Domingo 17 B 2012

Contemplar la señal del pan

“Después de esto, se fue Jesús a la otra ribera del mar de Galilea, el de Tiberíades,
y mucha gente le seguía porque contemplaban las señales que realizaba en los enfermos. Subió Jesús al monte y se sentó allí en compañía de sus discípulos.
Estaba próxima la Pascua, la fiesta de los judíos.
Al levantar Jesús los ojos y contemplar que venía hacia él mucha gente, dice a Felipe:
– «¿Donde vamos a comprar panes para que coman éstos?»
Se lo decía para probarle, porque Él sabía lo que iba a hacer.
Felipe le contestó:
-«Doscientos denarios de pan no bastan para que cada uno tome un poco.»
Le dice uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro:
-«Aquí hay un chico que tiene cinco panes de cebada y dos peces; pero ¿qué es eso para tantos?»
Dijo Jesús:
-«Hagan que se recueste la gente.»
Había en el lugar mucha hierba.
Se recostaron, pues, los hombres en número de unos cinco mil.
Tomó entonces Jesús los panes y, después de dar gracias (eujaristezas) los repartió entre los que estaban recostados y lo mismo los peces, todo lo que quisieron. Cuando se saciaron, dice a sus discípulos:
-«Recojan los trozos sobrantes para que nada se pierda.»
Los recogieron, pues, y llenaron doce canastas con los trozos de los cinco panes de cebada que sobraron a los que habían comido.
Al ver la gente la señal que había realizado, decía:
-«Este es verdaderamente el profeta que iba a venir al mundo.»
Dándose cuenta Jesús de que intentaban venir a tomarle por la fuerza para hacerle rey, huyó de nuevo al monte él solo” (Jn 6, 1-15).

Contemplación
La escena es propiamente una contemplación.
Juan utiliza la palabra explícitamente dos veces, para narrar lo que veía la gente y lo que veía Jesús.
La gente lo seguía porque “contemplaba” cómo trataba Jesús a los enfermos; y Jesús al levantar los ojos “contempla” a la gente que viene hacia él.
La palabra que usa Juan es Theasamenos, cuya raíz nosotros conservamos para designar el Teatro –lugar para contemplar-.
Se trata de un mirar que busca el sentido de lo que sucede, como cuando uno va al teatro.
De hecho, Juan dramatiza la escena haciendo coincidir a la gente que va en busca de Jesús y al Señor que se quiere dejar encontrar y que desea hacer participar a todos de su primera “eucaristía”.
La mirada de Jesús examina las intenciones de la gente y “pone a prueba” el corazón de los discípulos. Ellos se dan cuenta y van entrando en escena, primero Felipe y luego Andrés.
Como en una obra de teatro Juan nos hace estar atentos al personaje principal.
La escena no transmite desborde sino esa serenidad de quienes actúan cumpliendo cada uno su rol e interactuando con los demás.
Vemos cómo Jesús observa que la gente vienen hacia él y compromete a sus discípulos en la tarea de darles a todos de comer. Ellos le expresan sus preocupaciones y los cálculos, pero uno ve en Juan que ya confían en que el Maestro va a realizar otra de sus “señales”.
La palabra “señales” nos trae a la memoria el recuerdo de Caná. Allí realizó Jesús la primera de sus señales y los discípulos “creyeron en él”. Por eso aquí “hacen todo lo que él les dice” como les había recomendado la Madre.
Esto nos lleva investigar un poco en la estructura del evangelio de Juan y así caemos en la cuenta de que “señales” es una palabra “clave”, valga la redundancia.
Juan organiza su evangelio en torno a siete “señales” de Jesús. Las elige diciéndonos que el Señor realizó muchísimas más y que no están contadas en el evangelio, pero estas que narra son “para que creamos que Jesús es el Cristo y adhiriéndonos a él tengamos Vida en su Nombre” (Jn 20, 31). La primera o el principio de la señales, fue la conversión del agua en vino en las bodas de Caná. Las otras, apenas comenzamos a recordarlas y compararlas, nos revelan una riqueza inaudita, que es como la riqueza de estos cinco mil panes y como los cientos de litros de vino de Caná, apta para alimentar la fe de todas las generaciones que las contemplen buscando adherirse a Jesús el Señor.
Nos detenemos en lo específico de esta señal de la multiplicación de los cinco pancitos y de los dos pescados.
Es la más sencilla y la más comunitaria. Sencilla en el sentido de que compartir el pan no tuvo nada de espectacular, como la caminata sobre el agua en medio de la tormenta. El milagro “se fue haciendo” en la secreta complicidad entre las manos de Jesús y el pan de la canastita. A mí me gusta pensar que los pancitos “se fueron multiplicando de uno a uno” a medida que Jesús los “distribuía”, los “daba de mano en mano”; no fue que de golpe aparecieron quinientos kilos de pan y dos mil quinientos pescados.
Primero los discípulos y más tarde la gente, al ver que el pan no se acababa, fueron cayendo en la cuenta del milagro y viendo en esto una “señal”. Lo cual quiere decir que, mientras comían, iban levantando la mirada hacia Jesús, que seguía allí, sentado, distribuyendo el pan y los peces. Lo curioso es que no hubo ningún curioso, al menos el evangelio no lo dice. Pero a uno le da ganas de meterse entre la multitud de los versículos y tratar de pispear un poco para quedar fascinado por las manos de Jesús partiendo el pan. Y no se trata de “ver” el milagro, porque el milagro no se ve como quien comprueba un hecho científico, sino de ver la señal, lo cual equivale a decir “ver algo que se da en lo material (nada más material que el pan y unas manos que lo parten) pero que en el hecho mismo de cómo se da (y aquí también de cuánto se da, porque fueron muchos panes), hace que se despierte otro tipo de visión, la contemplación de la fe. ¿Cómo es esta contemplación? Es algo que uno contempla y que le hace llenarse de confianza y de amor. La fe es mirar los pancitos y ver a Jesús, su sonrisa y su corazón concentrado en partir y repartir prolijamente esos pancitos, contento de servir la mesa y de iniciar algo que ha quedado en la memoria de la humanidad, algo que seguimos haciendo “en memoria suya”. Qué alegría la de Jesús al repartir el pan. Sin decir palabra les dio a los suyos un oficio que perduraría para siempre, “hasta que el vuelva”. Nos dejó tarea: hacer la eucaristía.
El otro día, celebrando la misa de la mañana al puñadito de fieles que viene fielmente a Regina, pensaba en el privilegio de la gente sencilla de la misa de 7:30 hs., que, como en otro tiempo los reyes y los príncipes, tienen su capellán privado que les celebra misa para ellos solos, porque acuden. Lo pensaba con intención, forzando un poco la imagen de un “capellán privado” para poder sentir mejor lo que es Jesús, cómo logró con su entusiasmo de Pan de Vida que anhelemos la Eucaristía, que la gente quiera tener misa, que muchos dediquemos la vida entera a la simple tarea de distribuir el pan que sólo Él multiplica para los que lo siguen y desean estar con él. Cómo nos atrajo a una tarea que es pura gratuidad y don, interminable y gozosa, tarea cotidiana que vivifica todo lo demás. Y recordaba cuando mi maestro de novicios me preguntó para qué quería ser sacerdote y me salió decir “para poder dar la comunión a mis amigos”, lo cual me sigue atrayendo más que nada y a pesar de todo.
“La señal” de Jesús sigue siendo la del pan, ese “pancito agradecido, bendecido, partido y repartido y vuelto a juntar todo lo que sobra; pancito con minúscula, para ser la señal de los pequeños, que en las manos abiertas de Jesús, gustan y contemplan el amor hecho pan, y aceptan la tarea que llena de alegría el corazón de los que creen y convierten su vida en una misa prolongada, dejando que sus manos tengan siempre el sabor y el olor del pan de Vida”.

Diego Fares sj