Domingo 22 B 2012

Donde haya un hueco en tu vida, llénalo de amor al Bien

Se reunieron ante Jesús los fariseos y algunos de los escribas que habían venido de Jerusalén y como vieron que algunos de sus discípulos estaban comiendo sus panes con las manos impuras, es decir, sin lavar (pues los fariseos y todos los judíos, si no se lavan las manos hasta la muñeca, no comen, porque se aferran a la tradición de los ancianos. Cuando vuelven del mercado, si no se lavan, no comen. Y hay muchas otras cosas que aceptaron para guardar, como los lavamientos de las copas, de los jarros y de los utensilios de bronce y de las camas) le preguntaron:
─ ¿Por qué no andan tus discípulos de acuerdo con la tradición de los ancianos, sino que comen su pan con las manos impuras?
Y Jesús les respondió diciendo:
─ Bien profetizó Isaías acerca de ustedes, hipócritas, como está escrito:
‘Este pueblo me honra de labios, pero su corazón anda lejos de mí.
Y en vano me rinden culto, enseñando como doctrina los mandamientos de hombres. Porque dejando los mandamientos de Dios, se aferran a la tradición de los hombres’.
Y llamando a sí otra vez a toda la multitud, les decía:
─ Óiganme todos y entiendan: no hay nada que siendo externo al hombre, entre en él y sea capaz de contaminarlo; las cosas que contaminan al hombre son las que salen del (interior del) hombre. Si alguno tiene oídos para oír, oiga.
Cuando entró en casa, aparte de la multitud, sus discípulos le preguntaron acerca de la parábola (enigma). Y les dijo:
─ ¿Así que también ustedes están sin entendimiento? ¿No comprenden que nada de lo que entra en el hombre desde fuera le puede contaminar? Porque no entra en su corazón sino en su estómago, y sale a la letrina. Así declaró limpias todas las comidas. Y decía:
─ Lo que del hombre sale, eso contamina al hombre. Porque desde adentro, del corazón del hombre, salen los razonamientos retorcidos, la inmoralidad sexual, los robos, los asesinatos, los adulterios, el deseo avaro de tener más sin preocuparse por los otros, las maldades, el engaño doloso, la indecencia, el ojo envidioso, la difamación, la arrogancia del hacerse ver como superior a los otros y la locura e insensatez. Todas estas maldades salen de adentro y contaminan al hombre (Mc 7, 1-23).

Contemplación
Me llamó la atención la palabra que se utilizaba en tiempos de Jesús para expresar “lo que contamina” o “lo impuro”. Los judíos utilizaban la palabra “común” (koinos), en el sentido de lo ordinario, lo que no está “consagrado”, lo profano.
Es significativo porque da la sensación de que hasta en el lenguaje la pureza se les fue volviendo “ritual”, hasta el punto de transformarse en algo “especial”, separado de la vida común y corriente.
Y Jesús va por el lado contrario; Jesús apunta a santificar la vida cotidiana, apunta a hacer santo lo de todos los días, a que podamos “adorar al Padre en cualquier lugar en espíritu y en verdad”.
Por eso el Señor se preocupa en ayudarnos a discernir esta tendencia a querer “justificarnos” desde el exterior (o a creer que lo que contamina es lo de afuera).
El Señor centra la pureza en un amor sincero al bien que se traduce en obras buenas. Es decir: en una amor de corazón y con obras.

La lista de pecados que Jesús enumera es fuerte (el lenguaje duro del que se quejaban algunos discípulos el domingo anterior). Los fariseos plantean una discusión en torno a algo inofensivo, si se quiere, como es la cuestión de comer el pan sin lavarse las manos y Jesús saca a la luz una lista de pecados gravísimos que parten de los razonamientos torcidos y terminan en la locura.
Los pecados que Jesús destaca (y que no tienen nada de formal sino que son realidades terribles) deberían bastar para no creer que con algunas prácticas religiosas nos podemos salvar de quedar contaminados. El misterio del mal no se soluciona con ningún maquillaje ni con ningún tipo de negociación “políticamente correcta”. No es cuestión de “éticas de mínimos”, como se dice ahora.
Jesús propone un amor al bien que nazca del corazón. Y habla de una lucha sin cuartel a favor del bien y en contra del mal en todas las dimensiones de la vida. Hurtado decía: donde haya un hueco en tu vida, llénalo de amor.

Hoy en día muchos se burlan de lo escrupulosos que eran los fariseos –todos esos lavados de manos y prescripciones para la comida y el trato social-, y sin embargo, en nuestra época se repiten las mismas actitudes con distinto ropaje.

Hablar de pureza es hablar de aquello con lo que uno se justifica.
Hablar de pureza es hablar de coherencia, de buena intención, de honradez, de ser justo… Todas cosas que uno busca y reclama para sí.

Por eso puede ayudar hacernos la pregunta Y yo, ¿desde dónde me justifico?

En política, está de moda que el criterio para justificarse es el enemigo. Lo único real, dicen algunos, es tu enemigo. Esta lógica del enemigo es nefasta, contamina toda nuestra vida política actual. Nada más lejos del “trabajar por el bien común”.
Contra este criterio que lleva a mimetizarse con el enemigo y terminar siendo todos iguales, el Señor nos pone la parábola del trigo y la cizaña. Sabe que la cizaña la sembró un enemigo pero no reacciona “contra el mal” sino “a favor del bien”. El criterio último es cuidar el trigo, no “arrancar a toda costa la cizaña”. El criterio último es el amor al Bien por el bien mismo.

En la sociedad civil plural en la que nos movemos, asistimos a una curiosa forma de fariseísmo al revés. Hay un frenesí por legislar minuciosamente leyes que permiten todo e igualan todo, lo bueno, lo mediocre y lo malo.

A nivel religioso se dan diversas tentaciones de fariseísmo. La clásica es la que pone la pureza en el pasado y ve como profano todo lo actual. Como si en sí mismo fuera más puro el latín o la misa de san Pío X que la misa de Pablo VI.
Pero no es menos fariseísmo el que pone la pureza en el futuro, como si las supuestas cosas que la iglesia “permitirá” en el futuro volvieran impuras y obsoletas las costumbres vigentes. Curiosamente, ambos fariseísmos se lamentan por el presente: unos por los bienes que se perdieron y otros por los bienes que aún no se consiguen.
Lo que hace Jesús es centrarnos en el bien –que siempre se concreta en algún gesto y en alguna obra con nuestro prójimo aquí y ahora. Y si me animo a confesar que es de adentro mío, del mi corazón , que salen los razonamientos retorcidos, también me animaré a ver que de allí brota la fe y sus razonamientos correctos; y me consolaré sintiendo que mi corazón puede ser fuente de pureza, de generosidad, de cuidado de la vida, de fidelidad, de compartir, de ser bueno y sincero, decente; agradeceré que por la gracia del Espíritu mi corazón puede ser fuente de aliento para los demás de quienes es lindo considerarme servidor, con humildad y sensatez.
Animarse a asumir el mal, cada uno en la medida en que siente que participa de él con sus pecados, animarse a confesarlo y tratar de reparar no es un camino fácil. Lo lindo que tiene es que al mismo tiempo se interioriza el bien y uno se libera de esperar a que venga de fuera porque lo ama en su corazón. Y este amor tiene su recompensa en sí mismo.
La frase de Hurtado, fácil de practicar en todo momento, va en este sentido: Cuando haya un huequito en tu vida, llénalo con algún gesto de amor –de alabanza a Dios o de servicio al prójimo-. Confesar los pecados es algo parecido a “crear ese hueco”, es quedar vacío (en vez de estar lleno como un sepulcro blanqueado). Ese hueco bueno –ese vacío de autojustificación- atrae irresistiblemente al Espíritu, que nos plenifica y nos llena de amor al Bien.

Diego Fares sj

Domingo 21 B 2012

El lenguaje de la comunión en la justicia

Muchos de los discípulos que lo oyeron dijeron:
– ‘¡Es duro este lenguaje! ¿Quién es capaz de escucharlo?’
Sabiendo Jesús que murmuraban acerca de esto les dijo:
– ‘¿Esto los escandaliza?
¿Y si vieran al Hijo del hombre subir a donde estaba primero?
El Espíritu es el que vivifica, la carne de nada aprovecha.
Las palabras que Yo les he hablado son Espíritu y son Vida.
Pero hay algunos de entre ustedes que no creen.
Porque Jesús sabía desde un principio quiénes eran los que no creían
y quién era el que le había de entregar.
Y decía:
– ‘Por esto les he dicho que nadie puede venir a mí a no ser que le sea concedido por mi Padre’.
Desde ese momento muchos de sus discípulos se volvieron atrás
y no andaban ya en su compañía.
Dijo pues Jesús a los Doce:
– ‘¿Acaso también ustedes quieren marcharse?’
Le respondió Simón Pedro:
– ‘Señor ¿a quién iremos?
Tú tienes palabras de vida eterna. Y nosotros hemos creído y conocido que tú eres el Santo de Dios’.
Jesús les respondió: ‘¿No los he elegido yo a ustedes, los Doce? Y uno de ustedes es un diablo.’ Hablaba de Judas, hijo de Simón Iscariote, porque éste le iba a entregar, uno de los Doce (Jn 6, 60-69).

Contemplación
“Es duro este lenguaje” y “andar en su compañía”.
Son las dos frases que me gustan para contemplar este último evangelio sobre la Eucaristía.
Simón Pedro sintetiza las cosas, sin duda por gracia del Padre, que lo hace ir hacia Jesús y adherirse a él con toda la fe de su corazón, diciendo: “Señor ¿a quién iremos?”, con quién más se puede “andar en compañía” sino con Vos, nuestro Amigo fiel, el que siempre nos busca, nos enseña y nos alimenta.

¿Lenguaje duro el de Jesús? Quizás suene duro a veces, pero Pedro y sus amigos saben que son “Palabras de vida eterna” y que sólo Jesús las tiene.
…….
Lenguaje duro.
Me resuena esta expresión porque hace cuajar varias experiencias de estos días en torno a la dureza de lenguaje.
Comienzo con mi propia dureza. Muchas veces me dicen que mi lenguaje es duro. Por el tono, por la vehemencia, porque mis palabras traslucen enojo, porque enuncio mis verdades muchas veces de modo que hacen sentir que descalifico los argumentos del otro… Hay algo de carácter, como le pasa a cualquiera, pero también algo que tiene que ver con mi trabajo. Como profesor de filosofía mi tarea es buscar y abrir camino a la verdad última. Y cuando alguien pretende quedarse en una verdad penúltima, como quien dice “bueno vos pensás así y yo pienso distinto”, ataco argumentando como perro que no suelta el hueso.
No es porque me moleste que otro piense distinto. Al contrario. Siempre busco con más interés al que piensa distinto que al que piensa igual. Lo que me impele a seguir discutiendo y profundizando es la convicción de que no es bueno mantener posiciones contrarias como si fueran lo mismo. Tarde o temprano, las diferencias teóricas se convierten en diferencias de vida. No acepto la postura postmoderna de que se puede convivir pensando distinto “sin dialogar”. Es más, allí donde las diferencias son notorias el diálogo debe ser permanente. El ámbito discutido tiene que estar permanentemente abierto. No debe ser objeto de “cerrarlo políticamente”. Esto, como verán, es altamente conflictivo. Crear espacios donde se pueda “discutir en paz”, donde los problemas más agudos no sean objeto de “chicanas políticas” para derrotar al otro, sino señal de que ahí hay algo importante para la vida, algo que no se resuelve con una o dos frases dogmáticas ni con una ironía ni con un voto mayoritario, algo que tiene que ser hablado todo lo que haga falta hasta que –fatigosamente- se vaya haciendo la luz para todos los que dialogan.
Los obispos le decían a los senadores y diputados que el debate sobre la vida, el matrimonio y la familia deben durar todo lo que sea necesario. No son cosas para resolver “urgentemente” de cualquier manera.
Para dejar esto abierto lo sintetizaría diciendo que la dureza para con las verdades “penúltimas” (y ni hablar para “las de cuarta”) es blandura y apertura común para con las verdades últimas. Y viceversa.
………..
Varios me dijeron que “el lenguaje de Liliana, la chica que la semana pasada me recriminó que no la hubiéramos atendido en el Hogar cuando estaba embarazada (me dijeron que el bebé que tuvo se lo llevó su marido, porque ella andaba en la droga) había sido muy duro. Y bien, aceptar ese lenguaje duro sin replicar en ese momento “existencial” del otro con argumentos “penúltimos” (formales), lleva a abrirse a la verdad última del otro, a su reclamo de compasión creativa, que, más allá de las leyes, encuentre la manera de ayudarlo y no le ponga excusas. Escuchar este lenguaje es duro. Porque habla de una comunión (una bandejita de comida) que el otro necesita en ese momento. Estar en comunión, andar en compañía, con Jesús pobre, en el mundo de hoy, es difícil. Porque nuestras mismas estructuras para ayudar y acoger, por la complejidad de los problemas sociales y personales, al mismo tiempo que ayudan a muchos, para otros no tienen respuesta en el momento en que el otro necesita y eso hace que se vivan como injustas o expulsivas.
Estar dispuesto a escuchar con respeto y en silencio muchos reproches como el de Liliana, es condición si uno quiere realmente ayudar. La fortaleza debe venir de otro lado: del Jesús resucitado que nos conforta para recibir al Jesús crucificado. A mí me ayuda pensar que hay reclamos que la gente no puede hacer en ningún lado y que sientan que se lo pueden hacer a un sacerdote es buena señal. Como los reclamos de los hijos a los padres: son signo de reconocimiento de la paternidad.
…………
Paso aquí a otro lenguaje duro de esta semana: el comunicado de los familiares de la tragedia de Once leído a duo, con el último aliento, por Paolo Menghini y María Luján Rey, los papás de Lucas. Así como para ellos dos fue durísimo leerlo al final de la jornada de “doce horas por la justicia”, es un acto de justicia leerlo entero.
El miércoles a la tarde, después del Hogar fui a Once y me acerqué a Paolo para darle la mano. Necesitaba acercarme, y en el breve diálogo, ya que era mucha la gente que lo requería, me dijo que a las 20 hs. iban a leer un comunicado y, bajito y yendo a atender a otro agregó: si querés acompañarnos…
Eran las cinco de la tarde así que me fui a terminar unos trabajos en la imprenta y a las 19 volví. No éramos muchos pero estaban todos los medios (que no publican todo el comunicado sino partes). El matrimonio Menghini-Rey lo leyó con lo que para mí, como aquella primera carta que mandaron a los medios, fue una verdadera oración ciudadana, de simples pero incansables ciudadanos, como se definen ellos al final:
“Así, entre todos, inclaudicables, fuertes, invencibles, sin banderías políticas y como simples pero incansables ciudadanos llegaremos al momento de ver a los responsables bajo el peso de su condena. Gracias por acompañarnos.”

Digo que hay que leer el comunicado porque nuestros oídos están necesitando de ese aire fresco que tienen las palabras verdaderas dichas por simples ciudadanos. El comunicado es un modelo de cómo hablar sin violencia ni verbal ni material, con la palabra clara y firme de quienes tienen todo el tiempo de su vida para luchar por la justicia:
“Tenemos todo el tiempo de nuestra vida para luchar por justicia, por más que se extiendan los plazos aquí seguiremos, recordando a la sociedad que este caso tampoco habrá ni olvido ni perdón. La cara visible de la corrupción es la muerte, y su cómplice es el silencio. Por eso estamos acá, para no callarnos, para proponer cambios, siempre desde las palabra firme y clara y nunca usando la violencia, ni verbal ni material”.

El comunicado es una llamado a la comunión en la lucha por la justicia:
“De ese modo, siempre serán bienvenidos, como han sido bienvenidos hoy todos ustedes para compartir estas 12 horas por justicia, que se replican en cada minuto de cada día, que se sostienen en cada paso que damos en conjunto, creyendo siempre que tenemos la obligación de apoyarnos unos a otros, que no hay cambio posible sin la unión, sin el esfuerzo y el compromiso”.
Los familiares acotan bien su pedido de justicia en el caso puntual que les atañe personalmente y que involucra a personas y estamentos empresariales y estatales bien precisos. Así, aspiran a sumar a todos, cada uno desde su puesto de lucha y de trabajo por la justicia. El comunicado es todo lo contrario del lenguaje abstracto de muchos políticos y también del lenguaje de quienes se ven superados por su dolor y reparten culpas a diestra y a siniestra. En este caso se nota mucho trabajo de los familiares de ser ellos mismos justos aún con los injustos.
Creo que en una sociedad llena de lenguajes duros que hieren y excluyen, este de los familiares de la tragedia de Once es el más parecido al de Jesús. La dureza es que busca, interpela, exige “comunión”. Y comunión no negociable, comunión en la lucha por la justicia. El “si querés acompañarnos” y el “gracias por acompañarnos” –dichos bajito y a voz en cuello- requieren corazones como los de Pedro, que digan “señores, si no, a quién iremos”, de qué otras palabras nos alimentaremos en la Argentina de hoy.
Los familiares ya han juntado cien mil caras por la justicia. Faltan 400.000 (Juan Carr dijo que faltaban 39.900.000 caras). Creo que hay que sacarse la foto, aunque sea con un cartel hecho a mano, como hicimos en el Hogar, y mandárselas. Los que han perdido la mirada de sus seres queridos necesitan ver nuestra cara. Para que el salir todos juntos apretaditos en esos carteles gigantes, sea fruto de una opción de comunión y no de un amontonamiento obligado y anónimo como en el tren.
Diego Fares sj

Domingo 20 B 2012 (Vísperas de San Alberto Hurtado)

“Que todos tengan un contacto directo con el pobre”

En aquel tiempo, Jesús dijo a los judíos:“Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo les voy a dar es mi carne, para que el mundo tenga vida”. Entonces los judíos se pusieron a discutir entre sí: “¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?” Jesús les dijo:“Yo les aseguro: Si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no podrán tener vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna y yo lo resucitaré el último día. Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí y yo en él. Como el Padre, que me ha enviado, posee la vida y yo vivo por él, así también el que me come vivirá por mí. Este es el pan que ha bajado del cielo; no es como el maná que comieron sus padres, pues murieron. El que come de este pan vivirá para siempre” (Juan 6, 51-58)

Contemplación
El año pasado reflexionamos sobre la frase de Hurtado “el pobre es Cristo”. Este año quiero seguir profundizando en “el sentido del pobre” acerca del cual Hurtado quería escribir: él lo describía como un deseo y un dolor: “Desear el contacto con el pobre, sentir dolor de no ver a un pobre que representa para nosotros a Cristo”.

El trece de agosto del 52, cinco días antes de morir, Hurtado habla de un clima de caridad. Marta Holley le preguntaba si el Hogar se tenía que extender y el le responde:
«Indudablemente. Después de terminar la unidad de Chorrillos, hogares en provincia: Concepción, Valparaíso, Antofagasta y también en diferentes barrios de Santiago. Para ello, propaganda en provincia, para crear un clima de caridad en todo Chile. Que todos tengan un contacto directo con el pobre y no solamente la Fraternidad»

En este mes de Hurtado desde Córdoba nos están brindando lindísimas reflexiones acerca del sentido del pobre, ya que nos hablan de “escuchar”, “mirar”, “tocar”. Y en eso de tocar, de “estar en contacto”, ponen un texto de Monseñor Bergoglio que, como siempre hace él, baja a la vida la palabra (que es lo que significa creer que Jesús tiene palabras de vida eterna, como dice el evangelio de hoy: palabras que vivifican nuestra vida concreta). Dice nuestro Cardenal:
Jesús quiere que toquemos la miseria humana. Tocar la miseria humana, tocar
el problema. Que nuestra existencia se ponga en contacto con la existencia del hermano. Jesús quiere que seamos orejas, que escuchemos, pero no mientras pensamos en la película que vamos a ver a la noche, sino que al escuchar al hermano dejemos que se nos meta en el corazón el problema que nos dice. Y quizá esa noche tengamos que rezar un poco más o tengamos un poco de insomnio.
En esto del contacto hay un núcleo profundo de la espiritualidad de San Alberto Hurtado.
El soñaba con que “todos tengamos un contacto directo con el pobre”, convencido de que “el pobre es Cristo”. Hurtado habla exactamente con la misma fuerza del “contacto con Dios” y del “contacto con el Pobre”.
En su escrito “Siempre en contacto con Dios” del 47, hablando de la verdadera espiritualidad de la acción, centraba todo el éxito en “mantener el contacto con Dios”. Decía:
Cada una de nuestras acciones tiene un momento divino, una duración divina, una intensidad divina, etapas divinas, término divino. Dios comienza, Dios acompaña, Dios termina. Nuestra obra, cuando es perfecta, es a la vez toda suya y toda mía. Si es imperfecta, es porque nosotros hemos puesto nuestras deficiencias, es porque no hemos guardado el contacto con Dios durante toda la duración de la obra, es porque hemos marchado más aprisa o más despacio que Dios.

Y esta convicción no le viene sólo del evangelio y de la práctica de la caridad sino de sus estudios de pedagogía. John Dewey (1859-1952), el famoso filósofo y pedagogo norteamericano sobre el cual Hurtado escribió, tiene toda una pedagogía del “contacto” para desarrollar el “sentido social” de los educandos.
“El sentido social no se desarrolla por la transmisión directa de opiniones, emociones o ideales sociales”, sino “Mediante la realización de una actividad en común con miras a obtener un fin común. El individuo al participar en una obra común se apropia el fin, aprende el método, adquiere la habilidad para realizarla y se impregna de la emoción que le es propia”.
De allí vienen frases famosas de Hurtado como: “Realizar. Comienza por conocer el objeto estando en contacto con él. Para saber lo que es el agua, no hay como bañarse”.
De aquí viene una gracia grande de nuestras obras: al permitir a mucha gente ponerse en contacto con los más pobres, con los que sufren, al hacer participar a muchos de una actividad en común, vemos cómo nos vamos encontrando unidos en la práctica, aportando todos lo propio ya que cada colaborador se “apropia del fin común” y “se impregna de la emoción que le es propia” (lo vemos en todos nuestros testimonios).
Esta pedagogía, profundamente humana (Dewey la reflexiona y cultiva siendo ateo) es profundamente de Cristo: nuestro Señor es el Dios que se encarna para ponerse en contacto con nuestra humanidad, Jesús es el que pone al hombre – no sólo al pobre digno de compasión sino también al hombre sujeto de su propia promoción- en el centro de la mirada. Los criterios de Jesús son los del “entrar en contacto”: la projimidad, el acercarse, el “vengan y vean”, el no pasar de largo, el “tocar las heridas”, el comprometerse en su seguimiento y en el trabajo de la viña del Padre.

Ahora bien, todos los que estamos de acuerdo en la importancia de estar en contacto con los pobres y en la participación en una obra en común, también concordaremos en que hay diversos grados de profundidad. Desde el “nos mantenemos en contacto” que se dice cuando uno se cruzó por la calle y ya se está yendo –el “toco y me voy”- hasta el compromiso estable y radical con una misión y con una comunidad de vida. Más aún, esta cara más formal, que distingue un contacto momentáneo y otro “para siempre”, se complementa con otra dimensión del estar en contacto que vivifica tanto los contactos ocasionales como los que son para toda la vida. Es esa dimensión que Bergoglio llama “existencial”, es ponerse en contacto con la existencia del otro, con lo que vive profundamente en cada momento y a lo largo del tiempo. El corazón necesita de ese contacto de amor a lo largo del tiempo pero también en los momentos “claves” de la vida.
Hay “momentos” en los que la vida se condensa y allí el que “está” a nuestro lado, en el instante justo, pesa más que otros que están quizás toda la vida, pero no atentos a lo que verdaderamente importa. Lo experimentamos cuando sentimos que alguien “siempre está” cuando tiene que estar. No importa que no esté en otras ocasiones.
Con los pobres y con los enfermos este contacto “existencial, momentáneo” es el más importante, porque ellos son los que tienen la vida en carne viva, frágil, dependiendo del momento para sobrevivir o hundirse definitivamente.
De aquí viene la preocupación de Hurtado por los detalles, por la atención y el respeto al pobre. De aquí lo de “cuidar que las cucharas estén limpias”, de aquí el descorazonamiento al ver los fracasos y pensar en “Tantas diligencias por los pobres, tantas visitas, esfuerzos, mendigar por ellos. ¡Haber perdido el tiempo, las fuerzas, quizás el cariño de los míos, que he abandonado por los extraños…!”. Descorazonamiento del que se repone rápido al sentir que todo lo hizo con amor y el amor plenifica.
De aquí viene su oración poblada de personas concretas a las que ama sin conocer y con las que entra en contacto rezando:
“Son tan numerosas esas pobres mujeres que pasan toda la vida en sus tareas domésticas y en los cuidados de su familia… viven triturando el grano, soplando las brasas, de rodillas en el suelo; sacando agua de la laguna, meciendo al niño que llora, yendo a ordeñar las vacas, oficios que llenan su día, a veces penosamente. Son mis hermanas, hermanas de sangre, llamadas a ser hermanas de fe. Su alma ignorante y sencilla vale más que la mía, y ya que no puedo ayudarlas con mis manos, con mis palabras, con un cariño exteriorizado, quisiera ayudarlas al menos con mi plegaria, para que su trabajo sea menos penoso, para que su alma esté saciada con los dones divinos, con la fuerza y la alegría en el dolor”.
Pedimos a San Alberto Hurtado la gracia de “entrar en contacto” de corazón, con los que participamos en la misma misión y con nuestros hermanos más necesitados, poniendo en el centro siempre al hombre desde esa mirada de Jesús que desea para nosotros una vida plena.
……….
Comparto un encuentro de antes de ayer que me iluminó la diferencia entre “entrar en contacto con la existencia del otro (con el momento existencial que está viviendo) y estar en contacto con “casos”, con la “idea” de lo que le pasa al otro.
Al doblar por Hipólito Yrigoyen, yendo por Matheu, del Hogar a Regina, vi al grupito que “para” en lo que era el locutorio y que ahora está cerrado. Hay días en que me cuesta pasar cerca de ellos porque suelen estar muy alcoholizados y en medio de mucha suciedad. Pero aunque hice amague de cruzar a la vereda de enfrente enfilé derecho nomás, buscando con los dedos unas monedas en el bolsillo para tenerlas a mano y no tener que sacar la billetera.
De lejos ya individualicé a uno que el domingo a la siesta me había hecho matar de risa. Reviví la escena en esos pocos metros: Domingo a la siesta. Misa con la comunidad china, momento en que Xiao Lan está leyendo la primera lectura. Entra mi amigo y se sienta, acomodando sus bártulos, en medio de los de las últimas filas. Está llenita la Iglesia por la cercanía de la fiesta de la Asunción, que para los chinos es una de las fiestas grandes. Se persignó devotamente y pone cara de atención, con las manitos juntas. De golpe se para y con voz pastosa y haciendo gestos con el dedo dice en voz muy fuerte: Acá hay que hablar en castellano, señores! Castellano. Que yo también se inglés y tres idiomas pero acá se habla en castellano!
Se sienta y como veo que los chinos se dan vuelta a ver qué pasa y que por ahí la cosa va a seguir me voy hasta el fondo mientras Wan Aie sigue con el evangelio y amigablemente le pido que saldamos de la misa. Mire que yo se inglés padre Diego. Pero Ud. tiene que hacer la misa en castellano. Que no, que es la de los chinos… y así lo voy llevando.
….
Al pasar frente a la barra me recibió con un abrazo y se acordó de la misa en chino: se reía contándole a los otros cómo había tratado de poner en orden las cosas.
Mientras lo saludaba con ese abrazo inevitable porque es de los que no te dejan pasar así nomás, otro de los compañeros me pidió cinco pesos (estaba con una chica a la que no había visto antes) para el queso. La piba (Liliana, me dijeron ayer, cuando pasé de nuevo y ya no estaba) extendió la mano y recibió las monedas que llegaban a cuatro pesos veinticinco. Justo alcanza cura. Iba a seguir y ella me dice Yo tengo que decirte algo cura. Cómo te llamás –le pregunté-. No importa como me llamo, yo quiero decirte que ahora me das para el escabio pero el año pasado yo fui a tu hogar a pedir un poquito de comida porque estaba con la panza así y en tu hogar no me dejaron entrar… Es que es para hombres, vos sabés. Podrías haber ido a Rincón… No, cura yo estaba embarazada y ahí dejan entrar a todos estos fisuras y a mí no me quisieron dar ni una bandejita de comida y yo pedí al guardia que llamara al cura y me dijo que no estabas pero sí que estabas… Y empezaron a caerle unas lágrimas grandotas mientras revivía la escena. Los otros le decían No te enojés con el padre, si vos sabés que ahí es para hombres y que no dan bandejas… pero ella decía Dejame que yo le quiero decir que estaba por tener a mi hijito y que me tuve que ir a Constitución para comer algo y que ahora no tengo al bebé y ando en el escabio pero aquella vez no me dieron nada… Y lloraba y no quería consuelo.
Me di cuenta de que estaba reviviendo algo muy doloroso y me lo quería contar y les dije que la dejaran hablar. Le pedí perdón pero me dijo que ella no era Dios y que me callara. Que no la habíamos recibido y que recibíamos a todos los otros que eran unos borrachos y a ella no. Y después que repitió de nuevo todo lo que había pasado me dijo Ahora andate cura. Seguí nomás. Dale. Dale, seguí y no digás nada.
Le obedecí y me fui, mientras los otros le reprochaban que por qué se enojaba conmigo y ella volvía a repetir la historia.
Me fui sintiendo lo que ella sintió aquel día, que ella me despachaba a mí como la habíamos despachado a ella. Me echó de su calle y de su vida. Creo que lo que le dolió es que ahora, viéndola tomada le diera unas monedas para el escabio y entonces, que estaba embarazada, no la atendimos. Las monedas que había preparado me quedaron con gusto a Judas. Yo ni me había enterado del caso pero sentí que era una gracia que me doliera, aunque fuera un año después, el que no hubiéramos visto a Cristo en ella con su bebé y que la hubiéramos dejado ir enojada. Primera vez que me echan a mí, y en la misma calle. Y que me voy calladito, yo que siempre si no la gano la empato.
Ya tiré las redes para encontrarla de nuevo y ver qué fue de su bebé. Y doy gracias de haberme enterado, para confesarme y reparar ahora, porque fue como será en el día del juicio, que muchos diremos “cuándo Señor, decís que te vimos, si yo ni me enteré”.

Bueno, lo que dicen Hurtado y Bergoglio, de entrar en contacto existencial con el pobre, de tocar su miseria y su dolor, de dejar que nos quite el sueño y nos inquiete, va por este lado, que no es en primer lugar (y esto uno no termina nunca de entenderlo) una cuestión moral, de deber, que se soluciona cumpliendo o dando algo, sino una cuestión humana, existencial, de compartir la vida y lo que al otro le está pasando.
No se trata de quedar culposo ni de lavar culpas. Lo de sentir dolor de no haber visto a Cristo en el pobre abre el corazón a un sentido hondo de la vida que si no, se diluye. Y este dolor de “no haber establecido un contacto” se convierte en deseo de “establecer contacto” y de crear ese “clima de caridad” del que habla Hurtado, en el que junto a muchos otros, participamos de esta misión en común de amar a Dios en el prójimo.
Diego Fares sj
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“Quisiera aprovechar estos breves momentos, mis queridos jóvenes, para señalarles el fundamento más íntimo de nuestra responsabilidad, que es nuestro carácter de católicos. Jóvenes: tienen que preocuparse de sus hermanos, de su Patria (que es el grupo de hermanos unidos por los vínculos de sangre, lengua, tierra), porque ser católicos equivale a ser sociales. No por miedo a algo que perder, no por temor de persecuciones, no por anti-algunos, sino que porque ustedes son católicos deben ser sociales, esto es, sentir en ustedes el dolor humano y procurar solucionarlo” (1943).
“Ella, María, con su intuición femenina vio el ir y venir, el cuchicheo, los jarros que no se llenaban… Y sintió toda la amargura de la pareja que iba a ver aguada su fiesta, la más grande de su vida… Sintió su dolor como propio. ¡Comprensión! de los dolores ajenos… No decir esas palabras huecas que no significan nada… y menos aún pasar de largo. Cuando hay un dolor que allí estemos: sin quitarle el cuerpo. Como lo hace el pueblo que es más niño y por eso está más cerca de Dios: ¡que va a sentir con el doliente! Idea cristiana que está a la base de nuestros velorios. Que la pena de las chacras y del gorgojo sea nuestra pena, y que no nos desdeñemos de esas cosas nosotros que somos canales de la gracia, pues si nos desentendemos de lo humano los canales se tapan y a estas almas no llegará la Gracia de Cristo”. (1946)
“Cristo se ha hecho nuestro prójimo, o mejor, nuestro prójimo es Cristo que se presenta a nosotros bajo una u otra forma: preso en los encarcelados; herido en un hospital; mendigo en la calle; durmiendo, con la forma de un pobre, bajo los puentes de un río. Por la fe debemos ver en los pobres a Cristo, y si no lo vemos es porque nuestra fe es tibia y nuestro amor imperfecto. Por esto San Juan nos dice: Si no amamos al prójimo a quien vemos, ¿cómo podremos amar a Dios a quien no vemos? (cf. 1Jn 4,20). Si no amamos a Dios en su forma visible ¿cómo podremos amarlo en sí mismo?” (1950)

Domingo 19 B 2012

Gente pan

Los judíos murmuraban de Jesús, porque había dicho:
‘Yo soy el pan que ha bajado del cielo’.
Y decían: ‘¿Acaso este no es Jesús, el hijo de José?
Nosotros conocemos a su padre y a su madre.
¿Cómo puede decir ahora: Yo he bajado del cielo?’

Jesús tomó la palabra y les dijo:
‘No murmuren entre ustedes.
Nadie puede venir a mí
a no ser que mi Padre que me envió lo atraiga a mí;
Y yo lo resucitaré en el último día.
Está escrito: Todos serán instruidos por Dios.
Todo el que oye al Padre y aprende su enseñanza, viene a mí.
No es que al Padre lo haya visto alguien:
Solo el que viene de parte de Dios: ese es el que ha visto al Padre.
Se los digo de verdad: el que cree, tiene vida eterna.

Yo soy el pan de la Vida.
Sus padres, en el desierto, comieron el maná y murieron.
Pero éste es el pan que desciende del cielo,
para que aquél que lo coma no muera.
Yo soy el pan vivo que descendió del cielo.
El que coma de este pan vivirá eternamente,
Y el pan que Yo daré es mi carne para la vida del mundo’ (Jn 6, 41-51).

Contemplación
Comulgar o murmurar, esa es la opción ante la que nos pone Jesús cuando se presenta como Pan de Vida. El invitaba a “comer de su Pan para tener vida eterna” y los judíos murmuraban contra él por que había dicho ‘Yo soy el Pan que ha bajado del cielo’.
La historia de la murmuración no comienza con Jesús ni termina con él. Aparece con Moisés, cuando el pueblo murmuraba contra su autoridad y la de Aarón (Gn 15, 24 ss.), pero tiene su raíz en la serpiente que susurra al oído de Eva “cómo es que Dios les ha dicho que no coman de ninguno de los árboles del jardín?’.
No termina con Jesús porque sigue en las Cartas apostólicas. La última mención está en la Epístola de Judas, que habla de cristianos que “son unos murmuradores, descontentos de su suerte, que viven según sus pasiones, cuya boca dice palabras altisonantes y que adulan por interés” Y agrega: “Al fin de los tiempos aparecerán hombres sarcásticos que vivirán según sus propias pasiones impías. Estos son los que crean divisiones, viven una vida sólo natural sin tener el espíritu” (Jd 16 ss).
Pedro opone a la murmuración la hospitalidad y nos da pie para decir o comulgar o murmurar:
“Sean hospitalarios unos con otros sin murmurar. Que cada cual ponga al servicio de los demás la gracia que ha recibido, como buenos administradores de las diversas gracias de Dios. Si alguno habla, sean palabras de Dios; si alguno presta un servicio, hágalo en virtud del poder recibido de Dios, para que Dios sea glorificado en todo por Jesucristo” (1 Pe 4, 9 ss).

Bajamos estas palabras del evangelio, rápidamente, a la vida cotidiana.
Comulgar o murmurar es la opción frente a todas aquellas personas concretas que nos rodean en la vida de la Iglesia y que son “personas-pan”.
Personas que, porque comulgan con Jesús y se alimentan de su Palabra y de su Vida, son pan para los demás. Personas que hacen el bien, que inspiran a otros a hacerlo y los juntan y los alientan y trabajan con ellos en esta misión universal de la compasión y de la promoción de toda vida a la que nos llama Jesús.

Existen personas-pan. No se trata de algo rebuscado o difícil de encontrar. No digo personas-caviar o personas-champagne. Hay personas “pan y vino”.; sin condimentos ni hazañas espectaculares. Cientos de millones de personas pan que trabajan y dan vida a los demás.
Si uno lo piensa así, es algo que puede verse a simple vista. O por lo positivo de la comunión que favorecen o por el fenómeno de la murmuración que provocan. Y esto tanto a gran escala -como el amor y las murmuraciones que despertó la Madre Teresa, por ejemplo, o el amor que suscitó Hurtado hacia los pobres Cristos y las murmuraciones que lo obligaron a renunciar a su trabajo con los jóvenes de la Acción Católica-, como a escala pequeña –cada uno tiene ejemplos cercanos en su familia y en su trabajo, en los que alguien hace algo bien y divide las aguas entre los que se alegran y comulgan y los que toman distancia y murmuran.

La murmuración ciega a los que la practican pero es perfectamente discernible a cierta distancia. Es algo obvio, por ejemplo, para uno que de golpe entra en un lugar donde los que están murmurando de algo que no quieren que uno se entere, se quedan callados de golpe: ¿vieron que el clima se pone tan tenso que se podría cortar con cuchillo, como se dice?.

La comunión, en cambio, se deja sentir de cerca y de lejos. No ciega.
Entre los que comulgan en el trabajo de hacer el bien, hay conciencia lúcida de los defectos tanto propios como ajenos, pero la pasión por la tarea encomendada es mayor y no da lugar a la murmuración.

Los murmuradores siempre muestran la hilacha. Son huidizos, se les escapan muecas, ponen caras, se mueren por juntarse entre ellos… a murmurar.
Suelen tener razón en muchas cosas que notan y que dicen a escondidas.
Son los profetas del fracaso y la desgracia y como en este mundo la cizaña del pecado abunda, a grosso modo y a la corta aciertan muchas veces y tienen más prensa que los que comulgan con el bien silenciosamente.
Lo triste es cuando se alegran de algún fracaso. Aquí la murmuración se sale de madre y muestra que es hija de la envidia. Y ya sabemos que “por la envidia entró el demonio en el mundo”.
Alegrarse de que fracase el bien es pecado contra el Espíritu Santo y no hay misericordia que alcance, porque la envidia es a la comunidad como el Sida al cuerpo.
El síndrome de inmunodeficiencia adquirida “te mata el sistema que te protege de otras enfermedades en tu cuerpo”; la envidia, al hacerte denigrar el bien y murmurar contra él (por tentación de rechazo a la persona que lo hace) mata el sistema que da vida a la comunidad. Y lo mata en la célula básica de la conciencia (en la sindéresis) que es esa llamita siempre encendida que dice en nuestro interior, cada vez que vamos a obrar o vemos a alguien hacer algo: el bien debe ser amado y el mal aborrecido. Ir contra este amor natural al bien es destructivo y contagioso. Murmurar es una forma de no amar el bien, de no comulgar. En vez de comer el bien se lo regurgita y se convierte, en la punta filosa de las lenguas, en palabras que tienen sabor adictivo pero que no alimentan. Murmurar es la anti-comunión. Se le dan vuelta a las cosas con la lengua pero no se las traga. Y por el prurito farisaico de no tragarse ningún mosquito uno se pierde la comunión con las personas y con el trigo del campito, que los murmuradores arrancan sin piedad junto con la cizaña que dicen combatir.
La murmuración es activa y pasiva. Así como hay murmuradores profesionales, que se dedican con mucha constancia a coleccionar “sucesos murmurables”, hay multitud de murmuradores pasivos, orejas ávidas de murmuración. De dónde si no el éxito de los programas de chismes y de la prensa sensacionalista.
La murmuración no sólo debe ser rechazada sino que hay que sacarla a la luz y denunciarla explícitamente. Cuando me doy cuenta de que alguien me está enroscando la víbora y siento cierta complacencia es pecado no decirle al otro que no acepto su comentario. Yo suelo usar la frase: cuanto más razón tenés (en el contenido de lo que criticás) menos razón tenés (en el camino que elegís para comunicarlo). Cuanto más malo se ve algo más requiere que se lo trate en el ámbito debido y que le ponga remedio el que tiene autoridad para hacerlo.

¿Cómo se combate la murmuración? ¿Cómo se evita que haga daño a la comunidad? ¿Cómo se vence el desaliento que provocan los “anti-líderes”, que hacen pocas cosas positivas de su propia autoría pero administran con destreza la desautorización general?

Yo no tengo recetas para nadie. Sí, puedo compartir que las personas que más bien me han hecho han sido las que siempre encuentran algo bueno que decir aún de sus adversarios. El bien debe ser amado y decirlo es una manera de mostrar el amor. Decir siempre algo bueno del otro, especialmente si uno cree que hay algo criticable, es algo que mata la murmuración. Por supuesto que no se trata de “es muy buena persona, pero….” sino todo lo contrario: “esto que hizo lo veo criticable, pero como es buena persona o como tiene todo esto de bueno…”. Es decir, lo que mata la murmuración es la comunión con el bien mayor. Y la persona siempre es un bien mayor que todo lo que dice o hace. Afirmar el bien mayor antes y después de la crítica a un mal menor es lo que establece la comunión profunda y mata toda murmuración.
Somos hermanos y seguiremos siendo hermanos, en ese contexto te digo –primero a vos que a los otros- lo que tengo que criticar.
Así se convierte en “corrección fraterna” valiente lo que si no degenera en murmuración cobarde.
Siempre se puede encontrar algo bueno en las personas. En eso era especialista Jesús y aquel jesuita español que para todos tenía alguna palabra elogiosa. En la mesa un día se puso a decirle algo bueno a cada uno: tú, fulano, qué bien predicas, hombre! Te he escuchado el sermón el domingo y la gente estaba conmovida. Y tu, mengano, que bien que escribes. He leído tu último artículo y me ha encantado. Y tú…., (fue siguiendo con los de la mesa y de golpe cayó en la cuenta de que al que había dejado para el último, inconscientemente, era porque nunca le había visto nada bueno, es más detestaba bastante todo lo que hacía) y entonces, para no enroscarse ni faltar a la verdad tomó la puerta siempre abierta del humor – que mata a la murmuración porque la murmuración es “seria”- y le soltó un) “Y tú, Zutano… ¡qué bien fumas!, hombre. Si da gusto verte.

Que el Señor nos haga amar el bien y comulgar con él, decidida y alegremente, haciendo contra a esta sociedad desencantada y murmuradora que se pierde lo más lindo de la vida: al Pan de Vida y a la gente-pan.
Diego Fares sj

Domingo 18 B 2012

El trabajo de la fe 

Nos acordamos sin cesar delante del Dios y Padre nuestro de la obra de vuestra fe, del trabajo de vuestro amor y de vuestra constancia en la esperanza en nuestro Señor Jesucristo (1 Tes 1, 3).

Cuando la gente vio que Jesús no estaba allí, ni tampoco sus discípulos,
subieron a las barcas y fueron a Cafarnaúm, en busca de Jesús.
Al encontrarle a la orilla del mar, le dijeron:
– «Rabbí, ¿cuándo has llegado aquí?»
Jesús les respondió:
– «En verdad, en verdad les digo: ustedes me buscan, no porque hayan visto señales, sino porque han comido de los panes y se han saciado. Trabajen, no por el alimento perecedero, sino por el alimento que permanece para vida eterna, el que les dará el Hijo del hombre, porque a éste es a quien el Padre, Dios, ha marcado con su sello »
Ellos le dijeron:
– «¿Qué trabajo tenemos que hacer para realizar las obras de Dios? »
Jesús les respondió:
– «La obra de Dios es que crean en quien él ha enviado.»
Ellos entonces le dijeron:
– «¿Qué señal haces para que viéndola creamos en ti? ¿Qué obra realizas? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, según está escrito: les dio a comer Pan del cielo.»
Jesús les respondió:
– «En verdad, en verdad les digo: No fue Moisés quien les dio el pan del cielo; es mi Padre el que les da el verdadero pan del cielo; porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da la vida al mundo.»
Entonces le dijeron:
– «Señor, danos siempre de ese pan.»
Les dijo Jesús:
– «Yo soy el pan de la vida. El que venga a mí, no tendrá hambre, y el que crea en mí, no tendrá nunca sed (Jn 6, 24-35).

Contemplación
“Trabajos”, “obras”… la palabra clave del evangelio de hoy pone las “señales” de Jesús en clave laboral.
Y el Señor aclara bien en qué consiste el trabajo que hay que hacer: nuestro trabajo es “creer en Jesucristo, que hace las obras del Padre”.

Supongamos que alguien viene al Hogar o a Manos Abiertas y pregunta en qué puedo colaborar, si le respondiéramos que la principal colaboración que necesitamos es su fe, sonaría medio raro ¿no?
O quizás no tanto.
Si uno reflexiona, en realidad el trabajo de la caridad ya lo estamos haciendo y no “necesitamos” el trabajo de nadie en particular. Entendámoslo bien, no necesitamos ningún trabajo en particular, sino a personas que quieran participar de un tipo de obra que nos hace necesitarnos a todos juntos trabajando como equipo. No necesitamos a nadie en particular porque el Señor se ha encargado siempre de enviar tanto a las personas como los recursos que se necesitan para atender a sus pequeñitos y si no viene uno vendrá otro.
En este sentido “la fe” de los que quieren colaborar es fundamental. Si el que viene no siente que se suma a un “milagro viviente”, a una obra que el Espíritu viene suscitando en la Iglesia desde el comienzo, si no tiene esta confianza, no aportará a lo esencial.

Nuestra experiencia al trabajar en estas “obras de Jesús”, es que están “como esperando” a que las encarnemos.
Parece mentira que un grupo de fieles diga “vamos a hacer un Hogar, una Hospedería, una Casa de la Bondad”, y comience a “crecer por sí sola”, día a día, y al cabo de un tiempo ya esté en funcionamiento y luego se mantenga y crezca: con la colaboración de todos y por sí sola, como el granito de mostaza.
Esta experiencia de que las obras son todas de Dios y todas nuestras, “indivise et inconfuse”, sin que se pueda separar ni confundir lo que fue esfuerzo nuestro y lo que fue gracia de Dios, es algo bien católico.
Por eso es que, si alguien ofrece su trabajo, el primer trabajo que le solicitamos, como se nos solicita a los que ya estamos trabajando, es que crea (creamos) en Jesucristo que es quien hace las Obras del Padre. En Él, que las hace, y en la Iglesia –encarnada en cada comunidad concreta- a la que el Señor asoció a sus obras.
No es un verso esta promesa: “El que cree en mí, hará las obras que yo hago; y aun mayores hará, porque yo voy al Padre” (Jn 14, 12).
Digo que no es una frase hecha o una expresión de deseos sino una realidad. Una madre Teresa a hecho obras mayores con los que mueren en las calles de la India y con los más pobres entre los pobres de muchas partes del mundo de las que hizo el Señor en vida.
Pero para entender bien esto de “hacer obras mayores” hay que cambiar la mentalidad individualista y competitiva que tenemos, según la cual, lo que hago yo es mío y, sobre todo, “no tuyo”, ni de nadie más.
Las obras que realiza el Señor son otro tipo de obras, son obras realizadas comunitariamente.
¿Qué significa “comunitariamente”? Esto tampoco es algo obvio, que todo el mundo entiende. Pareciera que sí, que se da por descontado, y sin embargo, cuando surge algún conflicto se ve clarito que “lo comunitario” no lo era tanto y que “algunos” se sentían más dueños de lo común que otros. Humanamente este problema entre lo individual y lo común, no es fácil de resolver. De quién es el mérito de Apple ¿de Steve Jobs o del equipo, del que los contrató o de los accionistas…?
Jesús nos da una pista muy iluminadora para resolver estos problemas al revelarnos cómo tratan las cuestiones de protagonismo -en el núcleo íntimo de su vida trinitaria-, Él, el Padre y el Espíritu Santo. Escuchemos una frase de Jesús: “El Padre que vive en mí, Él hace las obras” (Jn 14, 10). Hay muchas otras: “el Padre es más grande que yo”, “el Hijo no puede hacer nada por su cuenta, sino lo que ve hacer al Padre; porque todo lo que hace el Padre, eso también hace el Hijo de igual manera” (Jn 5, 19).
La “pasividad” de “creer” y “obedecer” antes de “hacer exteriormente” y de “obrar junto con otro(s) y no cortarse solo, no son cosas a las que estemos obligados por ser creaturas. Jesús nos muestra que el Fundamento de toda actividad, de toda acción es el Padre, que a Él lo engendró y a nosotros nos creó. El es el único “Activo”, todos los demás, comenzando por el Hijo, lo hemos recibido todo del Padre, en primer lugar, la vida misma y, luego, todo lo que gracias a la vida podemos realizar.
Las obras de Dios tiene, por tanto, una única fuente y un Referente máximo: el Padre. El es el que da el querer y el obrar, El Padre es el que hace que Jesús su Hijo nos resulte atractivo, fascinante, y el que nos acerca a Él, sin que a veces sepamos cómo. El Padre es el que nos mueve a obrar, es más, “somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para hacer las buenas obras que Dios preparó de antemano para que camináramos en ellas” (Ef 2, 10).

Ya está por comenzar “el año de la fe”. Vamos alimentando nuestra vida con la escucha de estas palabras de Jesús que nos hablan del “trabajo de creer”, de la obra de la fe.
Creer en Cristo no es para nada una cuestión sólo intelectual. La confianza en una Persona se cultiva viviendo y trabajando juntos. Creer es un trabajo porque para que se suscite o se active el don de la fe, para que confiemos realmente, para que “veamos las señales de Jesús”, es necesario escuchar la Palabra, guardarla, comprenderla, ponerla en práctica y reflexionarla (volviendo a agradecer, como el leproso curado). Y lo “especial” de este trabajo de creer en Jesús es que nos mete en comunión con el Padre, con el que es la Fuente de nuestro ser y de nuestro obrar. Escuchar a Jesús es “escuchar al Padre”, recibir a Jesús (recibiendo a los pobres) es recibir al Padre que lo envió, hospedar la Palabra es ofrecerle morada también al Padre que viene a habitar en el corazón de los que aman a su Hijo, obedecer a Jesús es “hacer la voluntad del Padre que está en el cielo, trabajar con Jesús es trabajar con el Padre que “siempre trabaja” dando vida y perfeccionando a toda creatura, alegrarnos con la alegría de Jesús es gozar de la Gloria del Padre, cuya alegría es que el hombre viva.
Y toda este trabajo de la fe Jesús lo concentra en el Pan de Vida. Creer en comulgar, comer es confiar en el alimento que uno hace suyo. Por eso es que fe y Eucaristía van juntas.
Diego Fares sj