Domingo 1 C Adviento 2012

Metáforas de Adviento: la nube

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Jesús dijo a sus discípulos:
– “Habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas;
en la tierra habrá angustia de la gente,
y desesperación por el sonido del mar y del oleaje,
los hombres perderán el sentido por el terror y la ansiedad
de lo que va a sobrevenir al mundo,
porque las fuerzas del cielo se conmoverán.

Y entonces verán al Hijo del hombre viniendo en una nube,
con gran potestad y gloria.

Cuando estas cosas comiencen a suceder,
Pónganse de pie y alcen la cabeza,
porque se aproxima su redención.

¡Estén atentos! que no se les embote el corazón
con los excesos, con el alcohol y con las preocupaciones de esta vida,
no sea que ese día les caiga de repente, como un lazo,
porque sobrevendrá a todos los que habitan sobre la faz de toda la tierra.

Velen en todo tiempo rogando
para que logren escapar de todas estas cosas que van a suceder
y puedan mantenerse en pie en presencia del Hijo del hombre» (Lc 21, 25-36).

Contemplación
Nuestra fe es fe en una Persona. Creemos en Alguien que ya vino –el Niñito Jesús, el Hijo amado del Padre y de María-; creemos en Alguien que vendrá –el mismo Jesús, que vendrá como Señor, con gran potestad y gloria ,en una nube.
Nuestra fe es adhesión con toda la mente, con todo el corazón y con todas las fuerzas a Jesús de Nazaret, adhesión total por el cariño que Él nos tiene y a Él le tenemos como persona.
Nuestra fe es esa inteligencia honda que nos hace conocer cuando una persona actúa gratuitamente, por puro amor. Con esa inteligencia nos jugamos a afirmar y testimoniar que Jesús vino “porque nos quería” y volverá “cuando él lo considere”, que son dos maneras manera de decir “libremente”.

¿A qué viene esto de lo personal y lo gratuito?
Cuando hablamos de creer, lo gratuito viene al caso porque mucha gente se burla o es escéptica cuando decimos que Jesús vendrá en una nube. Son gente seria que cree en la metáfora del dinero (un papelito que dice 100 pesos y que se nos propone que creamos que vale 100 pesos aunque cuando lo sacamos para pagar sabemos que vale 30 y bajando), gente, digo que cree en la metáfora del dinero y se burla de la metáfora de la nube. Alguno me dirá “es cierto que el dinero se devalúa pero algo siempre vale, en cambio la nube…”. Por si alguno no lo experimentó todavía, Jesús nos recuerda que con el dinero no podemos “comprar” ni un minuto de nuestra vida. Pero vamos a la metáfora de la nube. Recordemos que “venir en una nube” es una metáfora para expresar un “venir desde lo no esperado”. Lo cual, para nuestra mentalidad científica que lo calcula todo en números y lo convierte en negociable, significa “venir desde lo gratuito”, desde lo que no se puede calcular matemáticamente (no sabemos ni el día ni la hora) y por lo tanto no se puede manipular ni negociar.
En el año de la fe, los cristianos anunciamos y damos testimonio con nuestras obras gratuitas de que creemos en el Dios Trino y Uno que nos regaló la vida por amor, nos redimió con puro amor y se nos dio como Espíritu de amor. Esto es vivir en una nube y la metáfora no sólo no es ridícula sino que tampoco es antigua, ya que ahora “todo lo importante” se pone en la nube (por ahora gratuitamente, aunque sean pocos gigas) para que esté disponible en cualquier dispositivo. Curiosamente, los publicistas que saben más de nosotros que nosotros mismos, utilizan con éxito la manzanita mordida del Génesis y la nube del Apocalipsis. Creo que el único símbolo “no manipulable” es, ha sido y será, sólo la Cruz.

Y aquí viene lo de lo personal. Porque lo único verdaderamente gratuito (la única nube) es lo que pasa por la decisión y el compromiso de un corazón libre. Nosotros creemos que las cosas “vienen y pasan” de un corazón y por un corazón, que no son naturales ni automáticas.

Nuestra mentalidad actual está dispuesta a aceptar cierto tipo de gratuidad como fuente de la existencia del universo y del hombre. Pero enseguida surge el fantasma de una gratuidad sin rostro, de un azar, de un infinito número de combinaciones moleculares y de explosiones de estrellas, de las que surge este pequeño planeta en el que vivimos, protegiéndonos en la burbuja de la tecnología. Digamos que no es fácil creer de corazón que Alguien como Jesús tenga ese poder y gloria del que Él mismo habla en el evangelio. Ya no resulta fácil para muchos, actualmente, creer que existió Alguien como Jesús, con su humildad y su amor incondicional por los hombres. Aunque algunos agnósticos, como Humberto Eco, dicen que “si no hubiera existido habría que inventarlo”, en cuanto modelo de cómo quisiera ser todo corazón humano. Pero creer en un poder personal sobre la naturaleza es casi inaceptable para nuestra mentalidad actual.
Esto tiene un aspecto positivo y uno negativo. El positivo es que la ciencia no se siente todopoderosa y toca cada vez más sus límites ante la inmensidad de las fuerzas naturales. No sólo los huracanes y los terremotos nos muestran nuestro poco poder sino que los últimos descubrimientos de inconmensurables agujeros negros –como el que se chupa literalmente más de la mitad de una galaxia- nos hacen sentir insignificantes. Al menos a los que creen ciegamente en la metáfora de los números.

Lo negativo es que, hoy en día, la creencia en el poder anónimo de las fuerzas naturales, es algo alimentado por los poderosos, que lo utilizan para trasladarlo al mercado, haciéndonos creer que la inflación y las debacles financieras son “como terremotos” y “Tsunamis” cuando en realidad son fruto de decisiones personales tomadas detrás de un escritorio por personas con nombre y apellido que vive espléndidamente su corta vida mortal.

Remontar la utilización política de la metáfora de los poderes anónimos es algo positivo socialmente.
Nos pone a cada uno frente a nuestra propia responsabilidad personal, sin excusarnos de que “estamos peleando” contra fuerzas superiores que vienen de no se sabe cuándo ni de cómo se desencadenaron”.
Lo personal es siempre aquí y ahora.
Lo personal asume todo lo que hay: lo heredado y las consecuencias futuras, y se hace responsable, buscando hacer bien el bien.

Esta actitud bien concreta, este desafío cotidiano, de hacer bien el bien, es la bajada práctica totalmente opuesta a la que dice “no se puede hacer bien el bien porque…. (hay fuerzas anónimas que lo impiden)”. Nadie está “a favor del aborto”, dicen todos, pero…. dada la situación actual nadie se puede hacer responsable de esa vida si la madre no la quiere y por tanto hay que legislar para que “anónimamente” (sin responsabilidad penal) se interrumpa el proceso del embarazo.
Ir sacando la responsabilidad de todos los ámbitos de la vida parece muy liberador. Y quizás lo es al comienzo, porque ante un exceso de la sociedad de hacer que el individuo responda de todo, el que cada uno haga lo que quiera parece una conquista de la libertad privada frente a los poderes del estado, de la Iglesia y de las corporaciones.
Pero no muy a largo plazo se comienza a ver que lo que parece libertad es en realidad abandono de personas. El estado te da todos los medios para que abortes a tu hijo, pero no para que lo críes bien. Si a los bebés de madres solteras se las tratara como al de la película “Hijos del hombre” (la que cuenta que en la tierra había dejado de haber nacimientos –el último había sido en Buenos Aires, 15 años atrás- y la única mujer embarazada es protegida por todos como algo de valor infinito), no habría presupuesto que alcance, dicen como obvio.

Reflexionado un poco lo importante que es, a nivel social, la afirmación de la responsabilidad personal y visto cómo se busca diluirla para manipular la vida política, queda más despejado el camino para “recibir la invitación a creer que realmente existe Alguien como Jesús que se hace cargo personalmente de la historia.
Ese es el mensaje de fondo del cristianismo: en Jesús –que vino y que vendrá- Dios nos dice que Él se hace responsable de la historia: de todo lo que pasó y de cada uno de nosotros.
Creer esto tiene una consecuencia más inmediata que hacer un clic y encender nuestro celular: si Dios se hace responsable de todo yo puedo hacerme responsable de lo mío y nosotros -cada nosotros comunitario- de lo nuestro. Entonces…
Cambia la historia.
Cambia el presente.
Cambia la familia.
Cambia la Iglesia.
Cambia la política.
¿Cambia todo?
Sí. Aunque no se vea inmediatamente afuera, cambia el ánimo y cambia el sentido.
Nuestras obras de caridad actuales son el fruto de esos “clics” en los que un grupo de personas decidió hacerse responsable de aquello que nadie se hace responsable (de las personas en situación de calle, de los niños abandonados, de los enfermos terminales, de los abuelos solos…).
Y en lo interior, cambia nuestro discurso. Uno siempre está “hablando” interiormente ¿nos es verdad?.
¿Con quién hablamos?
Uno dice “con nosotros mismos” y, desdoblándonos, con las personas con las que interactuamos. Si voy a tener una entrevista de trabajo con alguien voy “dialogando” internamente con esa persona, diciéndole mis ideas e imaginando lo que me dirá.

Pues bien, el cristiano es una persona que cuando habla interiormente se dirige a Jesús.
El es nuestro principal interlocutor. El interlocutor último –como Juez- ante el cual confrontamos nuestras ideas y tanteamos si están de acuerdo con sus criterios últimos (la misericordia, el perdón, la caridad, la fe).
También el interlocutor cotidiano, en la medida en que damos espacio a sus Palabras y las rumiamos como María en nuestro corazón hasta que dan como fruto decisiones prudentes y llenas de amor.

Eso es la fe: una palabra lanzada a Jesús y esperando respuesta. Junto con muchos otros –muchísimos- doy un testimonio más de que a mí siempre me responde. Y que por eso me voy animando cada vez a hablarle más (confieso que con algunos olvidos cuando la vida fluye bien, y con algunos miedos cuando hay que tomar decisiones…). Pero sin duda que creo que hablarle a Él y esperar sus “venidas más allá de lo que esperaba” es el motor y la sal de mi vida. El es al que espero y a su corazón subo todo lo mío, por encima de todas las nubes.

Diego Fares sj

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