo hicieron y capturaron una gran cantidad de peces. Como las redes se rompían, hicieron señas a sus compañeros de la otra barca para que vinieran a ayudarlos. Vinieron y llenaron las dos barcas, hasta el punto de que casi se hundían.
Al verlo, Simón Pedro cayó a los pies de Jesús diciendo:
– Apártate de mí, Señor, que soy un hombre pecador.
Pues tanto él como sus hombres estaban sobrecogidos de estupor ante la cantidad de peces que habían capturado; e igualmente Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón.
Entonces Jesús dijo a Simón:
– No temas, a partir de ahora serás pescador de hombres.
Y después de llevar las barcas a tierra, dejado todo, lo siguieron (Lc 5, 1-11).

Contemplación
Antes del “Duc in altum” –conduce la nave mar adentro-, hubo un “… duc pusillum” –alejá un poquito la nave de la tierra-.
“Duc” es “llevar” y nosotros lo usamos para indicar muchas acciones –conducir, reducir, inducir, producir…-.
La palabra se acompaña con los gestos del brazo y de la mano: la palma de Jesús hacia arriba y los dedos juntos plegándose hacia adentro acompañan el pedido de tirar la barca un poco para atrás; el antebrazo haciendo un cuarto de giro y la muñeca un cuarto más hacia adentro y hacia delante acompañan el “vamos mar adentro”: lleven la nave y echen las redes.
Me impresionó que la palabra fuera la misma para tirarse un poquito para atrás y luego para meterse en lo profundo. Como dice Rossi que hacen los chicos para saltar un charquito: primero un pasito atrás para tomar envión y luego, el salto.
Es el mismo ritmo de Jesús que después de pedir permiso para subir a nuestra barca, primero nos hace apartarnos un poco de la tierra, y recién después de que está en nuestra alma un rato largo –cuando terminó de enseñar- nos manda que llevemos la nave mar adentro.
Me quisiera detener en ese rato en que Jesús está en nuestra nave y la nave la hemos apartado unos metros de la tierra. Ese poquito les ha bastado a los futuros discípulos para soltar amarras y estar mecidos por las olas, quizás con una soga larga para que la marea no se fuera llevando la nave…
El caso es que Jesús los ha hecho separarse de la tierra y estar con él dentro de la barca, en el mar. Desde allí, con la distancia óptima, el Señor enseña a la gente y los tiene a ellos en vilo. Digo en vilo porque estaban en una situación especial: escuchando como todos, pero no frente a Jesús sino un poco detrás o al costado. Atentos a los movimientos de la barca y atentos a la Palabra de Jesús… La gente los miraría de vez en cuando a ellos…
Y vamos directo al punto: una cosa es rezar escuchando a Jesús desde la costa y otra con él adentro de nuestra barca. Demás está decir que la barca es el alma y la vida cotidiana.
Sintamos un momento a Jesús meciéndose al ritmo de los movimientos interiores de nuestra alma. Es una linda imagen para entrar en la presencia del Señor, como decimos al comienzo de toda contemplación. No se trata de ponerlo arriba en el Cielo puro y adorarlo sino de sentirlo subido a nuestra barca, meciéndose al ritmo de nuestro vaivén interior, y mirarlo cómo le habla a la gente y a nosotros.
Mi alma tiene mucho de lago. Tanto de mar como de cielo. Con su profundidad desconocida y su superficie cambiante. Saer dice que el alma más que aérea (espiritual) es “pantanosa”. Es verdad que como seres vivientes salimos del agua y estamos hechos de limo y de barro. Pero hemos sacado la cabeza del agua y miramos el cielo límpido con los ojos y la mente espiritual. Ahora, nuestras pasiones y afectos tienen más de océano y de río caudaloso que de cielo abierto.
Allí se sienta Jesús, tranquilamente, a enseñar sus bienaventuranzas y parábolas.
Más que el heroico “mar adentro para pescas milagrosas” me gusta hoy quedarme en ese apenas un poquito apartados de la costa, en el que el Señor se siente cómodo para charlar y enseñar la Palabra de Dios al pueblo.
Es como que el reino de los cielos se predica mejor desde el movimiento de las olas que desde tierra firme. Quizás no todo lo del reino, pero sí lo que se refiere a la pesca. Las bienaventuranzas vendrán un poco después y el Señor las predicará sentado en el monte, más cerquita del cielo azul y alejado –también y mucho más- del suelo de la tierra en que se vive. ¿Qué es lo que les enseñaba desde la barca?
Lucas no lo dice expresamente. Nos muestra a Jesús ocupado en sanar a los enfermos y endemoniados (a la suegra de Simón, al leproso, al paralítico y al que tenía la mano paralizada. La primera “prédica” del Señor fue hacer suyas las palabras de Isaías: “el Espíritu del Señor está sobre mí, me ha enviado a anunciar a los pobres la buena nueva”. Las preguntas de los discípulos en estos comienzos giran alrededor del ayuno y la primera parábola que cuenta el Maestro es la del “vino nuevo en odres nuevos”.
Podríamos decir que lo que el Señor hace es “despertar el interés por el evangelio”, por la buena noticia. Y lo hace sobre todo con los gestos de sanación, liberación y consuelo que dan consistencia a sus palabras.
Y entre los gestos de sanación a los enfermos y de consuelo a la gente sencilla, se destaca el gesto de “elegir la barca de Simón como cátedra”. Lo habían echado de su sinagoga de Nazareth, lo habían querido despeñar del monte en el que se edificaba su ciudad, y él, entonces, elige la humilde barca de Simón el Pescador y la aleja apenas un poquito de la tierra, para desde allí, mecido por las olas mansas del lago de Genezareth, comenzar sus enseñanzas acerca de la buena nueva y del Reino de los Cielos.
Jesús predicará en todos lados, sentado y de camino, también en el Templo de Jerusalén y en las sinagogas de los pueblos, pero este lugarcito de la barca de Pedro tendrá un lugar especial en su vida.
Más allá del símbolo de la Nave de Pedro y de la Iglesia pescadora, mar adentro en el océano de la historia, me gusta la sensación de hablar mecido por el vaivén emocional del lago de Genezareth. Lago amigable y tranquilo en el que, sin embargo, se desatan a veces, inesperadamente, fuertes tormentas.
En lenguaje ignaciano diríamos que la Palabra del evangelio es palabra “cargada de mociones”. No es palabra científica, que neutraliza el lenguaje para fijar un significado abstracto y poder operativizarlo rápidamente. La palabra de Jesús es palabra mecida por nuestros afectos y pasiones, palabra viva, en movimiento, que va y viene, en la seguridad que brinda la nave (y Jesús dentro de ella).
Le sacamos provecho a la imagen reflexionando sobre un aspecto –que muchos quizás no conocen- de nuestra fe.
Dice Agustín que la fe es “cum assensione cogitare”. “Creer es pensar asintiendo”, suele traducirse. Pero Pieper dice que traducirlo así es demasiado vago e incoloro. Como el gallego al que la esposa le dice “¿me amas, Manolo?” y el responde “Si”, y ella “¿me quieres más que a nadie?” “Si”… y ella: “qué cosas lindas dices, Manolo”.
Asentir, sabemos lo que significa. Pero hay un asentir que puede ser mecánico o porque no queda otra.
Nada de eso sucede con la fe. Pero para ello hay que aclarar que “pensar o razonar” (cogitare) es más que tener una idea fija y dogmática. En latín este pensar significa inquisición investigadora, un considerar buscando, un aconsejarse consigo mismo antes de la decisión, un seguir la pista y aspirar a encontrar mediante el pensamiento algo todavía no definitivamente encontrado. Pieper lo expresa como “inquietud del pensamiento”. No porque uno no confíe, sino inquietud porque uno confía y asiente totalmente a la Persona de Cristo y busca sin cesar “las razones” de lo que el Señor dice y en lo que uno cree.
Este pensar con serena inquietud, propio de la fe, no proviene sólo de nuestro límite, como si tuviéramos que creer porque no podemos “constatar”. Nada de eso: proviene del mensaje mismo que se nos comunica. Cuando alguien nos pide que le creamos nos lo pide porque sabe que lo que nos quiere comunicar es algo que no se puede “probar” con una frase o señalando algo con el dedo. Cuando alguien nos declara amor incondicional nos pide fe porque sabe que para mostrar ese amor tendremos que ponernos juntos en camino.
Jesús elige predicar desde la serena inquietud de la nave como invitándonos a escuchar su Palabra mientras sentimos los movimientos de nuestra alma. En esta unión de carne y espíritu, de afecto y verdad, de emociones e ideas, el Espíritu evangeliza nuestro corazón.
Basta apartarse un poquito de tierra para sentir a Jesús distinto, moviéndose al unísono con nosotros, en la nave de Simón Pedro el pescador de hombres.

Diego Fares sj

Domingo 4 C 2013

Jesús provoca nuestra fe

20130203

Y Jesús comenzó a decirles:
– Hoy se ha cumplido esta Escritura en los oídos de ustedes.
Todos daban testimonio en su favor y se admiraban de las palabras de gracia que salían de sus labios y comentaban:
– Pero ¿acaso no es éste el hijo de José?
Él les dijo:
– Seguramente ustedes me aplicarán a mí este proverbio: «Médico, cúrate a ti mismo. Lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaún, hazlo también aquí, en tu patria».
Sin embargo añadió:
– De verdad les digo que ningún profeta es aceptado en su patria. De verdad les digo que muchas viudas había en Israel en tiempo de Elías, cuando se cerró el cielo por tres años y seis meses, y hubo gran hambre en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una mujer viuda de Sarepta, en la región de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel al tiempo de Eliseo el profeta, y ninguno de ellos fue curado, sino únicamente Naamán el sirio.
Y se llenaron de ira todos en la sinagoga al oír estas cosas. Y levantándose, lo arrojaron fuera de la ciudad y lo llevaron hasta la cima del monte sobre el cual estaba edificada su ciudad, para despeñarlo. Pero El, abriéndose paso por en medio de ellos, seguía su camino” (Lc 4, 21-30).

Contemplación
Jesús desconcierta. Sus paisanos primero se admiran de las palabras que salen de su boca y luego se sienten provocados y tratan de despeñarlo. ¿Por que los provoca el Señor?
Convengamos que todo lo que Jesus hace es por amor y su amor necesita despertar nuestra fe. Sin fe, Jesús no puede hacer nada. Y no hablo solo de milagros espectaculares sino de una relación verdadera con Él como la Persona que es. Jesús no vino a nuestra historia para dejar el recuerdo de algunos milagros y de un puñado de parábolas hermosas. El Señor vino a abrir un espacio de relación con el Padre, espacio que se llama Reino de Dios o de los Cielos, en el cual puede entrar y habitar toda persona que nace en este mundo. Se trata de un espacio y de un tiempo especiales, en los que el amor de Dios tiene la preeminencia y se derrama abundantemente, como un agua viva, en los corazones y en las instituciones dando un sentido nuevo a esta vida. No se trata del reino de este mundo. No se trata solo de corregir y mejorar la vida natural, que tal como está creada es sustentable. Al menos por otros 15.000.00000.000 de años. Jesús viene a traernos algo Nuevo: vida nueva, vida eterna, amor infinito. El carpintero, como dibuja Fano, vino a hacernos un corazón nuevo: un corazón que late con la Fe. Esta propuesta, que para nosotros, educados en una cultura cristiana suena a conocido, es algo inaudito y no contamos con parámetros para afrontar todo lo que significa. Aunque estemos acostumbrados a escuchar sin pestañear palabras como resurrección de los muertos y vida eterna, en el fondo no sabemos lo que decimos y apenas algún agnóstico cuestiona el sentido de estas palabras, no sabemos bien qué decir, cómo contestar. Ni siquiera sonamos convincentes cuando les explicamos a los mas chicos que el abuelo esta en el cielo. Ni hablar cuando los que cuestionan la fe son los adolescentes. Si hace unas décadas el tema tabú era el sexo, hoy son tabú los temas trascendentes: sobre esos temas mejor no pronunciarse. Pienso que es por eso que Jesús provoca a sus paisanos a una fe absoluta en él, en su persona. En medio de la alabanza y la aprobación general se desliza una frase con doble sentido: ¿Pero acaso este no es el hijo de José? No podemos escuchar el tono pero es una frase que puede significar cosas contrarias, como: «Qué grande que el hijo de José sea alguien tan extraordinario» o «y este quién se cree?». Ante una frase así el Señor podría haber optado por explicar las cosas de a poco, comenzando por lo que la gente podía digerir y luego ir profundizando. Sin embargo, Lucas hace que el Señor vaya a fondo desde el comienzo. Es como si Jesús dijera: todo lo que hago es público y claro. Cada uno tiene que sacar sus conclusiones por sí mismo, si quiere creer en mí o no, pero yo no tengo que andar justificando mi proceder. Muchas veces, cuando le pidan signos especiales o que aclare más su postura, el Señor se mostrará esquivo. Ante alguien como Jesús, uno no puede permanecer indiferente ni como espectador: si uno no se da cuenta ante quién está y que a Alguien así hay que seguirlo y escucharlo dejando que él mismo se vaya mostrando como le parezca mejor, si uno no se da cuenta de esto, como decía, no hay prueba que le baste. Es como el que no se da cuenta de que su vida -y la vida entera- es un regalo, un don. El que no alaba, el que no agradece, aunque sea diciendo «Dios, si existís seas quien seas te doy las gracias. Te pido que me permitas conocerte, pero mientras tanto, como se que si existís me estarás escuchando, te agradezco la vida y me pongo a tus ordenes, esperando que me des la gracia de conocerte en persona.» Algo así tiene que ser la oración de uno que no conoce a Dios ni a Jesús. El que espera a tener pruebas para agradecer se revela como un tipo de persona que no quiere madurar o no le interesa pensar a fondo las cosas por sí mismo. Mientras no se le despierte el deseo de creer o aunque sea el deseo de tener deseos más hondos, no hay con qué darle. O sí. Jesús provoca a este tipo de personas que ironizan con frasecitas punzantes como ¿no es este el hijo de José?
Jesús provoca desarmando las seguridades culturales en las que este tipo de personas se fundamentan. En el caso de los judíos la seguridad provenía de la Biblia y de la ley que los hacía sentirse un pueblo superior. Y el Señor les muestra un Dios que actúa fuera de esos ámbitos, un Dios que obra milagros en extranjeros, a causa de su fe. ¿Cuál es la fe de la viuda de Sarepta? Es la fe que opera por la caridad, la fe de la viuda pobre que es capaz de hornearle un pan al profeta aunque no le alcanza para ella y su hijito. ¿Cuál es la fe Naamán el guerrero leproso? Es la fe de la persona humilde que a pesar de su condición social superior sabe reconocer la sabiduría de la esclava que le dice, no sin picardía: «si el profeta te hubiera pedido algo difícil estabas dispuesto a hacerlo. ¿Qué te cuesta hacerle caso y bañarte siete veces en nuestro pequeño río?».
El guerrero es una persona que piensa por sí mismo, que piensa buscando la verdad y la sensatez, venga de quién venga. El ejemplo viene al caso porque Naamán no dice ¿quién se cree esta esclava para venir a darme lecciones? Se da cuenta de que la otra ha sido más sensata que él y no se guía por estereotipos ni por prejuicios orgullosos.
Este tipo de fe es el que Jesús reclama y nos muestra que hay mucha gente que en la vida cotidiana se mueve por esta fe. Gente humilde y generosa, que confía en el prójimo y no busca su propio interés.
¿Cuáles son nuestras seguridades, esas que el Señor tiene que desarmar y provocar para que se libere la fe en nuestro corazón?