Domingo 13 B 2012

Saber parar 

Cuando Jesús regresó en la barca a la otra orilla, una gran multitud se reunió a su alrededor, y él se quedó junto al mar. Entonces llegó uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo, y al verlo, se arrojó a sus pies, rogándole con insistencia:
– «Mi hijita querida está en las últimas; ven a imponerle las manos, para que se cure y viva.»
Jesús fue con él y lo seguía una gran multitud que lo apretaba por todos lados.
Se encontraba allí una mujer que desde hacía doce años padecía de hemorragias. Había sufrido mucho en manos de numerosos médicos y gastado todos sus bienes sin resultado; al contrario, cada vez estaba peor. Como había oído hablar de Jesús, se le acercó por detrás, entre la multitud, y tocó su manto, porque pensaba:
– «Con sólo tocar su manto quedaré curada.»
Inmediatamente se secó la fuente de su sangre, y ella sintió en su cuerpo que estaba curada de su mal. Jesús se dio cuenta en seguida de que una virtud había salido de él, se dio vuelta y, dirigiéndose a la multitud, preguntó:
– «¿Quién tocó mi manto?»
Sus discípulos le dijeron:
– «¿Ves que la gente te aprieta por todas partes y preguntas quién te ha tocado?»
Pero él seguía mirando a su alrededor, para ver quién había sido.
Entonces la mujer, muy asustada y temblando, porque sabía bien lo que le había ocurrido, fue a arrojarse a los pies y le confesó toda la verdad.
Jesús le dijo:
– «Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz, y queda curada de tu enfermedad.»
Todavía estaba hablando, cuando llegaron unas personas de la casa del jefe de la sinagoga y le dijeron:
– «Tu hija ya murió; ¿para qué vas a seguir molestando al Maestro?»
Pero Jesús, sin tener en cuenta esas palabras, dijo al jefe de la sinagoga:
– «No temas, sólo cree.»
Y sin permitir que nadie lo acompañara, excepto Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago, fue a casa del jefe de la sinagoga. Allí vio un gran alboroto, y gente que lloraba y gritaba. Al entrar, les dijo:
– «¿Por qué se alborotan y lloran? La niña no está muerta, sino que duerme.»
Y se burlaban de él. Pero Jesús hizo salir a todos, y tomando consigo al padre y a la madre de la niña, y a los que venían con él, entró donde ella estaba. La tomó de la mano y le dijo:
– «Talitá kum», que significa: «¡Muchachita, parate!»
En seguida la niña, que ya tenía doce años, se levantó y comenzó a caminar. Ellos, entonces, se llenaron de asombro, y él les mandó insistentemente que nadie se enterara de lo sucedido. Después dijo que le dieran de comer” (Mc 5, 21-43).

Contemplación
La expresión de Jairo está llena de cariño y de lúcida desesperación. Como papá se dio cuenta de que su “hijita querida” (el diminutivo en la familia expresa el cariño) está “en las últimas” (esjatos). En griego y en castellano usamos la misma expresión. En la Casa de la Bondad hablamos de enfermos terminales en etapa final. Cuando Jairo se da cuenta de que su hija se le va, la deja y corre a echarse a los pies de Jesús. Y el Señor se va inmediatamente con él y lo conforta con esa frase tan linda para todos: “Vos no tengas miedo, solo creé, confiá”.
El Señor que “siente” lo que sentimos los hombres –siente hasta con la orla de su manto el toque de la hemorroísa-, percibe el terror que se abate sobre el corazón de Jairo al escuchar la noticia de que su hijita ya se le murió y frena la inundación del miedo y de la amargura acaparando toda su atención: “vos no temás, sólo tené fe”.
El Señor es Maestro de los sentimientos, nos enseña qué sentimientos tenemos que parar y en cuales nos tenemos que concentrar. Nos enseña que la fe debe primar en nuestro corazón y expulsar todo otro sentimiento contrario que pretende obnubilarnos y apoderarse de nuestro corazón. Solo tené fe.

Este pasaje, que parece complicado por que son como dos historias que se juntan y no se termina de ver del todo la relación (como la vida nuestra, en la que se juntan las cosas y a veces en medio de lo más trágico se cruzan otras historias que reclaman nuestra atención inmediata), estas dos historias, digo, se unifican desde los sentimientos de Jesús. Los tres gestos de Jesús son lo mismo:
– el gesto con que se detiene al sentir la fe en la mano de la mujer que toca su manto y lo lleva a buscarla entre la gente y a dialogar con ella,
– el gesto de irse con Jairo y de parar el mundo –atajando los comentarios “realistas”, los gritos y los llantos, la desesperación y el miedo con una sola frase: “no tengas miedo, solo tené fe”,
– y el gesto de tomarle la mano a la muchachita y decirle su frase preferida para los hombres caídos: “koumi” “ levantate”, “ponete de pie”, resurgí, resucitá ¡parate!.

Contemplar es unificar, descubriendo un solo gesto como fuente de los demás.
Vemos que Jesús siente lo que siente la gente, frena con firmeza los sentimientos malos, dialoga para focalizar a cada persona –a la hemorroisa y a Jairo- en la fe y pone de pie a la muchachita.
Deteniéndonos en cada escena podemos fijarnos en esto de “pararse” y de “parar”, en los dos sentidos, de detener y de ponerse de pie.
Es como si Jesús obrara “automáticamente” no como aparato sino “movido” por el Amor y por la Fe de manera espontánea (como la tierra que “da fruto automáticamente”, por sí sola). La fe de la mujer, “la intensidad de la fe de la mujer que ejecuta el toque del manto como un pianista toca un “pianíssimo”, hace que salga una “fuerza”, una “dínamis” de Jesús que cura inmediatamente. El Amor del Señor primero actúa y luego Él reflexiona. El Amor llega antes, obra antes. Está antes el “hacer del corazón” que las palabras y las reflexiones.
La fe hace que Jesús se pare, que se detenga a mirar, que se detenga a charlar y a dialogar.
Al mismo tiempo, hay sentimientos y realidades a las que el Señor pone freno,. Jesús detiene la marcha bullanguera de la multitud, detiene los sentimientos de desesperación que asaltan el corazón de Jairo, detiene el miedo, el pragmatismo escéptico, los gritos y los llantos exagerados.
Jesús para toda idea y todo sentimiento que no se deje subordinar a la fe.
Y es esta mirada simple y sólida de la fe la que pone de pie y en movimiento todo lo demás como movimiento de amor.

Fuera de la fe, el andar de aquí para allá, es parloteo y vueltas que no llevan muy lejos.
Este sencillo gesto de pararse y de parar todo para que se abra paso la fe que nos pone de pie para caminar en el amor es la fuente de todo el pasaje. Y Jesús lo realiza caminando en medio de la gente y de los acontecimientos de todos los días, en medio de la lucha por la vida, contra la enfermedad y la muerte.

Mirando a Jesús en este pasaje de historias de vida cotidiana mezcladas entre sí, podemos “sentir y gustar” con él, pesando y recordando cosas de cada día, para aprender cuándo me tengo que parar, cuándo tengo que afinar el oído y sentir al que me toca apenas el manto; para aprender qué cosas tengo que parar, qué sentimientos tengo que pedirle a Jesús que frene, para que el miedo o la desesperación o la frialdad no me inunden el corazón y se me obnubilen los ojos; mirar a Jesús para que me ponga en pie, me meta de nuevo en la cancha, allí donde creo que la enfermedad y la muerte han puesto a la vida en fase terminal. Dentro de cada situación que parece “estar en las últimas” hay mucha vida, muchas historias que salen al cruce y que dan y reclaman mucho amor.
Les comparto una pequeña historia de la Casa de la Bondad. Hace dos días me llamó Ana y como yo estaba hablando quedó en “llamada perdida”. Llamé a los pocos minutos (porque los llamados de la Casa suelen ser porque falleció alguno de los pacientitos, como dice la Hna. Cristina) y resultó que era por un Bautismo! Ya mientras llamaba intuí que no podía ser que se hubiera muerto ninguno porque a Norita que está en un hilito la había visto de lo más bien a la mañana. Anita me hablaba con la fineza con que me pide siempre las cosas porque ya se que andás muy ocupado y un bautismo en la Casa no es lo habitual pero Hugo manifestó que le gustaría que su sobrina nieta se bautizara en la Casa ya que él es el Padrino… Yo que suelo decir primero que no y después –a veces – que sí, en esta dije primero que sí, quizás porque me vino al corazón la primera comunión de la hijita de Mauricio, que fue una gracia tan grande para todos.
Así que nos pusimos en clima de Bautismo, frenando otras cosas y dando prioridad a este pedido. Anoche, charlando con Hugo y rezando al darle la comunión, caí en la cuenta de la persona que es. Ya en el primer encuentro, apenas llegó, con sus hijas, lo había sentido una persona sumamente amable y sufrido, pero ayer al ver la alegría que lo inundó cuando le dije que íbamos a bautizar a su ahijada, sentí lo que es un corazón de padre y de abuelo. Hoy revisando mails encontré el de Teresa que expresó mejor que nadie los sentimientos de este padrino para con su ahijadita:
Quería contarles que hoy charle un poquito con Hugo sobre el tema del bautismo de su ahijada.
Le pregunté por ella y demás y empezó a contarme que quería bautizarla en la Casa, que sería como un broche de oro. Ante mi pregunta de que pensaba Roxana (7 años, se llama así por su mamá y por la suegra del hermano de Hugo o sea las abuelas), dijo que no hablaba de otra cosa.
Me contó que a él lo emociona mucho el porqué lo eligieron padrino. Cuando su planteo fue qué podía darle un hombre de su edad a una chiquita, y el sobrino le dijo: el ejemplo, con eso me es suficiente, se emocionó al contarlo.
Dice que tiene un dialogo muy especial con la chiquita, que ella lo escucha mucho.
Esa es la Casa de la Bondad. Un lugar donde un “toquecito de la orla del manto” –dicho en voz bajita como puede hablar Hugo- para todo lo habitual y nos pone a todos en movimiento… para otro lado.
Un lugar donde los que están en las últimas nos enseñan qué es lo importante en la vida.
Un lugar en nuestra Ciudad donde en la misma piecita en que estuvo Mauricio, otro paciente sabe “parar” todo sentimiento de miedo y de angustia y dejar que el amor le inunde el corazón, centrando toda su vida en ser padrino de bautismo de su ahijadita querida que “no habla de otra cosa”.
Los diálogos que tenía Jesús con la gente, en medio del ajetreo, el diálogo de Jesús con la hemorroisa, el diálogo con la hijita de Jairo, no son cosa de este mundo, pero pasan cerquita, en la pieza del primer piso que da al jardín de la Casa de la Bondad. Para escucharlos y participar de ellos hay que “entrar con Jesús” allí donde no se meten los que “no quieren molestar”, los que “alborotan” y los que se burlan.
… Jesús hizo salir a todos, y tomando consigo al padre y a la madre de la niña, y a los que venían con él, entró donde ella estaba, la tomó de la mano y le dijo: «Talitá kum», que significa: «¡Muchachita, parate!»

Diego Fares sj

Domingo 12 B 2012 Nacimiento de Juan Bautista

El único Referente: Jesús

Se quedó María con ella como tres meses; después se volvió a su casa. Cuando llegó el tiempo en que Isabel debía ser madre, dio a luz un hijo. Al enterarse sus vecinos y parientes de la gran misericordia con que Dios la había tratado, se alegraban con ella.
A los ocho días, se reunieron para circuncidar al niño, y querían llamarlo Zacarías, como su padre; pero la madre dijo: «No, debe llamarse Juan.»
Ellos le decían: «No hay nadie en tu familia que lleve ese nombre.»
Entonces preguntaron por señas al padre qué nombre quería que le pusieran. Este pidió una pizarra y escribió: «Su nombre es Juan.»
Todos quedaron admirados. Y en ese mismo momento, Zacarías recuperó el habla y comenzó a alabar a Dios.
Este acontecimiento produjo una gran impresión entre la gente de los alrededores, y se lo comentaba en toda la región montañosa de Judea. Todos los que se enteraron guardaban este recuerdo en su corazón y se decían: «¿Qué llegará a ser este niño?» Porque la mano del Señor estaba con él. El niño iba creciendo y se fortalecía en su espíritu; y vivió en lugares desiertos hasta el día en que se manifestó a Israel (Lc 1, 57-66. 80).

Contemplación
Von Balthasar dice que “ninguna Figura se perfila en la Biblia más solitaria que la del Bautista”. Solitario, esa es la palabra.
Pero Solitario por plenitud, no por defecto.
¿En qué sentido hablamos de plenitud? En que fue muy querido y se relacionó con todos pero vivió en soledad. Fue un hijo soñado y deseado por sus padres durante una larguísima vida y llegó al fin, en la vejez, pero no tuvo hermanitos.
El pasaje de hoy, leído desde esta perspectiva de la solitariedad, nos permite ver que hasta en su nombre careció de referente entre sus antepasados: “no hay nadie en tu familia que lleve ese nombre”.
Salió la palabra “referente” y nos ayuda a comprender mejor esto de la solitariedad: Juan tiene como Referente a Jesús de una manera tan única que afecta a todas las otras referencias. Un ejemplo: aunque no sabemos si en la infancia y adolescencia de Jesús se volvieron a encontrar las familias, el evangelio nos revela que Juan recibió el cariño especialísimo de Jesús a través de María ya desde la panza de su madre. Un cariño que lo hizo saltar de alegría, como hace saltar a todos los pequeñitos del pueblo fiel de Dios cuando nos ponemos en contacto con la Virgen. En eso, solitariamente, Juan nos prefiguró a todos: la llamó feliz antes que nadie…., y luego contagió su alegría a su madre, que comenzó con los Ave María que hoy llegan a nuestros labios. La Virgen debe haber tenido una relación muy linda con ese bebé, y al mirar a crecer a su hijo no dejaría de pensar en el sobrino.
¿Qué fruto va pintando en esto de mirar así la persona de Juan? Pasemos a mirar nuestra vida, nuestras relaciones. Cada uno de nosotros tiene muchos puntos de referencia. Para comprendernos y para darnos, miramos a nuestros padres y hermanos, a nuestros maestros en el trabajo… Tenemos nuestras preferencias a nivel deportivo, político, cultural… También nuestra espiritualidad. En cada ámbito alguna persona es nuestro referente principal. Nadie tiene un solo referente! Incluso creo que no sólo no sería posible sino que no sería bueno.
Juan tuvo un único referente toda su vida. Hasta para morir en la cárcel tuvo que mandar a preguntarle a Jesús si era Él el Mesías o debían esperar a otro”.
Le tocó ser hombre de pasaje (de Pascua). Todo pasó por él y se fue hacia Jesús. Así como la Virgen, que no se quedó a su nacimiento, sus mejores amigos y discípulos, una vez que les señaló al Cordero de Dios, se le fueron con Él. Si lo comparamos con María, la diferencia está en que Ella siguió siendo referente de la comunidad luego de la Ascensión del Señor. Juan en cambio, pasó. Murió mártir, en la cárcel, sólo y de manera infame. Si lo comparamos con San José, San José vivió con Jesús y María largos años de intimidad. Juan debe haber perdido a sus ancianos padres siendo pequeño y no tuvo hermanitos.

Uno podría decir: “le debe haber costado”.
Sin embargo, lo que Juan manifestó toda su vida fue “gozo y alegría”.
Lo dice explícitamente en la madurez: “Yo no soy el Cristo, sino que he sido enviado delante de él. El que tiene a la novia es el novio; pero el amigo del novio, el que acompaña y le oye, goza con alegría con la voz del novio. Por eso digo que mi alegría es completa. Es preciso que él crezca y que yo disminuya” (Jn 3, 29-30).
Esta “alegría plena” fue profetizada ya en su concepción por el ángel que le dijo a Zacarías: “Tendrás gozo y alegría, y muchos se regocijarán por su nacimiento” (Lc 1, 14). Jesús mismo lo define como alguien que “alegraba”: “Juan era antorcha que ardía y alumbraba, y ustedes quisieron regocijarse por un tiempo en su luz” (Jn 5, 35).

Volvamos de nuevo a nosotros: cómo nos alegra cuando nos comparan o nos relacionan con alguien a quien queremos y admiramos. La alegría de la buena referencia es expansiva: alegra también al que la establece y al que la escucha. Charlando con el padre Rossi me contaba matándose de risa la frase que le había dicho el guardia de la Iglesia de la Compañía que había estado escuchando desde la puerta el Triduo al Sagrado Corazón. “Al terminar todo salgo y me dice: “Usted es como Messi”. Rossi se ríe porque ve que viene algo ingenioso y le dice: “¿Por qué? ¿Qué tiene que ver? Y el otro sentencia: “Claro, porque la hace linda y fácil”.
Risas compartidas, con el guardia, y ahora que lo cuenta, y me imagino lo mismo con el que lee. Los elogios de los sencillos son los más lindos.
Digo que las referencias lindas nos alegran y son el tejido de nuestra vida y de nuestra identidad.
Juan vivió referido a Jesús con exclusividad. Fue el Padre el que lo eligió para esta misión única, de hacer de puente, entre la Alianza basada en la Ley y la Nueva Alianza fundada en la Sangre perdonadora del Señor. Y como todas las referencias son de ida y vuelta, Jesús también lo reconoció como referente único: ¡se bautizó con él! Y nos lo hizo valorar como el más grande, de manera tal que nos diéramos cuenta de nuestra dignidad, recibida por pura gracia, ya que el más pequeñito en el Reino es mayor que Juan.
Aquí viene la gracia que podemos pedirle a Juan, sintiéndolo cercano, como María, como San José, ya que cuando el Señor da una gracia única a alguien es porque considera que a través de esa persona puede llegar a muchos, la gracia de crecer en que Jesús sea nuestro Referente.
Que busquemos atraer su atención, darle el gusto, sentir confianza en pedirle todo lo que necesitamos.
Que al pensar las cosas busquemos sus criterios, su manera de sentir, que nos fijemos hasta en los más mínimos detalles de su estilo, para aprender de él, de su mansedumbre y humildad de corazón.
Y para aprender a tener a Jesús como Principal Referente, nada mejor que mirar a Juan. Así lo hicieron sus discípulos, Andrés y el otro Juan. Se dejaron indicar por el Bautista quién era ese Jesús que pasaba y lo siguieron y se quedaron con él.
Y volviendo a lo de la solitariedad por plenitud, quizás lo que podemos aprender de Juan es que el grado en que Cristo es el Referente para cada uno permanece oculto. Oculto a los ojos del mundo e incluso para uno mismo. No en el sentido de que uno no se de cuenta cuando hace algo por puro deseo de agradar al Señor, sino en el sentido de que es Él el que le dará valor y eficacia a esos gestos cuando y como quiera. Uno los realiza con nobleza, por agradecimiento, por sentir que ha recibido mucho y que desea devolver algo haciendo algún bien a los más necesitados. Digo que no es que uno no caiga en la cuenta de que ha hecho algo bueno, porque la alegría que brota es inmediata. Es esa alegría plena como la que sentía Juan Bautista, al estar al lado del Novio y escucharlo y gozarse con su alegría, sintiendo que Él crece y uno disminuye. Uno cae en la cuenta de que actuó teniendo como referente a Jesús y deja totalmente en sus manos el fruto exterior. Esta soledad de lo noble y bueno en sí es una soledad abierta, disponible para que el Señor la haga dar frutos hasta del ciento por uno.

 En un tiempo en que la sociedad “endiosa y destruye” a sus referentes, alguien como Juan el Bautista, que tiene a Jesús por único referente, se convierte en referente para nosotros. Alguien que nos enseña a ser leales, en lo más profundo y con mucha alegría, a nuestros referentes, a “relativizarlos” en el sentido de “relacionarlos a Cristo”, como Referente único y último, a cuidarlos y defenderlos en la misión que el Señor le ha dado a cada uno, testimoniando nuestra fidelidad y defendiéndolos de las envidias y maledicencias. Juan también nos señala la alegría interior de ser fieles para bien de aquellos de quienes somos referentes nosotros:  los padres ante sus hijos,  los consagrados ante su comunidad y el pueblo fiel de Dios…., y así cada uno en lo que le toca.

Diego Fares sj

Domingo 11 B 2012

 Nobleza Obliga

En aquel tiempo decía también Jesús a la gente…
Así sucede con el reino de Dios como con un labrador que hecha semilla en la tierra; duerma o se levante, de noche o de día, el grano brota y crece, sin que él sepa cómo. La tierra da el fruto automáticamente: primero los tallitos de hierba, luego la espiga, después el trigo pleno en la espiga y cuando el fruto está a punto se mete la hoz porque ha llegado la siega.

Decía también: ¿a qué compararemos el reino de Dios o con qué parábola lo expresaremos? Con el reino sucede como con un grano de mostazas que cuando se siembra en la tierra es más pequeño que cualquier semilla que se siembra en la tierra, pero una vez sembrado crece y se hace mayor que todas las hortalizas y echa ramas tan grandes que las aves del cielo pueden anidar a su sombra.
Y les anunciaba la Palabra con muchas parábolas como éstas, acomodándose a su capacidad de entender y no les hablaba sino en parábolas, pero a sus propios discípulos se lo explicaba todo cuando estaban entre ellos (Mc 4, 26-33).

Contemplación
Las cosas del Reino se dan sin que sepamos cómo.
Con las parábolas el Señor “se acomoda” a nuestra capacidad de entender y despierta el deseo de que nos explique más.
Para ello tenemos que quedarnos un rato con él a solas. Porque cuando “se quedaban entre ellos, Él, a sus discípulos, les explicaba todo”.

A eso apuntan estas contemplaciones con el evangelio del domingo: a estar un rato entre nosotros, a solas con Jesús.
Nos hace bien saber que nos juntamos para que nos “anuncie La Palabra”, como dice Marcos.

Hoy La Palabra se explicita con la parábola del Labrador paciente y con la de la Planta de mostaza.
A mí, con las parábolas, siempre me hace bien darme cuenta de lo poco que sé. Siempre me meto a investigar en el mundo cultural del Señor y salen cosas nuevas. Hoy buscaba árboles de mostaza porque siempre me imagino un árbol altísimo y no es así. Es una planta –una hortaliza, dice el Señor- que como hortaliza puede llegar a ser de más de dos metros y bien tupida, lo cual es algo notable, pero para nada espectacular. La imagen de fondo, lo que el Señor quiere comunicar, es que el reino comienza siendo una semillita microscópica pero que tiene la energía y el dinamismo capaz de llevarlo a ser algo grande. Pero la imagen concreta de las dimensiones de esta grandeza es importante, porque se trata de algo grande vivo, como una planta.
Y esto es contracultural para nosotros, que cuando decimos “grande” pensamos en otras magnitudes, no en plantas. Y cuando pensamos en procesos, tenemos que tener en cuenta que el Señor habla de procesos de vida, como los de un campito de trigo, capaz se producir harina para la familia. Se trata del proceso que vive un Labrador, paciente y confiado en los ciclos de la naturaleza.

Como decía el Papa en la Misa Crismal de este año: “Los santos nos permiten comprender que Dios no mira los grandes números ni los éxitos exteriores, sino que remite sus victorias al humilde signo del grano de mostaza.”

Esto de los grandes números le viene al Papa de Guardini.
Guardini decía que “los grandes números” eran un de los cuatro jinetes del apocalipsis moderno, junto con “la técnica perfecta”, “el bienestar absoluto” y “la compactez cerrada del mundo”. Poderes destructores y del Maligno a los que hay que enfrentar.
¿Por qué es maligno lo de los grandes números? Porque con los grandes números hoy se justifica todo. Dice magistralmente Guardini:
“Apenas penetra en la existencia humana, el gran número se convierte en un poder apocalíptico. Lleva a la ruina todo lo que es grande, noble, interior, precioso, digno de honor. Su penetración es tan terrorífico porque cada paso puede ser justificado con las motivaciones más importantes. Contra esas motivaciones (que en nombre de los grandes números justifican todo) el ánimo que desespera tiene una sola contra-defensa: la de testimoniar que lo noble es noble aún cuando en apariencia se lo venda en el mercado y no tenga publicidad, el testimonio va a Dios y tiene certeza de ser confirmado por Él” (Diario, pág. 231).

Dios confirma la nobleza. Es un Dios noble que no cuenta con los grandes números sino que cuenta con lo que es noble y bueno en sí mismo, no importa si lo practican muchos o pocos, si se da en un ámbito pequeño o de masas.

Aquí es donde quiero dar testimonio contracultural, como dice Guardini, y anunciar que el Corazón de Jesús es noble.
Simplemente.
Noble y nada más.
Que alguien tenga la delicadeza de anunciarnos que existe algo así –noble- en este mundo, debe bastar para desencadenar todo lo demás.

Jesús lo anunció y lo mostró con su vida misma.
Y quiso que nos lo anunciáramos unos a otros…
A mí es lo que más me conmueve del Señor y agradezco eternamente a los que –como Guardini- me lo hicieron descubrir. Por eso lo comparto. Contra las estadísticas…, la nobleza de Jesús.

Yo sigo a Jesús por su nobleza y doy testimonio de que existe una nobleza que se comunica: porque reconocer la nobleza nos hace nobles! Esa es la buena noticia.

Contemplemos cómo fue (y es) noble el Corazón del Señor.

Noble con la nobleza comunicada vitalmente por su Madre en cuyo seno purísimo comenzó a latir a las tres semanas de haberse Encarnado.
Digo noble con la nobleza de María, porque el corazón de Ella –hay que testimoniarlo- fue noble: dijo que sí de entrada y se comprometió de todo corazón.

El Corazón del Señor fue noble toda la vida, no sólo con sus amigos, sin reprocharles nada y dándoles con paciencia todo, sino hasta con sus enemigos más retorcidos y llenos de bajezas.

La imagen del corazón traspasado de la que mana sangre y agua –sin nada de resentimiento ni de rencor- es la Nobleza simple y pura del que no se guardó nada.

El Corazón del Señor muerto con nobleza volvió a latir en la mañana de Pascua, esta vez para no apagarse nunca más, por toda la eternidad. Y comenzó el camino que había predicado, el de los pequeños números, el del ir uno por uno, ganándoles la fe y la confianza al corazón de cada uno de sus discípulos y amigos, ennobleciéndolos con la oportunidad de abrirse a su Gracia en la fe.

Este es el testimonio: el de la nobleza de un Corazón.
En este mundo hay de todo: cosas buenas y malas, muchísimas cosas de todo tipo y dimensión. Hay mucho para ver, para tener, para hacer… Como digo: bueno y malo…
Y también hay alguien noble que nos ofrece su Corazón.
Y es posible centrarse –un rato y muchas veces, no importa cuánto: tenemos la vida entera- en ese Corazón y –sin que sepamos cómo- dejar que el nuestro se vaya acompasando a su latir.
Es posible. De hecho se viene dando desde que nacimos –sin que sepamos cómo- sea que durmamos o despertemos, de día o de noche…

Sin que sepamos cómo, el Corazón del Señor se va acompasando con el corazón de todos y nos va atrayendo a todos hacia sí, hacia su Nobleza. Nos atrae noblemente, con lazos de confianza y benevolencia, con infinita ternura y misericordia, con constante, sólido e infatigable amor.

El Corazón del Señor tiene la grandeza de lo noble. Y con esa nobleza nos podemos “acompasar”.

Es posible sentir con Vos, Señor Jesús.
Es posible para todos, porque todos tenemos –cada uno el suyo- un pequeño y potente corazón.
Potente en cuanto capaz de nobleza.
Nobleza obliga, como decimos.
No hay nadie tan pobre que no tenga corazón
ni nadie tan innoble que no se conmueva ante el reproche del que le dice: “no tenés corazón”. A mi, cuando me lo dicen o cuando me doy cuenta de que actué “sin corazón”, tiemblo y no puedo dormir hasta que pido perdón y lo recibo (a veces lleva su tiempo). Actuar sin corazón es como morirse en vida. No arrepentirse de esto es como comenzar a pudrirse (sepulcros blanqueados, decía el Señor a los Fariseos, cuando actuaban sin corazón).

Por eso es tan deseable el Corazón del Señor: por que nos muestra que es posible –con él- ser nobles, actuar de corazón.

Es posible Señor ser nobles,
es posible sintiendo con Vos.
Sintiendo como siente el corazón:
a veces sintiendo a todos,
como cuando levantabas la mirada y sentías compasión por la gente
que andaba como ovejitas sin Pastor
(la nobleza de sentimientos ante las multitudes –los grandes números- sólo es posible con Jesús. Sin él uno se insensibiliza o se vuelve violento…, se pierde la nobleza ante la inmensidad de la injusticia y del dolor humano);
a veces sintiendo sólo a alguno,
como cuando sentiste a la hemorroísa que te tocó la orla de tu manto –¡hasta con la ropa era capaz de sentir tu corazón!-;
a veces sintiendo a las familias,
como cuando las mamás te traían a sus hijitos o Lázaro, Marta y María te invitaban a comer y a descansar;
y en todo sintiendo a tu Padre
y deseando hacérnoslo sentir.

Es posible latir con Vos y ennoblecernos,
a tu ritmo, con tu intensidad.

Sólo hay que dejar que la fe anide en nuestro corazón. No digo en nuestra mente sino en el corazón. Que anide la confianza. Eso es la fe: tener la nobleza de reconocer la Tuya y confiar.
Confiar.
Como vos confiás en nosotros!
Nobleza obliga.

Diego Fares sj

Domingo de Corpus B 2012

La Eucaristía, renovación del sacrificio de la Cruz

“El primer día de la fiesta de los Panes Ácimos, cuando se inmolaba la víctima pascual, los discípulos dijeron a Jesús:
─ ¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la comida pascual?
El envió a dos de sus discípulos diciéndoles:
─ Vayan a la ciudad; allí se encontrarán con un hombre que lleva un cántaro de agua. Síganlo y díganle al dueño de la casa donde entre: ‘El Maestro dice: ¿dónde está mi habitación de huésped, en la que voy a comer el cordero pascual con mis discípulos? El les mostrará una gran sala en el piso alto, arreglada con almohadones y ya dispuesta; prepárennos allí lo necesario”.
Los discípulos partieron y, al llegar a la ciudad, encontraron todo como Jesús les había dicho y prepararon la Pascua.
Mientras estaban comiendo, Jesús tomó el pan habiendo bendecido lo partió y lo dio a sus discípulos diciendo:
─Tomen y coman, esto es mi Cuerpo.
Y habiendo tomado un cáliz y dado gracias se lo dio y bebieron de él todos. Y les dijo:
─ Esta es mi Sangre de la Alianza, que es derramada por muchos. En verdad les digo que no beberé más del fruto de la vid hasta el día en que beba el vino nuevo en el Reino de Dios” (Mc 14, 12-26).

Contemplación
Esta imagen de Cristo en Cruz con la custodia adelante, en la que la hostia trasparenta el Corazón herido por la lanza, es una imagen que invita a entrar en el misterio del Corpus Christi, en el misterio de la Eucaristía.
Invita a entrar, esa es la palabra. A entrar en comunión, a profundizar en el sacrificio de Jesús que nos valió un pan tan sabroso. Lo que comulgamos es el Cuerpo entregado del Señor, lo que bebemos es su Sangre derramada por muchos. Comulgamos con el Señor crucificado y resucitado.

Nosotros conservamos más vívido un aspecto de los sacrificios antiguos que se llamaba “shelamín” y que consistía en una “ofrenda de paz”. La víctima no se quemaba íntegra sino que se dividía en tres partes. Una se quemaba para Dios (la grasa y la sangre) y las otras dos eran para el sacerdote y para el oferente, que hacía una comida santa. La misa y la comunión conservan esta característica de comida familiar, de mesa fraterna, en la que se comparte el pan y el vino con alegría y dialogando en paz.

Pero es bueno recordar que fue Jesús el que convirtió en una mesa fraterna su sacrificio cruento en la Cruz.
El sacrificio de ofrendas pacíficas es posible porque el Señor ofreció su propia vida como sacrificio de holocausto y de expiación.
El holocausto consistía en quemar íntegramente la víctima (salvo la piel y el músculo de la cadera) para que el humo subiera al cielo en señal de “sumisión total del hombre a Dios” y de “acción de gracias”.
También podía tener el otro carácter de los sacrificios: el expiatorio. El sacrificio expiatorio se hacía para perdonar el pecado (hattat) y para reparar, si la falta exigía restitución (asham).

Todo esto está presente en el sacrificio que Jesús “ofrece” en la Cruz (Yo doy mi vida, nadie me la quita): la ofrenda de Jesús –en la Cruz y en el Altar- es a la vez holocausto, ofrenda expiatoria de los pecados y ofrenda de comunión pacífica.

Hacemos algunas reflexiones para bajar esta doctrina santa a nuestra vida.
Pensemos primero en el carácter familiar, pacífico, de la Eucaristía. La misa se realiza a puertas abiertas, todos estamos invitados… Si hay restricciones apelan a la conciencia de cada uno ya que nadie “controla” quién entra o quién se acerca a comulgar…
Sin el sacrificio redentor de Cristo, en el que perdonó a todos, incluidos sus enemigos, y pagó todas las deudas, no podría existir una mesa de ofrendas pacíficas en la que pudiéramos estar todos sentados.
La mesa por sí misma es “exclusiva”. No entran todos. La familia, cuando invita a sus amigos, no puede usar la mesa íntima y tiene que poner otras. Y en la época del Señor, los banquetes eran bien exclusivos socialmente. De allí el escándalo de que el Señor comiera con publicanos y pecadores y de que permitiera que la pecadora le lavara los pies. Fue el Señor el que transformó una costumbre de por sí excluyente en la más inclusiva.
Por eso, cuando comulgamos con el Cuerpo y la Sangre de Cristo, tenemos que “saber lo que vamos a recibir”, como dice el catecismo. Recibimos a Aquel que con su sacrificio en la Cruz, nos preparó un lugar a todos en torno a su mesa: ¡Felices los invitados a la mesa del Señor! Y al comulgar con el Cuerpo de Cristo entregado por nosotros y con su sangre derramada para el perdón de los pecados, estamos comulgando con todos los hombres: para entregarnos a ellos y para perdonar los pecados así como nosotros somos perdonados.

Pensaba también que nosotros hemos perdido casi totalmente el otro sentido de Sacrificio: el de acción de gracias de una creatura que se siente sumisa enteramente a Dios y el de necesidad de expiar los pecados y reparar las faltas.

Sacrificio tiene una connotación negativa dentro de lo religioso (curiosamente conserva su sentido positivo cuando se habla de deportes o de economía: uno se sacrifica gustosamente para lograr algo valioso). Con Dios, quizás por las exageraciones de otra época, lo del sacrificio suena mal: como que con Dios todo tiene que ser gratuito. Y la imagen de la Iglesia, cuando habla de “hacer algún sacrificio” o “impone alguna penitencia”, se viven como arbitraria. Es como que pone trabas burocráticas al acercamiento libre a Dios.

La reflexión que hago es que la conquista de este “derecho absoluto” que muchos reivindican hay que agradecérselo al fundador de la Iglesia, a Jesús. Paradójicamente, el derecho a criticar –relativizándolas- todas las normas que da la Iglesia, viene de una confianza (inconsciente en muchos) de que Jesús ya pagó todo y de ahí en más todo es pura gracia y gratuidad.
Vemos cómo en los paganos y en muchos “agnósticos” o confesos ateos actuales, la inseguridad de estar redimidos los lleva a distintos tipos y ritos de justificación y de expiación.
El ataque permanente a algún enemigo –que se convierte en una especie de ritual mañanero en radios y periódicos- es una forma de sustitución de los ritos expiatorios: lavo mis culpas y justifico mis faltas mostrando que las del otro son (o serían) peores.
El mismo lenguaje es “sacrificial y holocaustico”: incinerar al otro, escracharlo, quemarlo públicamente, aniquilarlo. La necesidad de encontrar chivos expiatorios para cada cosa, nace de sentir que la vida es insoportable si “nadie paga”. Por eso asistimos cada día a la liturgia política de “sacrificar” a otros conciudadanos para poder vivir.
El que no acepta el sacrificio de Cristo por todos cae, a la larga o a la corta, en la realización de sus propios “sacrificios”, en los que suele sacrificar a otros usándolos como chivos expiatorios. Y si no es una persona con ambiciones de poder, vuelve a las religiones paganas, con sus purificaciones gimnásticas y ritos de autoayuda, que tienen su bondad y es de esperar que a la larga lo lleven a desear las cosas del Señor, que son verdaderamente pan de vida para todos porque perdonan a todos y convocan a todos.
En la fiesta del Corpus Christi le pedimos al Espíritu Santo el deseo del Bien verdadero, el hambre del Pan de Vida, en el que se nos perdonan los pecados y recibimos el alimento común que nos hace ser un solo pueblo de Dios, abierto a todos los hombres, nuestros hermanos.
Diego Fares sj

Domingo de la SantísimaTrinidad B 2012

Para incluir a todos, sólo (es posible) con los Tres

“Por su parte, los once discípulos marcharon a Galilea,
al monte que Jesús les había indicado.
Y al verle le adoraron; algunos sin embargo dudaron.
Jesús se acercó a ellos y les habló así:
‘Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra.
Vayan, pues, y hagan discípulos a todas las gentes
bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo,
y enseñándoles a guardar todo lo que yo les he mandado.
Y sepan que yo estoy con ustedes todos los días hasta la consumación de los siglos’” (Mt 28, 16-20).

Contemplación
La última recomendación de Jesús Resucitado en Mateo sigue un orden sobre el que puede hacernos bien reflexionar.
En el corazón de su envío está primero el “bautizar” y segundo “el enseñar a guardar”.
Es decir: primero se nos manda incluir –sumergir en el Amor del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo- y luego “dar mandamientos y preceptos”. Y en esto de los mandamientos se pone la condición de seguir una pedagogía muy especial, porque no se trata de decir lo que se debe hacer sino de enseñar a guardar todo lo mandado. Este todo no se puede hacer si la enseñanza no se hace al estilo de Jesús: con su paciencia para sostener procesos, con su perdón incondicional (como el del Padre que recibe al hijo pródigo o el Buen Pastor que deja todo para buscar a la oveja perdida) y constante (setenta veces siete).
Muy lejos, lejísimo, esta actitud de la que a veces tenemos: primero pedimos los papeles y certificados para ver si todo está en orden, y por ahí lo hacemos dentro de una estructura de sacristía tal que muchas veces eso solo hace sentir a algunas personas como ya excluidas. Uno no va a la AFIP si no tiene todos los papeles y siempre sospecha que le faltará alguno y que lo harán ir y volver dos o tres veces. Esta no puede ser nunca la imagen de la Iglesia que nos mandó a construir Jesús. La imagen tiene que ser la que damos con el Bautismo de los niños: que los papás y padrinos y todos los familiares sienten que pueden pedir el bautismo y participar en el sacramento sea cual fuere la situación moral y eclesial en la que se encuentren. Aún en esto hay algunos que ponen distancias y trabas, pero nuestra Iglesia vive con alegría esta apertura bautismal a todas las gentes. Y es quizás lo que provoca nuestra debilidad posterior: hemos sido admitidos todos los que quisimos sin muchas condiciones y luego muchos quizás no nos hemos dejado “enseñar” por la Iglesia “todo lo que Jesús le mandó”. La Iglesia vivió y vive así: incluyendo más de lo que puede manejar y disciplinar. Pasa también con los otros sacramentos: con el matrimonio y el orden. La Iglesia casa y ordena más de lo que puede “controlar”. Siembra en todo terreno la gracia de Jesús. Y esto creo que es muy evangélico. En el fondo es una apertura de todos los tesoros a todos con la esperanza de que cada uno luego los administre con responsabilidad y amor. Hay que comparar a la Iglesia con otras instituciones. ¿Qué sucede en algunos partidos políticos con el que declara algo, una mínima declaración, contra lo que opina el jefe o la jefa de turno? Muere políticamente. Lo ponen en el freezer. Primero está la disciplina partidaria y luego todo lo demás. Y tomando otra imagen, más interior y sutil, ¿qué sucede en los grupos exclusivos –familiares y sociales de distinta clase- cuando “entra” alguno que no pertenece? Se le hace sentir con mil detalles y de mil maneras que no es bienvenido, que está demás, que mejor no vuelva, que es “diferente”.
La iglesia bautismal sigue al Corazón de Jesús en su deseo de ir a todas las gentes: Vayan y hagan discípulos míos a todas las gentes. Ricos y pobres, de todas las culturas y pueblos, grandes y pequeños, jóvenes y ancianos, más santos y más pecadores. Discípulos es “seguidores y alumnos” de Jesús. No nos dice: esperen a que se gradúen. El mandato es atraer, incluir, enseñar a cumplir… Y en todo esto la cercanía del Señor: yo estoy con ustedes en esta tarea de todos los días.
¿Y por qué sale esto en la fiesta de la Trinidad?
Creo que porque de esta práctica, de esta tarea concretísima a la que Jesús nos envía, surge o tiene que surgir, si uno mete las manos en la masa y agarra la escoba junto con otros, la dificultad. No es humano salir a buscar siempre a más gente, incluir y bautizar sin que se canse el brazo, como le pasaba a San Francisco Javier, que se tomó al pie de la letra esto de ir a bautizar a todos. No es humano estar siempre enseñando (lo que implica perdonar) al que ya tendría que haber aprendido de una vez.
Un mandato así, si uno es consciente de lo que se le manda, supone una gracia y tiene que suscitar un pedido.
La gracia es la de sentirse hijos amados del Padre.
La gracia es la que el Padre misericordioso le quiere hacer sentir al hijo resentido (que justamente, cumplió todo a la perfección y eso lo llevó a indignarse de que su hermano fuera recibido con una fiesta en vez de con un castigo): hijo, “todo lo mío es tuyo”. Sólo si nos sentimos dueños de toda la creación, de la historia y del mundo, podemos salir como nos dice Jesús. No tenemos ningún mercado que conquistar: Él ya conquistó todo y a nosotros nos envía a cosechar. Las ovejas de otros rebaños, él ya las alcanzó de alguna manera. Nosotros tenemos que salir a buscar a los que Cristo ya redimió y hacerles conocer algo buenísimo que ya es de ellos aunque no lo sepan. Son hijos, son hermanos nuestros, los que vamos a buscar. Y esto sólo lo puede hacer alguien que se siente plenamente hijo, gratuitamente hijo.
Si vamos como empleados, iremos mal.
En este cómo vamos, en este “qué le exigimos a los demás” se revela nuestra propia condición, cómo nos sentimos en la casa del Padre. El que no se siente hijo trata a los demás como entenados.
Ya vamos viendo que el envío y el mandato de Jesús nos hace descubrir –sin decirlo- al Dios Trinitario. No es Jesús sólo el que nos envía. Tenemos que escuchar bien lo que dice: “Como el Padre me envío, yo los envío a ustedes”.
Esta es la gracia que se descubre al ponerse en camino y al salir a buscar, al bautizar y al enseñar a todos. Los más alejados, los pródigos, cuando descubren a este Jesús, nos hacen descubrir a nuestro Padre (y a sumarnos a su plan de salvación o a no querer entrar como le pasó al hijo mayor).

La petición que tiene que surgir en el corazón del que sale a hacer discípulos y a bautizar a todos y que cada día se siente como maestro de niños pequeños a los que hay que volver a enseñar todo una y otra vez, es la petición del Espíritu. “Envíanos Padre, tu Espíritu Santo, Que nos prometiera tu Hijo el Señor”. No es que sea difícil la misión a la que el Señor nos envía: es imposible. El escuchar el encargo y levantar la vista y abrir el corazón para recibir al Espíritu son una y la misma cosa. El Señor suscita el deseo de una misión tan grande e inclusiva y aclara que para ella hay que “esperar ser revestidos de lo Alto”, hay que recibir su Espíritu. Sólo el Espíritu puede “enseñar toda la verdad” de Jesús. Uno solo termina enseñando “partes” (que suelen ser las que más le gustan y convienen).
Así, la necesidad del Padre brota del corazón y se convierte en deseo del Espíritu apenas uno se entusiasma con el seguimiento de Jesús y quiere hacer discípulo a otros.
No se puede cumplir el más mínimo mandamiento de Jesús si uno no “entra en la Casa del Padre donde se celebra la fiesta por todo hijo pródigo”. No es que sea difícil el matrimonio o el celibato, la pobreza o el servicio… es imposible sólo el poner la otra mejilla a la bofetada del más pequeño desprecio si uno no se siente hijo amadísimo del Padre y si no espera que el Espíritu perdone y repare toda falta y haga nuevas todas las cosas.
Sin esta acción conjunta de los Tres, quedarse sólo con los mandamientos de Jesús hasta diría que hace mal: produce esos seres tristes y agrios que recitan la doctrina completa de la Iglesia sin mostrar un ápice de fraternidad ni de apertura al perdón que son lo propio de todo mandato de Jesús.
Jesús primero incluye (eso es lo propio del Padre), nos mete a todos en el Amor del Padre: nos busca, nos lleva a casa, nos venda las heridas, nos prepara la fiesta y luego enseña (eso es lo propio del Espíritu): ilumina con su consejo, da fortaleza, abre la cancha, insufla ánimo, pone buena onda, allana los caminos, achica los problemas, nos vuelve creativos.
En la vida de Jesús el Padre y el Espíritu obran y están activos en todo momento. Si uno lee bien el evangelio, todo es Trinitario. Aunque sólo Jesús sea visible, él se ocupa muy bien de aclarar que no hace las cosas solo y que en todo actúan los tres. Y en nuestra época, en la que “amamos a Jesús sin verlo”, el Espíritu también se ocupa de hacernos sentir que él no actúa solo sino que es el que nos hace decir de corazón “Abba”, Padre y a reconocer a Jesús encarnado en los sacramentos, iluminándonos al Señor que es Palabra de vida y alimentándonos con el Señor que es Pan de Vida. El Espíritu no nos da otra cosa que no sea Jesús encarnado, como hizo al comienzo de la historia de salvación, cuando María concibió por obra y gracia Suya a Jesús.
Así, tanto en nuestra oración como en nuestras acciones prácticas, los Tres están presentes. Cuando caemos en la cuenta y “contamos” con su colaboración nuestra oración se vuelve rica y nuestro trabajo apostólico se vuelve alegre y eficaz.
Le agradecemos y le pedimos todo al Padre por su Hijo en el Espíritu Santo. Amén.

Diego Fares sj