Domingo 17 B 2012

Contemplar la señal del pan

“Después de esto, se fue Jesús a la otra ribera del mar de Galilea, el de Tiberíades,
y mucha gente le seguía porque contemplaban las señales que realizaba en los enfermos. Subió Jesús al monte y se sentó allí en compañía de sus discípulos.
Estaba próxima la Pascua, la fiesta de los judíos.
Al levantar Jesús los ojos y contemplar que venía hacia él mucha gente, dice a Felipe:
– «¿Donde vamos a comprar panes para que coman éstos?»
Se lo decía para probarle, porque Él sabía lo que iba a hacer.
Felipe le contestó:
-«Doscientos denarios de pan no bastan para que cada uno tome un poco.»
Le dice uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro:
-«Aquí hay un chico que tiene cinco panes de cebada y dos peces; pero ¿qué es eso para tantos?»
Dijo Jesús:
-«Hagan que se recueste la gente.»
Había en el lugar mucha hierba.
Se recostaron, pues, los hombres en número de unos cinco mil.
Tomó entonces Jesús los panes y, después de dar gracias (eujaristezas) los repartió entre los que estaban recostados y lo mismo los peces, todo lo que quisieron. Cuando se saciaron, dice a sus discípulos:
-«Recojan los trozos sobrantes para que nada se pierda.»
Los recogieron, pues, y llenaron doce canastas con los trozos de los cinco panes de cebada que sobraron a los que habían comido.
Al ver la gente la señal que había realizado, decía:
-«Este es verdaderamente el profeta que iba a venir al mundo.»
Dándose cuenta Jesús de que intentaban venir a tomarle por la fuerza para hacerle rey, huyó de nuevo al monte él solo” (Jn 6, 1-15).

Contemplación
La escena es propiamente una contemplación.
Juan utiliza la palabra explícitamente dos veces, para narrar lo que veía la gente y lo que veía Jesús.
La gente lo seguía porque “contemplaba” cómo trataba Jesús a los enfermos; y Jesús al levantar los ojos “contempla” a la gente que viene hacia él.
La palabra que usa Juan es Theasamenos, cuya raíz nosotros conservamos para designar el Teatro –lugar para contemplar-.
Se trata de un mirar que busca el sentido de lo que sucede, como cuando uno va al teatro.
De hecho, Juan dramatiza la escena haciendo coincidir a la gente que va en busca de Jesús y al Señor que se quiere dejar encontrar y que desea hacer participar a todos de su primera “eucaristía”.
La mirada de Jesús examina las intenciones de la gente y “pone a prueba” el corazón de los discípulos. Ellos se dan cuenta y van entrando en escena, primero Felipe y luego Andrés.
Como en una obra de teatro Juan nos hace estar atentos al personaje principal.
La escena no transmite desborde sino esa serenidad de quienes actúan cumpliendo cada uno su rol e interactuando con los demás.
Vemos cómo Jesús observa que la gente vienen hacia él y compromete a sus discípulos en la tarea de darles a todos de comer. Ellos le expresan sus preocupaciones y los cálculos, pero uno ve en Juan que ya confían en que el Maestro va a realizar otra de sus “señales”.
La palabra “señales” nos trae a la memoria el recuerdo de Caná. Allí realizó Jesús la primera de sus señales y los discípulos “creyeron en él”. Por eso aquí “hacen todo lo que él les dice” como les había recomendado la Madre.
Esto nos lleva investigar un poco en la estructura del evangelio de Juan y así caemos en la cuenta de que “señales” es una palabra “clave”, valga la redundancia.
Juan organiza su evangelio en torno a siete “señales” de Jesús. Las elige diciéndonos que el Señor realizó muchísimas más y que no están contadas en el evangelio, pero estas que narra son “para que creamos que Jesús es el Cristo y adhiriéndonos a él tengamos Vida en su Nombre” (Jn 20, 31). La primera o el principio de la señales, fue la conversión del agua en vino en las bodas de Caná. Las otras, apenas comenzamos a recordarlas y compararlas, nos revelan una riqueza inaudita, que es como la riqueza de estos cinco mil panes y como los cientos de litros de vino de Caná, apta para alimentar la fe de todas las generaciones que las contemplen buscando adherirse a Jesús el Señor.
Nos detenemos en lo específico de esta señal de la multiplicación de los cinco pancitos y de los dos pescados.
Es la más sencilla y la más comunitaria. Sencilla en el sentido de que compartir el pan no tuvo nada de espectacular, como la caminata sobre el agua en medio de la tormenta. El milagro “se fue haciendo” en la secreta complicidad entre las manos de Jesús y el pan de la canastita. A mí me gusta pensar que los pancitos “se fueron multiplicando de uno a uno” a medida que Jesús los “distribuía”, los “daba de mano en mano”; no fue que de golpe aparecieron quinientos kilos de pan y dos mil quinientos pescados.
Primero los discípulos y más tarde la gente, al ver que el pan no se acababa, fueron cayendo en la cuenta del milagro y viendo en esto una “señal”. Lo cual quiere decir que, mientras comían, iban levantando la mirada hacia Jesús, que seguía allí, sentado, distribuyendo el pan y los peces. Lo curioso es que no hubo ningún curioso, al menos el evangelio no lo dice. Pero a uno le da ganas de meterse entre la multitud de los versículos y tratar de pispear un poco para quedar fascinado por las manos de Jesús partiendo el pan. Y no se trata de “ver” el milagro, porque el milagro no se ve como quien comprueba un hecho científico, sino de ver la señal, lo cual equivale a decir “ver algo que se da en lo material (nada más material que el pan y unas manos que lo parten) pero que en el hecho mismo de cómo se da (y aquí también de cuánto se da, porque fueron muchos panes), hace que se despierte otro tipo de visión, la contemplación de la fe. ¿Cómo es esta contemplación? Es algo que uno contempla y que le hace llenarse de confianza y de amor. La fe es mirar los pancitos y ver a Jesús, su sonrisa y su corazón concentrado en partir y repartir prolijamente esos pancitos, contento de servir la mesa y de iniciar algo que ha quedado en la memoria de la humanidad, algo que seguimos haciendo “en memoria suya”. Qué alegría la de Jesús al repartir el pan. Sin decir palabra les dio a los suyos un oficio que perduraría para siempre, “hasta que el vuelva”. Nos dejó tarea: hacer la eucaristía.
El otro día, celebrando la misa de la mañana al puñadito de fieles que viene fielmente a Regina, pensaba en el privilegio de la gente sencilla de la misa de 7:30 hs., que, como en otro tiempo los reyes y los príncipes, tienen su capellán privado que les celebra misa para ellos solos, porque acuden. Lo pensaba con intención, forzando un poco la imagen de un “capellán privado” para poder sentir mejor lo que es Jesús, cómo logró con su entusiasmo de Pan de Vida que anhelemos la Eucaristía, que la gente quiera tener misa, que muchos dediquemos la vida entera a la simple tarea de distribuir el pan que sólo Él multiplica para los que lo siguen y desean estar con él. Cómo nos atrajo a una tarea que es pura gratuidad y don, interminable y gozosa, tarea cotidiana que vivifica todo lo demás. Y recordaba cuando mi maestro de novicios me preguntó para qué quería ser sacerdote y me salió decir “para poder dar la comunión a mis amigos”, lo cual me sigue atrayendo más que nada y a pesar de todo.
“La señal” de Jesús sigue siendo la del pan, ese “pancito agradecido, bendecido, partido y repartido y vuelto a juntar todo lo que sobra; pancito con minúscula, para ser la señal de los pequeños, que en las manos abiertas de Jesús, gustan y contemplan el amor hecho pan, y aceptan la tarea que llena de alegría el corazón de los que creen y convierten su vida en una misa prolongada, dejando que sus manos tengan siempre el sabor y el olor del pan de Vida”.

Diego Fares sj

Domingo 16 B 2012

Simpatía

Volvieron los apóstoles a reunirse junto a Jesús
Y le contaron todas las cosas que habían hecho
y las cosas que habían enseñado.
El les dice:
‘Vengan ustedes solos aparte a un lugar desierto
y descansen un poquito’.
Porque eran tantos los que iban y venían
que ni para comer encontraban un tiempo desocupado.
Y se fueron en la barca a un lugar desierto entre ellos solos.
Pero muchos los vieron que se iban y los reconocieron.
Entonces, a pie y de todas las aldeas,
concurrieron allá y llegaron antes que ellos.
Al desembarcar, Jesús vio una gran muchedumbre,
y se compadeció entrañablemente de ellos,
porque andaban como ovejas que no tienen pastor
y se puso a enseñarles largamente y con calma (Mc 6, 30-34).

Contemplación
Marcos acentúa las relaciones de amistad personal entre Jesús y los discípulos y entre Jesús y la gente. No se detiene en “lo que hicieron y enseñaron” sino que pone de relieve los gestos de cercanía y los sentimientos de compasión.
Los apóstoles vuelven a “reunirse con Jesús”. El que los llamó junto a sí y los misionó, los estuvo esperando y ahora los reúne de nuevo junto a sí.

Es lindo caer en la cuenta de que la compasión entrañable que brota del Corazón de Jesús ante la gente, que anda como ovejitas sin pastor, es la misma que siente ante sus apóstoles, al ver que llegan cansados de la misión: ‘Vengan ustedes solos aparte, a un lugar desierto, y descansen un poquito’. La frase es entrañable y da pie para hablar de la amistad.

Una de las cosas lindas entre amigos es lo que llamaría “la alegría en el cansancio”. No es una cosa menor que se pueda describir con una frase, porque lo que está en juego es una multitud de pequeñas sintonizaciones en el corazón de los amigos. En el evangelio vemos que los que vienen cansados y con ganas de contar saben (afectivamente) que Jesús los espera, ansioso de escucharlos. Y el Señor, que se ha quedado esperándolos, intuye como quien hace propio el cansancio de sus enviados y prepara todo para recibirlos bien y brindarles algunos de esos pequeños servicios que conforman un lindo descanso. El saludo de recibimiento es esencial porque confirma todo en la primera mirada: son bien recibidos.

Entre amigos pasa así: cuando uno está cansado no va a ningún lado si no es a una casa amiga, porque sabe que allí encontrará simpatía para su cansancio (aquí encontré la palabra que quería decir). Es que el cansancio del amigo despierta simpatía, no solo compasión. Y menos aún fastidio, como el cansancio inoportuno de aquel que quiere hablar y con el que no tenemos ganas de estar.

Como un rayito de luz se me iluminó de golpe la palabra simpatía y al ver que en griego es lo mismo que compasión sentí: “no puede ser”. Es que literalmente “com-pasión” es “sym-patheia”, pero nuestro uso habitual las ha alejado.
Buscando donde aparecen juntas estas dos palabras hermanas me encontré un amigo (sin nombre) que experimentó lo mismo. En un artículos que se llama “sobre la tolerancia”, dice:
“Recuerdo el asombro gozoso que me produjo saber –no me acuerdo por qué vía- que las palabras simpatía y compasión poseían un significado común en dos lenguas diferentes, griego y latín. El concepto al que hacía referencia era algo así como comunidad de ánimo, el acto de sentir igual que el otro”.

Y más gozo da ver la comunión de estas –para nosotros- palabras distintas, en los sentimientos de Cristo que describe San Marcos: el gozo, digo, al ver una fuente común en la simpatía por el cansancio de sus apóstoles y la compasión ante el cansancio de la gente.
Me detengo aquí para reflexionar un poco. ¿Por qué el “asombro gozoso” al ver la unión entre simpatía y compasión? ¿Qué recuperamos que con la separación de ambas palabras se había perdido? Porque el asombro gozoso salta al brillar de golpe algo que estaba velado, lo cual es como encontrar lo que se nos había perdido (como Iñakito que al encontrar a su mamita que estaba en el jardín se llenó de emoción y le dijo que “como no la encontraba por la casa” se angustió y “le estaba rezando a los ojos de la Virgen para descubrirla” y “¡ahora te encontré!”).

Lo primero que siento es que al descubrir un único “apasionamiento” de Jesús, esa pasión que siente por “hacernos descansar un poco” (“vengan a mí todos los que están cansados y agobiados; aprendan de mí que soy manso y humilde de corazón y encontrarán descanso”), se une lo que en este pasaje estaba como separado: las ganas de descansar con Jesús y el trabajo apostólico. Jesús no es alguien que pone cargas sobre nuestros hombros para hacer el bien a los pobres, Jesús es alguien que nos hace descansar a todos, a ovejitas con pastor y a ovejitas sin pastor. Así que me cambió la mirada que tenía con este pasaje. Mi mirada era la de los apóstoles que venían cansados y la de un Jesús que quiere descansar con ellos pero no puede. Viene la gente y no los deja en paz. Entonces Jesús, heroicamente, los deja descansar a ellos y se pone él a enseñar a la gente… Aunque sea Jesús el que se carga con todo el trabajo queda la imagen de que la compasión conlleva una exigencia infinita de la que hay que hacerse cargo. En definitiva: las cosas de Jesús son todas muy buenas pero agotan (“eran tantos los que iban y venían que ni para comer encontraban un tiempo desocupado”).
Pues bien, desde la perspectiva de la amistad, las cosas se ven diferentes: no porque disminuya la necesidad de una “compasión infinita” para tantos males sino porque se le agrega otra pasión también infinita: la de la simpatía infinita que alegra el corazón de los amigos.
La compasión es pasión tanto para lo lindo (la misión del anuncio del evangelio y el descanso entre amigos) como para lo doloroso (la fatiga de la gente, sus penas y sufrimientos. La amistad es “apasionarse” con todo lo que le pasa al otro: sus alegrías y sueños no despiertan sólo aprobación sino que hacen que uno se implique y desee participar en la tarea que al otro lo apasiona. Con-pasión no sólo es cuestión de compartir penas, también se comparten “simpatías”, ilusiones, gustos, alegrías.

Y en el ámbito del día del amigo (no de “la amistad” en abstracto, como decretó el año pasado la Asamblea General de las Naciones Unidas, sino del amigo) esto de la pasión es importante. El día del amigo es invento argentino (dicen). Por la misma época en que Enrique Febbraro comenzó a soñar con esta celebración, Borges escribía que para “el argentino la amistad es una pasión. Lo prueba Borges mostrando cómo “los films elaborados en Hollywood repetidamente proponen a la admiración el caso de un hombre (generalmente un periodista) que busca la amistad de un criminal para entregarlo después a la policía; el argentino, para quien la amistad es una pasión y la policía una mafia, siente que ese “héroe” es un incomprensible canalla. Siente con D. Quijote que “allá se lo haya cada uno con su pecado” y que “no es bien que los hombres honrados sean verdugos de los otros hombres, no yéndole nada en ello”. Siguiendo esta intuición de Borges sobre nuestro ser más profundo (que se ve reflejada en nuestra literatura, cuando el sargento Cruz se pone del lado del desertor Martín Fierro y lo defiende contra la partida, y, en la actualidad, cuando “el puntero” Perotti se arrepiente de ir con su amigo el Panza para entregarlo a la policía y lo salva mandándolo al exilio), pienso que festejar el día del amigo (cada uno personalmente con los suyos) es un deber frente a este mundo de estructuras anónimas y sospechadas todas de corrupción. Hace bien esta “pasión por los amigos”. Y especialmente la de pasión de la simpatía, ya que la otra, la que se da en las malas, está consolidada.
Rescatar esto en la Argentina de hoy no es algo meramente sentimental. Yo diría que hace también a lo político y a lo religioso. Los argentinos no podemos “institucionalizar” sino es en la amistad. Puede que sea un defecto para algunos. Que tenga visos de personalismos y que pueda degenerar en amiguismos… Pero, de última, si uno lee bien el evangelio, el Señor ya dijo que “nadie ama más que el que da la vida por sus amigos”. No dijo por “la humanidad” ni por “la amistad”, dijo por “sus amigos”.
Al fin y al cabo, el lazo que se estableció entre Jesús y sus amigos, puede bien describirse como una “mutua e inquebrantable simpatía”. Simpatía de Jesús por ese grupo de pescadores amigos. Simpatía por Mateo y su banda de publicanos. Simpatía por la Magdalena y la banda de discípulas que cuidaban del grupo, simpatía por Lázaro, Marta y María, con su hospitalidad y sus diálogos picantes, simpatía por Pedro y sus pifiadas tan monumentales como sus lealtades…
Y así, cada uno puede seguir la lista de “simpatías de Jesús y por Jesús”. ¿No es lo que une a gente como Juan Pablo II y Madre Teresa, Hurtado y Teresita, el Cura Brochero y el Beato Don Zatti?
La simpatía no es un “condimento simpático” sino la pasión fundamental, la sal de la vida y la luz del mundo, pasión que, cuando hay dolor, se convierte en compasión entrañable y trabajadora, pero que nunca pierde ese toque alegre que sintoniza con el otro a nivel de igualdad.
Quizás por eso nos atraigan tanto los dibujitos de Fano. Si algo se puede decir de ellos es que son sumamente simpáticos. Y eso, hoy en día, es la pasión fundamental.

Diego Fares sj

Domingo 15 B 2012

De dos en dos y sólo con un bastón

Jesús recorría los pueblos de los alrededores enseñando a la gente.
Entonces llamó junto a sí a los Doce y los envió de dos en dos
dándoles poder sobre los malos espíritus.
Y les ordenó
que no tomaran nada para el camino
sino sólo un bastón;
ni pan, ni mochila, ni monedas en la faja;
sino que se calzaran sandalias
y que no vistieran dos túnicas.
Les dijo:
‘Permanezcan en la casa donde les den alojamiento hasta el momento de partir de ese lugar.
Y si en algún lugar no los reciben
y la gente no los escucha,
al salir de allí,
sacudan hasta el polvo de sus pies
en testimonio contra ellos’.
Entonces ellos salieron a predicar exhortando a la conversión;
expulsaron a muchos demonios
y curaron a numerosos enfermos ungiéndolos con óleo (Mc 6, 7-13).

Contemplación
De dos en dos y sólo con un bastón. La imagen de los apóstoles así enviados es una imagen llena de dinamismo evangélico: en el corazón el anuncio y la mirada puesta en el camino.
¿Y en qué consiste la misión? Hay que leer bien y mirar la escena del envío una y otra vez, en cada evangelista, para darle al evangelio la oportunidad de sorprendernos, de ser “buena nueva”, hoy, para nosotros.

Lo primero que resalta en el pasaje, si uno quiere ver bien de qué se trata el envío es, por tratar de decirlo de alguna manera, un freno a toda interpretación funcionalista y un movimiento inverso que tiene una fuerza irresistible: el pasaje del envío en Marcos nos retrotrae a Jesús.
Si uno lee bien en Marcos, sorprende un poco que Jesús no les dice “a qué los envía”. Lo deducimos por los últimos versículos, en los que describe lo que dijeron y lo que hicieron –exhortar a la conversión, expulsar demonios y ungir con óleo a los enfermos-.

Cuando uno envía a un cadete sigue el movimiento del evangelio –lo llama, le dice: “Vení un momentito”, pero inmediatamente agrega: “llévame esto a tal parte y decile a fulano…”-. Uno lo acerca al otro pero para hacer hincapié en lo que tiene que hacer. Lo que le interesa es que el sobre o la plata llegue rápido al otro.

Mateo sigue esta lógica: dice que Jesús “llamó a los Doce y les dio autoridad sobre los espíritus impuros…” y señala inmediatamente el fin práctico “para expulsarlos y para curar toda enfermedad y dolencia” (Mt 10, 1 ss.). Lo mismo hace con las instrucciones, además de dar las órdenes sobre lo que no hay que llevar, explicita el mensaje positivo: “proclamen que el reino de los cielos está cerca, curen enfermos, resuciten a los muertos…”.
Lo mismo hace Lucas: “Convocando a los Doce, les dio autoridad y poder sobre todos los demonios, y para curar enfermedades; y los envió a proclamar el Reino de Dios y a curar (Lc 9 1 ss.).

Marcos en cambio no menciona el para qué y se detiene prolijamente en la descripción de lo que no tienen que llevar –ni pan, ni mochila, ni monedas en la faja… solo sandalias, no más de una túnica…- y en cómo tienen que actuar con los que los reciben y con los que los rechazan. Estos dos largos párrafos y la corta mención de lo que hicieron –exhortaron a la conversión, expulsaron demonios y sanaron enfermos- nos retrotrae (si uno quiere detenerse a contemplar qué es lo que Marcos considera esencial en la Misión) al primer párrafo.
Y allí cobra fuerza lo personal: Jesús los llamó junto a sí y los envió de dos en dos dándoles autoridad.
El que los llama junto a sí es un Jesús que ha salido a recorrer los poblados y pasa el día enseñando a la gente personalmente. Un buen día se para y en vez de salir Él los envía a ellos. En vez de andar ellos tras Él siguiéndolo y mirando cómo enseña, ahora Él se detiene, los envía y espera a que vuelvan “a contarle lo que han hecho” (Mc 6, 30).
Esta dinámica se repite al final del evangelio de Marcos “que termina de manera inesperada” como dice el Libro del pueblo de Dios, “y por eso se le agregó una conclusión a manera de resumen”. Pero no es quizás tan inesperado el final si uno se fija en lo que resalta Marcos al dejar cosas sin explicitar. Así como los apóstoles “salieron” enviados por Jesús, así “salieron” las mujeres del sepulcro, enviadas por el ángel: “vayan a decir a sus discípulos y a Pedro que él irá antes que ustedes a Galilea; allí lo verán, como les dijo”. Este “lo verán como les dijo” no solo se refiere a una predicción puntual del Señor sino que puede indicar también un “modo de verlo y de contemplarlo resucitado en toda su vida”, cosa que se da a entender en esto de volver a Galilea, a los comienzos, a descubrir a Jesús resucitado releyendo todo el evangelio.

La dinámica de Marcos es la de la misión: Jesús envía y por el camino se va explicitando a qué envía. Jesús envía y se adelanta a esperar. En el medio está la misión, pero a Marcos le importa menos explicitar lo que hay que hacer que centrarnos en este Jesús que nos llama junto a sí, nos envía y nos espera a que volvamos a El (vengan también ustedes a descansar un poco -Mc 6, 30).
Contemplado así, quizás no sea tan “inesperado” el final de Marcos. De hecho llevó a la comunidad a “completar lo que faltaba haciendo un resumen de todos los evangelios”. Vemos cómo intuitivamente el movimiento de la narración, terminada abruptamente, hace que uno se retrotraiga a lo anterior y se abra a otras narraciones.
¡Genialidades narrativas del evangelio! diría Borges.

Cobra también importancia lo personal –el de dos en dos y lo de la autoridad- al no explicitar el mensaje y al insistir en lo que no hay que llevar. Jesús suma personas y resta cosas. Pensemos en todo lo que suscita este ir de a dos sin tecnología y sin mucho plan pastoral. Dos que caminan juntos, dos que se entienden, dos que concuerdan y actúan sin “dividirse el trabajo”. Hay todo un mensaje aquí contra la tentación del individualismo, del rodearnos de cosas y tareas que nos alejan del poder compartir el camino con otros por cuestiones de agenda. Apóstoles que somos como planetas que se tocan y salen disparados como bolas de billar, cada uno atraído por su órbita y sin poder entrar armónicamente en la del otro.
Detrás y en el fondo de este “de dos en dos” está el “de a dos” de Jesús y el Padre: “Como el Padre me envió, también yo os envío” (Jn 20, 21). En un envío despojado de medios y de contenidos teóricos y de actividades para realizar, se destaca esto personal de a dos y en comunidad (los Doce) que es el corazón de la misión. El ir de a dos –dentro de una comunidad de Doce- necesariamente remite a Otro, que se da el lujo de no dividir a los pocos que tiene porque no quiere tanto que realicen un trabajo como que den testimonio de un Amor especial. Lo dice Juan en su carta: “nosotros hemos visto y damos testimonio de que el Padre envió a su Hijo, como Salvador del mundo. En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene; en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de él” (1 Jn 4, 9-14).
En el último encuentro de los Consejos Administrativos de Manos Abiertas en Alta Gracia, una experta en Movilización de Recursos nos hizo hacer nuevamente el ejercicio de “definir” Manos Abiertas y hacía notar que nos resultaba difícil lograr una única definición concisa. El objetivo de los que tratan de obtener recursos es poder transmitir un mensaje claro y atrayente a otro en lo que dura un viaje en ascensor. La dificultad para definir bien el qué y el para qué y todas esas cuestiones de misión y visión, se daba, sin embargo en un contexto y con una intensidad especiales. El padre Fernando hizo notar la “pasión” con que tratábamos de definir y con que poníamos manos a la obra en Manos Abiertas. Yo le pregunté a la expositora si notaba alguna diferencia con las reuniones que hacía con empresarios y me dijo “Sí. Ustedes están aquí tres días porque quieren y eso se nota por la alegría”.
La pasión por ir definiendo el mensaje y la tarea en el camino y la alegría de estar juntos hacen a la esencia de la Misión de Jesús. El “qué” lo van dando el Espíritu y la realidad.

Diego Fares sj

Domingo 14 B 2012

Caridad con los ojos

Jesús salió de allí y vino a su pueblo y sus discípulos lo acompañaban.
Cuando llegó el Sábado comenzó a enseñar en la sinagoga
y los más de los que lo escuchaban estaban asombrados y decían:
-¿De dónde (saca) este estas cosas? y ¿qué es esta sabiduría que le ha sido dada? ¿y estos milagros que se realizan por sus manos?
¿No es este el carpintero, el hijo de María, y el hermano de Jacob y de José y de Judas y de Simón? Y no se hallan sus hermanas aquí entre nosotros?
Y se escandalizaban de él.
Jesús les dijo:
– No hay profeta deshonrado si no es en su patria y entre sus parientes y en su casa.
Y no podía obrar milagro alguno,
salvo que curó a unos pocos enfermos, imponiéndoles las manos.
Y él se admiraba de su incredulidad.
Y recorría las aldeas en torno enseñando (Mc 6, 1-6).

Contemplación
La admiración. Los paisanos de Jesús se asombraban de él, de su sabiduría y de los milagros que realizaban sus manos de carpintero. Se asombraban de que Alguien como Él hubiera vivido en medio de ellos, de que María su madre y sus parientes fueran sus conocidos… Se asombraban con un asombro que los llevaba por el camino del escándalo.
Jesús también se admiraba, pero de su incredulidad.

Pensaba ¿qué cosas nos resultan admirables? Como sociedad, digo.
Lo primero que me viene a la mente son los deportistas y los artistas. Es admirable ver jugar a Messi, por ejemplo, esa visión del lugar justo para poner la pelota y la velocidad con que lo realiza. Las proezas físicas son inobjetables. Esta palabra, “inobjetable”, se junta con “admiración” y nos hace ver que son pocas las cosas admirables para todo el mundo.
Admiramos a los músicos. Es admirable “ver” tocar a alguien y no sólo escucharlo. Ver tocar produce admiración. Nos causa admiración también la tecnología, los avances de la ciencia… La “partícula de Dios”, invisible como Él, que desaparece rápido pero es la que le da consistencia (masa) a todo lo demás y su huella está presente en toda la creación…
Admiramos también la valentía, la generosidad… Cuando alguien se juega por salvar la vida a otro. Cuando se trata de gestos así, sentimos la exigencia y la necesidad de dar nuestra aprobación expresa, del aplauso, la adhesión y la defensa si alguien menosprecia lo heroico y desinteresado.
Admiramos también la constancia de las personas que perseveran en lo bueno a lo largo de toda una vida. Esos cinco millones de voluntarios que se dan silenciosamente a los demás en la Argentina.
Nos resulta digna de admiración la capacidad de sufrir de mucha gente, la lucha por sobrevivir, la lucha contra la enfermedad y la muerte.

Aquí diría que la capacidad de admirar –a quién admiro- dice mucho acerca de mí, de qué clase de persona soy. En una segunda lectura eso fue lo que me tocó de este evangelio. A los paisanos de Jesús les escandalizó que él fuera uno de ellos, que hu-bieran compartido la vida sin darse cuenta a Quién tenían al lado!!! Se escandalizaban de sí mismos: no podían aceptar no haberse dado cuenta. Por eso digo que la admiración dice mucho de uno mismo.
La contracara de la admiración es esa tendencia chabacana del medio ambiente que consiste en desvalorizar casi todo. Se gasta mucho espacio en desprestigiar y en con-tradecir, en relativizar y en ningunear. Y también en defenderse de estas actitudes.

Jesús no gastó mucho tiempo en defenderse, pero dejó claro que lo estaban despres-tigiando y poniendo en tela de juicio y que eso sólo sucedía entre pares. Lo cual habla de envidia, que es un sentimiento hacia el cual puede desviarse la admiración. Porque a esta altura está claro que para envidiar primero hay que admirar.

La admiración a todo lo que es hermoso y bueno y recto es una forma de caridad con los ojos. Y la envidia es el pecado del ojo malo, torcido, de la mirada mezquina.
Vemos así que la admiración tiene como dos momentos: el primero es inevitable. No se inventa uno a quién admirar sino que lo admirable irradia por sí mismo su bondad y su belleza y por eso es irresistible el primer impulso de admiración. El segundo mo-mento es fruto de una decisión: uno elige admirar, perseverar en la admiración, cultivarla o no.
Aquí es donde la fidelidad a lo que espontáneamente suscitó nuestra admiración habla de nuestra calidad como personas.
Porque la admiración declarada compromete.
Es por eso que muchas veces uno pone entre paréntesis la admiración. No se puede admirar y no convertirse en seguidor de aquel a quien admiramos.

Aristóteles decía que “la admiración es el comienzo de la filosofía”. El comienzo de un tipo de reflexión abierta a mirar las cosas en su grandeza y esplendor.
No es la mirada interesada del que busca rapiñar sino la mirada desinteresada del que reconoce su ignorancia y quiere aprender. Para admirar bien hay que cultivar la humildad y rechazar la envidia.
En este sentido la admiración es también el comienzo de la fe. La confianza en otro implica una dosis de admiración. El niño confía en su padre porque ve que sabe y que puede. Uno confía en sus amigos porque admira su lealtad, sabe que pase lo que pase se las arreglarán para estar y ayudar. La fe no es para nada ciega. La fe supone que uno se ha visto atraído por el don del otro, por algo muy valioso y digno de admiración, algo que quizás no esté muy reflexionado pero que es poderosamente atractivo. Cuando uno cree en alguien, como la gente que creía de corazón en Jesús, es porque lo admira: admira su bondad, su veracidad, su nobleza… Virtudes todas estas que están incluidas en los milagros físicos. La gente sencilla admiraba a Jesús no como un mago sino como alguien Bueno que desplegaba su bondad no solo en milagros sino en todos los gestos de su vida. La admiración incondicional de los sencillos habla muy bien de ellos. Les encantaba que Jesús fuera uno de ellos. Por eso lo admiraban: lo miraban con amor en los ojos y esa admiración les encendía la lucecita de la fe y lo seguían a todas partes y se adherían a él.
Antes de ayer, en medio de un día con mucho ajetreo en el Hogar, me avisaron que estaba abajo un señor al que yo le había dicho que pasara cuando quisiera. Esperó un rato a que terminara de atender a otra persona y… tuve el gusto de conocer personalmente a Antonio. No venía a pedir nada sino a contarme algo y estaba un poquito nervioso, como me confesó, porque se trataba de una experiencia espiritual. Como que no es muy habitual para uno que trabaja en la metalurgia venirse de José C. Paz a contar algo que le pasó hace un año o más (no me acuerdo cuánto) y que se le quedó grabado. Para hacerla corta, me dijo, fue al grano y me contó que había leído una de estas contemplaciones en la que “ud. decía que a veces uno siente la impotencia ante una situación en la que no se ve que se pueda hacer nada pero si uno se acerca y mira a los ojos a la otra persona ella misma le dice lo que puede hacer. Y resulta que yo iba pensando en eso esa mañana y al salir de una estación de servicio veo una persona que estaba como recostada en el suelo (era un chico con síndrome de down) y una chica a su lado que trataba de levantarlo. Seguí de largo y a los pocos pasos me dije si yo leí esto no puedo pasar de largo y me volví. Le pregunté a la chica si los podía ayudar en algo y me dijo no gracias señor, es mi hermanito que a veces se pone así y me hace quedar un rato pero después se levanta. Yo me había inclinado un poco y en eso el chico down me mira a los ojos (él me miró a mí) se pone de pie y me regala una sonrisa así de grande y me saluda y se va con su hermanita. Yo me quedé conmovido y eso se me quedó en la cabeza y se lo tenía que venir a contar. Mi señora me decía qué le vas a decir al padre, pero yo se lo tenía que contar”.
Confieso que se me llenaron de lágrimas los ojos ante lo que me contaba Antonio, porque me hizo sentir que ese chico era Jesús que le había sonreído y los dos nos dábamos cuenta de que esas son gracias que hay que compartir. Cosas admirables de todos los días, gente que muestra la calidad de persona que es al contar lo hechos que, en medio de la vida cotidiana, les causan admiración.
Diego Fares sj