Domingo 16 B 2012

Simpatía

Volvieron los apóstoles a reunirse junto a Jesús
Y le contaron todas las cosas que habían hecho
y las cosas que habían enseñado.
El les dice:
‘Vengan ustedes solos aparte a un lugar desierto
y descansen un poquito’.
Porque eran tantos los que iban y venían
que ni para comer encontraban un tiempo desocupado.
Y se fueron en la barca a un lugar desierto entre ellos solos.
Pero muchos los vieron que se iban y los reconocieron.
Entonces, a pie y de todas las aldeas,
concurrieron allá y llegaron antes que ellos.
Al desembarcar, Jesús vio una gran muchedumbre,
y se compadeció entrañablemente de ellos,
porque andaban como ovejas que no tienen pastor
y se puso a enseñarles largamente y con calma (Mc 6, 30-34).

Contemplación
Marcos acentúa las relaciones de amistad personal entre Jesús y los discípulos y entre Jesús y la gente. No se detiene en “lo que hicieron y enseñaron” sino que pone de relieve los gestos de cercanía y los sentimientos de compasión.
Los apóstoles vuelven a “reunirse con Jesús”. El que los llamó junto a sí y los misionó, los estuvo esperando y ahora los reúne de nuevo junto a sí.

Es lindo caer en la cuenta de que la compasión entrañable que brota del Corazón de Jesús ante la gente, que anda como ovejitas sin pastor, es la misma que siente ante sus apóstoles, al ver que llegan cansados de la misión: ‘Vengan ustedes solos aparte, a un lugar desierto, y descansen un poquito’. La frase es entrañable y da pie para hablar de la amistad.

Una de las cosas lindas entre amigos es lo que llamaría “la alegría en el cansancio”. No es una cosa menor que se pueda describir con una frase, porque lo que está en juego es una multitud de pequeñas sintonizaciones en el corazón de los amigos. En el evangelio vemos que los que vienen cansados y con ganas de contar saben (afectivamente) que Jesús los espera, ansioso de escucharlos. Y el Señor, que se ha quedado esperándolos, intuye como quien hace propio el cansancio de sus enviados y prepara todo para recibirlos bien y brindarles algunos de esos pequeños servicios que conforman un lindo descanso. El saludo de recibimiento es esencial porque confirma todo en la primera mirada: son bien recibidos.

Entre amigos pasa así: cuando uno está cansado no va a ningún lado si no es a una casa amiga, porque sabe que allí encontrará simpatía para su cansancio (aquí encontré la palabra que quería decir). Es que el cansancio del amigo despierta simpatía, no solo compasión. Y menos aún fastidio, como el cansancio inoportuno de aquel que quiere hablar y con el que no tenemos ganas de estar.

Como un rayito de luz se me iluminó de golpe la palabra simpatía y al ver que en griego es lo mismo que compasión sentí: “no puede ser”. Es que literalmente “com-pasión” es “sym-patheia”, pero nuestro uso habitual las ha alejado.
Buscando donde aparecen juntas estas dos palabras hermanas me encontré un amigo (sin nombre) que experimentó lo mismo. En un artículos que se llama “sobre la tolerancia”, dice:
“Recuerdo el asombro gozoso que me produjo saber –no me acuerdo por qué vía- que las palabras simpatía y compasión poseían un significado común en dos lenguas diferentes, griego y latín. El concepto al que hacía referencia era algo así como comunidad de ánimo, el acto de sentir igual que el otro”.

Y más gozo da ver la comunión de estas –para nosotros- palabras distintas, en los sentimientos de Cristo que describe San Marcos: el gozo, digo, al ver una fuente común en la simpatía por el cansancio de sus apóstoles y la compasión ante el cansancio de la gente.
Me detengo aquí para reflexionar un poco. ¿Por qué el “asombro gozoso” al ver la unión entre simpatía y compasión? ¿Qué recuperamos que con la separación de ambas palabras se había perdido? Porque el asombro gozoso salta al brillar de golpe algo que estaba velado, lo cual es como encontrar lo que se nos había perdido (como Iñakito que al encontrar a su mamita que estaba en el jardín se llenó de emoción y le dijo que “como no la encontraba por la casa” se angustió y “le estaba rezando a los ojos de la Virgen para descubrirla” y “¡ahora te encontré!”).

Lo primero que siento es que al descubrir un único “apasionamiento” de Jesús, esa pasión que siente por “hacernos descansar un poco” (“vengan a mí todos los que están cansados y agobiados; aprendan de mí que soy manso y humilde de corazón y encontrarán descanso”), se une lo que en este pasaje estaba como separado: las ganas de descansar con Jesús y el trabajo apostólico. Jesús no es alguien que pone cargas sobre nuestros hombros para hacer el bien a los pobres, Jesús es alguien que nos hace descansar a todos, a ovejitas con pastor y a ovejitas sin pastor. Así que me cambió la mirada que tenía con este pasaje. Mi mirada era la de los apóstoles que venían cansados y la de un Jesús que quiere descansar con ellos pero no puede. Viene la gente y no los deja en paz. Entonces Jesús, heroicamente, los deja descansar a ellos y se pone él a enseñar a la gente… Aunque sea Jesús el que se carga con todo el trabajo queda la imagen de que la compasión conlleva una exigencia infinita de la que hay que hacerse cargo. En definitiva: las cosas de Jesús son todas muy buenas pero agotan (“eran tantos los que iban y venían que ni para comer encontraban un tiempo desocupado”).
Pues bien, desde la perspectiva de la amistad, las cosas se ven diferentes: no porque disminuya la necesidad de una “compasión infinita” para tantos males sino porque se le agrega otra pasión también infinita: la de la simpatía infinita que alegra el corazón de los amigos.
La compasión es pasión tanto para lo lindo (la misión del anuncio del evangelio y el descanso entre amigos) como para lo doloroso (la fatiga de la gente, sus penas y sufrimientos. La amistad es “apasionarse” con todo lo que le pasa al otro: sus alegrías y sueños no despiertan sólo aprobación sino que hacen que uno se implique y desee participar en la tarea que al otro lo apasiona. Con-pasión no sólo es cuestión de compartir penas, también se comparten “simpatías”, ilusiones, gustos, alegrías.

Y en el ámbito del día del amigo (no de “la amistad” en abstracto, como decretó el año pasado la Asamblea General de las Naciones Unidas, sino del amigo) esto de la pasión es importante. El día del amigo es invento argentino (dicen). Por la misma época en que Enrique Febbraro comenzó a soñar con esta celebración, Borges escribía que para “el argentino la amistad es una pasión. Lo prueba Borges mostrando cómo “los films elaborados en Hollywood repetidamente proponen a la admiración el caso de un hombre (generalmente un periodista) que busca la amistad de un criminal para entregarlo después a la policía; el argentino, para quien la amistad es una pasión y la policía una mafia, siente que ese “héroe” es un incomprensible canalla. Siente con D. Quijote que “allá se lo haya cada uno con su pecado” y que “no es bien que los hombres honrados sean verdugos de los otros hombres, no yéndole nada en ello”. Siguiendo esta intuición de Borges sobre nuestro ser más profundo (que se ve reflejada en nuestra literatura, cuando el sargento Cruz se pone del lado del desertor Martín Fierro y lo defiende contra la partida, y, en la actualidad, cuando “el puntero” Perotti se arrepiente de ir con su amigo el Panza para entregarlo a la policía y lo salva mandándolo al exilio), pienso que festejar el día del amigo (cada uno personalmente con los suyos) es un deber frente a este mundo de estructuras anónimas y sospechadas todas de corrupción. Hace bien esta “pasión por los amigos”. Y especialmente la de pasión de la simpatía, ya que la otra, la que se da en las malas, está consolidada.
Rescatar esto en la Argentina de hoy no es algo meramente sentimental. Yo diría que hace también a lo político y a lo religioso. Los argentinos no podemos “institucionalizar” sino es en la amistad. Puede que sea un defecto para algunos. Que tenga visos de personalismos y que pueda degenerar en amiguismos… Pero, de última, si uno lee bien el evangelio, el Señor ya dijo que “nadie ama más que el que da la vida por sus amigos”. No dijo por “la humanidad” ni por “la amistad”, dijo por “sus amigos”.
Al fin y al cabo, el lazo que se estableció entre Jesús y sus amigos, puede bien describirse como una “mutua e inquebrantable simpatía”. Simpatía de Jesús por ese grupo de pescadores amigos. Simpatía por Mateo y su banda de publicanos. Simpatía por la Magdalena y la banda de discípulas que cuidaban del grupo, simpatía por Lázaro, Marta y María, con su hospitalidad y sus diálogos picantes, simpatía por Pedro y sus pifiadas tan monumentales como sus lealtades…
Y así, cada uno puede seguir la lista de “simpatías de Jesús y por Jesús”. ¿No es lo que une a gente como Juan Pablo II y Madre Teresa, Hurtado y Teresita, el Cura Brochero y el Beato Don Zatti?
La simpatía no es un “condimento simpático” sino la pasión fundamental, la sal de la vida y la luz del mundo, pasión que, cuando hay dolor, se convierte en compasión entrañable y trabajadora, pero que nunca pierde ese toque alegre que sintoniza con el otro a nivel de igualdad.
Quizás por eso nos atraigan tanto los dibujitos de Fano. Si algo se puede decir de ellos es que son sumamente simpáticos. Y eso, hoy en día, es la pasión fundamental.

Diego Fares sj

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