“Que todos tengan un contacto directo con el pobre”
En aquel tiempo, Jesús dijo a los judíos:“Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo les voy a dar es mi carne, para que el mundo tenga vida”. Entonces los judíos se pusieron a discutir entre sí: “¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?” Jesús les dijo:“Yo les aseguro: Si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no podrán tener vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna y yo lo resucitaré el último día. Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí y yo en él. Como el Padre, que me ha enviado, posee la vida y yo vivo por él, así también el que me come vivirá por mí. Este es el pan que ha bajado del cielo; no es como el maná que comieron sus padres, pues murieron. El que come de este pan vivirá para siempre” (Juan 6, 51-58)
Contemplación
El año pasado reflexionamos sobre la frase de Hurtado “el pobre es Cristo”. Este año quiero seguir profundizando en “el sentido del pobre” acerca del cual Hurtado quería escribir: él lo describía como un deseo y un dolor: “Desear el contacto con el pobre, sentir dolor de no ver a un pobre que representa para nosotros a Cristo”.
El trece de agosto del 52, cinco días antes de morir, Hurtado habla de un clima de caridad. Marta Holley le preguntaba si el Hogar se tenía que extender y el le responde:
«Indudablemente. Después de terminar la unidad de Chorrillos, hogares en provincia: Concepción, Valparaíso, Antofagasta y también en diferentes barrios de Santiago. Para ello, propaganda en provincia, para crear un clima de caridad en todo Chile. Que todos tengan un contacto directo con el pobre y no solamente la Fraternidad»
En este mes de Hurtado desde Córdoba nos están brindando lindísimas reflexiones acerca del sentido del pobre, ya que nos hablan de “escuchar”, “mirar”, “tocar”. Y en eso de tocar, de “estar en contacto”, ponen un texto de Monseñor Bergoglio que, como siempre hace él, baja a la vida la palabra (que es lo que significa creer que Jesús tiene palabras de vida eterna, como dice el evangelio de hoy: palabras que vivifican nuestra vida concreta). Dice nuestro Cardenal:
Jesús quiere que toquemos la miseria humana. Tocar la miseria humana, tocar
el problema. Que nuestra existencia se ponga en contacto con la existencia del hermano. Jesús quiere que seamos orejas, que escuchemos, pero no mientras pensamos en la película que vamos a ver a la noche, sino que al escuchar al hermano dejemos que se nos meta en el corazón el problema que nos dice. Y quizá esa noche tengamos que rezar un poco más o tengamos un poco de insomnio.
En esto del contacto hay un núcleo profundo de la espiritualidad de San Alberto Hurtado.
El soñaba con que “todos tengamos un contacto directo con el pobre”, convencido de que “el pobre es Cristo”. Hurtado habla exactamente con la misma fuerza del “contacto con Dios” y del “contacto con el Pobre”.
En su escrito “Siempre en contacto con Dios” del 47, hablando de la verdadera espiritualidad de la acción, centraba todo el éxito en “mantener el contacto con Dios”. Decía:
Cada una de nuestras acciones tiene un momento divino, una duración divina, una intensidad divina, etapas divinas, término divino. Dios comienza, Dios acompaña, Dios termina. Nuestra obra, cuando es perfecta, es a la vez toda suya y toda mía. Si es imperfecta, es porque nosotros hemos puesto nuestras deficiencias, es porque no hemos guardado el contacto con Dios durante toda la duración de la obra, es porque hemos marchado más aprisa o más despacio que Dios.
Y esta convicción no le viene sólo del evangelio y de la práctica de la caridad sino de sus estudios de pedagogía. John Dewey (1859-1952), el famoso filósofo y pedagogo norteamericano sobre el cual Hurtado escribió, tiene toda una pedagogía del “contacto” para desarrollar el “sentido social” de los educandos.
“El sentido social no se desarrolla por la transmisión directa de opiniones, emociones o ideales sociales”, sino “Mediante la realización de una actividad en común con miras a obtener un fin común. El individuo al participar en una obra común se apropia el fin, aprende el método, adquiere la habilidad para realizarla y se impregna de la emoción que le es propia”.
De allí vienen frases famosas de Hurtado como: “Realizar. Comienza por conocer el objeto estando en contacto con él. Para saber lo que es el agua, no hay como bañarse”.
De aquí viene una gracia grande de nuestras obras: al permitir a mucha gente ponerse en contacto con los más pobres, con los que sufren, al hacer participar a muchos de una actividad en común, vemos cómo nos vamos encontrando unidos en la práctica, aportando todos lo propio ya que cada colaborador se “apropia del fin común” y “se impregna de la emoción que le es propia” (lo vemos en todos nuestros testimonios).
Esta pedagogía, profundamente humana (Dewey la reflexiona y cultiva siendo ateo) es profundamente de Cristo: nuestro Señor es el Dios que se encarna para ponerse en contacto con nuestra humanidad, Jesús es el que pone al hombre – no sólo al pobre digno de compasión sino también al hombre sujeto de su propia promoción- en el centro de la mirada. Los criterios de Jesús son los del “entrar en contacto”: la projimidad, el acercarse, el “vengan y vean”, el no pasar de largo, el “tocar las heridas”, el comprometerse en su seguimiento y en el trabajo de la viña del Padre.
Ahora bien, todos los que estamos de acuerdo en la importancia de estar en contacto con los pobres y en la participación en una obra en común, también concordaremos en que hay diversos grados de profundidad. Desde el “nos mantenemos en contacto” que se dice cuando uno se cruzó por la calle y ya se está yendo –el “toco y me voy”- hasta el compromiso estable y radical con una misión y con una comunidad de vida. Más aún, esta cara más formal, que distingue un contacto momentáneo y otro “para siempre”, se complementa con otra dimensión del estar en contacto que vivifica tanto los contactos ocasionales como los que son para toda la vida. Es esa dimensión que Bergoglio llama “existencial”, es ponerse en contacto con la existencia del otro, con lo que vive profundamente en cada momento y a lo largo del tiempo. El corazón necesita de ese contacto de amor a lo largo del tiempo pero también en los momentos “claves” de la vida.
Hay “momentos” en los que la vida se condensa y allí el que “está” a nuestro lado, en el instante justo, pesa más que otros que están quizás toda la vida, pero no atentos a lo que verdaderamente importa. Lo experimentamos cuando sentimos que alguien “siempre está” cuando tiene que estar. No importa que no esté en otras ocasiones.
Con los pobres y con los enfermos este contacto “existencial, momentáneo” es el más importante, porque ellos son los que tienen la vida en carne viva, frágil, dependiendo del momento para sobrevivir o hundirse definitivamente.
De aquí viene la preocupación de Hurtado por los detalles, por la atención y el respeto al pobre. De aquí lo de “cuidar que las cucharas estén limpias”, de aquí el descorazonamiento al ver los fracasos y pensar en “Tantas diligencias por los pobres, tantas visitas, esfuerzos, mendigar por ellos. ¡Haber perdido el tiempo, las fuerzas, quizás el cariño de los míos, que he abandonado por los extraños…!”. Descorazonamiento del que se repone rápido al sentir que todo lo hizo con amor y el amor plenifica.
De aquí viene su oración poblada de personas concretas a las que ama sin conocer y con las que entra en contacto rezando:
“Son tan numerosas esas pobres mujeres que pasan toda la vida en sus tareas domésticas y en los cuidados de su familia… viven triturando el grano, soplando las brasas, de rodillas en el suelo; sacando agua de la laguna, meciendo al niño que llora, yendo a ordeñar las vacas, oficios que llenan su día, a veces penosamente. Son mis hermanas, hermanas de sangre, llamadas a ser hermanas de fe. Su alma ignorante y sencilla vale más que la mía, y ya que no puedo ayudarlas con mis manos, con mis palabras, con un cariño exteriorizado, quisiera ayudarlas al menos con mi plegaria, para que su trabajo sea menos penoso, para que su alma esté saciada con los dones divinos, con la fuerza y la alegría en el dolor”.
Pedimos a San Alberto Hurtado la gracia de “entrar en contacto” de corazón, con los que participamos en la misma misión y con nuestros hermanos más necesitados, poniendo en el centro siempre al hombre desde esa mirada de Jesús que desea para nosotros una vida plena.
……….
Comparto un encuentro de antes de ayer que me iluminó la diferencia entre “entrar en contacto con la existencia del otro (con el momento existencial que está viviendo) y estar en contacto con “casos”, con la “idea” de lo que le pasa al otro.
Al doblar por Hipólito Yrigoyen, yendo por Matheu, del Hogar a Regina, vi al grupito que “para” en lo que era el locutorio y que ahora está cerrado. Hay días en que me cuesta pasar cerca de ellos porque suelen estar muy alcoholizados y en medio de mucha suciedad. Pero aunque hice amague de cruzar a la vereda de enfrente enfilé derecho nomás, buscando con los dedos unas monedas en el bolsillo para tenerlas a mano y no tener que sacar la billetera.
De lejos ya individualicé a uno que el domingo a la siesta me había hecho matar de risa. Reviví la escena en esos pocos metros: Domingo a la siesta. Misa con la comunidad china, momento en que Xiao Lan está leyendo la primera lectura. Entra mi amigo y se sienta, acomodando sus bártulos, en medio de los de las últimas filas. Está llenita la Iglesia por la cercanía de la fiesta de la Asunción, que para los chinos es una de las fiestas grandes. Se persignó devotamente y pone cara de atención, con las manitos juntas. De golpe se para y con voz pastosa y haciendo gestos con el dedo dice en voz muy fuerte: Acá hay que hablar en castellano, señores! Castellano. Que yo también se inglés y tres idiomas pero acá se habla en castellano!
Se sienta y como veo que los chinos se dan vuelta a ver qué pasa y que por ahí la cosa va a seguir me voy hasta el fondo mientras Wan Aie sigue con el evangelio y amigablemente le pido que saldamos de la misa. Mire que yo se inglés padre Diego. Pero Ud. tiene que hacer la misa en castellano. Que no, que es la de los chinos… y así lo voy llevando.
….
Al pasar frente a la barra me recibió con un abrazo y se acordó de la misa en chino: se reía contándole a los otros cómo había tratado de poner en orden las cosas.
Mientras lo saludaba con ese abrazo inevitable porque es de los que no te dejan pasar así nomás, otro de los compañeros me pidió cinco pesos (estaba con una chica a la que no había visto antes) para el queso. La piba (Liliana, me dijeron ayer, cuando pasé de nuevo y ya no estaba) extendió la mano y recibió las monedas que llegaban a cuatro pesos veinticinco. Justo alcanza cura. Iba a seguir y ella me dice Yo tengo que decirte algo cura. Cómo te llamás –le pregunté-. No importa como me llamo, yo quiero decirte que ahora me das para el escabio pero el año pasado yo fui a tu hogar a pedir un poquito de comida porque estaba con la panza así y en tu hogar no me dejaron entrar… Es que es para hombres, vos sabés. Podrías haber ido a Rincón… No, cura yo estaba embarazada y ahí dejan entrar a todos estos fisuras y a mí no me quisieron dar ni una bandejita de comida y yo pedí al guardia que llamara al cura y me dijo que no estabas pero sí que estabas… Y empezaron a caerle unas lágrimas grandotas mientras revivía la escena. Los otros le decían No te enojés con el padre, si vos sabés que ahí es para hombres y que no dan bandejas… pero ella decía Dejame que yo le quiero decir que estaba por tener a mi hijito y que me tuve que ir a Constitución para comer algo y que ahora no tengo al bebé y ando en el escabio pero aquella vez no me dieron nada… Y lloraba y no quería consuelo.
Me di cuenta de que estaba reviviendo algo muy doloroso y me lo quería contar y les dije que la dejaran hablar. Le pedí perdón pero me dijo que ella no era Dios y que me callara. Que no la habíamos recibido y que recibíamos a todos los otros que eran unos borrachos y a ella no. Y después que repitió de nuevo todo lo que había pasado me dijo Ahora andate cura. Seguí nomás. Dale. Dale, seguí y no digás nada.
Le obedecí y me fui, mientras los otros le reprochaban que por qué se enojaba conmigo y ella volvía a repetir la historia.
Me fui sintiendo lo que ella sintió aquel día, que ella me despachaba a mí como la habíamos despachado a ella. Me echó de su calle y de su vida. Creo que lo que le dolió es que ahora, viéndola tomada le diera unas monedas para el escabio y entonces, que estaba embarazada, no la atendimos. Las monedas que había preparado me quedaron con gusto a Judas. Yo ni me había enterado del caso pero sentí que era una gracia que me doliera, aunque fuera un año después, el que no hubiéramos visto a Cristo en ella con su bebé y que la hubiéramos dejado ir enojada. Primera vez que me echan a mí, y en la misma calle. Y que me voy calladito, yo que siempre si no la gano la empato.
Ya tiré las redes para encontrarla de nuevo y ver qué fue de su bebé. Y doy gracias de haberme enterado, para confesarme y reparar ahora, porque fue como será en el día del juicio, que muchos diremos “cuándo Señor, decís que te vimos, si yo ni me enteré”.
Bueno, lo que dicen Hurtado y Bergoglio, de entrar en contacto existencial con el pobre, de tocar su miseria y su dolor, de dejar que nos quite el sueño y nos inquiete, va por este lado, que no es en primer lugar (y esto uno no termina nunca de entenderlo) una cuestión moral, de deber, que se soluciona cumpliendo o dando algo, sino una cuestión humana, existencial, de compartir la vida y lo que al otro le está pasando.
No se trata de quedar culposo ni de lavar culpas. Lo de sentir dolor de no haber visto a Cristo en el pobre abre el corazón a un sentido hondo de la vida que si no, se diluye. Y este dolor de “no haber establecido un contacto” se convierte en deseo de “establecer contacto” y de crear ese “clima de caridad” del que habla Hurtado, en el que junto a muchos otros, participamos de esta misión en común de amar a Dios en el prójimo.
Diego Fares sj
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“Quisiera aprovechar estos breves momentos, mis queridos jóvenes, para señalarles el fundamento más íntimo de nuestra responsabilidad, que es nuestro carácter de católicos. Jóvenes: tienen que preocuparse de sus hermanos, de su Patria (que es el grupo de hermanos unidos por los vínculos de sangre, lengua, tierra), porque ser católicos equivale a ser sociales. No por miedo a algo que perder, no por temor de persecuciones, no por anti-algunos, sino que porque ustedes son católicos deben ser sociales, esto es, sentir en ustedes el dolor humano y procurar solucionarlo” (1943).
“Ella, María, con su intuición femenina vio el ir y venir, el cuchicheo, los jarros que no se llenaban… Y sintió toda la amargura de la pareja que iba a ver aguada su fiesta, la más grande de su vida… Sintió su dolor como propio. ¡Comprensión! de los dolores ajenos… No decir esas palabras huecas que no significan nada… y menos aún pasar de largo. Cuando hay un dolor que allí estemos: sin quitarle el cuerpo. Como lo hace el pueblo que es más niño y por eso está más cerca de Dios: ¡que va a sentir con el doliente! Idea cristiana que está a la base de nuestros velorios. Que la pena de las chacras y del gorgojo sea nuestra pena, y que no nos desdeñemos de esas cosas nosotros que somos canales de la gracia, pues si nos desentendemos de lo humano los canales se tapan y a estas almas no llegará la Gracia de Cristo”. (1946)
“Cristo se ha hecho nuestro prójimo, o mejor, nuestro prójimo es Cristo que se presenta a nosotros bajo una u otra forma: preso en los encarcelados; herido en un hospital; mendigo en la calle; durmiendo, con la forma de un pobre, bajo los puentes de un río. Por la fe debemos ver en los pobres a Cristo, y si no lo vemos es porque nuestra fe es tibia y nuestro amor imperfecto. Por esto San Juan nos dice: Si no amamos al prójimo a quien vemos, ¿cómo podremos amar a Dios a quien no vemos? (cf. 1Jn 4,20). Si no amamos a Dios en su forma visible ¿cómo podremos amarlo en sí mismo?” (1950)
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