Domingo 18 B 2012

El trabajo de la fe 

Nos acordamos sin cesar delante del Dios y Padre nuestro de la obra de vuestra fe, del trabajo de vuestro amor y de vuestra constancia en la esperanza en nuestro Señor Jesucristo (1 Tes 1, 3).

Cuando la gente vio que Jesús no estaba allí, ni tampoco sus discípulos,
subieron a las barcas y fueron a Cafarnaúm, en busca de Jesús.
Al encontrarle a la orilla del mar, le dijeron:
– «Rabbí, ¿cuándo has llegado aquí?»
Jesús les respondió:
– «En verdad, en verdad les digo: ustedes me buscan, no porque hayan visto señales, sino porque han comido de los panes y se han saciado. Trabajen, no por el alimento perecedero, sino por el alimento que permanece para vida eterna, el que les dará el Hijo del hombre, porque a éste es a quien el Padre, Dios, ha marcado con su sello »
Ellos le dijeron:
– «¿Qué trabajo tenemos que hacer para realizar las obras de Dios? »
Jesús les respondió:
– «La obra de Dios es que crean en quien él ha enviado.»
Ellos entonces le dijeron:
– «¿Qué señal haces para que viéndola creamos en ti? ¿Qué obra realizas? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, según está escrito: les dio a comer Pan del cielo.»
Jesús les respondió:
– «En verdad, en verdad les digo: No fue Moisés quien les dio el pan del cielo; es mi Padre el que les da el verdadero pan del cielo; porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da la vida al mundo.»
Entonces le dijeron:
– «Señor, danos siempre de ese pan.»
Les dijo Jesús:
– «Yo soy el pan de la vida. El que venga a mí, no tendrá hambre, y el que crea en mí, no tendrá nunca sed (Jn 6, 24-35).

Contemplación
“Trabajos”, “obras”… la palabra clave del evangelio de hoy pone las “señales” de Jesús en clave laboral.
Y el Señor aclara bien en qué consiste el trabajo que hay que hacer: nuestro trabajo es “creer en Jesucristo, que hace las obras del Padre”.

Supongamos que alguien viene al Hogar o a Manos Abiertas y pregunta en qué puedo colaborar, si le respondiéramos que la principal colaboración que necesitamos es su fe, sonaría medio raro ¿no?
O quizás no tanto.
Si uno reflexiona, en realidad el trabajo de la caridad ya lo estamos haciendo y no “necesitamos” el trabajo de nadie en particular. Entendámoslo bien, no necesitamos ningún trabajo en particular, sino a personas que quieran participar de un tipo de obra que nos hace necesitarnos a todos juntos trabajando como equipo. No necesitamos a nadie en particular porque el Señor se ha encargado siempre de enviar tanto a las personas como los recursos que se necesitan para atender a sus pequeñitos y si no viene uno vendrá otro.
En este sentido “la fe” de los que quieren colaborar es fundamental. Si el que viene no siente que se suma a un “milagro viviente”, a una obra que el Espíritu viene suscitando en la Iglesia desde el comienzo, si no tiene esta confianza, no aportará a lo esencial.

Nuestra experiencia al trabajar en estas “obras de Jesús”, es que están “como esperando” a que las encarnemos.
Parece mentira que un grupo de fieles diga “vamos a hacer un Hogar, una Hospedería, una Casa de la Bondad”, y comience a “crecer por sí sola”, día a día, y al cabo de un tiempo ya esté en funcionamiento y luego se mantenga y crezca: con la colaboración de todos y por sí sola, como el granito de mostaza.
Esta experiencia de que las obras son todas de Dios y todas nuestras, “indivise et inconfuse”, sin que se pueda separar ni confundir lo que fue esfuerzo nuestro y lo que fue gracia de Dios, es algo bien católico.
Por eso es que, si alguien ofrece su trabajo, el primer trabajo que le solicitamos, como se nos solicita a los que ya estamos trabajando, es que crea (creamos) en Jesucristo que es quien hace las Obras del Padre. En Él, que las hace, y en la Iglesia –encarnada en cada comunidad concreta- a la que el Señor asoció a sus obras.
No es un verso esta promesa: “El que cree en mí, hará las obras que yo hago; y aun mayores hará, porque yo voy al Padre” (Jn 14, 12).
Digo que no es una frase hecha o una expresión de deseos sino una realidad. Una madre Teresa a hecho obras mayores con los que mueren en las calles de la India y con los más pobres entre los pobres de muchas partes del mundo de las que hizo el Señor en vida.
Pero para entender bien esto de “hacer obras mayores” hay que cambiar la mentalidad individualista y competitiva que tenemos, según la cual, lo que hago yo es mío y, sobre todo, “no tuyo”, ni de nadie más.
Las obras que realiza el Señor son otro tipo de obras, son obras realizadas comunitariamente.
¿Qué significa “comunitariamente”? Esto tampoco es algo obvio, que todo el mundo entiende. Pareciera que sí, que se da por descontado, y sin embargo, cuando surge algún conflicto se ve clarito que “lo comunitario” no lo era tanto y que “algunos” se sentían más dueños de lo común que otros. Humanamente este problema entre lo individual y lo común, no es fácil de resolver. De quién es el mérito de Apple ¿de Steve Jobs o del equipo, del que los contrató o de los accionistas…?
Jesús nos da una pista muy iluminadora para resolver estos problemas al revelarnos cómo tratan las cuestiones de protagonismo -en el núcleo íntimo de su vida trinitaria-, Él, el Padre y el Espíritu Santo. Escuchemos una frase de Jesús: “El Padre que vive en mí, Él hace las obras” (Jn 14, 10). Hay muchas otras: “el Padre es más grande que yo”, “el Hijo no puede hacer nada por su cuenta, sino lo que ve hacer al Padre; porque todo lo que hace el Padre, eso también hace el Hijo de igual manera” (Jn 5, 19).
La “pasividad” de “creer” y “obedecer” antes de “hacer exteriormente” y de “obrar junto con otro(s) y no cortarse solo, no son cosas a las que estemos obligados por ser creaturas. Jesús nos muestra que el Fundamento de toda actividad, de toda acción es el Padre, que a Él lo engendró y a nosotros nos creó. El es el único “Activo”, todos los demás, comenzando por el Hijo, lo hemos recibido todo del Padre, en primer lugar, la vida misma y, luego, todo lo que gracias a la vida podemos realizar.
Las obras de Dios tiene, por tanto, una única fuente y un Referente máximo: el Padre. El es el que da el querer y el obrar, El Padre es el que hace que Jesús su Hijo nos resulte atractivo, fascinante, y el que nos acerca a Él, sin que a veces sepamos cómo. El Padre es el que nos mueve a obrar, es más, “somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para hacer las buenas obras que Dios preparó de antemano para que camináramos en ellas” (Ef 2, 10).

Ya está por comenzar “el año de la fe”. Vamos alimentando nuestra vida con la escucha de estas palabras de Jesús que nos hablan del “trabajo de creer”, de la obra de la fe.
Creer en Cristo no es para nada una cuestión sólo intelectual. La confianza en una Persona se cultiva viviendo y trabajando juntos. Creer es un trabajo porque para que se suscite o se active el don de la fe, para que confiemos realmente, para que “veamos las señales de Jesús”, es necesario escuchar la Palabra, guardarla, comprenderla, ponerla en práctica y reflexionarla (volviendo a agradecer, como el leproso curado). Y lo “especial” de este trabajo de creer en Jesús es que nos mete en comunión con el Padre, con el que es la Fuente de nuestro ser y de nuestro obrar. Escuchar a Jesús es “escuchar al Padre”, recibir a Jesús (recibiendo a los pobres) es recibir al Padre que lo envió, hospedar la Palabra es ofrecerle morada también al Padre que viene a habitar en el corazón de los que aman a su Hijo, obedecer a Jesús es “hacer la voluntad del Padre que está en el cielo, trabajar con Jesús es trabajar con el Padre que “siempre trabaja” dando vida y perfeccionando a toda creatura, alegrarnos con la alegría de Jesús es gozar de la Gloria del Padre, cuya alegría es que el hombre viva.
Y toda este trabajo de la fe Jesús lo concentra en el Pan de Vida. Creer en comulgar, comer es confiar en el alimento que uno hace suyo. Por eso es que fe y Eucaristía van juntas.
Diego Fares sj